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Frederic C. Bartlett

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Alianza PsicologĂ­a minor


Frederic C. Bartlett

Recordar Estudio de psicología experimental y social

Versión española de Pilar Soto y Cristina del Barrio

Alianza Editorial


Título original: Remembering. A Study in Experimental and Social Psychology

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Códi­ go Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.

© Cambridge University Press 1930 O Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1995 Calle J. I. Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 393 88 88; ISBN: 84-206-7714-0 Depósito legal: M. 35.214-1995 Fotocomposición e impresión: e f c a , s . a . Parque Industrial «Las Monjas» - 28850 Torrejón de Ardoz (Madrid) Printed in Spain


ÍNDICE

Introducción a la edición española, por Alberto Rosa R ivero...........

9

Prefacio.......................................................................................................

45

Primera parte ESTUDIOS EXPERIMENTALES 1.

El experimento en psicología.........................................................

51

2.

Experimentos sobre percibir...........................................................

63

3.

Experimentos sobre formar im ágenes..................... ....................

85

4.

Experimentos sobre recordar: a) Ei método de la descripción..

101

5.

Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida...................................... .......................................................

117

Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de di­ bujos...................................................................................................

151

Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial 1................................................................................................

177

Experimentos sobre recordar: e) El método de reproducción serial; II. Material gráfico................................................................

243

6.

7.

8.

7


8

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

9.

Percibir, reconocer, recordar.........................................................

253

10.

Una teoría del recuerdo...*.............................................................

265

11.

Las imágenes y sus funciones.........................................................

285

12.

El significado....................................................................................

297

Segunda parte EL RECUERDO COMO TEMA DE ESTUDIO DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL 13.

La psicología social..........................................................................

311

14.

La psicología social y el contenido del recuerdo........................ ;

319

15.

La psicología social y la forma del recuerdo................................

329

16.

La convencionalización........... ........................................................

341

17.

La noción de inconsciente colectivo..............................................

355

18.

La base del recuerdo social........ ....................................................

367

19.

Resumen y conclusiones.................................................................

375

N otas..........................................................................................................

389

índice analítico.................................................................................... ......

397

LÁMINAS I y II. Manchas de tinta usadas en los experimentos sobre formar imágenes....................................................................................................

98

III. Escritura de dibujos...........................................................................

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INTRODUCCION A LA EDICION ESPAÑOLA REM EM BERIN G Y LA OBRA DE FRED ERIC C. BARTLETT Alberto Rosa Rivero Universidad Autónoma de Madrid

El escribir introducciones de libros clásicos, y éste sin duda lo es, es un ejercicio arriesgado, como también lo es el leerlas. Las introducciones co­ rren el peligro de oscilar entre el Scilla de un ejercicio erudito que aburra soberanamente al lector, o el Caribdis de una lectura sesgada (todas nece­ sariamente lo son) que predisponga al lector a una determinada manera de enfrentar la obra. Dado que las páginas que aquí se presentan necesa­ riamente han de navegar por el estrecho que representa este género lite­ rario, el curso que se ha elegido seguir es el de un enfoque historicista que sitúe esta obra en el momento en el que se compuso. La Historia no tiene excesiva buena fama entre los científicos, para quienes lo importante no es lo que en el pasado condujo al estado actual, sino más bien aquello que pueda conducirnos a avanzar más lejos. Sin embargo, rara vez se discute el interés que tiene la vuelta a los clásicos, tal vez porque éstos se definen como autores cuya aportación sobrevive al paso del tiempo, permitiendo lecturas frescas, que siempre aportan algo nuevo cada vez que uno se enfrenta a ellas. Esta idea permite sostener el argumento de que toda introducción es superflua, pues el lector tiene per­ fecto derecho a dialogar con la obra sin la interferencia de quien tiene la osadía de presentársela. Sin embargo, el autor de estas líneas no conside­ ra que estas páginas introductorias carezcan de sentido. Un clásico es un individuo de carne y hueso, que vive en unas circunstancias concretas y cuya obra va dirigida a unos propósitos particulares. Aunque no deja de ser cierto que el futuro expropia al autor de sus propósitos, la situación del trabajo en el contexto de su producción puede ser de utilidad para enriquecer la comprensión de su obra. Si el amable lector se muestra sen­ sible a este argumento, le invito a proseguir con su lectura de esta intro­ ducción. 9


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La obra que aquí se presenta pasa por ser un clásico dentro de la psicología de la memoria. Pero es un clásico un tanto original. En pri­ mer lugar, la palabra memoria ni aparece en el título del libro, ni en el de ninguno de los capítulos y apenas aparece en su contenido. De he­ cho, el capítulo noveno del libro se inicia con una crítica al tratam iento de la memoria como un proceso aislado, para pasar inmediatamente a hablar de los procesos de recuperación (.recall), reconocimiento y re­ cuerdo. Muy probablemente, B artlett no tenía la intención de escribir un tratado sobre la memoria, sino un libro sobre las acciones de recor­ dar. Esta distinción puede parecer una sutileza de historiador, pero buena parte de las críticas que este libro ha recibido a lo largo del tiem­ po se apoyan en una confusión entre ambos conceptos. Este es el caso, incluso, de Kintsch (1995) en su introducción a la última reedición de esta obra, donde, a pesar de comenzar reconociendo esta distinción, no puede sustraerse a un juicio presentista sobre este libro, e incluso sobre la forma de trabajar de Bartlett, en relación con los modos contempo­ ráneos de concebir la memoria y de estudiarla. Si el lector tiene la pa­ ciencia de concluir esta introducción, tal vez pueda transmitirle la sen­ sibilidad con la que creo B artlett se dirigió a este tema. Por otra parte, este es un libro de psicología experimental, pero los datos que ofrece se recogen y se presentan de una forma un tanto hetero­ doxa para el gusto de los experimentalistas estrictos. No aparecen elegan­ tes diseños experimentales, ni un cuidadoso análisis estadístico de los da­ tos; más bien el autor opta por hacer un extenso uso de análisis cualitativos y de los informes verbales de los sujetos, pero sin que ello sea obstáculo para un rigor y una riqueza de interpretación muy destacable. Por último, el propio libro es considerado por su autor como un trabajo en psicología social, desde la idea de que todo proceso psicológico no puede estudiarse como el rendimiento de un individuo aislado ante una tarea, sino que es, también, necesariamente social. Este es un libro que, a mi juicio, marca un punto de inflexión en la obra de su autor. Como habrá ocasión de explorar en las páginas que si­ guen, una parte muy importante de la primera obra de Bartlett se apro­ ximó a la psicología experimental de un modo instrumental, poniéndola al servicio de sus intereses antropológicos. Por una parte, este volumen viene a ser una recapitulación de su trabajo anterior, pero ahora exami­ nado desde una óptica ya claramente psicológica, probablemente muy influida por su, entonces reciente, acceso a la cátedra de psicología expe­ rimental en Cambridge. Por otro lado, Bartlett expresaba claramente su rechazo a todo intento de formulación explícita de un punto de vista sis­ temático (Bartlett, 1936), enfatizando la importancia primordial de los


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datos frente a la excesiva propensión de los psicólogos de su época a la formalización teórica. Esto no fue obstáculo para que hablara de la «aproximación de Cambridge» a la psicología (Bartlett, 1936). Dentro de esta aproximación estaba la idea de un rechazo a la psicología de las fa­ cultades y la adopción de un punto de vista funcionalista sin concesiones. No tiene nada de extraño que, desde esta sensibilidad, se ciñera al estu­ dio de los procesos de recuperación, reconocimiento y recuerdo, sin pre­ tender ir en la formulación de su teoría del recordar (capítulo décimo) más allá de lo que le permitían los instrumentos conceptuales y empíri­ cos de que disponía. No parece que tenga sentido plantearse que una obra escrita hace dos tercios de siglo falle en su modo de dirigirse a lo que la memoria es, Uno se siente tentado a pensar que tal punto de vista sólo puede sostenerse desde una arrogante condescendencia respecto de los errores de quienes no fueron lo suficientemente clarividentes como para plegarse a los intereses y gustos metodológicos de quienes luego es­ tarían en su futuro. Ni Bartlett, ni la psicología británica de la primera mitad de nues­ tro siglo, nos resultan muy conocidos. La predominancia actual de la psicología norteam ericana ha tenido el efecto de dejar en las sombras del pasado a una parte muy im portante de la psicología europea pos­ terior a la época de la Prim era G uerra Mundial. Tan sólo algunas fi­ guras con presencia en el m ercado simbólico norteam ericano como W ertheimer, Kohler, Lewin, Piaget, Spearman, R.B. Cattell, Freud o, más recientem ente, Vygotski, aparecen como una especie de relám ­ pagos en un paisaje en tinieblas cuya amplitud y profundidad resulta desconocida. Bartlett ocupa una posición variable en la historia de la psicología. Esto no debe sorprender, pues la relevancia relativa de un autor o una obra está en función del uso que su recuperación permita en el momento en que cada historia concreta se escribe. No vamos a intentar aquí ubicar a Bartlett en el «lugar histórico que le corresponde», ello sería caer en la ingenuidad de suponer una Historia General susceptible de ser reconoci­ da. Lo que vamos a hacer ahora es, más bien, una breve excursión en al­ gunos de los usos que de Bartlett y sus aportaciones, especialmente de este libro, hasta el momento se han hecho. No es infrecuente que a Bartlett se le considere como un antecesor de la moderna psicología cognitiva. Fijémonos en cómo este autor es conside­ rado en algunos de los manuales más señalados de la psicología cognitiva contemporánea. Ya Neisser (1967/1976) alude a Bartlett como un teórico cognitivo anterior al «advenimiento de la computadora» (p. 19). Lachman, Lachman y Butterfield (1979) asumen que los tres rasgos cruciales por los


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que

B a rtle tt

es relevante para este modo de hacer psicología serían: a) la c o n s i d e r a c i ó n de la naturaleza activa y constructiva de los procesos co<mitivos (p. 118); b) la idea de que la comprensión puede ser abordada psico­ ló g ic a m e n te , a pesar de su carácter aparentemente elusivo (p 407) y c) el papel de los esquemas para ello (p. 450). Esta visión de la significación his­ tórica d e la obra de este autor viene a ser común entre los psicólogos cognitivos contemporáneos. Pero no siempre la figura de un psicólogo del pa­ sado es tra ta d a sólo a partir de sus contribuciones intelectuales- en ocasiones, llega a apaiecer como un héroe al servicio de una forma épica de e n t e n d e r la historia. Este es el caso del tratamiento que le da Gardner (1985); «M ientras los gestaltistas mantenían una preocupación por los pro­ blemas a gran escala, por los métodos globales de solución y por los aspee tos constructivos del pensamiento, un psicólogo solitario que trabajaba en Gran B r e t a ñ a estaba también manteniendo viva la fe cognitivista» ( dd 114-115). U na de las cuestiones que se subrayan con más frecuencia es su' tr a ta m ie n to de la memoria por oposición al de Ebbinghaus (p.ej. Gardner 1985, p. 115). Pero, sin duda, la contribución que más se le reconoce es la del c o n c e p t o de esquema, aunque el juicio sobre su relevancia es muy sus­ ceptible a los avalares del momento en el cual aquél se realice. Así resulta chocante recuperar algunas opiniones sobre este constructo formuladas por a lg u n o s de sus discípulos; por ejemplo, Zangwill (1972/1987-8) dice«No pienso que vuelva a ser útil pasar revista a los valiosos ensayos hechos por O ld f ie ld (1954), Broadbent (1958) y más recientemente Neisser (1967) para reinterpretar ciertos aspectos de la teoría de los esquemas de B a rtW t a la luz de la teoría de la información y de la tecnología informática. Estas o p e ra c io n e s de salvam en to son comprensibles, p ero la teoría, que a mis ojos n u n c a ha sido plausible, tal vez sea mejor olvidarla» (p. 168). Broad­ bent (1 9 7 0 ) no es tam poco muy caritativo, pues refiriéndose, también a este mismo constructo llega a decir: «Conceptos teóricos de este tipo sin d e fin ic io n e s publicas, están casi predestinados a destruirse a sí mismos» (o. 4). C ie r ta m e n te el paso del tiempo es tan poco misericordioso con las con­ trib u c io n e s de un au to r co m o lo es con las lecturas que de él se hacen Compruébelo el lector, si gusta, echando una mirada a la noción de esque­ ma d e s a r r o l l a d a por los miembros d e l grupo PDP (Rumelhart M cC le lland a n d the PDF Group, 1986). Ellos coinciden con los a n te S re s en la vaguedad de la nocion de esquema desarrollado por Bartlett (1932) fefr Rum elhart, Smolenski, McClelland y Hinton, 1986, p. 17), para, después (pp. 20-21), pasar a hacer una descripción de su concepción de los esque­ mas c u y o s rasgos no se alejan mucho de los que Bartlett presenta en el ca­ pítulo 10 de este libro. La cita que a continuación se recoge resulta elo­ cu en te a e s te respecto.


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«Los esquemas no son estructuras fijas. Son configuraciones flexibles, que re fle ja n las re g u la rid a d e s de la e x p e rie n c ia , su m in is tra n d o un completamiento automático de los componentes que faltan, generalizando autom áticamente del pasado, pero tam bién modificándose continuamente, adaptándose continuam ente para reflejar el estado de cosas actual. Los esquemas no son fijos, no son estructuras inmutables de datos. Los esquemas son estados interpretativos flexibles que reflejan la mezcla de la experiencia pasada y las circunstancias presentes» (McClelland, R um elhart y Hinton, 1986, p. 536).

Estos mismos autores señalan una línea genealógica que conecta su punto de vista directamente con Bartlett. Según ellos las raíces más lejanas de su punto de vista encuentran su origen en la obra de John Hughlings Jackson (1869/1958) y Luria (1966). El primero, recordemos, fue el maes­ tro de Rivers y de Henry Head, autor este último de quien Bartlett extrajo el concepto de esquema, como luego tendremos ocasión de ver. Que Bartlett fue un psicólogo preocupado por los procesos de conoci­ miento es algo que no cabe dudar, pero como tampoco cabe hacerlo de una parte muy importante de los psicólogos europeos de su época, y de muchos de los norteamericanos. Sin embargo, esa preocupación no coin­ cide exactamente con lo que hoy se entiende por el uso del adjetivo «cognitivo», por lo menos en el sentido más habitual de este término. Más bien me parece que él era cognitivo de una forma que, muy probablemen­ te, coincidiría ahora en muchas cosas con el Bruner de Actos del signifi­ cado. Pero la influencia de la obra de Bartlett no se agota ni en su trabajo sobre el recordar1 o el pensar, sino que se extiende al ámbito de la psico­ logía social. En este sentido, Jones (1985) hace referencia a cómo la cone­ xión entre memoria individual y factores sociales que realiza B artlett 1 Hay que destacar que Bartlett prácticamente siempre utiliza el gerundio para referir­ se a los procesos psicológicos, y ello como resultado de una intención consciente de subra­ yar el carácter activo del proceso, y su rechazo a la psicología de las facultades. Así nos en­ contramos siempre imaging, perceiving, remembering, thinking, y prácticamente nunca términos como imagery, memory o thought. Hay una ocasión concreta en la que hace refe­ rencia a la necesidad de usar el gerundio. Se trata de una contribución a un simposium en el que también participó con una ponencia John B. Watson, aunque como antes se señaló no llegó a estar presente físicamente. En aquella ocasión Bartlett criticó a Watson, entre otras muchas cosas, por su uso del vocablo thought en lugar de thinking, apuntando que «así la distinción entre expresión y respuesta parece disiparse» (Bartlett y Smith, 1920, p. 62). Por esta razón a lo largo de este trabajo trataremos de evitar la sustantivización de este ge­ rundio, para ello utilizaremos siempre un infinitivo (percibir, imaginar, pensar, etc.; en lu­ gar de percepción, imaginación, etc.), tratando así de presen/ar en lo posible la terminolo­ gía del propio Bartlett.


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(1932) ha ejercido una importante influencia sobre el desarrollo de algu­ nos aspectos de la psicología social. Este es el caso del conocido libro de Sheriff (1936) en donde, sobre una elaboración de algunos de los concep­ tos de Bartlett, se alumbra el término de marcos de referencia y se desa­ rrolla una teoría de las normas sociales. Por último, en los últimos años se viene produciendo, también, una re­ cuperación de su aportación teórica a la psicología que va más allá de sus trabajos particulares en dominios específicos (cfr. Bruner, 1990/1991; Dalton, 1988; Iran-Nejad y Ortony, 1984). Estos trabajos señalan algunos de los valores que la obra de Bartlett puede ofrecer a la psicología contem­ poránea. Varios de estos autores llaman especialmente la atención sobre el interés que puede tener su primer trabajo experimental en psicología, caracterizado por un enfoque constructivista, de psicología de la actividad y, al menos en parte, sociogenético. En particular resulta de interés el én­ fasis que se pone en el uso de los análisis retóricos del proceso de recor­ dar en la obra del primer Bartlett (cfr. Edwards y Middleton, 1986; Shotter, 1990/1992). En cualquier caso, lo importante es que este libro resulta ahora clara­ mente de utilidad para los psicólogos contemporáneos. La aparición de su versión española no es sólo la recuperación de un clásico, de una contri­ bución importante para la historia de las ideas en psicología, sino que es un libro útil para hacer psicología hoy desde una cierta sensibilidad. Se aprende leyéndolo. Y, desde mi opinión, esa lectura puede hacerse más provechosa si uno se aproxima a ella desde una consideración del contex­ to del cual surgió esta obra. El objeto de este trabajo introductorio es contribuir a que la publicación de la versión española de este libro no sea otro relámpago en la noche, sino que su luz permita, aunque sea por un instante, iluminar parte del paisaje en el que surge. Al mismo tiempo, nuestro intento es dirigirnos al estudio del proceso de génesis del Remembering. Para ello, un primer paso es fijar nues­ tra atención en quién era su autor, para posteriormente detenernos en el examen de algunos de los mimbres con los que tejió este volumen.

Una biografía intelectual de Sir Frederic Charles Bartlett (1886-1969) Frederick Charles Bartlett nació el 20 de octubre de 1886 en Stow-onthe-Wold (Gloucestershire) en el seno de una familia de la pequeña bur­ guesía comerciante. En su adolescencia sufrió una grave pleuresía que le mantuvo en el hogar paterno hasta su juventud. Esta enfermedad tuvo una cierta trascendencia, pues le forzó a ser autodidacta en sus estudios


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secundarios, le convirtió en inútil para el servicio militar (salvándole de ser movilizado en la Primera Guerra Mundial) y le hizo iniciar sus estu­ dios universitarios a distancia; en concreto, a través del University Correspondence College que, aunque dependía de la Universidad de Londres, estaba situado en Cambridge. Tal como él mismo cuenta (Bartlett, 1936), sus primeras lecturas en Psicología fueron las obras de Stout (1896,1899 y 1903) y el famoso artículo de W ard en la Encyclopaedia Britannica (Ward, 1886). También leyó el Manual de Psicología Experimental de Myers (1909), e incluso reprodujo en su casa, con material que él mismo confeccionó, algunos de los experimentos que allí se describían. Por otra parte, en estos momentos desarrolla un importante interés por la política. Alcanzó su graduación (B.A.) en filosofía el año 1909, con la calificación de First Class Honours, lo que hizo que el University Correspondence College le invitara a ser tutor en todas las materias filosóficas (Oldfield, 1972). Su trabajo como tutor no le impidió alcanzar el título de Máster in Arts en 1911 por la London University, con distinción especial en sociolo­ gía y ética. No obstante, su mayor interés en esta época, dentro de la filo­ sofía, era la lógica. De hecho sus primeras publicaciones están dedicadas a esta materia (Bartlett, 1913,1914). Entonces decidió empezar a estudiar en Cambridge de nuevo como undergraduate. Su admiración por el trabajo de W.H. Rivers y su interés por la antropología le llevaron a ingresar en el St. John’s College para es­ tudiar ciencia moral, de cuyos estudios Rivers era entonces director. Ri­ vers (que por entonces había dejado de lado su trabajo sobre fisiología y psicología de los sentidos) le aconsejó que trabajara en psicología como una forma de prepararse metodológicamente para el trabajo en antropo­ logía, decidiendo así estudiar ciencia moral como un primer paso para pa­ sar luego a la antropología. Allí fue también alumno de J. Ward, en el úl­ timo curso que éste dio antes de jubilarse con 71 años. Los estudiantes de este programa debían hacer cuatro horas a la semana de trabajo experi­ mental en el laboratorio, siendo éste el modo en el que entró en contacto con Charles Samuel Myers, entonces director del laboratorio de psicolo­ gía de Cambridge y con Cyril Burt, por entonces asistente de este labora­ torio. Cuando Burt dejó este puesto en 1914, Bartlett pasó a ocuparlo, una vez que ya se había graduado con distinción en ciencia moral. Según el mismo Bartlett cuenta (1957), al pasar revista a sus notas de psicología experim ental de aquella época, sus trabajos se referían a Helmholtz, Hering, Wundt, Blix, Goldscheider, Von Frey, G.E. Müller, Kraepelin, la Escuela de Wurzburgo y Wilhelm Stern, «y un poco, muy poco, de la nueva psicología de los tests mentales, y de las asociaciones de palabras al estilo de Jung. Alemanes, siempre alemanes, y si quere­


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mos mantenernos dentro de la psicología, más tarde o más temprano de­ bemos seguramente ir a Alemania» (1957/1988, p. 83, de la versión espa­ ñola). El ambiente en Cambridge2 en aquella época parece haber sido espe­ cialmente interesante. Era la época en que Russell y Whitehead trabaja­ ban juntos en el Trinity College preparando su Principia Matematica, y el momento del inicio de los estudios del joven Wittgenstein con Russell, así como del inicio del trabajo de J.M. Keynes en esa universidad, quien sería luego catedrático de economía allí hasta su muerte en 1946. También en­ tonces se inicia el desarrollo de la escuela de crítica literaria de Cambrid­ ge, no ajena al trabajo de los anteriores. Es decir, un ambiente liberal y en el que había un profundo intercambio de relaciones y de conocimientos entre personas de muy diversos campos. No tenemos ningún dato para suponer alguna relación entre Bartlett y el grupo del Trinity College. No obstante, su círculo de amistades de muy variadas ocupaciones (matemá­ ticos, historiadores, filólogos, estudiantes de literatura, cfr. Bartlett, 1957) parece haberle ayudado a mantener una visión no encastillada del trabajo psicológico. Aquí Bartlett estableció amistad, entre otros, con Norbert Wiener, quien le ofreció una sugerencia, a partir de cuya elaboración sur­ gió la idea del método de reproducción serial que luego utilizaría con tan­ ta profusión (cfr. Bartlett, 1957, Oldfield, 1972). Bartlett se incorpora al laboratorio de Cambridge cuando esta institu­ 2 Tan sólo unas palabras para referirnos a la estructura administrativa y organizacional de Cambridge en la época a la que nos vamos a referir. La Universidad tenía, y sigue teniendo, una personalidad jurídica propia, y estaba gobernada por un consejo del «senado» de la uni­ versidad desde la reforma de 1859. La organización de cada college es aproximadamente simi­ lar, aunque cada uno de ellos tiene sus propios estatutos. Nadie puede ser miembro de la uni­ versidad sin serlo de un college y viceversa. Los miembros de los colleges son fundamentalmente de dos tipos, profesores y alumnos, pero con algunos matices especiales que resulta de interés recoger. Un fellow (todos ellos profesores, aunque no todos los fellows tengan que impartir clase, ni todos los profesores ser fellows) es algo así como socio de la fun­ dación que es el college, y que por tanto participa del reparto de beneficios que éste realiza. Se accede a esta condición mediante elección de los otros y a través de la presentación de una tesis. El otro tipo de miembros es el de fellow commoner, que es el estatuto normal de los estudiantes. La enseñanza podía ser organizada directamente por la universidad o por algunos de los colleges, teniendo además una estructura administrativa propia (provost, director ofprogram, etc.). Junto a esta organización docente había otra de investigación en base a laborato­ rios autónomos en ios que era frecuente la colaboración con otras instituciones públicas o pri­ vadas. El profesorado estaba organizado en diferentes escalas: readership, lecturership y chair, siendo estos puestos creados y sufragados por la universidad. La psicología pertenecía a los es­ tudios de ciencia moral, aunque el laboratorio era un anexo al de fisiología experimental. En 1926, cuando se estableció un sistema de facultades, el laboratorio de psicología pasó a formar parte del grupo de ciencias biológicas (junto con fisiología, bioquímica y patología).


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ción tenía un pasado relativamente co rto 3, debido a los trabajos desarro­ llados por W ard4, R ivers5 y M yers6, con alguna influencia, también, por parte de M cDougall7. Hay que resaltar que Bartlett se consideraba como «simplemente un estudiante de Rivers y Myers, tal vez llevando algo más 3 Bartlett (1937) ofrece un breve relato sobre la historia del laboratorio de Cambridge. Según él, la psicología en Cambridge tiene su origen en ios intentos de James Ward a este respecto. En 1875 Ward presentó su tesis que le valió acceder a una fellowship en el Trinity College. Se trataba de un ensayo titulado «La relación de Fisiología y Psicología», y consis­ tía en una exposición y crítica de la psicofísica experimental de Weber y Fechner. En 1877 este mismo autor pidió a la universidad un laboratorio de psicofísica, siendo rechazado por el claustro. Una petición posterior sufrió la misma suerte. Hay que señalar que Ward siem­ pre insistió en que éste sería un laboratorio de psicofísica y no de psicología. Las razones de los que se opusieron iban en línea de oponerse a un estudio materialista del alma. Pero la nueva psicología fue abriéndose camino poco a poco en la universidad. En 1879 G.F. Stout ingresó en el St. John’s College y allí alcanzó la primera fellowship por estudios psicológi­ cos. Por fin en 1891 Ward consiguió una primera dotación de 50 libras esterlinas para com­ prar material de laboratorio. Pero no sería hasta 1897 (el mismo año en que Ward fue nom­ brado catedrático [chair] en Filosofía Mental y Lógica) cuando Sir Michael Foster, catedrático de fisiología en Cambridge, consiguió una lecturership en Psicología Experi­ mental y Fisiología de los sentidos. Este puesto fue ofrecido a W.H. Rivers, quien estaba allí impartiendo cursos sobre fisiología de los sentidos desde 1893. Éste puede considerarse como el primer laboratorio estable en Cambridge, y consistía en una habitación en el de­ partamento de Fisiología. Mientras tanto, W. McDougall había llegado al Saint John’s Co­ llege en 1890, convirtiéndose en el segundo fellow con un trabajo psicológico, siendo Rivers el tercero poco después (1902). En este laboratorio fue donde Myers y McDougall -—como estudiantes— comenzaron su trabajo en psicología bajo la dirección de Rivers. Fue a través de una petición de este último como el programa de ciencia moral destinó 35 libras anuales durante dos años para que un conjunto de habitaciones fueran destinadas a laboratorio de psicología. Esta asignación se produjo de manera efectiva en 1901. En 1903 Cambridge University Press ofreció una casita (16 Mili Ln., hoy ya desaparecida) para la ampliación del laboratorio de psicología. Al mismo tiempo, la universidad ofreció 50 libras anuales para aparatos y gastos. En 1904 Ward, Rivers y Myers fundaron el British Journal o f Psychology. El trabajo en esta época se centraba en las sensaciones, percepción del color, las reacciones ante el ruido, ilusiones ópticas, procesos perceptivos y reacción a la fatiga. En 1909 Rivers dimitió de su lecturership, sustituyéndole Myers, cuya función exclusiva pasó a ser enseñar psicología experim ental, por lo que recibía un estipendio anual de 50 libras. Fué en manos de Myers como el laboratorio se estableció firmemente. Ya en 1907 había solicitado a la universidad más espacio, pues la pequeña casita tenía que acomodar a 14 estudiantes de licenciatura, 2 estudiantes avanzados y 3 estudiantes graduados realizan­ do investigación, lo que superaba en más del doble la capacidad del edificio. Esta petición venía avalada por el programa de ciencia moral, en donde la resistencia inicial de los teólo­ gos parecía haber sido superada. En 1908 las peticiones de fondos estaban ya circulando, y en 1911 se inició la construcción del edificio. La mayor parte de los recursos para ellos pro­ venían de Myers y de su familia, así como de una compañía comercial privada {The Drapers Company o f London). El laboratorio de psicología era una sección del de fisiología, aunque con administración interna independiente. En mayo de 1913 el laboratorio fue inaugurado oficialmente. Myers pasó a ser el director del laboratorio, aunque sin sueldo; mientras que


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allá las visiones que he aprendido de ellos. Ellos, junto con su mutuo ami­ go, Sir Henry Head, han influido más en mi orientación sobre esta mate­ ria que cualesquiera otros» (Bartlett, 1936, p. 42). El estallido de la guerra en 1914 ejerció un fuerte impacto en Camla universidad financiaba un puesto de ayudante y otro de mozo de laboratorio, ocupando Cyril Burt el primero de estos puestos. Fue en el acto de inauguración del edificio cuando Bartlett realizó el conjunto de demostraciones sobre percepción visual de formas geométri­ cas, de dibujos y de ilusiones perceptivas, que refiere en el prólogo de este mismo libro. A decir del propio Bartlett (1932, 1957) se sintió impresionado por la variedad de interpreta­ ciones que los visitantes hicieron de las mismas presentaciones. Según él indica, éste fue el inicio de sus intereses sobre los procesos de percibir e imaginar, que darían lugar a la reali­ zación de los experimentos que constituirían una parte importante de su trabajo experimen­ tal temprano, y que luego serían recopilados en Remembering. 4 James Ward (1843-1925) era fundamentalmente un filósofo. Entrenado inicialmente como teólogo, pasó un período en Alemania a finales de la década de 1860 con Ludwig y Lotze, y desarrolló un fuerte interés, por la psicología, pero considerándola en buena parte como una disciplina propedéutica para la metafísica, especialmente en el último período de su vida. Su interés por la experimentación se limitaba fundamentalmente a la psicofísica. Fue profesor de Bartlett y con él discutió partes importantes de la tesis d&fellow de este úl­ timo. La influencia sobre Bartlett quizá vaya más allá de la consideración de un punto de vista general funcionalista. Bartlett conservó manuscritos de Ward y ocasionalmente co­ menta sobre ellos. Hay que señalar que uno de los campos de mayor interés para él era la memoria, pero considerando siempre la unidad'de la mente y de la experiencia individual (Bartlett, 1925), además de manifestar un rechazo frontal a la psicología de ias facultades. 5 Wiliiam Halse Rivers (1864-1922) era médico (Universidad de Londres, 1888). Tras un período como médico naval, trabajó en psicopatología y en4891 pasó al National Hospi­ tal for the Paralysed and Epyleptic, en donde trabajó a ias órdenes de John Hughling Jackson, allí fue donde empezó a desarrollar su relación profesional y de amistad con Henry Head (Ackernecht, 1942). Fue, como ya se ha señalado, la primera persona en impartir un curso sistemático sobre psicología experimental en Gran Bretaña. En 1896 trabajó con Krápelin en Alemania sobre problemas de fatiga mental (Rivers, 1896b, 1908). Ya hemos he­ cho referencia a sus trabajos sobre fisiología de los sentidos (1895, 1896a, 1897, 1900a, 1900b, 1901a, b, c y d, 1904,1908) y psicología experimental (1894,1895,1906a). A la vuelta de la expedición del estrecho de Torres pasó a dedicar el grueso de su trabajo a la etnogra­ fía, realizando diversas expediciones a la India y Melanesia de donde surgieron algunos de sus trabajos más im portantes en este campo (1906b, 1914a y b). Una parte impor­ tante de su trabajo etnográfico incluye la realización de investigación experimental de las sensaciones. Era un hombre de gran inquietud intelectual que no tenía inconveniente en cambiar sus posturas teóricas en relación con sus nuevos hallazgos. En 1911 cambió su posi­ ción antropológica desde el evolucionismo cultural al difusionismo. Aspecto este último que ejerció una profunda influencia sobre Bartlett. Especialmente su trabajo sobre la Convencionalización en el arte primitivo (1912). Durante la Primera Guerra Mundial trabajó como psiquiatra para el Royal Flying Corps (que enseguida pasaría a denominarse R.A.F.). Su trabajo con afectados por traumas psicológicos de combate le llevó a convertirse al psi­ coanálisis, aunque nunca de un modo dogmático ni meramente seguidista, sino tratando de integrar su trabajo anterior con este nuevo enfoque al que se adhiere (1920a, b y c, 1921, 1922b). Este trabajo clínico le conduce, también, a realizar nuevas publicaciones que conti­ núan su trabajo anterior en este terreno (1891, 1893, 1895, 1918, 1919a y b, 1922a). En el


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bridge. Bartlett, debido a su antigua enfermedad, no era válido para el servicio activo, por lo que permaneció al frente del laboratorio durante la ausencia de Myers, quien fue movilizado como médico militar. Es el mis­ mo año 1914 cuando comienza la realización de sus experimentos sobre percibir e imaginar (cfr. 1932, p. 95), a los que nos hemos referido en el párrafo anterior. Durante el período de la realización de estos experimen­ tos le llamó la atención la utilización que los sujetos hacían de sus recuer­ dos, al comentar este fenómeno con Ward —con quien se veía regular­ mente para comentar el curso de sus trabajos— éste le llamó la atención sobre los experimentos de Jean Phillipe (1897) en donde a los sujetos se les presentaba un material pictórico que debían reproducir repetidamente tras sucesivos períodos de demora, un método que Bartlett adoptaría va­ riando los materiales y alargando el tiempo de reproducción de las series (Bartlett, 1932,1957). Estos experimentos formaron la base de su tesis para acceder a la conbienio 1920-1921 fue presidente de la Folk-lore Society (sic). Cuando muere súbitamente en 1922 había presentado su candidatura a la Cámara de los Comunes por el partido laborista. Su influencia sobre Bartlett, sobre todo en la orientación temática general de su trabajo, pa­ rece ser muy importante. 6 Charles S. Myers (1873-1946) estudió medicina en Cambridge (graduado en 1901). Fue autor de un manual de Psicología Experimental que tuvo dos ediciones (1909, 1911), y coautor, junto con Bartlett de un tercer (1925). Su primer manual, con el que ya hemos mencionado que trabajó Bartlett, sirvió de texto para los trabajos en ei laboratorio de Cam­ bridge. Este libro es extenso (432 páginas) y contiene 25 capítulos, de los cuales catorce es­ tán destinados a sensación y psicofísica, dos a temas teóricos y metodológicos, uno a dife­ rencias individuales en la sensación, uno al tiempo de reacción, dos a memoria, uno al trabajo mental y muscular (sic), otro al tiempo y el ritmo, y otros dos dedicados respectiva­ mente a la atención y al sentimiento. Cinco ejercicios de laboratorio completaban este volu­ men. Su relación con la psicología aplicada y militar se inicia durante la Primera Guerra Mundial, cuando además de alistarse como médico militar y alcanzar el grado de coronel, inició la investigación en psicología militar en Cambridge. Fue a iniciativa suya y de Pears, y con el patrocinio del Lancashire Antisubmarine Comittee (Bartlett, 1955), que Bartlett y E.M. Smith —quien después sería su esposa— llevaron a cabo su trabajo experimental so­ bre la selección de personal para el manejo de acuófonos en la lucha antisubmarina (Smith y Bartlett, 1919, 1920), que constituye la primera referencia de que tenemos constancia de trabajos aplicados en psicología experimental militar en los que participa Bartlett. En 1921, Myers, junto con H.J. Welch, funda el Instituto Nacional de Psicología Industrial y se con­ virtió en editor de Occupational Psychology, dedicando el resto de su trabajo psicológico a este terreno. 7 Rivers, Myers y McDougall participaron en la expedición de Cambridge al Estrecho de Torres (1898-1899) que había organizado A.C. Haddon. Esta expedición representa un acontecimiento muy importante para la psicología británica, y ciertamente ejerció una in­ fluencia que, aunque indirecta, fue muy poderosa en el trabajo inicial de Bartlett, cuyos pri­ meros trabajos, a caballo entre la antropología y la psicología, están muy influidos tanto por Rivers como por McDougall.


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dición de fellow del Saint John’s College que presenta en 1916 y que le valió alcanzar este estatus en 1917. Hay que señalar que este trabajo sur­ ge de la intersección entre una preocupación antropológica y otra psicoló­ gica en la que se nota la influencia de Rivers (especialmente de su trabajo de 1912), así como del trabajo de Haddon (1894). Su propósito era tratar de explorar los mecanismos psicológicos del modo en el que una determi­ nada forma cultural (figurativa o narrativa) se transformaba al pasar de un grupo cultural a otro, hasta plegarse a las convenciones del grupo que la importa. En este proceso el material importado puede perder su carác­ ter representativo inicial, llegando a tener un estatuto simbólico final­ mente arbitrario o convencional, como puede ser el caso de la escritura alfabética. El propósito de sus experimentos era precisamente el retrasar ese proceso, y buscar sus determinantes psicológicos a través del trabajo con sujetos individuales y, más tarde, con grupos. Parte de estos experi­ mentos se publican enseguida (Bartlett, 1916b), mientras que otros irán apareciendo en años sucesivos (Bartlett, 1920a, 1921), y siendo utilizados para reflexiones posteriores sobre estos mismos problemas (1925, 1927a) en donde se pone de manifiesto el proceso de elaboración del material re­ cogido durante la Primera Guerra Mundial que será después reutilizado en Remembering. En este período Bartlett continúa con sus preocupaciones filosóficas. Ingresa en la Aristotelian Society en 1915, siendo admitido al mismo tiem­ po que A.N. Whitehead participando en diversas reuniones científicas de esta sociedad (Bartlett, 1916c, 1917 y 1918). Al acabar la guerra Myers volvió a ocupar su puesto de director del laboratorio, siendo, además, promovido al puesto de reader en Psicología Experimental, mientras que Rivers se dedicaba fundamentalmente a es­ cribir alejándose de la actividad docente y experimental. Por entonces, ambos consiguieron que se estableciera un diploma de psicología médica con fondos del Medical Grants Fund. En 1922 sucedieron dos hechos importantes para la vida de Bartlett. El primero tiene que ver con el laboratorio y su relación con Myers. En este año Myers dejó la vida académica, dejando vacante el puesto de di­ rector del laboratorio, y pasando a fundar el National Institute o f Indus­ trial Psychology, no sin antes haber hecho un legado económico particu­ lar y haber conseguido el apoyo del Industrial Health Research Board y del Medical Research Council. Esto permitió que en este momento hubie­ ra ya tres plazas de profesor (lecturership) en psicología: psicopatología, psicología experimental y conducta animal. Bartlett pasó a ocupar, enton­ ces, la dirección del laboratorio y la lecturership en psicología experimen­ tal. En esta época se dedicará a consolidar y expandir el laboratorio y a


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explorar uno de sus intereses primigenios, la antropología social El se­ gundo acontecimiento importante de este año fue la súbita e inesperada m uerte de W.H. Rivers. Como señala Broadbent (1970), es a partir de este año cuando Bar­ tlett queda como cabeza de la psicología en Cambridge, sin que hubiera una figura más sénior que él. Será durante el resto de la década de 1920 cuando Bartlett tendrá que dedicar una parte muy importante de su es­ fuerzo a desarrollar el departamento para convertirlo en una parte signifi­ cativa de la universidad. Su actividad docente en esta época incluía, lógicamente, la psicología experimental, resultado de la cual fue la publicación en colaboración con Myers (Myers y Bartlett, 1925) de un manual con ejercicios sobre esta materia. También en este año impartió un curso en la Universidad de Londres sobre Psicología y Cultura Primitiva, que constituyó la base del libro que con este mismo título publicó al año siguiente (Bartlett, 1923), en donde .se deja notar una influencia no pequeña de algunas ideas de McDougall. También por entonces impartió un curso sobre la aplicación de la psicología a problemas militares, consecuencia del cual fue su libro Psicología y el Soldado (1927b). Según el propio Bartlett (1957) nos relata, su preocupación central en esta época estaba constituida por el estudio de la convencionalización5 que antes hemos mencionado, a la que ya había dedicado su tesis de fe ­ llow y una parte muy importante de su trabajo experimental en esta épo­ ca, que luego recopilaría en Remembering. En esta época redactó un en­ sayo titulado Contribución al estudio experimental de los procesos de convencionalización que finalmente incluiría en el libro que acabamos de mencionar. Pero, además, llegó a firmar un contrato con Cambridge Universíty Press para publicar un libro sobre este tema del que llegó a escri­ bir varios capítulos que luego destruyó por su insatisfacción con lo que había producido. Un repaso a la producción de Bartlett en la década de 1920 (cfr. la lista de bibliografía de Harris y Zangwill, 1973) pone de ma­ nifiesto la preocupación de Bartlett sobre estas temáticas. En 1920 y 1923 se celebraron en Oxford, respectivamente, un congre­ so de filosofía y el 7o Congreso de Psicología, lo que le permitió estable­ cer contacto personal, entre otros, con Boring, Michotte, Koffka y Kóhler. John Watson que tenía previsto asistir a este congreso finalmente no pudo hacerlo por coincidir con los sucesos que condujeron a su divorcio y abandono de la Universidad John Hopkins. En 1924 Bartlett pasó a ser editor del British Journal o f Psychology, puesto que retendría hasta 1948. A lo largo de toda esta década se estrechó la relación entre Bartlett y Henry Head, este último colaborador y amigo de Myers y, sobre todo, de


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Rivers. Ambos se reunían con frecuencia en Londres, en donde discutían porciones del manuscrito de Aphasia and kindred dissorders o f speech (1926) qué entonces Head estaba escribiendo a partir de su experiencia con heridos de guerra durante la Primera Guerra Mundial, además de discutir el trabajo que Bartlett estaba desarrollando en esta época y que, recordemos, consistía en su trabajo con series repetidas y el proceso de convencionalización. Estas discusiones afectarían fuertemente el desarro­ llo posterior de las ideas de Bartlett sobre el concepto de «esquema» que ya había recogido Myers en la segunda edición de su Manual de Psicolo­ gía Experimental (1911) (cfr. Oldfield y Zangwill, 1942a, p. 283, nota 1). Las dos reseñas que Bartlett le dedica a este libro (1926a y b) represen­ tan, en opinión de Oldfield y Zangwill (1942b), una primera reelabora­ ción de este concepto de Head por parte de Bartlett, quien, por otra par­ te, señala que en su opinión este libro es de extremada importancia para el desarrollo futuro de la psicología. En 1929 hace un viaje a Sudáfrica en donde pronuncia una conferen­ cia como presidente de la sección de psicología de la Sociedad Británica para el Avance de las Ciencias. Esta conferencia muestra la visión que Bartlett tenía de diversas escuelas psicológicas del momento, tales como el conductismo, la Gestalt, y las teorías de Spearman y Jaensch, y que se complementa con las críticas al conductismo que ya había hecho anterior­ mente (1927c, Bartlett y Smith, 1920). Aprovechando esta estancia, reali­ za un viaje al interior del continente y acopia un conjunto de materiales transculturales que después utilizará en Remembering y en algunos otros trabajos. En 1931 la universidad crea una cátedra (chair) de psicología experi­ mental que pasa a ocupar Bartlett. El año siguiente aparece Remembe­ ring,, sin duda la obra más importante de Bartlett, pero que, sin embargo, viene a ser una recapitulación y síntesis del trabajo anterior al que ha aña­ dido el concepto de esquema de Henry Head, lo que le permite reinterpretar algunos de sus datos anteriores en el seno de una teoría del recor­ dar. Por esta época Bartlett empieza a recibir honores y distinciones. En 1930 pasa a ser miembro extranjero asociado de la Sociedad Psicológica francesa. En 1932 fue elegido fellow de la Roy al Society, y en 1937 fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Atenas. El resto de la década Bartlett intenta realizar una síntesis de Psicolo­ gía y Antropología que permita situar la Psicología Social sobre una base nueva y firme. Para ello, junto con algunos colegas de otras disciplinas, toma la iniciativa de reunir psicólogos, sociólogos y antropólogos dos ve­ ces al año entre 1935 y 1938 con objeto de establecer una base metodoló­


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gica, más que doctrinal. El resultado fue Study o f Society: Methods and Problems (1939a), en el que él colabora con un capítulo. 'En esta misma década Bartlett empieza a realizar investigación en psi­ cología experimental aplicada. Ya en 1935 el Medical Research Council decidió crear una plaza de profesor (lecturership) en psicología industrial en el laboratorio de Cambridge. Estos trabajos se van orientando priori­ tariamente hacia una estrecha relación con las fuerzas armadas. Por la misma época pasa a asesorar a la RAF (miembro del Air Ministry’s Air Personnel Research Cominee) en momentos en los que el espectro de la guerra empieza a vislumbrarse. La apertura de las hostilidades condujo a dirigir parte de las activida­ des del laboratorio de Cambridge al esfuerzo bélico. Aquí fue importante la contribución de Kenneth Craik, quien en 1936 había ingresado en el la­ boratorio como ayudante de investigación. Fue gracias a su colaboración como Bartlett llevó a cabo líneas de trabajo hasta entonces poco desarro­ lladas, como era el estudio de las habilidades corporales, aunque esto le había interesado desde hacía tiempo como consecuencia de su interés por el criquet y el tenis (Oldfield, 1972), cosa que también se pone de mani­ fiesto en las propias páginas de este volumen. El trabajo en psicología aplicada a problemas militares condujo al establecimiento en 1944 de la Applied Psychological Unit, bajo el patrocinio del Medical Research Council, de la que Craik fue su primer director. Esta área de las habilida­ des corporales pasó a ser una de las áreas de interés en el trabajo de Bar­ tlett, aunque nunca dedicó una monografía para exponer su postura al respecto (1943, es uno de los sumarios que más se aproximan a ello). El número de trabajos aplicados a la psicología militar que firma Bartlett du­ rante la guerra y en los años inmediatamente posteriores es bastante im­ portante, y son resultado de encargos tanto de autoridades británicas como norteamericanas. Durante la guerra recibe varias distinciones importantes. En 1941 se le nombra comendador de la Orden del Imperio Británico, y en 1943 recibe las medallas Baly y Huxley de la Roy al Society. En 1948 fue nombrado caballero. También en esta época fue nombrado doctor honoris causa por las universidades de Princeton (1947), Lovaina (1949) y Londres (1949), visitando los Estados Unidos y aprovechando para dejarles a los nortea­ mericanos una muestra de sus facultades críticas sobre la psicología que allí se estaba produciendo en esos momentos (1947). Broadbent (1970) es de la opinión que los años de la posguerra fueron unos de los más resaltables de la biografía de Bartlett. Por entonces ya te­ nía más de sesenta años, pero encontró la energía para desarrollar una lí­ nea de investigación sobre el estudio de las habilidades complejas huma-


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ñas para producir en cada nueva situación una nueva y perfectamente adaptada secuencia de movimientos. En esta línea de trabajo se mezcla­ ban sus intereses anteriores con los desarrollos que había llevado a cabo Kenneth Craik. Un hito importante de su trabajo en esta época fue el correspondiente a la preparación de su monografía Thinking (1957). A nuestro juicio el tema del que trata este libro constituía el paso siguiente de su programa de inves­ tigación que se vio profundamente alterado por la guerra, y cuyo curso recu­ pera, pero ya sin el pulso inicial, tras su retiro. Pero para entonces su trabajo sobre psicología militar le había, quizás, alejado de los otros ámbitos disci­ plinares en donde encontró su primera inspiración. Oldfield (1972) señala que durante mucho tiempo Bartlett había considerado la posibilidad de que los métodos utilizados en Remembering podrían adaptarse a ciertos tipos de procesos de pensamiento. Esto es evidente si se repasa su bibliografía ya desde finales de los años veinte, y especialmente en los años treinta (1925, 1927a, 1937,1938,1939b). Tal es el caso de historias en las que se presentan situaciones no cerradas que el sujeto ha de completar de la forma que le re­ sulte más plausible. Este fenómeno de completamiento puede producirse in­ cluso de manera inconsciente, y permite arrojar luz sobre modos de compor­ tarse en la realidad, permitiendo estudiar cómo los esquemas, en tanto que una organización de la experiencia pasada, llevan a extender su aplicación a procesos constructivos y predictivos (1938). Incluso su fascinación por el de­ porte y la habilidad corporal se incorpora también a su experiencia del pen­ samiento constructivo. Todo ello le lleva a estudiar experimentaimente cómo el pensar, como actividad práctica, incluye el completamiento de algu­ nos estados de cosas previamente incompletos. En 1952 se retira de la cátedra y recibe la Roy al Meclal y el Longacre Award ofthe Aeromedical Association. Fue nombrado doctor honoris cau­ sa por las universidades de Edimburgo (1961), Oxford (1962) y Padua (1965), y elegido miembro extranjero asociado de la Academia Nacional Norteamericana de Ciencias y de la Academia de Artes Norteamericana (1959) y de la American Philosophical Society, así como miembro honora­ rio de sociedades psicológicas nacionales de diversos países: Suecia (1952), España (1955), Suiza (1956), Turquía (1957), Sociedad Internacional de Psicología Experimental (1958) e Italia (1963). Fue, también, presidente de la British Psychological Society en 1950. Murió el 30 de septiembre de 1969 a los 82 años de edad tras una breve enfermedad. Tenemos muy pocos datos sobre la vida privada y la personalidad de Bartlett. Sabemos que se casó con Mary Smith con quien tuvo dos hijos. Ella pertenecía, también, al departamento de psicología de Cambridge y fue temprana colaboradora suya en los años de la Primera Guerra Mundial;


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juntos escribieron algunos trabajos que ya hemos citado, y fue la destinataria de la dedicatoria de su libro de 1923. Por lo que se refiere a su perfil hu­ mano los únicos datos que tenemos son los que nos suministran Broadbent (1970) y Oldfield (1972). Según este último autor nos indica, personalmen­ te a veces parecía austero e impasible, incluso remoto, mientras que otras veces (y más frecuentemente con la edad) le embargaba una alegría juvenil, con grandes e inesperadas carcajadas y miradas llenas de amable ironía. En las discusiones a veces era extremadamente directo, y a veces extremada­ m ente oblicuo, aunque sus comentarios finalmente eran considerados como valiosos por quienes los recibían. No le interesaban los aspectos tri­ viales de la vida académica que no tuvieran algún propósito útil. No parece que entre sus virtudes estuviera la organización administrativa del departa­ mento. Como dice Broadbent (o.c.), «no hay duda de que para él la gente siempre era más importante que los formularios, horarios o programas de asignaturas» (p. 7). Para él no había temas que tuvieran una significación exclusiva. Su pensamiento siempre tenía dobles referencias, a menudo remotas y sor­ prendentes. En este contexto merece la pena recordar una frase del pro­ pio Bartlett al referirse a Craik en la necrológica que le dedicó (Bartlett, 1946) y que muy bien podía aplicársele a él mismo: «hay alguna gente que toma un problema específico, lo contesta y pasa a algo distinto. Su trabajo puede ser muy bueno, pero le falta el ser auténticamente fructífero. Kenneth no pertenecía a esta clase. No creo que nunca hiciera un experimen­ to, por simple y pequeño que pudiera parecer, que no estuviera informa­ do por alguna idea que le llevara inmediatamente al amplio campo de los principios» (p. 110). Broadbent señala que una parte no despreciable de su influencia se ha debido a su carácter. Resultaba extremadamente accesible para todos, pa­ ciente en escuchar a los estudiantes y apreciando las ideas por su valor, y no por la posición de las personas que las emitían. Su casa estaba abierta a todo el mundo, siendo frecuentes las visitas de estudiantes y miembros del departamento para jugar al tenis o desarrollar discusiones informales. Es de destacar también su amistad con Michotte, a quien con frecuencia visitaba en Lovaina. Hay algunos otros aspectos de su personalidad que pueden inferirse a partir de algunos de sus escritos, especialmente en lo que se refiere a la apreciación de los caracteres personales que subraya en algunas perso­ nas sobre las que redacta necrológicas. Los aspectos que más parece ad­ m irar son el interés por la naturaleza, la amplitud de miras y la capaci­ dad de observar y escuchar a los demás y la tolerancia en las ideas y la hum anidad en las relaciones. O tro rasgo distintivo indudable, que se


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pone de manifiesto en sus trabajos, especialmente en las conferencias y en ios escritos que se refieren a sus propias rem em branzas personales, es su fino sentido del humor, cuya ironía llega a aparecer en algunos de sus escritos científicos. En la crítica, sin em bargo, llega a ser despiadado, pero siempre respecto a las producciones teóricas que le parecían dog­ máticas y producto de extrapolaciones que superaran, con mucho, la base empírica sobre la que se edificaban o dejaran de lado cuestiones de sentido común. Broadbent señala también un conjunto de «estrategias de pensamien­ to científico» que sus alumnos aprendieron de él. En primer lugar su énfa­ sis por lo empírico y su falta de interés por la formalización árida; en se­ gundo, la falta de involucramiento personal con las ideas y el juzgar a la gente por sus ideas y no por su estatus; en tercer lugar, su flexibilidad y animosa disposición a aceptar errores pasados; por último, la constante conciencia de la complejidad de los mecanismos psicológicos. Pero a estas consideraciones, nosotros quisiéramos añadir un contrapeso. Esta misma apertura de miras puede haber sido una fuente de debilidad de cara a la permanencia de las ideas de Bartlett. Tal y como Broadbent nos describe el ambiente de Cambridge, su modo de funcionamiento nos sugiere su pertenencia al tipo que W estrum (1989) llama una racionalidad generativa, es decir, una organización que favorece el desarrollo de un pensamiento divergente, de producción de ideas creativas, pero sin que siempre exista una disciplina y una estructura capaz de desarrollarlas has­ ta su completamiento a través de un pensamiento convergente. Esta ca­ racterística puede haber pertenecido tanto a la propia personalidad de Bartlett como a la de su propio laboratorio, y ello se nota, también, en los juicios que sus propios discípulos dejar caer, más o menos entre líneas, en sus notas biográficas, algunas de las cuales hemos recogido más arriba. Ya para terminar, quisiéramos referirnos a algunas cuestiones que también se traslucen de una consideración general de su obra. Apenas fir­ ma trabajos en colaboración, aunque su labor docente, investigadora y de promoción institucional sin duda fue muy amplia. Nunca contesta por es­ crito a las críticas que se le hacen, y su trabajo carece de cualquier mani­ festación dogmática. La impresión que de ello se trasluce es de una alta tolerancia respecto del trabajo de las personas que trabajan a sus órdenes, y una falta de interés en imponer sus propias ideas. Quizás en esta actitud podemos encontrar una explicación de que su manera de entender la psi­ cología no le sobreviviera. A ello hay que añadir, también, que su trabajo durante la Segunda Guerra Mundial parece haber alterado de una forma significativa su visión respecto de lo psicológico. Parece indudable, en cualquier caso, que un grupo importante de per­


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sonas consideran que la etapa más original de su trabajo es la que llevó a cabo en las décadas de 1920 y 1930 (cfr., p. ej., Edwards y Middleton, 1986; Oldfield, 1972; Shotter, 1990/1992), en contra de la opinión del pro­ pio Bartlett al final de su vida (cfr. 1957/1988, pp. 149-158). Pero la consi­ deración de por qué esto es así, podría llevarnos mucho más allá de los lí­ mites de este trabajo.

Remembering como recopilación de la obra temprana de Bartlett La producción total de Bartlett es bastante extensa, abarcando 193 tí­ tulos, de los cuales la mayoría los firma en solitario. Si dividimos su carre­ ra profesional en dos períodos, tomando como divisoria el inicio de la Se­ gunda G uerra M undial (1913-1939 y 1940-1968), resulta clarísima la influencia que el trabajo llevado a cabo durante el conflicto tuvo sobre la orientación de su producción. Mientras que antes de la guerra su trabajo tiene un carácter fundamentalm ente académico, a partir del inicio de ésta su producción tom a un camino aplicado, principalmente con estudios de interés militar (cuyo destinatario más frecuente fue la R.A.F.) y otros de temáticas próximas, tales como estudios sobre desarrollo de habilidades de acción, efectos de la fatiga sobre el rendimiento o la relación hombremáquina. No es el caso que se dé una ausencia de trabajos de uno u otro tipo en ambos períodos, sino que la frecuencia relativa de unos y otros es muy diferente en ambos períodos. El análisis conjunto de la biografía intelectual de Bartlett y de su pro­ ducción bibliográfica anterior a 1939 revela un vuelco importante hacia 1931-1932. El prim ero de estos años alcanza una cátedra en Cambridge, m ientras que en el segundo publica Remembering. Este libro no sólo constituye una de las aportaciones más importantes del autor que nos ocupa, sino que resum e y cierra toda una línea de trabajo. A partir de en­ tonces, su producción ya no se vuelve sobre sí misma, sino que se proyec­ ta hacia adelante, fundam entalm ente en el ámbito de la psicología del pensamiento y la psicología social. Estos nuevos proyectos desarrollan el punto de vista sobre lo psicológico que toma su forma más madura en el libro que el lector tiene en sus manos. El estallido de la guerra, como ya hemos comentado más arriba, le llevará luego por otros derroteros. Un primer aspecto a destacar es que la inmensa mayoría del material empírico que Bartlett presenta en Remembering fue recogido en los años de la Primera G uerra Mundial y los inmediatamente posteriores. Algunos de estos datos empíricos provienen de su tesis de fellow y fueron recogidos ya en 1914 y consignados en tres trabajos anteriores (Bartlett, 1916b, 1920a


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y 1921), si bien este material es analizado de forma más pormenorizada en Remembering, donde se llega a ofrecer más datos y se va más allá en su análisis que en los artículos que acabamos de citar. Esto es coherente con lo que Bartlett cuenta en el capítulo 8o de Thinking (p. 152 de la edición espa­ ñola), en donde señala que recogió más datos, y controló más variables de las que citó en sus distintos trabajos. En cualquier caso, también en su libro de 1932 se utiliza algún material empírico diferente al recogido en su obra más temprana, si bien no vienen a ser más que variantes que amplían as­ pectos ya previamente estudiados entonces. En la reseña de cada capítulo que a continuación ofrecemos haremos un detalle más pormenorizado de estos aspectos que acabamos de señalar. El capítulo primero de Remembering es una introducción general al li­ bro en donde se hace una breve historia de la psicología y se hace la co­ nocida crítica a Ebbinghaus, si bien ésta aparece sin los matices insultan­ tes que le dirigió en un discurso pronunciado en 1929 (Bartlett, 1930)8, en donde también atacaba la noción de «simplicidad» aplicada al estudio ex­ perimental de algún proceso psicológico. A este respecto, hay que señalar que ésta es una cuestión presente en su enfoque ya desde su primer traba­ jo experimental (1916b)9. En aquella ocasión señaló que dado que los su­ jetos que utiliza son en su mayoría adultos, el «acto» de percibir tiene en ellos una gran complejidad, pues traen consigo «hábitos de observación ya formados por un largo proceso de desarrollo y a menudo se plantean los problemas que se les ofrecen bajo la influencia de actitudes determi­ nadas por una experiencia muy anterior» (p. 223). Esto le lleva a poner en guardia contra las llamadas situaciones simples. El concepto de «sim­ ple» le merece ya aquí una crítica relativamente larga que acaba con su rechazo. Este es un tema que retoma de nuevo al inicio del segundo capí­ tulo de Remembering en donde llega a decir que el psicólogo experimen­ tal debe en gran parte mantener una actitud clínica, de forma que perma­ nezca alerta al hecho de que «el estudio de cualquier función psicológica bien desarrollada sólo es posible a la luz de una consideración de su histo­ ria» (1932, p. 15 de la versión original). El capítulo segundo, titulado Experimentos sobre el percibir, utiliza un material empírico recogido de la primera mitad de su artículo de 1916. Es curioso constatar que esta es la única ocasión en la que hace referencia a otro trabajo suyo en la totalidad del libro. Tai vez la justificación la pode­ mos encontrar en que en aquella ocasión «se informa del experimento en 8 En aquella ocasión dijo de Ebbinghaus «me parece que es el líder errante de algo muy parecido a un rebaño de ovejas» (p. 54). 9 Su título es An experimental study o f so me problems o f perceiving and imaging.


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sonas consideran que la etapa más original de su trabajo es la que llevó a cabo en las décadas de 1920 y 1930 (cfr., p. ej., Edwards y Middleton, 1986; Oldfield, 1972; Shotter, 1990/1992), en contra de la opinión del pro­ pio Bartlett al final de su vida (cfr. 1957/1988, pp. 149-158). Pero la consi­ deración de por qué esto es así, podría llevarnos mucho más allá de los lí­ mites de este trabajo.

Remembering como recopilación de la obra temprana de Bartlett La producción total de Bartlett es bastante extensa, abarcando 193 tí­ tulos, de los cuales la mayoría los firma en solitario. Si dividimos su carre­ ra profesional en dos períodos, tomando como divisoria el inicio de la Se­ gunda G uerra M undial (1913-1939 y 1940-1968), resulta clarísima la influencia que el trabajo llevado a cabo durante el conflicto tuvo sobre la orientación de su producción. Mientras que antes de la guerra su trabajo tiene un carácter fundamentalmente académico, a partir del inicio de ésta su producción tom a un camino aplicado, principalmente con estudios de interés militar (cuyo destinatario más frecuente fue la R.A.F.) y otros de temáticas próximas, tales como estudios sobre desarrollo de habilidades de acción, efectos de la fatiga sobre el rendimiento o la relación hombremáquina. No es el caso que se dé una ausencia de trabajos de uno u otro tipo en ambos períodos, sino que la frecuencia relativa de unos y otros es muy diferente en ambos períodos. El análisis conjunto de la biografía intelectual de Bartlett y de su pro­ ducción bibliográfica anterior a 1939 revela un vuelco importante hacia 1931-1932. El prim ero de estos años alcanza una cátedra en Cambridge, mientras que en el segundo publica Remembering. Este libro no sólo constituye una de las aportaciones más importantes del autor que nos ocupa, sino que resum e y cierra toda una línea de trabajo. A partir de en­ tonces, su producción ya no se vuelve sobre sí misma, sino que se proyec­ ta hacia adelante, fundam entalm ente en el ámbito de la psicología del pensamiento y la psicología social. Estos nuevos proyectos desarrollan el punto de vista sobre lo psicológico que toma su forma más madura en el libro que el lector tiene en sus manos. El estallido de la guerra, como ya hemos comentado más arriba, le llevará luego por otros derroteros. Un primer aspecto a destacar es que la inmensa mayoría del material empírico que B artlett presenta en Remembering fue recogido en los años de la Primera G uerra Mundial y los inmediatamente posteriores. Algunos de estos datos empíricos provienen de su tesis de fellow y fueron recogidos ya en 1914 y consignados en tres trabajos anteriores (Bartlett, 1916b, 1920a


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mayor detalle de lo que aquí se hace» (1932, p. 17 de la versión original, nota 1), cosa que es cierta. Tiene interés subrayar que el trabajo sobre el que se basa este capítulo está dedicado al percibir y el imaginar, sin que en él se hicieran referencias a procesos de recordar. El mismo hace una alusión a esta cuestión, señalando que no puede hacerse una distinción ní­ tida entre el recordar, el percibir y el imaginar, pues al presentar una es­ cena para ser observada, informa de más de lo que se le presenta, tratan­ do inconscientem ente de ajustarse a la situación en la que se halla, aunque ello implique falsificar los datos de percepción (sic). En último término, el psicólogo experimental tiene que ser consciente de que está tratando con respuestas biológicas, y en la vida diaria el recuerdo literal no es evolutivamente adecuado. El recuerdo literal, para él, es más una construcción del laboratorio que algo que tenga importancia real en la vida de cada día, en donde los recuerdos se adaptan a las características de las situaciones en las que se evocan, teniendo un carácter constructivo. En lo que se refiere a los resultados que ofrece en este capítulo, apa­ recen algunas novedades respecto a las interpretaciones que hacía en 1916. Por una parte aparecen referencias al fenómeno de figura-fondo (Rubin, 1921), a la hora de interpretar los resultados, así como al concep­ to de esquema. Todo ello prestando, también, atención a las diferencias individuales en términos de temperamento, actitud e intereses. Aspectos éstos que ocupan un papel teórico muy importante en su obra pero en los que aquí no podemos detenernos10. El capítulo tercero se titula Experimentos sobre el imaginar y está ba­ sado, también sobre el mismo material al que se refería su trabajo de 1916 que antes citábamos. Aquí nos encontramos un estudio más pormenoriza­ do de las respuestas del que ofreció en la anterior publicación, así como la permanencia de un énfasis idéntico sobre el efecto de lo que llama «es­ fuerzo de buscar el significado» por parte del sujeto, que ya aparecía tam ­ bién en el capítulo anterior. Según él nos indica, existe siempre un esfuer­ zo para conectar lo que se presenta con algo anterior. Lo dado representa (stands for) algo no inmediatamente dado. Hay un patrón perceptual pre­ existente al acto de percibir. Esta situación preformada, esquema o pa­ trón se utiliza de forma inconsciente, y por ello los datos perceptuales tie­ nen significado y son asimilados. En ello está el origen del significado. El cuarto capítulo, titulado Experim entos sobre el recordar: a) el método de descripción recoge parte del m aterial experim ental que ya utilizó en su trabajo de 1921, ofreciendo algunas novedades respecto a 10 Para un análisis detallado de estos extremos, véase Rosa (1995).


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lo que allí se recogía, pues el m aterial que aquí ofrece tiene un co­ mentario de resultados más amplio. Hay que destacar que aquel traba­ jo trataba sobre La función de las imágenes, un título ciertamente ade­ cuado para su contenido, y que, de acuerdo con su postura que antes hemos expuesto, puede también ser analizado desde el punto de vista de la acción de recordar. En ambas ocasiones —el trabajo de 1921 y el capítulo de 1932— se ofrecen un conjunto de interpretaciones teóricas de gran interés, tanto en io que se refiere al papel del sentimiento y la disposición en el recuerdo, como en las estrategias (él las llama m éto­ dos) de los sujetos para evocar detalles del pasado (caras de personas). Es a partir del uso predominante que unos y otros hacen de las imáge­ nes o las palabras que los divide en «visualizadores» y «verbalizadores». El capítulo sexto (Experimentos sobre el recordar: c) el método del dibu­ jo ), recoge la segunda serie de experimentos a ia que se refería en la segun­ da parte del artículo de 1921, pero que allí analizó muy someramente. Aquí se pone claramente de manifiesto, y de forma expresa, la influencia crucial que la primera preocupación de Bartlett por cuestiones antropológicas (la convencionalización) ejerce sobre la totalidad de los trabajos empíricos que se recogen en este libro. El tema que aquí se trata es el proceso de transfor­ mación que sufren símbolos de diversa complejidad estructural y semejanza con su referente hasta llegar a convertirse en signos arbitrarios mediante su utilización continuada en series repetidas. El objetivo concreto de su traba­ jo consistía en buscar el modo de funcionamiento de los procesos psicológi­ cos que sostiene este proceso de convencionalización a nivel individual. Una novedad interesante respecto del primer artículo es que aquí separa los efectos atribuibles al material del atribuible al sujeto, algo que ya había hecho en el artículo de 1916, pero que, sin embargo, no reproduce en los otros capítulos en los que recoge esos mismos resultados y que ya hemos comentado. Los capítulos 5 y 7 están destinados a analizar el recuerdo de historias. Parte del material que allí se ofrece ya había sido objeto de análisis en un artículo publicado en la revista Folk-lore (sic) bajo el título de «Algunos experimentos sobre la reproducción de historias populares» (Bartlett, 1920a), en concreto las historias tituladas «la guerra de los fantasmas» y «el hijo que trató de ser más listo que su padre». También en este caso los resultados se ofrecen de modo más pormenorizado. En estos capítulos se ofrecen resultados de otras historias que no se mencionan siquiera en el artículo a que acabamos de referirnos. Eso, y el hecho de que una de ellas se refiera a acontecimientos que se fechan en el verano de 1918, parece sugerir que pudieran haberse administrado con posterioridad a la redac­


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ción del artículo de 1920. Ciertamente ése debe ser, también, el caso de los resultados obtenidos con estudiantes de universidades de la India, y que nos cuesta trabajo pensar que Bartlett hubiera renunciado a comen­ tar en una revista de antropología como la que eligió para su primera pu­ blicación en esta área. El capítulo octavo incluye análisis de materiales también recogidos en el artículo al que últim am ente nos venimos refiriendo (1920a), si bien de nuevo se produce el caso de una presentación más pormenori­ zada de resultados, pues en la prim era ocasión se limita a referirse a que ha utilizado este m aterial, y a señalar que los resultados con él obtenidos no son diferentes a los observados en el caso de la memoria de historias. Los tres capítulos siguientes están dedicados a hacer una elaboración teórica de los resultados hasta el momento ofrecidos. También en este caso se da la existencia de antecedentes en sus publicaciones previas. En concreto, el capítulo noveno recoge algunas de las temáticas que él ya había tratado en su conferencia en Ciudad del Cabo de 1929 n . El déci­ mo, está dedicado a exponer su teoría del recordar, en donde expone su adaptación del concepto de esquema de Sir Henry Head, y tiene también antecedentes (1927a). El capítulo 11 (Las imágenes y sus funciones), por su parte, retoma la discusión teórica final del artículo de 1921, al que an­ tes nos hemos referido, que aquí reinterpreta a través de la discusión que realizó en 192512 (referida a los resultados de los trabajos publicados en 1916 y 1921). Resulta interesante señalar cómo en este capítulo, en el apartado titulado «imaginar y pensar», tras haberse referido a las ventajas e inconvenientes de las imágenes —fundamentalmente, por un lado la ca­ pacidad de individuar las representaciones del pasado para extraerlas de los esquemas, y por el otro, la imposibilidad de referirse a contenidos no sensoriales y no concretos—, se extiende sobre las ventajas de las pala­ bras para formular principios de relación y solucionar problemas. En sus propias palabras: «Para transportar esa formulación, para utilizar las ca­ racterísticas generales cualitativas y relaciónales de la situación a la que de forma más o menos abierta se hace referencia, las palabras parecen ser los únicos instrumentos adecuados hasta ahora descubiertos o inventados por el hombre. Usadas de esta manera, tienen éxito donde las imágenes tienden más claramente a fallar: pueden nombrar a lo general tanto como describir a lo particular, y dado que tratan con conexiones formuladas, 11 Esta conferencia fue publicada en el Journal o f General Psychology en 1930, con el título Experimental Method in Psychology. 12 Feeling, imaging and Thinking.


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pueden sostener a la lógica de modo más abierto» (1932, p. 225 de la ver­ sión original). El capítulo doce (Significado) recoge cuestiones ya tratadas en sus trabajos de 1924 (,Symbolism in Folklore) y 1925, si bien con una sus­ tancial reelaboración, debida en buena parte a su tratam iento del recordar y al uso del concepto de «esquema» en los capítulos an te­ riores. El resto de los capítulos, dedicados a la consideración del recordar como una cuestión de psicología social, incluyen también temáticas ya abordadas con anterioridad, si bien éstas resultan más difíciles de rastrear de un modo literal. Por una parte, se da el caso de una elaboración nueva de temáticas que sólo había esbozado en trabajos anteriores con propósi­ tos muy diferentes. Piaremos mención en este caso tan sólo a las ocasio­ nes en las que sea posible establecer una relación casi literal en algunos de los aspectos que trata. El capítulo 13 realiza de forma expresa la cone­ xión entre lo psicológico y lo social a través del concepto de convenciona­ lización. El 14 representa el único caso de introducción absolutamente novedosa de material empírico. Se trata de un conjunto de experiencias originadas en su viaje a Sudáfrica en 1929, en donde realizó algunas expe­ riencias con sujetos de la etnia Swazi, además de recoger alguna evidencia de segunda mano a través de su contacto con los colonos y las autoridades coloniales británicas. Aquí vuelven a aparecer conceptos elaborados a partir de la psicología social de MacDougall y que ya habían aparecido, aunque de forma muy diferente en su libro de 1923 (Psychology and Primitive Culture). Especialmente relevante es su tratamiento de los concep­ tos de «temperamento» y de «tendencia», este último muy ligado al con­ cepto de Einstellung desarrollado por Watt en la época de su trabajo en Würzburg. El capítulo 16 tiene el título de Convencionalización. Se trata de un capítulo muy sugerente, en donde esboza la idea de un paralelismo entre los procesos sociales e individuales en lo que se refiere a la simplificación del material mediante su uso repetido. Esta idea es el leit-motiv que corre a lo largo de este volumen, y recuerda el paralelismo entre lo interpsíqui­ co y lo intrapsíquico desarrollados por otros autores contemporáneos de él. Ello, junto con su referencia a la necesidad de tener en cuenta la acti­ vidad social del grupo, su historia pasada y sus tendencias de futuro, ofre­ ce algunas preocupaciones en cierto modo paralelas a las que manifiesta por esa misma época la escuela histórico-cultural de Moscú. En este capí­ tulo aparecen, también, algunas temáticas tratadas en sus trabajos de 1928 (a y b). El capítulo 18, dedicado a tratar La noción de un inconsciente co­


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lectivo, merece un comentario algo más pormenorizado. Por una parte incluye una crítica a Jung que ya había anunciado hacía mucho tiempo (Psychology in relation to the Popular Story, 1920b) pero que no había desarrollado en profundidad hasta este momento. Los argumentos en los que basa su crítica ya aparecen en otros trabajos anteriores (1920b, 1923 y 1924). Básicam ente consiste en afirm ar que no puede haber símbolos sociales sin mentes que los sostengan, y que esos símbolos de hecho descansan sobre las instituciones, las costumbres y las activida­ des de los grupos, sin que tengan una vida propia ni una validez uni­ versal. Su existencia en diversas culturas es debida a la difusión y a la convencionalización de los símbolos por parte del grupo importador. Si se habla de un inconsciente colectivo, este térm ino podría sostener únicam ente un tratam iento casi nos atreveríam os a decir metafórico, pues ese inconsciente colectivo vendría a ser, entonces, los trazos de la memoria de la mente del grupo. Los dos últimos capítulos cierran los temas tratados en el libro y ofre­ cen un resumen final. Es digno de destacar que el capítulo 18 reconoce el profundo parecido entre su postura y la de Janet (1928), pero señala que cada uno ha llegado a sus conclusiones por vías completamente indepen­ dientes.

A modo de conclusión Los elementos hasta ahora examinados apuntan hacia algunas conclu­ siones que a continuación se presentan. En primer lugar, hay que destacar la estrechísima relación entre su obra anterior y Remembering. A este respecto hay que señalar que el tema de la «convencionalización», que en el volumen de 1932 ocupa sólo un capítulo, fue el problema fundamental que guió la parte más impor­ tante de su producción anterior desde 1914. Tal vez el libro que nunca lle­ gó a completar sobre este tema esté en el origen de la obra que aquí pre­ sentamos. Si tal fuera el caso, cabría decir que este libro no es, y nunca pretendió serlo, un libro sobre la memoria, un vocablo que, recordemos, evoca una facultad mental y que, por consiguiente, repugnaba a la m enta­ lidad funcionalista de un discípulo de James Ward. Remembering, pues, es un volumen dedicado al estudio de cómo las acciones de los sujetos (percibir, imaginar, narrar, etc.) referidas a acontecimientos del pasado eran evocadas pasado un cierto tiempo, y a buscar procedimientos de ex­ plicación para ello, que toma del campo de la neurología del movimiento (los esquemas de Henry Head) y de la antropología social (la convencio-


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que giran en torno al estudio de temas de fatiga en relación con la percepción. Esto último abunda a favor de la interpretación que aca­ bamos de ofrecer de una concentración en una de sus líneas de trabajo como contribución para el esfuerzo bélico de su país. Ello ciertamente le trajo un importante reconocimiento social, y representó el desarrollo de una aproximación teórica de alto interés para e! estudio de las ha­ bilidades complejas. Pero, tal vez, al precio de privarnos de algunas contribuciones en las áreas de trabajo que ya tenía iniciadas. De todo esto que acabarnos de decir podemos extraer algunas conclu­ siones que van más allá de la periodificación que acabamos de exponer. En Bartlett parecen darse diversas empresas13 que en parte coinciden en el tiempo y en parte se solapan. Puede hablarse de una primera empresa dedicada a la exploración de problemas antropológicos con una metodo­ logía psicológica experimental, y que se centra alrededor del estudio de la «convencionalización» de materiales culturales. Esta empresa, a lo largo de los años 1920 va evolucionando hacia el desarrollo de lo que él llama (Bartlett, 1936) una «aproximación» a la psicología, y que muy bien po­ dríamos considerarla como un sistema en formación del cual una primera muestra sería su libro de 1932. Esta empresa se transporta sobre diversas temáticas, entre las cuales cabría destacar la psicología social y del pensa­ miento. Por último, habría otra empresa, la referida al desarrollo de una psicología experimental aplicada, aspecto que no hemos tocado en este trabajo, pero que tiene una presencia importante en su trabajo desde su mismo inicio. Todas estas empresas y temáticas están conectadas entre sí, como no podía ser menos desde la «aproximación» que el propio Bartlett propugnaba. Por lo que se refiere al período en el que hemos centrado una parte importante de nuestro análisis, el que culmina en la década de 1930, hay algunas conclusiones que podemos extraer. En primer lugar, Bartlett es un psicólogo funcionalista, con una perspectiva genética y social, que sos­ tiene un enfoque constructivista del sujeto humano, desde una postura de psicología de la acción. Las fuentes teóricas de donde se surte para la adopción de estos puntos de vista con toda probabilidad están en la psico­ logía británica de la etapa de su formación, es decir, Stout y, sobre todo Ward (cfr. Northway, 1940a y b), y tienen su origen remoto en la postura de Brentano. Esta postura teórica —o tal vez sería mejor decir metateórica— en­ cuentra un instrumento explicativo de gran potencia con la incorporación 13 Utilizamos aquí el término empresa en el sentido que le da Gruber (1989).


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dél concepto de esquema que toma de Henry Head. Este concepto le per­ mite establecer el puente que necesita entre conceptos propios del ámbito de las actividades socioculturales (lo que él llamaba las instituciones, há­ bitos y costumbres de una sociedad) y las respuestas psicológicas de los sujetos individuales, a través de un concepto que se instancia en el ámbito biológico y que no es exclusivo de nuestra especie. Lo que sí lo es, es la capacidad del esquema para «volverse sobre sí mismo» a través de la acti­ vidad de la conciencia y así dirigir intencionalmente la acción aprove­ chando la experiencia previa. Este último aspecto que hemos mencionado, nos conduce a seña­ lar una sorprendente comunidad de ideas con la obra de algunos au­ tores contem poráneos suyos y que ya hemos señalado en otro lugar (cfr. Rosa, 1993, pp. 455-456). Allí indicábam os como Luria (1932) recoge tam bién la influencia de Hughlings Jackson y H enry H ead (1920, 1926), y, a partir de ella, elabora su concepción de los «siste­ mas funcionales» (cfr. Luria, 1932, pp. 370-371) en un momento muy anterior a su trabajo en medicina y fisiología, y en un libro que está dedicado a estudiar las ejecuciones motoras de sujetos muy variados (adultos, niños, delincuentes en estado de estres emocional, deficien­ tes mentales, etc.) y en donde trata, .también, el tema de la concien­ cia y la génesis de la voluntad. Esta coincidencia en el uso de las mismas fuentes, y en el trabajo sobre tem as próximos, junto con el interés —éste sí con orígenes muy diferentes en uno y otro caso— por estudiar las relaciones entre aspectos socioculturales, por un lado, y actividades psicológicas, por el otro, condujo a la elaboración de dos aproxim aciones teóricas coincidentes en muchos aspectos en lugares tan alejados —no sólo geográficamente— como eran Inglate­ rra y Rusia que aparecen publicadas en el mismo año 1932. Los aspectos coincidentes de estas dos posturas teóricas, y la posi­ bilidad de su enriquecimiento mutuo, es un tema que tal vez merezca ser explorado con detenimiento en el futuro. Tal vez una fresca m ira­ da hacia la aportación de los funcionalismos de principios de siglo per­ mitiera escribir una historia de la psicología en la que aportaciones como las de Baldwin, G.H. Mead, Bartlett, Janet, Wallon o Vygotski no fueran simplemente interesantes figuras disidentes de la línea domi­ nante en la historia oficial de la psicología. No resulta imposible imagi­ nar una historia de la psicología, aún no escrita, en la que una concep­ ción funcionalista y sociogenética del psiquismo humano, con una fuerte base biológica, marque unas líneas para el trabajo futuro distin­ tas al ya manido relato que engarza estructuralism o, conductismo y cognitivismo. No cabe duda de que el futuro arrojará luz sobre nuestro


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pasado, y que el paisaje que de este modo se revele, nos servirá para orientar la elección de nuevos caminos. Mirar al pasado no sirve únicamente para recrearnos en las ruinas producidas por el tiempo, sino que amuebla nuestras conciencias con sig­ nificados, nos sitúa en un flujo de eventos y nos hace construir narracio­ nes con una tensión que dirige a una acción futura. Bartlett en este libro no sólo nos m uestra unos problemas, una forma de trabajar y unos resul­ tados obtenidos con los recursos disponibles hace cerca de tres cuartos de siglo, sino que, también, pone ante nuestros ojos una sensibilidad ante lo psicológico y nos hace entrar en un diálogo que puede enriquecer nuestra propia forma de trabajar. Disfrutémoslo atendiendo a sus palabras y dis­ cutiendo con su propia voz. Madrid, julio de 1995

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PREFACIO

Una radiante tarde de mayo de 1913 se inauguró oficialmente el ac­ tual Laboratorio de Psicología Experimental de la Universidad de Cam­ bridge. El Dr. C. S. Myers, fundador y por aquel entonces director del La­ boratorio, me invitó a participar en las exhibiciones que había preparado. Por esta razón, permanecí durante varias horas sentado en una habitación oscura, donde mostraba a una larga fila de visitantes formas geométricas, dibujos y distintas ilusiones ópticas con el fin de que los examinaran bre­ vemente. Así fue como surgió este libro. Las interpretaciones de dichos observadores sobre las figuras que tenían ante ellos resultaron tan varia­ das como atractivas, dejando claro que la percepción visual normal podía verse determinada por un gran número de factores distintos. Surgía así la posibilidad de que un estudio experimental cuidadosamente diseñado pu­ diera desenmarañar varios de estos factores y mostrar su funcionamiento. Animado por otros colegas me puse a trabajar inmediatamente, pero muy pronto se hizo patente que un examen de los procesos perceptivos normales conduce directa e inevitablem ente a investigar los procesos mentales relacionados con ellos y, en particular, a estudiar la formación de imágenes y el recuerdo. Hacía ya un tiempo que Ebbinghaus había introducido en el laborato­ rio los «métodos exactos» de las sílabas sin sentido para estudiar la me­ moria. Como si estuviera moralmente obligado a ello, seguí sus directri­ ces y trabajé durante algún tiempo con material sin sentido. El resultado fue de frustración y creciente descontento. En la presente obra expongo ampliamente las razones de este resultado y, como consecuencia de éste, resolví intentar retener las ventajas de un método de enfoque experimen­ tal, con sus situaciones relativamente controladas, y a la vez mantener mi estudio lo más cercano posible a la realidad. Por tanto, elaboré, o selec­ cioné, un material que confiaba que resultara interesante por sí mismo y 45


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

que se asemejara al que cualquier persona normal encuentra constante­ mente en sus actividades cotidianas. A medida que avanzaba el trabajo y aumentaban los problemas, in­ tenté diseñar distintos métodos de presentar mi material, cada uno de los cuales guardaba relación con un conjunto concreto de problemas. En un principio, me interesé fundamentalmente por la naturaleza de percibir, formar imágenes y recordar en individuos concretos, pero pronto se hizo patente que los factores sociales desempeñaban un papel importante en numerosos casos. Por lo tanto, realicé entonces algunos experimentos que contribuyeran a mostrar lo que ocurre cuando el material se aplica sucesi­ vamente a cierto número de personas, todas ellas miembros del mismo grupo social. Lo anterior nos condujo de forma natural al estudio de ias influencias sociales específicas sobre el recordar, que constituye la segun­ da parte de este volumen. Un viaje a Africa me dio la oportunidad de lle­ var a cabo algunas observaciones de primera mano sobre el recuerdo so­ cial en un grupo de nativos de Swazi relativamente poco estudiado. Al margen de la importancia que pueda tener esta parte de la obra, creo que es lícito afirmar que muestra al psicólogo un tipo de investigación de cam­ po que ha sido sorprendentemente descuidada, y que, sin embargo, po­ dría producir resultados no sólo de importancia teórica, sino también de gran interés y valor práctico. En la creencia de que la psicología es una ciencia biológica en sus as­ pectos experimentales, he intentado adoptar una perspectiva estrictamen­ te funcional desde el comienzo hasta el final. Se han mantenido en una posición secundaria las consideraciones sobre las características descripti­ vas acerca de qué se percibe, imagina o recuerda. En todo momento, los problemas centrales versan sobre las condiciones bajo las cuales tiene lu­ gar el percibir, el formar imágenes y el recordar. Aunque en esta obra las teorías han surgido de los experimentos, el lector puede estudiar el material a su disposición en el orden que prefiera elegir. Si le gustan los datos experimentales, lo cual espero que ocurra, puede comenzar por ellos, para continuar con la teoría. Si los datos de los experimentos le parecen difíciles y faltos de interés sin una base teórica, tiene la posibilidad de leer primero la teoría y confrontarla con los resul­ tados experimentales cuando guste. Este libro pretende estudiar de un modo realista ese importante grupo de procesos mentales que se incluyen normalmente bajo el término «re­ cordar», tal como de hecho ocurren en cualquier individuo normal, tanto dentro del grupo social como al margen de él. Al hacerlo, resulta natural que muchas de las ideas más generalizadas en torno a estos procesos re­ sulten confirmadas por los experimentos. Por una u otra razón, con fre­


Prefacio

47

cuencia se considera que esta confirmación de las creencias vulgares prueba la inutilidad del experimento psicológico, aunque sea difícil com­ prender el motivo. Cualquiera estará de acuerdo en que sería desastroso que todos los juicios productos del sentir popular resultaran erróneos. El psicólogo trabaja forzosam ente en un campo en el que abundan dichas opiniones populares. No obstante, algunos puntos de vista muy generali­ zados han de ser com pletam ente descartados, especialmente aquel que considera que el recuerdo es la reexcitación, de una forma u otra, de «huellas» fijas e invariables. Estoy profundam ente agradecido a mucha más gente de la que puedo mencionar por la ayuda recibida al preparar este libro. Las primeras eta­ pas le deben mucho al difunto profesor James Ward y también al profe­ sor G. Dawes Hicks. El Dr. C. S. Myers me animó generosa e infatigable­ mente de principio a fin en este proyecto. No me es posible expresar la enorme pérdida que para mí supuso la prematura muerte del Dr. W. H. R. Rivers, cuya amistad y la ayuda que siempre estuvo dispuesto a pres­ tarme me sirvieron de estímulo constante. Mi deuda con Sir Henry Head se hará obvia para todo el que lea este libro, ya que fue en nuestro trato personal donde surgió la inspiración para llegar a comprender que la masa aparentem ente enm arañada de mis datos experimentales podía mostrar la coherencia y orden de funcionamiento de la mente humana. Al Dr. J. T. MacCurdy le debo más de lo que nunca pueda aparecer en el texto. Discutimos una y otra vez casi todos los problemas que fueron apa­ reciendo, y tanto sus críticas amistosas como sus constructivas sugerencias me han sido de gran ayuda. No puedo olvidarme de la gran amabilidad con la que todos, blancos y negros, me recibieron en mi breve visita afri­ cana. Varias generaciones de estudiantes me han obligado a intentar acla­ rar muchos puntos oscuros y me han ayudado a recoger el material. No puedo dejar de expresar mi agradecimiento de nuevo al profesor C. D a­ wes Hicks por la gran amabilidad y cuidado con los que leyó las pruebas de este libro. La mayor ayuda y estímulo han sido los recibidos por parte de mi es­ posa. F. C. B a r t l e t t Laboratorio de Psicología Cambridge Mayo de 1932


Primera parte ESTUDIOS EXPERIMENTALES


!

Capítulo 1 EL EXPERIMENTO EN PSICOLOGÍA

1.

Los comienzos

No cabe duda de que la afirmación de que el experimento en psicolo­ gía es «como mínimo tan antiguo como Aristóteles»1 tiene algo de ver­ dad. No obstante su utilización como método de exploración sistemática de las reacciones humanas es bastante más reciente. Este aspecto reviste cierta importancia, pues significa .que, antes de que el experimento se aplicara en psicología de forma sistemática, el método experimental ya gozaba de una larga historia en otros campos, sobre los que los primeros experimentadores en psicología basaron tanto sus objetivos como sus mé­ todos. Todos los pioneros de la psicología experimental se formaron bien en física, bien en fisiología, y su influjo, para bien o para mal, todavía continúa marcando los métodos de laboratorio aceptados en psicología. Además, muchos de ellos fueron hombres de fuertes inclinaciones filosó­ ficas, como era natural en aquella época. Así, Gustav Theodor Fechner, a quien suele considerarse fundador de la psicología experimental, en reali­ dad estaba interesado básicamente en establecer una perspectiva panpsíquica del Universo. La tendencia a usar el experimento psicológico fun­ damentalmente como apoyo de alguna teoría filosófica global ha estado unida a la psicología experimental desde sus primeros días, y ha propor­ cionado a los críticos de esta rama de la ciencia muchas de sus armas más poderosas. Fechner se licenció en medicina pero pronto se interesó por la física y las matemáticas. Desarrolló sus métodos a partir del trabajo del fisiólogo E. H. Weber y mantuvo una estrecha colaboración con A. W. Volkmann, profesor de anatomía comparada en Leipzig. Helmholtz, al que se consi­ dera igualmente, e incluso de forma más merecida, como uno de los gran­ des pioneros de la psicología experimental, estudió también medicina, 51


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

pero fue antes que nada un físico. Wundt, el primer hombre que se plan­ teó claramente como objetivo hacer una ciencia experimental de la psico­ logía. se formó como fisiólogo. Hering, al que con frecuencia se le conce­ de menos crédito del que merece por su influencia en ciertas líneas de investigación psicológica, era asimismo fisiólogo. Al lado de estos hom­ bres hubo otros con intereses más teóricos y especulativos. Stumpf, de formación médica asimismo, estaba interesado fundamentalmente en la música y la filosofía, y G. E. Müller, quien influyó mucho y notablemente en el desarrollo de la psicofísica, así como en otros muchos campos, po­ seía una formación filosófica. No es raro, pues, que la psicología experimental comenzara bien con estudios directos de reacciones sensoriales específicas, bien intentando es­ tablecer una medida de la relación existente entre los estímulos físicos y distintas formas aparentemente sencillas de reacciones o experiencias hu­ manas resultantes. Asimismo, tampoco causa sorpresa que se desarrolla­ ran rápidamente posiciones de amplio alcance teórico. Es fácil compren­ der, además, las causas por las que constantem ente se ha intentado controlar las variaciones de la respuesta y de la experiencia mediante va­ riaciones conocidas de los estímulos y explicar las primeras en términos de los últimos, así como las razones de que se haya sostenido que las reac­ ciones deben reducirse a su forma «más simple» y estudiarse separadas del grupo de respuestas con las que están relacionadas en la vida cotidia­ na. Sin embargo, aun cuando nos limitemos a investigar sobre sentidos es­ pecíficos, la tendencia a poner excesivo énfasis en la definición del estí­ mulo, junto con el objetivo de simplificar mediante el aislamiento de la reacción, originan profundas dificultades psicológicas, que se ponen aún más de manifiesto cuando el método experimental trata de abordar res­ puestas humanas de gran complejidad.

2.

Su evolución

Una vez que se introdujo el método experimental, resultaba inevitable que tarde o temprano su aplicación se extendiera a todos los campos de estudio psicológico. Como todo psicólogo sabe, Wundt fundó el primer laboratorio de psicología experimental en 1879. Por aquel entonces, Eb­ binghaus trataba de encontrar un medio de aplicar los métodos exactos de Fechner al estudio de los «procesos mentales superiores» y, en particu­ lar, a la memoria. Lo logró, para su satisfacción, y en 1885 publicaba el ensayo Über das Gedachtniss, que es considerado incluso en la actualidad uno de los más grandes avances de la psicología experimental. Tenía


El-experimento en psicología

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como objetivos la simplificación de los estímulos y el aislamiento de las respuestas. Para conseguirlo primero utilizó sílabas sin sentido como ma' terial de memoria y creyó, curiosamente, que con ello lograría lo segundo de form a inmediata. Vale la pena considerar con algún detalle lo que logró Ebbinghaus. Se dio cuenta de que si el material que utilizamos para recordar está forma­ do por párrafos, tanto en verso o como en prosa, no podemos estar segu­ ros de que dos sujetos cualesquiera comiencen en el mismo nivel. Dicho m aterial provoca corrientes interminables de asociaciones entrecruzadas que pueden diferir de forma significativa de unas personas a otras. Es un experim ento con hándicap, en el cual se desconocen los pesos empleados como tales. Es obvio que se trata de una dificultad apreciable puesto que el peso de la explicación recae sobre el estímulo, y parece que los estímu­ los varían de una persona a otra de modo incalculable e incontrolable. Una form a fácil de superar el obstáculo podía ser preparar el material de tal m odo que tuviera el mismo significado para todo el mundo y que lo que se originara a partir de él se pudiera explicar dentro de los límites del propio experim ento. Puesto que las condiciones experimentales son al mismo tiem po conocidas y fáciles de analizar, las explicaciones se podrían expresar de forma precisa y con la máxima certeza posible. Por lo tanto, pensó ingeniosamente Ebbinghaus, si inicialmente el material no significa nada, quiere decirse que posee el mismo significado para todo el mundo. En consecuencia, cualquier variación que se observe en el transcurso del experim ento debe poder explicarse por el desarrollo mismo del experi­ mento. En realidad, los experimentos son bastante menos sencillos de lo que Ebbinghaus suponía. Cualquier psicólogo que haya utilizado silabas sin sentido en el laboratorio sabe perfectamente que provocan un conjunto de asociaciones, que pueden llegar a ser bastante más extrañas y variar en mayor m edida en cada persona que si se hubiera empleado el lenguaje común con su significado convencional. No se considera que este inconve­ niente sea muy serio porque se puede contrarrestar con una exposición constante y fija de las sñabas e inculcando en el que aprende una actitud repetitiva perfectamente automática de tal modo que, con tiempo y pa­ ciencia, todos los sujetos aprendan a considerar las silabas únicamente por sí mismas. U na vez más, el remedio es peor que la enfermedad. Efectivamente, los resultados de los experimentos con sílabas sin sentido comienzan a ser significativos cuando se han establecido hábitos muy especiales de recep­ ción y repetición. Es entonces cuando pueden arrojar luz sobre cómo se establecen y controlan tales hábitos, pero resulta como mínimo dudoso


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

que nos puedan ayudar a comprender cómo se producen generalmente las reacciones de memoria. Si hay alguien que no deba temer al estímulo es el psicólogo. Sin em­ bargo, el que la estructura de los estímulos sea uniforme y sencilla no ga­ rantiza que la estructura de la respuesta orgánica, particularmente en el nivel humano, resulte asimismo uniforme y sencilla. Consideremos el vie­ jo y conocido ejemplo del pintor paisajista, el naturalista y el geólogo que caminan juntos por el campo. Uno advierte y recuerda la belleza del lu­ gar, otro los detalles de flora y fauna y el tercero las formaciones de sue­ los y rocas. Es indudable que, en este caso, los estímulos seleccionados en cada caso a partir de lo que está presente, son distintos para cada obser­ vador y, por consiguiente, también lo será su recuerdo. No obstante, las distintas reacciones provienen de una misma causa y se originan en cada caso a partir de intereses establecidos. Si pusiéramos secciones de roca ante las tres personas, todavía persistirían las diferencias y probablemen­ te serían muy marcadas. La igualdad de las condiciones estimuladoras ex­ ternas es perfectamente compatible con la variabilidad de las condiciones determinantes, y a su vez, puede darse estabilidad de los determinantes junto con variabilidad de los estímulos. En cuanto a este aspecto de su método.relacionado con el estímulo, se le pueden hacer las siguientes críticas al trabajo de Ebbinghaus: a) Es imposible eliminar el significado de los estímulos en la medida en que sigan siendo capaces de provocar una respuesta humana. b) El intento de eliminarlo crea una atmósfera artificial en todos los experimentos de memoria convirtiéndolos más bien en estudios sobre el establecimiento y mantenimiento de hábitos repetitivos. c) Al hacer depender la explicación de la diversidad de respuestas de evocación fundamentalmente de las variaciones de los estímulos y de su orden, frecuencia y modo de presentación, se ignoran peligrosamente aquellas condiciones de respuesta igualmente importantes relacionadas con las actitudes subjetivas y con las tendencias de reacción predetermi­ nadas. El «gran avance» de Ebbinghaus conlleva serias dificultades si atende­ mos únicamente a la parte que se refiere a los estímulos en su situación experimental, pero cuando además examinamos la teoría del aislamiento de la respuesta que subyace a su método, surgen problemas aún mayores. Se supone que al simplificar los estímulos la respuesta se simplifica. A continuación parece darse por sentado que esta simplificación de la res­ puesta equivale a aislarla y, para terminar, con frecuencia parece supo­


El experimento en psicología

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nerse —aunque no sea una implicación necesaria del método— que cuan­ do sabemos cómo se ha condicionado una respuesta aislada, podemos 'concluir legítimamente que se producirá del mismo modo cuando se halle integrada en otras formas de reacción más complejas. Desde un punto de vista psicológico, es siempre extremadamente difí­ cil establecer en qué consiste la simplicidad de la respuesta. Algunas, ve­ ces consideramos que la respuesta «simple» es aquella que aparece pri­ mero en un orden de desarrollo, como cuando decimos que percibir es «más simple» que pensar, o que las reacciones táctiles son «más simples» que las visuales. Bajo este punto de vista, obviamente las sñabas sin senti­ do no nos dan simplicidad de respuestas, ya que nadie sueña con apren­ der a conectar laboriosamente largas listas de material sin significado has­ ta que llega al laboratorio de psicología, momento en el que debe de haber alcanzado cierta madurez aunque quizás no mucho juicio. En otras ocasiones, la respuesta «simple» es aquella sobre la que el agente no puede decir prácticamente nada, excepto que ha ocurrido. Se trata de un criterio resbaladizo porque algunos sujetos no encuentran prácticam ente nada que decir sobre ninguna respuesta, mientras que otros parecen capaces de hacer de cada reacción el tema de una larga dis­ cusión analítica. Es evidente a este respecto que las reacciones ante el material sin sentido no se encuentran en una posición favorable entre la masa de respuestas de memoria de la vida cotidiana. Algunas veces llamamos «simple» a una respuesta que es separada del funcionamiento simultáneo de las otras respuestas con las que norm al­ mente se encuentra integrada. Este es el tipo de «simplicidad» que, según parece, se tiene en mente al hacer experimentos con material sin sentido. Por ejemplo, Myers —al comentar favorablemente el uso de tales méto­ dos— dice que al emplear sílabas sin sentido «hemos sido capaces de eli­ minar las asociaciones por el significado y de establecer las condiciones que afectan a la mera retentividad y reproductibilidad de una presenta­ ción, y que determina el número y curso de las asociaciones que se for­ man entre los miembros de una serie de tales objetos. Es cierto que las condiciones establecidas se pueden alejar bastante de las que reinan en la vida cotidiana pero sólo a partir de comienzos tan simples puede avanzar el conocimiento psicológico más allá del estadio que ya se había alcanza­ do antes de aplicar el experimento»2. Es decir, en nuestros experimentos tenemos que vérnoslas con la memoria pura o con la evocación no conta­ minada por cualquiera de las funciones relacionadas con las que se acom­ pañan en la vida cotidiana. Con todo, sólo hay una forma de asegurar el aislamiento de la res­ puesta: extirpar o paralizar las funciones que le acompañan. Se trata de


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

uno de los métodos perfectamente legítimos del fisiólogo. Se puede argüir que el psicólogo, que siempre ha pretendido estudiar el organismo intacto e integrado, debe bien evitar utilizar este método, o al menos emplearlo con extremada precaución. Lo cierto es que tal aislamiento no se garanti­ za simplificando las situaciones o los estímulos y dejando que responda un organismo de la misma complejidad, pues de esta manera estamos simplemente forzando a este organismo para que movilice todos sus re­ cursos y construya o descubra una nueva reacción compleja sobre la mar­ cha. El psicólogo experimental puede proseguir con las respuestas hasta que las haya encajado en el molde del hábito, pero cuando lo haya logra­ do, habrán perdido precisamente ese carácter especial que las convirtió inicialmente en objetos de su estudio3. El tercer supuesto —que una vez hemos estudiado las reacciones ais­ ladas, podemos concluir de inmediato que éstas operarán de ese mismo modo y en las mismas condiciones cuando sean componentes parciales de respuestas más complejas— es menos importante. Es indudable que Eb­ binghaus y, en mayor medida, muchos de sus imitadores partían de esa premisa. De hecho, no pocas de las afirmaciones sobre el recuerdo basa­ das en este supuesto sin duda son correctas debido a que, como hemos visto, el método se aleja bastante de su alardeada «simplicidad». No obs­ tante, el estudio de las reacciones aisladas posee un valor en y por sí mis­ mo, y aunque sus conclusiones se deban generalizar con gran cuidado, a menudo proporcionan claves en relación con la respuesta integrada que no se podrían obtener fácilmente de otra manera. He tratado ampliamente los experimentos de sílabas sin sentido por una parte, ya que generalmente se considera que ocupan un lugar de suma importancia en el desarrollo del método exacto de la psicología y, por otro lado, porque el grueso de este libro trata de problemas del recor­ dar estudiados mediante métodos que difieren de los de la escuela de Eb­ binghaus en cuanto a la rigidez del control. Además, la mayor parte de lo que se ha dicho podría aplicarse, con los cambios necesarios de termino­ logía y referencia, a la mayoría de los trabajos experimentales sobre per­ cibir, formar imágenes, sentir, elegir, desear, juzgar y pensar. Todos ellos tienden a subrayar el carácter determinante del estímulo o de la situación, se esfuerzan por lograr aislar la respuesta simplificando el control exter­ no. Los métodos de los grandes pioneros físicos y fisiólogos, que a menu­ do lograron un enorme y espléndido éxito al estudiar reacciones sensoria­ les específicas, se han extendido por toda la ciencia psicológica. Con todo, han ido surgiendo constantemente nuevos problemas, en su mayor parte relacionados con condiciones de respuesta que han de ser consideradas como internas al propio organismo —o sujeto—.


El experimento en psicología

3.

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Desarrollos estadísticos

En Inglaterra el «padre» de la psicología experimental fue Francis Galton, un investigador brillante y original, un hombre con una mente y posición independientes que poseía una muy buena formación en biolo­ gía general, a la vez que un amplio abanico de intereses. Creía como na­ die que la ciencia debía tratar con cantidades siempre que fuera posible, pero al mismo tiempo su amplia perspectiva humanística le había enseña­ do que en todos los experimentos psicológicos existe un grupo de circuns­ tancias imperfectamente controladas e imposibles de variar de una en una. Creyó haber encontrado un medio de soslayar la dificultad al adop­ tar un tratamiento estadístico de los resultados observacionales y experi­ mentales. Sin embargo, dicho tratam iento no nos indica en realidad el modo en que se ha producido la reacción individual, sino que nos propor­ ciona más bien una visión de las tendencias de respuesta y de sus interrelaciones. Puesto que las medidas que expresan estas tendencias y sus rela­ ciones resumen taquigráficam ente los resultados de un núm ero muy amplio de casos, puede suponerse que carecen de las limitaciones acci­ dentales de los casos concretos y que establecen, dentro de límites que también se pueden indicar estadísticamente, conclusiones que pueden considerarse válidas para toda la investigación. En gran medida por influencia directa, pero probablemente debido también en parte a que el punto de vista de Galton ofrece un particular atractivo para el temperamento inglés, los métodos que aquél inició se han venido utilizando ampliamente en la psicología inglesa, y sus suceso­ res los han desarrollado extensamente4. De hecho, el método estadístico ha influido profundam ente en la investigación psicológica en todo el mundo. La primitiva creencia de que la psicología experimental podría desarrollar fácilmente situaciones experimentales ideales ha desaparecido prácticamente por completo. Por supuesto, también existen inconvenientes. Los métodos estadísti­ cos son en cierto modo expedientes temporales, recursos para el manejo de ejemplos en los que operan simultáneamente numerosas circunstan­ cias, pero no muestran la forma en que estas condiciones se relacionan entre sí, ni son capaces de arrojar luz sobre la naturaleza de dichas cir­ cunstancias. Para conseguir aclarar en cierta medida estos aspectos, toda­ vía tenemos que depender de la disposición empírica previa de las cir­ cunstancias que sea posible y aprender lo que podamos a partir de un cuidadoso estudio observacional de los casos sobre los que estamos traba­ jando. Como dice Yule: «El mero hecho de que el experimentador esté obli­


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gado a usar métodos estadísticos conduce a una reflexión sobre su trabajo experimental. Muestra que no ha logrado alcanzar el verdadero objeto del experimento ni excluir las causas de alteración. Debería preguntarse en cada etapa: ¿son realmente inevitables estas fuentes de alteraciones? ¿Puedo eliminarlas o reducir su influencia?... En cualquier caso, el objeti­ vo del experimentador debería ser siempre el de reducir al mínimo el peso de los métodos estadísticos en sus investigaciones»5. Si se examina con una mente inquisitiva cualquier ejemplo característico del enorme vo­ lumen de trabajos al que se aplica la estadística en la psicología experi­ mental contemporánea, no podrá por menos que llegarse a la convicción de que un gran número de investigadores se preocupan poco por organi­ zar u observar las condiciones de las reacciones que estudian, esforzándo­ se sólo por obtener una gran cantidad de reacciones que puedan tratar es­ tadísticamente. Este es exactamente el error opuesto al del experimento de tipo E b­ binghaus. En aquél encontrábamos una creencia ingenua en la completa eficacia de las circunstancias externas para producir cualquier tipo de re­ acción deseada, mientras que en éste, en el peor de ios casos, hallamos una fe igualmente ingenua en el valor de puntuar las respuestas, estable­ cer la media y la correlación, aun cuando el investigador deje de preocu­ parse por la variabilidad de las condiciones determinantes. Si el primero puede conducir a un optimismo injustificable, me parece que el segundo elimina totalmente el espíritu psicológico. Para que las aplicaciones estadísticas tengan algún valor en psicología deben ir precedidas, a la vez que complementadas, por la observación y la interpretación, cuanto más exactas mejor. Tomemos uno de los ejem­ plos de Yule. La tasa de matrimonios de un país depende de un amplio número de circunstancias, entre las cuales se supone que la situación del comercio y de la industria constituye un grupo de ellas. La idea de que estas consideraciones económicas sean relevantes no viene demostrada por la estadística, sino que se deriva en primer lugar de nuestros conoci­ mientos y observaciones comunes. Luego, los estadísticos, con sus méto­ dos específicos, tratan los datos disponibles desde ambos aspectos y de­ muestran que la curva de la tasa de matrimonio «muestra una serie de oscilaciones u ondas que reflejan de forma bastante ajustada los movi­ mientos cíclicos generales en el comercio y la industria»6. Se aíslan las ondas, tanto de la tasa de matrimonio como de las importaciones y ex­ portaciones, y se relacionan la ordenada de la onda de la tasa de m atri­ monio con la ordenada de la de comercio del mismo año y de los años inmediatamente precedente y posterior. En ese punto salta a la vista in­ mediatamente que la diferencia de fase entre las dos ondas es pequeña,


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gado a usar métodos estadísticos conduce a una reflexión sobre su trabajo experimental. Muestra que no ha logrado alcanzar el verdadero objeto del experimento ni excluir las causas de alteración. Debería preguntarse en cada etapa: ¿son realmente inevitables estas fuentes de alteraciones? ¿Puedo eliminarlas o reducir su influencia?... En cualquier caso, el objeti­ vo del experimentador debería ser siempre el de reducir al mínimo el peso de los métodos estadísticos en sus investigaciones»5. Si se examina con una mente inquisitiva cualquier ejemplo característico del enorme vo­ lumen de trabajos al que se aplica la estadística en la psicología experi­ mental contemporánea, no podrá por menos que llegarse a la convicción de que un gran número de investigadores se preocupan poco por organi­ zar u observar las condiciones de las reacciones que estudian, esforzándo­ se sólo por obtener una gran cantidad de reacciones que puedan tratar es­ tadísticamente. Este es exactamente el error opuesto al del experimento de tipo E b­ binghaus. En aquél encontrábamos una creencia ingenua en la completa eficacia de las circunstancias externas para producir cualquier tipo de re­ acción deseada, mientras que en éste, en el peor de ios casos, hallamos una fe igualmente ingenua en el valor de puntuar las respuestas, estable­ cer la media y la correlación, aun cuando el investigador deje de preocu­ parse por la variabilidad de las condiciones determinantes. Si el primero puede conducir a un optimismo injustificable, me parece que el segundo elimina totalmente el espíritu psicológico. Para que las aplicaciones estadísticas tengan algún valor en psicología deben ir precedidas, a la vez que complementadas, por la observación y la interpretación, cuanto más exactas mejor. Tomemos uno de los ejem­ plos de Yule. La tasa de matrimonios de un país depende de un amplio número de circunstancias, entre las cuales se supone que la situación del comercio y de la industria constituye un grupo de ellas. La idea de que estas consideraciones económicas sean relevantes no viene demostrada por la estadística, sino que se deriva en primer lugar de nuestros conoci­ mientos y observaciones comunes. Luego, los estadísticos, con sus méto­ dos específicos, tratan los datos disponibles desde ambos aspectos y de­ muestran que la curva de la tasa de matrimonio «muestra una serie de oscilaciones u ondas que reflejan de forma bastante ajustada los movi­ mientos cíclicos generales en el comercio y la industria»6. Se aíslan las ondas, tanto de la tasa de matrimonio como de las importaciones y ex­ portaciones, y se relacionan la ordenada de la onda de la tasa de matri­ monio con la ordenada de la de comercio del mismo año y de los años inmediatamente precedente y posterior. En ese punto salta a la vista in­ mediatamente que la diferencia de fase entre las dos ondas es pequeña,


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con sólo un ligero retraso de las ondas de la tasa de matrimonio con res­ pecto a las de la tasa de comercio. Entonces nos valemos una vez más de la interpretación. Si los aplaza­ mientos de los matrimonios dependieran únicamente de las circunstancias de la industria el año en que tienen lugar, la curva de la tasa de matrimo­ nios debería ir muy por delante de la curva de comercio. Yule pudo de­ mostrar que las estadísticas son coherentes con «la simple suposición de que los aplazamientos son proporcionales a las condiciones medias en un determinado año junto con los cuatro o cinco años precedentes». En este ejemplo, la interpretación se produce en dos momentos: pri­ mero, para establecer la línea de toda la investigación y, segundo, para comprobar y dirigir los resultados iniciales de la investigación. En ambos momentos la interpretación descansa directamente en la observación hu­ mana. Si podemos aplicar estas consideraciones al campo de la estadística demográfica, también lo podemos hacer con más razón al uso de la esta­ dística en psicología, donde con frecuencia, y a pesar de todas las dificul­ tades, es posible limitar y controlar la observación en mayor o menor gra­ do. De principio a fin, el psicólogo estadístico debe confiar en que la psicología le diga dónde aplicar y cómo interpretar su estadística. En este libro, sin embargo, no habrá estadísticas, lo que no implica en absoluto desprecio hacia una de las más poderosas herramientas con que puede contar el psicólogo, sino que se debe tan sólo a que se intenta abordar un campo de investigación en el que hay que definir las relacio­ nes supuestas de la forma más precisa posible antes de que pueda ser fructífero recoger y correlacionar conjuntos de resultados. «No hay nada», dice C. S. Myers, «más importante que el hecho de que el psicólo­ go experimental tenga una buena base teórica y práctica de tipo estadísti­ co. Pero al mismo tiempo no hay nada más importante que el que sepa cómo y cuándo usar sus conocimientos psicológicos y que los emplee de forma no meramente mecánica ni automática, sino prestando la conside­ ración debida a las circunstancias psicológicas»7.

4.

El experimento en psicología

La tarea del psicólogo experimentalista es particularmente difícil, no sólo debido a las múltiples condiciones que operan de forma simultánea en todos los casos, sino también a que frecuentemente los dos grandes grupos de estas condiciones parecen operar en direcciones opuestas. «Las condiciones de cualquier experimento psicológico son las condiciones in­ ternas del individuo (o «sujeto») por un lado, y las condiciones de su me­


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dio por el otro» 8. Ahora bien, como hemos visto, la estabilidad de este úl­ timo es perfectamente compatible con una gran variabilidad del primero y, de modo igualmente correcto, la variabilidad del último puede estar acompañada de la estabilidad del primero. Por consiguiente, por mucho que se controle cuidadosamente que las condiciones externas sean unifor­ mes, no se asegurará, sólo por ello, que la respuesta se produzca de modo conocido e inalterado. Este aspecto debe quedar claro, si consideramos que las reacciones psicológicas son sólo una clase de las respuestas bioló­ gicas que se han desarrollado para hacer frente a un medio externo en constante cambio. Por tanto, el medio externo puede permanecer constan­ te y, sin embargo, las condiciones internas del agente que reacciona —-las actitudes, estados de ánimo, todo ese conjunto de factores determinantes que caen bajo la denominación de temperamento y carácter— pueden va­ riar de forma notable. Sin embargo, éste es precisamente el tipo de deter­ minantes cuya importancia es primordial para el psicólogo. Por ejemplo, en muchos experimentos el sujeto tiene que reaccionar repetidas veces ante una situación simple y uniforme. Obviamente, las últimas respuestas que aparecen en la serie vienen determinadas de distintas maneras por las primeras y se trata de la clase de determinación que a menudo interesa directamente al psicólogo. Una vez más, las condiciones externas pueden variar, así también la descripción de las respuestas evocadas aunque el modo de determinación de las respuestas continúe siendo sustancialmen­ te el mismo. Por ejemplo, el deportista que describe un partido, el político que informa sobre algún debate actual de Estado, el músico que comenta un concierto, todos ellos abordan un material muy diferente, y no cabe duda de que su forma de realizar dicha tarea le parecería muy diferente a un observador. Sin embargo, su selección, crítica, ordenación y construc­ ción del material puede ser estricta y completamente comparable, ya que son producto de factores determinantes internos pertenecientes al mismo orden. De ello resulta que si bien la psicología experimental tiene que prepa­ rar las condiciones externas atendiendo a la uniformidad y el control, el experimentador no debería dudar nunca en romper dicha uniformidad externa en aras de la estabilidad de la respuesta. Asimismo, se deriva la escasa utilidad de contar, promediar y correlacionar respuestas a menos que se haya realizado previamente un cuantioso trabajo con el fin de dilu­ cidar las direcciones más probables donde buscar para establecer las co­ nexiones entre las condiciones y la reacción. El único tipo de problema que puede abordar el experimentalista es el de las condiciones, que en la psicología está expuesto a unas formas de confusión inexistentes en otras ciencias. En efecto, el psicólogo tiene que


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aceptar muy frecuentemente los informes verbales de los sujetos como material sobre el que construir sus hipótesis. Tales informes pueden con­ tener términos como «percepto», «imagen», «idea», «memoria», «pensa­ miento». Prácticamente de modo inmediato se tiende a discutir el estatus de cualquiera de ellos en una estructura de conocimiento acabada y el va­ lor de la información que parecen proporcionar sobre algún tipo de reali­ dad externa. Dicha discusión excede rápidamente los límites de la ciencia experimental e inevitablemente suscita interrogantes sobre la naturaleza de estos elementos del contenido comunicados en los procesos mentales. Surgen preguntas, por ejemplo como estas: «¿Cuál es la naturaleza de la imagen? ¿Cómo es que, si aparece como un objeto, se relaciona a su vez con un objeto externo? ¿Se puede aceptar que el “significado” que posee tiene una justificación objetiva?». Pero el experimentolista se debe limitar a preguntarse: «¿Bajo qué condiciones se produce ese tipo de respuesta que llamamos imagen, y cuáles son las funciones de la “imagen” en rela­ ción con el modo de reacción particular que se está estudiando?». Al es­ tablecer esta restricción para sí mismo, no está siendo partícipe, o no de­ bería serlo, de los otros problemas planteados por el epistemólogo. Puede que éstos sean más importantes, de la misma forma que son ciertamente más difíciles, incluso que los suyos propios.

5.

Acerca de este libro

El tema principal de esta obra es tratar acerca de los resultados de un amplio número de experimentos que atañen a las condiciones y funciones de recordar. Por las razones ya comentadas, y debido a que el proceso y desarrollo del recuerdo están inevitablemente entrelazados con el tipo de material que se tiene que aprender, he descartado el material de silabas sin sentido después de prolongados ensayos. Siempre que me ha sido po­ sible, he empleado el tipo de material que más se aproxima al que común­ mente se da en la vida real. No he dudado en variarlo de unas personas a otras o de unas ocasiones a otras ni en adaptar las características de su presentación cuando me parecía que de ese modo podía conseguir las me­ jores condiciones de comparación desde una perspectiva subjetiva. Me he esforzado de principio a fin por mantener totalmente vivos el influjo de actitudes, estados de ánimo, tendencias de reacción adquiridas e innatas y su organización en temperamento y carácter, tanto porque creo que son los tipos de condiciones de los que se debe ocupar fundamentalmente el psicólogo, como porque han recibido menos consideración de la que se merecen en trabajos anteriores. Cada uno de mis problemas, así como las


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formulaciones generales a las que llego finalmente, se pueden expresar en términos de condiciones y funciones; en ningún caso he considerado for­ malmente ni el estado del conocimiento que supuestamente se produce en eí recuerdo ni la naturaleza exacta de «elementos» psicológicos tales como «sensación», «percepto», «imagen» e «idea», que parecen constituir el contenido de los procesos de recuerdo en un análisis descriptivo. El psicólogo, tanto si utiliza métodos experimentales como si no, trata con seres humanos y no simplemente con reacciones. Por consiguiente, el investigador debe tomar en consideración la conducta cotidiana de los in­ dividuos normales, además de dar cuenta de las respuestas de sus sujetos en el laboratorio. El tema que estoy estudiando tiene implicaciones socia­ les obvias y notables, muchas de las cuales están fuera del alcance de la investigación experimental; con todo, pueden ser abordadas desde el mis­ mo punto de vista, si bien no de forma tan detallada. Por tanto, he inten­ tado investigar sobre las condiciones sociales del recuerdo; aclarar algu­ nos de los problemas de la determinación, dirección y modificación social de los procesos de recordar. Se puede pensar que no es el momento para escribir un libro sobre la memoria, porque la memoria se ha tratado en varias épocas como una fa­ cultad y el espíritu de la época está en contra de las facultades. Es perfec­ tamente cierto que nadie puede trazar un círculo en torno a la memoria y explicarla desde dentro de sí misma. El poder disolutivo de la investiga­ ción moderna parece haber disgregado la memoria en una serie de fun­ ciones relacionadas de distintos modos. Estas funciones pueden ser va­ rias, pero sin embargo, al actuar conjuntamente producen un proceso específico que requiere su propio nombre y una forma de estudio particu­ lar. Si queremos estudiar el modo en que se hace posible este proceso y cuáles son sus circunstancias en detalle, tendremos que estudiar sus ante­ cedentes y quizás también algunas de sus consecuencias en la evolución vital del hombre. Recordar no es una función completamente indepen­ diente, enteramente distinta de percibir, formar imágenes, o incluso del pensamiento constructivo, sino que tiene íntimas relaciones con todas ellas. Vamos a tratar ahora el estudio de estas relaciones.


Capítulo 2 EXPERIMENTOS SOBRE PERCIBIR

1.

Introducción

Los principales problemas de la primera parte de este libro tratan de las formas en que recordar es producto de la experiencia y conducta hu­ mana. Una observación general sugiere fácilmente muchos de estos pro­ blemas, pero para resolverlos con cierto grado de precisión hay que selec­ cionar algunos y someterlos a métodos de estudio más profundos. Todas las personas a las que en algún momento les haya preocupado la naturaleza y validez de las observaciones cotidianas han tenido que darse cuenta de que gran parte de lo que se llama percepción es, en el sentido amplio del término, evocación. Se presenta una escena para su observación y se percibe realmente algo de ella, pero el observador infor­ ma de mucho más. Rellena sus lagunas perceptivas con la ayuda de lo que ha experimentado anteriormente en situaciones semejantes o —lo que al final viene a ser lo mismo— describiendo aquello que considera que «en­ caja», o es pertinente para dicha situación. Al hacerlo puede no ser en ab­ soluto consciente de que está añadiendo o falseando los datos percepti­ vos; está sin ninguna duda haciendo lo primero en casi todos los casos y se puede demostrar que se halla efectuando lo segundo en bastantes oca­ siones. Se señala con frecuencia que hay que diferenciar tajantemente la me­ moria de esta forma inconsciente de complementar datos perceptivos in­ mediatos. Deberíamos decir que una persona está recordando sólo cuan­ do se halla orientada de forma precisa hacia su pasado y es consciente de que intenta rastrear algunos hechos que una vez se encontraron en su percepción sensorial, pero que ya no lo están. Esta concepción implica una distinción tajante entre percibir, recordar y formar imágenes. Lo pri­ mero se refiere a la respuesta directa a un conjunto o combinación de es­ 63


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tímulos sensoriales presentes de forma írime'üTata". Lo segundo, a un modo de utilizar tales combinaciones de estímulos, si bien el observador sabe perfectamente que ya no están presentes para ninguno de sus sentidos, pero qué lo estuvieron en algún momento. En el tercer caso, se considera que el material del que se trata —lo que es imaginado— es más fluido, ya que se pueden extraer sus detalles de muchas fuentes diferentes, pueden ser alterados de distintas formas en lo que a sus características se refiere, se pueden recombinar de modo que formen estructuras que no correspondan con ninguna de las que el observador haya presenciado de una forma concreta, sensorial. De una u otra forma estas concepciones han tenido amplia difusión y, en mi opinión, han sido una fuente de gran confusión para la psicología, tanto en el plano teórico como experimental. Esta posición fue expresada claramente por un observador muy incisivo al decir: «Las imágenes son móviles, vivas, experimentando constantemente cambios bajo el influjo permanente de nuestros sentimientos e ideas»1; y continuaba marcando una fuerte diferencia entre aquéllas y «los recuerdos fijos, inanimados», que van «al lado» constituyendo el material que recordamos. No sólo en­ contramos este error en la psicología tradicional, con su preocupación por las teorías totalizadoras. El «psicoanalista» moderno sostiene, con razón, que ha acercado la ciencia psicológica á la vida cotidiana como jamás lo había estado. Sin embargo, nos encontramos con que Freud desarrolla la idea de que los recuerdos forman una masa estática, que constituye por sí misma un sistema absolutamente libre de la contaminación de las funcio­ nes perceptivas, y relacionado con ellas mediante un mecanismo elabora­ do, cuyo funcionamiento exacto es difícil de comprender y de reconocer2. Incluso el experimentalista, que precisamente debería ser la persona en contacto más próximo con la respuesta orgánica genuina, casi siempre ha considerado la «evocación exacta» como un criterio de la memoria y se ha esforzado, en aras de la simplicidad, por estudiar el recordar como un tipo de función psicológica en sí misma. Deberíamos liberarnos del lastre de dicho error mediante dos conside­ raciones obvias. Si el psicólogo experimentalista reconoce que en gran medida continúa siendo un clínico, tendrá que darse cuenta de que sólo es posible estudiar cualquier función psicológica muy desarrollada toman­ do en consideración su historial. Para comprender por qué encontramos algo deberemos conocer qué es lo que lo ha precedido. En términos de nuestro problema general, para comprender cómo y qué recordamos, de­ beremos relacionarlo con qué percibimos y cómo. En segundo lugar, sólo con tomar en consideración que está trabajando con respuestas biológi­ cas, el psicólogo experimental se dará cuenta de inmediato de que la de­


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nominada evocación «literal» o exacta es una construcción artificial, bien imaginaria o de laboratorio, que incluso si se pudiera lograr, en la mayo­ ría de los casos sería desventajoso desde el punto de vista biológico. La vida es un juego continuo de adaptación entre respuestas que cambian y un medio que varía. Unicamente en un número relativamente escaso de casos —la mayoría de ellos producto de una civilización minuciosamente conservada— el retener los efectos de la experiencia sin alteraciones po­ dría ser otra cosa que un estorbo. Recordar es una función de la vida dia­ ria, por tanto ha tenido que desarrollarse de acuerdo con las exigencias de la misma. Dado que nuestros recuerdos se entremezclan constante­ mente con nuestras construcciones, quizás deban tratarse como poseedo­ res de un carácter constructivo. Si bien es cierto que tratan de confirmar la experiencia perceptiva personal pasada en términos psicológicos, no debe tomarse muy en serio esta pretensión, al margen de cuál sea su lógi­ ca, puesto que al tratar de reconciliar dicha demanda con el fluir efímero de la vida, utilizan inevitablemente las imágenes «móviles», que son con­ sideradas como la materia prima de la imaginación. Se dan, por tanto, las razones pertinentes para comenzar nuestro estu­ dio detallado de la psicología del recordar con una investigación sobre el carácter y las condiciones del percibir y formar imágenes.

2.

Experimentos sobre percibir

El mejor punto de partida para una investigación experimental de esos procesos del recordar que utilizamos constantemente en la vida dia­ ria es un estudio riguroso de los modos en que percibimos los objetos co­ munes, y de la evocación inmediata de los datos perceptivos. No es difícil ingeniar métodos para dicho estudio y un sinnúmero de experimentado­ res lo ha utilizado. Se muestran representaciones de los objetos elegidos, o bien los propios objetos, para ser observados bajo condiciones controla­ das y se pide inmediatamente a los sujetos que describan o reproduzcan de algún modo lo que acaban de ver, oír o captar de cualquier otra forma. Obviamente, una investigación completa de estas características debería incluir el material que aparece habitualmente, aunque pueda ser estructu­ ralmente complejo, así como ese material estructuralmente simple, relati­ vamente abstracto y convencional mucho más utilizado, como dibujos geométricos, formas esquemáticas y letras convencionales. Un experi­ mentalista tiene que evitar en todo momento el gran error de suponer que los estímulos que al ser examinados analíticamente resultan relativa­ mente simples corresponden necesariamente con respuestas constituyen-


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tes de puntos de partida funcionales o con experiencias que, desde el punto de vista del análisis, son poco ricas en detalle. Los experimentos que describiré y discutiré a continuación se refieren únicamente a la percepción visual, restringidos además a lo que atañe a la forma, tamaño relativo y posición, y a escenas de significado común, con exclusión de cualquier referencia directa al color, movimiento, profundi­ dad u otras características importantes de las respuestas visuales de la vida diaria. En cierto modo, puede decirse que al comenzar mi exposición con una reflexión sobre los resultados de presentar formas abstractas sim­ ples, he violado el principio de que los experimentos psicológicos sobre percepción y procesos mentales superiores deberían ser lo menos artifi­ ciales que fuera posible. No obstante, casi todos mis sujetos eran adultos y, dejando totalmente de lado las teorías que se refieren a la naturaleza fundamental de algunos de nuestros perceptos de forma, es indiscutible que el sujeto adulto normal e instruido entra en contacto a diario con fre­ cuencia harto suficiente con formas y contornos simples como para que cuando ios encuentre en un experimento no le produzcan en absoluto ninguna sorpresa que le obligue a elaborar una respuesta meramente ex­ perimental, para salir del paso. Se clasificó según sus características el material utilizado en estos ex­ perimentos sobre percibir partiendo de formas y patrones simples, pasan­ do por dibujos de una complejidad considerablemente superior, hasta lle­ gar al material gráfico representativo concreto. Se presentó todo el material en condiciones controladas, y durante in­ tervalos breves que iban desde aproximadamente 1/15 hasta 1/4 de se­ gundo3. Nuevamente, puede encontrarse una condición artificial y forza­ da en esta exposición breve y controlada, objeción que se sostiene sólo hasta cierto punto, pues en la vida diaria cuando se echa una ojeada, ra­ ramente se mantiene durante mucho tiempo la mirada sobre un objeto determinado.(Además, cuando hacemos que una persona observe y re­ produzca de forma precisa, por regla general aumenta considerablemen­ te su agudeza y sentido crítico; este es otro aspecto en el que la exposi­ ción breve se aproxima más a las condiciones normales^ Se volvió a repetir la exposición siempre que el sujeto lo pidió, así como también cuando consideré que era psicológicamente deseable, aunque el sujeto no lo pidiera. En el caso de los diseños más sencillos, ios sujetos reprodujeron lo que habían visto dibujándolo inmediatamente después de la observación. A menudo el dibujo se complementaba con una descripción y cuando al­ gún sujeto tenía dificultades para dibujar se le aconsejaba que describiera simplemente lo que había visto. En toda esta serie evité los interrogato-


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ríos, cuidándome especialmente de eliminar la utilización de cualquier su­ gerencia que no fuera la producida por el propio material. Treinta sujetos en total tomaron parte en estos experimentos sobre percepción. Entre ellos había personas de intereses y medios muy distin­ tos. Excepto uno, todos eran adultos.

3.

Percepción de dibujos y patrones sencillos

La serie 1 de este experimento constaba de dibujos y patrones bastan­ te sencillos. Las figuras que se utilizaron recaían naturalmente en tres grupos, de los que presento aquí una pequeña selección. En todos los ca­ sos se trataba de un grueso trazado en tinta negra sobre una tarjeta de ta­ maño de una postal ordinaria que se presentaba de modo que se enfocara plenamente sin precisar movimientos oculares. El primer grupo contenía muy pocos detalles. Son ejemplos característicos:

Grupo 1

La actitud de los observadores se mantuvo constante a lo largo de las exposiciones de todo este grupo. Examinaron cada dibujo como un todo y lo reprodujeron sin vacilaciones. No hubo ningún intento de observarlo analíticamente, lo que no implica que cada una de las partes del dibujo presentado tuviera la misma importancia al establecer el percepto. Normalmente se utilizaron nombres, incluso con figuras muy sencillas. Así, (i) se denominó frecuentemente «un cuadrado sin uno de sus lados»; se dijo que (ii) era «una Z del revés»; a (iii) se le llamó «N», y (iv) era «un cuadrado con diagonales». Por regla general, se decía el nombre según se mostraba la figura. El sujeto parecía más seguro y satisfecho siempre que lo usaba, si bien en estos casos sencillos el darle una denominación al di­ bujo raramente influyó en la exactitud de la representación. Aunque a (iii) se le llamó constantemente «N», todos los sujetos lo reprodujeron co­ rrectamente. Con todo, dar un nombre a los dibujos parecía asumir la función de convertir la actitud del observador hacia el objeto presentado en relativamente precisa y segura.


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Incluso un material perceptivo construido tan sencillamente como éste, presentó rasgos predom inantes, aunque no se produjera ningún intento específico de realizar un análisis. Por ejemplo, casi siempre se observó y se reprodujo una ab ertu ra, como la que se ilustra en (iv), aunque no pocas veces se le asignara una posición errónea. Este es un caso de transferencia de una característica de la observa­ ción cotidiana a una situación experim ental. Nos damos cuenta en seguida de cualquier característica poco familiar de un objeto que sí lo es o de cualquier aspecto sin sentido de las figuras que poseen un significado ordinario, t o fam iliar se acepta rápidam ente, lo que no lo es nos puede dejar en suspenso. De este modo, recordam os lo que es y a menudo cóm o es, pero podemos olvidar dónde está. D e­ m ostrarem os que esta selectividad de la respuesta, este predom inio de ciertas características en un p atrón conocido, presentes en todo proceso perceptivo y al recordar, posee una gran importancia psico­ lógica. Constituye la base del desarrollo^de las formas más conven­ cionales de representación y de conducta.! Por último, a menudo la interpretación va más allá que la presentación, incluso con material sencillo tratado de forma no analítica como el de los dibujos de este grupo. Algunas veces se colocó un bigotillo sobre* , a la vez que frecuentemente se cerró el cuadrado de (iv) aunque las diagonales se dejaron correctamente sin concluir. Los dibujos del grupo 2 contenían bastantes más detalles que los del grupo 1. Además, mientras algunos de ellos se podían interpretar como figurativos, otros eran combinaciones de líneas inconexas del tipo que se suele denominar «sin sentido». Por ejemplo:

oo o (v)

(viii)

De nuevo la actitud perceptiva general fue no analítica casi por ente­ ro. Se reaccionó ante cada dibujo como ante una unidad y, excepto en muy pocas ocasiones, no se examinó ni se construyó posteriormente por partes. No obstante, la mayoría de los sujetos titubearon en esta ocasión


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un poco más antes de intentar anotar lo que habían visto. Según dijeron, al esperar un rato podían automáticamente «lograr una imagen clara» del objeto en cuestión. La utilización de un nombre cobró mayor importancia. Ahora no sólo satisfacía al observador sino que le ayudaba a conformar su representa­ ción. Por ejemplo, (vi) recibió el nombre de «piqueta» en una ocasión y fue representado con dientes puntiagudos. Otra vez recibió el término de «cortadora de césped» y fue dibujado con una hoja redondeada. Fue con­ siderado como mitad parte de una llave (el mango) y mitad parte de una pala (la hoja) y se modificó consiguientemente su representación. Seis observadores lo denominaron «ancla» y exageraron el tamaño del anillo de la parte superior. Sólo en un caso se reprodujo correctamente la pun­ ta de la hoja: fue un sujeto que consideró que el dibujo representaba un «hacha de guerra prehistórica». A (v) se le denominó en dos ocasiones «marco de cuadro» y fue reproducido en estos casos de la siguiente ma­ nera: \ y

)

\

Pero el sujeto que las mencionó como «dos escuadras de carpintero colocadas juntas» hizo correctamente la figura desde el primer intento. Todo esto ilustra claramente qué gran variedad de nombres puede darse a un material de observación simple 4 y también —un punto de apo­ yo más para nuestra hipótesis— cómo, en cuanto es asignado un nombre, conforma inmediatamente tanto lo que se ve como lo que se recuerda. En todos estos casos el nombre se dijo inmediata e irreflexivamente porque el patrón visual presentado parecía «ajustarse» o «encajar en» en el acto a algún esquema o marco p r e v i o s L a conexión del patrón dado con un marco determinado es obviamente un proceso activo porque, ha­ blando en sentido abstracto, el marco utilizado es sólo uno de un amplio elenco, de los cuales cualquiera podría haberse puesto en funcionamien­ to. Pero, aunque activo, no es consciente porque el observador no cae en la cuenta de la búsqueda y subsiguiente ajuste que realiza. Llamaré a este proceso fundamental de conectar un patrón dado con algún marco espe­ cial o esquema, esfuerzo en pos del significado. Es un proceso que se ilus­ trará repetidamente en experimentos ulteriores y que se puede llevar a


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cabo de muchas maneras, algunas de las cuales serán reveladas según avance el libro. Supongamos que el material presentado parece raro, inconexo o poco familiar. Dar un nombre todavía desempeña un papel predominante pero generalmente no de la misma manera. Podemos tomar como ejemplo los dibujos (vii) y (viii): la dificultad fue mayor con (vii) porque en (viii) hay un orden de colocación al que casi todos los sujetos reaccionaron rápida­ mente. Insistiré más adelante sobre este orden de colocación percibido porque es un factor muy importante tanto en la percepción como en la evocación6. En casi todos los casos, cuando una figura resultaba rara, inconexa y poco familiar se planteaba de inmediato una analogía. Así, el hecho de dar un nombre intervenía de nuevo, aunque de un modo distinto, pues la analogía tenía que ver prácticam ente todas las veces con la form a de una figura, o con la disposición de sus líneas y curvas. Cuan­ do se presentó (viii) a un estudiante de matemáticas señaló inmediata­ mente: «Esta colocación de las líneas me recuerda un ‘determ inante’». Su reproducción inmediata fue exacta y varias semanas más tarde to ­ davía recordaba y reproducía correctam ente esta figura. La imagen sensorial específica, que nunca es esencial en el proceso de «ajuste», puede entrar en juego con el uso de este método, como veremos más adelante. Otro aspecto que en subsiguientes experimentos se ilustrará muchas veces se observó por vez prim era con (vii): la tendencia a multiplicar los detalles con el material inconexo, tendencia que fue especialmente marcada en algunos sujetos. Se trataba de personas que intentaban siempre reaccionar a todo lo que se les presentaba con un simple vistazo y que mantenían una actitud segura en todo momento. La im­ presión inmediata era la de acumulación de detalles. El proceso p er­ ceptivo global parecía acelerado. La propia aceleración sugería proba­ blemente que había más que ver de lo que realmente había7. El sujeto seguro se justifica inm ediatam ente —llega a una racionalización, por decirlo así— añadiendo más detalles de los que realmente hay; m ien­ tras que el sujeto precavido, dubitativo, reacciona de forma opuesta y lo justifica disminuyendo los detalles presentados en lugar de aumen­ tarlos. Nos encontramos aquí por primera vez con otro factor de gran impor­ tancia funcional para nuestro tema central: la influencia del temperamen­ to y de la «actitud» al percibir y recordar. Es además un factor que ha sido mucho menos estudiado en el pasado de lo que se merecía en cuanto a esta cuestión.


Experimentos sobre percibir

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Los dibujos del grupo 3 eran algo más complejos que los de los grupos 1 y 2. Algunos de ellos, (ix) por ejemplo, respondían a un plan o regla fá­ cilmente apreciable, mientras que otros —por ejemplo, (x)— estaban di­ vididos en varias partes, cada una de las cuales contenía características importantes y relativamente independientes.

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9

cinco

seis

Grupo 3

Algunos sujetos dijeron que dibujos como el de (ix) eran «simples» mientras que otros los consideraron complejos y difíciles. Los que esta­ ban más o menos habituados a las figuras geométricas captaron de inme­ diato la clave de la figura y aplicaron inmediatamente esa regla para cons­ truirla. Sin embargo, otros fracasaron totalmente al hacerlo: presentaron al momento una actitud de indecisión, duda y desánimo y la reproducción del objeto resultó muy deficiente. En muchos casos se multiplicaron mu­ cho los detalles, como en el siguiente:

El sujeto, en el caso de la segunda de estas reproducciones, se mostró bastante satisfecho con su intento, pero señaló: «tendría que haber más círculos». La primera de estas dos reproducciones probablem ente plantea un caso interesante de «condensación», ya que la figura que se presentó in­ mediatamente antes de la mencionada fue esta:


72

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

El método general de percibir se transforma notablemente con (x). Hasta el momento no había habido ningún esfuerzo persistente de hacer un análisis, mientras que en este caso el intento de reaccionar globalmen­ te al objeto presentado fracasa, y en todas las ocasiones comienza a apa­ recer un método de observación de fragmentos. Se examinan los peque­ ños cuadrados de uno en uno o de dos en dos hasta completar toda la figura, y se pedía que se volviera a repetir la exposición. Por regla gene­ ral, cuando se estaba estudiando un cuadrado apenas se veían ios otros. Los errores de reproducción de un cuadrado concreto generalmente se mantenían inalterados, incluso después de repetir la exposición. En las condiciones de este experimento, no parecía que hubiera ninguna tenden­ cia a conectar el cuadrado con la inscripción de debajo.

4.

Percibir dibujos graduados

Al llegar a esta etapa era necesario repetir las exposiciones, por lo que nos pareció deseable emplear una serie de dibujos, en cada una de las cuales aumentaran o disminuyeran los detalles gradualmente, manteniéna ri ^

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aproxima, en cierta medida, a lo que hace un observador cuando mira va­ rias veces sucesivas un objeto complejo, adoptando en todo momento un plan preciso de exploración.


Experimentos sobre percibir

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Un único ejemplo basta para mostrar el tipo de dibujo que se utilizó. Los dibujos se presentaron en un orden de complejidad estructural bien ascendente o descendente. Hubo ocasiones en las que los cambios fueron menos sistemáticos que los de la presente ilustración: a veces, se elimina­ ron y añadieron líneas; en otros casos éstas carecían de simetría y, en al­ gunos otros, el primer dibujo o el último era una representación de un ob­ jeto familiar. Al mismo tiempo, el orden o esquema de elaboración se convertía en un factor más dominante. Los,sujetos respondían prontamente a la simetría, semejanza, igualdad, diferencia y progresión. En relación con esto, resulta particularm ente interesante la utilización de la frase «te­ ner la impresión» o, en otras ocasiones, «tener la sensación»; expresio­ nes ambas que fueron muy comunes. Todas las relaciones estructurales que se esclarecían se describían repetidam ente como una «sensación»: «Me dio la impresión de que la figura era simétrica»; «Tuve la sensa­ ción de que la figura se iba haciendo más compleja»; «Supuse incons­ cientemente (este sujeto parecía querer decir de forma precisa lo que otros llamaban “impresión” o “sensación”) que la figura se iba elabo­ rando». El esquema de elaboración y de cambios sucesivos de los que se tenía una «sensación» se utilizaron inmediatamente como base para inferir y, por tanto, como una guía para la observación: «Tuve la im­ presión de que la figura era simétrica, aunque no me fijé en los deta­ lles. Así que busqué si se añadía o eliminaba alguna parte y deduje más del dibujo a partir de otras.» Podemos ver que de nuevo aparece el «esquema» o «marco», utilizado no como ayuda para la identifica­ ción inmediata, sino como base de inferencia, desempeñando un papel dominante en las reproducciones llevadas a cabo. Con el material figurativo, este proceso fue aún si cabe más marcado. Una de las series terminaba con el dibujo de una corona. La primera figu­ ra era la siguiente:


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Al mostrar la segunda figura,

prácticamente todos los observadores dijeron: «Va a ser una corona», y comenzaron a inferir la naturaleza de los cambios que se producirían. In­ mediatamente aparecía una actitud específica, llena de expectativas, que dirigía y determinaba el acto perceptivo. La gran importancia del elemento inferencial en el percibir se de­ muestra también en la dificultad general frente a las curvas. Como un su­ jeto señaló, «Cuando tienes una línea recta, sabes a dónde va, y si uno tie­ ne la impresión de que la figura es simétrica y encuentra en ella dos o tres líneas rectas, las puede conectar e interpretar de alguna forma lo que se ha visto. Pero las curvas parece que van a cualquier lado. Nunca se sabe». Los sujetos se dieron cuenta fácilmente de incluso ligeras diferencias entre los dibujos, como la mera omisión o adición de una única línea. In­ dudablemente, en el presente caso, puede deberse en gran medida a la se­ mejanza general del esquema de desarrollo en los sucesivos dibujos. Se necesitan más datos experimentales sobre cuáles son las condiciones con­ cretas que facilitan la respuesta perceptiva a la «diferencia» y sobre cuáles son las diferencias exactas a las que es más probable que se responda8. En estas series las adiciones fueron aparentemente más destacables que las omisiones. En todo caso, esa fue la opinión sostenida por el 80 por ciento de los sujetos, y su punto de vista estuvo de acuerdo con sus resultados. Por regla general, cuando se percibían las omisiones, no se recordaba co­ rrectamente ni su posición ni su carácter concreto. Se debería estudiar


Experimentos sobre percibir

75

jtiás cuidadosam ente la facilidad de respuesta frente a otros cambios. En todos estos casos ni una sola vez le pasó desapercibido a ningún sujeto c u a n d o un dibujo había sido dado la vuelta o colocado al revés, invertido, que se tratab a del mismo dibujo en otra posición. Una vez más, podemos o b s e r v a r que aunque un complejo perceptivo dado sea considerado como una unidad, o un patrón unitario, sin embargo algunos de sus rasgos regu­ la rm e n te desempeñan un papel más importante que otros en determinar q u é es lo que se ve y lo que se recuerda. U n a y otra vez, una figura completa final fue considerada como de elaboración más «simple» que la misma figura en un estadio incompleto. E n to d a la situación perceptiva parecía cundir algo que se puede denomi­ nar «im presión completiva», o incluso de «corrección», que transformaba la actitud de los sujetos, haciéndola desenvuelta y concluyente. Creo que esto po d ría tener consecuencias importantes a efecto de numerosos pro­ cesos de aprendizaje, así como en muchos casos de evocación.

5. Percibir representaciones concretas simples

M uchos sujetos se quejaron de que el material esquemático les resul­ ta b a difícil y carente de interés. Consideraban que podrían obtener resul­ tad o s más satisfactorios con representaciones de objetos familiares. Por consiguiente, se prepararon otras series con dibujos de objetos o escenas com unes. Las siguientes reproducciones ilustran el tipo de material que se utilizó:

PROHIBIDO EL PASO. PROPIEDAD PRIVADA

t


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

LJn aeroplaxo

(xii) Grupo 4

Por lo general, se recibió con alivio el paso a esta clase de material y la actitud de los observadores cambió notablemente. En las escasas excep­ ciones que se produjeron, se trataba de personas relacionadas con las ma­ temáticas, acostumbradas a trabajar con diagramas. Así como ellas capta­ ban inmediatamente la regla o esquema de elaboración de un diagrama, de la misma manera las personas corrientes respondían inmediatamente al significado y agrupación de las escenas familiares. Así, con frecuencia se consideraron «más simples» dibujos de complejidad estructural notable que dibujos que contenían sólo unos pocos detalles. De hecho, la «senci­ llez» de los datos perceptivos o de la memoria depende, hablando en tér­ minos psicológicos, casi por completo del interés; lo que a una persona le parece de una complejidad enorm e le puede parecer sencillo a otra. Cuanto más simple resulta el material, menos probable es que se produz­ ca una reacción concreta hacia los detalles como tales. Comenzó a formar parte frecuentemente de la reacción perceptiva una actitud de tipo valorativo y crítico. Los dibujos fueron calificados como «malos», «bastante efectivos», o «como los de un niño», y los co­ mentarios críticos a menudo constituían la primera reacción del sujeto. La tendencia a decir algo sobre el material presentado, además de decir qué era no estuvo reservada en absoluto a personas con un sentido crítico de­ sarrollado, como psicólogos o filósofos, sino que fue igualmente marcada en los de inclinaciones predominantemente prácticas. En muchos casos entrañaba una vaga comparación entre lo que se presentaba y alguna re­ presentación convencional o «estándar». Pero el sujeto no reconocía la comparación como tal y no hacía ninguna reproducción concreta, en for­ ma de imagen, de las que utilizaba como estándar.


Experimentos sobre percibir

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En estas circunstancias se hizo más patente que nunca la importancia de la experiencia anterior para determinar cómo y qué percibimos. Por ejemplo, ningún sujeto pudo señalar el párrafo escrito en el cartel de (xi) aunque todos pudieron ver que había algo escrito en él. Sin embargo, el 80 por ciento de mis observadores supusieron inmediatamente que el car­ tel contenía «Prohibido el paso». Uno dijo: «Me pareció verlo claramente. Es una locura, lo sé, porque no pude ver lo que había escrito, pero me pa­ reció ver “Propiedad privada” escrito debajo.» En una ocasión, un sujeto influido por la puerta cerrada dijo que la inscripción era «Camino corta­ do» y otro dijo «No pisar el césped». Este último sujeto añadió inmediata­ mente: «Me sorprende lo que he dicho. No parece que sea eso, natural­ mente. Es más lógico que sea ‘Prohibido el paso’.» En (xii) se dejaron los detalles inconexos a propósito, la representa­ ción imprecisa y se introdujeron errores ortográficos. No obstante, excep­ to en dos casos, todos los sujetos dijeron inmediatamente que habían vis­ to un aeroplano al lado de algo indeterminado en la parte de abajo, a la izquierda o la derecha. Sólo hubo un sujeto que no logró leer la inscrip­ ción como «un aeroplano», sin llegar a percibir el error ortográfico. Esta única excepción se produjo con un sujeto que no consiguió ver el dibujo de forma figurativa. Sólo un solo sujeto no logró ver la mano como una mano. Su fracaso resultó interesante. Dijo: «En la parte de abajo, a la derecha, me parece que hay un cañón levantado, señalando al aeroplano.» El experimento se realizó durante la Gran G uerra, cuando los bombardeos alemanes eran habituales y todos los días se esperaba alguno en el pueblo donde vivía. Los sujetos pidieron con frecuencia que se repitiera la exposición. En esos casos, sustituía algunas veces el dibujo original por otro nuevo, mo­ dificado en algún aspecto. También en este caso sería interesante experi­ mentar con más detenimiento para descubrir a qué tipos de cambios se reacciona con mayor facilidad. En general, se apreciaron diferencias muy ligeras, pero hubo una marcada tendencia a considerarlas producto de una observación original defectuosa, en lugar de un cambio en el propio objeto, incluso cuando se trataba de algo totalmente obvio. Por ejemplo, se colocaron siete puntos en un orden determinado en dos tarjetas. En una de ellas todos los puntos eran rojos y en la otra había tres puntos ne­ gros. Cuando se sustituyó la segunda por la primera, todos los observado­ res notaron la diferencia, pero ninguno la atribuyó en primer lugar a un cambio de la propia tarjeta. Incluso en una reproducción inmediata, los cambios en la apariencia sensible se atribuían de hecho mucho más fácil­ mente a una percepción defectuosa que a una alteración objetiva real.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Este hecho nos puede ayudar a prepararnos para los casos de cambios to­ davía más marcados que veremos que son característicos de la reproduc­ ción remota.

6.

Percibir material pictórico complejo

Me pareció importante completar esta serie de experimentos sobre los procesos perceptivos con un material pictórico complejo con el fin de pre­ sentar al observador escenas y objetos mucho más semejantes a los de la vida cotidiana. Por consiguiente, utilicé reproducciones de escenas com­ plejas y proyecté las diapositivas con ayuda de un taquistoscopio de pén­ dulo Hales9. Poco hay que decir, desde nuestro actual punto de vista, sobre los mé­ todos de observación que adoptaron los sujetos. Casi siempre, excepto en el caso de observadores experimentados con formación psicológica, los sujetos reaccionaron inicialmente a la reproducción como frente a una unidad, extrayendo una impresión general acerca de su significado, de su composición, o bien de la distribución de claros y oscuros, para sólo des­ pués examinar los detalles analíticamente, No obstante, ciertas caracterís­ ticas del objeto predominaron de modo uniforme. Las más importantes, aunque difirieron en número y naturaleza de unos casos a otros, fueron: composición, claridad y oscuridad, referencias espaciales simples y «signi­ ficado». No obstante, el aspecto más destacable fue la extraordinaria variedad de interpretaciones que se obtuvieron a partir del mismo material con dis­ tintos observadores, lo que muestra que este estadio del experimento completaba los otros. En ésta, más que en ninguna de ias etapas anterio­ res, el formar imágenes venía en ayuda del percibir. Quizás los ejemplos más sorprendentes se produjeron con las distintas interpretaciones dadas a una exposición del conocido cuadro de W. F. Yeames, «Hubert y Arthur». Cada una de las personas a las que se les presentó el cuadro para que lo describieran lo interpretó de forma distin­ ta a las demás, como podemos ver en algunos ejemplos. En todos los ca­ sos fue necesario repetir la exposición. Un observador dijo después de mirarlo por primera vez: «Es una mujer con un delantal blanco con un niño en sus rodillas. Está sentada y tie­ ne las piernas cruzadas. Está en la parte derecha del dibujo desde mi pun­ to de vista y el niño la está mirando.» En el segundo ensayo dijo que la mujer estaba de pie y después, a lo largo de trece intentos apenas hizo alteraciones, añadiendo sólo unos po-


Experimentos sobre percibir

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eos detalles. En el decimosexto ensayo dijo: «Tengo la vaga sensación de que ya lo he visto en algún lado pero no sé dónde, y no estoy seguro de lo que es.» En el siguiente intento habló de una «niña» inclinada y estirán­ dose hacia su madre, «bueno, hacia la mujer». Añadió ulteriores detalles y después, en el ensayo número veinticinco, recalcó: «Ahora lo puedo ver. Es un dibujo de una niñita rezando sus oraciones al otro lado de la rodilla de su madre respecto a mí. Quiero decir, está arrodillada sobre la rodilla de su madre. Está vestida con un camisón. La largura del cami­ són hace que parezca como si estuviera de pie.» El dibujo se presentó treinta y ocho veces en total pero no hubo cam­ bios ulteriores sobre la idea general, aunque se proporcionaron algunos detalles adicionales. El sujeto dijo que había visto el cuadro en el dormi­ torio de alguien mucho tiempo atrás y que cuando se había dado cuenta había tenido una imagen visual precisa del cuadro, para su propia satis­ facción. Otro observador vio al principio simplemente dos figuras, pero en el tercer intento dijo: «Sí, hay dos figuras. Una de ellas parece estar un poco inclinada hacia atrás y la otra está peleándose con él o está a punto de pelearse.» Por tanto, su relato se basó en la idea de que había dos perso­ nas que estaban riñendo. Identificó un «individuo oscuro» y dijo que «lle­ vaba la peor parte de la pelea». El sujeto vio el mismo dibujo cincuenta y cinco veces. Un tercer observador comenzó de una m anera parecida: «No veo nada preciso sino únicamente una especie de contraste entre negro y blanco. Hay una especie de forma blanca peleando con una negra». En el segundo ensayo estableció el marco general: «Evidentemente es una ha­ bitación con un lado negro u oscuro a la derecha y ventanas o una parte muy iluminada, a la izquierda. Hay una figura negra que se vuelve hacia una blanca. Se parece a una representación de Otelo diciéndole a Desdémona: 'Ven, corre conmigo’». Si bien se produjeron alteraciones y se aña­ dieron muchos detalles, el sujeto mantuvo su descripción general a través de cincuenta y siete observaciones diferentes. Otro observador comenzó de forma muy segura: «Es el interior de una casa. Hay tres figuras. Una es alta, la segunda es menos alta y la ter­ cera todavía menos. Las figuras están apoyadas contra un pilar o pared. Probablemente estoy mirando una copia de algún pintor antiguo. Podría ser ‘La mujer sorprendida en adulterio5». Pronto se arrepintió y dijo que sólo había dos figuras. Creía que era un cuadro de Carlos I y Enriqueta y mantuvo este punto de vista en las restantes observaciones, aunque sin mucha seguridad. Con cierta frecuencia, el dibujo presentado estimuló de modo inme­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

diato una viva imagen visual. A partir de entonces, bien la dominaba y di­ rigía la observación perceptiva, o bien podía llegar a reconocerse que di­ cha imagen entraba en conflicto con el objeto presentado. Un ejemplo de lo último se dio cuando uno de los sujetos, que vivía en un pueblo pes­ quero, estaba examinando una fotografía de «Lancha de salvamento Margate en el embarcadero». En el ensayo décimo octavo dijo: «No tiene sen­ tido seguir. Me sugiere continuamente el embarcadero de mi casa. Lo veo en lugar de la imagen que tengo delante. Una de las primeras cosas que hice cuando adquirí una cámara hace tiempo fue tomar una fotografía de ese lugar desde mi casa, que es lo que recuerdo al ver esto. En esa época había un barco de gran tonelaje como el de la fotografía. Así que confun­ do constantemente las dos y no quiero seguir.» En realidad, en muy raras ocasiones los sujetos diferenciaron de for­ ma tan clara entre la imagen sensorial provocada por el objeto estimula­ dor y su interpretación del mismo objeto. Pero los observadores, aunque no se dieran cuenta, utilizaron constantemente un marco o trasfondo de imágenes para sus reacciones perceptivas. Por tanto, diseñé otras situacio­ nes experimentales con las que esperaba obtener una información más clara sobre algunos de los tipos y condiciones comunes de los procesos de formación de imágenes. Antes de describir y analizar estos experimentos sobre formar imáge­ nes, voy a intentar establecer las conclusiones más importantes que se pueden derivar de los experimentos sobre percibir en relación con los problemas de memoria.

7.

Conclusiones y sugerencias obtenidas de ios experimentos sobre percibir

A juzgar por las apariencias, percibir algo es una de las reacciones cognitivas humanas más simples e inmediatas, así como una de las fun­ damentales. No obstante, resulta obvio que es algo extraordinariamen­ te complejo en su aspecto psicológico, como de hecho es comúnmente aceptado. Entremezclados con él de forma inextricable están el formar imágenes, el evaluar y los principios del juzgar implicados en la res­ puesta al esquema, orden, disposición y elaboración del material pre­ sentado. Está dirigido por el interés y el sentim iento, y puede estar dominado por algunas características esenciales de los objetos y esce­ nas sobre las que versa. En todos estos aspectos puede influir profun­ damente en el recordar, del cual se considera legítimamente como el punto de partida psicológico.


Experimentos sobre percibir

i)

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Predominio de ios detalles

Así como percibir parece ser un acto unitario y no analizable cuando se realiza, a pesar de que sólo sea posible gracias a la colaboración de va­ rios procesos psicológicamente discriminables y diferentes, del mismo modo al observador le suele parecer una unidad lo percibido. De hecho, como a menudo se puntualiza, el carácter de lo que se percibe se pierde en el momento en que intentamos analizarlo en perceptos parciales y di­ vidir la escena o figura global en partes que tengan relaciones especificables unas con otras. Los experimentos muestran que el método común de un observador, si no se da ninguna circunstancia especial, bien sea objeti­ va o por una cuestión de temperamento y formación, consiste en respon­ der a todo lo que se presenta como a una unidad. No obstante, no hay ninguna situación perceptiva en la que no sobresalga algún detalle e influ­ ya más que los restantes en lo que se percibe. Con el material sencillo es­ tructuralmente dichos detalles dominantes pueden ser: huecos; rasgos ex­ traños e inconexos; referencias espaciales simples, como arriba, abajo, derecha, izquierda, claro y oscuro. Con material estructuralmente com­ plejo puede tratarse del plan de elaboración, la disposición de figuras a las que en sí mismas apenas se les .presta atención, el tema general y el significado representativo. Así, aunque el método de percibir raramente sea analítico o fragmentario, es un tipo de análisis puesto que siempre hay algunos rasgos de la situación perceptiva que dominan sobre otros. Estos detalles dominantes constituyen un tipo de núcleo alrededor del cual se agrupa el resto. Disponen el escenario para el recuerdo10.

ii)

El esquema o marco que posibilita la percepción

En una serie de experimentos muy interesantes, R ubinl! ha mostrado que, desde un punto de vista psicológico, percibir puede ser considerado esencialmente como la discriminación de una figura respecto de un fondo o sobre un fondo. ¿Cómo se determina este fondo? No se puede preten­ der que los experimentos aquí descritos sean exhaustivos pero habría que distinguir cuatro casos: a) Cuando se tiene que observar material construido de forma muy sencilla, frecuentemente la primera reacción es asignar un nombre. Pare­ ce ser un proceso tan inmediato que sólo puede describirse diciendo que el patrón visual «encaja» de inmediato con algún patrón u ordenación previamente formado, que se considera operativo o preparado para ope­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

rar, por lo que respecta a la vida mental. Las dificultades teóricas de esta noción son considerables y tendremos que describirlas más adelante, pero parece indiscutible que esta noción corresponde a un hecho psicológico. El nombre dado de forma irreflexiva puede decidir lo que se percibe, como se demuestra en muchos casos. b) Con objetos bastante más complejos, especialmente cuando son re­ lativamente poco familiares, se da frecuentemente una búsqueda de ma­ terial análogo. Cuando se encuentra, se procede como en el caso anterior a dar un nombre, que opera de forma similar. Sin embargo, todo el proce­ so se vuelve más «intencional». c) En otros casos, el marco o fondo se da en respuesta a un esquema u orden de colocación. En estas circunstancias no se da ningún nombre al material y puede ser un proceso tan inmediato e irreflexivo como el ante­ riormente comentado. d) Con material representativo muy complejo pueden aparecer du­ das, pero surge de inmediato una imagen sensorial precisa que constituye el fondo necesario. En el primer y tercer caso no está presente una imagen sensorial; en el segundo puede estarlo y en el cuarto, por definición, siempre lo está. Podemos figurarnos que el marco o fondo, cuando existe, tiene mucho que ver con cualquier proceso de recuerdo subsiguiente.

iii)

Factores actitudinales

Los experimentos demuestran insistentemente que el temperamento, los intereses y las actitudes dirigen a menudo el curso y determ inan el contenido del percibir. El precavido y el temerario, el estudiante y el hombre de negocios, el sujeto dubitativo y este mismo sujeto seguro no perciben nunca del mismo modo aunque se encuentren frente a una situa­ ción exactamente igual por lo que respecta a las características externas. La aplicación psicológica exacta de los términos temperamento, intereses y actitudes tendría que tratarse después de que se hayan presentado mu­ chos más datos pero es evidente que todos ellos apelan a funciones de la vida mental relativamente permanentes o fácilmente recurrentes. Puede que el temperamento, los intereses y las actitudes persistan con cambios escasos de la percepción a la evocación y, por tanto, nos puedan ayudar a demostrar cómo lo que se discrimina en la primera puede reaparecer en la segunda. Además, los experimentos han sugerido que estos factores pueden tener bastante que ver con la aparición de una tendencia valorati-


Experimentos sobre percibir

83

va crítica; y de esta manera, pueden ayudarnos a controlar la sucesión de cambios que el material recordado presenta constantemente.

iv)

Procesos de inferencia

Hemos mostrado que gran parte de lo que se considera como percibi­ do es, de hecho, inferido. Ahora, al tratar del recordar nos las vemos con objetos y situaciones más distantes, por lo que se podría esperar que el elemento inferencial desempeñe una parte de mayor importancia. Más adelante se estudiará si es así y en qué sentido. El poder demostrar que incluso los procesos perceptivos que parecen más elementales poseen fre­ cuentemente el carácter de una construcción inferencial, resulta una cues­ tión de interés notable. Estos son sólo algunos de los aspectos más sobresalientes. Una y otra vez, cuando trate los datos de los experimentos sobre recordar, tendré que volver a los factores y procesos ilustrados en estos experimentos so­ bre los problemas del percibir. Entretanto, nadie que reflexione sobre cuán variada es la determinación de los procesos y el contenido de la per­ cepción, estará dispuesto a suscribir a la ligera la teoría de ias inertes, fijas e inmutables huellas de la memoria.


Capítulo 3 EXPERIMENTOS SOBRE FORMAR IMÁGENES

1.

Introducción y método

En cierto sentido, los restantes experimentos de los que se va a tratar en este libro se ocupan de los procesos de formar imágenes, que consisten esencialmente en utilizar experiencias que ya no están presentes para los órganos perceptivos sensoriales. Dicha utilización es una parte de todos los procesos de recordar. Pero antes de discutir las formas exactas en las que el formar imágenes interviene en el recordar es necesario a) tener una idea lo más precisa posible de qué es exactamente lo que se debe incluir en la formación de imágenes, y b) definir al menos algunas de las condiciones generales y de los tipos de sistemas de imágenes más importantes. G. V. Dearbom planteó la posibilidad de usar manchas de tinta para estudiar la imaginación y las utilizó en un breve «Estudio sobre la imagi­ nación»1. Otros experimentadores ya habían hecho uso de este tipo de material2 antes de que yo llevase a cabo los experimentos que voy a expo­ ner, y después de ello varios investigadores han utilizado manchas de tin­ ta semejantes con distintos objetivos3. Preparé una serie de manchas, al­ gunas de las cuales se reproducen en las láminas adjuntas. Se utilizaron treinta y seis manchas en total, se sombrearon o colorearon de distintas maneras, se montaron en tarjetas normales y se colocaron boca abajo de­ lante de los sujetos. Las instrucciones fueron: «Aquí hay varias manchas de tinta. No representan nada en particular, pero podrían recordarle prácticamente cualquier cosa. Vea qué puede hacer con ellas, de la misma manera que a veces encuentra formas en las nubes o ve caras en una ho­ guera.» Los propios sujetos tenían que dar la vuelta a las tarjetas. Se re­ gistraron los tiempos de reacción desde el momento en que el sujeto daba la vuelta a la tarjeta, hasta que comenzaba a escribir lo que se había ima­ ginado. 85


86

Recordar: Estudio de psicología experimental y social

2.

Métodos adoptados por los sujetos

Los métodos de observación se pueden describir con sencillez. Todo experimentador en temas psicológicos tiene que haberse quedado alguna vez impresionado por la notable facilidad con que aparecen hábitos cuan­ do se realiza cualquier tarea, incluso si se carece de un plan preciso, como puede ilustrar el caso que nos ocupa. Casi todos los observadores inme­ diatamente adoptaron el hábito de mirar las manchas sosteniéndolas con los brazos extendidos o aún a más distancia. Algunos resaltaron: «Me pa­ rece más sencillo cuando lo hago así.» Este hecho puede ser importante porque puede indicar al mismo tiempo que los procesos más comunes de formación de imágenes exigen una reacción a una situación global pres­ tando relativamente poca atención a los detalles sobresalientes. Es proba­ ble que las imágenes se originen con mayor facilidad en relación con algo que puede ser muchas cosas distintas, aunque simultáneamente la imagen misma siempre corresponda a algo concreto. Normalmente se suscitaron algunas inspiraciones con el primer vistazo, aunque por regla general se dedicó tiempo a elaborarlas. Los tiempos de reacción oscilaron entre menos de un segundo hasta poco más de un minuto, pero todas las reacciones de mayor duración se debieron o bien a que el suje­ to estaba buscando la palabra descriptiva más adecuada o bien a que dedica­ ba tiempo para desarrollar una idea vaga ya presente. Unas veces la forma general de la mancha desempeñó el papel primordial a la hora de definir la imagen, y otras lo hizo una característica que sobresalía del conjunto. La descripción más precisa del método la hizo un sujeto que dijo que «revolvía» entre sus imágenes para encontrar la que mejor coincidiera4 con una mancha determinada. Proyectaba la imagen sobre la mancha. Si conseguía que encajara, y todavía quedaban partes de la mancha por des­ cubrir, probaba con otras imágenes que se aproximaran en lo posible a la primera. La mancha se le presentaba siempre «como un todo». De esta manera, con frecuencia creó escenas que él mismo consideraba totalmen­ te absurdas. Así, la mancha 13 de la Lámina II5 le recordaba a «un chico larguirucho y a un bufón mirando las payasadas de un abad embriagado».

3.

Resultados experimentales

i)

Variedad

La enorme variedad de los resultados fue la característica más sor­ prendente a primera vista. Lo que a una persona le recordaba un «carne-


Experimentos sobre formar imágenes

87

lio» (mancha 2), a otra le re c o rd a b a u n a «tortuga»; a otra «un perro m or­ diendo un mantel»; a otra «dos p a to s m uertos y un avestruz»; a otra un «pulpcr»; a otra «un bebé en u n a c u n a con una muñeca que se está cayen­ do»; a otra «un grabado de S o h ra b y R ustum de un libro de poemas de Arnold». D ifícilm ente se podría h ab er so sp e c h a d o que el mismo objeto pudiera haber originado las siguientes re sp u e s ta s : S e ñ o ra c o lé ric a q u e le h a b la a u n h o m b r e s e n ta d o e n u n silló n ; y u n a m u le ta . C a b e z a d e o s o , y u n a g a llin a m i r a n d o s u r e f l e j o e n el ag u a . M o n a g u i l l o e n f a d a d o q u e e s t á e c h a n d o a u n c a s to r in tr u s o q u e h a d e ja d o sus

huellas en el suelo. Un hombre dando patadas a u n b a ló n . L ag o s y r e ta z o s v e rd e s e n u n a p r a d e r a .

E sp a n ta p á ja ro s detrás de un á r b o l p e q u e ñ o . P e rd ic e s m in ú s c u la s r e c ié n s a l i d a s d e l c a s c a r ó n . D ib u jo s de animales y el. P rín cip e h e re d e ro de Alemania. H u m o q u e v a a s c e n d ie n d o .

Todas estas respuestas c o rre s p o n d e n a la mancha 13, sin que los suje­ tos tuvieran el ánimo de falsearlas, .sino antes bien, de ser sinceros, pues todos ellos quisieron señalar h a s ta <qué punto les parecía que su propuesta se podía justificar. En general, aquellos sujetos cjue adoptaron la costumbre de conside­ rar las manchas de forma global re sp o n d ie ro n de forma bastante más fan­ tástica que aquellos que las d iv id ie ro n en partes y examinaron cada parte por separado. Pero aquí como a l p ercib ir, el examinar un objeto «como un todo» es perfectamente c o m p a tib le con el que existan ciertas caracte­ rísticas dominantes que funcionan , au n q u e no se analicen de forma sepa­ rada. Por ejemplo, una p erso n a d e sc u b rió que la mancha 13 le sugería «En el centro, la copa del m a n z a n o ; a la derecha, el Diablo con sus cuer­ nos; a la izquierda, Adán, y E v a e n la lejanía». N o rm alm ente, cuando las m a n c h a s tenían una forma simple, la varie­ dad se refería al detalle antes q u e al contexto general. Por ejemplo, la mancha 1 les recordó al 82 p o r c ie n to de los observadores un ave o pez; el 45 por ciento de éstos lo d e n o m in a ro n un «pato»; el 12 por ciento una «oca»; el 8 por ciento un «gallo cacarean d o » ; el 4 por ciento un «pavo», y el resto meramente lo llam aron a v e o pez sin especificar. De modo similar con la mancha 3, cuya forma e ra la m ás regular de todas: el 33 por ciento la llamaron una «foca»; el 17 p o r cien to un «caracol» o «babosa»; el 12 por ciento una «sirena»; y el 9 p o r ciento un «pez» simplemente. Otras respuestas fueron: ballena, tib u r ó n pequeño, dragón sin patas, medusa


88

Recordar: Estudio de psicología experimental y social

tumbada de lado, lámpara romana, hombre dormido en un saco y rena­ cuajo. En dos ocasiones no hubo ninguna respuesta. Cuando el contorno de las manchas era irregular, la variedad se exten­ día al propio contexto general. Sólo dos sujetos estuvieron de acuerdo en llamar a la mancha 9 «dama que se cae». No hubo dos personas que con­ cordaran en la mancha 12, y lo mismo se puede decir de casi todas las manchas de contornos variados. Toda esta variedad recuerda de inmediato el último estadio de los ex­ perimentos sobre percibir. Ahora parece más indudable que las interpre­ taciones divergentes en el último caso se debieron fundamentalmente a la intrusión de imágenes en el proceso perceptivo.

ii)

El carácter dinámico de las sugerencias

Generalmente, los sujetos hicieron comentarios sobre la frecuencia con que habían recordado animales. El número total de respuestas ob­ tenidas en estas series de experimentos fue 1.068. De ellas, 635 tenían que ver con animales y seres humanos. Muchas de las demás se referí­ an a plantas y otras muchas a escenas .en que animales u hombres de­ sempeñaban un papel capital. Raram ente aparecieron en las listas ob­ jetos inanimados. La probabilidad de recordar imágenes de animales fue mayor cuanto más simple era el trazado de la mancha y cuanto más se respondía sin hacer ningún análisis consciente. De hecho, con este tipo de material, el 72 por ciento de los resultados obtenidos tu ­ vieron que ver con la vida animal. Como señaló espontáneamente uno de los sujetos: «Los seres vivos se perciben mejor y son más interesan­ tes.» Quizás sea correcto decir que el proceso de formación de imáge­ nes que carece relativamente de restricciones —aquél en el que no se intenta de modo preciso evocar un tema específico— tiende en gran medida a ser dinámico y por consiguiente utiliza fácilmente criaturas móviles que, debido a su movimiento, tienen contornos más o menos variables. En cualquier caso, otros investigadores que han utilizado el mismo tipo de material estim ular6 han observado también esta preocu­ pación por los animales y formas vivas.

iii)

Intereses e imágenes

Todos los que han usado manchas de tinta con fines experimentales en psicología han observado que pueden arrojar luz sobre los intereses


Experimentos sobre formar imágenes

89

de una p e r s o n a y posiblem ente sobre sus ocupaciones. En mis experi­ mentos los propios sujetos frecuentem ente llamaron la atención sobre este hecho. «U sted debe ser capaz de decir un montón de cosas sobre los intereses y el carácter de una persona con este tipo de cosa», dije­ ron varios de ellos. Por ejemplo, fue una mujer quien apuntó en su lis­ ta «sombrero de plumas»,«manjar blanco», «pieza de terciopelo», «plu­ ma de m arab ú » , «trozo de seda brillante» (dos veces), «plumas de avestruz» y «labor de punto de cruz».. El sujeto al que una de las man­ chas le recordó e l «horno encendido de Nabucodonosor con dos hom­ bres a cada lado en la parte superior y dos en el medio» era un sacer­ dote. m ientras que a un fisiólogo la misma mancha le recordó «una exposición de la región lum bar basal del sistema digestivo desde la parte inferior de la columna vertebral hasta las costillas flotantes». De hecho, com o verem os una y otra vez, tanto lo que se imagina como cuándo se producen las imágenes viene determinado por la preferencia activa de los intereses subjetivos.

iv)

P erm anencia de la actitud

Un aspecto de importancia muy considerable que aparece en todos los experim entos con respuestas repetidas o sucesivas es el hecho de que una vez q u e se ha establecido una reacción específica, con fre­ cuencia p a re c e persistir independientem ente del esfuerzo consciente del sujeto, q u ie n ofrecerá, pues, reacciones sucesivas similares. Por ejemplo, un observador vio la cara de un hom bre en una de las últi­ mas m anchas de la serie y de ahí hasta el final tendió a ver una cara en cada una de las manchas que se le presentaron, para asombro suyo. Otro dijo al final de la prueba que lo que más le chocaba era su ten ­ dencia a «coger una idea y a partir de entonces mantenerla». No hay duda de que, en cierta medida, ello se debe a que las propias manchas se asem ejan, p e ro con seguridad no lo explica todo. Ejemplos de la perm anencia de un tem a son: «fantasmas», «más fantasmas besándo­ se», «más besos», «fantasmas verdes», y además: «fotografía de un jar­ dín ornam ental con una estatua gigantesca de un hombre con traje de etiqueta», «valle entre dos montañas», «valle que acaba en un puente», «valle visto desde un puente». Tanto los datos introspectivos, como la más cuidadosa observación de la conducta concuerdan en indicar que esta p ersiste n cia de un tem a se debe en gran medida a que una vez que se establece un estado de ánimo, o actitud, tiende a m antener sus condiciones determ inantes iniciales. Esta función del estado de ánimo


90

Recordar: Estudio de psicología experimental y social

o de la actitud puede tener una relación muy estrecha con el mecanis­ mo de recordar.

v)

Clasificación de los resultados

Un estudio de las diferentes listas de respuestas que produjeron los sujetos muestra que es posible situarlos en varios grupos netamente di­ ferenciados. Ahora bien, el procedimiento de separar a los observado­ res en distintos tipos puede que tenga claramente un valor determ ina­ do, puesto que nos puede ayudar a m anejar una masa de datos con facilidad, pero no resuelve los problemas teóricos. Los modos de reac­ cionar relativamente establecidos que un «tipo» dado ejemplifica se adquieren en su mayoría de forma gradual. No tenemos derecho a considerarlos psicológicamente innatos, o bien puntos de partida psico­ lógicos absolutos, a menos que tengamos mejores razones para hacerlo que la mera clasificación en sí misma. No se resuelve nada deteniendo un proceso cualquiera en uno u otro punto y dándole un nombre a lo que se ha encontrado. Así pues, una vez que se ha distinguido una cla­ se, todavía tenemos que discutir la interrelación de las características que han llevado a su construcción o, en su defecto, debemos suminis­ trar razones y pruebas psicológicas que perm itan considerar que esa clase es innata. Si tenemos en cuenta todos los resultados obtenidos en este experi­ mento, en primer lugar podemos dividir a los sujetos en dos clases: la Clase 1 está compuesta de los sujetos cuyas ideas —o imágenes— ge­ neralmente fueron de carácter concreto y llenas de detalles; y la Clase 2, de aquellos cuyas ideas no hacían referencia a un objeto concreto ni a una ocasión determinada. En realidad no hay una línea de división clara y tajante en cuanto a eso, no existe en general en la psicología porque la segunda clase es tan sólo un producto ulterior de los mismos factores psicológicos que dieron origen a la primera, pero proporciona una línea de demarcación suficientem ente amplia para form ar una base de clasificación. La clase 1 se debe subdividir en a) los sujetos cuyas listas conte­ nían evocaciones reales, y b) aquellos que raram ente fueron rem e­ morativos, a pesar de m ostrarse generalm ente detallistas y concre­ tos. No hubo ninguna lista que únicam ente incluyera sugerencias que pertenecieran a una sola clase, pero una tabulación aproximada muestra:


Experimentos sobre formar imágenes

Clase 1 (a): Sujetos predominantemente rem em orativos.....

91

formada por el por el 17 por ciento de los sujetos

Clase 1 (b): Sujetos ocasionalmente rememorativos y siem- formada por el por el 14 por ciento de los sujetos pre detallistas...................................................... Sujetos casi nunca rem em orativos pero casi formada por el por el 28 por siempre detallistas.............................................. ciento de los sujetos Clases 1 y 2 (mezclada): Sujetos que entraron en detalles fácilmente y generalizaron menos fácilmente; o generaliza- formada por el por el 17 por ron fácilmente y entraron en detalles menos ciento de los sujetos fácilmente; muy poco rememorativos............. Clase 2: Sujetos predominantemente generalizadores....

formada por el por el 24 por ciento de los sujetos

No hay que fijarse en exceso, sin embargo, en esta distribución con­ creta de sujetos. El número total de sujetos fue sólo treinta y seis por ciento de los cuales todos excepto cuatro eran adultos, y la mayoría de és­ tos pertenecían a una clase selecta y tenían un nivel educativo elevado. Los porcentajes de cada uno de los grupos de esta clasificación se podrían ver muy alterados si se aumentara el número de observadores o éstos se seleccionaran de forma distinta. Vale la pena examinar con cierto detalle algunos ejemplos de los re­ sultados que recaen bajo cada una de la clases mencionadas, en especial porque en un considerable número de casos se produjo un recuerdo pre­ ciso, aunque nunca se aleccionó a los sujetos para que recordaran nada ni, en todo caso, trataban en principio de hacerlo . En el caso de los sujetos que pertenecían a la Clase 1 (a) casi todas las manchas les evocaron objetos o escenas concretas, la mayoría de los cua­ les tenían que ver con acontecimientos precisos de su historia personal. Dichos objetos, escenas y acontecimientos se produjeron casi invariable­ mente de forma visual. He aquí, por ejemplo, algunas descripciones, pro­ ducidas todas ellas por el mismo sujeto. A este sujeto, la mancha 7 le sugirió una corona. Dijo: Me parecía que volvía a estar en la Torre de Londres mirando las Joyas de la Corona. Podía ver las rejas delante de ellas y a los guardias que las vigilan. No


Experimentos sobre formar imágenes

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enseñar. La «conmoción» que había experimentado entonces retornó al ver la mancha. No siempre fueron dolorosas las sensaciones que se mencionaron. Un sujeto «rememorativo» denominó a la mancha 8 un vencejo, y su comen­ tario fue: Es muy curioso. Asocié la plaza de aquí (estaba en un pueblecito de Gloucestershire) con eso, e inmediatamente me acordé de cuando era un niñito de ocho o nueve años y solía correr detrás de los vencejos para intentar cazarlos. Me resultó agradable sentirlo de nuevo.

En todos estos casos, las manchas parecían originar en primer lugar cierta actitud, que proporcionaba el marco de referencia de las imágenes específicas, predominantemente caracterizada por el sentimiento. Des­ pués, se desarrollaban rápidamente detalles y mezclados con ellos apare­ cían ideas sobre la época, lugar, sonido, olor y similares, que evidente­ mente no se podían considerar propiedades de la mancha. Por ejemplo, en una ocasión un sujeto dijo que la mancha 1 era un «gallo cacareando por la mañana temprano». Seguidamente, el sujeto se detuvo y se rió, «¿Por qué “por la mañana temprano”? Bueno, tiene un aspecto agresivo y últimamente el canto de un gallo me ha despertado repetidamente por la mañana». Hubo un segundo grupo de esta clase de sujetos detallistas. Sus ideas fueron casi siempre concretas, individuales y llenas de detalles, pero ha­ bía muy poca evocación de tipo personal. Un sujeto de esta clase nunca diría simplemente «rata» sino «una rata particularmente dañina»; ni sim­ plemente «pato», sino «el pato que veo está de pie batiendo las alas y graznando»; ni meramente «un hombre que anda», sino «Peary caminan­ do hacia el Polo». Con frecuencia ias imágenes fueron elaboradas y se ex­ presaron de forma dramática: «Una chica se inclina por encima de una valla o de un puente. El sombrero se cae. La capa se le da la vuelta. El pa­ ñuelo ondea como una bandera. Se cae gritando»; o «Las bolsas de dine­ ro con cordones largos del avaro. A su lado, la cacerola preparada para el fuego». Con frecuencia recordaban algún cuadro, aunque no necesaria­ m ente —excepto en el caso de los sujetos propiam ente «rem em orati­ vos»— el observador se evocaba a sí mismo contemplándolo: «Se parece a un dibujo de un camello que he visto en Just-So S lories»; «Muy parecido a un dibujo de un genio saliendo de una botella que he visto en Las Mil y una Noches »; «Es una puesta de sol con ángeles que salen entre las nu­ bes, exactamente igual que un cuadro de Blake»; «“Caras de ángeles” de Turner».


94

Recordar: Estudio de psicología experimental y social

Todos estos sujetos eran muy vivaces y despiertos, de amplios intere­ ses, y se divirtieron de principio al fin. Se reían fácilmente, menos de las formas extrañas de las propias manchas que por su sorpresa ante las ideas que las formas les recordaban. Su conducta fue notablemente distinta de la de los sujetos que particu­ larizaron la propia mancha en vez de la idea o recuerdo que les producía. Con el último tipo, la situación entera tomó la forma más o menos de un problema que hubiera que resolver. Sus reacciones fueron más lentas, sus actitudes menos marcadamente afectivas, y estaban menos satisfechos de sus resultados. Los resultados en sí mismos difirieron poco de los del se­ gundo grupo de la clase particularizadora, pero nadie que viera operar a ambos podría confundirlos. Con mucha frecuencia este tipo de concre­ ción que parecía desear penosamente permanecer fiel a todos los rasgos extraños de una mancha se produjo en personas que tenían intereses científicos muy especializados. En estos casos también se dio una propor­ ción bastante mayor de sugerencias meramente generales sin la más míni­ ma referencia específica temporal, espacial o personal. Para finalizar, cuando dicha sensación aparecía en un sujeto realmen­ te generalizador no parecía tener que ver con lo que sugerían las manchas ni con la comprensión de éstas; ni tampoco estaba ligado a ninguna crítica de la forma de las manchas, sino únicamente al propio problema de cap­ tar una imagen. Las reacciones fueron más lentas y en un porcentaje ma­ yor de casos no se obtuvieron resultados. Lo que se presentaba permane­ cía sin especificar y se mantenía en todos ios ejemplos de su tipo, sin que se hicieran una imagen de tales ejemplos ni se reflexionara sobre ellos de forma precisa. He aquí, por ejemplo, una lista completa que dio un «suje­ to generalizador»: 1 (1). -. 2. Pájaro posado en algo. 3. Mariposa. 4. 5 (2). 6. Patata germina­ da. 7 (3). Renacuajo. 8. Pájaro. 9. Babosas. 10. Canario en una percha. 11. Ca­ beza y hombros de mujer. 12. -. 13. Polilla. 14. Niño andando. 15 (7). Algo que se quema. 16 (8). Remolacha. 17. 18 (5). -. 19. Patata germinada. 20 (4). -. 21. Isla de Skye. 22. Dos osos bailarines. 23 (9). -. 24 (6) Insecto. 25. Dos ho­ jas. 26 (10). Una flor. 27. Hojas. 28. -. 29. -. 30. 31. -. 32 (11) Huellas de ga­ rras. 33 (12) Huellas de pisadas. 34. Anémona de mar. 35 (13). 36. -.7

No hubo visualización ni ningún otro tipo de imágenes sensoriales en cualquiera de estas respuestas, y tampoco ninguna especificación excep­ tuando en la 21. El sujeto actuó con lentitud y adoptó una actitud comple­ tamente impersonal y carente de interés. En estos sujetos se produjo a menudo un notable deconcierto cuando trataban de averiguar lo que po­ dían representar las manchas, que estuvo a veces muy cerca de un autén­


Experimentos sobre formar imágenes

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tico fastidio. En el único caso en que apareció una especificación en esta lista —«La isla de Skye»—, el sujeto inmediatamente aclaró: «No es real­ mente la isla de Skye pero ayer estuve hablando con un hombre sobre ella». Esto es típico de los detalles de los sujetos generalizadores.

4.

Conclusiones de los experimentos sobre percibir y formar imágenes

Muchos de los detalles considerados en los capítulos II y III serán ilus­ trados repetidas veces en los trabajos experimentales posteriores y todos los aspectos que voy a señalar se volverán a examinar de forma más com­ pleta. No obstante, nos parece conveniente en este momento m ostrar cómo los experimentos sobre percibir y formar imágenes proporcionan un marco significativo para el estudio más preciso sobre recordar que vie­ ne a continuación. Como frecuentemente se ha señalado, en toda investigación de labo­ ratorio el sujeto se enfrenta a una tarea más o menos precisa. Las instruc­ ciones que recibe y su actitud hacia el experimentador plantean el proble­ ma en términos generales. En la mayoría de los casos el temperamento, las predisposiciones y los intereses innatos o adquiridos por cada indivi­ duo lo delimitan aún más y de forma más definida. Por consiguiente, no se consigue nada tratando de explicar una determinada respuesta mental como la solución de un problema, porque sin un problema de uno u otro tipo no hay respuesta de ninguna clase. Al mismo tiempo, existen diferen­ cias muy importantes entre los casos en los que el sujeto afirma ser cons­ ciente del problema y aquellos otros casos en los que el carácter proble­ mático de la situación opera inconscientem ente. Además, pueden descubrirse importantes diferencias adicionales cuando reflexionamos so­ bre cuál es la parte —o partes— de la situación total implicada en un de­ terminado caso que está ligada al factor problemático. Si examinamos los experimentos sobre percibir, encontramos general­ mente la tarea únicamente de la forma más indiferenciada. El sujeto, que en la mayoría de los casos se muestra sumiso hacia el experimentador, sólo intenta discriminar todo lo que este último le presenta. Y en los ca­ sos más sencillos, en los que la estructura que se presenta contiene muy pocos detalles o es extremadamente familiar, difícilmente se puede añadir más. Pero en la mayoría de los casos la tarea o el problema es más especí­ fico. Lo que se presenta excita en el sujeto alguna predisposición anterior, algún interés, o algunos factores temperamentales permanentes, adoptán­ dose inmediatamente actitudes bastante específicas hacia la situación. Dentro de ciertos límites, cuanto mayor es la complejidad estructural del


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Recordar: Estudio de psicología experimental y social

material, mayor ambigüedad tiene su forma, hay mayor número de carac­ terísticas que sobresalen del conjunto y cuantas más características «diná­ micas» o de movimiento contiene, más precisas y variadas son las actitu­ des que provoca y divergen más las interpretaciones. Esta es la razón por la que en todas las reacciones perceptivas, como ya se ha demostrado, al­ gunos rasgos especiales del objeto destacan siempre como las partes más importantes del conjunto desde el punto de vista psicológico, aunque no haya habido un análisis, en el sentido estricto del término. Puesto que este factor de la tarea siempre está presente, podemos considerar cualquier reacción cognitiva humana —percibir, formar imá­ genes, recordar, pensar y razonar— como un esfuerzo en pos del significa­ do. Algunas de las tendencias que el sujeto aporta a la situación con la que tiene que enfrentarse sirven para hacer que su reacción sea «más fá­ cil», o menos desagradable, o la más rápida y menos dificultosa posible en ese momento. Cuando intentamos descubrir cómo se hace esto nos en­ contramos siempre con que se produce un esfuerzo para conectar el ma­ terial dado con otra cosa. Así pues, lo inmediatamente presente «repre­ senta» algo que no está inmediatam ente presente, originándose así el «significado» en sentido psicológico. Como hemos visto, en algunos casos de gran sencillez estructural, de regularidad estructural o de extrema fa­ miliaridad, los datos inmediatos frecuentemente se adecúan o encajan en un patrón perceptivo que parece preexistir al menos en relación con el acto perceptivo concreto. Este contexto, esquema o patrón preformado, se usa de manera irreflexiva, no analítica e inconsciente. Debido a su uti­ lización, los datos perceptivos inmediatos tienen significado, se pueden manejar y son asimilados. En muchos otros casos no se puede llevar a cabo ese ajuste inmediato. No obstante, cuando el sujeto se enfrenta con su tarea, que en estas cir­ cunstancias forzosamente tiende a estar definida más específicamente, y teniendo que usar los mismos instrumentos, de las tendencias, predisposi­ ciones, intereses y factores temperamentales subjetivos, busca analogías con las que conseguir dominar a estos datos perceptivos refractarios. Pue­ de tener éxito, de una forma que todavía tiene que analizarse psicológica­ mente, utilizando un nombre o frases descriptivas sencillas. En dichos casos puede que no aparezcan imágenes sensoriales, ni haya una reminis­ cencia específica. También puede que no consiga encontrar un nombre o una descripción sencilla. El sujeto se queda vagamente preocupado, su es­ fuerzo en pos del significado todavía se halla paralizado. Después, como algunas veces en las series de manchas, aparece la imagen sensorial. Se casa con el material presentado y la tarea se da por cumplida. O de nuevo —y parece que es predominantemente un problema de temperamento—


Experimentos sobre formar imágenes

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no se consigue casar, pero tiene un interés intrínseco tan grande que el sujeto llevado por la imagen se siente satisfecho y considera terminada la tarea,,ante el probable asombro del experimentador por tan singular re­ acción. Todavía quedan otros casos, en los que el sujeto puede ponerse conscientemente a analizar el material presentado, a formularse a sí mis­ mo el problema, a imaginarse la relación exacta entre ambos y a llegar así a una solución «razonable». En este caso decimos que «piensa». Existen algunas evidencias que parten de los resultados de la serie de manchas de tinta de que usando el método de la imagen se puede provocar la apari­ ción de actitudes específicas fundamentalmente de carácter afectivo y el funcionamiento de intereses permanentes. Este es un indicio en el que se debe profundizar en el estudio de recordar. Se hace ahora más obvio que nunca que los procesos con una mayor complejidad psicológica pueden parecer, una vez producidos, los de ma­ yor simplicidad. Ello se debe a que están construidos sobre el funciona­ miento de patrones que, una vez formados, operan como unidades; sin embargo su formación puede revestir una gran complicación. Cuando pasamos de percibir y formar imágenes al recordar no entra­ mos en un campo de problemas psicológicos nuevos. Sería así si percibir consistiera en una recepción pasiva de estímulos y recordar fuera la sim­ ple reiteración de los patrones ya formados de esa manera; pero ambos son mucho más que eso. Hemos visto que cuando percibimos los datos presentados tienen que ser conectados activamente con algo más como paso previo a que puedan ser asimilados. La tarea se hace más específica al recordar. Aquello con lo que los estímulos inmediatos de las reacciones tienen que ser conectados está más estrictamente definido y debe ser al­ guna cosa o hecho específico que estuvo presente antes en algún momen­ to determinado. El carácter general de los problemas 110 se altera de modo radical, pero todavía tenemos que ver de forma precisa cómo ope­ ran los instrumentos para solucionarlos.


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Recordar: Estudio de psicologĂ­a experimental y social

L ĂĄmina I

5


Experimentos sobre formar imรกgenes L รก m i n a II

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Capítulo 4 EXPERIMENTOS SOBRE RECORDAR. a) El método de la descripción

1.

Descripción del método

Como ya he comentado, en esta serie de experimentos procuré evitar en la medida de lo posible la artificiosidad de que adolecen con frecuen­ cia los experimentos psicológicos de laboratorio. Por consiguiente, des­ carté la utilización de silabas sin sentido y empleé en todas las pruebas un material que los sujetos pudieran considerar como mínimo lo suficiente­ mente interesante y normal, como para no obligarlos a modos de obser­ vación y de recuerdo ad hoc. Además, el tipo de material utilizado hace innecesario que se dedique mucho tiempo a entrenamientos previos antes

101


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

de que los resultados experimentales se puedan tomar en cuenta seria­ mente. Lo qüe voy a denominar el método de la descripción , fue un procedi­ miento preliminar del que esperaba que planteara problemas e indicara posibles pistas para solucionarlos, más que resultados definitivos. Se utilizó una serie de cinco tarjetas. En cada tarjeta estaba represen­ tada la cara de un soldado u oficial de la Marina o del Ejército. Los expe­ rimentos se llevaron a cabo durante los inicios de la Gran Guerra, mo­ mento en el que existía un gran interés por los cuerpos de combate. Las tarjetas concretas que se utilizaron se eligieron debido a que las caras — que se reproducen en la página anterior— se parecían bastante de modo que resultara sencillo agruparlas, al tiempo que cada una tenía peculiari­ dades individuales precisas. Las tarjetas se pusieron en una mesa, boca abajo, delante de los suje­ tos, siempre en el mismo orden. Las instrucciones fueron: En estas tarjetas hay una serie de representaciones de rostros de hombres, una por cada tarjeta. Mire cada tarjeta durante diez segundos, observando cuidadosamente todas las características de las caras que pueda, de modo que más tarde sea capaz de describir las caras y de responder a preguntas sobre ellas. Cuando yo diga «ahora» coja la tarjeta superior y mírela hasta que vuel­ va a decir «ahora» de nuevo, En ese momento, vuélvala boca abajo sobre la mesa y levante la segunda tarjeta, m irándola hasta que nuevam ente diga «ahora». Prosiga con las otras de la misma manera.

Se le dieron al sujeto uno o dos períodos de diez segundos para prepa­ rarle para el espacio de tiempo que tendría para examinar cada tarjeta. Después de que hubiera visto todas las tarjetas se dejaba transcurrir un intervalo de treinta minutos. Este intervalo se ocupaba con una con­ versación o con otras tareas. Después, el sujeto describía las distintas tar­ jetas en el orden en que pensaba que se habían presentado y contestaba a preguntas sobre algunos detalles. Una semana o quince días más tarde, el sujeto volvía a describirlas otra vez y contestaba a nuevas preguntas. El procedimiento se mantuvo después con intervalos más amplios. El obser­ vador no volvía a ver las tarjetas hasta que no había total seguridad de que era incapaz de poder volver a realizar experimentos posteriores sobre esta serie1. Se utilizaron dos grupos de preguntas, uno en la primera sesión y otro en la segunda. Siempre que pareció aconsejable se incluyó en posteriores sesiones una selección de las mismas. Naturalmente sabemos que cual­ quier pregunta muy repetida por su mera forma, es capaz de influir de distintas maneras en las respuestas2. Pero este aspecto no tenía mayor im­


Experimentos sobre recordar: a) El método de la descripción

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portancia para mi objetivo presente porque no me interesaba la exactitud real del recuerdo. No obstante, aunque en ocasiones hice preguntas muy sugerentes, no detallaré aquí las respuestas que se obtuvieron, sino que me limitaré fundamentalmente a las cuestiones que surgieron a partir de las descripciones libres de las tarjetas, y de las respuestas a las preguntas que tenían menos probabilidad de distorsionar el material recordado. No es necesario que proporcione el interrogatorio de forma detallada, en particular porque no dudé en adaptarlo o completarlo de acuerdo con lo que estimé que eran las necesidades psicológicas del momento. Todas las cuestiones se podrían agrupar perfectamente en los cuatro apartados siguientes: a) las que tienen que ver con la posición o con la dirección de la mi­ rada; b) las que tienen que ver íntegramente con detalles concretos; c) las que incluyen detalles no presentes en el caso en cuestión, sino en otra parte de la serie; el) las que incluyen detalles que no están presentes en ninguna parte de la serie.

Los resultados obtenidos en los dos últimos grupos de cuestiones se tratarán de forma separada.

2.

El mantenimiento de un orden secuencial

Frecuentemente en la vida cotidiana puede ser importante conservar un orden secuencial exacto. Por ejemplo, en un proceso judicial a menudo el orden en que ocurrieron los hechos constituye una parte importante de las pruebas así como las discrepancias entre los relatos de los distintos testigos. El orden secuencial es de importancia capital para llevar a cabo órdenes, repetir rituales o establecer todo tipo de rutinas. Por consiguien­ te, es interesante descubrir que el orden de una secuencia es un factor su­ jeto en extremo a alteraciones, incluso en una serie tan pequeña y con in­ tervalos tan breves como los utilizados aquí. En la primera sesión, siete de los veinte sujetos —todos ellos adultos— que tomaron parte en este experimento cometieron errores en el orden de la secuencia. No obstante, sólo uno de ellos cometió más errores ulteriormente y únicamente otro de los trece restantes que habían acertado la primera vez se equivocó con posterioridad. Ninguno confundió la posición de la primera tarjeta de la serie, pero sí las de las restantes. El error más común consistió en trasto-


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

car las tarjetas III y IV, si bien la trasposición de las tarjetas IV y V fue casi igual de frecuente. La confusión de detalles fue igualmente frecuente en el caso de algunas otras tarjetas. En la primera sesión: El sujeto » » » » » »

B pone V en vez de IV: IV en vez de V » D » V II: lí IV; IV en vez de V » » IV IV E Iíí: III » IV G » IV III: III » V: V P » II II; III en vez de IV; IV en vez de III » IV R » IV III III: » V S » V IV: IV

E n la segunda sesión:

El sujeto C pone V en vez de IV: IV en vez de V » E » IV » II: II » IV

Es interesante, y quizás significativo, que todos estos errores los co­ metieran sujetos cuyo recuerdo se apoyaba directamente en imágenes vi­ suales. Los que asignaron un nombre a cada cara, y utilizaron dicho nom­ bre al recordarlas, no cometieron errores al evocar el orden de la serie, aunque por lo que respecta a las confusiones en los detalles no mostraron una mayor superioridad. Parece que mantener un orden secuencial es más sencillo que esta­ blecerlo .inicialmente. Es probable que algún tipo de mecanismo automá­ tico lleve a cabo adecuadamente la primera tarea, mientras que la última puede exigir algún método o medio de observación específico. Tal vez resulte sencillo únicamente cuando se trabaja con un tipo de material de­ terminado. Planteamos, pues, el primer esbozo de algo que puede convertirse en una noción psicológica importante: la adecuación o adaptabilidad de de­ terminado material cognitivo específico a ciertas reacciones psicológicas precisas. Por ejemplo, cuando la tarea consiste en describir o recordar ob­ jetos o hechos individuales, las imágenes visuales pueden tener un amplio campo de utilidad. Probablemente, las palabras u oraciones tengan una esfera de acción menor en cuanto a la descripción, pero pueden ser supe­ riores si el problema consiste en establecer un orden secuencial exacto. Ambos aspectos deberán aguardar un estudio ulterior.


Experimentos sobre recordar: a) El método de la descripción

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Aunque con frecuencia sea importante en la vida diaria poder relatar, o llevar a cabo con exactitud, un orden de sucesión dado, la capacidad de hacerlo se adquiere tardíamente. Es probable que los hechos sucesivos tiendan a estar organizados cronológicamente en la vida mental desde el principio, de forma que se puedan repetir con posterioridad en el orden correcto. Sin embargo, se trata de algo muy distinto a la capacidad de se­ leccionar los hechos de las series en que aparecieron y asignarles su posi­ ción secuencial correcta. La capacidad de seleccionar objetos y hechos concretos y de asignarles un orden es un desarrollo relativamente tardío y parece exigir dispositivos especiales. Estos dispositivos, como otras res­ puestas que se adquieren tardíamente, se pueden alterar con facilidad. 3.

La dirección de la mirada

Los experimentos sobre percibir indicaban que hay algunos factores espaciales simples y fundamentales, concretamente estar a la derecha o a la izquierda, arriba o abajo, que sobresalen muchas veces de los datos presentados y a los que se responde de inmediato. Es interesante, por tanto, observar hasta qué punto se puede informar sobre ellos correcta­ mente cuando el recuerdo es inmediato. Todas las caras de las tarjetas utilizadas en este experimento tenían determinada «dirección de la mira­ da», todas miraban o apuntaban hacia una dirección dada. La mayoría de los observadores, pero no todos, comentaron espontáneamente la direc­ ción de la mirada aunque sin mucha unanimidad a la hora de especificar su dirección. Si se tabulan los datos tenemos lo siguiente: Dirección real de la mirada I |D II 11 |D

Informe Número de la tarjeta I II III IV V

Perfil izq. 10 3 1 3 .

Perfil derecho 3 1 . 3 1

\1

]D

1

.

.

2 1

Cara de \l |D frente Total . 1 3 6 3 2 16 9 25 17 9 2 19 3 8 4 17

Se puede comprobar que el 60 por ciento de estos informes fueron erróneos, de modo que si bien es probable que se observe un determina­ do detalle de posición también lo es que se recuerde de forma equivocada inmediatamente después.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

. De. más interés son dos intentos de clasificar las tarjetas, por la direc­ ción hacia la que miraban, basándose en una regla. Ya hemos visto que asignar una regla o norma de elaboración puede tener una importancia funcional considerable en una respuesta perceptiva inmediata. Ahora co­ menzamos a tener algunos datos sobre el papel que puede desempeñar el mismo factor al recordar. El sujeto A dijo sobre el coronel: «Creo que está mirando en la misma dirección que los demás». Ya había descrito al guardiamarina como «mi­ rando a la izquierda» y había afirmado que «el soldado miraba en la mis­ ma dirección que el primero». Al llegar al capitán dijo: «Creo que estaba mirando del mismo modo que el coronel, pero no estoy seguro. Recuerdo que me pareció que los dos o tres primeros miraban en la misma direc­ ción y que el último lo hacía en la dirección contraria». En este caso no se recuerda directamente el material, sino una opinión sobre el material he­ cha en el momento en que las tarjetas se vieron por primera vez. El sujeto M, al hablar del coronel, dijo: «Me hice la idea de que las ca­ ras comenzaban mirando a la izquierda y que acababan mirando a la de­ recha de modo que formaran una serie». Cuando llegó al capitán dijo: «La cara estaba ligeramente orientada hacia la derecha: eso coincide con mi idea de una serie». Del marinero dijo: «Miraba hacia la derecha. Tiene la cara vuelta hacia las letras. Hace un momento no estaba segura de si completaba la serie, pero ahora creo que sí». Ambos sujetos no están recordando directamente el material presen­ tado, sino una opinión que se formaron sobre el material cuando io vie­ ron originalmente. En ambos casos, en los que la evocación se produjo muy poco después de la presentación original, los sujetos fueron plena­ mente conscientes de lo que estaban haciendo. No obstante, en el acto de recordar cosas más antiguas, muy bien puede ocurrir que las inferencias basadas en este tipo de opiniones se entremezclen inconscientemente con la evocación real de material perceptivo o de patrones. Una vez más, ambos casos ejemplifican lo que Binet denominó «idée directrice»3. Cuando se le presenta el material, el sujeto descubre, quizá de forma inmediata, tal vez mediante un análisis preciso, lo que considera que es la regla de ordenación. Después, es la propia regla la que adquiere predominio y modela el recuerdo del sujeto. Binet señala la gran impor­ tancia y difusión de esta idea: «Idée directrice, idée précongue, préjugée, partis pris, influence de la tradition, esprit conservatoire, misonéisme des vieillards, tels sont les noms sous lequels on designe, suivant les circonstances, le phénoméne mental que nous allons chercher á étudier»4, Binet atribuye fundamentalmente a pura inercia el influjo de la «idée directrice»: «Si l’éléve s’engage dans la voie de l’idée directrice c’est parce


Experimentos sobre recordar: a) E! método de la descripción

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, que c’est la ligue du moindre effort; et il est plus facile d’accroítre réguliérement l’appréciation d’un poids ou d’une ligue que de taire une appréciation sérieuse de chaqué poids et de chaqué ligue»5. Este es sólo un aspecto del problema. El clasificar de acuerdo con la «regla de la serie» posee otras ventajas. Una única ley, expresada de for­ ma sencilla, puede ser la base sobre la que construir muchos detalles. En realidad, puede distorsionar los hechos, sobre todo simplificándolos, pero dicha distorsión no resulta un gran inconveniente porque en la vida coti­ diana la exactitud meticulosa en los detalles reviste normalmente poca importancia. Por otra parte, tanto A como M basaron sus recuerdos en esta serie en el uso del lenguaje. Pertenecían al tipo de sujetos que propongo denomi­ nar «vocalizadores». En esos casos el mejor modo de expresar reglas y se­ cuencias, una vez formulados, es hacerlo mediante palabras, y en muchos casos, tienen obligatoriamente que expresarse así, de la misma manera que la imagen visual se adecúa mejor a las características especiales de objetos o situaciones concretas. Así pues, es probable que haya que consi­ derar que este resultado complementa al que se observó en el caso del or­ den de presentación. Éste constituye un tipo de «regla» o secuencia, y el mismo medio que se adecúa mejor con un aspecto de una situación puede llevar a distorsionar otro aspecto.

4.

La influencia de las actitudes afectivas

Algunos de los experimentos anteriores han mostrado que en la per­ cepción y subsiguiente formación de imágenes operan con frecuencia acti­ tudes subjetivas, de carácter predominantemente afectivo. En este punto, podemos avanzar un poco más el estucho de dichas actitudes. Parece que las caras favorecen particularmente actitudes y reacciones subsiguientes muy influidas por los sentimientos. En raras ocasiones las personas normales las discriminan o analizan con mucho detalle. Nos ba­ samos más bien en una impresión general, provocada a primera vista, que produce inmediatamente actitudes de agrado o desagrado, confianza o desconfianza, alegría o seriedad. Casi todos los sujetos de este experimen­ to comenzaron la descripción del guardiamarina haciendo referencia a «el aspecto sonriente»; frecuentemente al soldado se le caracterizó como «jo­ vial» y con «una amplia sonrisa». En general, al coronel se le describió de muy variadas formas: «tiene una expresión seria»; «tiene unos cincuenta años, es austero, serio y de aspecto poco atractivo»; «tenía arrugas muy marcadas en la cara, que era más oscura que las otras»; «sus facciones es-


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

taban curtidas por la intemperie»; «tenía aspecto de estar muy bien ali­ mentado y vestido»; «creo que tenía un tipo de rostro bastante anguloso»; «tenía un aspecto enfurecido, no, creo que parecía muy jovial»; «tenía as­ pecto ceñudo»; «la impresión general que me produjo su cara y en espe­ cial sus ojos fue que podría ser a veces un ordenancista, especialmente en los desfiles». El capitán y el marinero suscitaron un repertorio de comen­ tarios igualmente interesantes, variados y generales. Obviamente, todo tipo de nociones convencionales sobre los militares y marinos de un ran­ go determinado complicaron los patrones perceptivos y se hicieron más acusadas al coincidir este experimento con la Gran Guerra, pero se puede observar que el mismo tipo de complicaciones afectan siempre a nuestras reacciones frente a las caras y a las expresiones faciales. Una cara concreta produjo a menudo inmediatamente una actitud más o menos convencional apropiada al tipo dado. Además esa actitud afectó activamente a los detalles de la representación. La tendencia a convertir los rasgos de la cara en convencionales se puso de manifiesto frecuentemente incluso en el recuerdo inmediato, si bien en los recuer­ dos siguientes se tendió a acercarlos todavía más al patrón convencional: «Este, creo, dijo un sujeto, era el soldado Atkins. Tenía tipo de soldado normal. Tenía un bigote grueso y espeso y un tipo de cara más tosco que el resto.» Es indudable que transfirió el bigote de la tarjeta IV, pero ello se debió directamente a que consideró al soldado como una clase y casi con seguridad tuvo algo que ver con un tipo de tiras populares que goza­ ban en ese momento del favor del público. «Es muy posible —continuó este sujeto— que haya visto el pelo del hombre. Me dio una impresión general de pelambrera. La tosquedad general de la cara puede deberse al hecho de que estuviera despeinado.» En un experimento posterior dijo: «Probablemente las líneas de la cara eran negras, pero es una inferencia de la impresión general de tosquedad». Y todavía más adelante: «No puedo decir con seguridad si tiene arrugas en la frente. De nuevo tengo la impresión de un hombre que viene de padecer un clima duro. El cue­ llo de su abrigo está levantado». Por último, exactamente dos meses des­ pués del experimento inicial: «Tengo la impresión general de un hombre que viene de soportar un mal tiempo. Diría que lleva una gorra imper­ meable». Este sujeto estaba en el servicio activo del Ejército británico en aquella época. Uno o dos ejemplos más nos mostrarán con mayor claridad todavía el carácter predominantemente afectivo de este tipo de reacción. Un sujeto manifestó en relación con el capitán: «La característica más notable de su cara era la de limpieza. Experimenté alivio al ver de nuevo la cara de un marino. Su rostro era de tipo agradable». No señaló ningún detalle pero


Experimentos sobre recordar: a) El método de la descripción

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insistió en varias ocasiones en que la cara tenía rasgos claros y penetran­ tes. U n sujeto distinto concedió al capitán «un aspecto serio»: «Era un hotnbre joven de aspecto muy serio». La cara sufrió un giro hasta quedar com pletam ente de perfil y se le asignó una barbilla prominente y fuerte. D espués de un lapso de tres semanas la seriedad se intensificó y se aludió al capitán como «un hombre joven, de perfil, hacia la derecha. Tenía una cara cuadrada y parecía muy serio y resuelto». La seriedad y decisión fue­ ron acentuadas una y otra vez y quince días después parecían más llamati­ vas que nunca. Este sujeto tenía que finalizar el experimento en esta eta­ pa y le mostré la tarjeta de nuevo. Se sorprendió y pensó inicialmente que la había sustituido por una nueva. Su capitán, dijo ella, era mucho más se­ rio; su boca era más firme, su barbilla más prominente, su cara más cua­ drada. En todos estos casos parece como si algunos de los detalles dados en la evocación se estuvieran auténticamente construyendo bajo el influjo de la actitud afectiva. La idea de la memoria como proceso constructivo se discutirá folmalmente más adelante6. En la mayoría de los casos de evo­ cación constructiva parece que hay algunos detalles que se han discrimi­ nado de forma bastante precisa y a los que se les ha asignado una posi­ ción central. A parecen casos interesantes cuando se distinguen muy pocos detalles. «Creo —señaló un sujeto en relación con la tarjeta V— que era un marinero, pero no estoy seguro. Se me ha borrado casi por completo. Es todo lo que puedo decir. Miré al verso7 y me parece recor­ d ar las palabras “sonriente” y “marinero”, pero no tengo la imagen del hombre». No mejoró en una sesión posterior y por último le mostré la tarjeta de nuevo. «Es muy curioso —dijo— tenía una impresión muy vaga de un semblante cordial. Era un tipo de estructura indefinida y cambian­ te, pero la cara real se adecúa a ella bastante bien. Parecía en todo mo­ m ento que estaba a punto de convertirse en una imagen. No era una ima­ gen visual aunque creo que estaba próxima a serlo y probablemente sólo fue la imprecisión extrema lo que la mantuvo así.» Naturalmente es impo­ sible decir si, con un lapso mayor de tiempo, el proceso constructivo hu­ biera continuado y se hubiera «recordado» la cara convencional del mari­ nero, pero es bastante improbable a la vista de muchos otros resultados de esta serie de experimentos. Parece evidente que las actitudes originadas a partir de algunos pa­ trones perceptivos no muy precisos pueden influir notablemente en el recuerdo y, en particular, pueden tender a producir reproducciones estereotipadas y convencionales que sirven adecuadam ente a todas las necesidades normales, aunque no sean en absoluto fieles a sus ori­ ginales.


110

5.

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Claridad relativa de los elementos de la serie

En todos los procesos perceptivos y de imágenes se tiende a resaltar ciertos elementos del material, aunque puede que el análisis, en el sentido literal del término, sea escaso o nulo. Se puede afirmar lo mismo del ma­ terial recordado. Prácticamente todos los sujetos, en todas las pruebas, es­ tuvieron totalmente dispuestos a ordenar los retratos por orden de clari­ dad. En primer lugar el guardiamarina, luego, casi con el mismo rango, el coronel, y mucho más abajo, pero aproximadamente igual por lo que res­ pecta a la distintividad, se encuentran el soldado, el capitán y el marinero. Todos los que pusieron al guardiamarina al comienzo de la lista dieron por descontado que era el primero, y nadie se molestó en dar explicacio­ nes. Pero sí fue frecuente que se dieran siempre que se colocó a cualquie­ ra de los otros al comienzo de la lista, como si hubiera algo inesperado en la elección. Así: «El coronel, por el bigote» «El coronel es el más claro, por sus marcados rasgos faciales» «El coronel: lo pongo por su bigote y su expresión ceñuda» «El coronel tiene el aspecto más decidido» «El capitán, porque prefiero los marinos»

Se ha demostrado repetidas veces que cuando el material se ordena serialmente los elementos iniciales y finales ocupan una posición de ven­ taja por lo que respecta a la claridad del recuerdo8. Naturalmente, referir­ se a la posición como un factor objetivo y establecer vagamente que la su­ perioridad se debe a que se emplea mayor «atención» no constituye una explicación psicológica. No hay datos reales, y no parece que haya modo de obtenerlos, de que en tales casos se dedique una cantidad mayor de «atención», sea lo que sea ésta. Probablemente la explicación reside en la mayor novedad relativa de los primeros miembros de una serie, y la rela­ jación que se siente al acercarse al final de una tarea cuando se están es­ tudiando los últimos miembros. A pesar de todo ello, es obvio que otros factores pueden trastocar la potencia excesiva de los primeros miembros, de modo aún más sencillo que la de los últimos. De hecho, es probable que la importancia de la posición disminuya a medida que nos alejemos de los trabajos de memoria del tipo de los de las silabas sin sentido. La puesta en marcha de intereses previos fue el determinante primor­ dial de la distintividad relativa del material en esta serie. Hubo dos clases distintas de casos. A veces el interés surgió de forma indirecta. Así, el co­ ronel desplazó al guardiamarina después de un lapso de quince días y se le consideró más distintivo porque «Cuando lo vi me recordó a alguien


Experimentos sobre recordar: a) El método de la descripción

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que conozco». Con más frecuencia, el interés comenzó directamente, muchas veces provocado por algo ligeramente divertido, como el bigote del coronel. En ambos casos, debe hacerse una distinción adicional que más tarde puede que llegue a tener cierta importancia. Algunos de estos intereses activos parecían generalmente extendidos por todo el grupo. M uestran que el funcionamiento normal de la memoria nunca está al margen del determinismo social Otros, fueron peculiares de un sujeto determinado.

6.

La transferencia de detalles

Me propongo distinguir entre «transferir» cuando un detalle se trasla­ da dentro de la serie, e «importar» cuando el detalle se introduce en la se­ rie desde fuera. Ninguno de estos procesos fue particularmente marcado en este experimento como se podría esperar del hecho de que la serie fue­ ra breve y poco rica en detalles. No obstante, aparecieron ambos. De los veinte sujetos, todos, excepto seis, transfirieron detalles, casi siempre desde el primer momento. En la segunda, tercera y cuarta entre­ vista se hicieron poquísimos cambios de detalles dentro de la serie. La tabla de transferencias muestra: 4 transferencias de la tarjeta II a la tarjeta I 2 » II » I 3 » II » III 1 » III » II 1 » III » IV 1 » IV » I 2 » IV » II 2 » IV » III » 1 V » I 2 » V » II 3 » » IV V

Cuatro casos tuvieron que ver con la pipa, cuatro con el bigote y cua­ tro con un emblema. Es decir, el detalle que se transfirió con mayor fre­ cuencia fue generalmente de carácter sobresaliente, ya que en esa época los emblemas militares tenían mucho interés para mis sujetos. Los detalles se transfirieron de una tarjeta inicial de la serie a una pos­ terior con una frecuencia casi dos veces superior que en el sentido contra­ rio. Puede que este hecho no tenga un significado especial puesto que las


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

últimas tarjetas de la serie contienen en conjunto menos detalles notorios que las primeras. Incluso en una serie breve y sencilla y trabajando bajo condiciones ex­ perimentales —lo que siempre tiende a hacer que el sujeto sea más cuida­ doso de lo habitual— puede haber, por tanto, un considerable número de transferencias.

7.

Detalles importados

En la primera descripción libre de las caras, se produjeron diecinueve casos de introducción de detalles que provenían de fuera de la serie en trece sujetos. El influjo de las preguntas —incluso de preguntas correctas de hecho— para inducir este tipo de importación de detalles puede ser muy fuerte. Por ejemplo, el primer conjunto de preguntas produjo 60 ca­ sos adicionales que afectaron a todos los sujetos. La segunda descripción libre, después de un intervalo de una semana o quince días, produjo 24 nuevos casos en los que se introdujeron detalles extraños, aunque única­ mente pudieron examinarse aproximadamente la mitad de los sujetos ori­ ginales. La tercera descripción libre produjo 19 nuevos ejemplos. En la medida en que estos datos sean válidos, parece probable que la tendencia a inventar, o a importar un material nuevo de un contexto diferente, pue­ de aumentar considerablemente con el paso del tiempo. El sujeto que encabezó la lista de importaciones en cada uno de los ensayos fue el más visualizador de todo el grupo. Resaltó que había ad­ quirido el hábito de visualizar y que lo practicaba constantemente. Se mostró muy seguro durante todo el tiempo. El siguiente sujeto de la lista por número de importaciones producidas después de un intervalo, también era un pronunciado visualizador. Tam­ bién él parecía muy satisfecho con su trabajo. El tercer sujeto de la lista de introducción de detalles extraños fue un hombre que, si bien dependía habitualmente de vocalizaciones y asocia­ ciones relacionadas con el uso del lenguaje, decidió intentar una visualización directa en este experimento, considerando que era el método más aconsejable para la tarea. Otros tres sujetos con puntuaciones altas en la lista de importaciones se basaron fundamentalmente en indicios visuales en forma de imagen. Al mismo tiempo, tres de los sujetos que comparativamente mostra­ ron poca tendencia a importar detalles nuevos fueron visualizadores cla­ ros. Por tanto, por el momento sólo se puede concluir de manera incierta que visualizar favorece la importación.


Experimentos sobre recordar: a) Et método de la descripción

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Quizás sea curioso que la importación también parece que tiene más propensión a producirse en relación con detalles sobresalientes. Con tocio, si tenemos en cuenta que la prominencia de los detalles viene defi­ nida por intereses específicos, podemos concluir que eso era lo esperable después de todo. Por ejemplo, un sujeto, oficial del Ejército, se interesó especialmente por los emblemas militares de las gorras. Al hacer su des­ cripción los convirtió en los emblemas de los regimientos con los que es­ taba familiarizado en el servicio activo.

8.

Anotaciones adicionales sobre los métodos de visualización y vocalización

En términos generales el grupo de veinte sujetos adultos instruidos que tomó parte en este experimento se dividió de forma natural en dos clases: ios que para recordar se confiaron fundamentalmente en imágenes visuales y los que se dejaron guiar predominantemente por el lenguaje. Ya se ha visto que las reacciones de estos dos grupos de sujetos pueden diferir respecto a características tales como el orden de presentación y la dirección de la mirada. A continuación es preciso describir de forma más completa otra diferencia que se da entre ellos y que quizás pueda llegar a tener alguna importancia teórica. Los sujetos visualizadores, en conjunto, mantuvieron una firme acti­ tud de seguridad, y cuando un sujeto que no pertenecía de modo natural a este tipo era capaz de usar una imagen visual, experimentaba un inme­ diato aumento de su seguridad. Por ejemplo, el sujeto H no era un buen visualista de modo natural y había descrito la primera cara de forma dubi­ tativa. Repentinamente, al responder a una pregunta, su actitud se trans­ formó. «Esa pregunta —dijo— me trae una imagen. Ahora puedo ver cómo está dibujada la cara, y la colocación de luces y sombras. Hay to­ ques de luz y no de sombra. Hay un hoyuelo en la cara claramente marca­ do. La gorra es oscura y no hay nada blanco en mi imagen. Cuando usted me hizo la pregunta se me hizo nítida y fue la primera vez que realmente tuve una imagen de la tarjeta.» Por otra parte, al sujeto K, que normalmente tuvo escasas imágenes visuales, cuando se le preguntó si el bigote del coronel estaba canoso, dudó un momento y dijo: «No lo sé. Puede que quizás tuviera un bigote». Después, repentinam ente su actitud fue com pletam ente distinta. «Sí —asintió vehementemente— lo tenía. Era muy grande y sobresalía por los lados de su cara. Acabo de tener una imagen visual de él.» Algunas veces se produjeron conflictos entre la imagen visual y la idea


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

que se tenía del aspecto que debería tener, o probablemente tuviera, una cara determinada. La imagen se aceptó casi siempre a continuación. El sujeto L, al describir al coronel, dijo: «Tenía un aspecto de bastante enfu­ recido». Hizo una pausa, como si estuviera inseguro y después dijo: «No, parecía bastante jovial, creo. La imagen agradable es una imagen visual y la otra no. Me inclino por momentos a favor de la imagen y después por la idea que tenía. No obstante, creo que era agradable». En este caso la imagen visual no es totalmente perfecta pero el sujeto la prefiere a una opinión sobre el rostro en cuestión. Se dieron muchos otros ejemplos y, por lo que respecta a esta forma de experimento, la aparición de una ima­ gen visual conduce a un aumento de seguridad totalmente desproporcio­ nado con cualquier precisión objetiva. «Ver es creer» en otros dominios distintos de la percepción directa. Si pasamos a estudiar a los vocalizadores típicos, obtenemos un cua­ dro totalmente distinto, cuya característica primordial es la gran inseguri­ dad relativa. El método de recuerdo adoptado puede parecer muy com­ plejo o indirecto. El sujeto A describió su procedimiento de la siguiente manera: «El recordar lo que dije anteriormente (estaba hablando en la segunda sesión) ha desempeñado un papel importante en lo que he dicho ahora. A veces recordaba mis opiniones anteriores no las palabras, sino simplemente el hecho de pensar tal o cual cosa sobre los dibujos. Encuen­ tro difícil decir exactamente lo qué sucedió en esa situación pero parecía haber una incorporación de una “sensación” concreta. Diría que se pro­ duce una “sensación” característica de que se recuerda haber hecho un juicio»9. El sujeto M también habló todo el rato de recordar «opiniones», pero el sujeto F describió su método más bien como recordar «palabras». Este último dijo que sus imágenes visuales eran siempre menos claras y nunca pasaban de meros fragmentos. Las palabras que se había dicho cuando estaba observando las tarjetas podían repetirse cuando intentaba describirlas a continuación; y se dejaba guiar por ellas más que por cual­ quier otra cosa. Todos estos sujetos reaccionaron como si estuvieran construyendo sus descripciones a medida que avanzaban. Les preocupaba mucho que sus comentarios encajaran unos con otros de forma consistente. Hacían inferencias con facilidad, y eran a menudo totalmente conscientes de ello. El verdadero sujeto visualizador nunca hacía eso a menos que le fallara la imagen. Quizás estas diferencias entre un método de respuesta directo o indirecto nos dan la razón principal por la que los vocalizadores conside­ raron frecuentemente posibilidades alternativas antes de su informe final. De ser éste el caso podemos comprender por qué los vocalizadores pre­ sentaban frecuentemente una actitud insegura y dubitativa.


Experimentos sobre recordar: a) El método de la descripción

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¿La actitud determina el método de evocación o el método de evo­ cación determ ina la actitud? Es una pregunta sobre la que tendremos que meditar relacionada con la teoría general de recordar, cuando tra­ temos de asignar un estatus psicológico preciso a la «actitud». Hasta ahora los datos sugieren que ambas secuencias pueden aparecer. Tam­ bién se acumulan indicios cada vez más claros de que la imagen senso­ rial y el uso del lenguaje, ambos instrumentos importantes del recuer­ do, tienen sus propias funciones características. Veremos en qué medida estos indicios se apoyan en los resultados obtenidos con otros métodos experimentales.

9.

Resumen de las conclusiones sobre el método de la descripción

Enunciaré brevemente las conclusiones provisionales que se pueden extraer del estudio de los resultados del método de la descripción. Por ahora, todas deben ser revisadas: i) El recuerdo se ve afectado por transformaciones inconscientes, in­ cluso cuando el material está ordenado en series breves, su volumen es pequeño; su estructura objetiva simple y el observador sabe que tendrá que describirlo posteriormente: el recuerdo exacto constituye la excep­ ción y no la regla. ii) Los agentes transformadores forman dos grupos: o) métodos de recuerdo adoptados, e tí) intereses y sentimientos individuales o comunes.

iii) Por lo que respecta a los métodos de recuerdo: cuando el método principal que se emplea es la visualización, a) tienden a producirse confusiones en relación con el orden de pre­ sentación; tí) se favorece la introducción de material de origen extraño; c) se produce el efecto general de provocar una actitud de seguridad que no guarda ninguna relación con la exactitud objetiva.

Cuando el método principal que se emplea es el de la vocalización, a) se favorece la clasificación del material presentado de acuerdo con alguna regla o «idea directriz»;


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

b) se tiende a mantener una actitud de inseguridad que no tiene co­ rrespondencia con la inexactitud objetiva.

iv) Aquellos factores que inciden en el peso superior o predominio de características especiales en un patrón perceptivo afectan igualmente a la evocación y pueden convertir a ésta en gran medida en un proceso de construcción en el que se reúnen las características más verosímiles o po­ sibles en torno a un detalle central claro. v) Si bien las transferencias de detalles de un lugar a otro de una serie tienden a aparecer muy pronto en la historia del recuerdo sucesivo, la in­ troducción de detalles nuevos puede ser más marcada en las etapas poste­ riores. vi) El efecto transform ador de actitudes afectivas aumenta con el transcurso del tiempo. vii) La transformación del material, demostrada constantemente en la evocación, ocurre con más frecuencia en relación con detalles que los in­ tereses individuales tienden a hacer más sobresalientes o más claros en términos psicológicos. Esto se deduce del punto (iv).


I

Capítulo 5 e x p e r im e n t o s

SOBRE RECORDAR b) El método de reproducción repetida

1.

Descripción del m étodo

El m étodo cíe reproducción repetida es prácticamente idéntico al que Philippe adoptó en sus experim entos Sur les transformations de nos ima­ ges m entales 1, exceptuando que el material utilizado fue diferente y que los experim entos se prolongaron durante un período de tiempo superior. El sujeto recibía una narración, un pasaje expositivo en prosa o un simple dibujo para que lo estudíase bajo determinadas condiciones. Normalmen­ te trataba de reproducirlo por prim era vez pasados quince minutos y des­ pués lo volvía a reproducir a intervalos de mayor amplitud. Al utilizar este m étodo esperaba descubrir qué tipos de cambios introducen con el paso del tiem po las personas corrientes en el material que recuerdan. O b­ viamente, la naturaleza del experim ento hace bastante arriesgado especu­ lar sobre qué es exactam ente lo que condiciona los cambios, pero es rela­ tivam ente sencillo co n tro lar la form a en que se van produciendo las sucesivas transform aciones. Existe una dificultad especialm ente importante. Contaba con poder continuar recogiendo reproducciones hasta que el material concreto al que se referían hubiese llegado a alcanzar una forma estereotipada. Sin embargo, m ientras que la forma tiende a fijarse muy rápidamente cuando se efectúan reproducciones frecuentes, el proceso de transformación gra­ dual puede continuar de form a casi indefinida si se dejan intervalos muy amplios entre las sucesivas reproducciones. En consecuencia, los resulta­ dos de los experim entos tal como se describen aquí representan sólo una parte de un proceso de transform ación incompleto. Es indudable adem ás que cuando las transformaciones se efectúan so­ bre un m aterial como el que, por ejemplo, producen las leyendas popula­ res o la formación de los rum ores de actualidad, las influencias sociales 117


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

desempeñan un papel primordial, y éstas no se pueden estudiar totalmen­ te mediante el método de reproducción repetida aunque puedan encon­ trarse en él en mayor o menor grado. Por lo que respecta a esto último, es preciso complementar el método con otros y, como se verá, intentaré de­ sarrollar este aspecto más adelante2. El material que se utilizó con el método de reproducción repetida per­ tenecía a dos grupos según fuera a) verbal, o b) gráfico. Cuando se pedía a los sujetos que recordasen el material, éstos reproducían por escrito el material verbal y mediante dibujos el gráfico. En este capítulo no presen­ taré ninguno de los datos obtenidos con el gráfico. Prácticamente todos los aspectos destacables se verán repetidamente ejemplificados y de una manera aún más llamativa a través de los métodos que se describirán y discutirán más adelante, por lo que es mejor que aguardemos a ese mo­ mento para tomarlos en consideración3. Por otra parte, sería imposible presentar algo más que una pequeñísi­ ma parte de los datos obtenidos con el material verbal sin prolongar la discusión hasta unos límites intolerables. Por consiguiente, todos los ejemplos que se detallan se limitarán al estudio de algunas de las repro­ ducciones repetidas de un único relato, aunque tendré en cuenta muchos detalles que los corroboran que no tienen cabida aquí.

2.

El material utilizado y el método de presentar los resultados

He seleccionado un relato adaptado de una traducción del Dr. Franz Boas4 de un cuento popular de América del Norte para estudiarlo de for­ ma especial. Varias razones me impulsaron a utilizar este relato. En primer lugar, el relato tal como se presentó pertenecía a un nivel cultural y a un medio social extremadamente distintos de los de mis suje­ tos por lo que parecía probable que fuera un material excelente para pro­ ducir transformaciones persistentes. También me interesaba el problema general de qué sucedería cuando se traslada un relato popular de un gru­ po social a otro, y pensaba que posiblemente la utilización de este relato podría arrojar cierta luz sobre las condiciones generales de transforma­ ción en tales circunstancias. Puede decirse honestamente que dicha espe­ ranza se confirmó en cierta medida. En segundo lugar, los incidentes que se describen en algunos de los casos no tenían muchas interconexiones manifiestas, y deseaba ver en particular cómo sujetos de un nivel educativo alto y bastante refinados afrontaban esta ausencia de orden racional obvio. En tercer lugar, parecía probable que el carácter dramático de algunos


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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de los hechos narrados suscitara imágenes visuales muy vivaces en los su­ jetos adecuados, y pensé que quizás de ese modo arrojaría nueva luz so­ bre algunas de las ideas sobre las condiciones y funciones del formar imá­ genes originadas al utilizar el método de la descripción. En cuarto lugar, se podría considerar que el relato concluye introdu­ ciendo un elemento sobrenatural, circunstancia frente a la que deseaba observar las reacciones. El relato original fue el siguiente:

La Guerra de los Fantasmas

Una noche dos jóvenes de Egulac bajaron al río a cazar focas, y mientras estaban allí, el tiempo era brumoso y tranquilo. Oyeron entonces gritos de guerra y pensaron: «Parece una danza de guerra». Huyeron a la orilla y se es­ condieron detrás de un tronco. Entonces llegaron canoas, oyeron el ruido de los remos y vieron que una canoa iba hacia ellos. Había cinco hombres en ella, que dijeron: «¿Qué os parece?, quisiéramos que vinierais. Vamos a remontar el río para hacer la guerra contra la gente.» Uno de los jóvenes dijo: «No tengo flechas». «Las flechas están en la canoa», dijeron. «Yo no iré. Podrían matarme. Mis familiares no sabrán dónde he ido. Pero tú —dijo volviéndose hacia el otro— puedes ir con ellos.» Así, uno de los jóvenes partió, mientras el otro retornó a casa. Los guerreros remontaron el río hasta un pueblo en la otra orilla de Kalama. La gente bajó al agua y comenzaron a luchar y mataron a muchos. Pero en ese momento el joven oyó que uno de los guerreros decía: «Rápido, volva­ mos a casa, aquel indio ha sido alcanzado». Entonces pensó: «¡Ay!, son fan­ tasmas». No se sentía mal, pero decían que le habían dado. Así pues, las canoas volvieron a Egulac, y el joven desembarcó, fue a su casa y encendió un fuego. Llamó a todo el mundo y dijo: «Mirad, acompañé a los fantasmas y fuimos a luchar. Muchos de nuestros compañeros murieron y muchos de los que nos atacaron murieron. Dijeron que me habían herido pero yo no me sentía mal». Lo contó todo, y después se quedó callado. Cuando el sol salió se desplo­ mó. Algo negro surgió de su boca. Su cara se deformó. La gente se levantó sobresaltadamente y gritó. Estaba muerto. Cada sujeto leyó el relato en silencio dos veces a su velocidad de lec­ tura habitual. Excepto en el caso que se señalará más adelante, la primera reproducción se hizo quince minutos después de esta lectura. Otras repro­


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ducciones se realizaron con intervalos que dependieron del momento oportuno. No se intentó que la longitud de los intervalos fuera uniforme para todos dos sujetos, ya que es evidente que con ello no se consigue que las condiciones reales de reproducción para cada sujeto sean iguales. Nin­ gún sujeto conocía la finalidad del experimento y a todos los que mostra­ ron interés por conocerla se les hizo pensar que se trataba de probar la exactitud del recuerdo. Analizaré los resultados obtenidos de tres maneras: En primer lugar se presentarán varias reproducciones completas junto con algunos comentarios. En segundo lugar se examinarán algunos detalles de especial interés de esta narración concreta. En tercer lugar se enunciarán y discutirán de forma más global algu­ nas tendencias generales o comunes de los recuerdos sucesivos de la na­ rración.

3,

Algunas reproducciones completas con comentarios

a) El sujeto H reprodujo por vez primera el siguiente relato después de un intervalo de 20 horas:

La Guerra de los Fantasmas

Dos hombres de Edulac fueron a pescar. Mientras estaban atareados en el río oyeron un ruido en la lejanía. «Parece un grito —dijo uno—, y en ese momento aparecieron algunos hombres en canoas que los invitaron a unirse a la aventura del grupo. Uno de los jóvenes se negó a ir, debido a sus ataduras familiares, pero el otro se ofre­ cida ir. «Pero no hay flechas», dijo. «Las flechas están en el bote», fue la réplica. Por tanto, ocupó su lugar, mientras que su amigo regresó a casa. El grupo bogó río arriba hasta Kaloma, y comenzó a desembarcar en las orillas del río. El enemigo se precipitó sobre ellos y se produjo un combate feroz. En ese mo­ mento hirieron a uno y se alzó el grito de que los enemigos eran fantasmas. El grupo volvió a bajar el río, y el joven llegó a casa sintiendo que no ha­ bía sido en absoluto la peor experiencia de su vida. Al amanecer la mañana si­ guiente trató de contar sus aventuras. Mientras estaba hablando algo negro salió de su boca. De repente lanzó un grito y se desplomó. Sus amigos le ro­ dearon. Pero estaba muerto.


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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De form a general (i) el relato se acorta considerablemente, en espe­ cial por omisiones; (ii) las frases se hacen más modernas, más «periodísti­ cas», por ejem plo «se negó debido a sus ataduras familiares», «se produjo un com bate feroz», «sintiendo que no había sido en absoluto la peor ex­ periencia de su vida», «trató de contar sus aventuras», «algo negro salió de su boca»; (iii) el relato se hace algo más coherente y congruente que el original. Hay num erosas omisiones y algunas transformaciones. El más familiar «bote» reem plaza una vez a «canoa»; cazar focas se convierte simplemen­ te en «pescar»; E gulac se convierte en Edulac mientras que Kalama se sustituye p o r K alom a. El punto esencial acerca de los fantasmas se ex­ tiende de form a com pletam ente equivocada. Las dos excusas del hombre que no quería unirse al grupo guerrero se trastocan; el hecho de que «se negó con razones de lazos familiares» se convierte en la única excusa ex­ plícitamente dada. Ocho días más tarde este sujeto recordó el relato de la forma siguiente: La Guerra de los Fantasmas D os jóvenes de E dulac fueron a pescar. Mientras estaban ocupados oye­ ron un ru id o en la lejanía. «Eso parecen gritos de guerra —dijo uno—, va a haber algún com bate.» E n ese momento aparecieron algunos guerreros que los invitaron a unirse a una expedición río arriba. U no de los jóvenes se excusó debido a sus ataduras familiares. «No puedo ir — dijo— , p o rq u e m e podrían matar.» Así que regresó a casa. Sin embargo, el o tro h o m b re se unió al grupo y prosiguieron en canoas río arriba. Mientras desem barcaban en las orillas apareció el enemigo, que corrió a su encuentro. E n seguida hiriero n a uno, y el grupo descubrió que estaban luchando contra fantasm as. E l joven y su compañero regresaron a los botes y volvieron a sus casas. A l am an ecer la m añana siguiente estaba describiendo sus aventuras a sus amigos, que le habían rodeado. De repente algo negro salió de su boca, y se desplom ó lanzando un grito. Sus amigos se le aproximaron más, pero descu­ brieron que estab a m uerto.

Todas las tendencias que se pusieron de manifiesto en los cambios de la prim era reproducción parecen más marcadas ahora. El relato se ha he­ cho más conciso, más coherente aún. El nombre propio Kaloma ha des­ aparecido y la ausencia de flechas, que se puso en segundo lugar una se­ m ana antes, se ha elim inado por completo. Por otro lado, una parte de la otra excusa: «Podrían matarme», regresa a la narración aunque no apare­ cía en la prim era versión. Quizás sea un poco raro que el amigo, después


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

de haber regresado a casa, parezca retornar al cuento cuando lesionan al joven. Pero este tipo de confusión de incidentes conectados es una carac­ terística común del recuerdo. b) El sujeto N relató el cuento por primera vez así: Los Fantasmas Había dos hombres en las orillas del río cercano a Egulac. Oyeron el ruido de palas, y apareció una canoa con cinco hombres que les llamaron y dijeron: «Vamos a combatir contra la gente. ¿Venís con nosotros?». Uno de los dos hombres contestó, diciendo: «Nuestros familiares no saben dónde estamos, y no tenemos flechas». Contestaron: «Hay flechas en la canoa». Así que el hombre fue, y combatieron con la gente, y después les oyó de­ cir: «Han matado a un indio, vamos a regresar». Así que regresó a Egulac, y les contó que sabía que eran Fantasmas. Habló con la gente de Egulac, y les contó que había combatido con los Fantasmas, y que habían matado a muchos hombres en ambos lados, y que le habían herido pero no había sentido nada. Se desplomó y se quedó más tran­ quilo, y por la noche tuvo convulsiones y algo negro surgió de su boca. La gente dijo: «Está muerto».

Dejando de lado detalles menores, la característica más interesante de esta reproducción es el intento de afrontar los fantasmas. El sujeto infor­ mó espontáneam ente sobre su procedim iento. «Cuando leí el relato —dijo— pensé que el tema principal era la referencia a los Fantasmas que iban a luchar contra hombres lejanos. Entonces imaginé visualmente un río ancho, con árboles a cada lado, y a los hombres en las orillas y en las canoas. La segunda vez que leí el relato rápidamente me representé visualmente todo el conjunto. Las imágenes de la última parte eran con­ fusas. Los hombres dejaron al hombre herido y se metieron por el monte. Después vi al hombre contando su relato a los habitantes de la aldea. Es­ taba contento y orgulloso porque los Fantasmas pertenecían a una clase superior a la suya. Estaba dando brincos todo el rato. Luego tuvo convul­ siones y un coágulo de sangre surgió de su boca. La gente se dio cuenta de que había muerto e hicieron todo tipo de aspavientos. «Redacté el relato siguiendo básicamente mis propias imágenes. Tenía una sensación vaga del estilo. Había una especie de ritmo que traté de imitar. «No puedo entender la contradicción de alguien al que matan y el hombre al que hieren pero que no siente nada.


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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«Al principio pensé que había algo sobrenatural en el relato. Después comprendí que los Fantasmas debían ser una clase o el nombre de un clan, lo que hizo que todo resultara más comprensible.» De hecho este sujeto había interpretado erróneam ente desde el prin­ cipio el tema de los fantasmas, aunque lo convirtió en central en su ver­ sión del cuento. Esta reproducción es un bello ejemplo de la fuerte ten­ dencia a racionalizar común a todos mis sujetos. Siempre que aparecía algo incomprensible o «extraño», se omitía o se explicaba. En raras oca­ siones esta racionalización fue producto de un esfuerzo consciente. Con mayor frecuencia parecía realizarse de form a inconsciente: el sujeto transformaba el original sin sospechar que lo estaba haciendo. Tal como se ha comentado en las otras series experimentales descritas hasta ahora, puede existir un predominio de ciertos detalles sin que ello implique nin­ gún análisis explícito. En este caso, por ejemplo, los fantasmas constituían la parte central del relato. Se mantuvieron solos en el título, su nombre se escribió siempre con una mayúscula inicial: un verdadero caso de trans­ formación inconsciente para solucionar un problema específico. Después se produjo la explicación concreta: «Fantasmas» es el nombre de un clan, y con ella desaparecieron todas las dificultades. Este sujeto se encontraba muy satisfecho con su versión, de modo similar a como solían estarlo los sujetos visualistas de los experimentos anteriores. La satisfacción se man­ tuvo y quince días después los «Fantasmas» eran todavía más sobresalien­ tes. El relato se recordó así: Los Fantasmas Había dos hombres en las orillas de un río cercano al pueblo de Etishu (?). Oyeron el ruido de remos rem ontando la corriente, y al poco rato apareció una canoa. Los hombres de la canoa les hablaron y dijeron: «Vamos a comba­ tir con la gente: ¿venís con nosotros?» Uno de los dos hombres contestó, diciendo: «Nuestros familiares no saben dónde estamos; pero mi compañero puede ir con vosotros. Además, no tene­ mos flechas». Así que el joven fue con ellos, y com batieron con la gente y mataron a mu­ chos en ambos lados. Y después oyó gritar: «El indio está herido; regrese­ mos.» Y oyó decir a la gente: «Son los Fantasmas». No sabía que estaba heri­ do, y regresó a Etishu (?). La gente se concentró en torno a él y lavó sus heridas, y él les dijo que había com batido con los Fantasmas. Después se que­ dó callado. Pero por la noche tuvo convulsiones y algo negro surgió de su boca. Y la gente gritó: «Está muerto».


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

En esta ocasión se hace decir de forma precisa a los antagonistas del joven que las personas a las que está ayudando son los «Fantasmas» (es decir, miembros del clan de los Fantasmas). El indio se convierte en un héroe y en el centro de interés al final cuando, por vez primera, «lavan» sus heridas. La ignorancia del indio acerca de sus heridas, aspecto que ha­ bía preocupado a este sujeto quince días antes, regresa a la parte central del relato pero parece que se atribuye a una mera excitación general. De hecho, el elemento sobrenatural se ha eliminado prácticamente de forma total. La ingeniosa racionalización de los «Fantasmas» es un ejemplo claro del poder que puede tener un interés específico para producir una distor­ sión inconsciente del material recordado. El sujeto era un estudiante de Antropología que, más tarde, realizó trabajos de campo bastante impor­ tantes, en particular en relación con los temas de los términos de paren­ tesco y sistemas de clanes. Este sujeto también hizo descender la excusa de la «flecha» al segundo lugar y posteriormente consideró que probable­ mente era una invención suya. La referencia a los parientes se mantuvo y los nombres propios una vez más presentaron dificultades especiales. c) Es interesante tomar en consideración un caso de racionalización total y al mismo tiempo casi completamente inconsciente. La primera re­ producción del sujeto L fue: Cuento de la guerra del fantasma Dos jóvenes de Egulac salieron a cazar focas. Creyeron oír gritos de gue­ rra, y un poco más tarde oyeron el ruido de los remos de unas canoas. Una de estas canoas, en la que había cinco nativos, se acercó a ellos. Uno de los nati­ vos chilló: «Venid con nosotros: vamos a guerrear con algunos nativos de la parte alta del río.» Los dos jóvenes respondieron: «No tenem os flechas.» «Hay flechas en nuestras canoas», fue la réplica. Uno de los jóvenes dijo en­ tonces: «Mi gente no sabrá a dónde he ido»; pero, volviéndose al otro, dijo: «Pero tú podrías ir». Así que uno regresó mientras que el otro se unió a los nativos. El grupo remontó el río hasta un pueblo al otro lado de Kalama, donde desembarcaron. Los nativos de aquel lugar bajaron al rio a encontrarse con ellos. Hubo un gran combate y mataron a muchos de ambos lados. Entonces uno de los nativos que había hecho la expedición río arriba chilló: «Vamos a regresar; el indio ha caído». Entonces trataron de convencer al joven para que regresara diciéndole que estaba malherido, pero él no se sentía así. Entonces pensó que veía fantasmas a su alrededor. Cuando regresaron, el hombre les contó a sus amigos lo que había sucedi­ do. Describió cuántos habían muerto en ambos lados.


Experimentos sobre recordar: b) t i método de reproducción repetida

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Casi había amanecido cuando el joven se puso muy enfermo; y al salir el sol una sustancia negra escapó de su boca, y los nativos se dijeron unos a o tro s: «Está muerto». Esta versión m u estra la te n d e n c ia habitual de utilizar un lenguaje más convencional, un ligero aum ento de la dramatización al final, algu­ nas abreviaciones y la d ific u lta d com ún acerca de los fantasmas, que aquí se resuelve de una n u ev a form a. A parte de estos aspectos, la re ­ producción es en g en eral e x a c ta y com pleta. Casi cuatro meses más tarde el sujeto intentó re c o rd a r el relato de nuevo, y me lo dictó de la manera siguiente: No tengo ni idea del título. Había dos hombres en un bote, navegando hacia una isla. Cuando se apro­ ximaron a ella, algunos nativos vinieron corriendo hacia ellos, y les informa­ ron de que se estaba combatiendo en la isla y les invitaron a unírseles. Uno le dijo al otro: «Mejor vas tú. Yo no puedo porque tengo familiares que me es­ peran y no sabrán que ha sido de mí. Pero a ti no te espera nadie». Así que uno acompañó a los nativos pero el otro regresó. Aquí hay una parte que no puedo recordar. Lo que no sé es cómo llegó el hombre al combate. Sin embargo, como quiera que fuese, se encontró en medio del combate y fue herido. Los nativos trataron de convencer al hombre para que regresara, pero les aseguró que no le habían herido. Tengo la idea de que se ganó la admiración de los nativos por su lucha. Al final el hombre herido se quedó inconsciente. Los nativos le sacaron del combate. Después, creo que es así, los nativos describen lo que pasó y parecen ha­ ber imaginado que vieron a un fantasma que salía de su boca. En realidad era una especie de materialización de su aliento. Sé que esta expresión no estaba en el relato, pero es la idea que tengo. Finalmente el hombre murió al amane­ cer del día siguiente. «Primero», dijo este sujeto, «rememoré visualmente que un hombre se aproximaba a una isla, y también el aliento que se materializaba de algún modo en un fantasma. Pero quizás esto pertenezca a otro cuento». Para todos mis sujetos las dos partes más incomprensibles de la narra­ ción original fueron los fantasm as y la muerte final del indio. En la prime­ ra de estas dos reproducciones los fantasmas desempeñan una parte míni­ ma y sencilla: el indio se los im agina cuando resulta herido. Pero aparentem ente no es tan sencillo, y en la última versión, gracias a una condensación y una racionalización de la que el sujeto no fue consciente, ambas dificultades se h icie ro n m anejables. Esta es sólo una de las va­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

rías versiones en las que el original «algo negro» se convirtió en «salir el aliento». Una vez más, de las dos excusas del indio, la basada en la probable an­ siedad de los familiares aumenta de importancia, y la otra desaparece, en este caso totalmente. El título y los nombres propios se han olvidado. La racionalización se presentó prácticamente en todas las reproduc­ ciones o series de reproducciones pero, como era de esperar, el modo en que se llevó a cabo varió mucho de un caso a otro. La forma particu­ lar adoptada depende directamente de la acción de los intereses indivi­ duales específicos, como en el caso del «clan de los Fantasmas», de al­ gún hecho que depende de la experiencia personal, o de alguna peculiaridad de las actitudes individuales que determina la prominencia o importancia de los detalles del material global. Por ejemplo, esta es otra versión de La guerra de los fantasmas tal como la recordó un sujeto seis meses después de la lectura original: (No se da título) Cuatro hombres bajaron al agua. Les dijeron que se me­ tieran en un bote y llevaran armas con ellos. Indagaron «¿Qué armas?» y les respondieron «Armas para guerrear». Cuando llegaron al campo de batalla oyeron un gran ruido y gritos, y una voz dijo: «El hombre negro ha muerto». Y lo llevaron al sitio donde estaban, y lo- posaron en tierra. Y echó espuma por la boca. Todos los términos inusuales, y todos los nombres propios, todas las menciones a un elem ento sobrenatural han desaparecido de esta breve versión. Pero el aspecto más interesante es el trato que recibe el problemático «algo negro» con que acaba la narración original. «Ne­ gro» se transfiere al hombre y se convierte en algo perfectamente na­ tural, a la vez que «echó espuma por la boca» constituye una racionali­ zación del enunciado original de la misma manera que lo era la materialización del aliento del hombre fallecido que introdujo el sujeto L. El hecho de que un sujeto utilice una expresión o idea distinta a fá de otro se debe indudablem ente a la psicología individual, ya que en ambos casos estaban al servicio de la misma tendencia de racionaliza­ ción general. d) Cada uno de los ejemplos que se han presentado hasta el m o­ mento muestran una tendencia a abreviar y simplificar tanto el cuento en su conjunto como los detalles. En raras ocasiones se elaboró algún incidente, normalmente con adornos llamativos y a expensas de otros incidentes que pertenecían a la narración. Una serie más larga de las sucesivas versiones del sujeto P servirá de ejemplo. La primera repro­ ducción fue:


Experimentos sobre recordar: b) Ei método de reproducción repetida

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La guerra de los fantasm as

Dos jóvenes se encontraban a la orilla de un río a punto de comenzar una cacería de focas, cuando apareció un bote con cinco hombres. Todos iban ar­ mados para guerrear. Al principio los jóvenes se asustaron, pero los hombres les pidieron que fueran y les ayudaran a combatir contra algunos enemigos de la otra orilla. Un joven dijo que no podía ir porque sus familiares se inquietarían por su causa; el otro dijo que iría, y se metió en el bote.

Regresó a su cabaña por la noche, y les contó a sus amigos que había esta­ do en una batalla. Habían muerto muchos, y a él le habían herido con una fle­ cha; no había sentido ningún dolor, dijo. Le dijeron que debía de haber estado combatiendo en una batalla de fantasmas. Entonces recordó que le habían lastimado y se excitó mucho. Sin embargo, por la mañana se puso enfermo, y sus amigos le rodearon; se desvaneció y su cara se puso muy pálida. Después se retorció y chilló y sus amigos se aterrorizaron. Al final se quedó tranquilo. Algo denso y negro sur­ gió de su boca y se quedó retorcido y muerto. El sujeto autor de esta versión es un pin to r. Visualizó la escena global y me dibujó un bosquejo de sus im ágenes en un papel. La parte del medio del relato se le escapó to ta lm e n te pero, como podemos ver, elaboró la parte final con un dram atism o creciente. «El relato», resal­ tó, «me recordó prim ero un re la to d e m isioneros y después adquirió rasgos propios. También me reco rd ab a vagam ente algo sobre los egip­ cios que —creo— pensaban que las alm as salían por la boca cuando las personas morían.» Quince días más tarde se produjo el segundo ensayo: La guerra de los fantasm as

Había dos jóvenes que salieron una vez por la tarde a coger focas. Iban a empezar cuando apareció un bote por el río con cinco guerreros dentro. Pare­ cían tan fieros que los hombres pensaron que les iban a atacar. Pero se tran­ quilizaron cuando les pidieron a los jóvenes que se metieran en el bote y les ayudaran a combatir a algunos enemigos. El mayor dijo que no podía ir porque sus familiares se inquietarían por su causa. Pero el otro dijo que iría y se fueron.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social Regresó por la noche cansado y excitado, y les contó a sus amigos que ha­ bía estado combatiendo en una gran batalla. «Murieron muchos de los nues­ tros y muchos de los adversarios», dijo. «Me hirieron, pero no me sentí mal.» Más tarde, por la noche, se retiró tranquilamente a la cama después de en­ cender un fuego. A la mañana siguiente, sin embargo, cuando los vecinos fue­ ron a verle, dijo que debía de haber estado combatiendo en una batalla de fantasmas. Entonces se desplomó y se retorció en agonía. Algo negro saltó fuera de su boca. Todos los vecinos alzaron las manos y chillaron aterrorizados, y cuan­ do examinaron al joven descubrieron que estaba muerto.

Hay algunas omisiones más en esta versión, pero tanto el comienzo como el final de la narración tienden a ser más elaborados y dramáticos. Se exagera el «miedo» de los jóvenes al principio y ahora es el «mayor» de los dos quien dice que no irá. Como es habitual, la única excusa que permanece es la preocupación de los familiares. Al final se introduce un estilo directo y el «fuego» del original, que se había omitido en la primera versión, regresa al relato. Como antes, el sujeto continuó claramente con un método de evocación visual. Transcurrió otro mes y el sujeto recordó entonces el relato como si­ gue:

La guerra de los fantasmas

Dos jóvenes bajaron al río a pescar focas. Divisaron, al poco rato, bajando por el río, una canoa con cinco guerreros dentro y se alarmaron. Pero los gue­ rreros dijeron: «Somos amigos. Venid con nosotros porque vamos a entablar a una batalla.» El mayor de los jóvenes no podía ir porque pensó que sus familiares se in­ quietarían por su causa. El más joven, sin embargo, se fue.

Por la noche regresó de la batalla, y dijo que le habían herido, pero que no había sentido dolor. Había habido un gran combate y habían muerto muchos en cada bando. Encendió un fuego y se retiró a descansar en su cabaña. A la mañana siguien­ te, cuando los vecinos se acercaron para ver cómo estaba, lo encontraron con fiebre. Y cuando salió afuera, al amanecer, se desplomó. Los vecinos chilla­ ron. Se puso lívido y se retorció en el suelo. Algo negro surgió de su boca, y murió. Así que los vecinos decidieron que debía de haber estado en una gue­ rra con los fantasmas.


Experimentos sobre recordar: b) Ei método de reproducción repetida

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La parte final del re la to de nuevo gana detalles adicionales. Ahora son ios vecinos quienes deciden de un modo más o menos razonable que el jov'en debía de h a b e r estado luchando con los fantasmas. En algunos aspectos, por ejem plo en la mención del amanecer, la versión se acerca más a la forma original que las que dio anteriormente. «Todas mis imáge­ nes», resaltó, «se h an oscurecido. Los detalles del cuento parecen haberse desvanecido. No te n ía dificultad en recordar hasta lo que está escrito pero a la vez, tengo ideas inconexas sobre la parte inicial del cuento, so­ bre flechas y una roca que no me encajan. Mi memoria parece depender de imágenes visuales5, y puede que realmente consista en ellas; y no pue­ do explicar nada más.» Pasaron otros dos m eses y el sujeto, a petición mía, recordó de nuevo el relato sin que en ese intervalo hubiera pensado en él, según afirmó. La «roca», prefigurada ya en sus comentarios anteriores, encontró ahora su lugar y, de hecho, la puso exactam ente en el mismo sitio que el «tronco» del original.

L a guerra de los fantasmas

Dos jóvenes bajaron al río a cazar focas. Estaban ocultos detrás de una roca cuando llegó hasta ellos un bote con varios guerreros. Los guerreros, sin embargo, dijeron que eran amigos, y les invitaron a ayudarles a combatir con­ tra un enemigo río arriba. El mayor dijo que no podía ir porque sus familiares se inquietarían mucho si no volvía a casa. Así que el más joven se fue con los guerreros en el bote. ❖ * 'tPor la noche regresó y les contó a sus amigos que había estado combatien­ do en una gran batalla y que habían muerto muchos de ambos bandos. Después de encender un fuego, se retiró a dormir. Por la mañana, cuando salió el sol, se sintió mal, y sus vecinos fueron a verle. Les había dicho que le habían herido en la batalla, pero que entonces no había sentido dolor. Pero pronto se puso peor. Se retorció y chilló y cayó al suelo muerto. Algo negro surgió de su boca. Los vecinos dijeron que debía de haber estado en guerra con los fantas­ mas. Hay una m ayor elab o ració n aún de la parte inicial del relato, pero pocos cambios a p a rtir de ahí. Parece que la narración se ha estereoti­ pado, al menos tem p o ralm en te, tanto en su forma general como en va­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

rías de las expresiones usadas. Los fantasmas han adoptado definitiva­ mente su posición al final de la narración y toda ella ha ganado en co­ nexión y. coherencia respecto al principio. Por regla general, la forma de un relato queda bastante fijada mediante las repeticiones efectuadas en intervalos bastante cortos, aunque los detalles sufran cambios pro­ gresivos. Pero ¿qué ocurre con un intervalo más amplio? Dos años y seis meses después, el sujeto que según afirmó no había visto ni pensado en el relato en este intervalo, se mostró de acuerdo en intentar reproducirlo y es­ cribió: Algunos guerreros fueron a em prender la guerra contra los fantasmas. Combatieron durante todo el día, e hirieron a uno de su tropa. R egresaron a casa por la noche llevando a su cam arada enfermo. Cuando el día llegó a su fin, se puso rápidamente peor y los campesinos le rodearon. Al ponerse el sol suspiró: algo negro surgió de su boca. Estaba muerto.

El esquema del relato permanece. Los fantasmas que se habían si­ tuado al final se han trasladado ahora hacia el comienzo de la narra­ ción. Han desaparecido todas las elaboraciones quizás como resultado de la desaparición casi completa de la representación visual como mé­ todo de recuerdo. «Había algo —dijo el sujeto— sobre una canoa, pero no consigo encajarlo. Supongo que fue el alma lo que salió de la boca cuando murió.» Por tanto, parece como si la racionalización que este sujeto indicó en su comentario de casi dos años y siete meses an­ tes, pero que nunca expresó realmente en cualquiera de sus reproduc­ ciones, hubiera persistido de algún modo. Por primera vez en esta se­ rie, el hombre herido muere al ponerse el sol. Este fue un cambio que se introdujo a menudo, probablem ente en conexión inconsciente con la generalizada opinión popular de que los hombres m ueren frecuen­ temente cuando el sol se pone. El sujeto creía que había más que con­ tar al final como si sus primeras elaboraciones todavía tuviesen algún efecto. e) Las reproducciones precedentes se pueden comparar con una se­ rie breve que se obtuvo de un nativo del norte de la India, el sujeto R, que tenía una educación muy distinta a la del resto de mis sujetos. Era un hombre de una gran inteligencia pero poco instruido desde el punto de vista de una universidad inglesa e inadaptado al medio en que vivía. Era impresionable y muy imaginativo y muy nervioso, en el sentido convencional de la palabra. Reprodujo el relato por prim era vez como sigue:


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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Cuento

,Había, .dos jóvenes, y fueron a la orilla del río. Oyeron gritos de guerra y dijeron: «Hay una guerra de fantasmas». No tenían flechas. Vieron una canoa con cinco hombres en ella. Dijeron. «Las flechas están en la canoa». La guerra de los fantasmas empezó. Muchos murieron. Había un joven al que alcanza­ ron, pero no se puso enfermo. Oyó que habían herido al Indio. Volvió a su pueblo en la canoa. Por la mañana estaba enfermo, y su cara se contrajo. Algo negro surgió de su boca, y gritaron: «Estaba muerto». El sujeto parecía muy excitado. D ijo que se había representado vi­ sualmente de modo claro toda la escena y que eran especialmente vivi­ dos algunos pieles rojas con plumas en la cabeza. El relato se abrevió mucho y su estilo es muy brusco y desigual. Los «fantasmas» causaron una trem enda impresión en este sujeto, que los intro d u jo desde el principio mismo del relato, aunque puede que ello se deba en parte a la omisión del título. Quince días después se obtuvo la siguiente versión:

Cuento

Había dos fantasmas. Fueron al río. Había una canoa en el río con cinco hombres dentro. Se produjo una guerra de fantasmas. Uno de ellos preguntó: «¿Dónde están las flechas?». El otro dijo: «En la canoa». Comenzaron la gue­ rra, en la que hubo varios heridos y algunos muertos. Un fantasma fue herido pero no se sintió enfermo. Volvió al pueblo en la canoa. A la mañana siguien­ te estaba enfermo y algo negro surgió de su boca, y gritaron: «Está muerto». Durante este intervalo los fantasmas parecen haber fortalecido su po­ sición en el relato y han desplazado totalm ente a los dos jóvenes. Si cabe, la narración es aún menos coherente. Después de otro mes el sujeto lo intentó de nuevo, y obtuvo:

Cuento

Había fantasmas. Tenía lugar una pelea entre ellos. Uno preguntó: «¿Dón­ de están las flechas?» El otro dijo: «Están en la canoa». Hirieron o mataron a un gran número de los combatientes. A uno de ellos lo hirieron, pero no se sintió enfermo. Lo llevaron a su pueblo que estaba a varias millas remando en la canoa. Al día siguiente algo negro surgió de su boca y gritaron: «Está muer-


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

La primera parte del relato ha desaparecido completamente y todo él se ha convertido ahora en una lucha entre fantasmas. Los detalles domi­ nantes parecen haberse suprimido o dominar casi todo el resto. Al sujeto en cuestión, su relato le parecía bastante claro, pero comparado con las versiones precedentes parece muy brusco e inconexo. f) Por último, elegiré dos recuerdos entre los varios producidos des­ pués de mucho tiempo. Representan métodos y procesos totalmente dis­ tintos. Cada uno a su modo, plantea problemas interesantes. La versión siguiente se obtuvo después de seis años y medio de la lec­ tura original. El sujeto (W) sólo había dado previamente la reproducción «inmediata», con las características habituales: algunas abreviaciones, pe­ queña modernización de la terminología y un comentario realizado al fi­ nal, después de la reproducción, sobre el hecho de que el «algo negro» debía de ser el alma del hombre según la «antigua creencia egipcia». Al cabo de seis años y medio me encontré casualmente de nuevo con este hombre y se ofreció voluntariamente para recordar el relato. Lo recordó por etapas, cavilando y dudando, pero con una sorprendente facilidad global Daré esta versión exactamente como la escribió. 1. Hermanos. 2. Canoa. 3. Algo negro de la boca. 4. Tótem. 5. Uno de los hermanos murió. 6. No puedo recordar si uno mató al otro o estaba ayudando al otro. 7. Iban de viaje pero no puedo recordar por qué. 8. Grupo en canoa de guerra. 9. ¿El viaje es una peregrinación por razones filiales o religiosas? 10. Estoy seguro ahora de que era una peregrinación. 11. El objetivo tenía algo que ver con el tótem. 12. ¿Fue en esta peregrinación cuando se encontraron con un grupo hostil y mataron a uno de los hermanos? 13. Creo que había alguna referencia a una selva sombría. 14. Dos hermanos fueron en una peregrinación que tenía algo que ver con un tótem, en una canoa por un río cuyas aguas fluían por una sombría selva. Durante la peregrinación se encontraron con un grupo de indios hostiles en una canoa de guerra. En la lucha murió uno de los hermanos y algo negro sa­ lió de su boca. 15. No estoy seguro de cómo murió el hermano. Puede que tuviera que ver con algún sacrificio. 16. La causa del viaje estaba relacionada tanto con el tótem como con la devoción filial. 17. El tótem era el dios familiar y por tanto estaba relacionado con la de­ voción filial.


Experimentos sobre recordar: b) Ei método de reproducción repetida

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Se trata de un brillante ejem plo de recuerdo obviamente constructivo. El sujeto estaba muy contento y satisfecho con el resultado de su esfuerzo y, en realidad, teniendo en cu en ta la amplitud del intervalo, es notable­ m ente exacto y detallado. H ay b astante invención y precisamente en rela­ ción con sus invenciones es en lo que el sujeto se encontraba más conten­ to y seguro: el tótem, la devoción filial, la peregrinación, fueron lo que consideró su repesca más brillante, y estaba casi igualmente seguro de la som bría selva, una vez que se le ocurrió. Parece como si el elemento de los «fantasmas» del original, que este sujeto conectó con las creencias egipcias y que ahora parece h a b e r desaparecido por completo, estuviera en cierto modo activo y le ayudara a producir elaboraciones que adoptan las formas del tótem, la devoción filial, un bosque misterioso y una muer­ te en sacrificio. D ebe señalarse que, tal y como fue construido el cuento, está lleno de racionalizaciones y explicaciones, y que la mayoría de los co­ mentarios que el sujeto iba realizando aludían a la interconexión de va­ rios hechos y estaban dirigidos a que la narración global fuera lo más co­ herente posible. Compárese ahora este m éto d o constructivo con un caso muy distinto. El intervalo todavía fue m ayor, casi exactamente diez años. La sujeto (C) leyó el relato en la prim avera de 1917. En 1919, me vio de improviso cuando le adelantaba m ontado en una bicicleta, e inmediatamente se en­ contró murmurando «Egulac», «Kalama». Después me reconoció y recor­ dó la lectura de la narración y que esos nombres formaban parte de la misma. En el verano de 1927 se m ostró de acuerdo en recordar el relato. Escribió inmediatamente «Egulac» y «Calama», pero después se detuvo y dijo que no podía seguir. D ijo que tenía una imagen visual de una orilla arenosa y dos hombres en un bote río abajo. Sin embargo, al llegar a ese punto se detuvo. En estos dos casos se m antien en aparentem ente algunos detalles do­ minantes que se recuerdan con facilidad. Pero en el primero, los detalles constituyen la base sobre la que el sujeto edifica y construye otros nuevos, de modo tal que al final logra u n a estructura bastante completa. En el otro caso, los detalles d o m in an tes perm anecen relativamente aislados. Casi con seguridad, se podía h a b e r inducido al segundo sujeto para que uniera sus escasos detalles y quizás para que los ampliara. Pero consideré mejor para el propósito de estos experim entos intentar influir lo menos posible en el procedim iento de los sujetos.


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4.

Recordar. Estudio de psicología experimental y social Algunos aspectos de interés particular en La guerra de los fantasmas

a) Un posible caso de determinación afectiva

En este experimento se pasó La guerra de los fantasmas a veinte suje­ tos, de los cuales siete eran mujeres y el resto hombres. Si consideramos las dos excusas de los jóvenes para no unirse al grupo guerrero y vemos la forma en que se trataron, nos encontramos con que la mitad de los suje­ tos omitieron el argumento de «no tenemos flechas», ya fuera en la pri­ mera reproducción o en las sesiones siguientes. Seis de los diez sujetos que continuaron incluyendo la referencia a las flechas fueron mujeres. Por otro lado, excepto en las reproducciones a largo plazo, sólo dos suje­ tos, un hombre y una mujer, omitieron la referencia a los familiares. Cua­ tro hombres que dieron la excusa de las flechas en su primera sesión, la relegaron al segundo lugar y después la omitieron en las versiones si­ guientes. El método de la descripción ya ha puesto de manifiesto que la posición —que confiere cierta superioridad en los procesos de memoria al material que se presenta inicialmente en una serie— se puede alterar con facilidad. Casi todos los hombres que reprodujeron este relato habían es­ tado en la guerra, se enfrentaban a la posibilidad de tener que ir pronto, o pensaban que deberían ir. Creo que no es caprichoso afirmar que este re­ lato les recordaba su situación, y de hecho algunos así lo admitieron. La referencia a los familiares tenía una aplicación personal en la mayor parte de los casos y es más que probable que esa fuera la razón de que se con­ virtiera en un detalle dominante al recordar. Esta excusa también desapa­ reció en las sesiones posteriores. La preocupación por los familiares de la que, si estoy en lo cierto, dependía su conservación era sólo de carácter efímero, y al desaparecer también se eliminó el material relacionado con ella.

b)

Clima de «apoyo»

El punto siguiente puede parecer en un principio absolutamente fan­ tástico. No obstante, a lo largo de todos estos experimentos había tenido en mente la conexión entre los procesos de memoria y el desarrollo de todo tipo de convenciones y formas convencionales de representación. Ahora bien, una característica extremadamente común en la literatura popular, es lo que se puede denominar «clima de apoyo»; la tormenta es­ talla antes del momento de la tragedia; un cielo apacible presagia un fi­ nal feliz, etc. Me preguntaba qué tratamiento darían mis sujetos, en el


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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caso de La guerra de los fantasm as , a la «noche tranquila y brumosa». Sólo la reprodujeron ocho, y cinco de ellos la eliminaron en seguida de sus posteriores versiones. De hecho el «clima de apoyo» parece pertene­ cer a una clase de rasgos que resultan muy efectivos para establecer una especie de atmósfera vaga, pero por regla general no proporciona deta­ lles sobresalientes. Así, un sujeto que no logró indicar el tiempo atmosfé­ rico en una primera versión dijo sin embargo: «Me formé una especie de asociación, no sé cuál, en conexión con la noche densa y silenciosa en el río. Creo que me evocaba algo que había visto antes, pero no puedo re­ cordar exactamente las circunstancias». Quince días después apareció en su versión del cuento: «La noche transcurría neblinosa en el río y duran­ te un rato sólo fueron conscientes de su propia presencia». Parece que se nos presenta otro caso de aparición diferida de material en una repro­ ducción. A menudo cuando se registraban las circunstancias atmosféricas el cli­ ma se hacía de forma inexacta. «Dos indios —dijo un sujeto—, fueron a una ciénaga a la orilla de un lago para pescar. Sin embargo, la humedad del aire y la tranquilidad del agua perjudicaban su actividad». En una se­ gunda sesión hizo que el tiempo estuviera «tranquilo» y el agua «turbia» y, por último, más adelante, afirmó: «El día era húmedo y con niebla». O tro sujeto señaló: «La noche era fría y brumosa»; y otro: «mientras esta­ ban allí la oscuridad y la niebla aumentaron». Quizás lo que se evoca en tales casos sea, de hecho, meramente un «esquema de tiempo» que está en consonancia con un estado de ánimo dado, pero no con unas caracte­ rísticas meteorológicas detalladas.

c)

E l orden de los acontecimientos

Si la sugerencia basada en los resultados del método de la descripción es correcta, el orden de los hechos de un relato tendría que mantenerse bastante bien en las reproducciones repetidas ya que parece probable que las palabras sean un material adecuado y apto para expresar el o r­ den. En efecto, por lo general fue confirmado claramente en la presente serie de experimentos, pues se conservó el orden de los hechos. Pero cuando un incidente producía un interés inusual, ese incidente tendía a desplazar hechos que aparecían antes en la versión original. Como he­ mos visto en repetidas ocasiones desde el mismo inicio de este trabajo experimental, los rasgos sobresalientes son una característica de práctica­ m ente cualquier acto de observación por muy difíciles de analizar que sean tanto el acto como su objeto. Así, las dos excusas del joven indio se


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

trastocaron insoslayablemente excepto cuando una de ellas se perdía. Los fantasmas, una y otra vez, con mayor énfasis según transcurría el tiempo, iban siendo llevados hacia el comienzo de la historia. Pero en caso de que el sujeto se preocupara con la misteriosa muerte del indio, y considerara a los fantasmas meramente como fantasmas a la vez que se­ cundarios, los hacía descender inconscientemente al último lugar del re­ lato. También parecía que la tendencia a colocar unidades sorprendentes al principio fuera una característica especial de los sujetos visualizaclores, pero los datos a favor de este aspecto no se pueden considerar todavía muy definitivos.

d)

La reproducción del estilo

El estilo, ritmo o construcción de una narración en prosa o verso pro­ bablemente guarde cierta analogía con la «regla de estructura» de una fi­ gura regular. Y así como hay algunas personas sensibles a lo último, así en muchos casos lo primero puede producir una primera impresión dura­ dera. Casi todos mis sujetos que hicieron comentarios sobre La guerra de los fantasmas la describieron como «sucinta», «desarticulada», «bíblica», «incongruente», etc. Sin embargo, parece que el estilo es uno de esos fac­ tores a los que se responde con mucha facilidad, pero que raras veces se reproduce con fidelidad. Así, podemos reaccionar frente a una narración o a un argumento fundamentalmente por su carácter formal, podemos in­ cluso recordarlo durante mucho tiempo por esta razón y, sin embargo, este aspecto formal puede revelarse completamente ineficaz a la hora de conformar una reproducción subsiguiente. La comprensión completa­ mente satisfactoria no conduce necesariamente a una completa fidelidad en la reproducción; el buen oyente puede ser un mal imitador; el buen lector un mal escritor. Es muy probable que aparezcan en poco tiempo transformaciones de forma y estilo. En algunos de esos casos el sujeto, al intentar retener el estilo del original tal él lo concebía, utilizaba frases completamente pasadas de moda o inusuales: el joven «viró» hacia la ori­ lla, refugiándose detrás de un «tronco postrado»; los guerreros, al ver a mucha gente, «tomaron contacto en consecuencia, con la orilla del río». Un sujeto que había producido una versión extremadamente desapasio­ nada dijo: «traté de reproducir el relato original con toda su concisión». Obviamente la capacidad de responder a la forma no conlleva necesaria­ mente la capacidad de reproducir o incluso de recordar dicha forma. Con todo, la propia forma puede ser un factor importante para que el recuer­ do sea posible.


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida g)

137

Omisiones y trasposiciones más com unes

Eri' el caso de La guerra de los fa n ta sm a s sería una tarea tediosa y poco fructífera operar con la lista com pleta de omisiones y trasposicio­ nes. Las más comunes fueron con resp ecto a 1) el título; 2) nombres propios; 3) cifras concretas; 4) el significado preciso de los fantasmas, y 5) las canoas. Siete de los veinte sujetos om itieron en seguida el título, y diez de los restantes lo transform aron. Las variantes fueron: «Los dos jóvenes de Egulac»; «Cuento del fantasma de la guerra»; «Los fantasmas»; «El cuen­ to de los fantasmas», etc. Creo que sería interesante intentar descubrir en qué medida los títulos de cuentos en general, las cabeceras de los periódi­ cos y todo tipo de indicaciones iniciales influyen en la percepción y el re­ cuerdo. Algunos experimentos no publicados, llevados a cabo en Cam­ bridge por el difunto Profesor B e rn a rd M uscio indican que su importancia normalmente se exagera m ucho y, por lo que se puede com­ probar, mis propios resultados apuntan en la misma dirección. Antes o después se eliminaron los nom bres propios de todas las re­ producciones, con la sola excepción de un caso en el que parecía que tras haber transcurrido diez años, se trataba del único detalle fácilmente dis­ ponible. Por regla general sufrieron cam bios antes de desaparecer com­ pletamente. Egulac se convirtió en Em lac, Eggulick, Edulac, Eguliak; y Kalama se convirtió en Kalamata, K ulum a, K arnac, por dar sólo algunas de las variaciones. Ningún sujeto retuvo durante más de una reproducción el tema de los fantasmas tal y como se había relatado en el original. Todos los sujetos introdujeron «botes» en lugar de canoas en algún punto de la narración. Por regla general al cam biar a «bote», «remar» se transformó en «bogar». Naturalmente hubo otras muchas om isiones en distintas reproduccio­ nes y también un considerable núm ero de invenciones. Sus características generales fueron muy parecidas a las que m arcaron el desarrollo de la re­ producción serial y se discutirán m ejor en conexión con ella.

5.

Algunos temas generales originados por el uso del método de la reproducción repetida

Aunque todos los ejemplos que se han presentado en este capítulo se refieran a La guerra de los fantasm as , cada uno de estos aspectos podría haberse ilustrado igualmente bien con la reproducción repetida de otro


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

material. Utilicé ocho relatos distintos, varios pasajes descriptivos y expo­ sitivos y una considerable cantidad de material gráfico. El método general de trabajo y la línea general de los resultados fueron constantes salvo al­ gunas variaciones en función de los distintos tipos de material empleado. Tomaron parte en los experimentos distintos sujetos y tanto el campo te­ mático como los estilos del material fueron muy amplios, circunstancias que no llevaron a diferencias esenciales, dejando al margen algunos pun­ tos individuales específicos. Al plantear de forma general algunas de las conclusiones más amplias que se pueden extraer en esta etapa de modo provisional, tendré en cuenta todo el trabajo en su conjunto.

a)

Persistencia de la «forma» en la reproducción

La característica más general de todo este grupo de experimentos fue la persistencia en todos los sujetos de la «forma» de su primera reproduc­ ción. La gran mayoría de los cambios que se introdujeron en el relato —excepto cuando se produjeron intervalos de tiempo realmente muy am­ plios— se efectuaron en los primeros estadios del experimento, con la única pero probablemente importante excepción de unos pocos sujetos marcadamente visualizadores. De hecho, parece ser que tanto en la re­ cepción original como en el recuerdo subsiguiente predomina la respuesta a un esquema, forma, orden y disposición general del material. La «regla de la estructura» operó con frecuencia en los experimentos de percep­ ción; el «bosquejo general» desempeñó una parte relevante para estable­ cer respuestas de imágenes; en la descripción de los rostros, la «impresión general» fue extremadamente importante y, en este caso, al igual que en otros, se etiquetó un relato en el mismo momento en que se presentó, se dijo que era de tal o cual tipo y, que poseía determinados detalles sobre­ salientes. El tipo establecido proporcionaba la forma del relato y, por re­ gla general solían reaparecer uno o dos detalles llamativos, con cambios tan mínimos como los que se producían en la misma forma. Los restantes detalles se omitían y reordenaban produciéndose estos dos últimos proce­ sos muy rápidamente en general, a la vez que las omisiones se mantenían durante períodos prácticamente indefinidos. Con todo, aunque la forma general, esquema o plan de un párrafo de prosa se mantuviera con cam­ bios relativamente pequeños una vez que se había efectuado la reproduc­ ción, el estilo real del original, como ya he mostrado, se transformó casi en todos los casos de modo rápido e inconsciente. Dicha persistencia de la forma se acentuó especialmente en el archiconocido tipo de relato «acumulativo», lo que quizás tenga que ver con el


Experimentos.sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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de que las narraciones de este tipo son más frecuentes que cuales­ quiera otras en los relatos populares de distintos grupos sociales. Los dos relatos,que utilicé con esta form a de construcción fueron acogidos casi s ie m p r e con la observación: « S í, es un cuento del tipo de 'La casa que construyó JackV La forma, plan, tipo o esquem a de un relato parece ser el factor pre­ dominante y más perm anente en este tipo de material cuando hablamos de adultos instruidos norm ales. P o d ría seguirse experimentalmente el desarrollo de la respuesta a la form a para así determinar su importancia relativa en individuos de edades y categoría intelectual diferentes. Posi­ blemente, una vez que se establece la respuesta a la forma, su estabilidad y efectividad pueden deberse a que poseen un carácter marcadamente afectivo. Este aspecto, así como el estudio de los mecanismos por los que se producen las transformaciones de los detalles, se estudiará más adecua­ damente cuando se tome en consideración qué función desempeñan los procesos de racionalización en el curso de la reproducción repetida. hecho

b)

Los procesos de racionalización

Hay una distinción m arcad a y m uy conocida tanto en el percibir, como en el recordar entre la reacción directa a lo que está literalmente presente y la reacción guiada p o r alguna tendencia que proporciona a lo presentado un contexto y una explicación. Dicha última tendencia siem­ pre está presente en cierta m edida en ambos casos, pero su importancia y prominencia pueden diferir m ucho de uno a otro. En estos experimentos se introdujeron a veces en las reproducciones razones concretas y explíci­ tas que dieran cuenta del m aterial que había sido presentado sin ninguna explicación. En ocasiones, sin hab erse producido una formulación concre­ ta de las razones, se modificó el m aterial de modo que el observador lo pudiera aceptar satisfactoriam ente sin más preguntas. El primer proceso parece un caso particular del segundo. Ambos tienen la misma función general en la vida mental y discutiré ambos bajo el encabezamiento de ra­ cionalización. En estos experimentos, la racionalización se aplicó a veces al conjunto del relato y otras a detalles concretos. En el primer caso, el proceso ex­ presaba la necesidad que prácticam ente todos los observadores instruidos sienten de que un relato debe te n e r un contexto general. Casi nunca se dio una actitud de simple aceptación al comienzo. Cada relato que se pre­ sentó tenía que ponerse en relación —con seguridad globalmente, y a ser posible también en cuanto a sus detalles— con algo más. Se trata natural­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

mente del factor que he llamado «esfuerzo en pos del significado», que reaparece de nuevo. Podría decirse que hay un esfuerzo constante por lo­ grar que el material presentado tenga el máximo significado posible. Este enunciado es correcto en la medida en que se entienda que el máximo sig­ nificado implica el esfuerzo del sujeto para descubrir esa conexión en re­ lación con un relato dado. No obstante, en este sentido, la naturaleza del significado puede ser sutil e indeterminada, y aparentemente también ne­ gativa. Por ejemplo, una observación muy común en los relatos populares uti­ lizados fue: «Esta narración no es inglesa». A veces la narración se con­ virtió en satisfactoria cuando recibió la denominación de «sueño». «Es claram ente un sueño encubierto de asesinato», dijo una observadora. Procedió a interpretarlo siguiendo el simbolismo moderno y el relato se aceptó sin mayores problemas adicionales. De hecho, para aceptar y abordar todo el material que se recibe de al­ gún modo hay que etiquetarlo de cierta manera. Con frecuencia basta con una etiqueta negativa. Cuando un inglés dice que un relato «no es inglés» puede proceder inmediatamente a aceptar con poca resistencia el mate­ rial extraño, inusual e incluso incongruente. La forma en que se desarro­ llan estas etiquetas y los modos en que se asumen los estereotipos de la sociedad son temas de interés y que no se encuentran fuera del alcance de los estudios experimentales. La racionalización que se interrumpe en cuanto encuentra una etique­ ta es interesante por dos razones. En primer lugar, el proceso no es taxati­ vamente un mero problema de relacionar el nuevo material que se pre­ senta con los antiguos conocimientos adquiridos. D epende primordialmente de las predisposiciones activas o de las tendencias de re­ acción específicas que el nuevo material despierta en el observador, y son estas tendencias las que ponen en relación lo nuevo con lo antiguo. Con­ siderar algo y que el que se acepte ocupe un lugar determinado en la vida mental es sencillamente un problema de encaje en sistemas de percepción ya formados, significa no tener presente que el ajuste es un proceso activo que depende directamente de las tendencias y predisposiciones previas que el sujeto lleva a la tarea. El segundo aspecto es que este proceso de racionalización es sólo parcialmente —podría decirse que sólo indolente­ m ente— un proceso intelectual. Es indudable que intentar, aunque sea de modo poco preciso, establecer conexiones entre cosas es siempre un pro­ ceso intelectual en cierto grado; pero el esfuerzo se detiene cuando se da una actitud que se describe de la mejor manera como «de no hacer más preguntas». El estado final es fundamentalmente afectivo y, una vez que se alcanza —lo que generalmente ocurre muy rápido—, reaparece con


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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presteza, y esto es sobre todas las cosas lo que explica la persistente igual­ dad de la reproducción repetida. La racionalización, que proporciona al material considerado como un todo su marco apropiado, es sólo una parte del proceso total. También hay que abordar los detalles, y cada cadena de reproducción ilustrará el modo en que el proceso de racionalización se aplicó a elementos particulares. El método más directo es el de proporcionar lazos de conexión preci­ sos y estables entre las partes de material que están desconectadas prima facie. Las versiones al uso de la mayoría de los relatos populares parecen torpes, quizás con cabos sueltos que encajan juntos muy mal, lo que se debe a un contexto social m arcado que hace posible que los narradores y oyentes den por sabido lo que no se expresa. Si las reproducciones se ob­ tienen en una com unidad social distinta de la que desarrolló la versión original, el sujeto establece los lazos de unión casi siempre de forma in­ consciente. En L a guerra de los fantasmas los sucesos se siguen unos a otros, aunque por regla general no se establece la relación entre ellos. La situación es similar a la que se enfrentaría el espectador de una de las pri­ meras películas cinematográficas en las que se hubieran omitido los rótu­ los explicativos habituales. En los experimentos, los sujetos proporciona­ ban los rótulos, p ero sin darse cuenta de que lo estaban haciendo. «Ellos (es decir, los jóvenes) oyeron que se les acercaban unas canoas, y por tan­ to se ocultaron....»; «uno dijo que no iría puesto que los familiares no sa­ bían dónde estaba»; «Oyó que los indios gritaban: 'Vamos a casa puesto que el hombre de Egulack está herido’»; «El joven no se sentía mal (es decir, herido ) p ero sin embargo ellos se marcharon a casa (evidentemente las fuerzas co n trin ca n tes tenían bastantes ganas de dejar de luchar)»] «Cuando regresó el joven encendió un fuego (probablemente para cocinar su desayuno)». Todas estas partículas y frases pertenecen a la versión de uno de los sujetos y se podrían ofrecer ejemplos semejantes en casi todos los casos. El resultado neto es que el relato tiende a quedar privado de to­ das sus formas sorprendentes, raras y de apariencia incongruente, para ser reducido a una narración metódica. Se le despoja de todos los elemen­ tos que incom odan y confunden al lector y se le proporcionan nexos aso­ ciativos que en la form a original se suponían sobreentendidos. Supongamos, no obstante, que a los mismos observadores se les pre­ sentan pasajes con argumentos bien ordenados y se les pide que los re­ produzcan. N o quiere decir que se retengan y reaparezcan los lazos co­ nectivos que sí se proporcionan en esta ocasión. Cumplen su función haciendo que el m aterial parezca coherente. La forma de lo que se pre­ senta puede producir ese efecto, incluso aunque apenas se haya reparado en los elementos sobre los que se ha construido dicha forma. Todo obser­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

vador normal instruido se esfuerza por encontrar lazos asociativos, lo que no implica la reproducción fidedigna del tipo de conexión o del tema de tales lazosvcuando se dan. La racionalización, por lo que respecta a la forma, tiene su máxima expresión en la concatenación de hechos dentro de los relatos; por lo que respecta a los detalles del material, la racionalización se efectuó normal­ mente al conectar los elementos dados con algo externo al relato y que el propio observador proporcionaba, lo que guarda una analogía con lo que denominé «importación» en el método de la descripción. Hubo tres tipos fundamentales. En primer lugar, se encuentra el proceso que en todos los casos fue consciente en las etapas iniciales pero produjo después transformaciones inconscientes de conectar el material con otro tema externo al relato, pero de la misma naturaleza general. Por ejemplo, el «algo negro» de La guerra de los fantasmas se interpretó frecuentemente como una materiali­ zación del aliento del hombre agonizante. Asimismo, se aceptó un ejem­ plo que narraba que el pico de un cuervo se había convertido en un cuchi­ llo, y se preservó tenazmente considerándolo que era un símbolo en un sueño de asesinato. Puede que decir que estos casos son «conscientes» no sea estrictamente exacto. Normalmente, antes de formular la explicación se produce cierta demora, y en todos los casos el material racionalizado se considera primero como simbólico. Con la reproducción repetida, los ma­ teriales o hechos simbólicos reemplazan finalmente de forma completa a lo que simbolizaron en el original. Es probable que, en sentido psicológi­ co, todos los procesos de simbolización estén subordinados a un proceso de racionalización más amplio, y que la etapa final del proceso completo de simbolización sea la destrucción del símbolo6. El segundo proceso de racionalización, tal como ocurrió aquí, fue in­ consciente desde el comienzo hasta el final. La transformación de «algo negro» en «echar espuma por la boca» fue uno de los casos, así como lo fue el que varios sujetos introdujeran una «isla» en La guerra de los fa n ­ tasmas. Es probable que sean del mismo tipo los cambios que se produje­ ron en la frase final aparentemente irrelevante de una de las leyendas: «Y así fue como el loro nunca regresó a casa», que pasó a: «y así fue como el loro volvió a casa al final, y aquí se acaba el cuento». En este tipo de ra­ cionalización no había ninguna simbolización, en el sentido propio del término. El material empleado no tenía un doble significado en ningún momento de la transformación, como se pudo constatar. Este es el tipo de racionalización en que los intereses y peculiaridades individuales desempeñan un papel más claro. En el primer tipo esa parte del proceso que es inconsciente tiende a seguir las líneas de la creencia al


Experimentos sobre recordar: b) El método de reproducción repetida

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uso, o los modos de expresión lingüística que se han configurado como hábitos generales de com unicación de una comunidad. Por tanto, es pro­ bable que se manifiesten los mismos desarrollos en diferentes miembros del mismo grupo social. E n el tercer tipo, como voy a mostrar a continua­ ción, aunque el proceso sea inconsciente, es muy probable que los resulta­ dos muestren el mismo carácter en una comunidad dada. Es en el segun­ do tipo en el que los prejuicios e intereses individuales determinan de modo más directo las transform aciones efectuadas. Por ejemplo, se obtuvo una serie larga de reproducciones de un relato provenzal, al que se puede denom inar Los ciudadanos y la plaga. El últi­ mo parráfo de este relato en la versión original fue: Esta ciudad se asem eja al m undo, porque el mundo está Heno de individuos dementes. ¿No es la m ayor sabiduría que puede tener un hombre amar a Dios y obedecer su voluntad? P e ro ahora esta sabiduría se ha perdido, y la codicia y la obcecación han caído com o lluvia sobre la tierra. Y si alguien escapa a esta lluvia, sus com pañeros lo tienen por demente. Han perdido la sabiduría de Dios, así que dicen q u e es un dem ente quien ha perdido la sabiduría del mundo.

Esta moraleja se fue elab o ran d o y acentuando progresivamente en una serie de reproducciones sucesivas. El sujeto satisfizo inconsciente­ mente un espíritu m oralista muy desarrollado. Su versión se mantuvo con gran exactitud pero, si se com para con el resto de la narración, amplió el párrafo final y le dio un to n o religioso más definido: Esta gran ciudad es com o el m undo. Porque en el mundo hay muchas perso­ nas, y sobre ellas caen en ocasiones plagas del cielo, y nadie sabe cómo llegan. Es bueno que los hom bres vivan sencillamente, y amen a Dios, y hagan su vo­ luntad. Pero los hom bres se vuelven hacia otro lado y buscan la sabiduría y los premios del mundo, no p restan atención a la vida elevada y sencilla. Y por ello, a los pocos que in te n ta n servir a Dios y vivir sencillamente, como Él de­ sea, el resto los desprecia, y al estar solos en la postura correcta, los alienados los consideran dem entes.

En este caso no se dan transformaciones muy grandes pero el énfasis aumenta de modo considerable. Se ha tomado un elemento racionalizador original del relato y se ha desarrollado de modo que desempeñe una parte de mayor im portancia en el conjunto global. Este desarrollo se de­ bió directamente a un interés individual marcado, aunque el sujeto no fue en absoluto consciente de esa intervención. El tercer tipo de racionalización está muy relacionado con el segundo.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Por ejemplo, cuando algún detalle particular, y probablemente aislado, se transforma inmediatamente en una característica más familiar. Así, la «canoa» rápidam ente se convierte en «bote»; «remar» en «bogar»; un «cacahuete» en una «bellota»; un «gato salvaje» en un «gato» normal; «Kashim» (nombre propio de un refugio) en «cabaña», y así sucesiva­ mente en un gran número de casos distintos. Tanto el segundo como el tercer tipo de racionalización son incons­ cientes; ninguno de los dos ofrece explícitamente razones concretas, y ambos consisten en cambiar lo relativamente poco familiar por lo relati­ vamente familiar. Pero el segundo se caracteriza por ser individual, de modo que un incidente se transformará o desarrollará de modo distinto cuando lo aborden observadores distintos, mientras que el tercer tipo mostrará los mismos resultados siempre que los observadores pertenez­ can a la misma clase o grupo social. Los cambios de este tipo, casi todos ellos concernientes a nombres de objetos comunes, oraciones especiales o similares, pueden ser, por tanto, de particular importancia al intentar es­ tablecer la línea de paso de material de un grupo social a otro. La función general de la racionalización es la misma en todos los casos. Convertir el material en aceptable, comprensible, cómodo, cohe­ rente; eliminar todos los elementos enigmáticos. Por ello es un factor poderoso en todos los procesos perceptivos y en los reproductivos. Las formas que adopta tienen con frecuencia una importancia directamente social.

c)

Qué determina los detalles sobresalientes

Al percibir y recordar, siempre tenemos que prestar atención tanto a un contexto general como a los detalles sobresalientes. A primera vista parecen diferentes los problemas que plantea la permanencia de ambos. A veces el contexto parece mantenerse, mientras que los detalles desapa­ recen casi por completo; o puede que el contexto se desvanezca y sólo se recuerden unos pocos detalles sobresalientes. Es más normal que ambos subsistan en cierto grado. Hay cuatro grupos de casos comunes que claramente determinan los detalles sobresalientes: 1. Hay una marcada suposición —que se refuerza decisivamente en la medida en la que el observador se aproxima al tipo de vocalizador au­ téntico— de que las palabras o expresiones populares en el momento del experimento en el grupo al que pertenece el observador se destacarán y


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reproducirán sin cambios de forma, aunque posiblemente se alterará su posición. ,2. Es casi seguro que cualquier palabra, o combinación de palabras, o cualquier acontecimiento que parezca gracioso se reproducirá, siempre que se retenga el significado humorístico. No obstante, es muy probable que lo cómico cambie porque las fronteras de lo que parece gracioso son muy amplias y variables entre los individuos. Los nombres propios, por ejemplo, que tienen una peculiar facilidad para producir hilaridad, reapa­ recerán con mayor probabilidad en proporción con la risa que produz­ can, pero al mismo tiempo es completamente posible que se transformen. 3. El material que estimula directa o indirectamente intereses pre­ vios reaparecerá con seguridad. Es probable que el tono afectivo que acompaña la aparición de dichos intereses sea un factor importante. Cier­ tam ente, no siempre el afecto es agradable. En general, los resultados in­ dican que si el material interesante es agradable, los cambios tenderán a elaborarlo y desarrollarlo; si el afecto es desagradable, es más probable que aparezcan distorsiones. En estos casos, parece que la permanencia del m aterial se debe más bien al interés o predisposición evocado que di­ rectam ente al propio sentim iento. No obstante, se deberían tener en cuenta en este punto los datos obtenidos con otros métodos. 4. Hay una enigmática clase de material que resulta sorprendente en virtud de su trivialidad. Es indudable que se precisan muchos análisis adi­ cionales para decidir por qué y cuándo el material se considera trivial. Pero cuando todo lo que se puede decir al respecto se haya dicho, seguirá resultando a m enudo sorprendente lo trivial, y como tal será probable que se retenga. La m ayoría de estos aspectos quedarán ilustrados sin duda con los re­ sultados del m étodo de reproducción seriaf.

d)

Invenciones o importaciones

Ya he tratado de la importación o invención en relación con el método de la descripción. Pocos datos adicionales se pueden obtener de los resul­ tados del m étodo de reproducción repetida, pero los existentes confirman nuestras conclusiones anteriores. La mayoría de las importaciones afecta­ ron a los últimos estadios de las reproducciones y con frecuencia su ori­ gen puede deberse a la actuación de imágenes visuales. Hubo dos factores importantes: en primer lugar, la actitud o punto de vista del sujeto en re­ lación con una narración concreta; y, en segundo, la utilización de cual­ quier m aterial que parezca adaptado o apropiado a este punto de vista y


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que sea presentado claramente. En particular, esta actitud o punto de vis­ ta fue el factor capital en muchos casos de recuerdo a largo plazo. Apa­ rentemente, un material perteneciente a contextos muy variados puede estar de alguna manera conectado con la actitud. Si llegaba a la mente claramente algún material de este tipo en el momento de la reproducción, como es el caso de la imagen visual concreta y bien definida, conseguía su incorporación al relato. Así es como el «tótem» entró en La guerra cíe los fantasmas. La «peregrinación» y la «piedad filial», cada uno con un sím­ bolo visual concreto, tenían la misma explicación. Con todo, debo confe­ sar cierta desilusión porque estas series de experimentos hayan dado sólo escasas pruebas de importación. Una cosa emerge de forma precisa. Las narraciones acumulativas del tipo La casa que Jack construyó o La mujer que fu e al mercado favorecie­ ron definidamente la invención. Lo ejemplificaré cuando trate los resulta­ dos del método de reproducción serial8.

e)

Dilación en los cambios manifiestos

Ya he indicado que algunas veces los cambios se prefiguraron antes de que recibieran un lugar explícito en las reproducciones9. Por ejemplo, un observador que había finalizado una de sus reproduc­ ciones señaló casualmente: «Tengo una especie de sensación de que había algo sobre una roca, pero no consigo que encaje». Le dio poca importan­ cia y finalmente rechazó la idea. Dos meses después, sin mediar una pala­ bra de comentario o explicación, la roca ocupó su lugar en el relato. No había roca en el original. Las distintas transformaciones o importaciones que aparecieron en las reproducciones de los observadores podían terminar conectándose juntas en el transcurso de las reproducciones sucesivas; y también, en varios ca­ sos, las narraciones volvieron a su forma original después de un intervalo en el que se habían producido desviaciones del original. Por tanto, parece que pueden estar actuando influencias que tienden a establecer la forma final del material recordado que no logran encontrar una expresión inme­ diata. Esta dilación —de la que contamos con numerosos ejemplos en la ex­ periencia diaria— origina problemas difíciles. Uno de los motivos es que parece indicar que cuando se intenta establecer relaciones causales entre procesos físicos, las secuencias temporales directas algunas veces pueden tener poca importancia comparativa. La condición dominante de una res­ puesta concreta, no nos permite enfrentarnos con certidumbre a otras re­


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acciones que preceden inmediatamente a la que estamos intentando ex­ plicar. , Un estímulo concreto o un rasgo de una situación, provocan la ten­ dencia a responder de una manera específica. Al principio dicha tenden­ cia se pone a examen y puede que no produzca resultados manifiestos, o que sean débiles. Aparentemente, la tendencia inexpresada puede ganar fuerza a medida que pasa el tiempo y, por tanto, afectar a la respuesta de modo manifiesto; o bien otras tendencias excitadas simultáneamente pue­ den perder fuerza, y por esta razón también puede aparecer un nuevo cambio explícito de respuesta. ¿Cómo se explica que una tendencia no expresada pueda ganar fuer­ za? Parece que hay poca base real para mantener, como hacen algunos, que el mero examen, supresión o condena de una tendencia es capaz de añadir fuerza a esa tendencia. Pero quizás sea más sostenible el que una tendencia más débil puede ganar fuerza al asociarse con una más fuerte. Muchos de los cambios explícitos aparecieron en íntima relación con otras transformaciones que se habían hecho realmente con anterioridad en la serie de reproducciones. Por ejemplo, un sujeto al tratar La guerra de los fantasmas dijo primero que se «oía avanzar» al grupo guerrero: tres meses más tarde «marchaban hacia adelante». Primero consideró que la única canoa mencionada pertenecía a los jóvenes que acompañaban al grupo, y más tarde describió a los guerreros como «una fuerza terrestre». En sus últimas versiones, ambos jóvenes inconscientemente fueron obli­ gados a hacer la expedición, porque ambos estaban escondidos detrás de un tronco, un detalle que causó una notable impresión en este sujeto al comienzo del experimento. En la primera reproducción al indio le «dispa­ raron», más adelante le «hirieron con una bala». Más adelante él «gritó: ‘Estamos luchando con fantasmas’», pero al principio no había gritado, sino que sólo lo había «pensado». Es muy probable que la dilación de al­ gunos cambios manifiestos se deba a que se unen tendencias que son ini­ cialmente débiles, con otras que son más fuertes que ellas. Con todo, no hay datos reales para demostrar cómo tiene lugar, si es que efectivamente ocurre. Por otro lado, transformaciones tales como la mención de una roca seis semanas después de la primera reproducción de un relato y su intro­ ducción dos meses más tarde parecen más bien un caso de debilitamiento de ciertas tendencias y del consiguiente fortalecimiento relativo de otras; porque el cambio manifiesto, cuando aparece, no parece que esté conec­ tado específicamente con ningún cambio precedente. El poder sostener este punto de vista, y con qué sentido, depende de los datos experimenta­ les concretos sobre el efecto del paso del tiempo sobre tendencias dife­


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rentes y, en particular, sobre las que compiten entre sí. A juzgar por las apariencias, no hay más razones para suponer que las tendencias se debi­ litan con el paso del tiempo que las existentes para decir que se fortalecen simplemente cuando se les niega su expresión inmediata. Por último, la idea de que una tendencia no expresada durante largos períodos de tiempo siga teniendo capacidad para ponerse en funciona­ miento, aunque esté latente a efectos de su manifestación externa o de su observación interna, no es fácil de comprender. Muchos hechos de la vida mental parecen exigir esta noción, pero es evidente que necesita que se considere muy críticamente.

6.

Resumen de las principales conclusiones extraídas del método de reproducción repetida

L Parece que la exactitud en la reproducción, en sentido literal, es la rara excepción y no la regla. 2. La forma general o bosquejo se mantiene de forma notable a través de una cadena de reproducciones obtenidas de un mismo individuo, una vez que ha dado la primera versión. 3. Al mismo tiempo, el estilo, ritmo y modo concreto de construcción raramente se reproducen fielmente, aunque la reacción ante ellos sea in­ mediata. 4. La forma y elementos de los detalles que se recuerdan se vuelven estereotipados y sufren pocos cambios con las reproducciones frecuentes. 5. La omisión de detalles, la simplificación de acontecimientos y es­ tructura, y la transformación de los elementos en detalles más familiares pueden continuar de forma casi indefinida cuando las reproducciones no son frecuentes, siempre que siga siendo posible la evocación sin ayuda. 6. Al mismo tiempo, la elaboración se hace bastante más habitual en algunos casos de recuerdo a largo plazo; la importación o invención se pueden incrementar con la ayuda de imágenes visuales, como en el caso del método de la descripción . 7. El recuerdo a largo plazo es de dos tipos como mínimo: a) El contexto general, fundamentalmente expresado por la actitud del sujeto hacia el material, sigue actuando, así como también los detalles sobresalientes. El proceso de memoria es notorio y obvia­ mente constructivo y se utilizan mucho las inferencias. b) Parece que sólo actúan uno o dos detalles aislados aunque llamati­ vos.


Experimentos sobre recordar: b) Ei método de reproducción repetida

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8. Un detalle sobresale cuando se adecúa a los intereses y tendencias previos del sujeto. Se recuerda entonces, aunque a menudo transformado, y tiende de forma progresiva a ocupar un lugar anterior en reproduccio­ nes sucesivas. 9. Hay ciertos indicios, como en el caso del método de la descripción , de que la influencia de la actitud afectiva se puede intensificar en algunos casos con el paso del tiempo. 10. En los recuerdos sucesivos, destaca la racionalización, la reduc­ ción del material a una forma en la que se pueda tratar fácil y «satisfacto­ riamente». 11. Este proceso, a menudo basado asimismo en una actitud afectiva, es el que proporciona la referencia, marco o contexto específico sin el que no habría recuerdo persistente. 12. O bien, una vez más, la racionalización puede tener que ver con los detalles, uniéndolos todos explícitamente y haciendo que se convier­ tan en coherentes, o enlazando un detalle determinado con otro que no estaba realmente presente en el contexto original. 13. En el último caso, la racionalización presenta tres formas funda­ mentales: a) El material dado se conecta inicialmente con algo —normalmente con alguna explicación formulada de forma precisa— y se trata como un símbolo de ese otro material. Finalmente, tiende a ser re­ emplazado inconscientemente por lo que ha simbolizado. b) Todo el proceso de racionalización es inconsciente y no implica simbolización. En este caso, al poseer características peculiares del individuo que lo efectúa, debidas directamente a su temperamento y carácter concretos. c) Los nombres, expresiones y acontecimientos se modifican inmedia­ tamente para que aparezcan con las formas habituales dentro del grupo social al que pertenece el sujeto.

14. Existen datos sobre la dilación en los cambios explícitos; estas transformaciones se prefiguran semanas, o quizás meses, antes de que aparezcan de hecho.


Capítulo 6 EXPERIMENTOS SOBRE RECORDAR c) El método de escritura de dibujos

1.

Introducción

Cuando estaba planeando esta investigación, a comienzos de 1914, me hallaba especialm ente interesado en la forma en que se desarrollan den­ tro del grupo social los modos convencionales de representación y de con­ ducta, así com o su transmisión de un grupo a otro. Una cosa se hace con­ vencional gracias a una combinación de pequeños e innum erables cambios introducidos por un gran número de individuos. No es absurdo suponer que pueda existir un paralelismo entre estos procesos y el des­ arrollo, durante la acción individual de recordar, de modos de representa­ ción o de reacción relativamente fijos y estereotipados. No cabe duda de que existen factores de origen social que influyen directa y poderosamen­ te en buena parte del proceso humano del recordar. El influjo de estos factores puede haber permanecido oculto debido a la clase de métodos de laboratorio utilizados habitualmente para estudiar la memoria que se sir­ ven de un m aterial excesivamente artificial. No obstante, parecía factible diseñar experim entos que pudieran ayudar a mostrar cómo el sujeto hu­ mano, m ediante la acumulación de muchos pequeños cambios, lleva a tér­ mino reacciones y modos de representación que son auténticamente con­ vencionales p ara él. Quizás, también pudieran arrojar alguna luz sobre las formas en que dichos cambios, conforme van circulando entre los miem­ bros de una com unidad, llegan a desarrollar gradualmente formas con­ vencionales que se hacen habituales dentro de un determinado grupo so­ cial. Se p repararía así el camino para un estudio más preciso del modo en que actúan las convenciones establecidas de un grupo cuando se introdu­ cen en otro con convenciones distintas. E ntre el m aterial social que ilustra este proceso de convencionaliza­ ción no hay ninguno tan llamativo como el constituido por los signos del 151


152

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

lenguaje escrito. En prácticamente todos los casos, comenzaron siendo di­ bujos realistas, para gradualmente irse convirtiendo en signos convencio­ nales no representativos. Cuando se estudian los procesos de esta evolu­ ción, se toma en cuenta especialmente tanto el análisis de las formas gráficas, como el de los sonidos asociados. Mediante dicho análisis, según parece, lo que originalmente se aceptaba simplemente como un todo aca­ ba por convertirse en una parte convencional del mismo; dichas partes se organizan finalmente en formas, palabras y oraciones muy variadas. Así por ejemplo, las formas alfabéticas comunes fueron originalmente dibujos realistas de distintos objetos, de los que han sobrevivido algunos de sus componentes, hasta llegar a ser completamente convencionales, incorpo­ rándose a las muchas combinaciones del lenguaje escrito que utilizamos a diario1. Desde la perspectiva de una descripción objetiva, no cabe duda de que así es como suceden las cosas exactamente; pero desde un punto de vista psicológico, parece improbable que exista un esfuerzo consciente de análisis en relación con el proceso. Muy probablemente lo que origina el análisis es precisamente esa especie de preeminencia de ciertos ele­ mentos de una totalidad compleja que ya se ha ilustrado en varias ocasio­ nes en el transcurso de estos experimentos. Sea como fuere, parecía posible usar un material con signos gráficos en reproducciones seriales y repetidas para intentar descubrir cómo un individuo, o una serie de individuos, se comporta frente a dichos carac­ teres. La utilización de este tipo de material poseía ventajas adicionales. Es indudable que al interrogar a una persona sobre una representación nos estamos alejando de las condiciones de la vida cotidiana. Las acciones y reproducciones habituales se producen en su mayoría de forma ocasional y accesoria respecto a nuestras preocupaciones primordiales. Comenta­ mos con otras personas las cosas que vemos para valorarlas y criticarlas, o comparamos nuestras impresiones con las de los demás, pero normalmen­ te no nos molestamos en buscar una total precisión de forma directa y ex­ presa. Mezclamos la interpretación con la descripción, interpolamos cosas no presentes originalmente, transformamos las cosas sin esfuerzo y sin darnos cuenta de ello. Cuando se sabe que se está realizando un experimento, no es posible liberarse del todo de la tarea de reproducir literalmente el material. No obstante, podemos aproximarnos más al ideal de lo que se hace por regla general. E l método de escritura de dibujos intenta evitar, como mínimo, la actitud esforzada propia de las reproducciones rápidas y difíciles. Los sig­ nos se reproducen, tanto en los experimentos como en la vida real, no tanto por lo que son como por lo que representan, o por lo que significan.


Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de dibujos

153

Soy totalmente consciente de que el método se puede criticar por muchas razones. Las series de signos que he utilizado podrían mejorarse a la luz de ios resultados obtenidos. Pero, al margen de todo esto, tanto el m éto­ do como el m aterial ofrecen aspectos de interés considerable y parecen susceptibles de u lterio res desarrollos. Además, promueven unas condicio­ nes que se corresponden en cierta medida con las que han dado origen a los signos convencionales de uso común. 2.

Descripción d el m étodo

El material utilizado consistió en tres series de signos seleccionados o construidos de fo rm a m ás o menos arbitraria, que los sujetos tenían que utilizar en lugar de las palabras asociadas con ellos. Los signos se repro­ ducen en la L ám ina III. En total había 80 signos 2. Algunos eran directamente representativos, otros eran tam bién representativos pero resaltaban algunos detalles en particular; asimismo se diseñaron otros para provocar asociaciones secun­ darias y favorecer así las transformaciones; también se encontraban los denominados n o rm alm en te —con bastante inexactitud— «sin sentido». En un caso —ten d rían que haber presentado algunos más— se dieron dos signos para la m ism a palabra. Obviamente no se puede establecer una única clasificación. C ada sujeto clasifica el material a su modo. Muchos de los signos de la tercera serie son reproducciones del Déci­ mo Inform e A n u a l de la O ficina de Etnología Am ericana , con algunas modificaciones, y constituyen signos gráficos utilizados por algunos gru­ pos de indios am ericanos. Cada signo, ju n to con la palabra que le acompañaba, estaban escritos en una tarjeta. Se colocaba una serie de tarjetas boca abajo sobre la mesa. Las instrucciones eran: E n estas tarjetas hay varios signos de algunas palabras. Aprenda a conectarlos de modo que si posteriorm ente se le dice la palabra pueda reproducir el signo correspondiente. P u e d e estudiar los signos de la forma y en el orden que pre­ fiera, pero no d ibuje encima de ellos con lápiz o pluma. Tiene siete minutos —quince en el caso de la tercera serie— para aprenderlos. Si piensa que los ha retenido antes, dígam elo y se los retiraré.

Después de algunos experimentos preliminares, el tiempo necesario para el aprendizaje se estableció en cada caso. Tras un intervalo de quince minutos, que se ocupaba charlando o con otras tareas, le hacía un dictado al sujeto. Se le decía:


154

Recordar. Estudio de psicología experimental y social Le voy a dictar un relato corto en el que se utilizarán algunas de las palabras que tenían signos. Siempre que aparezca una palabra-signo, escriba el signo para representarlo. Escriba lo más rápido que pueda y no se preocupe por ser totalmente preciso. Le dictaré de modo que vaya escribiendo tan rápido como pueda.

Transcurridos quince días, se realizó un dictado adicional, otro al fina­ lizar la siguiente quincena, y aún con posterioridad, siempre que fue posi­ ble. En la mayoría de los casos los signos no se expusieron para su obser­ vación más de una vez. Participaron en el experimento 22 sujetos, que se enfrentaron a más de 1.200 palabras de prueba en conjunto. Se hicieron reproducciones re­ petidas durante períodos que oscilaron entre uno y nueve meses. Desgra­ ciadamente no hice reproducciones después de períodos temporales real­ mente largos. Todos los sujetos eran adultos con buen nivel de educación. 3.

Descripción de los resultados

Voy a tratar en detalle sólo los resultados del método que fueron re­ sultado de reproducciones repetidas. a)

Métodos de aprendizaje

Como ya he señalado anteriormente, los métodos de observar y recor­ dar deben estudiarse juntos. Cuando se presenta una serie con un mate­ rial de este tipo a un adulto instruido casi siempre intenta clasificarlo en primer lugar. Excepto en dos o tres casos, extendían inmediatamente so­ bre la mesa todas las tarjetas de la serie y normalmente las agrupaban en seguida en tres grupos. El primero reunía todos los signos que parecían claramente representativos y era constituido con rapidez, para inmediata­ mente después ser apartado a un lado. El segundo grupo contenía los sig­ nos con alguna clase de asociación indirecta, y su estudio resultaba más detallado y prolongado. El tercero agrupaba los signos que el sujeto no podía relacionar con prontitud, de modo directo o indirecto, con la pala­ bra que le acompañaba. En estos casos, se emplearon dos métodos opues­ tos. Algunos sujetos se centraron en forma y en las relaciones espacia­ les de las partes de cada signo, a asiderado éste como una unidad. Casi siempre describieron los resulta b as de este procedimiento como «simple­ mente recordar». El resultado t ^ico fue una imagen visual. Otros estable­ cieron ingeniosas asociaciones, tanto indirectas como secundarias, que


Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de dibujos

155

fueron descritas en palabras. Cuando no podían encontrar tales asociacio­ nes afirm aban que aquel signo era una «tontería» o un «absurdo» y, des­ pués; aparentem ente como paso previo preliminar para restablecerlo, in­ variablemente se calificaba en primer lugar con estas palabras3. H abitualm ente se utilizaron subgrupos basados fundamentalmente en semejanzas o diferencias formales o espaciales. Se justificaron por razo­ nes de econom ía de esfuerzos, como resaltó el sujeto F, «Sólo necesitas saberte un signo de forma precisa y los otros, como son variaciones, se re­ cuerdan». N aturalm ente, este fue el método más comúnmente utilizado en la tercera serie, dadas sus características. Tam bién se agruparon los signos con un «referente común», ponién­ dose juntos todos los que «pertenecen a los hombres» o «pertenecen a la casa». Se establecieron diferenciaciones de forma similar, ya fueran de «significado», como «correcto» o «erróneo», o de «posición», como «bra­ zo» o «caña». N o obstante, hubo sujetos que, utilizando exactamente los mismos principios de clasificación, agruparon los signos de modos dis­ tintos. En general, cada grupo de signos se aprendió por separado. Todos los sujetos consideraron que los signos representativos eran sencillos, aunque varios de ellos .señalaron que ello no implicaba una re­ producción exacta: «Sabes lo que son y no te preocupas más por los deta­ lles». C uando se consideraba fácil cualquiera de los otros signos, el sujeto quería decir que era fácil de reproducir; pero el criterio de los sujetos so­ bre este aspecto nunca garantizaba un recuerdo correcto. A lgunos de los signos, despertaron inesperadamente actitudes afecti­ vas cuyo efecto en las reproducciones subsiguientes consideraremos más adelante.

b)

Principios que controlan la omisión de signos

En todas las series de reproducciones obtenidas, se dejaron completa­ mente de lado algunos signos. Se repitieron de modo constante cuatro ca­ sos generales de omisión. 1) E l prim er y más obvio principio, que prácticamente no precisa de un ejem plo experim ental, es que todo material que el sujeto no pueda re­ lacionar fácilm ente con uno frente J. que ya ha reaccionado tiende a ser omitido. E n este caso, si la forma del ssgno no tiene un significado repre­ sentativo claro, es frecuente que éste desaparezca de las reproducciones del sujeto. Algunos de los signos del primor grupo se consideraron repre­ sentativos inm ediatam ente. Por ejemplo:


156

Recordar. Estudio de psicología experimental y social para

©

para

<3> f|

para

t

para para

En todos estos casos se produjeron frecuentem ente distintos tipos de transformaciones, pero fueron muy raras las omisiones. En otros casos, el sujeto no podía dar al signo un significado represen­ tativo preciso o inequívoco. Por ejemplo: a

para «trozo»; para «palabra»;

| j~¡ | para «rollo»; y -. | | — para «detrás». Estos signos encabezaron la lista de omisiones. Una vez más se pone de manifiesto la absoluta necesidad, tanto al per­ cibir como al recordar, de que exista un contexto o base en el que situar el objeto percibido o recordado. Una consideración psicológica tan sim­ ple y comprobada debería ser tenida siempre en cuenta por los que dese­ en indagar en los cambios culturales de un grupo social a otro. No es ne­ cesario que esa base se asigne conscientem ente, ni que se formule explícitamente, pero debe estar presente en todos los casos en los que tie­ ne lugar una transmisión cultural. 2) El segundo caso es fruto de la tendencia irresistible en casi todos los sujetos de las características de los que tomaron parte en este experi­ mento a agrupar o clasificar cualquier material que se presente serialmen­ te. Como ya he mostrado, no existe una sola forma de agrupar el mate­ rial: dependerá de las distintas asociaciones que una misma forma estructural, o un mismo significado asignado, puedan suscitar en observa­ dores diferentes. No obstante, en el caso de este experimento, el agrupamiento más efectivo se hizo sobre la base de la similitud estructural. La semejanza de forma, junto con la diferencia de significado asignado, lle­ vaba casi con total seguridad a omitir algunos signos y a retener otros. Una vez más, puede servirme de ejemplo la primera serie experimental:


Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de dibujos

o

157

representaba «cabeza»; representaba «rey»; representaba «fuerte», y

O

representaba «trozo».

Estos signos se solían agrupar juntos. Dicho agrupamiento favoreció una mezcla o fusión de los signos afectados. Al signo nuevo o transformado se le dio uno de los significados asignados al grupo, y cuando se utilizaba uno de los otros significados frecuentemente se omitía su signo. En este proceso encontramos otros aspectos además del mero agrupa­ miento. Hemos visto repetidas veces que algunas características tienden a dominar sobre otras en todo material que se presenta y en todo aquél que se recuerda4. La preponderancia de algunos elementos de una combina­ ción provoca la omisión de otros detalles o, en este caso concreto, de otros signos. Dicho predominio de algunos detalles desempeña un papel nada desdeñable en la producción de formas concretas del arte conven­ cional o de la cultura popular5. El agrupamiento no produce necesariamente una omisión de signos. De hecho, parece favorecer el que se retengan todos los signos cuando se utiliza un material similar en su estructura, todos los elementos tienen una estructura compleja y extraña a la vez y ninguno, o solo unos pocos, son claramente representativos. Así pues, en la tercera serie experimental nos encontramos con lo siguiente:

para «posada»; para «nadie»; para «gente»; * ?] para «todos»; y (^7 ^

para «daño».

Estos cinco signos se agruparon invariablemente. Todos eran «difíciles» ya que no poseían un significado representativo obvio, a excepción del


158

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

signo para «posada», para la mayoría de mis sujetos. Pero se reproduje­ ron invariablemente, si bien con bastantes fusiones y simplificaciones en los detalles. 3) El párrafo anterior nos muestra con claridad que cuando considera­ mos los elementos de un material importado que puedan tener mayor probabilidad de sobrevivir a la transmisión, ya sea en una reproducción repetida o —lo que es más frecuente— pasando de una persona a otra, debemos tener en cuenta la serie completa en que tienen su lugar estos elementos y no sólo el carácter de los elementos en sí mismos. Este hecho se ejemplifica en el siguiente principio que guía la omisión de signos. La sencillez inusual de una estructura en una serie que parece globalmente fácil es desfavorable para la reproducción. No obstante, si la serie total parece difícil, los miembros que tienen la estructura más simple tienden a persistir. Así: v V W W

que representaba «palabra» en la serie I se omitió constantemente, a pe­ sar de que con mucha frecuencia después de su presentación original se consideraba que tenía un significado representativo, y siendo la serie I ca­ lificada normalmente de «fácil». Sin embargo, este principio no se puede aplicar nunca con seguridad desde un punto de vista externo, porque no se puede dar una definición objetiva de lo que es fácil o difícil. 4) Por último, un estudio de las omisiones más frecuentes muestra una vez más la gran importancia de «nombrar» en todos los procesos percep­ tivos y de recuerdo. Si un sujeto daba un signo a un nombre distinto del que le proporcionaba el experimentador, dicho signo a solía ser omitido en las reproducciones siguientes con casi total seguridad. Es decir, ha­ blando en términos generales, el nombre domina en las asociaciones sig­ no-nombre. Encontramos un ejemplo en lo que ocurrió con el signo para «rayo» utilizado en la serie I. El signo que se utilizó fue

? Un sujeto lo identificó inmediatamente como «parecido al relámpa­ go»; entonces lo denominó «relámpago»; después omitió cualquier signo para «rayo», y por último resaltó: «No me ha dado usted todos los signos. Hay uno para ‘relámpago’» y reprodujo el signo en cuestión. Es probable


Experimentos sobre recordar c) El método de escritura de dibujos

159

que esto suceda siempre que un material tenga una estructura equívoca. Si se presenta algo que pueda denominarse de varios modos distintos, y el observador adopta de hecho uno de ellos, el nombre que él ha utilizado es el único que probablemente evocará con el signo en cuestión.

c)

Principios ejemplificados en la transformación de material de signos gráficos

i) Inversión de la dirección . Se puede considerar que varios de los signos utilizados señalaban de forma precisa hacia una dirección determi­ nada. Por ejemplo: para «cuerda»; y

para «nudo»;

o

para «caña» y para «brazo».

¿Existen leyes que regulen la reproducción de factores direccionales? Es bien sabido que las direcciones se invierten frecuentemente, como ocurre, por ejemplo, con las formas del arte decorativo que pasan de mano en mano, o de un grupo a otro. Los problemas involucrados son en cierto modo análogos a los que se tomaron en consideración bajo el encabeza­ miento «dirección de la mirada» en conexión con el método de la descrip­ ción. Por lo que respecta a la frecuencia de cambios de dirección, los resul­ tados son notorios. Todos y cada uno de los sujetos que tomaron parte en el experimento dieron lugar a inversiones de dirección, con casi todos los signos en los que éstas eran posibles. Aquí termina la unanimidad. Es po­ sible que un estudio más amplio pudiera sacar a relucir algunos princi­ pios; y, naturalmente, es posible que en ocasiones los factores sociales puedan favorecer direcciones concretas en grupos concretos. Pero por lo que respecta a estos experimentos, existe la misma probabilidad de que se produzca un cambio lateral de izquierda a derecha como de derecha a iz­ quierda, y un signo de dirección vertical se modifica igualmente en cual­ quier dirección. Por ejemplo, la curva de «brazo» se trasladó de arriba abajo manteniéndose el signo en horizontal, y cuando se llevó a la posi­


160

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

ción vertical, la curva podía estar arriba bien a izquierda o derecha, o aba­ jo, también tanto a la izquierda como a derecha. Es probable que la facilidad con que se produjeron cambios de dirección muestre él uso relativamente escaso de factores motores específicos durante el curso del recuerdo. No se pueden extraer conclusiones válidas de ello, puesto que las instrucciones prohibían dibujar la forma dse los signos. ii) Mezcla o confusión. En las condiciones de este experimento, fue bastante raro que se produjera una «condensación», es decir: que se asi­ milasen las características sobresalientes de dos o más signos en una mis­ ma representación; pero fue relativamente común la mezcla o confusión, intercambiándose los detalles entre signos. No hubo ningún sujeto que no diese ejemplos de este proceso, que afectó a un gran número de signos. El mezclar parece ser un proceso que ocurre en alto grado únicamente en las últimas etapas de un proceso de reproducción repetida. Por ejemplo, el sujeto A, después de un lapso de quince días —su primera reproducción había sido muy exacta— hizo

para

«cabeza»,

pero inmediatamente resaltó que «debía de haber algo en la parte de arri­ ba del rey» y finalmente realizó

El sujeto N hizo primero

para «rey»

confundiéndolo aparentemente con el signo de «fuerte». Pero permane­ cía indeciso y en ensayos sucesivos pasó a través de la secuencia siguiente:


Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de dibujos

161

y finalmente dibujó

después de lo cual el signo no sufrió cambios ulteriores. En este caso, hubo inicialmente cierta confusión y mezcla con el signo para «fuerte», lo que dio lugar a una mezcla en la que participaron tres signos, «cabeza», «rey» y «fuerte». Al mismo tiempo, se retuvieron signos para cada una de estas palabras por separado que asumieron exactamente las mismas for­ mas que aparentaban tener en el signo mezclado complejo, utilizado para «rey». El sujeto no fue consciente de que había realizado una síntesis ni de que había producido un signo nuevo. Estaba encantado con su último dibujo; de hecho, frecuentemente este estado de ánimo acompañaba a la realización de una nueva forma construida a partir de elementos viejos. El mayor número de confusiones, con diferencia, se produjo, como ca­ bía esperar, entre los signos que normalmente se agrupaban juntos, a los que se daba un nombre descriptivo común debido a las semejanzas de sus formas. Puede afirmarse casi con total seguridad que existen condiciones par­ ticularmente favorables para que se produzcan mezclas cuando se combi­ nan semejanzas en la forma con diferencias en el significado asignado. Asimismo, la combinación de la semejanza de significado asignado con diferencias de forma también puede llevar a producir mezclas, pero en es­ tos e x p erim e n to s-se produjeron con menor frecuencia. No obstante, ello se puede deber a que los sujetos tendieron a concentrarse en la forma, porque sabían que tenían que reproducirla, y no en la asignación de signi­ ficados. Todo lo anterior no contradice la regla general de que el nombre es quien domina habitualmente en las combinaciones signo-nombre. G e­ neralmente se utilizaba un nombre común para reunir a los diferentes sig­ nos en un grupo, razón por la que en muchos casos se manipulaban los di­ ferentes elementos de cada signo como si fueran también comunes. iii) Sustitución. Ocurre cuando se reproduce correctamente un signo, pero se interpreta erróneamente. En el experimento fue bastante menos habitual que la mezcla: se produjo sólo en el 30% de los sujetos y normal­ mente en sólo dos ejemplos. Este hecho no debe sorprender y no tiene implicaciones especiales al margen del propio experimento. No hay duda de que, en la vida cotidiana, cuando entramos en contacto con una cultu­


182

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

ra extraña, usamos constantemente sus materiales transfiriéndolos a aso­ ciaciones de la nuestra. Las oportunidades de que así sucediera en el ex­ perimento fueron muy pequeñas, ya que no había un gran solapamiento de significado asignado entre los signos utilizados. Sin embargo, una o dos cosas quedan claras. La sustitución es, como la mezcla, un proceso cuyas posibilidades aumentan sustancialmente con el paso del tiempo. Además, parece que mientras que las semejanzas de for­ ma junto a las diferencias de significado favorecen las mezclas, las seme­ janzas de significado combinadas con las diferencias de forma favorecen las sustituciones. Esta impresión requiere un mayor número de experi­ mentos. iv) Importaciones. Por importación se entiende la utilización de un signo para una palabra a la que originalmente no se le h a b ía asignado ninguno. En el dictado que formaba parte de la prueba, se utilizaron va­ rias palabras que aunque no poseían signos se asemejaban en sonido o significado a otras para las que sí se habían suministrado signos. Se repi­ tieron con frecuencia estos nombres porque existía la posibilidad de que la repetición enfática de un nombre pudiera sugerir al sujeto que debía usar un signo. A pesar de ello, se produjeron poquísimas importaciones: tres casos inequívocos del millar de reproducciones efectuadas, que además, no re­ sultaron muy interesantes: una para «esquina», una para «nariz» y otra para «cuadrado»; y en los tres casos el signo producido fue notoriamente semejante a uno de los de la serie original. Ocurrió a menudo que un su­ jeto dudase ante una determinada palabra y dijera «Sí, creo que había un signo para eso», lo tomara en consideración durante uno o dos instantes y entonces decidiera que se había equivocado y que no podía recordar el signo. Los tres nuevos signos inventados fueron claramente representativos. v) Otras condiciones comunes de cambio. A partir de los resultados experimentales es posible establecer algunas otras condiciones comunes de transformación en un material asimilado al tipo de los signos gráficos. Se dieron múltiples ejemplos de que es posible en cierta medida predecir los cambios más probables que este tipo de material sufrirá como resulta­ do de una reproducción repetida. a) Cuando la persona que aprende un signo lo considera representa­ tivo y, a su vez, éste contiene algunos detalles aparte del motivo central que aparentemente no añaden ningún significado al conjunto global, di­ chos detalles tienden a ser omitidos. Así, se omitieron de continuo las pestañas del «ojo» y desapareció habitualmente la parte superior de «pa­ red».


Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de dibujos

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b) Cuando existe una forma de representación común y convencio­ nal previa a la introducción del signo, hay una fuerte tendencia a que las ' características peculiares desaparezcan y se asimile todo el signo a la for­ ma más familiar. Así, «rayo» casi siempre adoptó la forma común de un zig-zag, y «barbilla» perdió su ángulo agudo para asemejarse más a una representación convencional normal de este rasgo. Las preferencias o há­ bitos individuales tienen una influencia particularmente marcada a este respecto. La mayoría de las personas tienen sus propias convenciones so­ bre la forma de dibujar los objetos comunes. Por ejemplo, un individuo puede tener la costumbre de representar los ojos con círculos pequeños, en tal caso normalmente no respetará las líneas pequeñas y los puntos de las representaciones gráficas, e inconscientemente los reemplazará con los círculos, más familiares para él. «Cabeza» y «rey» proporcionan múlti­ ples ejemplos de este hecho y en muchas ocasiones el detalle preferido pasó a todos los signos que el observador consideraba que pertenecían al mismo grupo. Así, por ejemplo, tuvimos un sujeto que nos dio

para «rey»;

para «cabeza»; * ■V * — vi o o o o para «corona», y ■CZ Z Z Z Z Z Z *

para «problema». Siempre que se produce algún detalle de forma reiterada en signos que son diferentes, hay un alto grado de probabilidad de que los signos hayan sido realizados por la misma persona, o por personas pertenecientes al mismo grupo social, y que dicho detalle sea expresión directa de alguna convención personal o social. c) Al mismo tiempo los detalles extraños y nuevos pueden retenerse e incluso exagerarse, hasta que constituyan el modo más rápido para identificar el origen del material. Volveré más adelante sobre este tema porque se obtuvieron mejores ejemplos con otros métodos6. La persisten­ cia de ciertos tipos de detalles nuevos resulta un hecho indudable, pero las condiciones exactas de este fenómeno no son fáciles de comprender.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

d) Cuando se agrupan juntos varios ejemplos de un tipo de material basándose en semejanzas y más adelante se presenta otro caso que guar­ da una semejanza parcial con los miembros de este grupo, el ejemplo nue­ vo tiende a ser asimilado a esa clase y pierde sus características distinti­ vas. Por ejemplo, se agruparon invariablemente los signos para «posada», «nadie», «persona», «todos» y «daño»7. En la misma serie aparecía el sig­ no para «cosa», parcialmente parecido a ellos:

Este signo se asimiló generalmente a los del grupo principal, perdiendo su cuello y adquiriendo algunas de la líneas punteadas características de los otros signos. e) Los signos no representativos que contienen varias líneas mues­ tran una clara tendencia a que se hagan más elaborados mediante la adi­ ción de más líneas del mismo tipo. Esta tendencia se halla muy extendida y, dentro de ciertos límites, aumenta notoriamente con el paso del tiempo. f) El uso de un nombre descriptivo para un signo que por sí mismo no se considera representativo afecta invariablemente a la reproducción de la forma de ese signo. Por ejemplo, una observadora dijo de «trozo»: «No tengo más que memorizarlo». Sin embargo, al intentar encontrar al­ guna expresión que pudiera ayudarle a hacerlo, sólo se le ocurrió que el signo era «como una patata». Cuando, quince días después, tuvo que utili­ zar el signo, en un primer momento no pudo recordarlo en absoluto ni describirlo. Después de un rato, hizo un pequeño círculo que no le dejó satisfecha, porque —según dijo entonces— el signo era «como una pata­ ta». Por consiguiente sustituyó el círculo por una forma que era una re­ presentación directa de una patata, lo que le hizo darse por satisfecha ya hasta el final del experimento. Se pueden encontrar ejemplos fuera de los límites de este experimen­ to de la mayoría de estos principios. Pueden verse en acción en esferas ta­ les como el desarrollo de las formas de arte decorativo en el grupo social8. Los principales estímulos para el desarrollo de dichas formas generalmen­ te provienen de fuera del grupo en cuestión, pero a medida que las for­ mas se van consolidando gradualmente como diseños y representaciones convencionales dentro de cualquier grupo, se pueden distinguir con clari­ dad influencias que tienen exactamente las mismas características que las que han operado en estos experimentos. De hecho, los experimentos


Experimentos sobre recordar: c) Ei método de escritura de dibujos

165

abren una nueva vía para el estudio de las afiliaciones del material cultu­ ral que, por las razones que sean, se traslada de un grupo social a otro.

4.

Duplicación del material

En relación con la duplicación del material surge un tema de interés ge­ neral. Supongam os que se introduce de fuera un material con un significa­ do determ inado y que encuentra un nuevo lugar en una vida mental con­ creta o entre las posesiones de un grupo social dado. Más tarde se presenta otro m aterial que difiere del primero desde varios puntos de vista pero que posee el mismo significado. ¿Impedirá el primero la asimilación del segun­ do? ¿usurpará el segundo la posición del primero? ¿se mezclarán ambos? El m étodo de signos gráficos reúne excelentes condiciones para dar res­ puestas experim entales a tales preguntas, aunque puede ocurrir, en estos y en otros temas, que las respuestas requieran modificaciones cuando se tra­ ta de cultura de grupos en lugar de posesiones mentales de individuos. Se habrá observado (véase la Lámina III) que en las dos primeras se­ ries se utilizan dos signos para la palabra «fuerte». Se deberían haber em­ pleado más ejem plos duplicados, con mayor variedad de detalles. Pero, extrapolando a partir de lo que ocurrió con este único ejemplo, queda cla­ ro que en general el material más recientemente importado tiende inicialmente a interferir con el anterior, en el supuesto de que no se den facto­ res obvios que hagan que se prefiera una forma de material sobre otra. No obstante, posteriorm ente se desarrolla una acusada tendencia de rea­ firmación de la prim era importación y desplazamiento de la más reciente. Este resultado recuerda algunas de las conclusiones de G. E. Müller y Pilzecker, y de G. E. M üller y F. Schumann en relación con la memoriza­ ción de sílabas sin sentido9. Las condiciones de los presentes experimen­ tos difieren en mucho de las de las pruebas de memoria que se acaban de mencionar; sin embargo, el que se pudiera demostrar que los resultados obtenidos por estos investigadores pioneros se confirman con un material diferente, nos ayudaría a mostrar que la llamada «coexcitación asociati­ va» y el «fortalecim iento de asociaciones relacionadas» son procesos cuyo interés excede al puram ente académico. Por ejemplo, puede ocurrir que un núm ero considerable de aparentes regresiones sociales sean en reali­ dad casos de coexcitación asociativa. La introducción de un rasgo cultural nuevo puede tender a excitar las prácticas o representaciones que supues­ tam ente ha reem plazado y actuar como un estímulo directo de algunas aparentes regresiones. En cualquier caso, es evidente que el problema de los efectos usuales de duplicar el material debe tratarse con mayor pro­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

fundidad, y que mi experimento no puede considerarse en modo alguno como concluyente en este tema tan interesante,

5.

Breve estudio de los métodos de observación visuales y vocales

Al analizar los resultados del método de la descripción , intenté mos­ trar que la utilización de métodos muy diferentes de observación y evoca­ ción puede producir diferentes líneas típicas de transformación. A partir de ahí, traté en concreto los tipos de resultados vinculados especialmente con los procesos de visualizar y vocalizar, y sugerí que estos procesos pue­ den ser considerados, a grandes rasgos, complementarios. El presente método proporciona un campo excelente para el estudio de tales proble­ mas, por lo que voy a tratar de realizar una breve consideración adicional sobre los mismos. Es interesante señalar que cuando los mismos sujetos participaban en diferentes experimentos, sus métodos generales seguían siendo los mis­ mos, al margen de las diferencias de material empleado y de otras condi­ ciones. La persona que utilizaba indicios visuales con el método de la des­ cripción tendía a hacer lo mismo con los m étodos de reproducción repetida y de escritura de dibujos. El sujeto que se basaba fundamentalmente en descripciones verbales y vocalizaciones en el caso de un método experimental determinado se mantenía igual al pasar a otro. Los modos en que abordamos los diferentes problemas a los que nos enfrentamos son, de hecho, mucho menos variados que los propios problemas. Natu­ ralmente, es cierto que una persona que utiliza señales visuales con ma­ yor facilidad y frecuencia que cualquier otro tipo de indicios, por regla ge­ neral también puede usar otro tipo de señales —verbales, cinestésicos, auditivos, etc.— si se le fuerza o anima a hacerlo, como se ha visto en va­ rios casos. Sin embargo, persistirá la preferencia por uno de los tipos de reacción en particular, y si se le deja en libertad para escoger, se valdrá de él siempre que pueda. Parecen existir razones para mantener que la pre­ ferencia por determinadas reacciones constituye una característica del grupo social10; ahí radica la importancia de mostrar cómo la preferencia por un método puede influir en los resultados experimentales.

a)

El uso de indicios visuales

No hay duda de que el visualizador tiende a ocuparse de forma directa del material que se le presenta. Recuerda los signos «directamente» o


Experimentos sobre recordar: c) Ei método de escritura de dibujos

167

«simplemente» en mayor proporción que cualquier otra persona. Por tan­ to, presenta una tendencia menor que el sujeto vocalizador típico a consi­ derar que los diferentes elementos de una serie constituyen un todo. Este hecho no impide el uso de la clasificación, pero generalmente agrupa basándose en alguna semejanza obvia en la forma fácilmente per­ cibida. Además, cuando el visualizador clasifica, la reordenación de un m iem bro del grupo tiende a atraer consigo la de los otros miembros del grupo, aunque no sean pertinentes para sus necesidades inmediatas. Se incluyen más bien como objetos individuales que como elementos ligados por un principio o regla común. Resulta curioso el que el visualizador típico, aunque indudablemente tiende a considerar los diversos elementos que llaman su atención de m odo individual, parezca particularmente propenso a utilizar analogías, tanto al observar como al evocar. Ahora bien, sus analogías tienen unas características determinadas. Bien ve el material como si fuera otra cosa, o bien sus analogías constituyen un mero tipo de asociación secundaria con el que se satisface, pero que no emplea como medio para un fin ulte­ rior; lo que le lleva con frecuencia a apartar su atención completamente del material principal. Así, si el material le sugiere otra cosa, el comenta­ rio que el visualizador inveterado tenderá a hacer es: «Tomé esto por tal cosa» o «Era tal otra». «Supuse —dijo uno de mis mejores sujetos visualizadores— que ‘cuer­ d a ’ era una S hacia atrás, tumbada; ‘roto’ era un palo roto; ‘cabeza’ la fór­ m ula del benceno; ‘nudo’ una pieza concreta de un aparato.» A menudo, las asociaciones secundarias del visualizador típico son detalladas, diverti­ das y llenas de interés para él. Puede llegar a estar tan entusiasmado con ellas que olvida su tarea fundamental. Sin embargo, no parecen desempe­ ñar un papel importante en el recuerdo. «Para mí —dijo otro visualiza­ dor— ‘nudo’ era el bastón con la serpiente de Mercurio; ‘espada’ la espa­ da de San Pablo del escudo de Londres; ‘cuerda’ el nudo del condado de Stafford en una insignia militar; ‘enfermo’ era el galón de la manga de un cabo de R.A.M.C. con una insignia en el medio.» Estas y otras asociacio­ nes fueron irrelevantes para la reproducción real de los signos cuando el proceso fue consciente. Un signo concreto se reproducía visualmente en prim er lugar, y sólo después se recordaba la asociación secundaria. E n estos experimentos se utilizaron en total cuatro series de signos. D e ellos, los de las series tercera y cuarta presentaban una estructura mu­ cho más compleja que los de la primera y segunda. La serie tercera era adem ás más numerosa que las restantes. Por consiguiente, las dos últimas series presentaron mayores dificultades que las dos primeras. A pesar de ello —o muy probablemente a causa de ello— los visualizadores hicieron


168

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

menos, agrupamientos, menos analogías, menos asociaciones secundarias y mucha más memorización directa de elementos individuales en el caso de estas dos series que en el de las dos restantes. Por otro lado, el sujeto vocalizador típico empleaba estas ayudas subsidiarias bastante más cuan­ do se incrementaba la dificultad aparente de la serie. Todos los sujetos con una tendencia visualizadora fuerte y persistente actuaron con rapidez y propendieron a mostrarse confiados y optimistas con la exactitud de sus reproducciones. Sus resultados mostraron todos los posibles cambios imaginables, sin que hubiera ningún predominio de un tipo de transformación particular por lo que respecta a los signos. La propensión a cambiar los signos originales aumentó considerablemente con el paso del tiempo.

b)

El uso de indicios verbales

El sujeto de tipo visual usa descripciones verbales con frecuencia sin que desempeñen un papel importante al formar sus imágenes. De modo similar, el tipo vocalizador puede emplear imágenes de orden visual di­ recto, pero estas últimas no dictan el curso de sus descripciones. Proba­ blemente, las diferencias más notorias se encuentren en las diferentes formas en que se usan las asociaciones secundarias y las analogías11. Pue­ de que el vocalizador no produzca más que el visualizador, pero depende más de ellas. Cuando se le presenta un signo, su método general consiste en fijarlo con una descripción, y con mucha frecuencia es una asociación secundaria la que le ayuda a hacerlo. Su expresión característica es que el signo le recuerda tal cosa, o que era como tal otra. A la hora de repro­ ducir el signo son la descripción o la asociación lo primero que se recuer­ da. En el tipo vocalizador, la influencia de dar un nombre llega a su nivel máximo. Es el nombre, una vez que se ha dado lo primero que se recuerda, para a continuación generalmente pasar a reconstruir el signo a partir de aquél. Por otro lado, el vocalizador suele utilizar más a menudo una clasifica­ ción genuina. Reúne varios signos y usa el nombre de todo el grupo para economizar sus esfuerzos al recordar detalles. Por ejemplo, el sujeto más típico de mis vocalizadores, después de haber estudiado tres de los cuatro grupos de signos, siempre comenzaba a reproducirlos tratando de colocar un signo en su grupo. Esto indudablemente facilita la asimilación de los miembros de un grupo a una forma común. La persona que depende fun­ damentalmente de palabras y descripciones está a la expectativa de las posibles relaciones comunes: de oposición, orientación hacia izquierda o


Experimentos sobre recordar: c) Ei método de escritura de dibujos

169

derecha, por nivelación por arriba o por abajo, etc. Además, no sólo ob­ servan estas relaciones, también las usan. ' En general, el vocalizador parece actuar con un estado de ánimo in­ cierto, más dubitativo y deliberado. Sus resultados muestran una tenden­ cia a transformar el material original casi tan marcada como los del visua­ lizador, pero parece haber un predominio ligeramente mayor en el caso del vocalizador a producir el tipo de cambio que he denominado «mez­ cla». Suponiendo que ello sea un resultado genuino de su método, sería ei efecto natural de su mayor uso de la clasificación.

6.

Signos gráficos y afecto

Naturalmente, no esperaba en absoluto que mis signos dieran lugar a ninguna manifestación particular de sentimientos en los sujetos que toma­ ron parte en estos experimentos, como de hecho sucedió. La tarea era claramente de tipo cognitivo y para la mayoría el material estaba dema­ siado alejado de los intereses cotidianos como para estimular sus emocio­ nes. Sin embargo, se produjeron algunos ejemplos que, aunque no prue­ ban nada, merecen cierta consideración. Varios signos fueron fuente de especial regocijo para los sujetos. Ge­ neralm ente, tenían un carácter representativo si bien presentaban un as­ pecto o algún rasgo que resultaba extraño. El porcentaje de omisiones de dichos signos fue inferior a lo normal. Aún más interesantes resultaron los casos en que un signo recibió una calurosa bienvenida —no hay mejor forma de expresarlo— porque, como una y otra vez se comentó, parecía que encajaba particularmente bien. Ocurrió en especial con varios sujetos y el signo para «filosofía»

en un caso con «cosa»; y en otro con «azotar», signo este último que era bastante complicado y que no es necesario reproducir aquí. Excepto en un caso, el recuerdo de estos signos «que encajaban» consistió en una for­ m a más complicada que la del original. La única excepción —además, es­ pecialmente interesante— se produjo con «azotar». Fue el único caso en que el sujeto no sólo señaló que el signo encajaba particularmente bien sino que además se mostró satisfecho por saber la razón. Dijo: «Se me es­


170

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

taba acabando la paciencia, pero al fin lo capté. Es un maestro con una gran nariz con una mancha de tinta en la punta. La conexión es obvia». Nadie más podría aceptar que se trataba de una descripción clara del sig­ no real, pero la reproducción del sujeto fue asombrosamente exacta. Re­ sulta de interés comparar este caso con las observaciones hechas por otro sujeto sobre «cosa». El signo le agradó de la manera peculiar e inequívoca que tiene lugar cuando se presenta un material que aparece donde tiene que estar, pero no sabemos por qué nos parece así. Dijo con auténtico en­ tusiasmo: «’Cosa’ es un signo estupendo. Me pareció muy adecuado y me gustó. Tenía exactam ente una forma que no podría llamar más que £cosa%>. Su reproducción fue algo elaborada:

«Filosofía» produjo un efecto similar en repetidas ocasiones, y se repro­ dujo con más añadidos posteriormente. Obviamente, la propuesta es: se experimentó un sentimiento ligado no al signo como tal, sino al proceso mental de asignar al signo un significado más o menos preciso, en lo posible similar al significado dado por el expe­ rimentador. Se puede abordar un signo estructuralmente simple ligándolo inmediatamente a la palabra que se proporciona junto con él y dejar de lado el asunto. En este caso, no se experimenta ninguna o escasa emo­ ción. Los signos con una estructura compleja se abordan con frecuencia agrupándolos, o bien denominándolos u ordenándolos de alguna manera que resulte familiar, y también en este caso no se experimenta escasa emoción o ninguna. Algunas veces aparece un signo que no se puede agrupar ni denominar fácilmente y que no parece producir en el sujeto ninguna asociación secundaria obvia, que sin embargo, no se puede vin­ cular al nombre asignado sin hacer un comentario. Entonces, se produce un bloqueo momentáneo. Otras veces, el bloqueo apenas es perceptible; el sujeto dice que el signo se «ajusta» y se queda satisfecho: es capaz de expresar por qué se ajusta. En ese caso, se sentirá igualmente satisfecho pero probablemente el signo sufra en sus manos algunos ligeros cambios. También puede darse cuenta de que se ajusta sin poder explicar las razo­ nes, en cuyo caso seguirá sintiéndose satisfecho. Puesto que el «ajuste» del signo no puede expresarse, la experiencia parece ser entonces exclusi­


Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de dibujos

171

vamente afectiva. Por otra parte, es muy probable que el signo experi­ mente cierta elaboración al ser reproducido. En algunos casos, después de que hubiera terminado el experimento, evitando hacer sugerencias y utilizando un método de asociación libre, traté de conseguir que mis suje­ tos me indicaran por qué el signo para «filosofía» había producido ese efecto. En dos casos las indicaciones parecieron claramente inequívocas. El signo había resultado particularmente grato porque se trataba de una gran estructura que se tambaleaba sobre una pequeña base. En la medida en que se conceda a este método una cierta validez, se hará evidente que la respuesta a una peculiar adecuación de un material puede involucrar procesos cognitivos complejos y que no es necesario que se haga explícito el resultado de dichos procesos para apreciarlo. Los efectos de este tipo de reacción sobre el material pueden ser distintos dependiendo de que se expresen los componentes cognoscitivos. Obviamente la naturaleza de la respuesta a una adecuación no ex­ plícita requiere análisis y discusiones ulteriores. El que tales respuestas ocurren es perfectam ente cierto, que involucren procesos cognitivos complejos me parece igual de claro, pero es preciso aclarar las condi­ ciones que dan origen a estos procesos, y explicar por qué los resulta­ dos de los procesos no logran ser expresados. También puede plante­ arse si es cierto que determ inado m aterial evoca de forma universal este tipo de respuesta de «encaje». Sobre estos aspectos volveré más adelante }2. Otro hecho interesante sobre el afecto se puede ejemplificar en es­ tas series experimentales. En relación con los signos para «compañe­ ro», «hombre» y «loco», una sujeto dijo: «Con todos estos me ‘sentí’ exactamente igual. Sé que había un signo y creo que casi sé cómo era, pero confundo los tres y no puedo decir a cuál pertenece el signo». Al hacer la reproducción dibujó la cara de un hombre, pero estaba total­ m ente indecisa sobre cómo aplicarla. Este caso es un ejemplo de esa confusión a la que pueden llevar los factores afectivos. Los detalles que los procesos cognoscitivos pueden discernir son mucho más varia­ dos que los sentimientos que acompañan la expresión de dichos proce­ sos. Por consiguiente, en la medida en que el sentimiento pueda consi­ derarse una ayuda para la reproducción, se debe contar con que produzca frecuentem ente confusiones entre los distintos contenidos cognoscitivos13. Algunas veces se dice que el desagrado inhibe el recuerdo directa­ mente. No tengo datos que apoyen esta afirmación a partir de estos expe­ rimentos, pero posiblemente tenga alguna relación con el próximo pro­ blema que me propongo plantear.


172

7.

Recordar. Estudio de psicología experimental y social La influencia de la decisión al recordar

Siempre que a primera vista un signo parecía no tener significado, resultaba inusualmente complicado, o producía desagrado por cual­ quier motivo, se abordaba la tarea con un esfuerzo decidido para re­ cordar. Dicho esfuerzo originaba una interesante y compleja actitud cuyo componente inicial era el descontento, la depresión, el desagrado. Si el observador hubiera intentado expresar su estado de ánimo diría: «No seré nunca capaz de reproducir este signo». Pero por regla gene­ ral esta expresión estuvo ausente. El observador, bajo el control gene­ ral de las condiciones experimentales, hacía un esfuerzo adicional en contra para descubrir la pista oculta que le ayudara a trabajar con ese signo problemático. Si hubiera expresado este aspecto de su reacción, el sujeto diría: «Pero lo voy a. recordar». Sin embargo, tampoco se pro­ ducía normalmente en este caso la anterior expresión. Mientras conti­ núa este estado complejo con sus dos direcciones opuestas, la situación resulta desagradable para el sujeto. En este caso, lo más probable es que se omita el signo o un detalle del mismo. Por lo que he podido observar, el mecanismo de omisión viene a ser el siguiente. En el momento de reproducir un material de estas dificul­ tades, lo primero que se restablece siempre es la actitud inicial frente al material. El primer componente, y dominante, es el estado de ánimo de «No seré nunca capaz de reproducir este signo», que impone una barrera al proceso de reproducción. Los sujetos pueden ser conscientes de cierta ligera inseguridad y desagrado. En algunos casos, puede que no se pro­ duzca. En cualquiera de los casos, tendemos a omitir el sentimiento des­ agradable que marcó el esfuerzo de estudiar el signo cuando se presentó por primera vez. No obstante, dicho sentimiento es consecuencia del con­ flicto desencadenado por la actitud compleja y desequilibrada que el sig­ no evocó. Tanto los factores cognoscitivos como los afectivos formaron parte de esta actitud. Por consiguiente, no es muy exacto decir que el olvi­ dar, lo que frecuentemente ocurre en estas condiciones experimentales, se halla en función simplemente del desagrado. Naturalmente, este ejemplo es sólo un caso especial del modo en que el olvidar parece ser precedido de sentimientos desagradables. No obs­ tante, puede constituir un caso relevante, característico de un gran núme­ ro de ejemplos. Al margen de que así sea, no creo que haya dudas, sin embargo, de que en estos experimentos a una decisión especial para recordar le seguía una omisión a continuación. Casos semejantes son comunes en la expe­ riencia cotidiana.


Experimentos sobre recordar: c) El método de escritura de dibujos 8.

173

Resumen de las conclusiones

Las conclusiones fundamentales derivadas de un estudio de los resul­ tados del método de escritura de dibujos pueden resumirse de la manera siguiente: 1.

Se omitieron frecuentemente:

a) Los signos que no se relacionaban de forma obvia y fácil con otro material que el sujeto ya hubiera utilizado; b) Los signos agrupados por el sujeto, especialmente en el caso del material simple y obviamente representativo; c) Los signos con una estructura simple que se producían en una se­ rie aparentemente sencilla; d) Los signos a los que no se había dado ningún nombre distintivo; e) Los signos que dieron lugar a firme determinación de recordar­ los.

2. Las inversiones de dirección fueron habituales, pero no parecie­ ron obedecer claramente a una ley determinada. 3. El agrupamiento de los signos facilitó la mezcla o confusión, espe­ cialmente cuando la semejanza de forma se combinaba con diferencias en el significado asignado. 4. Las sustituciones fueron raras, pero puede que sea más probable que aparezcan cuando se combinan semejanzas del significado asignado con diferencias de forma. 5. Todo detalle en un signo representativo que estuviera separado de la estructura central tendió a desaparecer. 6. Si ya existía previamente una representación convencional con el mismo significado asignado que el del signo dado, se transformaba dicho signo de modo que se pareciera más al carácter gráfico convencional ya existente. 7. Los detalles nuevos con frecuencia sobrevivieron a todos los res­ tantes cambios. 8. Cuando un nuevo ejemplo poseía una estructura similar a la de los miembros de un grupo ya formado tendió a ser asimilado en este grupo. 9. Los signos no representativos con algunas características repetidas tendieron a complicarse con repeticiones adicionales de la misma caracte­ rística. 10. El uso de un nombre, en el caso de un signo no representativo, influyó inevitablemente en la reproducción del signo en cuestión.


174

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

11. En el caso de los signos duplicados, existen indicios favorables al mantenimiento de las leyes de la «coexcitación asociativa» y «el fortaleci­ miento de las asociaciones formadas con anterioridad» con este tipo de material. 12. Se pudieron establecer dos amplios grupos de sujetos (a) visuali­ zadores, y h) vocalizadores, aunque ninguna persona utilizó un único mé­ todo: a) El visualizador típico se apoyaba más en la memorización directa, trataba de forma individual los distintos signos de una serie, a veces utili­ zaba analogías y asociaciones secundarias, pero no como ayudas específi­ cas para reproducir los signos; generalmente trabajaba rápidamente y se mostraba seguro de su método de trabajo; b) El vocalizador típico utilizaba las descripciones, nombres, asocia­ ciones secundarias y analogías como ayudas para el recuerdo; por lo ge­ neral era más dubitativo y estaba menos seguro de su método.

Ambos tipos cometieron los mismos errores en las reproducciones con un ligero predominio de las mezclas en el caso del vocalizador. 13. Se consideró que algunos signos se «ajustaban» particularmente. Si no se podía dar una razón clara para ello, el signo tendió a sufrir adi­ ciones. Todos estos casos tendieron a originar una peculiar disposición afectiva de carácter agradable. 14. La decisión de recordar guardó relación de manera constante con el olvido real. No se puede afirmar que este olvido se deba directa­ mente a cierto tono afectivo de desagrado que acompañó a los signos difí­ ciles.


Experimentos sobre recordar: c) Ei método de escritura de dibujos

175

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Capítulo 7 EXPERIMENTOS SOBRE RECORDAR d) El método de reproducción serial. I

1.

Introducción

Hasta ahora todos los m étodos d escrito s tra ta n sobre factores que in­ fluyen en observadores individuales. N o s h an servido para exponer lo que ocurre cuando una persona utiliza u n m a terial al que se enfrenta por pri­ mera vez, y cómo lo asimila y rep ro d u ce después de una forma particular. Sin embargo, ya ha quedado b astan te claro que varios de los factores que influyen en un observador individual tie n e n un origen y carácter social. Por ejemplo, muchas de las tran sfo rm acio n es que resultaron de la repro­ ducción repetida de pasajes en p ro sa se d eb ían directam ente a la influen­ cia de las convenciones y creencias sociales existentes en el grupo al que pertenecía un sujeto concreto. En la vida diaria, cuando se recuerda, se intensifica la im portancia de estos facto re s sociales enormemente. La for­ ma que un rum or, un relato o un d iseñ o decorativo llega a adquirir en un determinado grupo social es obra de n u m ero sas reacciones sociales dife­ rentes sucesivas. D istintos co m ponentes culturales, o bien determinados complejos culturales, pasan de una p e rs o n a a o tra dentro de un grupo, o de un grupo a otro y, una vez alcan zad a finalm ente una forma totalm ente convencional, puede ocupar un lu g a r estab lecid o en el conjunto general de la cultura que posee un grupo específico. T an to si se trata de una insti­ tución, un m odo de conducta, un re la to o u n a expresión artística, el pro­ ducto convencionalizado varía de u n g ru p o a otro, de forma que nos pue­ de llegar a resultar el elem ento m ás característico a la hora de diferenciar de la manera más tajante posible u n g ru p o social de otro. De esta forma, los caracteres culturales que tienen el m ism o origen pueden llegar a adop­ tar las más diversas formas. Los experim entos que vamos a d escrib ir a continuación fueron diseña­ dos para estudiar los efectos de la co m b in ació n de los cambios introduci­ 177


178

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

dos por diferentes personas. Los resultados obtenidos no se hallan total­ mente al margen de la investigación experimental, como mostraré segui­ damente. El término más apropiado para designar al método que he utili­ zado fundam entalm ente es método de reproducción serial.

2.

El método descrito y el plan de tratamiento

E n su forma material, este m étodo es sim plem ente una duplicación del método de la reproducción repetida. La única diferencia es que ahora la reproducción de A es a su vez reproducida por B, cuya versión es se­ guidamente tratada por C, y así sucesivamente. De este modo se obtuvie­ ron cadenas de reproducción: i) de relatos populares, ii) de pasajes en prosa descriptivos y expositivos y iii) de m aterial pictórico. Se utilizaron cuentos populares como antes porque, en general, se trata de un tipo de m aterial que pasa muy rápidam ente de un grupo social a otro; la mayoría de los sujetos los consideran interesantes en sí mismos; se puede elegir fá­ cilmente relatos que estén de moda en un ambiente social muy distinto al de otros grupos sociales, de los que se puede obtener sujetos experim en­ tales; y, por último, porque por su forma y su contenido contienen fre­ cuentem ente elementos de los que puede esperarse que sufran numerosas transformaciones en el curso de las transmisiones. Se utilizaron pasajes descriptivos y expositivos debido a que representan un tipo de m aterial con el que todos los sujetos de dichos experimentos ya estaban familiari­ zados, lo que hacía posible verificar o controlar de alguna m anera los re­ sultados de los cuentos populares. Fue empleado m aterial pictórico p o r­ que a lo largo del desarrollo del arte ornam ental y figurativo se han transmitido continuam ente formas gráficas, y también con el fin de com­ probar si con un medio tan distinto operarían los mismos principios de cambio. En el caso de los pasajes verbales, cada sujeto leyó el material com ple­ to dos veces para sí, a su velocidad normal de lectura. La reproducción se efectuó al cabo de un intervalo de 15-30 minutos. En el caso de las formas visuales, al sujeto se le dio tiempo suficiente para la observación, y efec­ tuó su reproducción al cabo de un período de tiempo similar. En este capítulo me propongo añadir muy poco a lo que ya se ha di­ cho acerca de los factores que afectan a las reproducciones individuales, para centrarme, más bien, en el estudio de las principales tendencias de cambio en las series de reproducciones obtenidas en un grupo de varios sujetos diferentes, así como en los principios que ilustran. Se presentará una selección muy pequeña de todo el conjunto de datos reunidos. Las


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

179

series seleccionadas se presentarán en su totalidad, para después pasar a intentar ex p o n er ios cambios que considero más importantes, así como las conclusiones que se pueden obtener de su estudio, tratando en prim er lu­ gar los relatos populares, en segundo los pasajes descriptivos y expositi­ vos y dejando el m aterial pictórico para ser considerado en un capítulo a p a rte 1.

3.

Serie sobre narraciones populares

a)

La guerra de los fantasmas

La versión original de esta narración que ya se ha presentado anterioim ente se volvió a utilizar para la reproducción en serie. Fue necesario llamar la atención repetidas veces sobre el título, que yo no deseaba que fuese om itido p o r su conexión con la tram a sobrenatural de la historia. D eseaba dar a ese elemento sobrenatural la mayor oportunidad posible de sobrevivir, p ero una vez que aquél desaparecía, resultaba imposible salvarlo. D e este relato se obtuvieron varias cadenas de reproducciones, de las cuales la siguiente es una de las cortas:

R e p r o d u c c ió n 1

La guerra de los fantasmas

Había dos jóvenes indios que vivían en Egulac, y bajaron al mar para ca­ zar focas. Y donde estaban cazando estaba muy brumoso y muy tranquilo. Después de un rato oyeron gritos, y salieron del agua, y se escondieron detrás de un tronco. Entonces oyeron el sonido de palas, y vieron cinco canoas. Una canoa vino hacia ellos, y había cinco hombres dentro, quienes gritaron a los dos indios y dijeron: «Venid con nosotros río arriba, y haremos la guerra a la gente de allí». Pero uno de los indios replicó: «No tenemos flechas». «Hay flechas en la canoa.» «Pero podrían matarme, y mi gente me necesita. Tú no tienes padres —dijo al otro—, puedes ir con ellos si lo deseas; yo me quedaré aquí.» Así que fue uno de los indios, pero el otro se quedó atrás y se fue a casa. Y las canoas remontaron por el río hasta el otro lado de Kalama, y combatieron con la gente de allí. Mataron a mucha de la gente, y también a muchos de los de las canoas. Entonces uno de los guerreros llamó al joven indio y dijo: «Vuelve a la canoa, porque estás herido por una flecha». Pero el indio dudó, porque no se encontraba mal.


180

Recordar. Estudio de psicología experimental y social Y cuando muchos hubieron caído en ambos lados volvieron a las canoas y bajaron por el río de nuevo, y así volvió el joven indio a Egulac. Entonces les contó cómo había habido una batalla, y cómo cayeron mu­ chos, y cómo los guerreros habían dicho que estaba herido, y sin embargo no se encontraba mal Así que Ies contó a todos la historia, y se sintió débil Era casi al amanecer cuando se sintió débil; y cuando salió el sol se desplomó. Y pegó un grito, y al abrir la boca una cosa negra escapó de ella. Entonces se apresuraron a cogerle, preguntándose qué pasaría. Pero cuando le hablaron no contestó. Estaba muerto. R e p r o d u c c ió n 2

La guerra de los fantasmas

Este cuento es acerca de dos indios que vivían cerca de Egulac. Un día es­ taban ocupados cazando focas. El tiempo estaba tranquilo pero brumoso. Cerca pudieron oír el sonido de palas, y entonces descubrieron a través de la niebla cinco canoas. Una de las canoas remó hasta ellos, y dentro había cinco hombres. Uno de los hombres gritó a los jóvenes indios: «Volved con nosotros y combatid a la gente que vive más allá». «No —replicaron—, no podemos combatir porque no tenemos flechas.» «Hay flechas en la canoa, así que venid sin demora.» «No —replicó uno de los indios—, no iré, porque si me matan, mi gente, que me necesita, estará muy triste.» Entonces, volviéndose hacia su compañero, continuó: «Ve tú. No tienes amigos, y si algo te sucediera no te echarían de menos». «Sí, iré», contestó su amigo, y despidiéndose, se unió a los hombres de la canoa; y el otro volvió a casa. Entonces los de la canoa se fueron más allá de Kalama y combatieron a la gente de allí, y mataron a muchos en ambos lados, pero siguieron luchando. Entonces uno de los guerreros gritó al joven indio: «Vuelve a casa ya, porque estás herido». «No, no es cierto, porque no siento dolor.» Pero el guerrero lo devolvió a la canoa, porque había sido herido por una flecha, aunque no se convenció de ello porque no se encontraba mal. Y mu­ chas más personas murieron en ambos lados. Entonces el joven indio volvió a Egulac y contó a la gente de allí lo del gran combate, y cómo muchas personas habían caído y cómo había sido heri­ do por una flecha, y sin embargo no se encontraba mal. Y así continuó todo aquel día, y sin embargo no se encontraba mal, y dijo: «No he sido herido por una flecha, o hubiese sentido dolor.» Y se puso el sol, y seguía bien, y así du­ rante la noche. Pero cuando salió el sol sintió un repentino desmayo, y cuando intentó levantarse se desplomó y una cosa negra se escapó de la boca. Cuando la gente se acercó a él y le hablaron, e intentaron levantarle, no respondió porque estaba muerto.


Experimentos sobre recordar: d) Ei métodG de reproducción serial. I R

e p r o d u c c ió n

181

3

La guerra de ios fantasmas

Esta es la historia de dos jóvenes indios que vivían en Egulac. Un día esta­ ban ocupados pescando focas, con un día tranquilo pero brumoso. De repente a través de la niebla se escuchó un sonido de palas, y pronto cinco canoas apa­ recieron ante sus ojos. En la primera canoa había cinco hombres, uno de ios cuales llamó a los jóvenes indios: «Venid con nosotros a combatir a la gente que vive más allá». «No —replicaron los dos—, no podemos venir a combatir, porque no tene­ mos flechas.» «Eso no es problema», dijo el guerrero»,hay flechas en la canoa, así que venid sin demora». Entonces dijo uno de los indios: «No puedo ir, porque mis padres, que me necesitan, se afligirían mucho». Pero el otro respondió: «Vendré con vosotros, porque no hay nadie que me eche de menos». Entonces empezaron a navegar y fueron a combatir a Kalama, y el comba­ te duró mucho tiempo, resultando muertos y heridos muchos de uno y otro lado. Al fin dijo el guerrero al joven indio: «Vuelve a casa; porque estás gra­ vemente herido». Pero el mdio replicó: «No, eso no es posible, porque no siento dolor». Así y todo el guerrero insistió y regresó a Egulac, donde contó a la gente acerca del gran combate de Kalama, y cómo había sido herido y aun así no se sentía mal. Y todo aquel día hasta la noche siguió bien, y no sintió dolor hasta el alba del día siguiente, cuando al intentar levantarse, una gran cosa negra fluyó de su boca, y cuando la gente se aproximó para levantarle, no pudieron porque estaba muerto. R e p r o d u c c ió n 4

La guerra de los fantasmas

Había dos jóvenes indios de Malagua que salieron a cazar focas en un día tranquilo, brumoso. De repente vieron cinco canoas aparecer a través de la neblina. Un hombre del bote más cercano les llamó: «Venid a ayudarnos a combatir a la gente que está más allá». Y uno contestó: «No puedo, porque les ocasionaría un gran dolor a mis padres si me pasara algo». Entonces dijo el otro: «No puedo, porque no tengo flechas». «Hay flechas en el fondo de la barca», dijo el guerrero. Entonces el otro dijo: «Iré»; y vino. Y fueron hasta Kamama, y se sostuvo una lucha violenta entre ellos y el adversario. Y el joven cayó, por una flecha que le atravesó el corazón. Y le dijo al guerrero: «Llévame de vuelta a Malagua, porque es mi hogar». Enton­ ces el guerrero lo trajo de vuelta, y el joven dijo: «Estoy herido, pero no estoy mal y no siento dolor».


182

Recordar. Estudio de psicología experimental y social Y vivió aquella noche, y el día siguiente, pero al ponerse el sol su alma sa­ lió negra volando de la boca, y se quedo rígido y duro. Y cuando vinieron a in­ corporarlo no pudieron porque estaba muerto.

R e p r o d u c c ió n 5

La guerra de los fantasmas

Había una vez dos jóvenes indios de Malagua que salieron a cazar focas en un día tranquilo brumoso. En su camino se encontraron con cinco canoas que aparecieron a través de la niebla. Un hombre de la primera canoa les dijo: «Venid y ayudadnos a combatir a aquellos que están más allá». Pero el primer joven replicó: «Eso no, porque destrozaría a mis padres si me pasara algo». El segundo dijo: «No puedo, porque no tengo flechas». «Hay flechas en el fondo de la barca», dijo el guerrero. «Entonces —dijo el o tro ^ , vendré». Estuvieron viajando hasta llegar a Komama, donde sostuvieron una bata­ lla cruel y larga con el adversario. Pronto el joven cayó herido, con una flecha atravesándole el corazón. «Llévame a Malagua», le dijo al guerrero, «porque allí tengo mi hogar». Entonces el guerrero lo trajo a Malagua, y el joven dijo: «Estoy herido, pero no estoy mal ni siento dolor; viviré». Y vivió durante la noche y el siguiente día, pero al ponerse el sol su alma salió negra volando de la boca, y su cuerpo quedó rígido y duro. Entonces vi­ nieron a intentar incorporarle, pero no pudieron porque estaba muerto.

R e p r o d u c c ió n 6

La guerra de los fantasmas

Érase una vez dos indios de Momapan, que fueron a pescar focas un día claro y brumoso río abajo. Según iban remando cinco canoas aparecieron a través de la neblina. Un hombre de la primera canoa dijo: «Ven a ayudarnos a combatir a los de más lejos». Pero el indio dijo: «No puedo. Destrozaría a mis padres si me pasara algo». Y el segundo indio dijo: «No puedo: no tengo flechas». Pero el guerrero dijo: «Veo algunas en el bote.» Así que dijo: «Vendré». Transcurrido largo tiempo llegaron al lugar en el que sostuvieron una lu­ cha violenta con el enemigo, y durante el combate el joven cayó herido con una flecha atravesándole el corazón. Entonces le dijo al guerrero: «Llévame de vuelta a Momapan; es allí donde vivo». Así que llevó al joven de vuelta a su hogar, y el joven dijo: «Estoy herido en el corazón, y no siento dolor, y viviré». Vivió durante la noche y el día si­ guiente, pero murió al ponerse el sol y su alma expiró en su boca. Intentaron levantarle, pero no pudieron porque estaba muerto.


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción seria!. I

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R e p r o d u c c ió n 7

La guerra de los fantasmas

Érase una vez dos jóvenes indios de Momapan que estaban pescando fo­ cas, cuando una barca con cinco guerreros vino río abajo. «Venid con noso­ tros —dijo uno de los guerreros—, a ayudarnos a combatir a los guerreros de allá lejos». «No puedo —dijo uno de los indios—, tengo una madre en casa, y se afli­ giría mucho si no volviera». El otro indio simplemente dijo: «No tengo ar­ mas». «Tengo algunas en la barca», replicó el guerrero. Por consiguiente el in­ dio se montó en la barca y todos ellos remaron hacia el combate. En el transcurso de la batalla el Indio fue mortalmente herido. «Llévame a casa —dijo—, a Momapan. Es de allí de donde soy: voy a morir.» «Oh, no — dijo el guerrero a quien le había hecho la petición—, vivirás.» Pero antes de que la embarcación pudiera alejarse del conflicto el indio murió, y su espíritu voló. Pararon la barca e intentaron sacarlo, pero fueron incapaces de hacerlo pues estaba muerto.

R e p r o d u c c ió n 8

La guerra de los fantasmas

Dos indios de Momapan estaban pescando focas cuando una barca se acercó con cinco guerreros. «Venid con nosotros —les dijeron a los indios—, a ayudarnos a combatir a los guerreros de allá lejos.» El primer indio replicó: «Tengo una madre en casa y se afligiría enormemente si no volviese». El otro Indio dijo: «No tengo armas». «Tenemos algunas en el bote», dijeron ios gue­ rreros. El Indio se montó en el bote. Después de transcurrido un tiempo de combate, el indio fue mortalmente herido, y su espíritu voló. «Llévame a mi casa», dijo, «a Momapan, porque voy a morir.» «No, no morirás», dijo un guerrero. A pesar de esto, sin embar­ go, murió y, antes de que pudiera ser trasladado al bote, su espíritu había de­ jado este mundo.

R e p r o d u c c ió n 9

La guerra de los fantasmas

Dos indios de Mombapan estaban pescando focas cuando una barca se acercó llevando cinco guerreros. «Venid con nosotros —dijeron los guerreros—, a ayudamos en el combate que vamos a entablar.» El primer indio dijo: «Tengo una madre anciana en casa que se afligiría te­ rriblemente si no regresara». El segundo indio dijo: «No tengo armas».


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social «.Tenemos de sobra en el bote», dijeron los guerreros. El indio se subió al bote y se fue con ellos. Después de un tiempo de combate fue mortalmente herido, así que su es­ píritu voló. «Voy a morir —dijo—, llévame de vuelta a Mombapan.» «No vas a morir», dijo el guerrero. Pero a pesar de esto sí que murió, y su alma abandonó el mundo.

R e p r o d u c c i ó n 10

La guerra de los fantasmas Dos indios habían salido a pescar focas en la Bahía de Manpapan, cuando se les acercaron otros cinco indios en una canoa de guerra. Iban a combatir. «Venid con nosotros —dijeron los cinco a los dos—, y combatid.» «No puedo ir —fue la respuesta de uno—, porque tengo una madre ancia­ na en casa que depende de mí.» El otro también dijo que no podía ir porque no tenía armas. «Eso no es problema —replicaron los otros— , porque dispone­ mos de sobra en la canoa»; así que se metió en la canoa y se marchó con ellos. Poco después de empezar el combate este indio recibió una herida mortal. Sabiendo que su hora había llegado, gritó que estaba a punto de morir. «Ton­ terías —dijo uno de ellos— , no morirá.s» Pero murió.

Vamos a dejar esta serie. A ún siendo breve, ha alcanzado ya una for­ ma bastante fija, aunque no cabe duda de que podrían aparecer cambios menores todavía si la serie continuara. Las transformaciones efectuadas son ya muy considerables y el relato se ha hecho más coherente, así como mucho más corto. No ha quedado trazo alguno del elemento extraño y so ­ brenatural. Tenemos una historia perfectam ente lineal de un combate y una muerte. Los medios por los que se llegan a todos estos cambios son: i) una serie de omisiones, ii) la provisión de enlaces entre ambas partes de la historia, y de razones de algunos sucesos; es decir, una racionalización continuada, iii) la transformación de detalles menores. i) Omisiones. En una serie narrativa de este tipo, es probable que cualquier omisión hecha sobre una versión concreta tenga un significado y dé cuenta de una sucesión de cambios relacionados con ella en las ver­ siones que la siguen. Pero m ientras algunas de la omisiones nacen directa­ mente de las tendencias peculiares que funcionan en cada sujeto, otras se deben a las influencias que operan a través de todo el grupo a que con­ cierne. De momento, lo que nos interesa son éstas exclusivamente. Toda mención a fantasmas desaparece desde la mismísima prim era re ­ producción de esta serie, y ello a pesar de que se había llamado la aten­ ción especialmente hacia el título. Lo mismo pasa en algún m om ento en


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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todas las series obtenidas a partir de esta narración. E sta omisión ilustra que todo elem ento de una cultura im portada que encuentre muy poco apoyo en la cultura receptora, no llegará a ser asimilado. La desaparición de los fantasmas conlleva otras omisiones. La herida pronto se convierte en un asunto de la carne y no del espíritu. Se dejan fuera los detalles de la repentina e inexplicable aparición de los guerre­ ros, al principio de la narración. Toda la atmósfera se fue transformando gradualmente. En una serie con m aterial de este tipo no se puede consi­ derar de forma aislada ninguna de las omisiones producidas consecutiva­ m ente por diferentes personas que pertenecen a un grupo homogéneo. En un relato, cada elem ento está relacionado con su contexto general. Para una m entalidad m oderna, el m aterial popular suele resultar incohe­ rente y lleno de detalles triviales, entrelazados de una forma vaga. Cuan­ do el m aterial proviene de un am biente diferente al del grupo de observa­ dores, esta impresión puede llegar a ser extrem adam ente acentuada, ya que en todas las narraciones populares, ya sean primitivas o muy elabora­ das, se dan muchas cosas por sobreentendidas y las conexiones obvias para los miembros de un grupo no lo son en absoluto para los de otro. Si igual que se obtiene una «impresión general» cuando se percibe por vez prim era un m aterial de estructura compleja, así cada pieza de material verbal continuo tiende a ser tratada de modo que todos los detalles se puedan agrupar alrededor de uno o varios acontecimientos centrales. La selección de dicho acontecimiento varía de un grupo a otro en concordan­ cia con los diversos intereses y costumbres de cada grupo. El resultado inevitable de todo ello es que cualquier elem ento inci­ dental no conectado de forma patente con los acontecimientos centrales debe desaparecer. Dejemos para una discusión posterior si es posible pre­ decir exactamente cuáles serán los puntos centrales de un relato cuando se conoce el grupo en cuestión. En todas las series que he obtenido, que­ da claro que tiene lugar esta selección inconsciente de hechos centrales. En la serie que estamos tratando ahora los acontecimientos más sobresa­ lientes son aquellos conectados con la herida del indio y su muerte. Estos son los que más se resisten al cambio y siguen dominando hasta el final. Por lo tanto, en lo fundam ental las omisiones no son en absoluto acciden­ tales, y todas ellas suelen estar relacionadas. Unicam ente se pueden llegar a com prender tom ando como referencia el contexto del que se han saca­ do y las partes de ese contexto que se han conservado. Ambos casos son resultado de una interacción de factores individuales y sociales. La selección del m aterial que se omite no se produce, excepto en ca­ sos raros, de form a consciente. E n mis sujetos, todos ellos con una educa­ ción bastante elevada, provenía de un hábito —ya bien asentado antes del


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

experimento— de concentración en los puntos claramente sobresalientes de un texto. La eficacia de dicho hábito no depende de cómo quedara for­ mulado al final. Si bien todo esto es cierto, tam bién debe hacerse notar que en casi todas las series, en un m om ento u otro, aparece alguna versión concre­ ta que constituye un punto de inflexión especialmente im portante para las reproducciones siguientes. En el caso que estamos estudiando, di­ cho cambio aparece con la reproducción núm ero tres, donde se pro d u ­ ce una ruptura relativam ente im portante con el estilo literal y preciso de las versiones anteriores. No cabe duda de que el resultado neto de cualquier proceso de construcción serial se debe al efecto acum ulado de cierto núm ero de ligeras alteraciones, todas las cuales siguen una misma línea de cambio. Así y todo, los principales puntos de inflexión son obra de intereses e idiosincrasias individuales, y se puede dem os­ trar que una persona que sobresalga desem peña un papel crucial en el producto social total. ii) Racionalización. Ninguna omisión conlleva algo m eram ente negati­ vo. El relato transmitido se trata de forma global, y la desaparición de cualquiera de los elementos significa, en los grupos observados, la cons­ trucción gradual de un todo nuevo que parece estar más organizado inter­ namente. La tendencia a que todos los detalles concuerden —para que la narración llegue hasta el final sin dejar de lado ningún m aterial como un elemento aparentem ente desconectado y m eram ente decorativo— posi­ blemente resulte más m arcada cuanto más alto sea el nivel cultural de los sujetos en cuestión. D e cualquier modo, todas las series obtenidas a partir de una narración popular se convierten de forma rápida en relatos más coherentes, concisos y sobrios, al menos en el caso de las series utilizadas con sujetos normales de una comunidad de ingleses adultos. Se llega a es­ tos resultados introduciendo enlaces específicos entre una parte del relato y otra, proporcionando razones concretas, y m ediante la transformación real de incidentes fuera de lo común. Este proceso es el que se ha seguido de reproducción en reproducción, pero su tendencia general se ha m ante­ nido constante. U n ejemplo de la transformación gradual de un incidente inusual ocu­ rre en la serie de reproducciones que se acaba de mencionar. En la ver­ sión original, la m uerte del indio se describe así: Cuando salió el sol se desplomó. Algo negro surgió de su boca. Su cara se de­ formó.

Esto se convirtió sucesivamente en:


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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Cuando salió el sol se desplomó. Y pegó un grito, y al abrir la boca una cosa negra escapó de ella. Cuando salió el sol sintió un repentino desmayo, y cuando intentó levantarse se desplomó, y una cosa negra se escapó de su boca. No sintió dolor hasta el alba del día siguiente, cuando al intentar levantarse, una gran cosa negra fluyó de su boca. Y vivió aquella noche, y el día siguiente, pero al ponerse el sol su alma negra salió volando de la boca. Y vivió durante la noche y el siguiente día, pero al ponerse el sol su alma salió negra volando de la boca. Vivió durante la noche y el día siguiente, pero murió al ponerse el sol y su alma expiró en su boca. Pero antes de que la embarcación pudiera alejarse del conflicto el indio mu­ rió, y su espíritu voló. Antes de que pudiera ser trasladado al bote, su espíritu había dejado este mundo. Su alma abandonó el mundo. («Tonterías —dijo uno de ellos—, no morirás»). Pero murió.

Los cambios se producen gradualm ente, pero el final se vislum bra desde el principio. Prim ero, el «algo negro» consigue una especie de fuer­ za o vitalidad propia: «se escapó», luego «fluyó». Luego la actividad reci­ be explicación, pues la «cosa negra» se convierte en el alma del hombre y, con una expresión convencional usual se dice que «expiró». Una vez que se introduce el alma, la misteriosa negrura se puede dejar de lado, lo que ocurre de forma rápida. La convención interviene de nuevo, y la expre­ sión cambia a «su espíritu voló», y finalmente al tópico y cotidiano: «su alma abandonó el mundo». Es entonces cuando esta expresión conduce al mismo camino que el resto y no queda nada excepto la afirmación de que el hombre murió. La elaboración inicial, la simplificación subsiguien­ te, y la transformación final forman parte de un cambio, cuyo efecto es hacer que todo el incidente se convierta en algo común y racional. No obstante, ninguno de los sujetos se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Parece significativo el hecho de que al mismo tiempo que la noción de un alm a que parte quedaba definitivam ente introducida, la expresión «negro» desapareciera. A l principio de la serie se podía considerar que la palabra «negro», tal como han mostrado algunos de los comentarios, se em pleaba con un sentido simbólico. Tenía su significado superficial de objeto, color y acontecimiento horrible; pero también encerraba la suge­ rencia vaga e im plícita de «alma». No obstante, cuando finalm ente se m encionaba a esta última, el uso simbólico de negro desaparece. Es interesante observar que, para que el registro de los acontecimien­ tos esté listo para una racionalización final, tiene que haber sufrido cierta


9

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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

elaboración preliminar. Tan pronto como se efectuó la racionalización, y el «algo negro» fue reemplazado por la referencia explícita al alma, todos los demás procesos tendieron decididamente hacia la simplificación. Las condiciones bajo las que se tiende a elaborar o simplificar los elementos culturales que se transm iten constituye una cuestión de gran interés, aun­ que muchas veces queden fuera del alcance de la verificación experimen­ tal. Pero se puede considerar que la elaboración es, hasta cierto punto, una etapa de un proceso que finaliza fundam entalm ente en una racionali­ zación. En primer lugar se elabora el material difícil y poco familiar, aña­ diéndose elementos más familiares. Luego, lo familiar conlleva su propia explicación, y lo desconocido se deja de lado, simplificándose considera­ blemente en el proceso todo el conjunto. iii) Transformación ele los detalles. La transformación inmediata de los nombres desconocidos o relativam ente desconocidos en otros más fa­ miliares ya ha sido discutida en el método de la reproducción repetida. No se necesita añadir nada más de momento, excepto que dichas transform a­ ciones, fácilmente logradas, son susceptibles de transmitirse de forma fá­ cil y persistente. Otras series m uestran esta tendencia de manera más so­ bresaliente que la que se acaba de presentar, pero aquí está ilustrado por el cambio de «canoas» a «botes», y de «palas» a «remar». iv) Orden de los acontecimientos. A medida que esta narración pasa­ ba de boca en boca, se produjo un cambio interesante en el orden de los acontecimientos que quizás pudiera revestir alguna importancia. Se man­ tuvieron las dos excusas para no ir a luchar, pero la segunda pasó a primer plano, al mismo tiempo que se hizo más precisa. En vez de «mis familiares no sabrán a donde he ido», nos encontramos con «tengo una madre ancia­ na en casa que se afligiría terriblem ente si no volviera». Estas reproduccio­ nes fueron todas efectuadas en los primeros días de la G ran Guerra, y esta razón específica para evitar ir a combatir era muy eficaz en la clase de gru­ po social al que casi todos mis sujetos pertenecían. Por tanto, nos encon­ tramos con una parte de una narración que, debido principalmente a cir­ cunstancias especiales de la época, produjo una reacción decididamente emocional. Puede que esta sea la razón por la que dicha excusa llegó a al­ canzar una posición más prom inente en la narrativa, y también por lo que se fue elaborando. Sin embargo, se necesitan pruebas que lo confirmen.

b)

El hijo que intentó ser más listo que su padre 2

Presentaré ahora una serie obtenida a partir de una variante diferente de narración popular. Se trata de ese tipo tan bien conocido en el que se


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción señal.

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van acumulando hechos. Esta clase de cuento puede encontrarse a lo lar­ go de todo el mundo y por regla general es fácil de transmitir. Veremos si dicha ,serie ilustra o no los mismos principios que intervenían en el caso de La guerra de los fantasmas.

R elato

o r ig in a l

El hijo que intentó ser más listo que su padre

Un día un hijo dijo a su padre: «Me esconderé y no serás capaz de encon­ trarme». El padre replicó: «Escóndete donde quieras», y entró a su casa a des­ cansar. El hijo vio un cacahuete de tres granos y se puso en el lugar de uno de los granos; un ave de corral que pasaba picoteó el cacahuete y se lo tragó; y un gato montés atrapó ai ave de corral y se la comió; y un perro se en­ contró con el gato montés, y lo atrapó y se lo comió. Después de poco tiempo, al perro lo tragó una pitón que, después de comer, se fue al río y se enredó en una nasa. El padre fue en busca de su hijo y, al no verlo, fue a mirar a la nasa. Arras­ trándola a la orilla encontró en ella una gran pitón. La abrió y vio dentro un perro en el que encontró un gato montés, y al abrirlo halló un ave de corral de la que sacó el cacahuete, y entonces al abrir la cáscara, liberó a su hijo. El hijo se quedó tan demudado que nunca volvió a intentar ser más listo que su padre.

R

e p r o d u c c ió n

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El hijo que intentó ser más listo que su padre

Un hijo dijo un día a su padre: «Me esconderé y no serás capaz de encon­ trarme». El padre replicó: «Escóndete donde desees», y luego entró en la casa a descansar. El hijo vio un cacahuete de tres granos y se puso en el lugar de uno de los granos. Un ave de corral vio el cacahuete y se lo comió. Al cabo de un rato, un gato montés mató al ave de corral y se la comió, y entonces un perro cazó al gato, lo mató y se lo comió. Después de un tiempo, una pitón atrapó al pe­ rro y se lo tragó. Tan pronto acabó de comer, la pitón bajó al río y quedó atra­ pada en una nasa. El padre buscó a su hijo y al no encontrarlo, se fue al río a ver si había atrapado algún pez. En su nasa encontró una gran pitón que abrió. Dentro de ella encontró un perro en el que había un gato montés. Al abrir el gato mon­ tés, encontró una gallina, dentro de la cual encontró un cacahuete. Abrió el cacahuete, y liberó a su hijo. El hijo se quedó tan demudado al ser descubierto, que nunca más volvió a intentar ser más listo que su padre.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social R e p r o d u c c ió n 2

El hijo que se propuso ser más listo que su padre

Érase una vez un hijo que deseaba ser más listo que su padre; así que dijo: «Me esconderé en un sitio, y no serás capaz de encontrarme». Al padre le pa­ reció bien, así que el hijo salió al campo para preparar sus planes. Encontró un cacahuete de 3 granos y se puso en el lugar de uno de los gra­ nos. Enseguida pasa un ave que se come el cacahuete. Pronto al ave la captura un gato montés, y al gato montés a su vez un perro. Finalmente aparece una pitón y devora al perro, después de lo cual baja al río a beber. El padre mientras tanto había seguido con su trabajo diario. Por fin toma la determinación de irse a ver si ha atrapado algún pez en el río. Cuando abrió la nasa se encontró que había atrapado una gran pitón. La abre en dos y encuentra al perro dentro. Dentro del perro encuentra al gato montés, dentro del gato montés al ave, y dentro del ave el cacahuete. El padre abre en dos el cacahuete, y libera a su hijo. El hijo se quedó tan demudado al ser descubierto por su padre que se propone no volver nunca a pretender ser más listo que su padre. R e p r o d u c c ió n 3

El hijo que intentó ser más listo que su padre

Había una vez un hijo que intentó ser más listo que su padre. Dijo: «Me esconderé, y nunca serás capaz de encontrarme». Al padre le pareció bien, y el hijo salió por el campo para preparar sus planes. Se topó con un cacahuete con tres granos y se puso en el lugar de uno de ellos. Pronto pasó un ave, y al ver el cacahuete se lo comió entero. Entonces pasó un gato y atrapó al ave, y a su vez se la comió entera. Entonces un pe­ rro cazó y atrapó al gato y se lo zampó. Por último vino una pitón y devoró al perro. Mientras tanto, el padre, que había seguido con su trabajo diario, pensó, sin embargo, que bajaría al mar a ver si había atrapado algún pez. Cuando lle­ gó allí vio la enorme pitón —que había bajado a beber— atrapada en una trampa. Rápidamente la abrió en dos y extrajo al perro; lo abrió en dos y extrajo al gato, lo mismo con el gato y el ave hasta que llegó al cacahuete. Cuando lo en­ contró, lo abrió en dos y extrajo a su hijo. El muchacho se quedó tan demuda­ do cuando encontró que su padre había descubierto su escondite que resolvió que no volvería a tratar de ser más listo que él. R e p r o d u c c ió n 4

El hijo que intentó ser más listo que su padre

Había una vez un hijo que resolvió intentar ser más listo que su padre. Así que dijo: «Me esconderé en un sitio y no serás capaz de encontrarme». Al pa­


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dre le pareció bien, y el hijo salió por el campo a preparar sus planes. Cuando estaba en el campo se encontró con un campesino con tres granos, y decidió ponerse en el lugar de uno de ellos. Enseguida pasó un ave, y se tragó el grano; poco después un gato atrapó al ave y se la comió entera. Entonces un perro cazó al gato, y lo mató y se lo co­ mió. Por último apareció una pitón que se tragó al perro entero. Mientras tanto, el padre pensó que bajaría al mar, a ver si había atrapado algún pez en su trampa. Allí encontró la pitón, que había bajado a beber, atra­ pada en la trampa. Abrió en dos la pitón, y encontró al perro. Abrió en dos al perro, y encontró al gato, y así hasta que llegó al grano en el que, cuando lo hubo abierto en dos, encontró a su hijo. El hijo se sorprendió enormemente al ser encontrado, y decidió que nunca volvería a intentar ser más listo que su padre.

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El hijo que intentó ser más listo que su padre

Había una vez un hijo que resolvió intentar ser más listo que su padre, así que le dijo: «Me iré a esconder donde nunca seas capaz de encontrarme». Sa­ lió por el campo a preparar sus planes, y allí se encontró con un campesino que tenía tres granos en la mano. En ese momento el hijo tuvo una brillante idea, y se puso en el lugar de uno de ellos. Enseguida pasó un ave y se comió el grano. Más tarde un gato atrapó al ave y se la comió. Aún más tarde un pe­ rro cazó al gato y lo mató y se lo comió. Por último una pitón se tragó al pe­ rro. Entretanto, el padre pensó que bajaría al mar para averiguar si había atra­ pado algún pez en su trampa. Para su sorpresa, encontró una pitón en la tram­ pa. Había bajado a beber. Abrió en dos a la pitón, y encontró al perro, así que abrió en dos el perro, y encontró al gato, y así sucesivamente hasta que dio con el grano, en el que encontró a su hijo. El hijo se sorprendió mucho y tomó la determinación de que nunca volvería a intentar ser más listo que su padre.

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Había una vez un hijo que resolvió ser más listo que su padre. Así que dijo: «Me voy a esconder de ti, de manera que no seas capaz de encontrarme». Entonces se fue, y caminó por el campo hasta que se encontró con un campe­ sino con tres granos. Pensó que ésta sería una buena manera de esconderse de su padre, y se puso en el lugar de uno de los granos. Pronto vino un ave y se comió el grano, pero al ave la atrapó y comió un gato al que a su vez mató y comió un perro. En último lugar vino una pitón y se comió al perro. Mientras tanto, el padre bajó a la orilla del mar a ver si había algún pez atrapado en la trampa. Pero no encontró ningún pez sino a la pitón que había


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social bajado a beber. Tomó la pitón y la abrió en dos y allí encontró al perro, al gato, al ave y en último lugar el grano, dentro del cual encontró a su hijo. Entonces el hijo dijo: «No es bueno intentar ser más listo que tú. No vol­ veré a intentar esconderme nunca».

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Había una vez un muchacho que había resuelto ser más listo que su padre. Le dijo a su padre: «Me iré a esconder fuera, de manera que nunca seas capaz de encontrarme». El hijo se fue por el campo donde se encontró con un campesino que lle­ vaba tres granos. Se puso en el lugar de uno de los granos y un ave lo cogió al vuelo y se lo comió entero. Al ave la mató y comió un gato al que a su vez mató y se comió un perro. Vino una pitón y mató al perro y se lo comió, y cuando el padre bajó a la orilla del mar a buscar peces en su trampa, encontró allí a la pitón porque había ido a beber. Abrió en dos a la pitón y encontró dentro al perro; dentro del perro estaba el gato, y dentro de éste estaba el ave que había tragado ei grano; dentro del grano estaba el hijo. El muchacho dijo a su padre: «No volveré a intentar nunca ser más listo que tú, padre. No sirve de nada».

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Había una vez un muchacho que había resuelto ser más listo que su padre. Le dijo: «Me iré a esconder y ya nunca serás capaz de encontrarme». Salió por el campo y se encontró con un campesino con tres granos en la mano. Se puso en el lugar de uno de ellos, y un ave lo cogió al vuelo, y se lo comió entero. Un gato mató al ave y se la comió, al que, a su vez, mató y se comió un perro. Una pitón mató al perro y se lo comió. Cuando el padre bajó a la orilla del mar para ver si había algún pez en su trampa, encontró a la pitón bebiendo allí. Abrió a la pitón en dos y encontró al perro; abrió en dos al perro y encontró al gato; y al gato en dos y encontró al ave; y al ave en dos y encontró el grano; y el grano en dos y encontró al muchacho. Le dijo al padre: «No volveré a in­ tentar ser más listo que tú nunca. No sirve de nada».

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Había una vez un muchacho que deseaba ser más listo que su padre. Dijo: «Me esconderé de manera que no seas capaz de encontrarme». En el camino se encontró con un campesino con tres granos en la mano, y se puso en el lugar de uno de ellos. Un ave cogió al vuelo el grano y se lo lle­ vó. Un gato mató al ave y se la comió. Un perro comió al gato, y una pitón de­


Experimentos sobre recordar: d) Et método de reproducción serial. I

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voró al perro. El padre bajó al río para ver si había atrapado algo en sus redes, y allí vio a la pitón. La mató y la abrió en dos. Dentro de ella encontró al pe­ rro;, y dentro del perro encontró al gato; y dentro del gato encontró al ave; y dentro del ave encontró el grano; y dentro del grano encontró al muchacho, que dijo: «Padre, no volveré a intentar ser más listo que tú nunca. No sirve de nada».

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Había una vez un niño que quería ser más listo que su padre, así que dijo: «Me esconderé, de manera que nunca seas capaz de encontrarme». Y en el camino se encontró con un campesino que llevaba tres granos, y se escondió dentro de uno de los granos, pero un ave cogió al vuelo el grano y se lo comió, y un gato se comió al ave, y un perro devoró al gato, y una pitón se tragó al perro. Entonces el padre del niño bajó al río para ver si había atrapa­ do algún pez en su red, y encontró a la pitón. Abrió en dos a la pitón y encon­ tró al perro dentro, y dentro del perro encontró al gato, y dentro del gato en­ contró al ave, y dentro del ave encontró el grano, y dentro del grano encontró a su propio hijo. Y el niño dijo: «Nunca más intentaré ser más listo que tú. No sirve de nada».

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Había una vez un niño que quería ser más listo que su padre, así que dijo que se escondería en algún sitio donde su padre nunca lo encontraría. Andan­ do por un camino un día se encontró con un campesino que llevaba tres gra­ nos, así que se escondió en uno de éstos. Un ave se comió el grano, y un gato se comió al ave, un perro se comió al gato, y una pitón se comió al perro. Un día el padre del muchacho bajó al río para ver si podía encontrar a su hijo, en­ tonces atrapó un pez, y dentro de él encontró una pitón; dentro de aquélla un perro; dentro de aquél un gato; dentro de aquél un ave; dentro de aquélla un grano; y dentro de aquél a su hijo. Entonces el muchacho dijo: «Padre, no vol­ veré a intentar nunca ser más listo que tú, pues me doy cuenta de que no sirve de nada».

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Un niño pequeño, deseando ser más listo que su padre, se dispuso a encon­ trar algo en lo que esconderse. Se encontró con un campesino que llevaba dos granos, y así se escondió en uno de ellos. Un ave se comió el grano, y un gato se comió al ave. Entonces un perro se comió al gato, y a su vez a él se lo comió una pitón. El padre del muchacho al bajar al río para ver si podía encontrar al


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social muchacho, atrapó un pez en el agua, y cuando lo abrió encontró una pitón, y en la pitón un perro, y en el perro un gato, y en el gato un ave, y en el ave un grano y en el grano a su propio hijo perdido desde hacía tiempo. Cuando el muchacho apareció le dijo a su padre: «¡No volveré a intentar ni una sola vez ser más listo que tú, porque ahora me doy cuenta de que no está bien!». R e p r o d u c c i ó n 13

Un muchacho que tenía miedo de su padre buscó a su alrededor algo en lo que esconderse y encontró un grano en el que se ocultó. Un ave se comió el grano, y a su vez a ella se la comió un gato, al que entonces se comió un perro, al que se comió una pitón. El padre del muchacho atrapó un pez en el mar. Dentro del pez encontró una pitón; dentro de ésta un perro; luego un gato; y un ave, y finalmente un grano, en el que permanecía escondido su hijo perdido desde hacía tiempo. El muchacho, al ver a su padre, dijo: «Nunca volveré a intentar ser más listo que tú, ya que me doy cuenta de que eres demasiado inteligente para mí». R e p r o d u c c i ó n 14

Había una vez un muchacho que tenía miedo de su padre, y buscó a su al­ rededor algo para esconderse. Encontró un grano y se ocultó en él. Un ave se comió el grano, a la que se comió un gato, al que entonces se comió un perro. Por último, una pitón se comió al perro. El padre del muchacho atrapó un pez en el mar. Dentro de la pitón encontró un perro; dentro del perro un gato; luego un ave; el grano, y lo último al hijo perdido desde hacía tiempo. El mu­ chacho, al ver a su padre, dijo: «Nunca volveré a intentar esconderme de ti, porque me doy cuenta de que eres demasiado inteligente para mí». R e p r o d u c c i ó n 15

Érase una vez un muchacho que tenía mucho miedo de su padre. Quería encontrar algún lugar donde estar oculto a salvo de su padre, y así eligió un grano. Pero el grano se lo comió un ave a la que atrapó y mató un gato. Al gato a su vez se lo comió un perro, y al perro una pitón. El padre del mucha­ cho estaba pescando un día cuando atrapó la pitón. Dentro encontró al perro; dentro del perro al gato; luego al ave que había comido el grano, y finalmente a su hijo perdido desde hacía tiempo. El hijo se asombró mucho y le dijo a su padre: «Nunca volveré a intentar esconderme de ti, porque eres demasiado in­ teligente para mí». R e p r o d u c c i ó n 16

Una vez un muchacho intentó ocultarse de alguna manera de su padre. Concibió la idea de esconderse en el interior de un grano. Pero no bien lo


Experimentos sobre recordar: d) Ei método de reproducción serial, i

195

hubo hecho, el grano se lo comió entero un gato. A su vez al gato se lo tragó un perro, y al perro una pitón. Un día el padre del muchacho mientras estaba cazando disparó casualmente a la pitón. En el interior de la pitón encontró al perro; dentro del perro al gato; dentro del gato el grano, y en último lugar a su hijo perdido desde hacía tiempo en el interior del grano. «Nunca —dijo el mu­ chacho— volveré a esconderme de ti, padre; porque no hay ningún lugar don­ de esconderme, por secreto que sea, que no seas capaz de averiguar.»

R e p r o d u c c i ó n 17

Un muchacho que había estado haciendo alguna fechoría quiso esconder­ se de su padre, cuyo enojo temía. Al buscar un escondite por los alrededores, cayó una bellota de un árbol cercano, y concibió el plan de esconderse en el grano. Al pronto se acercó un gato, y después de jugar un rato con la bellota, se la tragó por casualidad. Poco después al gato lo cazó y atrapó un perro que lo mató y se lo comió. A su vez al perro se lo tragó una pitón. Unos cuantos días después el padre del muchacho estaba cazando y mató casualmente a la pitón. Al abrirla en dos encontró dentro de ella un perro; dentro del perro un gato; dentro del gato un fruto seco; y dentro del fruto seco a su hijo perdido desde hacía tiempo. «¡Oh!» —exclamó el muchacho—, nunca volveré a inten­ tar esconderme de ti. Eres tan inteligente que si me escondiera en el mismísi­ mo centro de la tierra me encontrarías.»

R

e p r o d u c c ió n

18

Un día un muchacho que había cometido alguna fechoría y quería escon­ derse de su padre estaba de pie bajo un árbol. Una bellota cayó a sus pies y concibió la idea de esconderse en el grano. Al pronto pasó un gato, y después de jugar con la bellota, se la tragó por casualidad. A su vez al gato lo mató y se lo comió un perro. Un día al perro lo atrapó una pitón y se lo tragó. Algún tiempo después el padre del muchacho estaba fuera cazando, y mató a la pi­ tón. Al abrirla en dos, encontró dentro de ella un perro; dentro del perro un gato; dentro del gato un fruto seco; dentro del fruto seco estaba su hijo perdi­ do desde hacía tiempo. «Oh padre mío —exclamó el muchacho—, nunca vol­ veré a intentar esconderme de ti mientras viva, pues me encontrarías aunque me escondiera en el mismísimo centro de la tierra».

R e p r o d u c c i ó n 19

Un niño pequeño, habiendo cometido alguna clase de fechoría, intentó es­ conderse de su padre. Estaba de pie debajo de un árbol, cuando sucedió que se cayó una bellota, e inmediatamente concibió la idea de esconderse en el in-


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social terior de ella. Por tanto se ocultó en el interior del grano. Un gato pasó y se tragó la bellota. Más tarde ese mismo día un perro se tragó al gato. Posterior­ mente al propio perro se lo tragó una pitón. Un día, ei padre del muchacho estaba fuera cazando casualmente, vio esta pitón, la atacó y la mató. Al abrir el reptil encontró en su interior un perro; en el perro encontró al gato; en el gato descubrió la bellota. La bellota contenía en su interior a su hijo perdido desde hacía tiempo. El muchacho recibió con un saludo a su padre, e hizo votos de que a partir de entonces no le escondería nada a su progenitor y que fuera cual fuera el delito que cometiera no preten­ dería escapar del castigo que mereciera.

R e p r o d u c c i ó n 20

Un niño pequeño, habiendo realizado algún tipo de fechoría, deseaba es­ conderse de su padre. Sucedió que estaba de pie bajo un árbol, cuando una bellota cayó al suelo, e inmediatamente resolvió esconderse en el interior de ella. Por consiguiente se ocultó en el interior del grano. En ese momento una gata iba casualmente por aquel camino y cuando vio la bellota, súbitamente se la tragó. No mucho después un perro mató a esta gata y se la comió. Final­ mente al propio perro lo devoró una pitón. Un día' el padre del muchacho estaba fuera cazando cuando se encontró con la pitón, y la atacó y se la cargó. Al abrir en dos la bestia descubrió al pe­ rro dentro de ella, y dentro del perro a la gata, y dentro de la gata la bellota. En el interior de la bellota encontró a su hijo perdido desde hacía tiempo. El hijo se alborozó al ver de nuevo a su padre, y le prometió que nunca volvería a ocultarle nada. Dijo que se sometería al castigo que mereciera, fuera cual fuera su delito. i) Omisiones. En térm inos generales las omisiones de este relato, aunque no tan numerosas ni tan marcadas como las de La guerra de los fantasmas, ilustran los mismos principios. D e hecho, en el caso que nos ocupa, la última versión es tan larga como la original, debido a la elabora­ ción que tuvo lugar hacia el final. Al desaparecer la conversación inicial, se inventan tres razones sucesivas para justificar que el muchacho se es­ conda, m anteniéndose al final la del deseo comprensible de esconderse de un padre posiblemente ofendido. La tram pa de la pitón, tan poco fa­ miliar, desaparece por completo. Todas las omisiones son congruentes y producen el efecto global de que el relato parezca menos inconexo. Sin embargo, parece bastante probable que este tipo de relato acumulativo sufra m enos cambios por om isión que cualquier otro tipo, cuando se transm ite de una persona a otra. ii) Racionalización. Más interesantes resultan las racionalizaciones


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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de las cuales esta cadena ofrece numerosos ejemplos. Todas se introduje­ ron inconscientem ente aunque un sujeto dijo en una o dos ocasiones des­ pués de dar su versión, «Me gusta que las cosas tengan razón de ser, y aquí no hay m anera de lograrlo». En prim er lugar, se da una razón concreta para el deseo del muchacho de esconderse. En segundo lugar, se sustituye el cacahuete por la bellota, más familiar, y luego, como es natural, la bellota se cae de un árbol. Es di­ vertido el curso de este cambio: el tercer sujeto contaba que el muchacho, al buscar un escondite, se topó con un cacahuete. La expresión «se topó» puede que haya influido en el sujeto siguiente, que también parece haber leído «cacahuete» sin atención o apresuradam ente. En cualquier caso y con toda seguridad, «cacahuete», al ser un objeto relativam ente inusual, se habría modificado con bastante rapidez. Por la razón que sea, el sujeto 4 introdujo un «campesino con tres granos». El campesino con sus granos permaneció inalterado de modo bastante sorprendente hasta que el suje­ to duodécimo redujo el núm ero a dos, y el siguiente a uno. En ese m o­ m ento un grano indeterm inado resulta poco satisfactorio y cuatro repro­ ducciones después hace su aparición la bellota, y todo el incidente adquiere un contexto más «inglés». La última parte del relato com parte el curso general de racionaliza­ ción; y con ello, se pierde por completo la idea original. Porque cuando el niño se esconde ya no como simple diablura sino porque tiene miedo de su padre, y después porque ha hecho alguna «fechoría», su serie de aven­ turas se convierten de m odo natural en un castigo por su mala acción. Así, en lugar de quedarse «demudado» cuando le descubren, se «alboro­ za» y, utilizando una convención común, acaba prom etiendo que se por­ tará bien a partir de entonces. U na vez que se añade esta «moraleja» al final del relato, se sigue m an­ teniendo aunque con cierta elaboración. Hay un aspecto en el que las dos cadenas de relatos consideradas has­ ta ahora parecen ilustrar tendencias contrapuestas. En La guerra de los fantasmas lo inusual tendía a desaparecer rápidamente. En el caso de El hijo que intentó ser más listo que su padre varios sujetos señalaron de modo espontáneo cosas del tipo: «este relato es una locura, pero es fácil de recordar precisamente por eso». D e hecho, en muy raras ocasiones podemos estar seguros de cómo va a operar un factor psicológico dado sin estudiar con sumo cuidado el con­ texto en el que tiene que operar. La tendencia es que lo inusual se trans­ forme u omita: pero hay por lo menos dos conjuntos generales de condi­ ciones en las que es probable que se retenga y quizá, incluso, que se elabore. La primera, cuando un rasgo nuevo es el com ponente inusual in-


198

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

dividiial dentro de un contexto relativam ente tópico; y la segunda, cuan­ do la característica peculiar se repite varias veces de modo que forma una serie d e incidentes o características relacionados. Quizá un ejemplo de la prim era sea la retención, en varias reproducciones de La guerra de los fantasmas (a partir de que el relato se ha abreviado mucho), de la extraña expresión «la gente no pudo incorporarle, porque estaba muerto». La se­ gunda viene ilustrada por la conservación a lo largo de veinte reproduc­ ciones, casi con total fidelidad, de la serie de aventuras ocurridas al m u­ chacho escondido. Es indudable que la forma acumulativa del relato, una forma frecuente en los cuentos infantiles de todos los países, contribuye en buena medida a esta conservación. Cada uno de estos tipos de recor­ dar lo inusual es muy común entre los niños pequeños. iii) Transposición de palabras y expresiones. Estas dos series de reproducciones ilustran cuán frecuentes son las transposiciones de p a ­ labras y expresiones. Se suele asignar a una persona un enunciado que ha hecho otra, se transfiere a alguien un calificativo referido a otro. En La guerra de los fantasm as se dice prim ero que el hom bre herido vuelve a casa, luego es él quien le dice a otros que lo lleven a casa. Al principio, él afirma que sobrevivirá pero más tarde otro le asegura que vivirá. Las palabras dominantes pueden ir de un lado a otro en versio­ nes distintas del mismo relato como ocurre con «casualmente» y «por casualidad» en las reproducciones 16, 17, 18 y 19 de la segunda cade­ na. Cambios de este tipo son en realidad muy com unes cuando se ex­ tienden rum ores y relatos populares, y muy a m enudo pueden dar lu­ gar a alteraciones subsiguientes de im portancia. V aldría la pena investigar de modo más específico cuáles son sus condiciones principa­ les, frecuencia relativa y efectos generales. Parece que por lo que respecta a las dos cadenas de reproducciones que ya se han considerado, los principales tipos de transform ación que tienen más probabilidad de aparecer en estas condiciones experimentales, son los siguientes: 1. U na gran simplificación general debido a la omisión de m aterial que parece irrelevante, a la construcción gradual de un todo más coheren­ te, y a la modificación de lo poco familiar por algo que lo sea más. 2. U na racionalización constante, tanto del relato global como de sus detalles, hasta alcanzar una forma a la que se refieren fácilmente todos los sujetos que pertenecen al grupo social en cuestión, lo que puede origi­ nar una enorm e elaboración. 3. U na tendencia a convertir en dominantes ciertos hechos, de m a­ nera que los restantes se agrupen en torno a ellos,


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

199

También parece probable que la forma acumulativa de un relato favo­ rezca la retención de la serie general de hechos con pocos cambios, y que se recuerde y conserve todo lo que resulte divertido. Puede que este últi­ mo factor sea en buena medida el responsable de la conservación de lo nuevo en un contexto tópico.

c)

Dos series procedentes de grupos raciales distintos3

Las dos cadenas de reproducciones consideradas hasta ahora se obtu­ vieron con estudiantes ingleses de licenciatura de la Universidad de Cam­ bridge. Tiene cierto interés com parar otras dos series, ambas partiendo de El hijo que intentó ser más listo que su padre, obtenidas con estudian­ tes indios graduados en la India. Estos estudiantes nunca habían salido de su país pero habían estudiado algunos años en su Universidad, y todos ellos pertenecían a castas superiores y eran mahometanos o hindúes. Las condiciones generales de reproducción fueron idénticas a las anteriores.

R e p r o d u c c ió n 1

Un hijo dijo a su padre: «Me esconderé y nunca serás capaz de descubrir­ me». El padre dijo: «Escóndete donde quieras» y entró en una habitación a descansar. El hijo, al ver unos cacahuetes, se puso en el lugar de uno de ellos. Un ave de corral se acercó y se tragó el cacahuete. Un gato silvestre vio el ave de corral y se la comió entera. El gato se cruzó con un perro que se lo meren­ dó. Al perro a su vez se lo comió entero una pitón. Después de darse un festín con el perro, la pitón fue al río a beber agua y quedó atrapada en una red. El padre salió de la habitación, tomó la red y se fue al río. Allí encontró una pitón en el interior de la red. Abrió la red, y al encontrar la pitón, abrió esta última y encontró dentro al perro. Al abrir al perro encontró un gato dentro de él, que una vez abierto, dejó al descubierto un ave de corral. El pa­ dre, al abrir al ave de corral, descubrió dentro un cacahuete. Cascó la cáscara y salió el hijo. El hijo estaba tan demudado que nunca- volvió a intentar ser más listo que su padre.

R e p r o d u c c ió n 2

Érase una vez que en cierto lugar vivía un caballero con su familia. Tenía un hijo inteligente quien en su ingenuidad intentó superar a su padre. Un día el hijo dijo al padre: «Oh padre mío, me esconderé y nunca serás capaz de descubrirme». Al padre le pareció bien esta propuesta y después de un ratito


200

Recordar. Estudio de psicología experimental y social se fue a una habitación donde descansar. En aquel lugar había una pila de ca­ cahuetes. Entonces el hijo se convirtió en un cacahuete. Unos cuantos días después al cacahuete se lo tragó entero un ave de corral. Pasó el tiempo y a esa ave de corral la devoró asimismo un gato silvestre. Un día a ese gato lo atrapó también asimismo un perro. Y después ese perro se lo comió entero. Poco rato después a ese perro lo devoró una pitón. Por último la pitón se per­ dió dentro del agua. Pero he olvidado decir que el padre tenía la costumbre de atrapar peces con redes. El padre después se preocupó de encontrar a su hijo pero sus intentos fracasaron. Entonces el padre salió a atrapar peces con su red. Entonces esa pitón quedó atrapada en la red de ese padre. Cuando cortó esa pitón encontró dentro a un perro, y cuando cortó al perro salió el gato sil­ vestre, y en ése se encontró el cacahuete. El padre aplastó el cacahuete y en­ tonces hizo su aparición el hijo. Después de esto el hijo nunca intentó ser más listo que su padre.

R e p r o d u c c ió n 3

Érase una vez un hombre que vivía con su familia. Tenía un inteligente hijo que un día planeó sobresalir por encima de su padre. Dijo el hijo al pa­ dre: «Un día me esconderé y nunca serás capaz de descubrirme». Al padre le pareció bien la propuesta de su hijo. Se fue a dormir a una habitación. El hijo vio una pila de cacahuetes en la habitación y se cambió por un cacahuete. Vino un ave de corral y se tragó ese fruto seco. Al ave de corral la devoró un gato al que a su vez se lo tragó un perro. Una pitón se comió al perro entero. Un día la pitón se sumergió en el agua. Entonces el padre hizo una búsqueda de su hijo, pero no lo pudo encontrar en ninguna parte. Tomó una red y se marchó a pescar. La pitón que había tragado al perro quedó atrapada en la red. El padre abrió el vientre de la pitón y salió el perro fuera. Al perro lo mató y el gato salió de él. El padre abrió ei gato también, y salió el fruto seco. Cascó el fruto seco y el hijo lo saludó. El hijo entonces nunca intentó ser más listo que su padre.

R e p r o d u c c ió n 4

Érase una vez que vivía una familia. El padre tenía un chico inteligen­ te. El chico quería ser superior a su padre en inteligencia. Así que un día le dijo a su padre: «Me esconderé en alguna parte y tú intentas descubrir­ me y digo con seguridad que no serás capaz de hacerlo». Al padre le pare­ ció bien y poco después se fue a dormir a su habitación. El hijo vio ca­ cahuetes almacenados en un rincón de la casa. Así que se cambió por un cacahuete. Vino un gallo y se comió el cacahuete. Un gato devoró al gallo y un perro se tragó al gato; a su vez al perro se lo tragó una pitón. La pi­ tón se sumergió en el agua. Un día el padre salió a pescar. Por casualidad


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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la pitón quedó a tra p a d a en su red. La llevó a casa y cortó su vientre. En su interior encontró al gato. Mató al gato y en su interior encontró ei fruto seco. Cascó el fru to seco y en su interior encontró a su chico. El chico al ver a su padre se avergonzó de su com portam iento, y le dijo que nunca volvería a repetir lo mismo.

D esgraciadam ente esta cadena acaba aquí aunque es evidente que el relato no ha alcanzado todavía una forma estable. A unque breve, la serie presenta algunos aspectos interesantes. La forma y secuencia generales se conservan, com o antes, notablem ente bien; pero hay una tendencia más fuerte hacia la elaboración. El segundo sujeto es en gran medida res­ ponsable de ello, y vem os aquí de nuevo cómo toda una serie puede reci­ bir un cambio im p o rtan te por la inventiva de una persona. Este sujeto, después de leer la v ersió n de su predecesor preguntó si se le perm itía añadir algo más. D ijo que el relato era menos interesante de lo que po­ día ser. Se le c o n te stó q u e rela tara la narración tal como se le había dado, pero a pesar de esto aprovechó su inclinación a adornar e introdu­ jo varios toques n uevos. Se m antiene hasta el final la tendencia, que muestra su versión, a construir la narración de forma más emocionante. De nuevo, las partes iniciales y finales tienden a sufrir los cambios más im portantes. V uelve a aparecer el habitual «érase una vez», y una vez más el escondite del m uchacho se racionaliza de modo que proporcione una razón concreta p a ra su huida. La última versión m uestra signos de que se va a añadir u n a «moraleja» al cuento; y, como en la versión ingle­ sa, se dice que el hijo se «avergonzó de su comportamiento». Se m antie­ ne el cacahuete au n q u e el incidente de los «tres granos» desaparece en seguida. El gato m o n tés se convierte en un «gato silvestre» y después en un «gato» norm al, com o se podía esperar en una versión india. El in­ cidente de la pitón causa dificultades especiales y se transform a notable­ mente. Tomando en consideración esta pequeña serie en el valor que tiene, aparte de las divergencias verbales, hay menos diferencias de las que se podría h ab er esp e ra d o cuando se com para con las versiones inglesas. Coinciden los principios de acuerdo con los cuales tienen lugar las trans­ formaciones, y hay pocas pruebas de un aumento en el recuerdo literal, tal como algunos se hubieran sentido inclinados a predecir en la cadena india. Se obtuvo una segunda serie algo más larga con el mismo punto de partida. Los estudiantes que intervinieron en ella tenían la misma situa­ ción social y form ación general, y todos ellos ya estaban en posesión de un título universitario. La serie discurrió como sigue:


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social R e p r o d u c c ió n 1

Un muchacho dijo a su padre: «Me esconderé y no serás capaz de seguir­ me ei rastro». El padre permitió que el muchacho probara. El muchacho fue al rincón de la casa a descansar, y allí encontró un cacahuete de tres granos. Se metió en uno de las granos del cacahuete. Un ave de corral vio el cacahue­ te y se jo tragó. Un gato de la selva se encontró con el ave de corral y se la co­ mió entera. Después de un rato, un perro vio al gato y se lo tragó. El perro fue a beber agua en el río y una pitón lo atrapó y la pitón se lo tragó. Un pescador extendió su red en el río y la pitón quedó atrapada en ella. El padre intentó buscar a su hijo, y como fuera incapaz de descubrir su rastro se marchó al río. Allí vio una pitón atrapada en la red. Abrió su estó­ mago y sacó al perro. Luego sacó al gato del perro y luego al ave de corral del gato y el cacahuete del ave de corral. Al abrir el cacahuete sacó a su hijo. El hijo estaba tan estupefacto que nunca en el futuro haría el menor intento de esconderse.

R e p r o d u c c ió n 2

Un muchacho le contó a su padre que si se escondía, él (el padre) no sería capaz de descubrirlo si lo buscaba. El padre dejó que el muchacho lo intenta­ ra. El muchacho entonces se metió en un rincón de la habitación a descansar, donde encontró un cacahuete de tres granos. Llegó un ave de corral y se co­ mió el cacahuete. Un gato vio al ave de corral y se la comió. Un perro se co­ mió al gato y, al perro, cuando fue a beber agua, se lo comió entero una pitón. Un pescador había extendido su red en el río. Cuando el padre no pudo llegar a encontrar a su hijo, fue a la orilla y encontró la pitón atrapada en la red. Abrió el estómago de la pitón y obtuvo al perro. Del perro obtuvo al gato y del gato al ave de corral y del ave de corral el cacahuete, y de él al muchacho. Por tanto, el muchacho a partir de ese momento no se atrevió a volver a in­ tentar lo mismo.

R e p r o d u c c ió n 3

Un muchacho dijo a su padre: «Si yo me pusiera a esconderme no serías capaz de descubrirme». Su padre le dejó esconderse. El muchacho se metió en el rincón de una habitación y entró en un guisante de tres granos que allí en­ contró. Vino un ave de corral y se comió el guisante entero. Al ave se la co­ mió entera un gato inmediatamente después, y al gato un perro. Como luego el perro se dirigiera a un arroyo en el que estaba extendida una red, para be­ ber agua, se lo comió una pitón. El padre vino al arroyo en busca de su hijo, y allí encontró a la pitón atrapada en la red. Abrió su estómago y dentro encon­ tró al perro. Asimismo del estómago del perro sacó al gato y del gato al ave de


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

203

corral y del ave de corral el guisante. Dentro del guisante, encontró a su hijo. Por tanto, desde ese momento nunca se atrevió a volver a intentar este juego.

R e p r o d u c c ió n 4

Un día un muchacho dijo a su padre: «Si me escondiera no serías capaz de descubrirme.» El padre dejó que su hijo lo hiciera. El muchacho se metió en una habitación y entró en un guisante con granos que allí encontró. Inmedia­ tamente vino un ave de corral y se comió el guisante entero. Después de un rato también al ave de corral se la comió entera un gato, y al gato un perro. El perro se sintió sediento y fue hacia un río en el que estaba extendida una red. Cuando el perro llegó allí y comenzó a beber el agua, se encontró enganchado en una red. Vino una pitón y se comió al perro entero. El padre sintió ansiedad y salió en busca de su hijo. Se llegó hasta la ribera del río y encontró la pitón en una red. Abrió el estómago de la pi­ tón y encontró un perro en él. Asimismo abrió el estómago del perro y descubrió un gato, y del estómago del gato descubrió un ave de corral. Si­ guió haciendo esta labor, y por fin abrió el estómago del guisante y descu­ brió a su hijo. Su hijo recibió una buena lección y decidió no volver a hacer este trabajo.

R e p r o d u c c ió n 5

Un muchacho fue a su padre y dijo que si él (el muchacho) se escondía, su padre no sería capaz de descubrirlo. El muchacho fue a esconderse en un gui­ sante «kerjou». El guisante se lo comió entero una gallina y a la gallina un gato. Al gato se lo comió entero un perro. El perro se encontró sediento y fue a un río donde se lo tragó entero una «psitón». Mientras tanto el padre del muchacho salió en busca de su hijo y en el camino vio la psitón enredada en una red. Tomó la psitón y cortó en pedazos su estómago y encontró un perro. Cuando el estómago del perro estaba partido salió el gato. Cuando el estóma­ go del gato estaba partido salió la gallina y cuando el estómago de la gallina estaba partido se encontró el guisante «kerjou», y dentro del guisante «ker­ jou» se vio al muchacho. El muchacho aprendió una buena lección y siempre hizo lo que su padre le dijo. (Nota del sujeto: «kerjou» y «psitón» no se leían bien en el papel que me han dado*.) * E n reproducciones anteriores se ha traducido el térm ino inglés «kernel» por grano, que en la p re s e n te re p ro d u c c ió n no a p a re c e p o r le e r el su je to « k erjo u » en lu g a r de «kernel»; lo m ism o ocurre con el térm ino inglés «python», traducido por «pitón» y que al derivar en «psython», hem os castellanizado com o «psitón». [N. de las T.]


204

Recordar. Estudio de psicología experimental y social R e p r o d u c c ió n 6

A un muchacho le pidió su padre que se escondiera de modo que él (su padre)- pudiera intentar descubrirlo. El muchacho se marchó a esconderse en un guisante. El guisante lo picoteó y se lo comió una gallina. A la gallina a su vez se la comió entera un gato, y al gato un perro. El perro se arrimó a un alji­ be para calmar su sed y se lo tragó una «piatós». Al vagar la «piatós» de un lado a otro quedó atrapada en una red de la que no pudo escapar. Entretanto el padre del muchacho estaba fuera en su busca. Encontró la piatós enredada en una red. Después de lo cual abrió en dos el vientre de la piatós y descubrió al perro. Luego fue abierto en dos el vientre del perro dentro del cual encon­ tró un gato. Fue abierto en dos a continuación el vientre del gato, y luego el de la gallina que había dentro de él, y se descubrió el guisante. Al abrir en dos el guisante se descubrió al muchacho. El muchacho aprendió una buena lección de todo esto. Intentó ser obe­ diente y a partir de entonces satisfizo los deseos de su padre.

R e p r o d u c c ió n 7

(Nota del sujeto: el relato es inconexo y para que no lo sea tendré que añadir algunas cosas.) Parece que a un muchacho le pidió su padre que hiciera algo. No pudo o no quiso hacerlo. Salió y se escondió, como dice el narrador, en un guisante. Al guisante con el muchacho lo comió una gallina. A la gallina se la comió un gato. Al gato se lo comió un perro, y al perro a su vez se lo comió una pitos (un animal quizá), cuando (el perro) había ido a beber agua a un arroyo. La pitos no escapó a su delito y quedó atrapada en una red. Cuando el padre no encontró a su hijo comenzó a explorar dónde estaba. De un modo u otro se llegó hasta la pitos y abrió su vientre de un corte. En el vientre de la Pitos se encontró al perro. También fue cortado en pedazos su vientre y salió el gato. Así siguió hasta que obtuvo al muchacho. El muchacho, que había sufrido tanto, no volvió a esconderse nunca y obedeció siempre a sus padres.

R e p r o d u c c ió n 8

Había una vez un perezoso muchacho al que su padre le puso una tarea. El muchacho o bien no pudo o bien fue incapaz de realizar la tarea. Por tanto pensó en esconderse en un lugar y avistó un refugio así en un guisante. Sucedió entonces que a una gallina se le ocurrió pasar por allí y se tragó entero el guisante con el niño. La gallina a su vez se encontró en el camino de un gato hambriento que se la tragó entera junto con el guisante y el niño.


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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El gato a su vez coincidió también en el camino de un perro voraz, que hizo con él lo que él había hecho con la gallina y se lo tragó entero junto con la gallina, el guisante y el muchacho. Él perro tampoco escapó totalmente impune sino que al sentirse sediento fue a calmar su sed a un arroyo de agua fresca y allí se lo tragó un enorme ani­ mal acuático ilamado «pitos», junto con el perro, el gato, la gallina y el mucha­ cho. La pitos también se encontró con el hado inevitable. Porque el padre del muchacho salió en busca de su hijo, y habiéndose enterado probablemente del extraño ciclo de acontecimientos, divisó la tremenda pitos e hizo rodajas su vientre. El perro salió, y de su vientre el gato, del suyo la gallina, lo que re­ veló el guisante, extrayendo a su vez del guisante a! muchacho. Ei resultado fue que el muchacho, que había sufrido tanto, abandonó toda su indocilidad e indolencia, y nunca desobedeció a su padre después de esto.

R e p r o d u c c ió n 9

A un muchacho le puso su padre una tarea. Él eludió el trabajo bien por su incapacidad para hacerlo, o bien por indolencia y pereza. Temeroso de en­ contrarse con su padre cuya ira había provocado por ello, el muchacho quiso esconderse en algún lugar y tomó como refugio un guisante. A una gallina se le ocurrió pasar por allí y, hambrienta, se tragó entero el guisante y con él al niño. Justo cuando la gallina había terminado de comer un gato se abalanzó sobre ella, la despedazó y se la tragó y con ella el guisante y al muchacho. Un voraz perro vio al gato y quiso mantener la pelea tradicional entre sus especies y se tragó entero al gato y con él la gallina, el guisante y al muchacho, aunque no tenía nada de hambre. Después de un rato el perro empezó a sen­ tirse con sed y fue a un río a calmar su sed. Pero hubo de encontrar el mismo sino y no pudo escapar impune, porque una monstruosa pitos se lo tragó ente­ ro y con él al gato, a la gallina y al muchacho. Fue así como el padre del muchacho se encontró en busca de su hijo y se enteró del ciclo de zampadas y más zampadas, el extraño destino que habían encontrado el guisante, la gallina, el gato y el perro. Fue a aquella orilla del río, descubrió la monstruosa pitos y le disparó y la abrió de un corte. De este modo salieron el perro, el gato, la gallina y el guisante, y con éstos, el muchacho de su refugio.

R e p r o d u c c i ó n 10

Un muchacho era muy indolente. Siempre eludía el trabajo. Como temía que su padre lo viese se escondió en un guisante. Una gallina que estaba allí se tragó entero el guisante. Un gato a continuación se abalanzó sobre la galli-


206

Recordar. Estudio de psicología experimental y sociai na y la devoró entera. Ocurrió que un perro vio al gato y, aunque no particu­ larmente hambriento, se arrojó sobre él y se merendó al gato tan ricamente. Entonces, sintiéndose con sed, el perro fue a la orilla de un río a calmar su sed. Allí lo atacó una enorme pitos que lo devoró entero en un abrir y cerrar de ojos. Ese mismo día el padre del muchacho había salido de caza, y viendo la pitos en la orilla del río le disparó y la abrió en pedazos. Para su total asom­ bro, encontró un perro en el espacioso buche de la pitos. Esto provocó más su curiosidad, de modo que abrió también al perro de un corte y encontró dentro de su estómago un gato. A continuación abrió de un corte al gato, y encontró dentro una gallina, y abriendo en dos la gallina, llegó al guisante y por último a su propio y querido hijo. Se quedó sorprendido con lágrimas de contento con una sonrisa radiante en sus labios. En vano había explorado antes dónde estaba el muchacho; sólo por una misteriosa coincidencia de raros aconteci­ mientos fue capaz de hallarlo.

Es de nuevo una pena que la cadena de reproducciones se detenga en este punto, porque parece como si la narración fuera a cambiar de un modo interesante. No obstante, tal como está, esta serie refuerza con cre­ ces la sugerencia de la otra serie india de que la tendencia a elaborar y re­ cargar es mucho más fuerte en este tipo de sujetos que en el caso de los estudiantes ingleses. Es interesante que las elaboraciones principales se introduzcan a partir de la reproducción 7. Este sujeto hizo una nota espe­ cial acerca de que la narración que le había sido entregada era inconexa e incoherente, y que tenía que añadir algo para hacerla más clara. Añadió muy pocos detalles, muchos menos de hecho de los que añadieron sujetos posteriores que no hicieron comentarios de ese tipo. Pero puso la obser­ vación explicativa al comienzo, y ésta parece tener el efecto de proporcio­ nar al relato el contexto necesario en este grupo de sujetos para hacer que parezca preciso y coherente. Inm ediatam ente, se hace más efectiva y las tres versiones subsiguientes son todas un poco más largas y, en algunos aspectos, más minuciosas que la original. Se verá más adelante que cuando se transm ite m aterial gráfico hay una tendencia general de modo similar a simplificar hasta que se ha al­ canzado un contexto fácilmente aceptable, y luego a elaborar 4. El mismo proceso opera en esta cadena de reproducciones. Todas las series obtenidas con este punto de partida tienen algunas ca­ racterísticas curiosamente parecidas. Todas ellas, en un momento u otro, adquieren una «moraleja», la del castigo a un muchacho travieso. Dos de ellas dan la vuelta por completo a la actitud que tenía el muchacho al co­ menzar la serie y lo dejan encantado por haber sido encontrado. En todas las seríes, son el comienzo y el final de la historia los que los sujetos p re­ dominantemente racionalizan, explican y hacen aceptable. A lo largo de


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

207

todas ellas los cambios de nombres particulares se dan continuam ente y en todos los casos se m antienen notablem ente el número y orden de los acontecim ientos. L a tercera serie m uestra varias trasposiciones interesantes. E n prim er lugar, el hijo dice que se esconderá, luego se le dice que se esconda, y fi­ nalm ente se le da algo que hacer, fracasa y se esconde por vergüenza o te­ m or. El perro, y no la pitón, va a beber al agua. Primero el perro, y luego la pitón quedan atrapados en la red. Estas trasposiciones inconscientes tienen resultados im portantes, porque ayudan a modificar la actitud del p adre en la últim a parte de la narración. U n a com paración de estas dos series indias con cualquiera de las in­ glesas es suficiente para señalar que valdría la pena intentar reunir m u­ chas m ás cadenas como éstas procedentes de grupos sociales que sean m uy diferentes. Si bien los principios generales de trasposición perm ane­ cen constantes en lo que se refiere a estos dos grupos hay una mayor p ro ­ pensión a la elaboración en el grupo indio, y los detalles y los puntos de énfasis difieren. Estas variaciones parecen estar de acuerdo con diferen­ cias de grupo. T anto la naturaleza como el funcionamiento de las diferen­ cias de grupo pueden estudiarse usando con cuidado el método de repro­ ducción serial.

4.

Pasajes descriptivos en prosa

¿T endríam os resultados comparables a los obtenidos con una secuen­ cia de relatos populares, si se pidiera a los sujetos que abordaran material d escrip tiv o re fe re n te a acontecim ientos habituales de su com unidad? P a ra in v estig ar este problem a se seleccionaron, y en algunos casos se ad ap taro n , varios reportajes periodísticos que trataban de deportes entre otro s tem as, y se presentaron a grupos de estudiantes universitarios en C am bridge p ara que los reprodujeran. Voy a ofrecer ahora algunas de es­ tas series p ara com entarlas a continuación. Las condiciones generales del ex p erim en to fueron como las anteriores.

i)

Excelente bateo en el campo de Lord

E l partido entre el Middlesex y el Kent continuó ayer en el campo de Lord de nuevo con un gran aforo. El resurgimiento del interés por el criquet local es el rasgo más relevante del deporte en este verano, lo que anima a los viejos aficionados del juego y a quienes, como el autor, creen que el criquet es el


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social más grande de los juegos nacionales y algo así como un índice de la grandeza nacional. El Sr. Bickmore y Hardinge continuaron las entradas de Kent contra los lanzamientos de Durston —desde el extremo del ala—, y de Hearne. Am­ bos comenzaron cautelosamente, mostrando el Sr. Bickmore en solitario cier­ ta falta de contención al intentar golpear algunas de las bolas cortas de Durs­ ton hacia el campo opuesto. Llegará a ser un gran bateador si consigue refrenar sus deseos de marcar tantos antes de estar colocado. El área de juego no estaba en modo alguno en perfectas condiciones tras la lluvia del día ante­ rior y después de añadir veinte carreras por el mismo número de minutos, el Sr. Bickmore fue eliminado en una intentona contra Hearne. Al poco tiempo le siguió Seymoure cuando el Sr. Kidd atrapó la bola justo detrás de él con la mano izquierda en una bonita jugada. Woolley entró a batear y en seguida pa­ reció encontrarse a sus anchas. Dio a todas las bolas con igual facilidad y con­ fianza y parecía capaz de conseguir tantos en cualquier jugada. A Hardinge, que había estado bateando realmente bien, le fue arrebatada la bola en la zona sureste cuando intentaba conseguir cuatro puntos por segunda vez con­ tra Lee que había sustituido a Durston. 3 por 49. El Sr. Hedges se unió luego a Woolley y se dieron entonces algunos de los golpes más bonitos que se hayan visto este año en el campo de Lord. Apenas hubo un golpe arriesgado y sin embargo la bola terminó fuera del campo en todas las direcciones con una re­ gularidad casi monótona. Teniendo en cuenta que se tuvo que dejar de jugar muy pronto el sábado, el coronel Troughton probablemente estuvo acertado al suspender el turno en el descanso del té con el marcador en 360 por 3. Los 182 de Woolley sin ser eliminado fue una de las mejores intervenciones que ha tenido en su vida. A pesar de las dificultades que ofreció el área de juego y de unos lanzamientos nada flojos, bateó sin fallos ni señal de vacilación. La actuación del Sr. Hedges también fue bonita aunque no tan impecable. Middlesex lo pasó mal después del descanso del té antes de que la lluvia volviera a interrumpir el juego, al perder 4 buenos jugadores por 75. A lo largo de la jor­ nada se vendieron 18.500 entradas.

R e p r o d u c c ió n 1 5

Excelente bateo en el campo de Lord Se reanudó hoy el juego entre el Middlesex y el Kent. El resurgimiento del interés es uno de los rasgos más importantes de esta temporada, y de es­ pecial interés para quien, como el autor, cree que el criquet es el juego inglés por excelencia, y hasta cierto punto una señal de la grandeza inglesa. El Sr. Robinson abrió el bateo bien pero debe aprender a resistir la tentación de conseguir tantos antes de estar colocado. Más tarde Woolley y el Sr. Hedges comenzaron su colaboración y se pudo ver una bonita exhibición de golpes. Una bola tras otra cayeron fuera del campo con monótona regularidad. En el descanso del té, el coronel Troughton decidió suspender el turno con el resul­ tado de 360 por 3 jugadores. La intervención de Wooly con 180 sin ser elimi­


Experimentos sobre recordar: d) Ei método de reproducción serial. I

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nado fue de lo más notable. Sobre un área de juego en muy mal estado y con­ tra lanzamientos en modo alguno flojos, apenas cometió un error. Después del té, el Middlesex comenzó a sufrir reveses. Perdieron cuatro jugadores y acabaron con una puntuación de 26 carreras por detrás y con sólo 6 jugadores en su haber. El juego se reanudará mañana. Se vendieron 18.500 entradas al campo. R eproducción 2 Excelente bateo en el campo de Lord

El Middlesex y el Kent reanudaron hoy el partido en el campo de Lord. Uno de los rasgos sobresalientes de esta temporada es el resurgi­ miento del interés mostrado por el juego. Esto tiene un interés especial para quien, como el autor, considera que el criquet es uno de los juegos británicos por excelencia, y hasta cierto punto una señal de la grandeza de Inglaterra. Abriendo el turno del Kent, el Sr. Robinson bateó bien pero debe aprender a resistir la tentación de conseguir tantos hasta que no esté bien colocado. Luego Woolley y el Sr. Hedges dieron una excelente exhibi­ ción terminando la bola fuera del campo con monótona regularidad. Las 180 de Woolley fueron un logro digno de destacar considerando que el área de juego estaba en muy mal estado y que los lanzamientos no eran en modo alguno flojos. En el descanso del té, el coronel Troughton suspendió el turno con el marcador en 380 por 3 jugadores. Después del té, los bate­ adores del Middlesex comenzaron a sufrir reveses, y al finalizar el juego estaban todavía 26 carreras por detrás con seis jugadores en su haber. Se vendieron 18.500 entradas para el campo.

R

e p r o d u c c ió n

3

Buen bateo en el campo del Lord

El partido entre el Middlesex y el Kent continuó en el campo del Lord el miércoles. Había una buena concurrencia allí, lo que muestra que mucha gen­ te parece compartir la opinión que yo mantengo de que el criquet es uno de los mejores juegos ingleses y es una característica del desarrollo del tempera­ mento inglés. Robinson entró el primero y jugó un excelente partido, aunque debería resistir la tentación de golpear irresponsablemente cuando los lanza­ mientos resultan ser buenos. Le siguieron Woolley y el Sr. Hedges y las pelo­ tas fueron mandadas fuera del campo con una regularidad monótona, consi­ guiendo este último 180. En el descanso del té, el capitán Troughton suspendió el turno con 380 por 3 jugadores. Después del té, el bateo de Midd­ lesex se desmoronó y al. finalizar el juego tenían solamente 26 carreras y 6 ju­ gadores eliminados, claro es que el terreno de juego estaba en mal estado. 18.500 personas pasaron por taquilla.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social R e p r o d u c c ió n 4

El partido entre el Kent y el Middlesex continuó en el campo de Lord el miércoles. Robinson bateó bien, aunque debería resistir la tentación de tratar los buenos lanzamientos con desidia. A la hora de comer Wooiey y el Sr. Hedges habían alcanzado la puntuación de 380, puntuando este últi­ mo 180. Entonces el capitán Troughton suspendió el turno. Middlesex ba­ teó tan mal que sólo tenían 26 por 6 al ser eliminado, aunque cabe admitir que el campo estaba en mal estado. 18.500 espectadores pasaron por taqui­ lla, lo que demuestra que el público todavía piensa, como yo, que el cri­ quet es el deporte inglés por excelencia y ayuda a formar nuestro carácter nacional.

R e p r o d u c c ió n

5

El miércoles pasado continuó el partido entre el Middlesex y el Kent. In­ tervino Robinson e hizo muchos tantos, pero tiene que recordar que no debe tratar los buenos lanzamientos con desidia. Los dos bateadores que le siguie­ ron subieron el marcador a un total de 380 cuando el tumo finalizó. Fue en­ tonces cuando el Kent entró y bateó muy mal, siendo la puntuación de 26 por 6 cuando fue eliminado. 18.500 personas vieron el partido, lo que confirma mi opinión de que el criquet tiene un papel fundamental en la construcción de nuestro carácter nacional.

R e p r o d u c c ió n 6

El pasado miércoles hubo un partido de criquet entre el Middlesex y el Kent. Robinson del Middlesex bateó con gran estilo, pero tiene que aprender a no despreciar los lanzamientos fáciles. La siguiente pareja subió el marcador a 380 cuando pararon el juego. El Kent hizo una exhibición deplorable pun­ tuando 26 por 6 jugadores antes de ser eliminado. Una multitud de 18.500 contempló el partido, lo que indica el impacto que tiene el cricket sobre nues­ tro carácter nacional.

R e p r o d u c c ió n 7

El pasado miércoles se jugó un partido de criquet entre el Middlesex y el Kent. Robinson del Middlesex bateó bien pero tiene que aprender a no des­ preciar ios lanzamientos fáciles. La siguiente pareja subió el marcador a 380 cuando pararon el juego. El Kent demostró un juego deplorable, haciendo sólo 26 carreras por 6 jugadores.


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción seria!. I

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R e p r o d u c c ió n 8

El pasado miércoles se jugó un partido entre el Middlesex y el Kent. Ro­ binson del Middlesex jugó muy bien, pero tiene que aprender a no despreciar los lanzamientos fáciles. La siguiente pareja llevó el marcador hasta 380. En­ tonces se paró el juego. El Kent demostró un juego muy pobre, haciendo 26 carreras por 6 jugadores.

R e p r o d u c c ió n 9

El miércoles pasado vi un partido de criquet del Middlesex contra el Kent. Robinson bateó bien, pero tiene que aprender a no despreciar lanzamientos fáciles. La siguiente pareja subió el marcador a 380. El Middlesex entonces suspendió su turno. Entonces bateó ei Kent, pero hizo una demostración po­ bre, eliminándose 6 jugadores por 56.

R e p r o d u c c i ó n 10

El otro día fui a un partido de criquet: el Middlesex contra el Kent. Robin­ son jugó excelentemente, pero debería aprender a tenerle más respeto a los buenos lanzamientos. La siguiente pareja subió el marcador a 380. El Middle­ sex entonces suspendió su turno. El Kent comenzó mal, al perder 6 jugadores por 56.

R e p r o d u c c i ó n 11

El otro día fui a ver un partido de criquet: el Middlesex contra el Kent. Robinson estuvo bateando bastante bien, pero debería aprender a respetar los buenos lanzamientos. La siguiente pareja subió el marcador a 380. En­ tonces el Middlesex suspendió su turno. El Kent empezó mal, 6 jugadores por 56.

R e p r o d u c c i ó n 12

El otro día fui a un partido de criquet: Middlesex-Kent. El Middlesex en­ tró a batear. Robinson jugó mal, debería tener más respeto por los buenos lanzamientos. El equipo lo hizo bastante bien, y a la hora de comer había marcado 380. Entonces el Middlesex suspendió su turno. El Kent tuvo un co­ mienzo muy flojo, perdiendo 6 por 56.


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Recordar, Estudio de psicología experimental y social R eproducción 13

Acudí el otro día a ver un partido de criquet: Kent-Middlesex. El Middle­ sex entró primero. Robinson no demostró suficiente respeto por los lanza­ mientos buenos. A la hora de comer el Middlesex había hecho 380. El Middle­ sex entonces suspendió su turno. El Kent entró y tuvo un comienzo malo: 56 carreras por 6 eliminados.

R e p r o d u c c i ó n 14

Acudí el otro día a ver un partido de criquet: Kent-Middlesex. El Middle­ sex entró primero. Robinson no mostró suficiente respeto por los lanzamien­ tos buenos. A la hora de comer el Middlesex había hecho 380, y tuvieron mu­ cha suerte. El Middlesex entonces suspendió su turno, y el Kent comenzó mal obteniendo 58 por 6.

R e p r o d u c c i ó n 15

Fui el otro día a un partido de criquet entre el Kent y el Middlesex. El Middlesex ganó en el lanzamiento de la moneda y bateó primero. Robinson demostró demasiado poco respeto por los lanzamientos. A la hora de comer habían marcado 380. En la reanudación el Kent bateó y marcó 58 por 6. En esta serie se han cometido casi todos los errores posibles. Sin em ­ bargo, en térm inos generales, se podía haber esperado que precisamente este tipo de m aterial produjera resultados muy exactos. Prácticamente to ­ dos los sujetos habían asistido a escuelas privadas, eran buenos aficiona­ dos al d e p o rte y, como sus versiones indican, estaban familiarizados con los tecnicism os peculiares de un reportaje de criquet. La mayoría de ellos buscaría en un diario la página de los deportes en prim er lugar. A sí y todo, p arec e suficientemente claro que esta clase de material, al margen del interés intrínseco que pueda tener, produce una impresión superficial en general. E l título desaparece pronto; todos los nombres propios excep­ to uno desaparecen, y ése se asigna a un jugador equivocado que no apa­ rece en el original. Robinson batea prim ero bien y luego mal; los lanza­ mientos so n buenos al principio, después fáciles y luego buenos de nuevo. Todas las cifras están equivocadas o desaparecen por completo. Los equi­ pos se trasto can . Los únicos elementos nuevos introducidos en el relato, aparte del n o m b re de Robinson, son el cambio a la prim era persona del singular y la afirmación ocasional de que Middlesex tuvo suerte por con­ seguir un b u e n tanteo. No hay duda de que «suerte» es simplemente un


Experimentos sobre recordar: d) Ei método de reproducción serial. I

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in te n to de ex p licar un b u e n ta n te o del único b a te a d o r que se ha dicho q u e tuvo sólo un p a p e l m o d e ra d a m e n te b u en o , tal com o se cuenta. , A estas a ltu ras p a re cía d e seab le in te n ta r o tra serie d ep o rtiv a a m a n e ­ ra de p ru e b a ¿eran sólo una casualidad los e rro re s tan so rp re n d e n te s de la p rim e ra cad en a? P o r consiguiente, se ex trajo un pasaje de u n a reseñ a de un ensayo de W . T. T ild en so b re El arte del tenis sobre h ierba. L os su ­ jeto s del e x p erim e n to e ra n e stu d ia n te s de la U n iv ersid ad de C am bridge com o antes, y las condiciones g en erales del ex p erim e n to fu ero n las m is­ m as. Se d e b e ría te n e r en cu en ta que la m ayoría de los sujetos e ra n b u e ­ nos aficionados al d e p o rte y casi to d o s ellos p rac tic ab a n el que se tra ta en el sig u iente extracto:

ii)

El arte del tenis sobre hierba

«El tenis es un cóctel mutuo muy explosivo.» Podríamos suponer que esto se refiere al efecto del temperamento de cada uno de los jugadores en el otro. Con cualquiera salvo el Sr. Tilden podríamos sacrificar el sentido de la máxi­ ma y corregir «mutua» por «mental». Pero para el Sr. Tilden el tenis es una cuestión de psicología. Es un problema, dice, de comprender el funcionamien­ to de la mente de nuestro adversario, de calibrar el efecto en su mente de nuestro propio juego y del efecto de las circunstancias externas sobre nuestra propia mente. El capítulo en el que desarrolla este tema es uno de los más in­ teresantes del libro, e incluye también una clasificación de jugadores de acuer­ do con su teoría. Como podríamos esperar, sitúa al Sr. Brookes dentro de la primera categoría, pues puede encontrar una respuesta a todo problema que se le plantee. En puestos cercanos aparecen jugadores como el cap. Wilding, que están demasiado preocupados por su plan de acción como para tener en cuenta la mente de sus adversarios. Nuestro tipo de jugador de golpe fuerte y carreras a la red es una criatura impulsiva. El jugador que permanece en el fondo de la pista no es en realidad más científico; si lo fuera, no se quedaría pegado a su línea de saque.

R e p r o d u c c ió n 1

El arte del tenis sobre hierba

El tenis es un cóctel mutuo muy explosivo. Se podría suponer que esto se refiere al efecto del temperamento de cada jugador uno sobre el otro. Con cualquiera salvo el Sr. Tilden podríamos sacrificar el sentido de la máxima y corregir mutua por mental. Pero con el Sr. Tilden el tenis es cuestión de psico­ logía. Intenta comprender la mente de su adversario, comprender el efecto de nuestro propio tiro en la mente de nuestro adversario, y de las circunstancias exteriores sobre uno mismo. Este capítulo es uno de los más interesantes del


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social libro, y contiene una lista de jugadores agrupados de acuerdo con su teoría. Como podríamos suponer, incluye al Sr. Brookes en ia Ia categoría: puede proponer una respuesta a cualquier problema que se le plantee. En 1a segunda categoría aparecen jugadores como el cap. Wilding. Están muy ocupados con su propio plan de acción como para preocuparse por la psicología de sus ad­ versarios. La clase de jugador de golpes fuertes y que sube corriendo a la red es una criatura impulsiva. El jugador que permanece en el fondo del campo no es más científico; si lo fuera, no se quedaría pegado a la línea de fondo.

R e p r o d u c c ió n 2

El cirte del tenis sobre hierba

El tenis sobre hierba tiene la naturaleza de un cóctel mutuo. Quizá podría­ mos sustituir mental por mutua, si no fuera por el Sr. Tilden, cuyo capítulo so­ bre el tema es lo más interesante de su libro. Estudia el juego desde un punto de vista puramente psicológico, dándonos una lista de muchos jugadores fa­ mosos, clasificados según la psicología de su juego. Como podríamos esperar, coloca al Sr. Brookes en la primera categoría, un hombre que estudia la psico­ logía de su adversario antes que otra cosa. Relega al capitán Wild a la 2a cate­ goría. No tiene tiempo para tener en cuenta el pensamiento de su adversario sino que más bien actúa según su impulso. Sube a la red y devuelve con firme­ za cada lanzamiento de su adversario. La tendencia actual es no ser científico, quedarse por la línea de fondo; ya que nadie que haga esto puede estudiar el juego desde un punto de vista científico.

R e p r o d u c c ió n 3

El tenis sobre hierba tiene la naturaleza de un cóctel mutuo. Yo lo llama­ ría una cóctel mental si no hubiese leído el libro de Tilden, que enfoca el tema desde un punto de vista psicológico. Naturalmente, coloca a Brookes en la primera categoría, porque este jugador hace un estudio científico de la psico­ logía de su adversario. El cap. Wild está únicamente en la 2a categoría. Juega según su impulso, quedándose en la red y devolviendo drásticamente el ata­ que de su adversario. Hay una tendencia a quedarse en la línea de fondo y to­ mar las pelotas tal como vienen perdiendo por consiguiente todo control cien­ tífico del juego.

R e p r o d u c c ió n 4

Se puede decir que el juego del tenis es un tipo de cóctel mutuo. Habría dicho un cóctel mental de no haber leído el libro del Sr. Felden, que enfoca el asunto desde el punto de vista psicológico. Por ejemplo, colocaría a Brookes


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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en la primera categoría, debido a que Brookes hace un estudio preciso de la psicología de su adversario. El tipo de hombre que colocaría en la segunda ca­ tegoría sería aquel que, por ejemplo, juega en la red según su impulso y toma medidas drásticas contra ei ataque de su adversario. En realidad, un hombre así, que se queda en la línea de fondo y en buena medida toma las cosas exac­ tamente como vienen, es el tipo de tenis del que no se puede decir que sea científico, en el sentido más estricto de la palabra.

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e p r o d u c c ió n

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E1 tenis sobre hierba se ha descrito a menudo como un cóctel mutuo. Pre­ feriría llamarlo un cóctel mental. Esto queda ilustrado en el libro de Felden que enfoca su tema desde el punto de vista psicológico. Brookes debe su habi­ lidad a que estudia el juego de su adversario, un hombre de este tipo está en la primera categoría. En la segunda categoría se situarían los jugadores que van a la red y devuelven a sus adversarios con dureza. Un hombre que se queda en el fondo de la cancha difícilmente se puede decir que haya aprendido el arte del tenis.

R e p r o d u c c ió n 6

El tenis sobre hierba se ha llamado a menudo un cóctel mutuo, preferiría llamarlo un cóctel mental. Esto queda ilustrado en el libro de Felden que en­ foca el tema desde un punto de vista psicológico. De acuerdo con ello, la habi­ lidad de Brooke se debe al hecho de que estudia el juego de su adversario cui­ dadosamente. Tal tipo de hombre cae dentro de la primera categoría. Por otro lado, un hombre que se queda en la red y se aprovecha de los lanzamientos malos de sus adversarios, sólo está en la 2a categoría; mientras que cualquiera que se quede en el fondo de la cancha difícilmente se puede decir que haya aprendido el arte del tenis.

R e p r o d u c c ió n 7

A menudo se dice que el tenis sobre hierba es un cóctel mutuo. Yo lo lla­ maría más bien un cóctel mental. Esto se ve mejor en el libro de Felden, que adopta una perspectiva psicológica. De acuerdo con ella, la habilidad de Bro­ okes reside en el hecho de que examina muy de cerca el juego de su adversa­ rio. Tal tipo de hombre está en la primera categoría. Por otro lado, el hombre que se queda en la red y que se aprovecha de las pelotas malas de sus adversa­ rios está sólo en la segunda categoría; mientras que el hombre que se queda en el fondo de la cancha difícilmente se puede decir que haya aprendido el arte del tenis.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social R e p r o d u c c ió n 8

Se ha dicho que el tenis sobre hierba es un cóctel mutuo. Se debería llamar más bien un cóctel mental. Felden en su libro trata la cuestión de modo psico­ lógico. Se dice que la habilidad de Brookes consiste en examinar a sus adver­ sarios cuidadosamente. Por consiguiente se le considera un jugador de prime­ ra categoría. El hombre que se queda junto a la red y hace puntos jugando las malas devoluciones de su adversario se debería considerar un jugador de se­ gunda categoría, mientras que ei hombre que se queda en el fondo de la can­ cha a duras penas se puede considerar que tenga ningún conocimiento del te­ nis sobre hierba.

R e p r o d u c c ió n 9

El tenis sobre hierba se ha dicho que es un cóctel mutuo. Quedaría mejor descrito como un cóctel mental. Felden lo discute en su libro de modo psicoló­ gico. La habilidad de Brookes reside en la observación de sus adversarios por lo que se le denomina un jugador de primera categoría. El hombre que se queda en la red y hace puntos jugando las malas devoluciones de su adversa­ rio es un jugador de segunda categoría; mientras que el hombre que se queda en el fondo de la cancha no se puede considerar que tenga ningún conoci­ miento real del tenis sobre hierba.

R e p r o d u c c i ó n 10

El tenis sobre hierba se ha descrito como un cóctel mutuo. Podría des­ cribirse mejor como un cóctel mental. Felden lo ha tratado en su libro de modo psicológico. Siempre se contempla a Brookes como un jugador de primera categoría porque examina a su adversario. Un hombre que se que­ da en la red y juega las pelotas malas de su adversario es sólo un jugador de segunda categoría. El hombre que se queda en el fondo de la cancha no sabe nada del juego.

R e p r o d u c c i ó n 11

El tenis puede describirse como un cóctel mutuo. Puede describirse más acertadamente como un cóctel mental. Felden lo ha tratado de modo psicoló­ gico. Brookes es un buen jugador porque examina a sus adversarios. Es mal juego quedarse simplemente en la red y devolver con un smash las pelotas malas de nuestro adversario. El hombre que se queda en el fondo de la cancha no sabe nada sobre el juego.


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El tenis se ha descrito como un proceso de cóctel mutuo. Podría describir­ se más apropiadamente como un proceso de cóctel mental. Felden lo ha trata­ do de modo psicológico. Brookes es un buen jugador debido a que examina a su adversario. No es buen tenis quedarse simplemente en la red y devolver con un smash las pelotas malas de nuestro adversario. El hombre que perma­ nece en la línea de fondo no sabe nada sobre el tenis.

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El tenis podría llamarse un cóctel mutuo. Sería mejor llamarlo cóctel men­ tal. Felden trató el tenis de modo psicológico. Boden fue un buen jugador. No es un buen juego devolver con un smash desde la red las pelotas malas de nuestro adversario. Un hombre que se queda en la línea de fondo no sabe nada del juego.

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El tenis podría llamarse un cóctel mutuo. Sería más correcto llamarlo cóc­ tel mental. Felden hacía un buen juego. Es mal juego matar en la red las pelo­ tas malas de nuestro adversario. El hombre que se queda en la línea de fondo no sabe nada del juego. Después de esto, queda bastante claro que la asombrosa reducción y las transformaciones que sufrió el reportaje del criquet no eran una sim­ ple cuestión de azar, pues exactamente el mismo tipo de cambios aparece de nuevo en la serie que se acaba de presentar. Quizá no sea sorprenden­ te que la máxima inicial se haya modificado totalm ente, ya porque su sig­ nificado no estaba suficientemente claro en la versión original. Pero las demás alteraciones resultan por lo menos igualmente notorias. D e nuevo, se introduce por un m om ento la prim era persona del singular, aunque vuelve a desaparecer posteriorm ente en la serie, a lo largo de la cual se m antiene la tendencia a exagerar y a generalizar los enunciados que no se omiten. Es probable que la enfática condena del juego en la línea de saque sea un reflejo de modas actuales en el tenis de hierba entre los es­ tudiantes, y que asimismo ocurra con el modo en que se introducen las observaciones sobre el juego en la red. Se dan algunas condensaciones in­ teresantes. Las observaciones originales sobre Wilding se acortan en ora­ ciones sucesivas antes de desaparecer finalm ente, y quizá «Boden» sea una condensación de Felden y Brookes. En una y otra serie, las versiones


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Recordar. Estudio de psicología experimenta! y social

finales tienen menos conexión y son menos «racionales» que las formas originales. Todas estas reproducciones seriales m uestran que si bien pue­ de afirmarse en términos generales que es más probable de recordar deta­ lles del material que aparece en prim er y último lugar, sin embargo, de ello no se deriva en absoluto que se recojan con la debida precisión. El típico recurso del narrador son los relatos divertidos. Nos pareció, pues, conveniente averiguar si el registro de un incidente hum orístico mantendría menos transform ada la cadena serial de reproducciones. De acuerdo con ello, se preparó una versión de un relato que durante la Gran Guerra tuvo mucho éxito y que se pensó que podría resultar atracti­ vo y, en algunos casos, familiar a los sujetos que iban a tom ar parte en el experimento, muchos de ios cuales habían sido oficiales durante la gue­ rra. La versión oginal transcurría así: iii)

El moochi sordo

Ha habido muchas protestas durante los últimos años de ía guerra a pro­ pósito del bajo nivel de las tropas de la India. Los oficiales de más edad, tanto británicos como hindúes, se quejaban amargamente de que los nuevos hombres eran todos de casta baja, la hez de los bazares del Punjaab; de que eran demasiado jóvenes o demasiado viejos y de que la mayoría estaban mal desarrollados en el aspecto físico, así como en el mental y en el carácter. Pero el problema más importante era que no podían desembarazarse de ellos. Al final, en una Brigada de Artillería sobre Bagdad, en el verano de 1918, se hizo un esfuerzo decidido por deshacerse de algunos de los peores. Los comandantes que mandaban las baterías celebraron una junta con el doc­ tor sobre las formas y métodos de hacerlo, y prepararon una revista para que el doctor excluyera a los inútiles. Pero fue muy difícil. Un caso de oftalmía re­ sultó ser autoinflingido con la esperanza de un permiso. Un deficiente mental se convirtió en completamente normal bajo el estímulo de la fricción física, y por último, sólo quedó un hombre. Era más sordo que una tapia. Se conside­ raba que era un hombre bueno, comparado con los otros, pero no podía oír nada. Y esto causaba una gran pérdida de valioso tejido vocal al sargento ma­ yor, y otros riesgos graves para la disciplina y la eficacia. Así que fue licencia­ do. Como incluso hombres con todas sus facultades se perdían con gran facili­ dad en las rutas de comunicación, se tomaron precauciones extraordinarias. Al moochi se le colgó un letrero y un suboficial inglés le vio subir al tren de Bagdad, y se informó al cuartel de su licencia pero no sirvió de nada. Desgra­ ciadamente se había mencionado en el reverso del letrero su propia unidad y pasado un mes había vuelto, cansado pero contento de estar de regreso. Pero ni su comandante ni su segundo oficial iban a admitir la derrota, y se le volvió a licenciar con el doble de letreros y de telegramas, pero sin mencionar su


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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propia unidad, y le tacharon de la lista. Un mes más tarde, estaba el segundo oficial fuera de su tienda, cuando vio en el horizonte una figura que venía ha­ ciendo cabriolas, con una cola de hindúes gesticulando en torno suyo. Sin te­ ner para nada en cuenta la disciplina, corrió hacia el segundo oficial riéndose alegremente y gritando: «Habla, habla; oigo». Era el moochi, otra vez de re­ greso. En Bagdad le habían destaponado los oídos.

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El moochi sordo

En el verano de 1.918 muchas fueron las quejas a propósito de los reclutas para el ejército de la India. Por todas partes se quejaban de que eran de casta baja, la escoria de los bazares del Punjaab, de mal físico, demasiado viejos o demasiado jóvenes y en conjunto inútiles para el servicio activo. Pero la difi­ cultad real era que no podían desembarazarse de ellos. Por consiguiente, en una cierta Brigada de Artillería allende Bagdad, los jefes de las unidades y los comandantes y segundos oficiales celebraron una reunión con el oficial médi­ co sobre las formas y métodos de hacerlo. Se ordenó una revista para que el doctor seleccionara a ios hombres. Pero no fue tan fácil. Se encontró que un caso de oftalmía era autoinflingido para conseguir un permiso. Se descubrió que un deficiente mental era completamente normal con la aplicación de la fricción física. Pero al final solo quedó un hombre que era sordo como una ta­ pia. No estaba mal por otra parte, pero su sordera era causa de que se desgas­ tara y desgarrara la voz del sargento mayor, y en otros aspectos era perjudicial para la disciplina y orden militar. Así que tuvo que ser excluido. Se le mandó licenciado a la base con toda precaución, se le colgó un letrero, y un suboficial inglés le escoltó hasta el tren. Desafortunadamente su unidad figuraba en el dorso del letrero, y las autoridades le mandaron de vuelta en poco tiempo. Pero la Brigada no se dio por vencida, así que le enviaron de nuevo con dos letreros, una escolta más fuerte y muchos telegramas. Cerca de un mes más tarde, el segundo oficial estaba de pie fuera de su tienda, cuando vio una ex­ traña figura acercándose, brincando, bailando, gritando con una cadena de hindúes gesticulando a su alrededor. Con una total indisciplina, la figura saltó delante del segundo oficial y gritó: «Habla, habla; oigo.» Era el moochi. En Bagdad le habían destaponado los oídos.

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El moochi sordo

Durante el verano de 1918 se oyeron quejas por todas partes de la poca calidad de los reclutas de la India. Eran de casta baja, la escoria de los bazares del Punjaab, de mal físico, demasiado viejos o demasiado jóvenes y en general inútiles para el servicio activo. El problema principal era que no podían de­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social sembarazarse de ellos. De ahí que el coronel, comandantes, segundos oficiales y capitanes de un cierto regimiento de artillería allende Bagdad celebraran una reunión con el oficial médico sobre las formas y métodos de hacerlo. El resultado de todo ello fue que celebraron una revista para que seleccionara a los hombres. Pero no iba a ser tan fácil decirlo como hacerlo. Se encontró que un caso de oftalmia era autoinflingido para conseguir un permiso; que un caso de deficiencia mental era perfectamente normal cuando se le sometió a una fricción física. Al final solo quedó un hombre. No estaba mal por otra parte, pero estaba casi tan sordo como una tapia, lo que ponía a prueba la voz del sargento y no ayudaba generalmente al mantenimiento del orden y de la bue­ na disciplina. Así que hubo que desembarazarse de él. Se le colgó un letrero cuidadosamente, y un suboficial británico lo escoltó a la estación y lo puso en el tren. Desafortunadamente en el reverso del letrero estaba escrito el nom­ bre de su regimiento, y en el transcurso de unos pocos días fue devuelto por las autoridades. Sin embargo no estaban dispuestos a rendirse y decidieron in­ tentarlo de nuevo. Esta vez llevaba dos letreros y fue licenciado bajo una es­ colta reforzada. Cerca de un mes más tarde, estando el segundo oficial fuera de su tienda, vio a un hombre acercándose, saltando y bailando, seguido por una chusma de gesticulantes hindúes. De esta forma llegó. Con una patente falta de disciplina, bailó delante del segundo oficial gritando: «Habla, habla; oigo». Mientras estaba en Bagdad le habían destaponado los oídos.

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El moochi

En el verano de 1918 hubo quejas del nivel de los reclutas de la India. Eran harapientos y desorganizados, la escoria de los bazares del Punjaab. Pero era muy difícil desembarazarse de ellos. El coronel, los comandantes y capitanes de una Brigada de Artillería de campaña allende Bagdad, habiendo consultado con el oficial médico, acordaron celebrar una revista para erradi­ car a los indeseables. Pero no fue fácil. Se encontró que un caso de oftalmia era autoinflingido; se rectificó otro de deficiencia mental con fricción física. Sin embargo a la larga se fueron librando de todos, excepto de uno que esta­ ba casi tan sordo como una tapia, lo que era malo desde el punto de vista de ía disciplina e, incidentalmente, difícil para el sargento mayor. De cualquier modo, fue despedido y enviado, con un letrero pegado, a la estación, escolta­ do por un suboficial. Desafortunadamente en el reverso del letrero estaba su regimiento, y regresó en muy poco tiempo. La vez siguiente se le pegaron dos letreros y le despacharon. Cerca de un mes más tarde, estando el segundo ofi­ cial en la puerta de la cantina, vio a un soldado nativo acercándose, acompa­ ñado por un conjunto de hindúes, todos en un estado de excitación salvaje. Llegó hasta él y olvidando la disciplina, gritó: «Habla, habla; oigo». Al exami­ nársele se encontró que las autoridades médicas de Bagdad le habían desta­ ponado los oídos.


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El moochi

Los reclutas indios en el verano de 1918 estaban en condiciones muy ma­ las. Llegaron varios casos ante las autoridades médicas. No se notó ninguna mejoría. Se encontró que un caso de oftalmia era autoinflingido, y se curó un caso de deficiencia mental con fricción física. Hubo un caso concreto que fue especialmente problemático: un caso de sordera total. Esto era malo para la disciplina y enojoso para el sargento mayor. Fue enviado al cuartel de recluta­ miento, pero desafortunadamente llevaba un letrero en la espalda con el Ba­ tallón escrito. Pasado un tiempo volvió y le enviaron lejos de nuevo con dos letreros esta vez. Durante unos días no pasó nada, hasta que un buen día el se­ gundo oficial que estaba en el dintel de la cantina vio una partida de hindúes acercándose con una excitación salvaje. Según se acercaban divisó el caso que le había dado tantos problemas, y que, dejando toda disciplina de lado estaba bailoteando y gritando: «Habla, habla; oigo».

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Los reclutas indios de 1918 fueron bastante malos en conjunto. Se encon­ tró un hombre que sufría de una oftalmia aguda que había sido autoinflingida, y otro que sufría de deficiencia mental, caso éste que se curó con fricción físi­ ca. Sin embargo, el caso que causó más perturbaciones a las autoridades, ya que interfería con la disciplina, y fue en particular una fuente de continuas molestias para el sargento mayor, fue uno de sordera total. El hombre fue en­ viado de vuelta al cuartel de reclutamiento pero desafortunadamente con un letrero pegado en la espalda dando el número de su batallón. Se le envió de vuelta, y de nuevo regresó, esta vez con dos letreros. Unos días después, el se­ gundo oficial vio desde el umbral de la tienda-cantina un excitado grupo de hindúes acercándose, entre los cuales se encontraba el caso de sordera, quien olvidando la disciplina, estaba gritando: «Habla, habla: oigo».

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Los reclutas indios de 1918 fueron excepcionalmente malos. Entre ellos se encontraba un hombre que sufría de oftalmia aguda infligida por él mismo, y otro que sufría de enfermedad mental, lo que tenía considerablemente preo­ cupadas a las autoridades. Pero el peor caso de todos era el de un hombre que era mudo, un caso que resultó el más irritante para el sargento mayor, el más subversivo de la disciplina, y el más difícil de manejar. Un día, el segun­ do oficial estando fuera de su tienda vio entre otros a este hombre quien, ol­ vidando la disciplina estaba gritando a sus compañeros: «Habla, habla; oigo, oigo».


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social R e p r o d u c c ió n 7

Los reclutas indios de 1918 fueron excesivamente malos. Entre ellos esta­ ba el caso de un hombre que sufría de oftalmia aguda, infligida por él mismo. Otro caso de otro hombre que sufría de una enfermedad mental, lo que era de lo más problemático para las autoridades. El tercer y peor caso era el de un hombre mudo, que no sólo era irritante para el sargento mayor, sino también subversivo de toda la disciplina. Un día estaba el segundo oficial fuera de su tienda y vio a este hombre entre otros, gritando hacia sus compañeros: «Ha­ bla, habla; oigo, oigo».

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Los reclutas indios de 1918 fueron muy malos. Incluían a un hombre que estaba sufriendo oftalmia aguda, infligida por él mismo. El segundo caso era el de un hombre que sufría de una enfermedad mental, lo que era muy proble­ mático para las autoridades. El tercer y peor caso era un hombre mudo, que no sólo irritaba al sargento mayor, sino que también era subversivo de la dis­ ciplina. Un día el segundo oficial estaba fuera de su tienda, cuando vio a este hombre con unos cuantos más gritando a sus compañeros: «Había, habla: oigo, oigo».

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La calidad de los reclutas indios en 1918 fue muy baja. El primer hombre estaba sufriendo de una forma grave de oftalmia que se había autoinflingido. Un segundo estaba sufriendo una grave enfermedad mental, lo que era una fuente de molestias para las autoridades. Un tercero era mudo, un hecho no sólo irritante para el sargento mayor, sino también subversivo de la disciplina. Un día el segundo oficial estaba frente a su tienda, cuando vio a este hombre con una multitud de otros más a los que estaba gritando: «Habla, habla; oigo, oigo».

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La calidad de los reclutas de los indios en 1918 fue muy baja. El primer hombre sufría de una forma grave de oftalmia que se había autoinflingido. Un segundo padecía una curiosa enfermedad mental que era muy irritante para las autoridades. El tercero era mudo, lo que no sólo era irritante para su sar­ gento mayor, sino también subversivo de la disciplina militar. Un día el segun­ do oficial, estando fuera de su tienda, vio a este hombre entre una multitud gritando: «Habla, habla; oigo, oigo».


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La calidad de los reclutas de los indios incorporados en 1918 fue muy po­ bre. El primero sufría de una forma grave de oftalmia que se había autoinflin­ gido. El segundo padecía una curiosa enfermedad mental. El tercero era mudo, lo que al mismo tiempo era irritante para su sargento mayor y también subversivo de la disciplina militar. Un día el segundo oficial lo encontró fuera de su tienda gritando con otros: «hablo, hablo; oigo, oigo».

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Las reclutas de los indios incorporados en 1918 tenían una calidad vario­ pinta. Los primeros sufrían de un tipo peculiar de oftalmia. Los segundos de enfermedad mental. Los terceros eran mudos, un hecho que el sargento ma­ yor encontraba que era subversivo de la disciplina militar. Un día el oficial, paseándose por las tiendas con el sargento mayor, oyó gritos de: «hablo, ha­ blo; oigo, oigo».

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Los reclutas indios de 1918 eran de distinta calidad. Los primeros sufrían de una forma peculiar de oftalmia, los segundos eran sordos, los terceros eran mu­ dos, lo que el sargento mayor consideraba peculiarmente perjudicial para la dis­ ciplina. Un día uno de los oficiales estaba paseando por las tiendas con el sargen­ to mayor, cuando fue sorprendido con sonidos de: «oigo, oigo; hablo, hablo».

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Los reclutas indios de 1918 eran peor que inútiles. Los primeros tenían una forma peculiar de oftalmia, los segundos eran sordos y los terceros eran mudos. El sargento mayor consideraba esto muy perjudicial para la disciplina. Un día, cuando el oficial estaba caminando delante de la formación con el sar­ gento mayor, se sorprendió al oír: «oigo, oigo; hablo, hablo».

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El contingente indio de 1918 era de muy mala pasta. El primer lote tenían algún tipo peculiar de oftalmia, el segundo lote estaban sordos y el tercero eran mudos. El sargento mayor pensó que esto era muy perjudicial para la disciplina. Un día estaba caminando delante de la tropa con un oficial que es­ taba sorprendido al oír las exclamaciones: «oigo, oigo; hablo, hablo».


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

. Esta cadena de reproducciones sigue más o menos la misma trayecto­ ria que las otras, y es evidente que el carácter divertido del original no pudo salvarse de las abreviaciones o imprecisiones. D esaparecen el título, todos los nombres propios y todas las referencias específicas, excepto la del año 1918, la mención de la oftalmia, la sordera y el sargento mayor. El punto de inflexión del conjunto de la serie parece encontrarse en la re­ producción 4, a partir de la cual el aspecto humorístico queda excluido. A partir de entonces, si bien el relato se hace más escueto, se introducen to­ dos los cambios más importantes. El sujeto ó convierte al hombre sordo en mudo y, a pesar de que este detalle haga que la historia en conjunto sea bastante inexplicable, continúa mudo hasta llegar al sujeto decim oter­ cero. Este último comentó: «Es obvio que la sordera tiene que haber apa­ recido en algún momento», y la vuelve a incorporar. Es extraño que du­ rante varias versiones nos p erm itan im aginar que la to talid ad de los reclutas sufría de ceguera, sordera y mudez. Es este quizás un caso real de m antenim iento de la novedad, de lo extraordinario, de lo im probable. Eíay aquí, como es habitual, una considerable cantidad de transferencias de epítetos y razones, y una cantidad nada despreciable de condensacio­ nes. Ciertas expresiones: por ejemplo «subversivo de la disciplina», pare­ cen destacar de las otras y reaparecer una y otra vez sin cambio alguno o con escasa alteración. Las series de criquet y tenis se eligieron a propósito por inspirar un in­ terés especial; se consideró el relato de «El moochi sordo» como una bue­ na ilustración de algo relativam ente divertido, y se utilizó con el fin de conseguir una cadena de reproducciones a partir de un punto de partida claramente estimulante. Parecía posible que este tipo de material incitase una mayor formación de imágenes visuales y así, quizás, mostrase un au­ mento de la dramatización e invención en el transcurso de la reproduc­ ción. Como la mayoría de los sujetos de este experim ento habían sufrido bombardeos aéreos reales o por lo menos habían estado en peligro debi­ do a ataques aéreos muy recientem ente, era probable que la descripción de un ataque aéreo proporcionara la clase de m aterial deseado. Por consi­ guiente, se elaboró una narración, que discurría como sigue: iv)

Incursión aérea en la costa Este

Aquella noche vinieron tras la puesta del sol. Yo estaba viendo marchar a los Botham en el tren de la tarde. Recordará usted que había un tren muy bueno que se mantuvo durante la guerra. Como era el último viernes de agos­ to, había una muchedumbre enorme que volvía a la ciudad, y el habitual gen­ tío de la costa despidiéndolos. El andén estaba atestado de gente, y sólo con


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

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gran dificultad nos abrimos paso hasta la cabecera del tren. Ahí encontré asientos para los Botham en un vagón que ya contenía a 7 personas y un estu­ pendo surtido de enseres, cubos, palas, etc. Recuerdo que aquella noche yo me sentía más indignado que lo normal por la brutalidad de la guerra, e inclu­ so la inocente despreocupación de los juguetes infantiles me enojó desmesura­ damente. Era una noche extraña, agobiantemente calurosa, y una niebla ma­ rrón se cernía sobre las marismas reteniendo algunos de los tintes de la puesta de sol. Me alejé del vagón y como quedaban 10 minutos de sobra, fui cami­ nando por el andén y seguí hacia los rañes. Fue en aquel momento cuando oí el silbido de la sirena sobre la ciudad. En un instante la muchedumbre fue toda confusión, un centenar de niños lloraban desesperadamente alrededor de mí. Estaba terriblemente asustado porque no había lugar seguro al que ir, y parecía que no había nada que hacer. Nunca antes me había sentido así en ninguna incursión anterior. Luego oí a lo lejos el ruido sordo de los motores y eso me obligó a actuar. Desanduve el camino hasta el vagón en el que había dejado a la Sra. Botham y a Jack y los encontré sentados solos, aunque toda­ vía el vagón estaba salpicado de los curiosos objetos que tanto me habían eno­ jado anteriormente. Sugerí que nos pusiéramos a cubierto al abrigo del terra­ plén y les pareció bien, así que fuimos a lo largo de la vía un trecho y bajamos a la zanja abajo del terraplén. Mientras corríamos, oí la primera detonación de las explosiones sobre las marismas más allá de Frilby, pero todavía no po­ día ver nada. En cuanto mi grupo llegó a su semirrefugio, subí arrastrándome hasta arriba de la cuesta y me asomé por encima. En aquel momento, vi subir 4 columnas de humo enfrente de mí, paralelas a la vía del tren, justo en la di­ rección opuesta a nosotros. Casi inmediatamente vinieron las detonaciones, pesadas y atronadoras. «Tírense», grité al grupo y nos tumbamos en el suelo y sé que me cubrí la cara con las manos. El ruido sordo de los motores aumentó hasta el estruendo al pasar las máquinas justo sobre nosotros. Pero en el cre­ púsculo no se podía ver nada. Esos 20 segundos de espera parecieron una eternidad. Luego, para mi gran alivio, oí una segunda detonación, mucho más fuerte que la primera. Por lo menos, la bomba no había caído sobre nosotros. Pequeños trozos flotaban en el aire. Me volví hacia los otros pero encontré que también ellos estaban a salvo6.

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Aquella noche vinieron. Bajé a la estación, a despedir a los Botham. Había todavía un tren bueno que se había conservado durante la guerra. Pero como era un viernes por la noche, había una muchedumbre enorme además de la habitual gente de vacaciones que había ido a despedirlo. Tu­ vimos cierta dificultad para abrirnos paso hasta la cabecera del tren. Final­ mente, se metieron en un compartimiento que contenía a otras 7 personas. Recuerdo que en ese momento yo me sentía muy amargado por la guerra, e incluso la despreocupada inocencia de los juguetes infantiles me enojó.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social Mientras estaba en ei andén, observé que la noche era muy peculiar, ago­ biante, con una niebla pardusca sobre las marismas, teñida con los rayos rojos de la puesta de sol. Como faltaban 10 minutos para que saliera el tren, fui caminando hasta el final del andén y seguí hacia la vía. Fue en­ tonces cuando oí la sirena silbando sobre la ciudad, y entonces me di cuen­ ta del zumbido de los motores. Eso me movió a actuar y volví corriendo al vagón. Jack y la Sra. Botham estaban allí solos, aunque todavía estaban es­ parcidos acá y allá los juguetes infantiles que me habían ofendido previa­ mente. Sugerí que nos refugiáramos bajo el terraplén. Mientras íbamos a la carrera, oí ias primeras detonaciones, pero todavía no podía ver nada. En cuanto los Botham se metieron dentro de la zanja, subí arrastrándome has­ ta arriba de la cuesta y miré por encima. Casi inmediatamente vi 4 grandes columnas de humo más allá del terraplén y paralelas a él. Me incliné a gri­ tar a los otros que se tiraran. Sentí que los siguientes 20 segundos fueron insoportables. Quizás me escondiera la cabeza en las manos, y pudimos oír el zumbido de los motores, pero no pudimos ver nada en el cielo sombrío. Con alivio oímos la siguiente detonación, mucho más fuerte que antes. Por lo menos, la bomba no había caído encima de nosotros. Silbaban las asti­ llas en el aire pero yo no estaba herido y al mirar a mi alrededor vi que los otros estaban a salvo también.

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Aquella noche vinieron. Había bajado a la estación para despedir a los Botham. A pesar de la guerra se había conservado un buen tren. Era la noche del viernes y por lo tanto había grandes muchedumbres viajando. Tuve alguna dificultad para hacerme paso hasta la cabecera del tren para coger siquiera un asiento, y había otros 7 en el vagón que sí cogimos. Recuerdo que me sentía un poco harto, debido a la guerra, y estaba ligeramente enojado debido al fútil despliegue de juguetes infantiles que abarrotaban el vagón. Como al tren aún le quedaban 10 minutos, fui caminando hasta el final del andén y seguí hacia la vía, y observé que hacía una noche peculiar. Había una niebla pardusca so­ bre las marismas que resplandecía de rojo con los rayos del sol que se ponía. Entonces oí el silbido de las sirenas sobre la ciudad y el zumbido de los moto­ res. Esto me puso en acción. Volví a la carrera al vagón. Los juguetes infanti­ les estaban todavía allí, así como Jack y la señora Botham. Sugerí que fuéra­ mos a refugiarnos bajo el terraplén. Cuando ya los tenía a salvo en la zanja, trepé por la cuesta y desde allí vi 4 columnas de humo enfrente y paralelas a la cuesta. Fue entonces cuando oí las primeras explosiones, me incliné a gritarles que se refugiaran, y los siguientes 20 segundos fueron insoportables. Quizás me escondiera la cabeza en las manos; pero me quedé aliviado, pues la explo­ sión siguiente fue mucho más fuerte que las anteriores; silbaban astillas alre­ dedor, pero por lo menos no estaba herido y encontré que ellos también esta­ ban a salvo.


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I 227 R e p r o d u c c ió n 3

Aquella noche vinieron. Había bajado a la estación para despedir a los Botham. A pesar de la guerra se conservaba todavía un buen tren. Me abrí ca­ mino hasta la cabecera para conseguirles un asiento. Me sentía bastante harto a cuenta de la guerra, y estaba irritado por las multitudes de juguetes que pa­ recían llenar todos los vagones. Había ya 7 personas en el vagón cuando sí conseguí uno. Como quedaban 10 minutos antes de que el tren saliera según el horario, caminé hasta el final del andén y seguí hacia la vía. Recuerdo que observé que era una noche peculiar. Había una niebla marrón sobre las maris­ mas teñidas de rojo por el sol que se ponía. Justo en aquel instante oí el soni­ do de las sirenas y el rugir de los motores. Eso me movió a actuar y corrí de vuelta al vagón, encontrándome con Jack Botham y su mujer, y los mismos ju­ guetes infantiles de antes. Los saqué del vagón y los llevé hasta el terraplén. Mientras estaban en la zanja yo me subí hasta arriba y cuando llegué allí vi 4 chorros de humo en línea paralela al terraplén. Después de un rato empecé a oír las explosiones. Grité a los Botham que siguieran agachados y yo mismo rodé hasta dentro de la zanja. Los siguientes 20 minutos fueron un mal rato. No sé si tenía la cabeza en las manos, pero en cualquier caso por fin se acabó. Hubo una explosión más fuerte, las astillas estaban volando a nuestro alrede­ dor. Pero por lo menos no estaba herido, y por lo que pude comprobar, ellos tampoco.

R e p r o d u c c ió n 4

Fui a despedir a los Botham en la estación. Hay ahora un buen tren desde la guerra. En el vagón estaban otras 7 personas y muchos juguetes, lo que me enojó, así que me di una vuelta hasta el final del andén. Era una noche mara­ villosa y el sol se estaba poniendo en ese momento sobre las marismas, y mientras miraba fui de repente interrumpido por el sonido de una sirena, y el rugir de los motores. Me volví volando al vagón donde aún estaban los Bot­ ham y los juguetes. Los saqué y los llevé hasta el terraplén. Se acomodaron en la zanja, mientras yo escalaba hasta arriba. Desde allí observé 4 humaredas, y entonces una explosión más fuerte que la anterior rasgó el aire. Sin saber si te­ nía la cabeza en las manos...

R e p r o d u c c ió n 5

Fui a la estación a despedir a los Botham. Les encontré un vagón y les metí dentro, pero ya había 7 personas y una cantidad de juguetes amontona­ dos por todas partes que me enojaron tanto que me salí a dar una vuelta hasta el otro extremo del andén. Era una noche agradable y el sol se estaba ponien­ do en ese momento sobre las marismas. Mientras miraba fui de repente inte-


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social .rrumpido por el sonido de una sirena y oí el rugir de los motores. Volví a la carrera al vagón de los Botham y los saqué y los llevé hasta el terraplén. Allí se acomodaron en la zanja. Me arrastré hacia adelante y saqué la cabeza por arriba y vi 4 humaredas en el cielo. No estaba seguro de si tenía la cabeza en­ tre las manos...

R e p r o d u c c ió n 6

Fui a la estación con los Botham para despedirlos. Los coloqué en un va­ gón, pero ya había 7 personas dentro y varios juguetes por todos lados. As­ queado caminé hasta el otro extremo del andén. El sol se estaba poniendo en ese momento. Mientras lo contemplaba fui de repente interrumpido por una sirena estruendosa y ei rugir de los motores. Me di prisa en volver al vagón y saqué a los Botham hasta el interior de una zanja. Me arrastré hasta arriba del terraplén y levanté la cabeza y vi 4 humaredas en el cielo. No puedo recordar si estaba sujetándome la cabeza con las manos...

R e p r o d u c c ió n 7

Fui a la estación a ver a los Botham partir en tren. Los coloqué dentro de un vagón en el que había 7 personas y muchos juguetes. Asqueado caminé a lo largo del tren hasta el final del andén. Oí el ruido de una sirena estruendosa y el rugir de los motores. Me apresuré a volver y saqué a los Botham del va­ gón hasta el interior de una zanja. Entonces subí arrastrándome al terraplén y mirando por arriba vi 4 humaredas en el cielo. He olvidado si estaba sujetán­ dome la cabeza con las manos.

R e p r o d u c c ió n 8

Fui a despedir a los Botham al tren. Los coloqué dentro de un vagón que contenía 7 personas y muchos juguetes. Asqueado caminé junto al tren hasta el final del andén, y allí oí una sirena muy estruendosa y el rugir de los moto­ res. Me di prisa en volver y vi a los Botham fuera del vagón y en el interior de una zanja. Trepé por el terraplén y mirando por arriba vi 4 humaredas. He ol­ vidado si estaba sujetándome la cabeza con las manos.

R e p r o d u c c ió n 9

Fui a despedir a los Botham al tren. Los coloqué en un vagón que contenía otras 7 personas y algunos juguetes. Asqueado caminé hasta el final del an­ dén. Allí oí una sirena y algunos motores rugiendo. Me di la vuelta y llevé a


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

229

los Botham del vagón a una zanja. Al mirar por arriba, vi 4 humaredas. He ol­ vidado si estaba sujetándome la cabeza con las manos.

R e p r o d u c c i ó n 10

Fui a ver a los Botham partir en tren. Encontré un vagón para ellos con. otras 7 personas y algunos juguetes en él. Asqueado caminé nerviosamente por el andén y oí sirenas y algunos motores rugiendo. Volví y los llevé del tren a una zanja. Miramos por encima del borde y vimos 4 humaredas. No recuer­ do si estaba sujetándome la cabeza con las manos.

R e p r o d u c c i ó n 11

Fui a ver a ios Botham partir en tren. Encontré un vagón con varias perso­ nas mayores y algunos juguetes y los coloqué en él. Oí las sirenas y los moto­ res rugiendo. Caminé nerviosamente arriba y abajo del andén asqueado, llevé a los Botham fuera del vagón y los eché en la zanja. Vi cuatro humaredas. He llegado a olvidar si estaba sujetándome la cabeza con las manos.

R e p r o d u c c i ó n 12*

Llevé a los Botham al andén y los coloqué dentro de un vagón con algunas ancianas y juguetes. Salió un chorro de humo de la máquina. Llevé a los Bot­ ham fuera del vagón y los tiré. La máquina soltó 4 silbidos. Me paseé a lo lar­ go del andén y volví asqueado.

R

e p r o d u c c ió n

13

Trasladé a los Botham desde el andén y los coloqué dentro de un vagón con las ancianas y algunos juguetes. Los conduje a la estación y los puse en el tren. La máquina silbó 4 veces. Me paseé por el andén y volví asqueado. Las transformaciones efectuadas en esta serie son asombrosas y total­ m ente inesperadas. Como siempre, el título desaparece enseguida y esto m arca la pauta para todos los demás cambios. D urante tres reproduccio­ nes el relato se conserva de forma clara como un ataque aéreo, y en la * Se ha traducido la p alabra «engine» como «m otor» hasta ahora y como «m áquina» a p artir de este sujeto, porque al singularizarlo parece referirse a la m áquina del tren. [N. de

las T.]


230

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

cuarta aún se puede suponer que es así, aunque se deja de lado toda m en­ ción a la guerra y la omisión de las frases finales dificulta la interpreta­ ción. El final incompleto afecta al sujeto siguiente quien, a su vez, omite toda referencia a una explosión, y a continuación la historia se va convir­ tiendo paulativam ente en una m era tontería. Los sujetos del uno al cuatro dijeron que tuvieron una gran cantidad de imágenes visuales y que se emocionaban de verdad. A pesar de producirse diversas abreviaciones, algunos puntos sufren la exageración que era de esperar. A todos estos sujetos les recordó experiencias personales. El sujeto siguiente fue inca­ paz de conseguir una interpretación coherente del relato, aunque trató de recordarlo como un conjunto de frases relativam ente desconectadas. Ya hacia el final todos los sujetos asimilaron la narración de esta forma, di­ ciendo los tres últimos que les parecía totalm ente sin sentido. Por ejem­ plo, a los «Botham», se les dejó de considerar como personas, y se convir­ tieron en un nom bre de objetos desconocidos. El antepenúltim o sujeto ideó el contexto visualizando un escenario de concierto con un presen­ tador*. Ya se ha dicho lo suficiente, por el m om ento, acerca de la reproduc­ ción serial de pasajes descriptivos en prosa. Todos ellos están muy abre­ viados y transformados, de forma que nadie que viese la prim era y la últi­ ma versión tendería a conectarlas en una serie continuada. El que se produjese en conjunto muy poca elaboración en todas las etapas proba­ blemente sea debido, al menos parcialm ente, al hecho de que todas las versiones fueron escritas, impidiéndose así la gran influencia que podían haber ejercido unos oyentes. La transmisión de relatos populares y de ru­ mores de boca en boca suele m ostrar mucha más elaboración, especial­ mente en la línea de la exageración. Los sujetos que tom aron parte en es­ tos experim entos son buenos representantes de cualquier grupo culto normal entre ias edades de 20 y 25 años, y el experimento m uestra de for­ ma clara al menos los enormes e inesperados cambios que pueden intro­ ducirse involuntariam ente en el material, incluso cuando los sujetos saben de antem ano que se les pedirá que lo relaten con la mayor precisión posi­ ble. No es de sorprender, por tanto, que sucesos a los que no se les da más consideración que la que comúnmente se concedería a acontecimien­ tos e incidentes de la vida cotidiana sufran una gran cantidad de alteracio­ nes a medida que se van transm itiendo de una persona a otra. De hecho, el recuerdo acumulativo de unas cuantas personas puede llegar a producir un acontecimiento, relato o representación com pletamente nuevos. * La palabra inglesa «platform» tiene las acepciones de «plataforma», «andén» y «escenario», entre otras, lo que explica la interpretación comentada. [N. de las T.]


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

231

Antes de considerar los resultados en mayor profundidad, me propongo m ostrar cómo mis sujetos abordaron pasajes sencillos de razonamientos.

5.

La reproducción serial de razonamientos

Las series de relatos populares, que comenzaban con un tipo de m ate­ rial relativam ente inconexo, evolucionaron rápidam ente hacia una forma más racionalizada y coherente. Pensé, por tanto, que sería interesante em pezar con un m aterial que presentara una cuidada forma racional, con argumentos dispuestos de una m anera lógica, y donde cada punto conec­ tase específicamente con el anterior. Ilustraré los resultados con una serie a partir de un pasaje extraído de Darwinismo de Wallace. Ningún sujeto de esta serie tenía formación en biología, pero se suponía que algunos de ellos habían estudiado algo de lógica. El pasaje original dice así: i)

Modificación de las especies

Una objeción a los puntos de vista de aquellos que, como el Sr. Gulíck, creen que el aislamiento en sí es una causa de la modificación de las espe­ cies m erece atención, a saber, la ausencia absoluta de cambios donde, si esto fuera una vera causa, esperaríam os encontrarlos. En Irlanda tenemos un caso excelente para probarlo, pues como bien sabemos se halla separada de G ran B retaña desde finales de la época glacial, ciertam ente muchos m i­ les de años. Aun así, apenas uno solo de sus mamíferos, reptiles o moluscos terrestres ha sufrido el más ligero cambio, aun cuando haya ciertam ente una diferencia clara en el medio ambiente, tanto orgánico como inorgánico. El que no se hayan producido cambios a través de una selección natural se debe quizás a una lucha menos dura por la existencia gracias al m enor nú­ m ero de especies que compiten; pero si el aislamiento en sí fuese una causa eficiente que actúa de forma continuada y acumulativa, resultaría increíble que no se hubiera producido en miles de años un cambio claro definitivo. El que no se haya producido tal cambio en este y muchos otros casos de ais­ lam iento parece dem ostrar que no constituye, en sí mismo, una causa de modificación.

R e p ro d u c c ió n 1 7

La modificación de las especies La objeción planteada por el Sr. Gulick, de que el aislamiento no es una causa suficiente para la modificación de las especies, merece atención. Pues


232

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

. hay ciertas cosas, que si esto fuese una vera causa, no son como hubiéramos esperado que fueran. En Irlanda tenemos un caso excelente para probarlo. Encontramos allí mamíferos, reptiles y moluscos como los de este país, aun­ que ha estado separado de Gran Bretaña durante el período glacial hace mu­ chos miles de años. incluso si la modificación de las especies fuese el resultado del aisla­ miento...

R e p ro d u c c ió n 2

La modificación de las especies La objeción planteada por el Sr. Garlick de que el aislamiento es una ex­ plicación insuficiente para la modificación de las especies merece atención. Pues si esto (el aislamiento) fuera una vera causa, no esperaríamos encontrar las cosas que encontramos. En Irlanda tenemos un caso excelente para probarlo, pues allí encontra­ mos mamíferos, serpientes, reptiles, etc., similares a los de nuestro país, aun­ que Irlanda se separó de Gran Bretaña durante el período glacial hace miles de años. Es más, incluso si el aislamiento fuese la única explicación para la modifi­ cación de las especies...

R e p r o d u c c ió n 3

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es la causa de la modificación de las especies. Esto parece demostrado por el caso de Irlanda con respecto a serpientes, sapos y reptiles.

R e p r o d u c c ió n 4

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es la causa fundamental de la modi­ ficación de las especies. Esto está demostrado por el caso de Irlanda con respecto a serpientes, sa­ pos y reptiles.

R e p r o d u c c ió n 5

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es la causa de la modificación. Esto ha sido probado en Irlanda con respecto a las serpientes y los reptiles de allí.


Experimentos sobre recordar: d) Ei método de reproducción serial. I R

e p r o d u c c ió n

233

6

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es la razón de la modificación. Esto ha sido probado por el hecho de que se encontraron una vez en Irlan­ da serpientes y otros reptiles.

R

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7

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es la razón de la modificación. Esto ha sido probado por el hecho de que se encontraron una vez en Irlan­ da serpientes y otros reptiles.

R

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8

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es la razón de la modificación. Esto ha sido probado por el hecho de que una vez en Irlanda hubo ser­ pientes y otros reptiles.

R e p r o d u c c ió n 9

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es el resultado de la modificación. Esta es la razón... de que no se encuentren en Irlanda serpientes y otros reptiles.

R e p r o d u c c i ó n 10

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es el resultado de la modificación. Esta es la razón de que no se encuentren en Irlanda serpientes y otros rep­ tiles.

R

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11

El Sr. Garlick dice que el aislamiento es el resultado de la modificación. Esta es la razón de que no se encuentren en Irlanda serpientes y reptiles.

E n la exposición original se encuentran cinco puntos: a) El Sr. Gulick sostiene que el aislamiento es en sí mismo una causa de la modificación de las especies;


234

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

b) Irlanda se halla separada de G ran Bretaña desde el final del p e­ ríodo glacial; c) Los mamíferos, reptiles y moluscos terrestres de Irlanda apenas han sufrido modificación alguna, durante todo el período de separación; el) Esto se puede deber, en parte, a la lucha menos dura por la exis­ tencia en Irlanda; e) Pero el ejemplo es suficiente para dem ostrar que el aislamiento no es en sí mismo una causa de modificación. El primero es el único de estos puntos que se mantiene de forma reco­ nocible, siquiera hasta la tercera reproducción. Es más, incluso en este caso el enunciado ha sufrido una doble inversión: se ha modificado en sentido contrario en las versiones 1 y 2, m ientras que en la tercera repro­ ducción vuelve a aparecer en su forma original. De hecho, no hay desde el principio ni asomo de que se capte la tram a del argumento, y ello a p e­ sar de que todos los sujetos parecían com prender lo que leían. Es intere­ sante que las serpientes aparezcan en las reproducciones con tanta rapi­ dez, y que una vez presentes, m antengan su presencia hasta el final. Al llegar a la reproducción 3, la exposición ha perdido todo su sentido, se ha hecho ininteligible en cuanto a su intención y objetivos, permaneciendo así hasta el final. El curso de esta serie de reproducciones — y hay otras muchas como la anterior— indica que es probable que sujetos cultos entiendan y real­ m ente recuerden una cantidad asom brosam ente pequeña de cualquier tem a científico acerca del cual no hayan recibido ninguna formación es­ pecializada. A quí, como en los pasajes descriptivos, los enunciados se convierten enseguida en sus opuestos, desaparece el título, y los nombres propios se modifican. E ntre el original y la reproducción final no existe ninguna conexión obvia, salvo —en este caso concreto— que el primero menciona «reptiles» y la última «serpientes» y que ambas hacen referen­ cia a teorías biológicas. Si bien el material inconexo puede lograr cone­ xiones específicas en el curso de una reproducción serial, esto no significa de ningún modo que se vayan a conseguir recordar y reproducir dichas conexiones cuando se proporcionan desde el principio. Supongamos, sin embargo, que se inicia una serie a partir de un pasaje original menos especializado que sólo consiste en un razonam iento gene­ ral; ¿serán los resultados comparables con los que se acaban de ofrecer? Para probar esto, seleccioné un conjunto de extractos, siendo un ejemplo típico el siguiente, sacado del ensayo de Em erson sobre «confianza en uno mismo», y obtuve reproducciones seriales bajo las mismas condicio­ nes que antes. El original dice así:


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

ii)

235

El intelecto es vagabundo

Viajar es el paraíso de un necio. Debemos a nuestros primeros viajes el descubrimiento de que el lugar no es nada. En casa sueño que en Nápoles, en Roma, puedo embriagarme con la belleza, y perder mi tristeza. Preparo mi baúl, abrazo a los amigos, surco los mares, y al fin amanezco en Nápoles, y allí junto a uno está la cruda realidad, el triste Yo inexorable e idéntico al cual yo estaba tratando de evadir. Busco el Vaticano y los palacios. Pretendo enaje­ narme con las vistas y las sugerencias., pero no lo consigo. Mi gigante viene conmigo donde quiera que vaya. Pero las ganas de viajar son sólo un síntoma de un desasosiego más pro­ fundo, que afecta a toda la actividad intelectual. El intelecto es vagabundo, y el sistema educativo universal fomenta la inquietud. Nuestras mentes viajan cuando nuestros cuerpos están obligados a permanecer en casa. Imitamos y ¿qué es la imitación sino un viaje de la m ente?8

A este breve pasaje se enfrentó un grupo de personas adultas, instrui­ das, que vivían apaciblem ente en el campo en Inglaterra.

R e p r o d u c c ió n 1

Viajar es el paraíso de un necio. Nos enseña la insignificancia del lugar. Quiero escapar de mi triste yo, ahogar mis penas en la embriaguez de la belle­ za en Nápoles o Florencia. Preparo mi baúl, saco mi billete, abrazo a los ami­ gos, cruzo el océano y una mañana amanezco en Nápoles. Pero yo no he cam­ biado; mi triste yo ha venido conmigo todo el camino. Voy al Vaticano, busco enajenarme con las vistas o sugerencias, pero no lo consigo. Mi Gigante siem­ pre está conmigo. Viajar es un síntoma de la inquietud que viene de la educación. Siempre nos estamos moviendo, porque incluso cuando nuestros cuerpos están en casa, nuestras mentes están viajando por tierras lejanas.

R e p r o d u c c ió n 2

Viajar es el paraíso de un necio: nos muestra la insignificancia del lugar. Quiero irme y perder mis penas embriagándome con la belleza en Nápoles o Florencia. Preparo mi baúl, saco mi billete, me despido de mis amigos y me marcho. A la m añana siguiente me despierto en Nápoles, pero no he dejado atrás mi yo ni mis penas: siguen aquí conmigo. Voy al V aticano y busco enajenarme con las vistas o sugerencias, pero no lo consigo. Mi Gigante sigue conmigo.


236

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Viajar es una señal de la inquietud resultante de la educación. Incluso cuando nuestros cuerpos están descansando nuestras mentes siguen viajando por todo el mundo.

R e p r o d u c c ió n 3

Es ridículo viajar con la intención de olvidarse de uno mismo y de sus pro­ blemas. Preparé mi baúl, dije adiós a los amigos y llegué a Nápoles al día siguiente con la idea de embriagarme con sus atractivos. Me encontré, sin embargo, que seguía pensando en mí mismo y nada ena­ jenado. Fui al Vaticano, pensando en perderm e allí de mí mismo y de mis pensamientos, pero fracasé de nuevo. Llegué a la conclusión de que viajar es el paraíso de un necio si se conside­ ra como un medio para olvidar.

R e p r o d u c c ió n 4

Viajar se suele utilizar como un medio para olvidarnos de nosotros mis­ mos y de nuestros problemas; por lo tanto, un buen día, preparé mi baúl, y emprendí un viaje hasta Nápoles, con la esperanza de que quizás disfrutaría y también quedaría gratamente encantado con los placeres de esa alegre ciudad. Sin embargo, descubrí que ni me olvidaba de mí mismo ni de mis preocupa­ ciones. Después fui al Vaticano, pero debo testimoniar que las cosas no me re­ sultaron mejor, y que mis problemas y mi yo eran mis compañeros insepara­ bles.

R e p r o d u c c ió n 5

Viajar es algo muy bueno para la gente que tiene penas o problemas. Yo mismo, ai tener problem as, decidí viajar. Prim ero fui a Nápoles, pero aquella hermosa ciudad no produjo ningún efecto en mí. Fui a Roma, pero incluso ese lugar no significó nada para mí, así que regresé a casa con mis problemas.

R e p r o d u c c ió n 6

Viajar es bueno para la gente con problemas. Al tener problemas, visité Nápoles, pero mis problemas no disminuyeron. Así que me propuse visitar Roma, pero las bellezas del lugar no me interesaron. Regresé a casa con mis problemas igual de grandes.


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I R

e p r o d u c c ió n

237

7

Viajar es bueno para la gente con problemas. Al tener problemas, visité ” Nápoles, pero mis problemas no disminuyeron. Así que me propuse visitar Roma, pero las bellezas del lugar no me interesaron. Regresé a casa con mis problemas igual de grandes.

R e p r o d u c c ió n 8

Viajar es bueno para la gente con problemas. Al tener problemas, visité Nápoles. Al no notar mejoría visité Roma, con el mismo resultado. Regresé a casa sin haber notado ninguna mejoría a pesar de la belleza de estos lugares. Mis problemas eran igual de grandes que antes. R e p r o d u c c ió n 9

Viajar es bueno para la gente con problemas. Por esa razón visité Nápoles. Al no notar ninguna mejoría me dirigí a Roma con el mismo resultado. Re­ gresé a casa, sin haber conseguido consolarme con la belleza de estos lugares. Mis problemas eran tan grandes como lo habían sido antes.

R

e p r o d u c c ió n

10

Viajar es bueno para la gente con problemas. Por esa razón hice una visita a Nápoles pero no obtuve mejoría. Entonces fui a Roma con el mismo resulta­ do. Regresé a casa con mis problemas tan grandes como siempre.

R e p r o d u c c i ó n 11

Se dice que viajar es bueno para uno cuando se tienen problem as. A causa de esto fui a Roma, pero al encontrar que no daba ningún resultado continué hasta Nápoles, y regresé a casa con mis problemas tan grandes como antes.

Todo trazo del razonam iento general ha desaparecido de esta cadena de reproducciones. Se ha perdido el sentido original. No queda más que un breve relato de un incidente personal, y una opinión general. Esta opi­ nión es exactam ente la opuesta a la original de la que deriva, aunque no cabe duda de que está más en consonancia con el punto de vista más co­ rrien te. Com o siem pre, el título desaparece de inm ediato, aunque los nom bres de las dos ciudades perm anecen hasta el final.


238

6*

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Una breve discusión general

Las diferentes cadenas de reproducciones que he presentado en su to ­ talidad son sólo una pequeña selección de las muchas que he obtenido. Pero se deben considerar como prototipos de los efectos generales que se producen cuando materiales de estos tipos pasan de mano en mano. En todos los casos, excepto en los de relatos acumulativos, a una persona que no conociera las versiones interm edias le resultaría muy difícil llegar a re­ lacionar con el original lo que queda después de relativam ente pocas re­ producciones. No hay duda de que con la libertad con la que de modo ca­ racterístico se maneja el m aterial en la vida cotidiana, suele tener lugar mucha más elaboración, aunque pueda resultar difícil imaginar que pue­ dan ocurrir cambios mucho más sorprendentes. Sin embargo, las series, tal como se han producido, m uestran claram ente un conjunto de intere­ santes y constantes procesos de cambio, todos los cuales pueden obser­ varse a medida que el m aterial pasa de un grupo a otro o de una persona a otra.

a)

N o m b res p ro p io s y títulos

E n lo que podem os llamar recuerdo serial, los elem entos más ines­ tables son los nom bres propios y los títulos. T odas las series que he obtenido, con cualquier tipo de m aterial, o grupo de sujetos, ilustran este hecho. Sin duda era previsible que los nom bres propios fueran a cam biar tan deprisa: su im portancia y aplicación son locales y varían de un grupo a otro. Pero parecía que los títulos y rótulos debían haber sido más estables, pues nos proporcionan el escenario de historias, des­ cripciones y ensayos; y sin un contexto o indicación general, como re­ petidas veces hem os visto, no se puede asim ilar ni reco rd ar ningún m aterial. Sin em bargo, el contexto es un elem ento especialm ente m u­ table. Realiza su función facilitando las cosas al sujeto, le perm ite tra ­ tar con un m aterial específico y determ ina, en gran p arte, cóm o hay que in terp retar este m aterial. A quí term ina su misión y, por lo tanto, m ientras el m aterial se puede recordar y la interpretación se conserva, el escenario se da por supuesto y no se transm ite m ediante una expre­ sión verbal concreta. No o bstante, la desaparición del título, como puede verse por los resultados de estos experim entos, puede preparar el terreno para cambios considerables en el material. Partiendo de esta consideración general, podría resultar interesante estudiar de forma experimental los efectos psicológicos de los titulares de


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción serial. I

239

los periódicos. D a la impresión de que un titular m eram ente descriptivo es de lo más ineficaz y de que un titular sesgado puede producir un pro­ fundo efecto aunque — o quizás por esta misma razón— se olvide muy rá­ pidam ente.

b)

L a inclinación hacia lo concreto

Casi todas las series m uestran una fuerte tendencia a desarrollar una form a concreta, siempre que sea posible. No obstante, el m aterial de los cuentos populares ya es de partida trem endam ente concreto y su caracte­ rística tiende a conservarse e incluso a acentuarse, con la excepción de al­ gún rasgo sobresaliente. E n los otros tipos de material, cada opinión general, argumentación, razonam iento o deducción se transform a rápidam ente para luego ser omi­ tido. Los resultados mejores encaminados en esta dirección los lograron sujetos que decían usar un m étodo visual para la evocación, como si dicho m étodo conllevase una inclinación inevitable hacia lo concreto. La ten ­ dencia, observable en varios casos, de que una narración, descripción o ensayo adopte una forma personal parece deberse parcialmente al mismo factor. C ontrarrestando en parte esta tendencia, se halla el uso de las ex­ presiones populares, de m oda o convencionales. M uchas de las series m uestran cuán rápidam ente la fraseología popular y las expresiones so­ ciales convencionales pueden hacerse un sitio en una serie de reproduc­ ciones. E n el caso de las series populares se produce una interesante excep­ ción: la acentuada tendencia a que dicho material adquiera una moraleja. Se trata, una vez más, en gran medida, de una cuestión de convención del grupo. Es una norm a aceptada que cuentos de este tipo han de tener una m oraleja, de form a que cuando no la tienen en el original, suelen adqui­ rirla en el transcurso de su reproducción. Los convencionalismos acepta­ dos funcionan en el seno de los grupos en los que están presentes como factores unitarios decisivos, aunque indudablem ente revisten una enorme complejidad. Puede parecer en principio que el conjunto de proverbios populares que se conservan por tradición en cada comunidad contradice la tenden­ cia hacia lo concreto. Pero la fuerza del proverbio popular se basa en su aplicabilidad a un caso individual. Como m era generalidad no se hubiera conservado nunca y, excepto en sentido literario, prácticamente no se usa nunca.


240

c)

Recordar, tstudio de psicología experimental y social

L a pérdida de características individuales

Bajo ias condiciones del presente experimento, todos los relatos tien­ den a ser privados de sus características individuales, los pasajes descripti­ vos pierden la mayoría de las peculiaridades de estilo y contenido que puedan poseer, y los ensayos quedan a su vez reducidos a una mera ex­ presión de la opinión convencional. En raras ocasiones pierden estas ca­ racterísticas sin sufrir a su vez un gran núm ero de cambios en otros aspec­ tos. Allí donde las opiniones expresadas son individuales parecen tender a transformarse en las ideas convencionales contrarias; donde los epítetos son originales tienden a convertirse en términos comunes y cotidianos. El estilo se hace más llano y pierde toda pretensión previa de vigor y belleza. Nadie que viera una única reproducción podría predecir el notable efecto producido por la pérdida acumulativa de pequeños detalles sobresalien­ tes. Así y todo, el efecto es continuo, de versión en versión, siguiendo di­ recciones de cambio constantes, desde e) principio hasta el final. Al mismo tiempo, hay ciertos indicios de que el m aterial tratado en forma de reproducción serial, puede adquirir una especie de sello o carác­ ter de grupo. Las versiones de los indios tienden a mostrar más elabora­ ción e inventiva que el resto. Hay que ponderar esta cuestión en cualquier procedimiento experimental, incluso cuando sus condiciones son libres y sencillas, como en el caso que tratamos. En la vida real, la adquisición de características sociales nuevas por parte del m aterial que va pasando de un grupo a otro es mucho más acentuada que lo que pueda ser en la re ­ producción serial, donde todas las versiones sucesivas han de ser escritas y no hay un público que ejerza su influencia.

d)

A b reviaciones

En todos los casos la reproducción serial produjo muchas abreviacio­ nes. Puede haber un caso aislado que produzca elaboración y extensión, pero en general su efecto se pierde con rapidez. Las series de los indios son de nuevo excepcionales al respecto. La elaboración es más común en ellos. Lo principal, no cabe duda, es que la abreviación y finalmente la desa­ parición son el destino de la mayoría de los elementos culturales que pa­ san de un grupo a otro. El grado en que este proceso se da varía en los distintos grupos y según el tipo de material. En la vida real sufre constan­ tes trabas como resultado de los intentos individuales de inventar y ador­ nar. Creo, ciertamente, que las condiciones experimentales favorecen mu­


Experimentos sobre recordar: d) El método de reproducción señal. I

241

cho la abreviación. Escribir un relato que se ha leído es algo muy diferen­ te de contar un relato que se ha oído. El estímulo social, que determ ina prim ordialm ente la form a en este último caso, se halla prácticam ente au­ sente en el primero. El hecho de que no se dé ninguna exageración ni ela­ boración en una serie experim ental prueba la gran fuerza de las tenden­ cias que las producen. En cierto sentido la exageración sí ocurre por lo común. Cuando se acompaña una generalidad con cláusulas que contienen una salvedad, son éstas las que tienden a desaparecer aunque se conserve la generalidad.

e)

R a cio n a liza ció n en la rep ro d u cció n serial

A prim era vista, el efecto de la reproducción serial sobre los cuentos populares y sobre los pasajes descriptivos y expositivos parece, en cierto sentido, m arcadam ente distinto. Los cuentos populares en su conjunto tienden a ganar coherencia con la introducción de términos conectivos y explicativos. Las descripciones y ensayos parecen, por otra parte, degene­ rar en unas cuantas oraciones sin conexión aparente. No se produce, sin embargo, una contradicción real. A m bos son efectos racionalizadores que se podrían predecir fácilmente. El contexto general de las narraciones po­ pulares es poco común, desconocido y difícil para los sujetos de estos ex­ perimentos, de ahí que haya que m ostrar la conexión de los incidentes. El contexto y tipo de conexión de los otros pasajes resultan familiares, de m anera que el propio contexto proporciona los lazos de conexión que no requieren una formulación específica. M ientras el material se pueda redu­ cir a una form a que cualquier m iem bro de un grupo social dado acepte m ínimam ente, todo va bien. La m anera en que de hecho se reduzca hasta dicha form a puede variar enorm em ente de una clase de m ateriál a otro, aunque la tendencia psicológica subyacente sea la misma.

f)

L a naturaleza radical de los ca m b io s

D espués de lo dicho ha quedado perfectam ente claro que la reproduc­ ción serial norm alm ente proporciona transformaciones asombrosas y ra­ dicales en el material. Los epítetos se transform an en opuestos; los inci­ dentes y sucesos se tran sp o n e n ; los nom bres y núm eros raram en te perm anecen intactos tras unas cuantas reproducciones; las opiniones y conclusiones se invierten: parece como si pudieran ocurrir casi todas las variaciones posibles, incluso en las series relativam ente cortas. Al mismo


242

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

tiempo, los sujetos pueden estar muy satisfechos con sus resultados, tener la convicción de haber transm itido todas las características im portantes con pocos cambios o ninguno, y de simplemente, quizás, haber omitido aspectos no fundamentales. Un sujeto que toma parte en un experimento es, por regla general, más cuidadoso de lo normal, así que podemos supo­ ner con razón que los cambios efectuados por la reproducción serial en el transcurso de los intercam bios sociales cotidianos ocurrirán p robable­ mente todavía con mayor facilidad y serán más destacados que los que se han ilustrado en estas pruebas. Nos encontramos ahora en situación de ver de forma más clara que antes cuán engañoso puede ser apoyarse exclusivamente en el m étodo de experimentación con el material sin sentido. Por ejemplo, suele suponerse que la posición es un factor de destacada importancia en la evocación. Se supone que cualquier material que aparezca al principio o al final de una serie tiende a ser recordado sin alteración y con un mínimo esfuerzo. Pa­ rece, después de lo dicho, que a medida que el contenido que se ha de re­ cordar se aproxima cada vez más al que la gente maneja día a día, es m e­ nos probable que este factor de posición asuma una función primordial. El material que aparece al principio y al final puede ser fácilmente des­ plazado por elementos que ocupan cualquier otra posición, si resulta que este material tiene más interés para el grupo que lo que el primero está reproduciendo. Por otra parte, el que se m antenga no es de ningún modo una garantía de exactitud. Las prim eras y últimas partes de relatos trans­ mitidos socialmente tienden a sufrir tanta transformación como cualquie­ ra de los fragmentos intermedios. De hecho, la abrum adora impresión que produce este tipo de experi­ mento más «realista» sobre la m em oria es que el recuerdo humano suele hallarse enorm em ente sujeto a error. Parece que lo que decimos con el fin de que otros lo reproduzcan es realm ente —en mayor medida de lo que suele admitirse por lo general— una construcción que sirve para jus­ tificar cualquier impresión que pueda haber dejado el original. Es precisa­ mente esta «impresión», raras veces definida con mucha exactitud, la que persiste con mayor facilidad. M ientras los detalles que se puedan cons­ truir alrededor de ella sean tales que le proporcionen un contexto «razo­ nable», la m ayoría de nosotros nos sentimos bien y tendem os a pensar que lo que construimos lo hemos retenido al pie de la letra. Nos ocuparemos más detenidam ente de este carácter evidentemente constructivo de la evocación en cuanto nos centremos en el estudio de los problemas teóricos generales.


Capítulo 8 EXPERIMENTOS SOBRE RECORDAR e) El método de reproducción serial. II. Material gráfico

1.

Introducción

No sólo se suelen transm itir rápidam ente de una persona a otra y de un grupo a otro relatos, descripciones de acontecimientos y ensayos, sino tam bién diversos tipos de m aterial gráfico; entre otros, formas artísticas, patrones decorativos, representaciones gráficas de objetos comunes, etcé­ tera. A m enudo, el m aterial sufre una transformación considerable en el curso de esta transmisión. Es por ello interesante tanto desde el punto de vista del m aterial gráfico que se recuerda, como de la relación entre éste y el desarrollo de representaciones convencionales, ver hasta dónde se pue­ da producir en condiciones experim entales un proceso de transformación de este tipo. Se sabe que una persona puede recordar perfectam ente lo que, sin em bargo, no logra reproducir bien cuando dibuja; pero se ha com probado repetidas veces que al presentar una forma compleja cual­ quiera para que sea observada, habrá determ inadas características que predom inarán y volverán a aparecer con bastante seguridad en cualquier reproducción que de la misma se realice; y tanto si se dibujan con preci­ sión, como si no, es probable que sean esas características las que deter­ m inen la dirección que seguirán los cambios que se produzcan en el curso de la reproducción de una serie. D e acuerdo con ello, reu n í un conjunto de representaciones gráfi­ cas muy simples y las som etí a un proceso de reproducción repetida y en serie, exactam ente en las mismas condiciones que se han descrito para los pasajes en prosa. Com o en los casos anteriores, voy a presen­ tar aquí sólo una selección muy pequeña de los num erosos resultados recogidos, que basta p ara ilustrar algunas características sobresalientes de las reproducciones. T an to en la reproducción repetida como en la 243


244

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

serial, encontram os que en térm inos generales los principios son los mismos, por lo que únicam ente voy a dar ejem plos de las cadenas de reproducción.

2.

La tendencia a transformar de acuerdo con representaciones convencionales aceptadas

Como ya se ha señalado a n te s1, siempre que el material presentado visualm ente p reten d a rep resen tar algún objeto común pero contenga ciertas características no familiares para la comunidad a la que se le pre­ senta el material, estas características se transform arán invariablem ente en la dirección de lo familiar. Esto constituye, en el caso de material gráfi­ co, una especie de analogía con la racionalización de los pasajes en prosa. El principio queda adm irablem ente ilustrado en la serie siguiente:

Reproducción 1

^

A 1r

u

Dibujo original Reproducción 2

Tflft'friM T

Reproducción 3

h onue.


Experimentos...: e) El método de reproducción serial. II. Material gráfico

Reproducción 4

245

Reproducción 5

Reproducción 6

Reproducción 7

Reproducción 8

Reproducción 9

A unque la serie es muy breve, todas las características del original que contenían alguna peculiaridad se han perdido. La cara inm ediata­ m ente se endereza, se hace ovalada y luego redonda, y adquiere ojos, nariz y boca de tipo convencional. H ay una considerable elaboración hasta el m om ento en el que cam bia el rótulo; a p artir de ahí, en tra de nuevo en escena la sim plificación. N o hay duda de que el nom bre asignado tuvo m ucho que ver con la form a reproducida, pero to d a la serie m uestra la rapidez con que una representación gráfica puede m o­ dificar sus características dom inantes hacia una form a esquem ática ya existente en el grupo de sujetos que in ten tan rep ro d u cir dicha re p re ­ sentación.


246

3.

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Elaboración

En estas condiciones experimentales y con el tipo de sujetos em plea­ dos, la elaboración fue mucho más común en el caso del material gráfico que en el de los pasajes en prosa, hecho que coincide con otros datos co­ mentados anteriorm ente. El material gráfico inducía con muchísima más frecuencia a los sujetos a utilizar imágenes visuales; y ya hemos visto que un método de imágenes visuales favorece la invención2. Por otra parte, en los experimentos sobre percepción se ha puesto de manifiesto que es muy común multiplicar las características de un objeto presentado visual­ m en te3. Hubo dos tipos de elaboración muy frecuentes. En el primero, a medi­ da que todo el conjunto de la figura se iba transform ando poco a poco, determinados elementos relativam ente aislados se elaboraban adoptando la forma de alguna característica que pertenecía por naturaleza al nuevo contexto. En el segundo, simplemente se repetían detalles o motivos. Podemos tom ar como ejemplo del prim er tipo la serie que aparece a continuación. El dibujo original es una representación del «mulak» egip­ cio, reproducción convencional de un búho, que puede haber sido el ori­ gen de la form a de nuestra letra M.

Dibujo original


Experimentos...: e) El método de reproducción serial. II. Material gráfico

247

Q ^ ^ r L r ^ h - i)

(J

^

f*

La elaboración de esta serie es evidente. El cambio de dirección en la curva del ala, por parte del tercer sujeto y su duplicación, sugerían de in­ mediato una cola, y de ahí en adelante la cola va bajando cada vez más hasta que adopta una posición apropiada y se destaca de modo especial, proceso a lo largo del cual vuelve a cam biar de orientación dos veces más. Las líneas ap aren tem en te inconexas del dibujo original se incorporan dentro de la figura, y la señal inicial del rostro se transform a en una cinta con un lazo. Los bigotes aparecen a su debido tiempo y las líneas de la es­ palda se multiplican hasta llegar a oscurecerla4. En realidad, aparece aquí el mismo proceso de la serie «R etrato de un hombre»: una figura bastante poco habitual, pero que sugiere con cierta fuerza determ inada represen­ tación realista, se va elaborando más y más hasta adoptar una forma fami­ liar. Una vez que se logra este fin, se tiende a simplificar de nuevo, y todo el conjunto progresa hacia una form a genuinam ente convencional.


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

El segundo tipo de elaboración, es decir: la fuerte tendencia a m ulti­ plicar partes al reproducir formas gráficas, aparece en las dos series p re­ sentadas;,en 3a prim era, especialm ente en las reproducciones 3-7, y en la segunda, desde el principio hasta la reproducción núm ero 10. Este tipo de transformación está presente en todas las series individuales que he recogido. En una que comienza como un sencillo dibujo de un velero con tres nubes en el cielo y tres pájaros a la izquierda, las nubes pasan a ser dos líneas onduladas bastante enm arañadas en la esquina derecha, m ien­ tras que los pájaros, que pierden su carácter representativo, se multipli­ can en treinta y ocho pequeñas líneas rectas horizontales situadas en la esquina izquierda cuando llegamos a la reproducción decimoséptima. En otra, que comienza como un dibujo de una casa con siete ventanas, la fi­ gura se convierte en un simple cuadrado, en el que se insertan las venta­ nas en forma de treinta y seis cuadraditos distribuidos en cuatro grupos de nueve. Esta clase de m ultiplicación de detalles desem peña una im portante función en el desarrollo de las formas artísticas convencionales en la vida real. Por ejemplo, H addon habla de la repetición como de «ese recurso característico de las tendencias ornamentales». Su constante aparición en el curso de estos experimentos contribuye a m ostrar que el material expe­ rimental no es en absoluto ajeno al que se produce en las condiciones co­ tidianas de contacto y desarrollo social.

4,

Simplificación

Considerando la forma en que se obtiene el prim er tipo de elabora­ ción, es fácil darse cuenta de que le acompaña necesariam ente una simpli­ ficación. Un detalle aislado que se desarrolla para entrar a formar parte de un modelo determ inado, desaparece de su posición original, de modo que una parte del diseño general se resiente de la elaboración de una par­ te distinta. El segundo tipo tam bién suele implicar una simplificación por­ que la repetición de ciertas partes se obtiene por lo común a expensas de otras que se omiten. Si volvemos a los diseños o dibujos considerados como un todo, pare­ ce surgir un principio de elaboración y simplificación bastante definido. Siempre que tengamos un dibujo que —debido a su singularidad y rare­ za— un sujeto del grupo en cuestión no pueda asimilar con facilidad, hay una fuerte tendencia a elaborarlo dentro de alguna forma fácilmente re­ conocible. Pero una vez que ésta queda consolidada, se simplifica hasta que toda la figura haya adquirido una forma más o menos convencional


Experimentos...: e) El método de reproducción serial. II. Material gráfico

249

para este grupo. Este proceso simplificador puede ir incluso más allá de dicho límite; en ese caso, el conjunto vuelve a resultar difícil de etiquetar o reconocer y comienza una vez más la elaboración, que puede continuar hasta que se desarrolle un conjunto nuevo y diferente, pero familiar. Tam bién puede que todo el diseño pase a ser un motivo decorativo, p er­ diendo p o r com pleto su carácter representativo. O btuve, por ejemplo, dos largas series que com ienzan con la representación obvia de un velero; una y otra m uestran una rápida simplificación hasta que se pierde el b ar­ co. Así, en una se dio la vuelta al barco que, boca abajo, se convirtió en un figura en forma de herradura, para a continuación volver a transfor­ marse en una especie de arco arquitectónico con decoraciones laterales, derivadas de lo que inicialm ente eran agua, nubes y pájaros; el otro pasó por un proceso más am plio de elaboración progresiva, hasta llegar a lo que la mayor parte de los sujetos tom aron por un quiosco de música. Las reproducciones de m aterial que continúan durante mucho tiempo pueden por tanto alternar entre procesos de elaboración y procesos de simplifica­ ción, a través de los cuales pueden evolucionar hacia diseños decorativos o hacia una serie de representaciones de objetos que aparentem ente no guardan relación entre sí.

5.

Denominación

En los prim eros experim entos sobre percepción quedó claro que la asignación de un nom bre a los objetos observados solía influir poderosa­ m ente en su reproducción o descripción inm ediata5. Por otra parte, a p ar­ tir de los resultados obtenidos con otros métodos, hay pruebas de que en determ inados casos ios nom bres dados por un observador pueden desem ­ peñar una función muy im portante en su recuerdo, tanto si éste es inm e­ diato como si es rem oto. La reproducción serial de formas gráficas ha destacado de nuevo la im portancia de la denominación. Con este tipo de material y de m étodo, la denom inación puede funcionar de dos maneras. En prim er lugar, y quizá más a m enudo, el conjunto presentado recibe un nombre y pasa a ser recordado con los rasgos convencionales del objeto así denom inado por la com unidad o persona en cuestión. Pero hay una clase de sujetos que, especialm ente cuando tienen entre manos un m ate­ rial difícil de designar com o un todo, muy a m enudo desmenuzan el obje­ to que se les presente y dan un nom bre a cada una de esas partes; habi­ tualm ente en tales casos se produce una representación visual. U n buen ejemplo se encuentra en una de las series sobre el «mulak». «Me repre­ senté visualmente cada p arte —dijo el sujeto— y me puse a dar nombres


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

a cada una de ellas. Me dije: ‘un corazón arriba, luego una curva, y un poste recto que baja hasta un pequeño pie abajo. Entre estos dos una le­ tra W, y la mitad de un corazón a mitad del lado izquierdo.» Estuvo tra ­ bajando en una reproducción que había tomado la forma siguiente:

y su reproducción fue la que aparece a continuación:

Es evidente que en este caso los nombres han afectado claramente a ia forma reproducida, y que bajo su influencia el conjunto se ha transfor­ mado en el tipo de animal singular y heráldico en el que rápida y clara­ mente se convirtió en reproducciones ulteriores. Con una frecuencia todavía mayor se utilizaron los nombres para con­ tar. En esos casos, contribuían a m antener con precisión el orden o el nú­ mero, pero perm itiendo a la vez variaciones en la forma muy considera­ bles.

6.

La conservación de detalles aislados

Ya he m ostrado anteriorm ente que cuando una form a gráfica se va convirtiendo en una representación precisa de un objeto común, se suelen incorporar dentro del conjunto los detalles aislados, a menudo cambiando su posición y experim entando una elaboración en todo el proceso. Sin embargo, cuando el detalle aislado se produce en una forma que es ya claramente representativa, o en un tipo de diseño decorativo, la probabi­ lidad de que se conserve sin cambiar mucho es muy elevada. La oreja ais­ lada del gato en las reproducciones 16-18 de la serie sobre el «mulak» es uno de estos casos, pero cuento con ejemplos aún mucho mejores. Las


Experimentos...: e) El método de reproducción serial. II. Material gráfico

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dos líneas onduladas que, como ya se ha mencionado, sustituían a las nu­ bes en una de las series sobre el velero, aparecieron en la cuarta repro­ ducción y se m antuvieron sin cambios im portantes a lo largo de una serie muy larga. Muchas otras veces ocurrió lo mismo; líneas, formas, puntos, cualquier rasgo, fuese el que fuese, que persistiera al margen de un diseño central se reproducía una y otra vez, prácticam ente sin variaciones. Lo anterior constituye además otro caso de esa curiosa conservación de deta­ lles triviales, singulares, inconexos e irrelevantes a la que ya se ha hecho referencia6. Pone de manifiesto un principio que puede tener una im por­ tancia enorm e en el recuerdo norm al y que tiene relación con ciertos p ro ­ blemas de formalización social, asunto sobre el que volveremos a tratar más ad elan te7.

7.

Resumen

E n resumen, las conclusiones principales que pueden derivarse de la reproducción serial de m aterial gráfico son las siguientes: 1. T arde o tem prano, todo el m aterial de este tipo tiende a adoptar la forma de representaciones convencionales aceptadas, o de diseños de­ corativos ya existentes en el grupo de sujetos de que se trata. 2. Cuando se presenta un m aterial que resulta representativo para los sujetos, pero al que no se puede clasificar de una forma definida, tien­ de a experim entar una elaboración hasta que se produce una forma fácil­ m ente reconocible. 3. O tra característica com ún es la multiplicación de un detalle que no se asimila fácilm ente o de un motivo en un diseño ornamental. 4. Cuando se p resenta una form a fácilmente reconocible, tiende a simplificarse convirtiéndose en una representación o diseño que ya es genuinam ente convencional. D icha simplificación puede ir demasiado lejos, hasta el punto de que puede com enzar un nuevo proceso de elaboración, dando lugar a que se desarrolle una form a representativa sin conexión aparente con el original. 5. La asignación de un nom bre al conjunto o a cada una de sus par­ tes, afecta en gran m edida a la reproducción, tanto si ésta es inmediata como si es rem ota. Cuando se utiliza el procedimiento de contar, puede que se conserven el orden y el núm ero, aunque la forma resulte alterada. 6. Se da una fuerte tendencia a conservar detalles aparentem ente tri­ viales o inconexos de carácter no representativo, o en un contexto que no lo es.


Capítulo 9 PERCIBIR, RECONOCER, RECORDAR

1.

Introducción

U na vez expuestos los principales datos de mis estudios experim enta­ les, es el momento de considerar si poseen alguna relevancia teórica co­ herente. Como es bien sabido, no faltan teorías acerca de la memoria; en numerosas ocasiones han especulado sobre el tem a biólogos, filósofos y — aunque quizá en m enor grado— psicólogos. Los biólogos, por lo gene­ ral, han considerado la m em oria fundam entalm ente como una función re­ petitiva para, a continuación, adentrarse en teorías acerca de cómo pue­ den form arse y volver a excitarse de algún m odo «huellas» específicas. Los filósofos, como es natural, han intentado descubrir cómo se relaciona con el mundo.«real» lo que se recuerda y han puesto en tela de juicio la validez de la información que proporciona el recuerdo. La mayor parte de los trabajos psicológicos más elaborados, sobre todo los que tienen una base experimental, tratan de problem as especiales del área en gene­ ral. Por ejemplo: del curso norm al de aprendizaje y olvido, de la influen­ cia de condiciones especiales tales como la posición dentro de una serie o la intensidad de los estímulos, entre otras; de las clasificaciones de los ti­ pos más característicos de asociaciones y del estudio de la «fuerza de la asociación». Los psicopatólogos han tenido en cuenta a los sujetos extra­ ordinarios, tanto en relación con el recuerdo como con el olvido, y han prestado una detenida atención al problem a de la base afectiva de la m e­ moria. Como hay bastantes resúm enes buenos de las teorías clásicas1, no voy a intentar describirlas aquí. Las teorías más recientes de psicología general no se encuentran todavía com pletam ente asentadas, y un breve resum en no les haría justicia2. Por consiguiente, voy a proceder sin más a considerar qué conclusiones teóricas acerca de las características y funcio­ nes del recuerdo se deducirían de los resultados que he obtenido. 253


254

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

20 Qué precede al recuerdo Es imposible entender ningún proceso mental de grado superior si se estudia simplemente por y para sí mismo. Sin duda, esto es algo que por lo general se admite, pero no suele ser fácil darse cuenta de su relevancia para los experim entos psicológicos, debido quizá a un sutil tipo de p er­ sistencia de la psicología de las «facultades». Algunas de las críticas más evidentes a la psicología de las facultades, sin em bargo, son de poco peso. Por ejemplo, se dice que la psicología de las facultades no es válida porque considera que las funciones complejas se explican a sí mismas. No tenem os derecho a afirm ar que un hom bre reconoce, recuerda o piensa gracias a que tiene una facultad específica para hacerlo, pero, en mi opinión, no hay nadie tan simple como para pretender hacer ese tipo de afirmaciones aunque a m enudo se haya utilizado el lenguaje sin las debidas precauciones. No obstante, lo que sí parece ocurrir es que si in­ tentam os resolver cualquier problem a psicológico genuino, estamos obli­ gados a aceptar ciertas actividades o funciones complejas como punto de partida. Tenem os que adm itir el principio de que éstas no se han de m ul­ tiplicar más de lo que sea absolutam ente necesario; pero no hace falta pasar de ahí. Las «facultades» se convierten entonces en meras activida­ des complejas que no se explican psicológicamente a sí mismas, sino que pueden utilizarse para explicar otras actividades basadas en ellas, tanto si son más complejas que las prim eras como si lo son menos. A un así, entraña algún riesgo aceptar este principio m etodológico, porque es casi imposible encontrar una sola actividad o función mental que a lo largo de la historia de la psicología alguien no haya considerado como un punto de partida imposible de analizar. La razón reside en que los psicólogos siguen considerando que las soluciones a los problemas que todo proceso mental presenta pueden hallarse sin buscar más allá de los límites del propio proceso específico. Tomemos un proceso como el reconocimiento, o el recuerdo, y lo aco­ tamos, por ejemplo, diciendo que se produce reconocimiento cuando al representarnos un objeto, sentimos, o juzgamos, o «sabemos» que no es nuevo. Entonces, intentarem os explicar esta sensación, juicio o conoci­ m iento por una peculiaridad discriminable entre los procesos que están ocurriendo y dentro de los límites que hemos trazado. Esto, como tienden a m ostrar todos mis resultados experimentales, es un procedimiento total­ m ente ilegítimo. Percibir, reconocer y recordar son funciones psicológicas que pertene­ cen a la misma serie general. El estudio de estas dos últimas tiene que co­ menzar no considerando los casos en los que ocurren de modo aislado,


Percibir, reconocer, recordar

255

sino investigando los procesos perceptivos previos. Es evidente que no se puede reconocer o recordar algo que no se haya percibido prim ero o, en un sentido am plio, que no se puede reaccionar de una m anera familiar ante nada que de antem ano no se haya presentado y haya suscitado algún otro tipo de reacción. Es igualmente evidente, pero aún más im portante, que no todo lo que se ha percibido es, de hecho, reconocido o recordado. A partir de esto, podríam os sospechar que la diferencia entre reconoci­ miento y recuerdo viene dada, al menos en parte, por el modo o las con­ diciones de la percepción anterior.

3.

Percibir y reconocer

El resultado más sorprendente a prim era vista de los experimentos so­ bre percibir fue la gran diversidad de respuestas que podían suscitarse norm alm ente por patrones sensoriales constantes en esencia, tanto en el mismo individuo, en diversos m om entos, como en individuos diferentes. De hecho, el proceso perceptivo implica dos funciones distintas, pero re­ lacionadas: a) la del patrón sensorial, que proporciona una base fisiológica a la percepción; y b) la de otro factor que a partir del patrón sensorial elabora algo con una significación que va más allá de su carácter sensorial in m ed iato 3. Esta parece ser una función específicamente psicológica en la respuesta perceptiva total, y por el m om ento voy a m antenerla deliberadam ente vaga e indefinida. Creo que, a estas alturas, se puede dem ostrar que tanto el reconocer como el recordar dependen de si tiene lugar y cómo la segunda función psicológica de la acción de percibir. Com o no he incluido en este informe experimentos concretos sobre el reconocim iento, comenzaré por una bre­ ve descripción de un caso que se investigó en profundidad en el L abora­ torio de Psicología de Cambridge. El caso que se va a considerar se refiere a un defecto de habla muy es­ pecífico. U n niño, en apariencia perfectam ente normal, fue operado de intususcepción* a la edad de un año y medio. Se sabe que una operación de este tipo suele tener profundas repercusiones psicológicas. D urante la * D o lencia p ro v o c a d a p o r la p e n e t r a c ió n de un extrem o del intestino en o tro adyacente. [N del E.].


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

convalecencia, el niño parecía extrañam ente inerte, sin que nada de su entorno inmediato le afectara y sin que él respondiera a ninguna clase de estímulo externo. En el m om ento de la operación, estaba experim entan­ do un rápido desarrollo del habla, pero después se m ostraba no sólo re­ trasado en cuanto a este aspecto, sino privado de la capacidad de habla que había adquirido previam ente. No utilizaba palabras, ni lograba res­ ponder a las de otras personas e incluso, según se nos dijo, no lograba emitir sonido alguno salvo en condiciones de especial excitación. Este es­ tado se mantuvo, y cuando el niño fue al colegio no se le pudo enseñar a leer ni a escribir, ni inducirle a hablar. Se creía que padecía un retraso mental; sin embargo, sus profesores se hallaban perplejos con él porque en algunos aspectos en los que no intervenía el factor del lenguaje, pare­ cía extraordinariam ente brillante e inteligente. Cuando tenía más o m e­ nos seis años, Sir Etenry H ead se hizo cargo de él y dispuso que viniera a Cambridge para someterse a observación en una escuela especial. A los seis años, el niño no utilizaba el habla ni apenas sonidos. No sabía leer ni escribir y en principio parecía imposible que se le pudiera enseñar. No obstante, era indudablemente inteligente y, de hecho, alcanzó una edad mental de unos 10,5 años en las pruebas de inteligencia en las que se elimi­ naba el lenguaje. En seguida se descubrió que, si quería, podía imitar con gran fidelidad los sonidos de ciertos animales. Era un niño de ciudad y por consiguiente su repertorio de sonidos de animales no era muy amplio pero, eso sí, casi perfecto. Así pues, parecía no haber defecto auditivo. El niño po­ día oír e identificar lo que oía en ciertos casos, aunque no utilizara nombres. En esta fase de su desarrollo lo trajeron al Laboratorio de Psicología de Cambridge. Muy pronto aprendió, observando a un instructor, lo que se esperaba de él, y m ostró que podía reaccionar de modo diferenciado y preciso a sonidos musicales de tono, intensidad y complejidad diferentes, reconociendo o identificando un tono dado exactamente en el sentido en el que suelen utilizarse estos términos. Con esta base aprendió entonces a reaccionar de modo diferenciado ante sonidos hablados de distinta cuali­ dad vocal, combinaciones de consonantes y vocales, y finalmente, a com­ binaciones de palabras de orden bastante simple cuando el habla era p ro ­ ducida p o r una persona en particular. Com o no ten ía ningún retraso mental en absoluto, no podía residir en una institución especial, así que, desgraciadamente, dejó de estar bajo nuestra observación, aunque ya p a­ recía hallarse en vías de llegar a ser una persona bien ad ap tad a4. Este caso presenta interesantes características desde el punto de vista de un estudio del reconocimiento. D urante más de cuatro años personas que podrían considerarse observadores com petentes, creyeron que este niño no podía identificar o reconocer sonido alguno. Parece,seguro que


Percibir, reconocer, recordar

257

nunca produjo claram ente ningún sonido articulado del habla humana. Se dem ostró que no tenía defectos auditivos y su capacidad para imitar los sonidos de ciertos anim ales ponía de m anifiesto no sólo que podía oír bien, sino que podía discriminar y reconocer diferentes sonidos. Por últi­ mo, era notable su rapidez para reconocer ciertas formas elementales del habla hum ana, una vez que comenzó a hacerlo. La percepción auditiva es una combinación de dos funciones: oír y es­ cuchar. La prim era de ellas es directam ente fisiológica y consiste en la re­ acción del mecanismo auditivo ante algo que logra estimularlo. En cierto grado, ya es selectiva, pero dicha selectividad se basa directam ente en di­ ferencias de intensidad, duración, frecuencia, etcétera, entre los estímu­ los. La segunda función, escuchar, puede tener también una base fisioló­ gica, pero en ese caso no hay m odo de indicar o localizar el ap arato implicado. Las perturbaciones de la audición pueden hacer extraordina­ riam ente difícil el reconocim iento. Por ejemplo, puede dem ostrarse que la sordera a las frecuencias altas de sonidos retrasa la identificación de un modo concreto de los sonidos del habla hu m an a5, pero bajo ninguna cir­ cunstancia resulta posible que el oír sin escuchar proporcione una base suficiente para el reconocim iento. La acción de escuchar, como la de oír, es selectiva, pero en el prim er caso -las características del estímulo desem­ peñan una función secundaria. Escuchar de un modo selectivo se halla determ inado fundam entalm ente por las diferencias cualitativas de los es­ tímulos en relación con las predisposiciones cognitivas, afectivas y m otri­ ces del que escucha. E ste tipo de selectividad, basada directam ente en factores cualitativos, dom ina sobre cualquier otro tipo en todos los proce­ sos m entales superiores. Estas consideraciones pueden aplicarse fácilmente al caso referido del niño con un retraso en el habla: oía sonidos, pero por razones psicológicas no podía escucharlos. Estos aparecían simplemente reunidos como soni­ dos, proporcionando quizá una base para reaccionar de m anera distinta a las diferencias de frecuencia, duración e intensidad del estímulo; pero no para reaccionar frente a distinciones cualitativas. A ún así, en todo m o­ m ento surgieron de esta confusión general unos cuantos sonidos: los que hacían ciertos animales. E n su caso, la razón por la que se combinaron las acciones de oír y escuchar al reaccionar ante los animales, pero no ante los seres hum anos, podría muy bien rem ontarse al traum a que siguió a la operación. Para hacerle salir de su dificultad, se le indujo una actitud u orientación hacia los seres hum anos sem ejante a la que tenía hacia los animales. Eso fue lo que llevó a cabo su instructora de Cambridge, con la ayuda del procedim iento experimental, y es importantísimo señalar que en un principio fueron los sonidos del habla que ella producía los únicos /


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

que reconocía el niño. Parece que oír, aunque era necesario para recono­ cer, no constituía por sí solo una base suficiente, y que el reconocimiento sólo se hizo posible cuando las reacciones auditivas se complementaron con una actitud, una orientación, una respuesta preferencial por parte del muchacho hacia determ inadas situaciones auditivas específicas. La distinción entre oír y escuchar tiene su paralelismo en otros cam­ pos senseríiales. En la percepción visual hemos de distinguir entre ver y mirar u observar, y en los experimentos se pusieron de manifiesto las di­ versas formas de tratar patrones visuales constantes, que se deben a la im­ portancia del segundo factor. En la respuesta motriz tenemos que dife­ renciar en tre patrones sensoriales aferentes y la relación que éstos guardan con ejecuciones o habilidades de algún tipo. En el campo del tac­ to, se encuentran las funciones de los impulsos sensoriales que llegan, y también su situación general en relación con la postura y el movimiento del cuerpo. En todos estos campos, y en cualquier otro en el que pudiera dem ostrarse una base sensorial, el reconocimiento depende de que se ac­ tiven sim ultáneam ente dos funciones distintas: 1) una reacción sensorial específica y 2) una actitud, u orientación, que no puede adscribirse a ningún apa­ rato fisiológico localizado, pero que ha de considerarse perteneciente al sujeto u organismo que reacciona «como una totalidad». No hay reconocim iento sin estas dos funciones, aunque no hay que concluir de inmediato que cuando ambas se hallen presentes en una res­ puesta perceptiva de la que se pueda derivar el reconocimiento, éste se produzca de hecho. Todo acto de reconocimiento contiene por tanto un significado que va más allá de la identificación específica que implica. Nos dice algo sobre las reacciones psicológicas preferentes de la persona que realiza el acto. En el caso del niño, por ejemplo, la identificación de los sonidos de los animales revelaba una respuesta preferente a ciertos ani­ males, y el comienzo de su identificación de los sonidos del habla hum a­ na, una respuesta preferente hacia una persona determinada. A estas alturas ya debería estar claro por qué todo el conjunto de in­ vestigaciones experimentales sobre reconocim iento ha producido pocas teorías, pero conflictivas. Los experim entadores se han concentrado de modo prácticam ente unánime en lo que supuestam ente sucede en el m o­ mento del reconocimiento. Hay cuatro teorías principales: 1) El reconoci­ miento se produce cuando, estando representado un objeto cualquiera, el patrón perceptivo inm ediato se compara con un percepto — o imagen— revivido y se emite un juicio de semejanza o de antigüedad. 2) No tiene


Percibir, reconocer, recordar

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por qué darse una com paración ni un juicio, sino que el percepto —o ima­ gen— revivido se «funde» con el patrón perceptivo inmediato. 3) No es preciso que se produzca com paración, ni juicio, ni una hipotética «fu­ sión»; sin em bargo, sobre la representación se establece una respuesta afectiva — denom inada por lo común «sensación de familiaridad»— que es lo que constituye el reconocim iento. 4) El reconocimiento no es juicio, «fusión» ni sensación, sino una apreciación intelectual inm ediata — «co­ nocimiento»— de antigüedad o de semejanza. La segunda de estas ideas es un ejemplo sorprendente de hipótesis esté­ ril, ya que nunca puede ser probada ni desechada. Es muy fácil demostrar cualquiera de las otras, o todas ellas. No obstante, en el mejor de los casos, estas descripciones revelan m eram ente mecanismos específicos de recono­ cimiento, una vez fijadas las condiciones generales. Puede que nos indiquen lo que sucede cuando se produce el reconocimiento, pero no aclaran nada sobre cómo se hace posible cualquiera de estos procesos. Quizá un estudio experimental de los procesos perceptivos que preceden a un caso particular de reconocimiento podría ayudarnos a entender por qué a veces su meca­ nismo específico se produce por comparación y juicio, a veces por una sen­ sación y a veces, según parece, por «conocimiento» directo de las relacio­ nes. Que yo sepa, nunca se ha intentado realizar un estudio así en serio. Los experim entadores han analizado la fase final del reconocim iento y cada uno ha tendido a sostener una solución completa en términos de su análisis particular. D e hecho, nadie puede entender el reconocimiento limi­ tando su atención a lo que sucede en el momento del mismo. Escuchar, observar, considerar un patrón táctil en relación con la pos­ tura o movimiento corporal, o un patrón cinestésico en relación con habi­ lidades especiales de ejecución, son todas ellas orientaciones generales hacia situaciones perceptivas. E n el reconocimiento, esta orientación ge­ neral se centra habitualm ente, si no siempre, de modo más específico al servicio de alguna tendencia activa especial. U na m irada retro sp ectiv a a los resultados de mis experim entos an­ terio res rev elaría q u e este factor ya opera en el proceso perceptivo n o rm a l6. P rácticam en te en todos los casos se destacaban ciertos ele­ m entos de un cam po perceptivo, y en muchos casos lo que implica esa p rep o n d eran c ia es un tip o d eterm in ad o de selectividad que depende de la influencia de ciertas tendencias activas orientadas de m anera es­ pecífica. P robablem ente, la m ejor dem ostración experim ental del factor de preponderancia en el reconocim iento se encuentra en el trabajo de R u b in 7. Rubin p resen tab a una serie de superficies claras sobre un fon­ do oscuro que, de hecho, se podían percibir como figuras claras sobre fondo negro, o bien com o figuras negras «recortadas» sobre un fondo


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blanco. Se dem ostraba que si se m antenía la misma actitud en la expo­ sición original y en la representación había de seis a cuatro veces más probabilidad de que se produjera el reconocimiento. La orientación ge­ neral se puede concretar en una actitud u otra, debido a condiciones objetivas, como son la intensidad, duración, disposición espacial de los estímulos, etcétera; debido a las instrucciones experim entales o debido a intereses subjetivos. En todos los casos, el reconocim iento se hace posible porque se desplaza esa orientación o actitud desde la presenta­ ción inicial a la representación. Puesto que tanto la orientación general como las actitudes concretas están sujetas a cambio y a revisión, incluso cuando la reacción perceptiva original proporcione condiciones favorables, no tiene por qué producirse el reconocimiento; sólo nos es posible afirmar, como ocurre casi siempre en psicología, que es probable que el m aterial sea reconocido si vuelve a aparecer. En este apartado, se da una relación muy estrecha entre las fun­ ciones del patrón sensorial y las de la orientación psicológica. H ablando en términos muy generales, cuanto más complejo sea el patrón sensorial, menos probable es que se produzca el reconocimiento, aunque el modo de percepción original fuera favorable. Mis propios experimentos mues­ tran cómo, si sólo tenemos en cuenta la serie perceptiva, a medida que el material que se va a percibir aum enta en complejidad, sus características dominantes, determ inadas por la orientación y la actitud, pueden variar con rapidez. La causa reside en que cuanto más complejo sea un material o su contexto, más variado será el juego de intereses y actitudes consi­ guientes que se pueden suscitar. Si esto ocurre en una serie perceptiva, es aún más probable que suceda en el reconocimiento, porque el aum ento del lapso tem poral eleva todavía más la probabilidad de un cambio de orientación o actitud. Por consiguiente, nos parece justificado formular los siguientes enun­ ciados: 1) Percibir ésta en función a) de un patrón sensorial que tiene una base fisiológica en cualquier tipo de mecanismo de respuesta corporal lo­ cal que se estimule directamente; b) de una orientación psicológica o acti­ tud que no puede expresarse en términos de ningún mecanismo de res­ puesta corporal local. 2) Las perturbaciones de a) pueden ocultar o destruir la posibilidad de reconocimiento, pero en ningún caso á) por sí solo proporciona una base para el reconocimiento. 3) El reconocimiento es posible si la orientación o actitud que carac­ terizaba a una percepción inicial se desplaza a la representación.


Percibir, reconocer, recordar

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4) Puede com probarse si se da tal tipo de desplazamiento cambian­ do el contexto de observación, variando las instrucciones o modificando los intereses. 5) Las teorías com unes sobre el reconocimiento no pasan de descri­ bir los diversos mecanismos por medio de los cuales puede funcionar el reconocimiento; no hay razón por la cual aceptar cualquiera de ellas im­ plique excluir a las demás.

4.

¿Qué se reconoce?

H asta ahora, la discusión ha discurrido casi en su totalidad en términos funcionales, pero no hay ningún problem a psicológico de nivel superior que pueda discutirse exclusivamente en términos de reacciones. Supongamos, por ejemplo, que la persistencia de actitudes e intereses, actuando junto con algún patrón sensorial, proporcionara toda la base del reconocimiento; parece casi seguro que en ese caso los errores de reconocimiento serían to­ davía más comunes de lo que ya son. Algo muy semejante parece ocurrir con frecuencia en los prim eros años de vida; todos los niños pequeños pare­ cen «reconocer» muchas más madres, padres y niñeras de los que tienen en realidad. Un estudio detenido de cualquier serie de experimentos sobre el reconocimiento revelaría, estoy seguro de ello, numerosos errores, muchos de los cuales parecen deberse a un desplazamiento de actitudes previas a una presentación nueva. A este respecto, y tal como muestran mis experi­ mentos sobre recuperación, recuerdo y reconocimiento son semejantes. Con todo, como el reconocim iento es a menudo bastante concreto y detallado, el m aterial psicológico que se presenta, debe conservarse de al­ guna m anera. Sin duda, los casos más claros son aquéllos en los que se suscita una imagen, cuyo proceso de com paración con un percepto da lu­ gar a un juicio de antigüedad. Si pudiéram os considerar este caso como el mecanismo esencial del reconocim iento, llegaríamos a la idea tan extendi­ da de que toda presentación concreta deja una «huella» igualmente con­ creta. Sin em bargo, de hecho hay un acuerdo general acerca de que la com paración y el juicio son algo raro en el reconocimiento. Más a m enu­ do parece como si la presentación repetida encajara en un contexto y no como si suscitara una im agen específica que se utilizara entonces como elem ento de com paración. E n este punto mis experim entos sobre percepción pueden arrojar al­ guna luz sobre el p ro b le m a 8. Se distinguieron cuatro casos de funcionam iento de un contexto o esquem a. E n el primero, un patrón sensorial pa­ rece «encajar» enseguida en otro patrón sensorial ya constituido, tanto si


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

se produce la asignación de un nombre como si no, pero, desde luego, sin que tenga lugar una representación concreta en forma de imágenes. Este probablemente sea ei caso más común y se produce constantem ente en la lectura rápida y en todos los tipos de ajuste práctico. En el segundo, la identificación utiliza la analogía; de nuevo puede haber o no asignación de un nombre o producirse a veces imágenes definidas, aunque éstas no son esenciales. En el tercero, el reconocimiento está en función de una respuesta al plan u orden de estructuración; y, una vez más, el proceso consiste en un «encajamiento» en el que la cualidad del detalle concreto desempeña una función mínima. Sólo en el cuarto caso surge, habitualmente tras alguna vacilación, una imagen sensorial definida. Parece como si esta conservación del material que requiere el recono­ cimiento fuera norm alm ente una conservación de esquemas, de contextos generales, de orden o forma de estructuración; y como si la reinstauración minuciosa del m aterial individualizado fuera un caso especial. Más ade­ lante, debido a su importancia vital en cualquier teoría sobre el proceso de recuerdo, discutiremos cómo el material psicológico llega a organizar­ se dentro de esquemas y patrones, y cómo, bajo circunstancias especiales, surgen determinadas imágenes sensoriales.

5.

Reconocer y recordar

Suele señalarse generalm ente que recordar es un proceso más comple­ jo que reconocer. Así, en una serie de experimentos sólo se puede recu­ perar una parte relativam ente pequeña del material que por regla general se puede reconocer. Tam bién es cierto, aunque no se caiga en la cuenta de ello tan a menudo, que no siempre se puede reconocer todo el m ate­ rial que se recuerda. La última consideración sugiere que el recuerdo tie­ ne que diferir del reconocimiento en algo más que en complejidad. Recordar, como reconocer, implica: 1) Un patrón sensorial inicial; 2) U na orientación o actitud psicológica inicial; 3) La perm anencia de esta orientación o actitud en un contexto dife­ rente del inicial, al menos en sentido temporal; y 4) La organización, junto con la orientación o actitud, del material psicológico. Pero el recuerdo, a diferencia del reconocimiento, depende en mucha mayor medida de la posibilidad de explotar el cuarto de los factores ante­


Percibir, reconocer, recordar

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riores. El m aterial recordado ha de ponerse necesariam ente en relación con otro material, y en los casos más completos tiene que ser fechado y localizado y recibir algún rasgo personal. Es posible, y habitual que aun después de haber reconocido un m aterial no se logre describir éste en detalle. E n realidad, siem pre que sí se puede hacer tal descripción, tende­ mos a considerar el proceso como recordar y no sólo como reconocer. En el caso del reconocim iento, los estímulos inmediatos constituyen un patrón sensorial, que muy a m enudo es de la misma modalidad que la presentación original, aunque no sea absolutam ente necesaria una sem e­ janza de este tipo. P or ejemplo, dentro de ciertos límites un patrón táctil puede «encajar» inm ediatam ente en un patrón visual ya existente; o los patrones cinestésicos y táctiles pueden «coincidir» entre sí. Pero parece que casi cualquier factor que sea capaz de producir una respuesta puede originar un proceso de recuerdo. Por ejemplo, resulta interesante que en el lenguaje común, cuando estamos describiendo a una persona, una esce­ na o acontecim iento que ya se había presentado visualmente con anterio­ ridad, preguntam os «¿lo recuerdas?», y raras veces o nunca «¿lo recono­ ces?». El recuerdo im plica un grado superior de organización, tanto del m aterial psicológico com o de actitudes e intereses, de modo que se esta­ blecen más puentes en tre una m odalidad sensorial y otra, o entre un inte­ rés y otro. Como vam os a ver, existe una razón de peso para relacionar esto con la im portancia creciente de las funciones de las imágenes y pala­ bras; y, de hecho, encontram os que tanto unas como otras desempeñan funciones más relevantes a la hora de recordar que a la hora de reconocer. La diferencia fundam ental entre reconocer y recordar no reside, sin embargo, en un aum ento de com plejidad de lo segundo, sino en una dife­ rencia genuina en el m odo en el que interviene el contexto o esquem a preciso. Cuando se produce reconocim iento, un m aterial psicológico ya existente «encaja» con algún patrón sensorial presente en ese instante. E n casos complejos se p u ed e realizar el «encaje» por medio de la imagen, la com paración y el juicio, pero esto no ocurre necesariamente. De hecho, en la m edida en que ocurran, parece ser que tam bién se estará producien­ do recuerdo al mismo tiem po. E n el proceso de recordar propiam ente di­ cho, el m aterial psicológico que persiste es a su vez susceptible de ser des­ crito. No contribuye sim plem ente a producir una reacción determ inada, sino que sus características descriptivas son utilizadas por el sujeto, y en los casos bien articulados se aduce que se conoce su m odo de organiza­ ción. Así, si tom am os un detalle particular, una persona que recuerda puede ponerlo en relación con otro detalle, determ inando su contexto tem poral y espacial. E n el proceso de reconocer, el esquema, patrón o contexto, utiliza al organism o, por decirlo así, para producir una reacción


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diferencial; en el proceso de recordar, el sujeto utiliza el contexto, esque­ ma o patrón, y reconstruye sus características de nuevo para contribuir a la respuesta cualquiera que sea ésta, que las necesidades del momento re­ quieran. En el primero, hay una reacción por medio del m aterial psicoló­ gico organizado; en el segundo, hay una reacción al m aterial psicológico organizado. Está claro que, si es éste el caso, hay un cambio, no sólo de complejidad, sino del estatus de ciertos factores psicológicos presentes tanto en el reconocimiento como en el recuerdo. Teniendo esto en cuen­ ta, podemos intentar ahora esbozar una teoría del recuerdo.


Capítulo 10 UNA TEORÍA DEL RECUERDO

1.

El método de estudio

Los problem as acerca de la m em oria que siguen pendientes concier­ nen todos ellos a la m anera en la que se utilizan las experiencias y reac­ ciones pasadas cuando se recuerda algo. D esde un punto de vista general, parece como si la explicación más simple fuera suponer que cuando ocu­ rre un acontecimiento cualquiera se produce alguna huella, o un conjunto de ellas, que se alm acena en el organism o o en la mente. Posteriorm ente, un estímulo inm ediato vuelve a excitar la huella o el conjunto de las mis­ mas, y al suponerse que la huella contiene de algún m odo un índice tem ­ poral, la reexcitación parece equivalente al recuerdo. N aturalm ente no hay pruebas directas de tales huellas, pero la suposición parece a primera vista muy obvia, y es la que suele hacerse. A pesar de ello, hay dificultades evidentes. Se suele suponer que las huellas lo son de acontecim ientos aislados y concretos. Por consiguiente, todo individuo norm al tiene que cargar con un núm ero incalculable de huellas individuales. Al estar todas ellas almacenadas en un único orga­ nismo, tienden a estar relacionadas en tre sí, lo que proporciona al recuer­ do su carácter inevitablem ente asociativo. No obstante, cada huella con­ serva perm anentem ente su individualidad fundam ental, y el recuerdo, en el caso ideal, es una simple reexcitación, o una pura reproducción. Ya hemos visto que el estudio de cómo se percibe y reconoce sugiere plenam ente que en todos los casos relativam ente sencillos de determ ina­ ción por parte de experiencias y reacciones anteriores el pasado funciona como un conjunto organizado, más que como un grupo de elementos que conservan individualm ente su carácter específico. Si vamos a considerar el recuerdo como una función biológica, parece que se impone como re ­ gla metodológica fiable el enfocar las cuestiones a través del estudio de 265


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estos casos relativam ente menos complejos de determinación en los que las reacciones presentes vienen determ inadas por las pasadas. Sea como fuere, éste es el enfoque al que nos ha obligado el argumento del capítulo anterior, porque ya se señalaba allí que muy probablem ente todas las ca­ racterísticas sobresalientes del recuerdo se derivan de un cambio de acti­ tud hacia esos conjuntos de experiencias y reacciones pasadas que operan en todos los procesos m entales de nivel superior. U na vez que se adm ite lo anterior, puede encontrarse una m anera muy interesante de enfocar los problemas del recuerdo, mediante una lí­ nea de estudios que, sin duda, más que psicológicos, se calificarían como neurológicos, y que propongo que examinemos. D urante varios años, Sir H enry H ead realizó observaciones sistemáticas sobre la naturaleza y fun­ ciones de la sensibilidad aferente, es decir, de aquellas sensaciones que se originan por la estimulación de los nervios periféricos. Se interesaba espe­ cialmente por las funciones y el carácter de las sensaciones que pueden provocarse m ediante la estimulación de las terminaciones nerviosas de la piel y tejidos subyacentes, así como por las originadas por la contracción y relajación de los músculos. Su intención era averiguar exactamente qué función desem peña el córtex a la hora de interpretar y relacionar estas sensaciones, y cuál los impulsos nerviosos, de los cuales las sensaciones pueden considerarse como señ al U no de los conjuntos de impulsos más im portantes e interesantes está formado por aquéllos que subyacen al re­ conocimiento de la postura corporal y el movimiento pasivo. Todo individuo normal realiza a diario un gran número de movimien­ tos perfectam ente adaptados y coordinados: cuando se efectúan en serie, cada movimiento sucesivo se realiza como si estuviera bajo el control y la dirección de los m ovim ientos anteriores de la misma serie. A pesar de ello, por regla general los mecanismos adaptativos del organismo no exi­ gen que éste se dé cuenta con precisión de los cambios de postura o de movimiento. En toda ejecución corporal eficaz, por ejemplo, se realizan un gran número de movimientos sucesivos, cada uno de los cuales se lleva a cabo como si la posición lograda por los miembros que estaban en m o­ vimiento en el estadio anterior estuviera de algún modo registrada y toda­ vía en funcionamiento, aun cuando el movimiento en cuestión ya haya acabado y sea algo pasado. Este hecho evidente ha dado lugar a num ero­ sas especulaciones referentes a las maneras en que los movimientos pasa­ dos siguen conservando no obstante sus funciones reguladoras. El fisiólogo Munk, en su trabajo de 18901, afirmaba que esto se debía a que hay que considerar el cerebro como un almacén de imágenes de movimientos, idea en la que irreflexivamente le siguieron otros muchísi­ mos autores. Se suponía que un prim er movimiento produce una imagen


Una teoría del recuerdo

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cortical o huella que, al volverse de algún modo a excitar con el movi­ miento siguiente, controla a este último. H ead vino a dem ostrar clara y definitivamente que ésta no es la expli­ cación, puesto que las imágenes pueden conservarse perfectam ente una vez que se ha perdido por completo toda apreciación del movimiento p er­ tinente realizado de esta m anera inconsciente. Puede que un paciente con una lesión cortical determ inada sea capaz de imaginar con precisión la posición de su brazo y mano extendidos sobre la colcha de la cama; igual­ m ente puede imaginarlos en cualquiera de las posturas posibles en las que pudieran encontrarse. Dejémosle ahora cerrar los ojos y que le levan­ ten la mano, moviéndose ésta con el brazo; quizá sea capaz de localizar a la perfección el punto de la superficie de la piel en que lo han tocado, pero lo refiere a la posición en la que se encontraba la mano, porque ha perdido totalm ente la capacidad de relacionar movimientos en serie. Las imágenes pueden seguir intactas, pero se ha perdido la apreciación del movimiento relativo; por el contrario, como es bien sabido, la apreciación del movimiento puede ser perfecta sin necesidad de que surjan imágenes. Sería trivial decir que en estos casos las imágenes son tan livianas o eva­ nescentes que no nos damos cuenta de ellas. Lo cierto es que con todo el esfuerzo del mundo no podem os darnos cuenta de ellas; y como la prueba de su ausencia es sem ejante en su origen y naturaleza a la ya mencionada para su presencia, no tiene la mínima justificación admitir esta última y rechazar la primera. D e acuerdo con esto, Llead eliminó cabalm ente la noción de imágenes individuales o huellas, y propuso en su lugar una solución distinta, que es ciertam ente especulativa, presenta sus propias dificultades y hasta ahora no se ha logrado elaborar adecuadam ente; pero en mi opinión, parece reunir grandes ventajas cuando nos ocupamos de estos casos (algo ele­ mentales) de los efectos duraderos de las reacciones pasadas. Me parece, además, que nos indica el camino hacia una solución satisfactoria de los fenómenos del recordar en su sentido pleno. Llegados a este punto, he de citar las propias palabras de Head: «Todo cambio (postural) reconocible entra en la conciencia llevando ya consi­ go su relación con lo que anteriorm ente ha desaparecido, al igual que en un taxímetro, la distancia se nos presenta transformada ya en chelines y peni­ ques. De este modo, el producto final de las pruebas de apreciación de la pos­ tura o del movimiento pasivo, llega a la conciencia como un cambio postural moderado. Proponemos la palabra «esquema», para referirnos a este modelo complejo, que es el punto de referencia de todos los cambios posturales ulteriores antes de que lleguen a la conciencia. Debido a nuestras continuas alteraciones de posición,


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siempre estamos ampliando un modelo postural de nosotros mismos que se mo­ difica constantemente; cada nueva postura queda registrada en este esquema plástico, y la actividad del córtex relaciona con esa postura cada nuevo conjunto de sensaciones provocadas por la alteración de aquélla. Eí reconocimiento pos­ tural inmediato se produce tan pronto como se completa la relación2.

Y sigue: El córtex sensorial es el almacén de las impresiones pasadas. Pueden pre­ sentarse a la conciencia como imágenes, pero más a menudo, como ocurre con las impresiones espaciales, perm anecen fuera de la conciencia central, constituyendo modelos organizados de nosotros mismos que pueden deno­ minarse esquemas. Dichos esquemas modifican las impresiones producidas por los impulsos sensoriales que llegan, de tal manera que las sensaciones finales de postura o de localización aparecen en la conciencia cargadas de una relación con algo que ya ha desaparecido3.

Aunque voy a utilizar estas nociones al desarrollar una teoría del recor­ dar, he de reclamar en mi condición de psicólogo la prerrogativa de poner objeciones a la terminología de otro autor. Hay varios puntos en las breves descripciones que he citado que, en mi opinión, entrañan dificultades. En prim er lugar, H ead recuerda demasiado a autores anteriores cuan­ do habla del córtex como «almacén de impresiones pasadas». Todo lo que m uestran sus experimentos es que ciertos procesos no pueden llevarse a cabo a no ser que el cerebro esté desem peñando la función que norm al­ m ente le corresponde. Pero esas mismas reacciones también pueden su­ primirse por lesiones en los nervios periféricos o en las funciones muscu­ lares. Casi equivaldría a decir que como ninguna persona que padece un rabioso dolor de muelas tiene la calma suficiente para recitar «Mi amor es como una rosa roja, roja», los dientes son un depósito de poesía lírica. En cualquier caso, un almacén es un lugar en el que se colocan cosas con la esperanza de volver a encontrarlas cuando se quiera, exactamente iguales a como eran cuando se almacenaron. Según se tiene entendido, los esque­ mas están vivos, se desarrollan constantem ente y se ven afectados por la mínima experiencia sensorial de un determ inado tipo que entre al orga­ nismo. La noción de almacén se encuentra lo más alejada posible de esto. En segundo lugar, H ead utiliza constantem ente la sorprendente ex­ presión «aparecer en la conciencia». Puede que en circunstancias excep­ cionales concibamos una alteración inconsciente de la posición como un cambio postural «moderado», pero por regla general no es así. A diario, muchísimas veces, realizam os ajustes m otores precisos, en los que —si H ead tiene razón— los esquemas están activos sin que lleguemos a dar­


Una teoría del recuerdo

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nos cuenta de que se ha producido un cambio de la postura y en qué gra­ do ha ocurrido éste. En tercer lugar, y quizá el más im portante, no encuentro apropiado el térm ino «esquema»; es a la vez dem asiado preciso y demasiado incomple­ to. E n psicología la palabra ya se utiliza dem asiado en escritos polémicos para referirse generalm ente a cualquier teoría que esté trazada de una m anera vaga; sugiere alguna «forma de organización» duradera pero frag­ m entaria, y no indica lo que es fundam ental a toda la noción, que ese con­ junto organizado derivado de cambios de postura y posición anteriores está siempre haciendo algo de un m odo activo; lo llevamos, por decirlo así, con nosotros, acabado, aunque desarrollándose sin parar. A pesar de todo, es muy difícil pensar en una palabra que por sí sola describa m ejor los hechos a los que hace referencia sin dejar fuera ninguno. Quizá resul­ tara m ejor hablar de «patrones activos en desarrollo», pero la palabra «patrón», al estar siendo últim am ente muy utilizada, y de maneras tan di­ versas, también tiene sus propias dificultades; y al igual que «esquema», sugiere una mayor articulación de detalles de lo que puede encontrarse. E n mi opinión, quizá el térm ino «contexto organizado» se aproxima más y con mayor claridad a la idea en cuestión. Sin embargo, voy a seguir em ­ pleando el térm ino «esquema» cuando hacerlo parezca lo mejor, pero in­ tentaré definir con m ayor precisión en qué sentido lo aplico. «Esquema» se refiere a una organización activa de reacciones anterio­ res o de experiencias pasadas que supuestam ente siempre tiene que estar funcionando en toda respuesta orgánica adaptada; es decir, siempre que haya un orden o regularidad en la conducta, es posible que se produzca una respuesta particular sólo porque está relacionada con otras respues­ tas similares que se han organizado de m anera serial, y que sin embargo funcionan no sólo como elem entos aislados uno tras otro, sino como un conjunto unitario. La d eterm in ació n im puesta por los esquem as es el modo más esencial en el que nos vem os influidos por reacciones y expe­ riencias que ocurrieron en algún m om ento de nuestro pasado. Todos los impulsos de una clase o m odalidad dada que nos llegan contribuyen con­ juntam ente a construir un contexto organizado y activo: los visuales, los auditivos y diversos tipos de impulsos cutáneos, etcétera, en un nivel rela­ tivamente bajo; todas las experiencias ligadas por un interés común: de­ porte, literatura, historia, arte, ciencia, filosofía, etcétera, en un nivel su­ perior. Sin em bargo, no existe la m ínim a razón para suponer que cada conjunto de impulsos que llega, cada nuevo grupo de experiencias perdu­ ra como un m iem bro aislado de una pasiva mezcla. Se han de considerar como com ponentes de contextos vivos, m om entáneos, que pertenecen al organismo o a cualquier parte del organism o que esté implicada en dar


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una respuesta de un tipo determ inado, y no como un conjunto de aconte­ cim ientos aislados enhebrados de algún modo entre sí y alm acenados dentro del ojrganismo. Supongamos que estoy haciendo una jugada en un deporte rápido, como el tenis o el criquet; el modo en que hago la jugada depende de la relación de determ inadas experiencias nuevas, la mayoría de ellas visua­ les, con otras experiencias visuales que las acaban de preceder y con la postura o equilibrio de posturas que tengo en ese momento. Este último, es a su vez, resultado de toda una serie de movimientos anteriores, dentro de los cuales el último movimiento antes de que se realice la jugada tiene una función prioritaria. En realidad, cuando llevo ésta a cabo no estoy produciendo algo absolutam ente nuevo y nunca me limito a repetir algo viejo: la jugada se elabora literalm ente a partir de los «esquemas» visua­ les y posturales que están vigentes en este momento, así como de sus interrelaciones. Quizá yo diga o piense que estoy reproduciendo exactamente una serie de m ovim ientos tal como indican las instrucciones de juego, pero puede dem ostrarse que no es así; de igual modo, en otras circunstan­ cias, puedo decir y pensar que estoy reproduciendo exactam ente algún acontecimiento aislado que quiero recordar, y de nuevo se dem uestra que tampoco es así.

2.

Recordar y la influencia de los esquemas

Es obvio que recordar implica una determinación por parte del pasa­ do. La influencia de los «esquemas» es una influencia debida al pasado. Pero, las diferencias son a prim era vista abismales. En su forma esquem á­ tica, el pasado funciona en bloque o más exactamente, casi totalm ente en bloque porque los com ponentes que llegan en último lugar y a la hora de construir un «esquema» tienen una influencia predominante. Al recordar, parecemos estar dominados por determ inados acontecimientos del pasa­ do, que se localizan espacial o tem poralm ente de manera más o menos fija en relación con otros acontecimientos particulares asociados a ellos. Por consiguiente parece como si en cierta m anera el contexto organizado activo hubiera sufrido un cambio, que perm itiera que tengan una función sobresaliente que desem peñar partes lejanas en el tiempo. Sólo sería posi­ ble algo parecido si el organismo pudiera dar con el modo de volverse ha­ cia sus propios «esquemas» y hacer de ellos el objeto de sus reacciones. U n organismo que hubiera descubierto cómo hacer esto sería capaz, no exactam ente de analizar los contextos, puesto que los detalles aislados que los constituyen han desaparecido, sino de construir en cierta manera


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—o de inferir a partir de lo que está presente— los com ponentes proba­ bles que intervinieron en su constitución y el orden en que lo hicieron. Se daría entonces el caso de que el organismo dijera, si pudiera expresarse, «tiene que haber ocurrido esto y lo otro y lo de más allá para que mi esta­ do actual sea el que es». Y, de hecho, me parece que eso es precisamente lo que ocurre en el inm enso núm ero de casos de recuerdo, y los datos que he reunido en los capítulos anteriores parecen apuntar al desarrollo de una teoría concordante con esta afirmación. A ntes de seguir con estas consideraciones habría que m encionar un detalle especial. Si H ead está en lo cierto, los «esquemas» se construyen cronológicamente; cada cambio que se produce contribuye al «esquema» total del que se dispone en ese m om ento, en el orden en el que ocurre. Es decir, cuando tenem os movimientos a, b, c, d, en este orden, nuestro «mo­ delo plástico de postura» de nosotros mismos en el m om ento en el que se produce d no depende sim plem ente de la dirección, amplitud e intensidad de a7 b , c, d, sino tam bién del orden cronológico en el que han ocurrido. Supongamos, de m om ento, que un «modelo», por seguir usando esta pin­ toresca fraseología, se com pleta, y que sólo necesitamos que se mantenga; dado que su n atu raleza no es la de un marco pasivo, o conglom erado, sino la de una actividad, tan sólo puede m antenerse si se está haciendo algo duran te to d o el tiem po. Así, a fin de m antener el «esquema» tal como es —aunque este lenguaje sea bastante impreciso—-, a, c, d han de seguir realizándose en el mismo orden. Hay num erosos casos en la vida real que se acercan a este estado de hechos. Se da el caso del hombre de avanzada edad cuyas aventuras ya pertenecen al pasado, cuyo modelo se encuentra to talm en te m aduro y term inado, y que rehúye o ignora el es­ tímulo que supone un nuevo entorno y que se m antiene sin problemas a base de un constante recuerdo, casi perfecto de contenido. Está el caso de la vida m ental de nivel inferior que, aislada de todo estímulo ambiental, salvo unos cuantos que se repiten una y otra vez, manifiesta una inusual mem oria repetitiva. Es probable que todos nosotros, en cuanto a algunos de nuestros «esquem as», hayamos com pletado el m odelo y ahora simple­ m ente lo m antengam os por repetición. Todo recuerdo de un nivel relati­ vam ente bajo tiende, de hecho, a ser un recuerdo repetitivo, y la memoria repetitiva no es sino la repetición de una serie de reacciones en el orden en el que originalm ente se produjeron. En la term inología de H ead es éste el modo m ás natural de m antener un «esquema» completo sin la mí­ nima perturbación. Q uizá en térm inos psicológicos más convencionales, sea éste el m odo en el que un organismo o individuo m antiene una acti­ tud hacia el en to rn o que considera adecuada o satisfactoria. A hora bien, resulta evidente que esta influencia ejercida por el efecto


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conjunto momentáneo de una serie de reacciones pasadas por su carácter cronológico, dentro de la cual la reacción inm ediatam ente anterior des­ em peña una función dominante, tiene ciertos inconvenientes biológicos. Un organismo que posea tantas vías de respuesta sensorial como las del hombre y que viva en relación social estrecha con un sinfín de organismos semejantes ha de encontrar alguna m anera de rom per este orden cronoló­ gico y vagar más o menos a su antojo en cualquier orden por los aconteci­ mientos que han configurado sus «esquemas» actuales; tiene que encon­ trar la m anera de hallarse determ inado predom inantem ente no por la reacción o experiencia inm ediatam ente anterior, sino por alguna reacción o experiencia más lejana. D e no ser así, invertiría una enorm e cantidad de tiem po repasando y volviendo a rep asar diversas series cronológicas, como suele hacer cualquier hombre o grupo que se encuentre aislado del contacto real con un entorno físico y social cambiante. Si al menos enten­ diéramos cómo un organismo logra realizar esto, habríamos dado algún paso hacia la solución de algunos de los problemas de la memoria, ya que al recordar estamos determ inados por los acontecimientos fuera de su or­ den preciso dentro de una serie cronológica, y nos vemos libres de la sobredeterminación del acontecimiento inm ediatam ente anterior.

3.

El carácter constructivo del recordar

Así pues, tenemos que considerar qué es lo que de hecho ocurre con mayor frecuencia cuando decimos que recordamos. La prim era idea que hay que eliminar es que la m em oria es fundam ental o literalm ente reite­ rativa o reproductiva. En un mundo como el nuestro, en el que constante­ mente cambia todo a nuestro alrededor, el recuerdo literal tiene poca im­ portancia. Ocurre con el recuerdo lo que con un lance de un juego de habilidad; podemos imaginar que estamos repitiendo una serie de movi­ mientos aprendidos hace mucho tiem po a partir de un texto explicativo o bien de un profesor. Pero un estudio del movimiento muestra que de he­ cho construimos la jugada de nuevas, sobre la base del equilibrio de posi­ ciones que se ha establecido inm ediatam ente antes, así como de las nece­ sidades que el juego presenta en ese momento; cada vez que realizamos esta jugada, comprobamos que tiene unas características diferenciadas. Las largas series de experimentos que he descrito se dirigían a la ob­ servación de procesos normales de recuerdo. Deseché el m aterial sin sen­ tido porque, entre otras dificultades, su uso casi siempre exagera en las pruebas el valor de la m era recapitulación repetitiva, y en la mayoría de los casos utilicé exactamente el tipo de material con el que tratamos en la


Una teoría del recuerdo

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vida cotidiana. E n los muchos miles de casos de recuerdo que he reunido, de los cuales he recogido aquí un núm ero considerable, fue muy raro el recuerdo literal. Con pocas excepciones, cuya im portancia voy a discutir brevem ente, no parecía que tuviera lugar una reexcitación de huellas in­ dividuales. Considérese el caso de un sujeto que está recordando una his­ toria que había escuchado hacía unos cinco años, en com paración con otro caso en el cual, a partir de ciertos elementos, esté construyendo lo que él considera que es una historia nueva. He intentado repetidas veces este último experim ento y no sólo Ja forma y el contenido reales de los re­ sultados, sino —lo que es más im portante por ahora— , las actitudes del sujeto en am bos casos fueron so rp ren d en tem en te sim ilares. E n uno y otro, era com ún encontrar la com probación prelim inar, el esfuerzo por llegar a algún lado, el cambiante juego de duda, satisfacción, etcétera, y la construcción final de toda la historia acom pañada de un avance cada vez más seguro en una dirección determ inada. D e hecho, si nos atenem os a los datos más que a los supuestos previos, el recuerdo resulta ser mucho más una cuestión de construcción que una cuestión de m era reproduc­ ción. La diferencia entre un caso y otro, si se expresa con la terminología de H ead, parece estar en que las personas, al recordar, construyen sobre la base de un «esquema», mientras, que en lo que suele llamarse form a­ ción de imágenes reúnen más o menos librem ente acontecim ientos, inci­ dentes y experiencias que han contribuido a form ar varios «esquemas» di­ ferentes que, p ara una reacción autom ática, no están norm alm ente conectados unos con otros. Incluso esta diferencia es en buena m edida sólo muy general, porque como ya se ha m ostrado una y otra vez, la con­ densación, elaboración e invención son rasgos com unes en el recuerdo habitual, y todos ellos muy a m enudo llevan consigo la mezcla de elem en­ tos pertenecientes originalmente a «esquemas» distintos.

4.

Una teoría del recordar

Tal como yo lo veo, si intentam os desarrollar una teoría de esta cues­ tión en su conjunto, tenem os que com enzar con un organism o que sólo tenga unas cuantas vías sensoriales de conexión con su entorno y algunas series correlacionadas de movim ientos, pero que se halle desprovisto de todas las llamadas funciones m entales superiores. P ara un organismo de estas características, las ideas de H ead derivadas de to d o un conjunto de observaciones experim entales son perfectam ente aplicables. Cualquier reacción de un organismo de este tipo cuya im portancia no sea m era­ mente momentánea, estará determ inada por la actividad de un «esque­


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ma» en relación con algún impulso nuevo originado por un estímulo in­ m ediatam ente presente. Puesto que su equipam iento sensorial y los mo­ vimientos correspondientes tienen un rango muy limitado, y puesto que e) modo de organización del «esquema» sigue una secuencia cronológica directa, la circularidad de la reacción, la repetición una y otra vez de una serie de reacciones es muy predom inante. Por otra parte, los hábitos se constituyen con relativa facilidad, como atestiguan las numerosas investi­ gaciones experim entales realizadas con animales inferiores. Desde fuera, todo esto puede parecer la continua reexcitación de huellas bien arraiga­ das, pero no lo es. Se tra ta sim plem ente del m antenim iento de unos cuantos «esquemas», cada uno de los cuales tiene su orden tem poral na­ tural y sustantivo. Sin embargo, el número y rango de las vías sensoriales especiales au­ m enta en el curso del desarrollo, y de modo coincidente se produce un aum ento en el número y variedad de las reacciones. Al mismo tiempo se produce un gran aum ento de la vida social y del desarrollo de las formas de comunicación, lo que constituye un asunto de importancia vital, como mis experim entos han dem ostrado. D e este modo, las reacciones de un organismo que están determ inadas por el «esquema» se com prueban una y otra vez, y además se ven constantem ente facilitadas por las de otros. Todo este incremento de complejidad convierte la circularidad de la reac­ ción en una mera recapitulación repetitiva y los hábitos en algo a menudo superfluo e ineficaz. Un impulso nuevo no tiene que convertirse tan sólo en algo que dé pie a una serie de reacciones producidas en un orden tem ­ poral fijo, sino en un estímulo que nos capacite para ir directam ente a esa porción del marco organizado de experiencias pasadas más relevante para las necesidades del momento. H ay un m odo — quizá el único— en el que un organism o podría aprender a hacer esto; en todo caso, es el modo que se ha descubierto y que continuam ente se utiliza. Un organismo tiene que adquirir de alguna m anera la capacidad de volver sobre sus propios «esquemas» y construir­ los de nuevas. Se trata de un paso crucial en el desarrollo orgánico, que define el m om ento y la razón por la que la conciencia interviene; es lo que proporciona a la conciencia su función más sobresaliente. Me gusta­ ría saber exactam ente de qué m anera se ha producido ese paso, y sobre la base de mis experim entos puedo hacer una sugerencia, no sin cierta reserva. Supongamos que un individuo se enfrenta a una situación compleja. Este es el caso con el que inicié toda la serie de experimentos: un obser­ vador percibe algo, y dice inmediatamente después qué ha percibido. Veía­ mos que en tal situación un individuo norm alm ente no considera la sitúa-


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ción detalle a detalle, ni reconstruye el conjunto con meticulosidad. De ordinario, tiende a obtener una impresión general del conjunto y, partien­ do de ella, construye los detalles probables. Muy poco de lo que ha cons­ truido se puede considerar literalm ente como observado y a m enudo, como se dem ostró experim entalm ente con facilidad, una buena parte re ­ sulta distorsionada o errónea con respecto a ios hechos reales. Sin em bar­ go, es el tipo de construcción que sirve para justificar su impresión gene­ ral. Pídase al o b serv ad o r que caracterice esta im presión general en términos psicológicos y la palabra que siempre se obtendrá es «actitud». Ya he mostrado cóm o este factor de «actitud» intervino en casi todas las series de experim entos que se realizaron. La construcción que se efectúa es de) tipo que justificaría la «actitud» del observador. El término «acti­ tud» designa un com plejo estado o proceso psicológico, muy difícil de describir en térm inos psicológicos más elementales. Sin embargo, como he señalado a m enudo, es en buena parte una cuestión de sentimiento o afecto. D ecim os que se caracteriza por la duda, vacilación, sorpresa, asombro, seguridad, disgusto, rechazo, etcétera. Esta es la im portancia del hecho, recogido con frecuencia en páginas anteriores, de que, cuando se pide a un sujeto que recuerde, muy a m enudo lo prim ero que surge es algo de la índole de una actitud; el recuerdo es, por tanto, una construc­ ción en gran parte basada en esta actitud y su efecto general es una justifi­ cación de la m ism a4. U na rápida revisión de los resultados experim entales nos m ostrará cómo funciona este factor en distintos sujetos y con materiales y métodos diversos en cada una de las series experim entales que he realizado. En las series de percepción, los sujetos tuvieron una impresión general, «sintie­ ron» que el m aterial presentado era bien regular, o emocionante, o fami­ liar, etcétera, y construyeron sus resultados con su ayuda y unos pocos d e­ talles observados con precisión. E n las series de formación de imágenes, he registrado una serie de casos donde, concretam ente en el caso de suje­ tos con tendencia a los recuerdos personales, una actitud se convertía en una construcción de im ágenes concretas y minuciosas. En el m éto d o de descripción la actitud afectiva influía abiertam ente en el recuerdo. La re­ p roducción repetida contenía m uchos casos en los que los relatos o cual­ quier otro m aterial se caracterizaban en prim er lugar como «emocionan­ tes», «arriesgados», «iguales a los que yo leía de pequeño»; se designaban de una u otra m anera y luego se construían o «recordaban». El ejemplo en el que La guerra de los fa n ta s m a s poco a poco fue construyéndose des­ de un pequeño punto de p artid a general tras un intervalo muy largo cons­ tituye un ejem plo b rilla n te p e ro de ninguna m anera aislado, de este carácter constructivo del recuerdo. La reproducción serial puso de m ani­


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

fiesto las mismas características en la facilidad con la que el m aterial adoptó formas convencionales establecidas y el método de signos pictóri­ cos también condujo una y otra vez al mismo punto. He intentado obser­ var lo más de cerca posible la conducta de los niños pequeños cuando re­ cuerdan. En la m edida en que sea válido conjeturar a p artir de esa observación, los procesos que de hecho están ocurriendo, también aquí, en muchísimos casos, sobreviene prim ero una actitud y luego el recuerdo del material, de tal m anera que éste coincida con la actitud o la refuerce. La constante racionalización que produce el recuerdo es un caso especial del funcionam iento de este carácter constructivo en el que se basa en buena parte la memoria. ¿Q ué hace exactam ente el «esquem a»? H ace posible una reacción adaptativa específica junto con el impulso que ha llegado inm ediatam ente antes. Por tanto produce una orientación del organismo hacia cualquier cosa a la que dicho esquema se esté dirigiendo en ese momento. Pero esa orientación está necesariam ente dominada por la reacción o experiencias inm ediatam ente anteriores, para desprenderse de lo cual el «esquema» tiene que llegar a ser no simplemente algo que haga funcionar al organis­ mo, sino algo con lo que éste pueda operar. Como voy a m ostrar más ade­ lante, puede que sus constituyentes comiencen a reordenarse sobre una base de determ inantes puram ente físicos y fisiológicos. Este método no es suficientemente radical, de m anera que el organismo descubre cómo vol­ ver sobre sus propios «esquemas», es decir: se hace consciente. Puede ser que lo que surja entonces sea una actitud hacia los efectos conjuntos de una serie de reacciones pasadas. R ecordar es una justificación constructi­ va de esta actitud; y puesto que todo lo que se dirige a la construcción de un «esquema» posee importancia cualitativa, así como cronológica, lo que se recuerda tiene una marca temporal; m ientras que el hecho de que fun­ cione con un conjunto organizado variado, y no con unidades o aconteci­ mientos diversificados aislados, proporciona al recuerdo su inevitable ca­ rácter asociativo. N aturalm ente, sólo se puede especular sobre el hecho de si la actitud constituye o no una característica primitiva de tipo genéti­ co que posee esta función en el recuerdo. En mi opinión sí lo constituye, pero en esta cuestión no ganamos nada con dogmatismos de ningún tipo. Sin embargo, los experimentos parecen dem ostrar que en el recuerdo hu­ mano la actitud funciona del modo que he sugerido. Hay, no obstante, una objeción evidente a todo esto. En la medida en que el «esquema» es directam ente responsable de la actitud, parece como si ésta tuviera que hallarse determ inada principalmente por el último inci­ dente del conjunto de reacciones pasadas; sin embargo, lo que recorda­ mos es muchas veces un incidente lejano en el tiempo que no se recons­


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truye en el m om ento actual a través de toda una serie ordenada cronoló­ gicamente, como ocurre en el m étodo de recapitulación repetitiva. Si los «esquemas» se han de reconstruir hasta el punto que parecen exigir los fenómenos de recuerdo, tenem os que encontrar de algún modo una m a­ nera de individualizar algunas de las características del conjunto total que en ese m om ento se halle funcionando.

5.

Imágenes y «esquemas»

Para poder en ten d er cómo se produce lo anterior, tenemos que tener en cuenta la que parece ser una excepción al proceso constructivo normal de recuerdo, que he m encionado páginas atrás. Voy a volver de nuevo a un ejemplo. E n la prim avera de 1917, como ya he dicho, una de mis suje­ tos leyó el relato titulado La guerra de los fantasmas, que repitió media hora más tarde. Poco después se m archó de Cambridge pero volvió al cabo de dos años. E n el verano de 1919, me vio cuando iba en bicicleta por K ing’s Parade, en la ciudad de Cambridge y de inmediato tuvo con­ ciencia de esa confusa actitud de búsqueda que todos experim entam os cuando vemos a alguien a quien pensamos que debemos de conocer, pero no somos capaces de identificar. Un m om ento después, se encontró musi­ tando «Egulac», «Kalama», dos nom bres propios pertenecientes a la his­ toria. En el verano de 1927 (durante el tiempo transcurrido, la sujeto ha­ bía perm anecido ausente de Cambridge), le pedí que repitiera de nuevo el relato. In m ed iatam en te escribió «Egulac» y «Calama», pero entonces se detuvo, diciendo que no podía seguir. Sin embargo, enseguida constru­ yó en torno a estos nom bres uno o dos incidentes que, aunque contenían algunas cosas inventadas y alteradas, parecían derivarse claram ente de unos cuantos acontecim ientos del relato original. El hecho de que se re ­ cordaran esos nom bres de esa m anera tan inmediata y casi com pletam en­ te correcta es, com o he m ostrado, un caso de lo más inusual, pero la recu­ peración in m ed iata de algún detalle es bastante común y, ciertam ente, parece consistir, con toda probabilidad en la reexcitación de ciertas hue­ llas. La necesidad de recordar se activa y surge una actitud; ya sea en for­ m a de im ágenes sensoriales o — como ocurre con tanta frecuencia— de palabras sueltas, revive alguna parte del acontecimiento que se tiene que recordar, y el acontecim iento se reconstruye entonces sobre la base de la relación entre esta porción concreta de m aterial y el marco general de ex­ periencias o reacciones relevantes del pasado, funcionando éstas —a la m anera de un «esquem a»— como un conjunto organizado activo. Lo an terio r nos conduce de inm ediato a otro rasgo muy constante de


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ios datos experim entales que he recogido. En los experim entos sobre percibir, form ar imágenes o sobre los diversos modos del recuerdo, si bien en un sentido podía afirmarse certeram ente que los sujetos habían reaccionado al m aterial que se les había presentado, cualquiera que fue­ ra éste, «como a un todo», en ese todo dom inaban invariablem ente de­ term inadas características especiales. En muchos casos, cuando había que ocuparse del m aterial después de mucho tiempo, como en el recuer­ do, las características dom inantes fueron las prim eras en aparecer, bien en forma de imágenes, o de m anera descriptiva por medio de la utiliza­ ción del lenguaje. De hecho, esto constituye una de las grandes funciones de las imágenes en la vida mental: captar elementos de los «esquemas» y liberar al organismo de la sobredeterm inación impuesta por el elemento inm ediatam ente anterior de una serie dada. Me gustaría sostener que además de esto, tal cosa no puede ocurrir si no es por medio de la con­ ciencia. U na vez más desearía saber exactam ente cómo se lleva a cabo, pero, una vez más tan sólo puedo hacer unas cuantas sugerencias. Hemos intentado explicar cómo en una serie de reacciones, puede predom inar alguna que no sea la última que ha ocurrido. Es posible que alguna de las bases para que esto ocurra procedan de un estadio preconsciente del desarrollo. Si tenem os los estímulos a, b, c, d, siendo c más in­ tenso, duradero o voluminoso que el resto, puede que estos rasgos físicos tiendan a desbaratar la estricta construcción cronológica del «esquema» y proporcionen a c una función más dom inante que la lograda por d. Pero es evidente que estos factores físicos tienen com parativam ente poco peso en la vida de los animales superiores y del ser humano. Es tal la enorme diversidad de imágenes que se dan en el nivel humano que na­ die puede hacer una sola descripción de cualquiera de ellas sin que otra persona de inm ediato la contradiga, lo cual quiere decir que tenem os que buscar la explicación de las imágenes por el camino de las diferen­ cias individuales. Cuando se produce cualquier serie de acontecimientos que procede a construir esa especie de conjunto organizado de experiencias que H ead denomina «esquema», ¿qué es lo que da a algunos de estos acontecimien­ tos, que no son el último que se ha producido, una función predom inante y lo que tiende sim ultáneam ente a individualizarlos dentro del conjunto? El apetito, el instinto, los intereses e ideales, siendo los dos primeros los más im portantes en los primeros estadios del desarrollo orgánico, y au­ m entando progresivam ente los dos últimos en importancia, hasta llegar a ser cruciales, con toda probabilidad en el nivel humano. Todos estos son factores que se transm iten con particular facilidad, de forma que el bebé humano parte de ciertas tendencias —o bien las adquiere rápidam ente—,


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que enseguida rom pen con el modo estrictam ente cronológico de organi­ zar la experiencia pasada. En realidad, el orden cronológico estricto raras veces, quizá nunca, es el único principio que opera en la construcción de estos patrones activos. Por ejemplo, se ha hablado mucho sobre los fenóm enos de «reflejo condi­ cionado» en las discusiones psicológicas. Si se da alim ento a un perro, produce saliva de un modo reflejo, y si, en condiciones adecuadas, se pre­ senta varias veces otro estímulo, digamos un estím ulo auditivo, mientras se le alimenta, o justo antes, puede que sea suficiente éste para que se lle­ gue a producir saliva de modo reflejo. Se dice entonces que la respuesta es «condicionada» y que el estímulo auditivo es un estímulo «condiciona­ do». Pero tan sólo con gran dificultad pu ed en condicionarse reacciones reflejas cuando el sonido, o cualquier o tro estím ulo utilizado, sigue a la tom a de alimento. Lo que relaciona a am bos no es de ningún modo la m era secuencia temporal, sino el apetito por la comida, por lo que una vez satisfecho éste, cualquier cosa que venga después pertenece a un or­ den diferente de «esquemas». Por otra parte, parece bastante seguro que la conducta puede estar directam ente determ inada por estímulos lejanos, aun cuando no tengamos ninguna justificación p ara aseverar la presencia de imágenes sensoriales de ningún, tipo. El profesor W. S. H u n te r5, de­ mostró m ediante unos experim entos de gran im portancia sobre lo que él llamó la «reacción diferida», cómo las ratas, perros, mapaches y niños pe­ queños pueden reaccionar directam ente a un estímulo luminoso tras un corto intervalo, aun cuando, en el caso de los perros, los mapaches y los niños, el intervalo se rellene con otros estím ulos y otros movimientos. Su trabajo se ha visto confirmado y am pliado por las observaciones de Yerkes, Kóhler y una serie de otros investigadores de la conducta de los pri­ mates inferiores y los chimpancés. E n todos estos casos resulta legítimo y útil afirm ar que está operando una «función de imagen»6, si con ello no querem os decir otra cosa que el que la conducta está siendo directam ente determ inada por estímulos o si­ tuaciones específicas distintas de las que p receden inm ediatam ente a la reacción crítica. Pero es significativo que en cuanto llegamos al nivel de bebé humano, el período de máxima dilación posible se dispara inm edia­ tam ente, y que una vez pasados los prim eros años de vida, el período de dilación puede volver a ampliarse rápidam ente hasta hacerse casi indefi­ nido. La posibilidad de estar d irectam en te d eterm in ad o por estímulos muy lejanos parece coincidir con el desarrollo de intereses especializados y muy amplios, lo que parece exigir de nuevo el volver a distribuir y a or­ ganizar el m aterial que de modo natural desem boca en diversos patrones organizados. Por consiguiente, todas las cosas que se ven, oyen, tocan y


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prueban, así como acontecimientos relacionados con la ingestión de ali­ mento o con la huida del peligro, se aíslan de su sentido específico natu­ ral, de su ^apetito y «esquemas» instintivos, y se organizan basándose en un interés determ inado por una vocación, un deporte o por una área de­ term inada del conocimiento humano. Los intereses de este tipo son muy persistentes, y sus elementos proce­ den de todo tipo de fuentes. Por consiguiente, puede que las característi­ cas destacadas de un conjunto que se presente gracias al interés, sean lle­ vadas consigo de m anera individualizada y, en form a de im ágenes sensoriales o de lenguaje, puedan influir directam ente sobre las reaccio­ nes mucho tiem po después de que haya ocurrido el estím ulo original. A hora bien, esta nueva redistribución del conjunto de experiencia y reac­ ciones organizadas que exige el desarrollo de intereses depende de esa misma capacidad para volver sobre los «esquemas» propios qué requiere el carácter constructivo del recuerdo. De esta manera, el funcionamiento de la imagen determ inada por un interés depende también del surgimien­ to o, si lo preferimos, del descubrimiento de la conciencia. En este punto, es posible constatar que, aunque podamos seguir ha­ blando de huellas, no hay razón para seguir considerando que éstas se completen en determ inado momento, se.almacenen en algún sitio y vuel­ van a excitarse en otro m om ento muy posterior. Las huellas de las que nos perm iten hablar nuestros datos se hallan determinadas y conducidas por un interés. Conviven con nuestros intereses y se modifican a la vez que ellos. Tiene toda la razón Philippe cuando habla de imágenes vivas, vitales y en constante cambio. Incluso en casos tan simples como el del sujeto con los nombres propios, una «K» ha pasado a ser «C», mezclándo­ se un «esquema» auditivo con otro visual, al que, en cierto sentido, supe­ ra en este único aspecto. Por lo general, se encuentran cambios mucho más radicales, aun cuando nos limitemos a elem entos sorprendentes y aparentem ente individualizados de lo que se recuerda.

6.

El desarrollo de los «esquemas»

Consideraciones como éstas plantean una cuestión vital para una dis­ cusión psicológica sobre la m anera en que se produce el recuerdo. Pode­ mos preguntarnos una vez más ¿cómo se desarrollan nuestros marcos or­ ganizados activos, nuestros «esquemas»? Si H ead está en lo cierto, como pienso que es así, indudablem ente, en este caso, siguen a menudo las lí­ neas de demarcación de los sentidos específicos, pero todos ellos son en su totalidad, en cualquier caso, sentidos de un organismo. Por lo general


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el m aterial que se toca tam bién se ve, y a la vez se puede oír, oler y gus­ tar. Así es que el mism o m aterial entra, desde el punto de vista de la ex­ periencia o la reacción, dentro de «esquemas» diferentes. De nuevo, lo que en un m om ento se puede explorar cutáneam ente, en otra ocasión, se puede estudiar p o r m edio de la visión o de la audición, una vez más con el mismo resultado en lo que respecta a la organización de «esquemas». Supóngase que los apetitos o tendencias instintivas inician las líneas de organización: los diferentes apetitos y tendencias instintivas no están ais­ lados, sino que sus ám bitos de operación se superponen continuamente. Por ejemplo, en la búsqueda de alimento, puede que se presente el peli­ gro y que haya que superarlo. Cuando se desarrollan intereses e ideales, la misma característica está presente de una m anera todavía más marca­ da. Si, en ese caso, hem os de considerar las huellas como algo vivo e in­ herente a estos factores activos de organización de «esquema», no es ex­ traño que se m o d ifiq u en , que m uestren invención, condensación, elaboración, sim plificación y todas las demás alteraciones que ilustraban constantem ente mis experim entos. Por otra parte, como se da esta nota­ ble superposición del m aterial del que se ocupan «esquemas» muy dife­ rentes, estos últim os están norm alm ente interconectados, organizados en conjunto, y m u estran , al igual que lo hacen los apetitos, las tendencias instintivas, los intereses e ideales que los componen, así como un orden de predom inio en tre ellos. A este orden de predominancia entre las dis­ tintas tendencias, en cuanto que es innato, se refieren precisamente los psicólogos cu a n d o h ab lan de «tem peram ento». E n la m edida en que se desarrolla a lo largo de toda la vida desde el nacimiento, es a lo que se refieren com o «carácter» . Así, lo que recordam os, que perten ece de m odo más específico a algún p atró n activo especial, suele ponerse en contraste siem pre con el m aterial reconstruido o llamativo de otros m ar­ cos activos. P o r consiguiente, es susceptible de adoptar cierta peculiari­ dad que, en cada caso concreto, exprese el tem peram ento o el carácter de la persona que está efectuando el recuerdo. Esta puede ser la razón por la que en casi todas las descripciones psicológicas de los procesos de m em oria se dice que tiene un aire personal muy característico. Sin em ­ bargo, si esta id ea es correcta, la m em oria es personal no gracias a un «yo» persistente, intangible e hipotético, que recibe y conserva innum e­ rables huellas que vuelve a estim ular siempre que lo necesita, sino debi­ do a que el m ecanism o de la m em oria hum ana en los adultos requiere una organización de «esquemas» que depende de una interacción de ape­ titos, instintos, intereses e ideales peculiares para cada sujeto determ ina­ do. Por consiguiente — y como ocurre en algunos casos patológicos— , si estas fuentes que organizan de modo activo los «esquemas» se llegan a


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disociar unas de otras, no logran aparecer los atributos personales pecu­ liares de lo que se recuerda. Sin embargo, propongo que volvamos a este punto de la discusión más tarde, ya que quizá un estudio de los factores sociales que hay en el re­ cuerdo pueda aclararlo m ás7; así que por ahora voy simplemente a enun­ ciar de nuevo el resumen de la teoría, dejando la cuestión en este punto.

7.

Resumen

Recordar no es la reexcitación de innumerables huellas fijas, sin vida y fragmentarias; sino una reconstrucción o construcción de imágenes for­ mada a partir de la relación entre la actitud que mantenemos ante todo un conjunto activo de reacciones o experiencias pasadas, y ante un detalle sobresaliente que suele aparecer en forma de imagen o de lenguaje. Por ello, el recuerdo casi nunca es realm ente exacto, ni siquiera en los casos más rudimentarios de recapitulación repetitiva, si bien ello no reviste nin­ guna importancia. La actitud en sentido literal es el resultado de la capa­ cidad del organismo para volver sobre sus propios «esquemas», y depen­ de directamente de la conciencia. El detalle sobresaliente es el resultado de esa valoración de los elem entos de un conjunto organizado que co­ mienza con el funcionamiento del apetito y del instinto, para llegar mu­ cho más allá con el desarrollo de intereses e ideales. Incluso al margen de su apariencia en forma de imágenes sensoriales o formas lingüísticas, al­ gunos de los elementos de un conjunto pueden destacarse en virtud de que posean ciertas características físicas. Pero no hay pruebas de que és­ tas puedan intervenir a la hora de determ inar una reacción específica, a no ser después de intervalos relativam ente cortos. Los contextos activos, tan importantes en el recuerdo humano, son fundam entalm ente contextos de «interés»; y, dado que un interés tiene tanto una dirección definida como un ámbito amplio, el desarrollo de estos contextos implica en buena medida una reorganización de los «esquemas» que siguen las líneas más primitivas de las diferencias sensoriales, de apetito y de instinto. De este modo, puesto que muchos «esquemas» están constituidos por elementos comunes, las imágenes y palabras que indican algunas de sus característi­ cas sobresalientes están en constante, aunque explicable, cambio, y son además un mecanismo que existe gracias al surgimiento o descubrimiento de la conciencia, y sin ellos no sería posible un verdadero recuerdo de he­ chos lejanos. Puede aducirse que esta teoría no aporta mucho realmente, que sim­ plemente reúne innumerables huellas y las denomina «esquemas» y luego


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selecciona unas cuantas y las llama imágenes, p ero no me parece que sea una crítica justa. Todas las teorías convencionales que parten de que la m em oria es reduplicativa intentan considerar las huellas como algo alm a­ cenado, igual que otras tantas impresiones, definidas, fijas y sólo suscepti­ bles de ser excitadas de nuevo. Los contextos activos, implicados en la m anera en que se ha considerado el asunto en este capítulo son algo vivo y en desarrollo, una expresión compleja de la vida que tiene lugar en ese m om ento y contribuyen a determ inar nuestros m odos de conducta coti­ dianos. E sta teo ría establece la concordancia e n tre reco rd ar y form ar imágenes, como expresión de las mismas actividades; sus implicaciones en relación con olvidar difieren enorm em ente de las que sugiere la idea co­ rriente sobre las huellas; da a la conciencia una función definida, más allá del m ero hecho de darse cuenta de algo. Este últim o punto no es en abso­ luto insignificante. En el debate actual en psicología, existe una escuela muy activa que de buena gana borraría toda referencia a la conciencia. C orrientem ente, se intenta refutar a esta escuela, con la enérgica afirm a­ ción de que, por supuesto, sabemos que somos conscientes. Este razona­ m iento sin embargo, resulta inútil, porque lo que se está diciendo en rea­ lidad es que la conciencia no puede llevar a cabo n ad a que no pueda hacerse también sin ella, postura que resulta más difícil de echar abajo. No obstante, si yo estoy en lo cierto, los rep resen tan tes de dicha escuela no tienen razón.


Capítulo 11 l a s im á g e n e s y su s f u n c io n e s

1.

Algunas características de las imágenes

Si la teoría del recuerdo que se acaba de desarrollar está justificada, es evidente que las imágenes desem peñan funciones de fundam ental im por­ tancia en la vida mental, aunque en la psicología actual esta perspectiva no sea precisam ente popular. No sólo los conductistas radicales se ven ten ta­ dos de creer que la psicología apenas puede sacar provecho del estudio minucioso de las imágenes. E n círculos menos radicales tam bién se suele sostener que, puesto que las imágenes son por lo general vagas, fugaces y varían de una vez a otra y según las personas, es difícil h acer una afirm a­ ción sobre ellas que no pueda contradecirse a continuación de m odo justi­ ficado. Este punto de vista ha surgido debido a que la m ayor p arte de las afirmaciones acerca de las imágenes en la psicología tradicional se refieren más a su naturaleza que a sus funciones, más a lo que son que a lo que p er­ miten realizar; y muchas de las polémicas surgidas en to rn o a ellas se han referido prim ordialm ente a su rango epistemológico. Sin duda alguna, las consideraciones acerca de la naturaleza de las imágenes y su relación, por una parte, con un mundo de objetos externos y, por otra, con la percep­ ción sensorial inmediata, plantean problem as de im portancia, interesantes y especialmente difíciles de tratar. Pero no nos vamos a ocupar ahora de estas cuestiones sino sencillamente de averiguar exactam ente qué tienen que ver las imágenes con el desarrollo general de la vida m ental. Con todo, desde que ese grupo de psicólogos actuales que, en conjun­ to, ha adoptado con la mayor fidelidad un punto de vista funeionalista — los conductistas— , ha tendido a negar abiertam ente la existencia de imá­ genes, o bien a ignorarlas de un m odo tácito, parece com o si hubiera que dar alguna justificación para asignar a las imágenes funciones im portantes dentro de la teoría psicológica. 285


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Prácticamente todos los numerosos observadores que me han ayuda­ do en mis experimentos, han estado seguros de la presencia de imágenes en un momento u otro. Las han descrito en muy diversos términos y les han atribuido propiedades muy diferentes, pero se ha aludido a su apari­ ción real con mayor seguridad que a ningún otro aspecto de toda la serie de experimentos, por lo que parece muy arbitrario rechazar este informe verbal en particular y aceptar otros que tienen la misma fuente y exacta­ mente la misma justificación. Por otra parte, aunque haya una gran diver­ sidad en las descripciones de imágenes, poseen uno o dos rasgos que es­ tán invariablem ente presentes; todos los observadores señalan que cuando informan de la aparición de una imagen, hay algo que afecta a su respuesta que no se refiere a una fuente sensorial externa inmediata, y que, además, no es con seguridad idéntico a la descripción que pueden dar de ello. Lo que tratan de decir es que lo que llaman imagen no puede reducirse a una m era fórmula verbal. En su intento por descubrir la natu­ raleza exacta de las imágenes, suponiéndolas diferentes en cierto sentido de las palabras utilizadas para describirlas, la psicología tradicional se ha preocupado fundam entalm ente de las divergencias evidentes entre perci­ bir y formar imágenes, o entre los perceptos y las imágenes. Se dice que la imagen, comparada con el percepto, es relativam ente fugaz, fragmentaria, vacilante y de poca intensidad; y que «llega a la mente» de m anera muy distinta. Las diferencias entre form ar imágenes y verbalizar se han estu­ diado con mucho m enos detenim iento, pero saltan a la luz cuando se adopta un punto de vista funcional, y es en el punto situado entre la res­ puesta sensorial directa y la m era utilización de palabras, donde las imá­ genes tienen sus funciones más importantes.

2.

Imágenes y palabras

Muy a menudo, las palabras parecen la expresión directa de los signi­ ficados; sin embargo, las imágenes están ahí de algún modo, y sólo cuan­ do se desarrollan a p artir de ellas significados concretos, com ienzan a fluir las palabras. E sta afirmación puede resultar muy ambigua, pero de hecho es esto exactamente lo que dicen muchos observadores en cada se­ rie de experimentos del tipo que he descrito en este libro, lo que me pare­ ce que tiene una gran importancia psicológica. Considérese el desarrollo de un experimento como el de escritura de dibujos. El sujeto llega a la prueba e inm ediatam ente se despierta en él cierto interés, se produce una orientación más o menos definida. Las condiciones experimentales en ge­ neral y la relación social entre experim entador y sujeto siempre produci­


Las imágenes y sus funciones

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rán algo parecido. Sea cual sea su punto de partida, el sujeto continúa describiendo verbalmente todo lo que se relacione de modo sobresaliente con el punto de partida, de acuerdo con su interés o actitud predominan­ te. En otras ocasiones, o con otro sujeto, el proceso comienza exactamen­ te de la misma manera, pero hay una interrupción: quizá tenga lugar un choque de intereses, o algo perturbe el suave desarrollo de la actitud del sujeto. De repente, su descripción parece desviarse ligeramente —a veces de un modo marcado— de su trayectoria. Hay una imagen y hay que unirle un significado, o, dicho con más precisión, hay que extraerlo, ha­ cerlo surgir, antes de que las palabras puedan proseguir el proceso. Así, cuando las imágenes abundan, el curso de la descripción puede resultar más emocionante, más variado, más rico, más espontáneo y, desde un punto de vista meramente lógico, un poco más difícil de seguir que cuan­ do el significado desemboca directamente en palabras. Además, lo que constituye también una cuestión del mayor interés psicológico, se halla menos sujeto a convenciones y es susceptible de parecer más original. De hecho, las imágenes son hasta tal punto un asunto individual que, como es sabido, siempre que en círculos psicológicos se inicia una discusión acerca de las imágenes pronto tiende a convertirse en una serie de confesiones autobiográficas. Los casos extremos de esta característica de las imágenes como algo que de algún modo está «ahí» y que aparentemente atrae, constri­ ñe o desvía los significados suelen ser utilizados por los novelistas cuando desean parecer psicológicos. Por ejemplo, en Los miserables, cuando Jean Valjean siente la irresistible tentación de robar la vajilla de plata del obispo, duda en un confuso torbellino de imágenes: «Y también pensó entonces, sin saber por qué, en un Convicto llamado Brevet, a quien había conocido en galeras, y que sujetaba sus pantalo­ nes con un solo tirante de algodón tejido. El dibujo del tejido de ese tirante le venía constantemente a la cabeza.» Esto es exactamente lo que sucede una y otra vez; la corriente principal que absorbe el inte­ rés, se ve cruzada por otra, y algo de entre el conjunto del material psicológico organizado por esta última irrumpe con fuerza en la co­ rriente principal. No puede hacerse ni decirse nada decisivo hasta que el detalle introducido haya adquirido una relación más o menos preci­ sa con la principal corriente de interés. Se ha producido repetidas ve­ ces en mis experimentos, y podemos encontrarlo en cualquier idea bri­ llante de un orador, inventor o poeta. Teniendo presente todo esto, podemos empezar ya, si bien de un modo algo especulativo, a formular una opinión acerca de las funciones de las imágenes.


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3. Reacciones a distancia Todos los avances biológicos importantes vienen marcados por dos ca­ racterísticas destacadas: un aumento en la diversidad de reacciones que concuerdan mejor con la variedad de condiciones externas, y un desarro­ llo de la capacidad para tratar con situaciones a distancia. A veces puede sobresalir de modo particular una de ambas, pero juntas señalan la supe­ rioridad de las formas superiores de vida orgánica. Los organismos menos desarrollados no tienen más que unas pocas maneras de entrar en contac­ to con el mundo exterior, que dan como resultado unas cuantas respues­ tas estereotipadas. Poco a poco van desarrollándose múltiples reacciones sensoriales, más o menos especializadas respecto a los estímulos apropia­ dos. Entre ellas destacan las que tienen que ver con las respuestas a dis­ tancia. Los principales receptores de distancia se congregan en la parte frontal del organismo, y constituyen la base del desarrollo de un sistema nervioso central, que ejerce funciones de control. Entre estos receptores, los que tienen que ver con la visión, audición y olfato, especialmente los dos primeros, son los que ocupan las posiciones predominantes. Son evi­ dentemente los más ventajosos, al permitir que experimenten un gran au­ mento de velocidad, discriminación y diversidad en las reacciones. Al mismo tiempo se desarrolla ininterrumpidamente otro proceso: la capaci­ dad de ser influido por las reacciones pasadas, que coincide asimismo con el desarrollo de las formas de tratar situaciones a distancia. Sin embargo, como hemos visto, las primeras formas en que las reacciones pasadas afectan a las respuestas son bien en conjunto, o como una secuencia. Dada una reacción producida por estímulo concreto, la misma reduce el umbral para una serie de reacciones ulteriores. El umbral reducido es la prueba de la influencia en masa de una serie de respuestas anteriores y, en el nivel de respuesta alcanzado hasta ese momento, no hay por qué su­ poner que cualquier reacción específica del conjunto sobresalga de modo individual. MacCurdy establece de manera sumamente interesante1, el que los fenómenos de umbral reducido constituyen el comienzo de las funciones de las imágenes, afirmación que no comparto. Sin duda un umbral redu­ cido permite al organismo actuar como si algún estímulo estuviera com­ pletamente presente, o se hallara en su forma original, cuando en reali­ dad se encuentra sólo de un modo parcial. Sin embargo, como muestra el propio MacCurdy, esto puede ocurrir como resultado del estableci­ miento de reflejos en cadena y «condicionados», de reacciones circula­ res, de automatismos secundarios y de una determinación «esquemáti­ ca», por lo tanto va precisamente en contra de ese carácter


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individualizador que siempre parece ser la función sobresaliente de la imagen propiamente dicha. La capacidad de ser influido por reacciones pasadas, a menudo deno­ minada —aunque probablemente con cierta imprecisión— «modificación por la experiencia» choca en conjunto con las exigencias que plantea un entorno diverso y en constante cambio respecto a la adaptabilidad, flui­ dez y variedad en la respuesta. Su efecto general es de dos clases: produce conductas estereotipadas y produce reacciones seriales relativamente fi­ jas. Incluso en un nivel superior de conducta, es muy común el desenca­ denamiento de respuestas en un orden cronológico fijo. Todos tendemos a incurrir en reacciones seriales cuando estamos cansados, caemos en un desvarío, llevamos alguna copa de más, o cuando, por cualquier razón, desciende nuestra agudeza crítica. Parece como si los procesos de ajuste orgánico se esforzaran todo el tiempo por establecer reacciones seriales y como si, al faltar la conciencia, la serie tuviera un mayor peso que los ele­ mentos que la constituyen. De forma que una y otra vez, si en algún mo­ mento falla la serie, hay una tendencia a que se produzca el colapso total, o bien, a que vuelva a comenzar toda la serie. La operación «en masa» de situaciones pasadas y la determinación excesiva por parte de series cronológicas fijas son a la vez antieconómicas desde el punto de vista biológico y hasta cierto punto insatisfactorias. An­ tieconómicas, porque reanudar una serie completa resulta a menudo una impresionante pérdida de tiempo; e insatisfactorias porque empañan la diversidad de los acontecimientos reales del entorno. Para superar estas dificultades, se desarrolló el método de las imágenes. No creo que pueda decirse nada muy definido en cuanto al mecanismo exacto del proceso; pero a este respecto, ni la aparición, ni el descubrimiento de las imágenes son los únicos en esa situación. Una y otra vez parece que la integración de funciones hace surgir nuevas reacciones, aunque sigue siendo inexpli­ cable el mecanismo por el cual se producen las mismas. Por ejemplo, lo que es una simple sombra para un solo ojo, puede apreciarse con claridad con la visión binocular como una tercera dimensión del espacio y, una vez que se ha reaccionado a la profundidad, parece una propiedad de la per­ cepción visual tan directa y simple como el color. En general, las imáge­ nes son un dispositivo para elegir porciones de esquemas, para aumentar las posibilidades de variabilidad en la reconstrucción de estímulos y situa­ ciones pasadas y para superar la cronología de las presentaciones. Me­ diante la imagen, y en particular la imagen visual —por lo que, al igual que el sentido de la vista, es el mejor de los mecanismos de distancia de su clase con el que contamos—, el hombre puede extraer de su contexto algo que sucedió hace un año, volverlo a situar con gran parte, si no con


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toda, su individualidad intacta, combinarlo con algo que sucedió ayer y servirse de todo ello para resolver un problema al que se enfrenta en el día de hoy. Lo anterior nos muestra claramente la diferencia entre los fe­ nómenos de umbral reducido y los que desempeñan la función de imagen propiamente dicha: los primeros facilitan que el pasado funcione tal como lo hizo anteriormente y el segundo facilita que el pasado opere en rela­ ción con las circunstancias algo modificadas del presente. Por consiguien­ te, resulta obvio que, puesto que las circunstancias siempre están cam­ biando, hay que considerar la imagen como algo útil desde el punto de vista biológico. Se ha señalado a menudo que en cualquier proceso de recuerdo las imágenes son particularmente susceptibles de aparecer cuando tiene lu­ gar una ligera comprobación, y que, cuando no se produce, es probable que todo el proceso se complete simplemente en términos de lenguaje o de actividad manipulativa del tipo que convenga. Esto es precisamente lo que cabría esperar: una diferencia en las circunstancias presentes, en comparación con las apropiadas a una respuesta automática, plantea en el agente un conflicto de actitudes o de intereses. Se mantiene entonces pro­ visionalmente la respuesta apropiada, y la imagen, un elemento de algún esquema, llega para ayudar a resolver la dificultad. Sin embargo, la solu­ ción muy a menudo resulta extraña para el observador, y puede que in­ adecuada para el agente. Estudiaremos ahora por qué habría de suceder una cosa así. 4. Cómo pueden errar las imágenes El mecanismo de las imágenes presenta varios defectos que son el pre­ cio que hay que pagar por sus peculiares ventajas. Quizá dos de ellos sean los más importantes: la imagen, y en particular la imagen visual, tiende a ir más allá en la individualización de las situaciones de lo que biológicamen­ te es útil; en segundo lugar, los principios de la combinación de las imáge­ nes tienen sus propias peculiaridades y dan lugar a construcciones que son relativamente disparatadas, inestables e irregulares, comparadas con el recto desarrollo de un hábito o con el curso ordenado del pensamiento. La justificación de la frase de Napoleón —en el caso de que realmente la pronunciara—, de que quienes se forman una imagen de cualquier cosa no son aptos para mandar, se encuentra en la raíz del primero de estos defectos. Un comandante que enfoque una batalla representándose pre­ viamente cómo transcurriría tal o cual combate en tal o cual ocasión se encontrará, a los dos minutos de que las fuerzas hayan iniciado el comba­


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te, con que algo no ha ido bien. Entonces se destruye su imagen, sin nin­ guna otra cosa que la sustituya, a no ser otra imagen individual, lo cual tampoco le servirá de mucho. También puede ocurrir que, al darse cuenta de que la primera imagen es inaplicable, cuente con un repertorio de imá­ genes tan variado e inoportuno que se sienta igualmente perdido a la hora de dar una solución práctica. Una individualidad demasiado grande de referencias pasadas puede resultar casi tan desconcertante como su au­ sencia total. Para atender las demandas de un entorno en constante cam­ bio, no sólo hemos de aislar los elementos de su contexto general, sino que hemos de conocer qué partes de ellos pueden separarse y variar sin perturbar su significado y funciones generales. Esto parece exigir precisa­ mente el tipo de análisis al que las palabras se adaptan de un modo pecu­ liar, pero para el que el método de las imágenes resulta en sí inadecuado. Todavía es más importante el hecho de que las imágenes tengan sus propios modos de combinarse, no tan adecuados a las necesidades de ajus­ te social como los de las palabras. El psicólogo típico ha prestado mucha menos consideración de la que sería deseable a las formas en que se aso­ cian las imágenes. De entre los tipos de asociación comúnmente admiti­ dos, aquéllos que entran en algo de detalle se derivan casi siempre de una clasificación de asociaciones de palabras, y son, como sería de esperar, de tendencia claramente lógica2, mientras que los referidos a categorías gene­ rales, como la tradicional asociación por semejanza, contigüidad y suce­ sión, siguen siendo demasiado amplios para aclarar cualquier problema particular. Si por el momento limitamos nuestra atención a las imágenes visuales, por ser el tipo más definido y claro, observaremos que como refe­ rencia a una situación original, una imagen visual puede situarse en cual­ quier nivel de completamiento, desde el fragmento más fugaz hasta la re­ composición más literal. Con independencia de lo completa que sea la imagen, hay invariablemente, como han mostrado los experimentos, cierto equilibrio entre las partes, cierto «peso» de los detalles dentro del conjun­ to. Volviendo una vez más a los datos experimentales, hemos encontrado muchas veces pruebas de que este «peso» de los detalles, esta preponde­ rancia de ciertos elementos, se debe fundamentalmente a factores perso­ nales de la naturaleza de una predisposición o un interés. Por consiguien­ te, las imágenes desembocan fácilmente unas en otras, se condensan y combinan dentro de la actividad mental de una persona, mientras que en la de otra pueden parecer discordantes e incoherentes. No hay referencia a principios de semejanza, contigüidad o sucesión que logren describir esos tipos de asociación individual; y mucho menos pueden lograr situarse den­ tro de categorías lógicas de relaciones de subordinación, supraordinación, coordinación y similares.


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El caso más típico de aparición de imágenes es aquél en el que se cru­ zan y combinan intereses personales o actitudes. El material organizado por uno de éstos se tiñe del significado que tiene comúnmente para otro. «Aunque creo que últimamente se ha tratado la imagen visual de un modo ignominioso», dice el profesor Pear, «no la considero una Dulci­ nea»3. He aquí una porción de material normalmente asociado con cierta clase de intereses, permeando y combinándose con un entorno de signifi­ cado organizado habitualmente por otro tipo de intereses. En propor­ ción con el significado expresado así adquirido por la imagen, parece más o ratenos lógica la conexión entre la imagen y el tema general al que se refiere, y el proceso de recuerdo, o de construcción —que consiste en buena medida en el paso de una imagen a otra—, puede considerarse lo bastante coherente después de todo. En realidad, gracias precisamente a lo variado e inesperado de las imágenes concretas que lo componen, puede decirse en este caso que resulta «brillantemente coherente». Pero si no se ha elaborado el significado y simplemente se describe o nombra la sucesión de imágenes, el proceso siempre tenderá a parecerle a otra persona fantástico, inestable, ilógico y no sujeto a los principios comunes de asociación. Estas características llegan a un grado extremo en el tu­ multo de imágenes de los pacientes esquizofrénicos, pero no pueden eli­ minarse por completo de ningún proceso de pensamiento que esté carga­ do de imágenes. Si efectivamente detrás de la secuencia de imágenes que tuvo lugar en muchos de mis experimentos, y en todas sus series, hubo cierta excitación simultánea de intereses relacionados, la cuestión de los tipos de asocia­ ción en los que intervienen las imágenes consiste en el fondo en saber qué condiciones determinan las combinaciones de intereses y actitudes. No pueden describirse en su totalidad en términos de los principios asociati­ vos comunes. Tampoco hay manera de decir con certeza si existen intere­ ses similares, y cuáles son; y en última instancia, los intereses no se combi­ nan por el simple hecho de ser contiguos o sucesivos. Sin duda, son muchas las condiciones que pueden influir, pero los ex­ perimentos aquí y allá confirman lo que a menudo se ha sugerido: que en­ tre estas condiciones predomina el tinte afectivo de aquellos intereses que funcionan simultáneamente. Encontramos un buen ejemplo de esto en la novela de Thomas Hardy, Desperate Remedies. Cytheraea Grange acaba de presenciar cómo su padre se cae desde un alto andamio; la primera im­ presión es tremenda, porque sabe que ha quedado gravemente herido, que incluso puede haber muerto: «La impresión inmediata de la que Cyt­ heraea tuvo conciencia fue que su hermano y un hombre mayor la trans­ portaban desde un extraño vehículo hacia la escalera de su casa. La re-


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construcción de io que había pasado se produjo un instante después, en el momento en que entraron por la puerta [...] sus ojos captaron el cielo del suroeste y, vagamente, vio la luz del sol que caía en haces de entre los ji­ rones de una nube gris. Las emociones se asocian a escenas simultáneas _a pesar de lo ajenas que éstas fueran— de la misma manera en que una solución química cristalizará en ramas y árboles. A partir de entonces, ninguna angustia que Cytheraea experimentara le traería a la mente la es­ cena de las ventanas del Ayuntamiento de un modo tan vivido como la luz del sol cayendo en haces.» Cualquiera puede reconocer de inmediato que esto refleja con precisión un hecho psicológico común. No es mera­ mente la yuxtaposición de acontecimientos en el espacio o en el tiempo lo que los reúne en forma de una imagen vivida, sino el hecho de estar recu­ biertos por emociones o intereses comunes, con independencia de que ta­ les acontecimientos sean cercanos o lejanos, diferentes o parecidos. Setrata de hecho de la mémoire affective, a la que con gran acierto se han re­ ferido, en particular, muchos psicólogos franceses. De estas consideraciones, pueden desprenderse dos o tres conclusio­ nes importantes. En primer lugar, tenemos ante nosotros una de las prin­ cipales razones por las que los intentos de precisar el significado de las imágenes que aparecen cuando se-produce un interés parecen a menudo, según sus autores, no lograr su propósito. Ese carácter afectivo, que da a la imagen su posición y su justificación principal, parece incompatible con una expresión adecuada puesto que no hay vocabulario válido que se adecúe a los delicados matices de las reacciones afectivas de las que el hombre es capaz. Por consiguiente, en muchos casos, las imágenes simple­ mente se describen, o se nombran; su significación se deja al entendimien­ to tácito, y casi siempre parece como si proporcionaran tan sólo una espe­ cie de lujo estético. En segundo lugar, este carácter afectivo, que combina intereses de na­ turaleza y origen muy distintos, puede ayudar a explicar la gran riqueza y variedad de imágenes que suele observarse en un sujeto visualista típico. Sin duda, las diferencias entre unas reacciones afectivas humanas y otras excede en gran medida las expresiones de que dispone el lenguaje des­ criptivo, pero, al mismo tiempo, necesariamente se quedan muy por deba­ jo del número de rasgos discriminables del medio externo. Así, todo el mundo tiene que ser capaz de combinar una enorme variedad de materia­ les cognitivos, porque todos ellos han permitido desarrollar intereses cuya expresión estaba teñida de un matiz afectivo más o menos constante. Por último, no parece verosímil suponer que haya personas especial­ mente sensibles por su temperamento ai sutil fondo afectivo de sus intere­ ses. En estas personas es más fácil que bajo ciertas circunstancias sus inte-


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reses fluyan y se asocien a otros, o que, en otras condiciones, estos mis­ mos intereses puedan quedar rigurosamente marginados. Otras personas, sin embargo, son incapaces de combinar áreas de interés que no vayan convencionalmente unidas hasta que ellos mismos o alguna otra persona consiguen formular una razón convincente. Los primeros adelantan sus razones, intuyendo asimismo algún tipo de conexión, que no consiguen expresar en palabras. Los segundos tienen que esperar el análisis y la ló­ gica. Puesto que la imagen siempre tiende a mantener sus funciones individualizadoras, aquéllos que pueden combinar imágenes vividas sin espe­ rar a justificarlas son quienes manejan representaciones concretas, metáforas, problemas prácticos. Entre ellos se encuentran los poetas, los inventores, los descubridores, pero también aquellos que si bien poseen una sensibilidad que responde a ocultas conexiones, también adolecen de una cierta falta de orden y perseverancia: vagan al azar de un asunto a otro, de forma tal que terminan por parecer completamente inconsecuen­ tes a los ojos de los demás, e incluso a los suyos. Representar imágenes, como cualquier otra reacción orgánica o psico­ lógica, tiende siempre a convertirse en un hábito. En mi opinión, en líneas generales, es indudable que la imagen es una de las respuestas del orga­ nismo consciente ante el desafío de un medio externo que en parte va cambiando y en parte permanece igual, exigiendo un ajuste flexible, pero sin permitir nunca volver a comenzar de cero. De todos modos, una vez que se adopta y ejercita el método de formación de imágenes, tiende por sí mismo a convertirse en hábito. Ya sea por sus circunstancias afectivas o por otra razón cualquiera, un sujeto visualizador típico cree a menudo contar con una gran riqueza de imágenes, que a su vez contienen una gran variedad de rasgos, lo que provoca en el sujeto deseos de detenerse a describirlas —para gozo estético propio o ajeno—, en lugar de centrarse en el problema que dichas imágenes le podían ayudar a resolver. No transcurre mucho sin que sus propias imágenes caigan en la rutina, repi­ tan sus rasgos más conocidos, se vuelvan convencionales en el sentido que le es peculiar a cada persona y pierdan su relación con aquellos rasgos tí­ picamente nuevos de un medio dado sin los que nunca se habría podido desarrollar el método de formación de imágenes. 5. Formar imágenes y pensar Considerar en detalle cómo se superan los inconvenientes del sistema de formación de imágenes exige un estudio especial que nos llevaría más allá de los límites de esta discusión; pero si nos atenemos a lo que indican


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los experimentos, parece como si tuviera que existir algún tipo de rela­ ción complementaria entre las palabras y la formación de imágenes que creemos que merece la pena intentar ver cómo se lleva a cabo. Hay un acuerdo general acerca de que el pensamiento y la utilización del lenguaje guardan una estrecha relación, aunque no esté justificado reducir una cosa a la otra. Las palabras y las imágenes sensoriales son en un sentido similares en un aspecto importante: ambas actúan como signos que indi­ can otra cosa que no tiene por qué estar perceptivamente presente en ese momento. Así, ambas son instrumentos de la función general que nos permite tratar con situaciones u objetos ausentes. Las palabras tienen la evidente ventaja adicional de ser sociales y constituyen la forma más di­ recta de comunicar significados. La imagen, para ser comunicada, tiene que ser expresada a través de palabras, y ya hemos visto que esto puede hacerse a menudo sólo de un modo vacilante y deficiente. Las palabras difieren de las imágenes en otro aspecto todavía más importante: pueden indicar las características cualitativas y relaciónales de una situación en su aspecto general tan directamente —e incluso más satisfactoriamente— como pueden describir su individualidad peculiar. Esto es, de hecho, lo que proporciona al lenguaje su íntima relación con los procesos de pensa­ miento. Porque pensar, en su sentido psicológico, no consiste simplemen­ te en recuperar de una situación adecuada del pasado en virtud de una confluencia de intereses, sino en utilizar el pasado para resolver dificulta­ des planteadas en el presente. Por tanto, pensar implica formularse, en cierto grado al menos, cuál es la naturaleza de la relación entre los casos utilizados en la solución y las circunstancias que plantean el problema. Evidentemente no puede decirse que alguien piensa si no se esté enfren­ tando a una especie de reto, a cierta dificultad; una persona en caso con­ trario se limita a actuar de un modo automático y se deja llevar por sus hábitos. De igual modo tampoco puede decirse que piense una persona que, ante reto, no se limite a formar una imagen a partir de una situación concreta, más o menos relevante para luego encontrar por sí misma una solución, sin formular en absoluto el principio relacional implicado. Para llevar a cabo esta formulación, es decir, para utilizar las características ge­ nerales de la situación, tanto cualitativas como relaciónales, a las que se hace referencia de un modo más o menos abierto, las palabras parecen ser los únicos instrumentos adecuados que el hombre ha descubierto o in­ ventado hasta la fecha. Utilizadas de esta forma, logran notoriamente aquello en lo que las imágenes, como hemos visto, tienden a fallar más notoriamente: pueden tanto designar lo general como describir lo particu­ lar, y puesto que se articulan mediante la formulación de conexiones, con­ tienen de un modo más claro su propia lógica.


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Si estoy en lo cierto, el pensar es biológicamente posterior al proceso de formar imágenes, y sólo es posible aquél cuando se ha encontrado una mane­ ra de acabar con la influencia «en masa» de los estímulos y situaciones pasa­ dos, es decir, cuando se ha logrado descubrir un mecanismo que doblegue la tiranía secuencial de las reacciones pasadas. Pero aunque se trate de un des­ arrollo posterior y superior, el pensamiento 110 invalida el método de las imá­ genes, puesto que el primero también tiene sus inconvenientes. Comparado con formar imágenes, le falta algo de vivacidad, de vitalidad, de variedad. Sus instrumentos fundamentales son las palabras, y éstas, no sólo porque son so­ ciales, sino porque además su utilización requiere un encadenamiento se­ cuencial, se reducen a hábitos con mayor facilidad que las imágenes. Sus con­ venciones son sociales, las mismas para todos, y muy poco una cuestión de idiosincrasia. A medida que nos alejamos del método de las imágenes corre­ mos mayor riesgo de quedar atrapados en generalidades que tengan poco que ver con la experiencia concreta real; si no logramos mantener los métodos de pensar, corremos el riesgo de quedarnos aferrados a los casos individuales y dejarnos llevar por las circunstancias accidentales inherentes a ellos. Sólo en casos anormales se llevan al límite riesgos de este tipo, porque al combinarse habitualmente las imágenes y los procesos lingüísticos de pensamiento, cada uno de estos métodos ha incorporado algunas peculiaridades del otro, y las imágenes, sobre todo las que suelen denominarse «genéricas», parecen esfor­ zarse por encontrar cierta significación y un marco general, mientras que el lenguaje a menudo construye sus eslabones caso a caso, a partir de una des­ cripción individual elaborada y minuciosa. En términos generales, y con inde­ pendencia de la estrecha relación existente entre ambos, cada método conser­ va su carácter singular. El método de las imágenes es el de los brillantes descubrimientos, mediante el que se ponen en relación campos organizados por intereses que normalmente permanecen aislados. El método del pensa­ miento-palabra se mantiene como el de la racionalización y la inferencia; aquél por medio del que se aclara y facilita la conexión de lo que hasta enton­ ces permanecía inconexo, y por el que el resultado subsiguiente no se reduce a una manifestación, sino que constituye una demostración. Estar alerta a ambos procesos es el destino universal que puede des­ bordar todo esfuerzo humano; por ello, pueden llegar a transformarse en un mero hábito. Esa misma determinación secuencial y en masa, para cuya superación se desarrollaron, puede acabar con ellos al final. En ese caso las personas considerarán la facilidad para obtener imágenes y la ri­ queza de vocabulario como algo satisfactorio en sí mismo, como si imáge­ nes y palabras fueran simples lujos con los que disfrutar. Tanto si las fun­ ciones que en mi opinión les pertenecen son realmente suyas, como si no lo son, al menos esta última opinión es incorrecta.


Capítulo 12 EL SIGNIFICADO

1. Definición del problema De acuerdo con las ideas que se han expuesto en los tres capítulos an­ teriores, la construcción de material y de reacciones psicológicas dentro de contextos organizados desempeña una función capital a la hora de per­ cibir, reconocer y recordar. Siempre que se encuentran dichos contextos, surgen hechos de «significado»; porque podemos tomar cualquier ele­ mento de un contexto y ver que «conduce a» otro elemento relacionado; decimos entonces que su significación va más allá de su propio carácter descriptivo. Se ha demostrado que los contextos organizados constituyen una base fundamental del proceso perceptivo, y que van cobrando impor­ tancia e incorporando nuevas funciones a medida que nos adentramos en procesos cognitivos más elaborados. Por eso puede decirse con toda ra­ zón que todos los procesos cognitivos que se han estudiado, desde perci­ bir hasta pensar, son formas en las que se pone de manifiesto fundamen­ talmente una especie de «esfuerzo en pos del significado». Hablando en términos generales, dicho esfuerzo es simplemente el intento de conectar algo que está dado con otra cosa distinta. Esta consideración puede dar lugar a dos problemas diferentes, que, sin embargo, se suelen confundir. El primero plantea qué condiciones generales o específicas puede demostrarse que dan lugar al significado. El segundo plantea qué es de hecho el significado y qué lugar ocupa en una teoría del conocimiento. El problema se plantea cuando un psicólo­ go que ha llegado a una formulación general de las condiciones esencia­ les del significado pasa luego a decir que éstas constituyen de hecho el significado. En psicología, se han formulado numerosas teorías sobre el signifi­ cado1, que pueden clasificarse en dos categorías generales: la primera sos­ 297


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tiene que el significado se debe a una estructuración de las reacciones, mientras que, según la segunda, se trata de una estructuración del mate­ rial. 2. El significado como ordenación de las reacciones . J. B. Watson ha formulado una versión radical de la primera de estas dos concepciones. Comienza diciendo que el significado, sea lo que sea, no es un problema: «Me gustaría decir con toda franqueza y sin afán de polemizar que no estoy en absoluto de acuerdo con los psicólogos y filó­ sofos que intentan introducir el concepto de significado en la conducta... Desde el punto de vista de un observador externo o de un conductista el problema no existe.» Pero sus palabras inducen a error, pues continúa: «Observemos lo que hace un animal o un ser humano: lo que quiere decir es lo que hace. Es una tontería preguntarle mientras lleva a cabo su ac­ ción qué es lo que está haciendo: la acción constituye el significado. Por consiguiente, agotamos el concepto de acción y habremos agotado el con­ cepto de significado. Es un esfuerzo inútil plantear el problema del signi­ ficado al margen de la acción que de hecho se observa»2. Aquí al conductista puede achacársele una suerte de confusión a la que es muy propenso. Según él: «No existe el problema de la conciencia, ni el de la representación mediante imágenes, ni el del significado.» Pero lo que realmente intenta decir es: «No existe ningún problema que se pueda formular debidamente sin utilizar estos términos.» Es obvio que estas dos afirmaciones son muy distintas. Watson está afirmando en reali­ dad, no que el problema del significado no exista, sino simplemente que el problema del significado y el de la distribución o el orden de las reac­ ciones, son una misma cosa. Las palabras de Watson no son muy claras. Según él, «la acción es el significado». Si esto fuera así, resultaría extraño que generalmente se acep­ te que lo que ocurre es lo contrario. Por ejemplo, muchas personas que es­ tán aprendiendo a patinar, tras constatar la desgarbada figura que acaban de componer sobre el hielo, señalan con pesar: «Pero si esto no es lo que yo pretendía*». Si una reacción significa aquellas otras que la siguen, ¿cuántas de éstas son las que significa? ¿Significa invariablemente las que la siguen de inmediato? Estos interrogantes plantean quebraderos de cabeza bastan­ te difíciles de resolver, pero hemos de intentar darles alguna respuesta. La * En inglés, el verbo to mean tiene tres acepciones: significar, pretender o proponerse e implicar. El lector deberá tener en cuenta dicha circunstancia al leer este capítulo. [N. del E.]


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concepción de Watson resulta especialmente difícil de aplicar si tomamos como ejemplo las actividades de un niño muy pequeño; cualquier niño que esté sano y lleno de vitalidad pasa de una actividad a otra de una manera tan obstinada y aparentemente arbitraria que si hemos de suponer que una acción significa la que le sigue, nos vemos obligados a formarnos una no­ ción de significado muy extraña en esta fase del desarrollo. Como vamos a ver, puede que haya razones poderosas para afirmar que el significado surge en parte como resultado de la organización de re­ acciones, pero esta concepción es muy diferente de la que afirma rotun­ damente que «el significado es la acción». 3. E! significado como distribución del material Titchener hace también hincapié en que el significado se debe a un or­ den o distribución del material psicológico. Según él, «las percepciones son grupos seleccionados de sensaciones en los que las imágenes están in­ corporadas como parte esencial de todo el proceso. Pero hay más: lo fun­ damental acerca de ellas es que tienen un significado. Ninguna sensación significa nada. Una sensación sucede en diversas formas características: intensamente, claramente, espacialmente, etcétera. Todas las percepcio­ nes significan algo; también suceden en diversas formas características, pero lo hacen con un significado. Entonces, ¿qué es, desde el punto de vista psicológico, el significado?». La respuesta de Titchener parece perfectamente definida: el signifi­ cado es el «contexto». «Un proceso mental es el significado de otro proceso mental si es el contexto de este otro. Y el contexto, en este sentido, es simplemente el proceso mental que se agrega al proceso dado a través de la situación en la que se encuentra el organismo. En su origen, la situación es física, externa; y en su origen, el significado es una cinestesia; el organismo se enfrenta a la situación con una actitud corporal, y las sensaciones características que despierta esa actitud dan significado al proceso que ocurre en un nivel consciente, es decir, cons­ tituyendo desde el punto de vista psicológico el significado de ese pro­ ceso. Para nosotros, la situación puede ser externa o interna, física o mental, un grupo de estímulos adecuados o una constelación de ideas; en un momento la imagen se ha superpuesto sobre la sensación, y el significado se expresa en términos de imágenes. Por tanto, para noso­ tros, el significado puede ser principalmente una cuestión de sensacio­ nes de los sentidos específicos o de imágenes, o de sensaciones cinestésicas o de otro tipo. De todas sus formas posibles, hay dos que parecen


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tener una importancia especial: la cinestesia y las imágenes verbales... Lo esencial de esta explicación es que son necesarias dos sensaciones al menos para construir un significado»3. Titchener prosigue insistiendo en que se puede «contener» el significado en términos puramente fisiológi­ cos, punto que me propongo tratar más adelante. Las afirmaciones de Titchener presentan muchos problemas, pero en cuanto a su argumento principal —que el significado es el contexto—, es susceptible de las mismas críticas que se aplicaban a las ideas de Watson, aparentemente tan distintas. No hay duda de que el significado tiene que hallarse en el contexto, pero no hay razón alguna para decir que es el con­ texto. ¿Cuánto de contexto hay en él? Sólo una vida mental primitiva, si es que existe, se vive de una manera lineal, como ya hemos visto; por lo que sólo en una vida así, como mucho, se podría afirmar que el significa­ do es el contexto. Supongamos, por ejemplo, que después de haber escrito estas líneas levanto la vista y contemplo las llamas parpadeantes de un fuego. ¿Ten­ dría que decir que el conjunto de sensaciones de color y temperatura a las que llamo «fuego» son el significado del conjunto de sensaciones visuales en blanco y negro que llamo mi «escritura»? Lo primero puede desde lue­ go considerarse como el contexto de lo segundo, pero, en mi opinión, no como su significado. Titchener ha ofrecido lo que parece ser una respuesta sencilla a este tipo de dificultad. El conjunto de sensaciones de color y temperatura, aunque forman parte del contexto del conjunto de sensaciones en blanco y negro quizá no son parte de la misma situación. Pero esto simplemente nos lleva a otra sería dificultad: ¿en qué consiste una «situación»? 4. Cómo definir una «situación» Se dice con frecuencia que todas las reacciones psicológicas son res­ puestas ante una «situación», pero, al parecer, nunca se ha intentado ex­ plicar lo que la constituye. Dos cosas deberían estar claras: una situación no puede describirse de un modo adecuado simplemente como una serie de reacciones, ni tampoco como una simple estructuración de sensacio­ nes, imágenes, ideas o ejercicios de razonamiento. Sonia Kovalevsky, cuando era una niña pequeña, se encontraba en el cuarto de los niños, donde «una de las paredes que había que volver a empapelar tenía una capa intermedia cubierta de hojas de papel repletas de fórmulas matemáticas... Estas misteriosas líneas despertaron pronto la curiosidad de Sonia; se hubiera quedado mirándolas durante horas, inten-


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tando hallar el orden en el que deberían estar colocadas las hojas. Así, poco a poco, un cierto número de fórmulas fueron fijándose en su memo­ ria: incluso el texto pareció imprimirse en su cerebro, aunque ella no cap­ tara su significado4. «Más tarde, en San Petersburgo, cuando con quince años recibió sus primeras clases de cálculo diferencial, su profesor quedó sorprendido al comprobar lo rápidam ente que entendía y recordaba los problemas mate­ máticos, como si ya los hubiera estudiado antes; como en realidad había ocurrido. A medida que el profesor se los explicaba, ella iba cayendo en la cuenta del significado real de las palabras y fórmulas que durante tanto tiempo habían estado almacenadas en algún lugar recóndito de su cere­ bro» 5. Este caso y otros muchos similares que se podrían recoger fácilmente muestran de un modo tangible lo que todo el conjunto de mis experimentos demuestra de manera menos llamativa: los determinantes parciales de to­ dos los procesos de percibir, reconocer y recordar son tendencias activas, unas de carácter general y otras muy especializadas. En el caso que se aca­ ba de describir se estaba dando una curiosidad especializada hacia las rela­ ciones matemáticas, que organizaba el material sensorial dado a través de las reacciones visuales a las líneas.y números que había sobre la pared. Las demás características de la estancia no pertenecían a la misma «situación». Aun así, no es del todo correcto decir que siempre que alguna tenden­ cia activa organiza un material psicológico ese material constituye una si­ tuación. No se puede caracterizar correctamente una situación sólo en términos de material psicológico. Supongamos que hay una cuantas naranjas en un frutero y que ha lle­ gado el momento de tom ar el postre. Un comensal entonces repara en las naranjas y su atención va de una naranja a otra. Luego este comensal se retira a su estudio a leer un libro. He aquí también un material sensorial ordenado y, desde un cierto punto de vista, nuestra descripción de la disposición del material será la misma en ambos casos. La disposición es cronológica, por sucesión, y se produce mediante semejanza interna, con­ tigüidad u otro rasgo descriptivo de los que tanto utilizan los asociacionistas. Quizá las dos situaciones así constituidas sean marcadamente distin­ tas, y la diferencia no se agote con una enumeración de las diferencias sensoriales implicadas. No se trata sólo de que en un caso tengamos una disposición de la sensación del naranja y en el otro de la del blanco y ne­ gro; o que las formas en cuestión sean diferentes. Cuando discriminamos las diferencias entre las dos situaciones, de algún modo llegamos al hecho de que son la expresión de dos tendencias o intereses diferentes. El carác­ ter activo de la tendencia es tan importante como el carácter estático de la


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disposición del material. Así, llevándolo al límite, podríamos tener el mis­ mo material distribuido de idéntica forma, en lo que concierne a cualquier relación asociativa implicada, y pueden no ser confundidos en absoluto porque las tendencias organizadoras activas que subyacen son diferentes. Desde el punto de vista psicológico, una situación siempre implica la distribución de material cognitivo por medio de una tendencia —o bien, un conjunto de tendencias—, activa más o menos específica, por lo que para definir una situación, en un caso dado, tenemos que referirnos no sólo a la distribución del material, sino también en concreto a la actividad o actividades en funcionamiento. Obviamente, lo anterior sólo proporciona una definición muy general. Hay otras muchas cuestiones que considerar; por ejemplo, las «situacio­ nes» parecen tener límites temporales, que pueden ser más o menos am­ plios según el tipo de tendencia que esté operando. Quizá las actitudes y emociones nos ofrecen ejemplos de situaciones con límites temporales restringidos, mientras que las opiniones y los ideales tienen el más amplio ámbito cronológico posible. Entre estos dos grupos figurarán situaciones organizadas por estados de ánimo e intereses, que se extienden más en el tiempo que las organizadas por el primer grupo, pero menos que las del segundo. Sin embargo, todos estos problemas exigen investigaciones es­ peciales que por ahora no se han intentado realizar. 5. El «ajuste» del material En el caso de Sonia Kovalevsky, parece no haber ninguna razón inhe­ rente a lo especializado de su curiosidad para que reuniera una gran can­ tidad de material sensorial proveniente de su tierna infancia. De hecho, aquello sólo tenía que ver, o al menos primordialmente, con las fórmulas, líneas y figuras de la pared. El que cierto material se «ajuste» de un modo especial a ciertas funciones puede tener una importancia tanto teórica como práctica, lo que parece estar admitido de modo bastante generaliza­ do en algunos casos complejos. Por ejemplo, las palabras son un material que se «ajusta» a la expresión de ciertas tendencias artísticas, los sonidos a otros casos y las representaciones pictóricas o formas decorativas a otros. Por mucho que lo intentemos no podemos interpretar o expresar el resultado obtenido con un material utilizando otro medio distinto. Buena parte del capítulo anterior estaba dedicada a mostrar que las imágenes son más apropiadas para unas funciones, mientras que las formulaciones verbales sirven mejor para otras. De nuevo, parece que las series cinesté-


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sicas se prestan particulamente a ese «ajuste» para mantener un orden de respuestas exacto. 'Es remotamente posible que, con el ingenio y la paciencia necesarias, lográramos observar los procesos por los que cierto material especial se «ajusta» a ciertas tendencias, determinando de modo experimental todo el curso de lo que ocurre. Si lo hiciéramos, creo que encontraríamos que se trata de procesos en los que el «ajuste» intencional suele desempeñar una función muy pequeña. Se trataría entonces de que la distinción entre material dotado de «ajuste» y otro material tiene algo que ver con las dis­ tinciones comunes entre significado «real» y «aparente», u «ocasional». Volveré a ello más tarde, pero quisiera ya dejar claro que una diferencia­ ción de este tipo no proporciona base alguna para conclusiones posterio­ res con respecto a la naturaleza del denominado significado «real». 6. El significado en psicología Aparentem ente es posible tener una conducta que muestre todos los signos de adaptabilidad, pero que carezca total o parcialmente de un co­ nocimiento sensorial, perceptivo, de imágenes o de ideas por parte de la persona implicada. Ahora bien, en algunos casos una técnica experimen­ tal especial puede m ostrar que probablemente en el momento en que está ocurriendo de hecho esa conducta sí estaba presente un material sensorial o de otro tipo, sin que la persona pueda darse cuenta de ello por alguna razón en ese momento o después. Por ejemplo, en un reciente partido internacional de rugby, al comenzar el segundo tiempo, uno de los jugadores sufrió una ligera contusión como consecuencia de un en­ contronazo. Siguió jugando bien, e incluso inició un movimiento que dio lugar a un tanto; sin embargo, no fue capaz de describir el juego ni nada de lo ocurrido después de la colisión. Quizá bajo hipnosis o delirando, mediante una asociación dirigida u otros medios, se podía haber induci­ do a que aquel hombre diera una descripción completa y precisa del jue­ go, a pesar de no haber tenido ninguna información del mismo mientras tanto. Aunque así fuera, si bien mientras estuvo jugando e inmediata­ mente después de acabado el partido —ateniéndonos a su propio rela­ to—, habría que admitir que lo único que estuvo presente fue una mera sucesión m aravillosam ente estructurada de movimientos coordinados, parecería como si en realidad algo más hubiera estado presente todo el tiempo. Junto con esa serie de movimientos bien dirigidos se daba para­ lelamente una serie de material sensorial, de imágenes, de ideas y de pla­ nes. Sin embargo, no parece que pudiera ser éste el caso si utilizáramos


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un animal descerebrado, aunque entonces sería posible inducir reaccio­ nes adaptadas complejas6. Si en un ejemplo dado de reacción adaptativa, ninguno de los procedi­ mientos experimentales especiales permitiera esclarecer ningún material cognitivo, yo sostendría que nos encontramos frente a una simple suce­ sión de movimientos admirablemente ordenados, pero no significados. En cuanto a la terminología, estaría de acuerdo en que podría considerar que cualquiera de los elementos de la serie tiene posiblemente una «signi­ ficación reactiva»; pero no estaría dispuesto a admitir que poseyeran «sig­ nificado». No existe el significado fisiológico; no hay sensaciones, imáge­ nes o ideas fisiológicas, pero puede que haya significado inconsciente, sensaciones inconscientes e imágenes e ideas inconscientes. Pese a lo anterior, el significado no se encuentra en el mismo nivel que las sensaciones, imágenes e ideas. Cuando un material sensorial se or­ ganiza en unas determinadas tendencias reactivas, tenemos el tipo más sencillo de «situación» psicológica. Titchener está en lo cierto al relacio­ nar el significado con la situación psicológica, pero no al identificar el sig­ nificado con la situación contextual. Considérese mi propio caso, en el que una serie de observadores, a los que se les dio el simple dibujo de una puerta y una tapia, con un letrero sobre ésta que contenía caracteres in­ descifrables, interpretó el aviso como: «Prohibido el paso.» El significado en este caso no puede traducirse totalmente en términos del contexto vi­ sual. El contexto o situación involucrado, de hecho es la manifestación de un conjunto de tendencias relacionadas con la afición a los paseos cam­ pestres, o quizás con las costumbres y prejuicios sociales. Estos factores activos forman parte del significado, así como de la situación, y organizan el material sensorial que está presente. No hay material psicológico sin ellos y suponen una condición esencial del significado que, una vez pre­ sente, se refiere siempre a dicho material. De igual modo, en muchos casos hay que considerar la afectividad como un elemento del significado y puede que sea, como hemos visto en páginas anteriores, un elemento importante7. Con todo, no parece conveniente decir que, desde un punto de vista psicológico, algo signifique todo el conjunto del contexto o situación en que se encuentra. Quizá, en un sentido literal, esto sea cierto, pero en la práctica el significado tiene un ámbito mucho más restringido. Se necesita investigar mucho más acerca de este punto, pero pueden formularse las tres teorías siguientes. Los experimentos han puesto de manifiesto que en toda situación en la que opera la percepción o el recuerdo destacan ciertos elementos so­ bresalientes o preponderantes sobre el resto. Los factores que determi­


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nan la preponderancia son del tipo de tendencias activas. Unas son indivi­ duales, como el temperamento, el carácter y ciertos intereses. Otras son ampliamente compartidas, como los intereses, sentimientos, convenciones e ideales, determinados por el grupo. Si en una situación cualquiera, do­ minan ciertos constituyentes parciales, éstos, junto con sus tendencias de­ terminantes, permiten establecer el significado de esa situación o de cual­ quier otra parte de ella. En segundo lugar, hemos visto con frecuencia que, en una fase deter­ minada del desarrollo, la estructuración cronológica tiene mucho que ver con la determinación del significado. En casos relativamente simples, el significado de una parte de una situación se hallará en las reacciones, y en el material y las emociones que los siguen inmediatamente. Este modo cronológico de determinar el significado probablemente nunca sea com­ pletamente superado. Por ejemplo, un sujeto bajo hipnosis, que haya co­ menzado con determinadas reacciones o con determinadas imágenes o ideas, de ordinario irá pasando a otras que de hecho sucedieron a las pri­ meras en ese orden cuando ocurrieron por vez primera. Por último, el grueso de las situaciones y significados de la vida coti­ diana está constituido por un conjunto de material adquirido y por com­ binaciones e integraciones complejas de intereses. Esto corta de golpe cualquier principio cronológico de organización simple. Un narrador consumado comenzará su relato como si se lo contara a sí mismo, esti­ mulando en sus oyentes un conjunto de intereses. Luego sigue un inter­ valo, durante el cual mantiene en vilo los intereses, los deja a la expecta­ tiva y al final irrum pe con el m aterial se «ajusta» a la situación, quedando entonces justificado el interés. Lo mismo sucede en el caso del orador hábil, el compositor o el escritor de talento. Todas las soluciones difíciles de los problemas siguen el mismo camino. Hay reacciones, emo­ ciones y material psicológico que se «ajustan» de modo excelente a otras reacciones, emociones y materiales psicológicos. Quizá esto sea simple­ mente un hecho objetivo, pero precisamente por ello se puede reaccionar ante él como ante otros hechos objetivos y, como en otros muchos casos, la reacción también puede ser consciente o inconsciente. Las reacciones conscientes de este tipo nos proporcionan el significado en un nivel supe­ rior. De este modo, encontramos con frecuencia que el significado «real» de una situación o de una parte de ella, está muy alejado en el espacio y en el tiempo de aquello de lo que es significado.


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7. El significado «real» Hay ajigunas consideraciones psicológicas que contribuyen a poner de manifiesto las distinciones comunes entre significado «real» y «aparente». Las que aparecen a continuación son probablemente algunas de las más importantes: a) Se puede sustituir significado «real» por significado «convencio­ nal». El significado se deriva de la organización del material psicológico por tendencias de reacciones. Siempre que estas tendencias se vuelvan convencionales y arraiguen en la totalidad de un grupo social tienden a expresarse en cada miembro del grupo, suponiendo que éstos reaccionen de un modo social. Por consiguiente, las tendencias determinan de una manera uniforme las situaciones y el significado en todo el grupo. Los sig­ nificados «reales» en este sentido varían de un grupo a otro, de igual modo que los significados «aparentes» pueden variar de un individuo a otro. Dentro del grupo permanece relativamente constante la dirección en que se mueve la referencia de cualquier situación de la que se ocupen las tendencias del grupo. El significado «real», por ejemplo, de «mágico» puede diferir mucho entre un grupo que pertenezca a la civilización eu­ ropea actual y, pongamos por caso, un grupo de aborígenes australianos. Puede ser que en un sentido la «connotación» lógica se considere como un significado «real» de este tipo dentro de un grupo muy reducido. b) Se puede sustituir significado «real» por significado «racional». Es una utilización muy frecuente y, para el psicólogo, algo problemática. Nos exige abstraer del significado todas las características activas y afectivas, y encontrar la totalidad del significado en términos de material psicológico. Es evidente que hay una estrecha relación entre el caso a) y el b); en am­ bos se hace un esfuerzo por encontrar el significado «real» en un tipo de referencia que es uniforme para todo el mundo. El caso b) se basa en el hecho de que las reacciones activas y afectivas se encuentran en su con­ junto mucho más subordinadas a variaciones individuales que las reaccio­ nes discriminativas más abstractas de tipo cognitivo. También se trata de un tipo de significado «real» estudiado a menudo en lógica. c) Se puede sustituir significado «real» por «significado resultante de las características sobresalientes o preponderantes de una situación». Si la preponderancia está determinada por las tendencias del grupo, el caso c) puede coincidir con el a); si lo es por reacciones puramente cognitivas, el caso c) puede coincidir con el b), pero es fácil encontrar ejemplos en los que no aparezca ninguna de estas alternativas. Luego entonces, podemos decir que para Cytheraea Grange el significado «real» de los rayos de sol


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a través de las nubes era el accidente de su padre. También ésta es una utilización muy persistente en la psicología actual. Se deriva fundamental­ mente del estudio psicopatológico de casos en los que el significado asig­ nado no parece en absoluto dar razón de ningún curso de acción. Deci­ mos entonces que el significado «real» está «oculto» y que el significado asignado es meramente simbólico. Todos los casos de este tipo gravitan, en realidad, sobre el predominio en un individuo concreto de ciertas ten­ dencias de reacción específicas. d) Se puede sustituir significado «real» por significado «ajustado», en el sentido en que se ha utilizado este término en la exposición-anterior. También esta es de una base muy común para distinguir «significados» reales. Que yo sepa, no hay un claro origen psicológico para «ajuste» en ese sentido. Estamos al parecer limitados a decir simplemente que una tendencia, un grupo de ellas, o un grupo de material cognitivo «coincide» o se «ajusta» a otro, y esta coincidencia puede ser «vista», «sentida» o «aprehendida», o incluso «intuida». Si el «ajuste» puede ser considerado como un hecho objetivo, el significado «real» en el que se expresa puede ser del tipo c), como en los símbolos de un grupo; del tipo b), si se trata de fórmulas lógicas y definiciones; o puede ser cuestión de pura interpre­ tación individual. Son muchos .los psicólogos que han sostenido que hay símbolos universales y, si están en lo cierto, dichos símbolos quizá nos da­ rían un tipo d) de significado «real», que tendría una mayor aplicación que el a), una determinación no racional y sería diferente del tipo b), aun­ que basado directamente en factores «naturales» o universalmente predo­ minantes y, por consiguiente, nunca estaría ligado al tipo c). Un psicólogo puede tomar cualquiera de estos tipos de significado «real» —sin duda existen otros más—, y determinar cómo entran en fun­ cionamiento o se desarrollan las condiciones que los originan. Todo esto no le proporciona sin embargo ninguna base para decidir si, en una teoría del conocimiento, son preferibles los significados «reales» a los de otro tipo o si los significados «reales» pueden relacionarse con hechos que muestran un orden de cosas ajenas a la psicología, y en qué sentido se da­ ría esta relación. Como siempre, estos problemas se encuentran más allá del campo de acción del psicólogo. 8. Significado y recuerdo Partiendo de lo anterior, se deduce que mientras permanezcamos den­ tro de los límites de la psicología, siempre nos encontraremos con proble­ mas de significado. Lo que he aceptado llamar «significación reactiva»


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puede estar presente en un nivel puramente fisiológico, pero tan pronto como el sujeto, u organismo que reacciona, toma conciencia del material al que se refieren sus reacciones, existe significado. Ya está listo el marco para organizar dicho material en contextos específicos, de tal modo que, en un contexto, cualquier detalle nos «conduce» a otro distinto. Así pues, recordar es sólo una forma especial del problema general del significado, que se da cuando el contexto de un conjunto particular de estímulos se trata y describe como perteneciente a la yida pasada del sujeto que re­ cuerda. En el recuerdo, se considera que las reacciones ante los estímulos inmediatos poseen su terminación de «ajuste» en la reconstrucción de «esquemas» y contextos y materiales organizados de una fecha anterior. Ya hemos visto qué tipo de mecanismo general se requiere para ello en el sujeto adulto; además, hemos de considerar en qué grado pueden influir los factores sociales en la forma de operar de este mecanismo. Aunque se ha escrito mucho acerca de la psicología social, se trata de una materia que se encuentra en un estado relativamente insatisfactorio y poco desarrollado. Hay muchas razones para que esto ocurra, entre las cuales quizás la más importante sea la fuerte tendencia a precipitarse hacia generaliza­ ciones imprudentes y con poca base. De hecho, en lo social como en cualquier otro campo la psicología sólo puede avanzar de un modo cons­ tante y seguro si se mantiene próxima a la observación directa y perti­ nente. El propósito general es descubrir las conexiones entre los hechos que permiten explicar acontecimientos psicológicos. Por lo tanto, al pa­ sar a un estudio del recuerdo como una función que tiene lugar dentro del' grupo social no modificamos en absoluto nuestro punto de vista, sino que sólo ampliamos el espectro de nuestras observaciones y tenemos en cuenta factores determinantes, que tenderíamos a pasar por alto si consi­ deramos el recuerdo como una función que ocurre en la vida mental de cada individuo.


Segunda parte EL RECORDAR COMO TEMA DE ESTUDIO DE LA PSICOLOGÍA SOCIAL


Capítulo 13 LA PSICOLOGÍA SOCIAL

1. Definición En su moderna caracterización, la psicología social tuvo un comienzo brillante cuando el profesor William McDougall escribió su Introduction to Social Psychology, pero desde entonces no parece haber progresado mucho. En cierto sentido la obra de McDougall, a pesar de sus destaca­ dos valores y originalidad, ha tenido una influencia negativa. Como es sa­ bido, la totalidad de su estudio se basa en la idea de que las actividades instintivas tienen una importancia primordial en la vida social. Considera que toda posible reacción social es en definitiva explicable en términos de tendencias instintivas; punto que constituye un tema controvertido en la época en que McDougall lo estudió, y que sigue siéndolo en la actualidad. Su concepción ha tendido a hacer de las discusiones psicológicas sobre problemas sociales un campo de batalla entre la psicología del instinto y las psicologías de cualquier otra índole. Igualmente, su intento de catalo­ gar los instintos ha llevado a un gran número de catálogos de diversa lon­ gitud y contenido, como si el mero listado de instintos arrojara por sí mis­ mo gran luz sobre las respuestas sociales. En el tumulto de la polémica se han dicho muchas cosas sobre los instintos, pero no tantas sobre la con­ ducta social en sus aspectos genuinamente observacionales, excepto por parte de los antropólogos, cuyos intereses les permiten detenerse en una descripción minuciosa. Para salir de este punto muerto, lo primero que hace falta es que el psicólogo social se dé cuenta claramente de la «localización» precisa de sus problemas, cosa que en principio puede parecer bastante simple. Po­ demos definir la psicología social como el estudio sistemático de las modi­ ficaciones en la experiencia y de las respuestas del individuo que se deben directamente a su pertenencia a un grupo. Suponiendo, entonces, que 311


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tengamos una idea operativa razonablemente clara de qué es lo que cons­ tituye un grupo en sentido psicológico, deberíamos proceder sin obstácu­ los, recogiendo a través de la observación y siempre que sea posible de la experimentación aquellos hechos imprescindibles para poder derivar con­ clusiones fiables. Sin embargo, en la práctica surgen diversas complicaciones. Los dos casos que se exponen a continuación sirven para poner de manifiesto una distinción muy relevante en relación con nuestro problema principal de la psicología social del recuerdo. Los suazi son un pequeño grupo de nativos bantú, que viven al sudes­ te de Transvaal, en un país rodeado de montañas, y que han permanecido relativamente a salvo de la influencia de los blancos en comparación con el conjunto de los grupos nativos de Sudáfrica. Con independencia de cuál sea su origen, desde el punto de vista de su historia y por muchas de sus costumbres, constituyen un grupo convenientemente homogéneo para los propósitos de un estudio psicológico. En el caso de que cualquier cala­ midad, como la pérdida del ganado o de las cosechas, una enfermedad o muerte repentina afecte a una población, sus habitantes sospechan in­ fluencias malévolas de algún miembro de la comunidad; es posible, en­ tonces, que visiten a un brujo y le inciten a hacerse cargo de su caso. La ceremonia final en la que aquél descubre al culpable o culpables se deno­ mina «olfateo», porque una culpa de este tipo es obra invariablemente de alguien que huele mal, si bien sólo el brujo es capaz de detectar el olor. Voy a relatar la historia de un «olfateo» tal como me fue contada por un observador que, en los primeros días de la colonización blanca, fue testigo inesperado de una impresionante escena. «Era una noche de luna llena cuando llegué a lo alto de una colina desde don­ de vi, en un claro entre la maleza, a un grupo de hombres formando un círculo sentados en el suelo muy juntos y en silencio. Cada uno tenía su lanza, la ma­ yoría sus hachas de guerra y todos ellos sus varas de madera. El brujo entró en el círculo vestido con todos sus adornos, el tocado, la túnica y el collar de huesos. Inició una danza muy lenta dando una vuelta en un silencio absoluto, comenzando cerca del centro y moviéndose poco a poco hacia afuera en círcu­ los cada vez más amplios y cercanos al círculo humano; nadie hablaba ni se movía aún. Al final, bailaba muy cerca de los hombres y al llegar a un punto dio un ligero salto, como un caballo que pega un respingo ante algo que no ha visto el jinete. Hizo esto dos o tres veces mientras daba cabriolas alrededor del círculo, y cada vez que lo hacía se oía una especie de gemido o suspiro de emoción contenida, proveniente de los que estaban sentados. Luego dio otra vuelta, dando saltos mayores en los mismos lugares, y aumentó la emoción. En la última vuelta, saltaba de un modo salvaje en cada punto. Todos se le-


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yantaron y los que se hallaban frente al lugar en el que el brujo había pegado un respingo, fueron inmediatamente atacados con lanzas. Cinco o seis hom­ bres. fueron muertos en medio de una salvaje conmoción.»

Nadie dudaría de que este caso constituye una genuina reacción so­ cial. Desde luego, el nativo suazi tiene siempre su lanza a punto, pero en términos generales, es una persona que cumple la ley y, tomado indivi­ dualmente, no tiende a una excitación salvaje. Si mata a otras personas, es normalmente en el marco de una pasión o cólera súbita. En este caso los muertos no se deben a la cólera, sino a un torbellino peculiar de excita­ ción, que no es posible —según me han contado— que se produzca fuera de ceremonias sociales de este tipo. Es igualmente probable el que las personas que intervinieron en esta matanza, la hubieran llevado a cabo en el curso de una rutinaria reunión de vecinos como el que la hubiera co­ metido un civilizado europeo. He aquí, pues, una conducta socialmente determinada, no sólo en el sentido de que ocurre dentro de un grupo concreto, sino de que no ocurre fuera de él. Parece como si el hecho mismo del agrupamiento fuera lo que permitiera ese comportamiento particular del grupo. De este modo, cuan­ do decimos que la psicología social se refiere a las modificaciones de la experiencia y la conducta humanas debidas al agrupamiento social, que­ remos decir que estudia las reacciones que son específicas de grupos, en­ contradas en ellos, y que no se encuentran fuera de los mismos. En mi opi­ nión, es indudable que existen reacciones como éstas, cuyas modalidades nunca se han diferenciado claramente, ni se han entendido sus condicio­ nantes; sin ellas no habría lugar para la psicología social como rama espe­ cial de la ciencia psicológica. Quiere decirse que hay que considerar al grupo en sí mismo, en cuan­ to que unidad organizada, como verdadero condicionante de las reaccio­ nes humanas; lo cual significa que, aunque dijéramos todo lo que permita la teoría sobre la experiencia y la conducta desde el punto de vista tanto de su determinación por parte de la estimulación externa, como de los factores internos de carácter y temperamento individual que la están de­ terminando, aún dejaríamos completamente sin explicar algunas —proba­ blemente muchas— de las respuestas humanas más importantes. La mayor parte de las personas que se han dedicado al gobierno y ad­ ministración de grupos sociales son muy conscientes de este hecho. Re­ cuerdo una afirmación que me hizo un brillante estadista de gran expe­ riencia, en el curso de una discusión: «El gran misterio de toda conducta es la conducta social. Durante toda mi vida he tenido que estudiarla pero no puedo presumir de entenderla; aun cuando crea que conozco a un


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hombre en profundidad, no me atrevería a decir nada de lo que éste haría como miembro de un grupo». Puede que esto implique aparentemente una pequeña exageración, pero en esencia es cierto. Todo lo que se cata­ logue como influencia de grupo es un factor determinante de la conducta humana tan real como pueda serlo un estímulo luminoso o de dolor, o las malas noticias de un telegrama. No hay duda de que podemos analizar la influencia que ejerce el grupo en cualquiera de las cosas que nos rodean, a las cuales nunca podremos liberar de sus componentes grupales. Sin embargo, en cuanto intentamos establecer límites entre qué es lo que la psicología social debería estudiar y qué es lo que podría dejar a un lado, la cuestión resulta excesivamente compleja. Mi segundo ejemplo contribuirá a aclarar esto. Volveré de nuevo al pueblo suazi, porque los datos de primera mano son los más útiles, y porque se trata de un grupo suficientemente pequeño y remoto. No hace mucho, durante un viaje, un nativo suazi pasó la noche en un poblado. Estaba sentado hablando con el jefe cuando vio deslizarse hacia él desde un agujero, una maamba negra. Actualmente, la maamba negra es la serpiente más mortífera de esa región africana; es enormemente rá­ pida, y su mordedura es casi instantáneamente fatal. Sin dudarlo un mo­ mento, el visitante arrojó su lanza y mató .a la serpiente. Con la misma ra­ pidez, su amigo lo golpeó con un palo, dejándolo derribado en el suelo. El hombre, a pesar de estar casi muerto, logró escapar. Su herida fue mal cu­ rada por un médico suazi, quien realizó «una brillante operación» que terminó causándole la muerte. Lo que pasó después, aunque planteó un delicado problema a la administración colonial, es irrelevante para nues­ tro caso. ¿Por qué fue atacado el visitante? La respuesta es simple: por haber matado al abuelo de su asaltante. Ya se sabe que en aquella zona hay una relación especialmente estrecha entre los espíritus de los muertos y las serpientes; en aquel poblado concreto la maamba negra es la serpiente más importante de todas. ¿Es entonces este ataque una acción socialmen­ te determinada, o no? Resulta evidente que en cierto sentido lo es. Si el anfitrión hubiera sido un inglés y su invitado hubiera matado la serpiente, sin duda el inglés le habría estrechado la mano fuertemente y lo hubiera agasajado de manera apropiada; pero si el anfitrión hubiera sido cual­ quier otro suazi de esa región, hubiera atacado violentamente al invitado. Podríamos considerar a un nativo suazi similar a un inglés en cuanto a sus características personales y hallar sin embargo esta asombrosa diferencia de su conducta frente a las mismas circunstancias externas. Con todo, este ejemplo difiere del primero porque no exige de hecho la contigüidad físi­ ca de otros miembros del mismo grupo organizado.


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Parece obligado decir que la conducta que proviene directamente de las creencias, convenciones, costumbres, tradiciones e instituciones carac­ terísticas de un grupo, constituye el material de la psicología social. Esto es, en términos teóricos, bastante problemático porque parece significar que todo en psicología pertenece a la psicología social, excepto las idio­ sincrasias y aquellos tipos de respuesta determinados de modo inmediato y dominante por estímulos físicos. Sea como fuere, de nuestra definición parecen deducirse dos grandes categorías de material dentro de la psico­ logía social. En primer lugar tenemos aquellos casos o tipos de experiencia y con­ ducta directamente determinados por factores sociales, encontrados den­ tro de un grupo y no fuera del mismo, en el que el grupo implica de un modo definido contigüidad física. En segundo lugar, tenemos aquellos casos o tipos de experiencia y conducta determinados indirectamente por la sociedad, en los que estar «dentro de un grupo» significa m eramente el ser susceptible de estar di­ rectamente influido por las creencias, tradiciones, costumbres, sentimien­ tos e instituciones característicos de una organización social concreta. 2. Convencionalización Tenemos un tercer conjunto de hechos que deben ser estudiados. Su­ pongamos que dos grupos sociales diferentes entran en contacto, y que cada uno tiene su conjunto peculiar de creencias, tradiciones, costumbres, sentimientos e instituciones. En el caso de que el contacto se lleve a tér­ mino, se verán modificadas las propiedades sociales de cada grupo; no hay duda de que tales modificaciones pueden estudiarse de un modo ob­ jetivo. Podemos preguntarnos «¿Qué sucede a x, un grupo de elementos culturales, cuando entra en relación con y, otro grupo de elementos cultu­ rales?». Y podemos buscar una respuesta a esta pregunta sin referirnos en concreto a ideas, sentimientos o acciones de ningún individuo de cual­ quiera de los dos grupos. En mi opinión, ésta es una de las cosas que in­ tenta hacer la sociología y, si estoy en lo cierto, tanto x como y pueden ser factores causales directos que definen cómo se comportan los individuos de uno y otro grupo, o cómo sienten y piensan. Por consiguiente, los cam­ bios en x e y son datos relevantes para el psicólogo social. Como además tanto x como y conservan invariablemente algunas de sus características generales cuando evolucionan hacia nuevas formas convencionales, su in­ teracción proporciona problemas por lo menos análogos a los problemas del recuerdo, que tienen no obstante un interés especial para quien se de­


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dique a estudiar a la sociedad humana. Un sociólogo no tiene por qué ser psicólogo, pero el psicólogo social ha de prestar atención a los problemas sociológicos. Propongo que los procesos sociales que pertenecen a este tercer con­ junto de hechos, se llamen específicamente procesos de convencionalización. No se trata de una innovación mía. «Llamo convencionalización», decía el Dr. W. H. R. Rivers, «al proceso por el que un tipo de expresión artística introducido en un nuevo contexto queda modificado por la in­ fluencia de las convenciones y la técnica arraigada desde hace tiempo en las personas entre las cuales se han introducido las nuevas nociones. Se trata fundamentalmente de un proceso etnológico»1. No es preciso limitar el proceso a la expresión artística, y sea cual sea la dimensión etnológica en que se desarrolle su estudio, nadie puede privar al proceso de su inte­ rés psicológico. La convencionalización es totalmente relevante para el estudio social del recuerdo, porque siempre ilustra la influencia del pasa­ do sobre el presente. Por otra parte, el desarrollo de nuevas pautas con­ vencionales tiene una relación directa con aquellas características cons­ tructivas que, según hemos encontrado, caracterizan al recuerdo. 3. La psicología social y el recuerdo Los datos presentados en la primera parte de este libro han mostrado repetidas veces que tanto la forma como el contenido del recuerdo suelen estar determinados primordialmente por las influencias sociales; cuando percibimos, cuando nos representamos imágenes, en el mismo recuerdo y en el trabajo constructivo, la moda pasajera del grupo, el reclamo social, el interés general aceptado como dominante, las costumbres y lo institui­ do socialmente por tradición, preparan el decorado y dirigen la acción. No existen dudas sobre el funcionamiento de estas influencias sociales, señaladas e ilustradas por numerosos autores, pero en mi opinión, nunca se ha considerado con el suficiente detenimiento el modo exacto en que funcionan. En esta discusión preliminar es preciso hacer unas cuantas distincio­ nes, que contribuirán a simplificar el método de estudio que se va a adop­ tar. En primer lugar, es cierto que muchos fenómenos de recuerdo están catalogados como reacciones individuales determinadas directamente por factores sociales, aunque no exijan la presencia de otros miembros del mismo grupo organizado; éstas se refieren en buena parte al contenido de la observación y del recuerdo. Por ejemplo, un observador al que se le


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presentó por un instante el dibujo de una mano señalando hacia arriba un objeto indeterminado, dijo enseguida que había visto un cañón antiaéreo disparando contra un avión. Vivía entre personas que estaban constante­ mente temiendo y hablando de ataques aéreos; en su grupo social existía, en ese momento, un estado de tensión que se centraba en la expectativa de los ataques aéreos. Esto era a su vez la consecuencia inmediata de con­ flictos sociales tan infinitamente complejos, que probablemente ningún historiador lograría nunca desentrañar todos sus detalles y desde luego ninguno será nunca capaz de resolverlos reduciendo a unidades las accio­ nes y reacciones de los individuos. La experiencia cotidiana y una gran cantidad de experimentos nos proporcionan también innumerables ejem­ plos del origen social del contenido de la observación y del recuerdo; pa­ saré a exponer en un capítulo posterior los problemas que plantea esta si­ tuación. De nuevo, una ojeada a los datos que he recogido nos mostrará ejem­ plos de la influencia social, en cuanto que las reacciones provocadas están determinadas directamente por la presencia real de otros miembros del mismo grupo organizado. Esto explica algunas de las interesantes diferen­ cias, en el método de reproducción serial, entre las versiones obtenidas en grupos diferentes. Una historia contada a oyentes nunca es exactamente la misma historia que contada para lectores. Aun cuando el contenido sea idéntico, la forma es diferente. En segundo lugar, por consiguiente, voy a discutir la determinación social del recuerdo cuando la influencia no es primordial o simplemente la influencia de una costumbre, tradición, cre­ encia o la de lo comúnmente establecido, sino la de una presencia social real. Considero que los dos casos anteriores pertenecen a la psicología so­ cial en su sentido más estricto. El tercer grupo de casos que voy a intentar tratar con más detenimien­ to queda admirablemente ilustrado por aquél en el que se obtuvo a partir de un pequeño grupo homogéneo una serie de representaciones de una máscara oriental en reproducciones sucesivas. La máscara fue perdiendo todas sus características orientales, convirtiéndose pronto en un tipo de cara occidental convencional. Esto puede servir como ejemplo de proble­ ma sociológico. Podemos decir: «he aquí un elemento cultural que pasa de un lugar antiguo a otro: ¿qué será de él?». Podemos ignorar —o consi­ derar más allá de nuestra capacidad de comprensión— los minúsculos y persistentes cambios que surgen a medida que el elemento va pasando de un individuo a otro dentro del nuevo grupo. Podemos tomar las costum­ bres establecidas, creencias, tendencias y entorno común del nuevo gru­ po, considerándolos literalmente como hechos objetivos estables, y decir:


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«siendo éstos lo que son, cualquier elemento nuevo que se introduzca debe modificarse de esta o aquella manera hasta que se convencionalice, ya sea como mero caso añadido de una antigua convención, o como el punto de partida de una nueva». Esto es lo que voy denominar proceso de convencionalización. Su es­ tudio pone sobre el tapete todos aquellos problemas de interés e impor­ tancia que tienen que ver con los principios por los cuales los elementos o sistemas de cultura que pasan de un grupo a otro conllevan un cambio y acaban como formas relativamente fijas y aceptadas en cualquier grupo al que accedan. No voy a intentar tratar todos estos problemas en detalle, porque sería una tarea ingente, pero me ocuparé de ellos en cuanto que parecen ser de interés directo para el psicólogo que intenta comprender los mecanismos sociales del. recuerdo. En particular, quiero considerar hasta qué punto el estudio de la convencionalización en la sociedad nos llevaría a admitir que dentro de un grupo social fuerte, se han de encon­ trar no sólo tendencias sociales de conservación ampliamente aceptadas, sino además un genuino impulso de esfuerzo constructivo. Por último, propongo volver sobre la teoría general del recuerdo que ya se ha formulado, y considerarla nuevamente, a la luz de los datos apor­ tados por estos estudios sociales. Luego, apuntaré todas las consideracio­ nes teóricas que parezca justificado hacer.


Capítulo 14 LA PSICOLOGÍA SOCIAL Y EL CONTENIDO DEL RECUERDO

1. El problema En este momento no nos vamos a ocupar del problema de si se pue­ de afirmar en algún sentido que un grupo social posee una memoria. Esta es una idea con la que muchas personas han jugado, de una u otra manera, pero que pocas han tomado realmente en serio. La versión ac­ tual de esa idea, que es también una de las más difíciles de exponer con claridad, se relaciona con determinados avances en psicopatología. De acuerdo con ellos, muchos de los fenómenos de enfermedades mentales, así como de regresiones sociales implican la permanencia inconsciente en la estructura del grupo de prácticas y creencias desconocidas para cualquier individuo miembro de los grupos en cuestión. Se dice que és­ tas constituyen un «inconsciente colectivo» que a veces puede influir po­ derosamente en la conducta social; más tarde se discutirá esta concep­ ción1, pero por el momento vamos a ocuparnos sólo del recuerdo dentro del grupo, y no del hipotético o demostrable recuerdo por parte de un grupo. No obstante, es imposible hablar de la determinación social del re­ cuerdo sin formarse previamente algunas ideas sobre cómo operan de he­ cho las condiciones sociales de importancia, ideas que nos llevarán a plan­ tearnos la pregunta de qué condiciones del recuerdo son específicamente sociales. Por tanto, propongo en primer lugar que consideremos unos cuantos casos típicos en los que la memoria parece estar directamente influida por hechos sociales. Expondré la explicación psicológica de estos casos y a continuación extraeré ciertas conclusiones provisionales basadas en la im­ portancia psicológica de la organización social, en lo que concierne al re­ cuerdo. 319


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2. Algunos ejemplos Hace algunos años, el jefe supremo del pueblo suazi, acompañado de varios de sus jefes, visitó Inglaterra con el propósito de conseguir un acuer­ do definitivo sobre un prolongado conflicto territorial. Cuando regresó la delegación, había naturalmente cierta curiosidad entre los colonos británi­ cos de Suazilandia sobre cuáles eran los principales elementos que recor­ daba el grupo nativo de su visita a Inglaterra. Lo que había quedado fijado con mayor firmeza y claridad de todo lo registrado por los jefes suazi era la imagen del policía inglés regulando el tráfico con la mano en alto. ¿Por qué produjo una impresión tan profunda esta acción tan simple? Seguro que no fue meramente porque la tomaran como símbolo de po­ der, ya que habían contemplado y, a efectos prácticos, olvidado otros nu­ merosos ejemplos de poder, mucho más llamativos para la mente eu­ ropea. El suazi saluda a su amigo o a la persona que le viene a visitar levantando la mano; se trataba por tanto del mismo gesto familiar, cálido y amigable, en un país extranjero, pero al mismo tiempo con unas conse­ cuencias impresionantes. Era una de las pocas cosas que vieron que se ajustaba de manera inmediata a su propio marco social profundamente arraigado, así que produjo una impresión rápida y un efecto duradero. Tomaré otro caso de la misma comunidad. Incluso los observadores más perspicaces suelen hacer acerca de los suazi el mismo tipo de obser­ vación que se ha hecho sobre los bantú en general: «Los bantú están do­ tados de una excelente memoria»2. Con todo, esta clase de afirmación nunca parece haberse sometido a una comprobación experimental minu­ ciosa3. Si se llevara a cabo, se encontraría con toda seguridad que las dife­ rencias individuales son más o menos tan pronunciadas como en una co­ munidad europea y, además (lo que viene muy bien a nuestro propósito actual), que las líneas de un recuerdo preciso y completo realmente son en buena medida, como ocurre entre nosotros, cuestión de organización social, con sus escalas de valor admitidas. Después de haber escuchado numerosas historias acerca de la maravi­ llosa memoria literal que poseían los suazi ya desde niños, historias que me aseguraron podría comprobar y confirmar invariablemente, en la per­ sona que yo quisiera, dispuse un sencillo experimento. Tras elegir al azar a un muchacho de once o doce años, un intérprete nativo y yo confeccio­ namos un breve mensaje de unas veinticinco palabras que el niño tendría que llevar de un extremo a otro de un pueblo. El trayecto le llevó unos dos minutos. Se le había transmitido el mensaje con todo el cuidado dos veces, sin que supiera que estaba siendo observado y se le instó vivamen­ te a que fuera preciso. Transmitió el mensaje con tres omisiones impor­


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tantes, sin hacerlo mejor que lo hubiera hecho un niño inglés de su misma edad. Varias veces también, intenté con niñas y niños nativos de diversas edades pruebas corrientes de observación y descripción parecidas a las que ya he recogido en este libro, pero modificándolas a fin de darles una mayor motivación intrínseca para un observador nativo. Los resultados fueron aproximadamente los mismos que se hubieran obtenido en prue­ bas similares con un grupo europeo típico, ni mejores ni peores. No es difícil sin embargo mostrar que la creencia común tiene alguna base. Por ejemplo, hablando en cierta ocasión con un importante colono escocés en Suazilandia, poseedor de un amplio y sólido conocimiento de los nativos, me repitió las conocidas historias acerca de la memoria de és­ tos, tan exageradamente precisa y minuciosa. Yo le hablé de mis propias pruebas, y de inmediato coincidió en que sus afirmaciones sólo se sostení­ an suponiendo que tomáramos al nativo en sus áreas de interés preferen­ te. Hoy en día la mayor parte de la cultura suazi gira alrededor de la po­ sesión y cuidado del ganado; el ganado es el centro de muchas de las costumbres sociales más persistentes e importantes. El propio colono me sugirió un caso: me garantizó que su boyero me daría una descripción rá­ pida y absolutamente literal de todo el ganado que él, el propietario, ha­ bía comprado un año antes. El pastor había estado con él mientras se efectuaban las transacciones y luego había conducido los animales de re­ greso a la granja principal. Inmediatamente después de la compra, el ga­ nado había sido distribuido hacia diferentes lugares y el boyero no lo ha­ bía vuelto a ver. El colono tenía registrado el movimiento del ganado y naturalmente no podía recordar por sí mismo sin consultar sus libros; se acordó que no los consultara, ni que dijera nada al boyero. Gomo en aquel momento el nativo estaba en una cervecería y resultaba inaccesible en todos los sentidos, me lo enviaron el día siguiente; caminó unas veinte millas, y trajo consigo, precintado, el libro, que en cualquier caso no era capaz de leer. Desconocía la razón de su viaje. Le pedí que me enumerara el ganado comprado por su patrón el año anterior, junto con todos los de­ talles que quisiera dar. De cuclillas en el suelo y totalmente inmóvil, reci­ tó la lista con gran rapidez, tal como se detalla a continuación: De Magama Sikindsa, un buey negro, por 4£. De Mloyeni Sifundra, un buey negro joven, por 2£. De Mbimbi Maseko, un buey negro joven, con un penacho blanco en la cola, por 2£. De Gampoka Likindsa, un novillo blanco, con pequeñas manchas rojas, por 1£. De Mapsini Ngomane y Mpohlonde Maseko, una vaca roja, una novilla negra, un choto negro, todo por 3£.


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De Makanda, un joven buey negro, de cerca de dos años, por 3£. De Lolaiela, una vaca de cinco años, con manchas blancas y negras, por 3£, que se pagaron con dos sacos de grano y 1£. De Mampini Mavalane, una vaca negra, con el cuello gris, por 3£. De Ndoda Kadeli, una novilla roja joven con la piel de una vaca roja y el vientre blanco, por 1£.

Según las notas que entonces tomé, el pastor, un nativo de algo más de cuarenta años, «no mostraba dudas, ni aparentaba interés, ni entusias­ mo alguno. Parecía estar recitando un ejercicio muy conocido y no re­ construyendo los asientos del libro sobre la base de unos pocos detalles recordados con precisión». Todos los detalles de la lista fueron correctos, salvo dos: el precio del segundo buey negro mencionado era 1£ y 10 chelines, y la novilla «negra» de Mpohlonde Maseko aparecía en el libro como «roja». Frente a estos insignificantes errores, ha de tenerse en cuenta que el pastor no era quien había establecido el precio de las reses y solamente había oído muy por encima los tratos que hizo su patrón; además, los nombres nativos de los colores resultan bastante ambiguos. Parece ciertamente que no se trataba en absoluto de un caso aislado y especialmente notable. El boyero suazi .tiene por lo general una capaci­ dad prodigiosamente retentiva y precisa para recordar las características individuales de sus animales. Una res se puede descarriar e integrar en otros rebaños, pudiendo estar fuera durante mucho tiempo. A pesar ello, si el propietario llega con una descripción del animal perdido, casi nunca se cuestiona su palabra, permitiéndosele pacíficamente regresar con su animal a casa. Es cierto que, sin embargo, antiguamente se solía marcar todo el ganado —costumbre que parece haber caído en desuso, salvo en el caso del ganado propiedad de la corona— pero, aparte de estas marcas especiales, de común acuerdo, el boyero nativo siempre recuerda a cada uno de sus animales. ¿Y por qué no habría de ser así? Al igual que la mano levantada del policía era un hecho digno de atención por su significado dentro del mar­ co social conocido, las peculiaridades individuales del ganado pueden re­ cordarse clara e intensamente porque los rebaños y todo lo que tenga que ver con ellos tiene una importancia social enorme. Este pequeño experimento en concreto tuvo una interesante secuela, que quizá merezca la pena referir. Cuando me hallaba viajando algún tiempo después por la costa este de Africa, me puse a discutir este y otro caso de recuerdo en los nativos con un ingeniero de minas que había he­ cho una gran cantidad de prospecciones en aquella región. Se sentía incli­ nado a tomarse a la ligera todos estos hechos y dijo que eran paralelos a


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los de cualquier persona con intereses acusados. Hacía ya más de un año que había estado haciendo prospecciones en la frontera del Congo Belga, y, en el transcurso de su trabajo, había hecho el mapa de una región; en ese momento aquel trabajo no tenía mucha relevancia para él y no había vuelto a ver el mapa desde entonces; ahora se prestaba a reproducirlo de memoria con absoluta precisión. Se puso a trabajar enseguida y me entre­ gó el resultado. Mucho tiempo después encontró su plano y me lo envió; los dos mapas se reproducen aquí con todas sus características esenciales4. No hay duda de que ei segundo de ellos, reproducido enteramente de memoria y sin referencia posible al dibujo original u otros datos, supone un trabajo notablemente bueno, aunque haya un montón de omisiones y algunos cambios. La diferencia más interesante, de hecho, no puede demostrarse de un modo inmediato, pero resultará familiar a todas las personas que hayan visto un número considerable de experimentos sobre recuerdo. En el caso del mapa, no había nada de ese estilo recitativo, relativamente carente de esfuerzo, como si copiara, que caracterizaba el recuerdo del nativo. El plano estaba reconstruido punto por punto, un detalle aquí, un parche allí, luego otro detalle clave, y así sucesivamente. El proceso en conjunto tenía toda la apariencia de una auténtica construcción5. Naturalmente, en este punto sería absurdo sostener que el recuerdo determinado socialmente siempre es predominantemente del primer tipo, recitativo, mientras que el recuerdo dirigido por intereses individuales es fundamentalmente del segundo tipo, constructivo. Más tarde voy a pre­ sentar argumentos acerca de cómo la determinación social del recuerdo proporciona a menudo la base para esa naturaleza constructiva que según se ha visto caracteriza muchos ejemplos de recuerdo. Aquí me ocupo sólo de los hechos inmediatos, y parece no haber duda de que el recuerdo de los animales por parte del boyero estaba directamente motivado por las importantes funciones sociales del ganado en el grupo nativo. En realidad, no hace ninguna falta acudir a regiones remotas para en­ contrar ejemplos de las condiciones sociales del recuerdo; si estamos atentos, veremos que a diario surgen casos ante nuestros ojos. Si repasa­ mos el capítulo sobre Reproducción repetida, hallaremos numerosos de ellos; tanto la «anciana madre en casa» como la «piedad filial», que inter­ venían en La guerra de los fantasmas, eran reflejos directos de las influen­ cias del grupo familiar. La ocasión y dirección de la racionalización en uno y otro caso se encontraban en gran medida dadas por las condiciones sociales. Muchos detalles sobresalientes debían su relevancia a las in­ fluencias sociales; la forma misma y el estilo del recuerdo variaba con los cambios del marco social.


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20 de M ayo de 1928

Si no, sólo tenemos que comparar las preocupaciones de los autores de biografías pertenecientes a distintas épocas y a pueblos: nos hallare­ mos ante las mismas características. Lo que en principio se destaca y lo que se recuerda en consecuencia es en cada momento, en cada grupo y en casi todos los temas resultado en buena medida de tendencias, intereses y hechos a los que la sociedad ha conferido algún valor. Sin duda, así ocu­ rre; intentaremos ahora entender cómo operan estas influencias sociales. 3. Las condiciones específicas del recuerdo social y su funcionamiento Hablando en términos psicológicos, un grupo social nunca es mera­ mente una colección de personas, sino que siempre está organizado de al­


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gún modo; tiene que haber alguna influencia activa que, mientras tenga efectividad, reúna y mantenga unidas a las personas que forman el grupo. Por^otra parte, esta influencia organizadora siempre ha de ser capaz, de hecho, de manifestarse de alguna manera visible, de tal modo que todos los miembros del grupo puedan ser capaces de apreciar sus efectos. Las influencias o tendencias que organizan los grupos sociales humanos son el apetito, ei instinto, la moda, el interés, la opinión o el ideal. Tal como operan realmente, cada uno de estos factores tiene un sesgo específico; por ejemplo, el apetito puede ser búsqueda de comida; la ten­ dencia instintiva puede ser la belicosidad; la moda puede referirse al ves­ tido; el interés puede ser técnico; la opinión puede haber nacido de cir­ cunstancias históricas especiales; el ideal tiene que formularse de alguna manera más o menos definida, por ejemplo, puede ansiar una federación internacional de trabajadores. La base psicológica de la propia organiza­ ción del grupo proporciona inevitablemente a éste una especialización en su función, aunque no hay duda de que a medida que el grupo tiende a hacerse cada vez más complejo, sus funciones se multiplican. Este sesgo, que todo grupo social por fuerza posee en algún grado, lleva necesariamente al desarrollo dentro del grupo de prácticas caracte­ rísticas, códigos de procedimiento formulados o no, y a costumbres, insti­ tuciones y tradiciones más o menos persistentes, A medida que se desa­ rrolla todo esto, tiende a aparecer como la base estructuradora de la vida del grupo; constituye el puente de una generación a otra, libera en cierto grado al grupo del control inm ediato de ese tipo de circunstancia externa que en sí misma no forma parte del grupo; es en suma, el principal secre­ to de la persistencia del grupo. En realidad, estas instancias operan tam­ bién a través de una tendencia social muy poderosa; crecen y prosperan las opiniones sobre hechos persistentes de costumbres, tradiciones, insti­ tuciones y procedimientos técnicos; y son estas opiniones las que propor­ cionan al grupo su coherencia y su vida. De tanto en tanto ocurre algo sorpresivo que acaba con las viejas opiniones; entonces el grupo estable­ cido sufre un cambio, sus límites se difuminan y se disgrega en nuevas re­ organizaciones, pero no pasa mucho tiempo sin que el poder de la creen­ cia reaparezca en las nuevas reorganizaciones, consolidándolas y prestándoles dirección y capacidad para continuar su existencia. Es legítimo, sin embargo, hablar de costumbres, tradiciones, institu­ ciones, secretos técnicos, ideales formulados o no y otros muchos hechos que son en sentido literal propiedades de los grupos, en cuanto que deter­ minantes directos de la acción social. En esencia, todos ellos operan me­ diante la creación de fuertes opiniones a su alrededor, pero de hecho res­ tringen constantem ente la acción humana del modo más directo. Es


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correcto considerarlos como propiedades del grupo, porque llegan a exis­ tir sólo si se constituye el grupo, y si éste se desintegra, se esfuman con él. No hay nada peculiar a la sociedad en relación con esto. Siempre que se combinan funciones hasta ese momento aisladas, se desarrollan nuevas propiedades de respuesta, y eso es sólo un caso especial de un fenómeno común a lo largo de todo el curso de la evolución biológica. Sin embargo no tenemos que olvidar que la derivación histórica es una cosa y la des­ cripción analítica, otra. Una costumbre de un grupo y un hábito indivi­ dual pueden operar a través del mismo mecanismo psicológico, y al mis­ mo tiempo haber surgido este último de una combinación de varias de aquéllas; pero la costumbre sigue siendo una propiedad del grupo y el há­ bito una característica de la persona. Casi todas las reacciones humanas importantes y también la mayoría de las que no lo son, tienen un marco o entorno social en el que tienen que encajar, cosa que todo el mundo admite. Por otra parte, cuando nos damos cuenta de que la respuesta humana puede verse directamente con­ dicionada por las propiedades del grupo, vemos de inmediato que los he­ chos psicológicos de la vida social hacen algo más que proporcionar un marco para la acción individual. No hay marco de acción alguno que sea un determinante para la acción, por el mero hecho de «estar ahí». Hemos visto más de una vez que la presencia, repetición y persistencia, conside­ radas tan sólo como factores objetivos, son por sí mismas influencias rela­ tivamente débiles a la hora de determinar una reacción; de un modo u otro, hemos de admitir que el sesgo específico apetitivo, instintivo, ideal o el que sea, del grupo, despierta también en el individuo una tendencia ac­ tiva a percibir, retener y construir específicamente según ciertas tenden­ cias. El que las tendencias persistentes preferidas del grupo pasen a sus miembros por medio de una herencia psicológica o bien deban su eficien­ cia a la acción de fuertes tendencias sociales de tipo general compartidas por todos o casi todos los individuos son interrogantes que desde luego no se van a poder responder de un modo rotundo hasta que pase mucho tiempo. No obstante, sea cual sea el caso, el carácter fundamentalmente social de esa determinación queda como un hecho definitivo. Podemos ver ahora la psicología general que subyace al modo en que las condiciones sociales estructuran el recuerdo individual. Todo grupo social está organizado y se mantiene unido por alguna tendencia psicoló­ gica específica o un conjunto de ellas, que proporcionan al grupo un sesgo en relación con las circunstancias externas; este sesgo conforma las carac­ terísticas persistentes especiales de la cultura del grupo, sus técnicas y prácticas religiosas, su arte, sus tradiciones e instituciones; y de nuevo és­ tas, una vez establecidas, se convierten en estímulos directos para las res­


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puestas individuales dentro del grupo. Quizá, de alguna manera no expli­ cada hasta ahora, el sesgo social del grupo puede funcionar a su modo, por herencia, al menos en alguno de sus miembros; quizá sólo ocurra que aparece en el individuo a través de la influencia constante de una de las muchas formas de sugestión social. En cualquier caso, determina inme­ diatamente lo que el individuo observará en su entorno y lo que conecta­ rá de su vida pasada con esta respuesta directa. Lo hará de dos formas muy claras: en primer lugar, proporcionando ese contexto de interés, en­ tusiasmo y emoción que facilita el desarrollo de imágenes específicas y, en segundo lugar, proporcionando un marco persistente de instituciones y costumbres que actúan como base esquemática de la memoria cons­ tructiva. Sin embargo, no está todo dicho. En particular —aunque no sólo en ese caso—-, cuando el recuerdo es para todo el grupo y está dentro de él, la forma y el contenido del recuerdo individual pueden tener notables condicionantes sociales, que constituyen el problema del que vamos a ocuparnos a continuación.


Capítulo 15 LA PSICOLOGÍA SOCIAL Y LA FORMA DEL RECUERDO

1. Interés, temperamento y carácter Hablando en términos muy generales, el contenido del recuerdo es primordialmente un problema de interés, mientras que la forma del re­ cuerdo es principalmente una cuestión de temperamento y carácter. En la primera parte de este libro se ha mostrado varias veces que los intereses, considerados en cuanto que desarrollo de la vida mental individual, pue­ den determinar qué es lo que recuerda una persona. Acabamos de ver que dichos intereses en sí mismos tienen con mucha frecuencia un origen social directo. De igual modo, el temperamento puede considerarse desde el punto de vista del individuo o del grupo. Por desgracia, no hay una ter­ minología establecida en este campo; a menudo los términos «tempera­ mento» y «carácter» se usan de manera intercambiable, lo que en mi opi­ nión no es nada conveniente desde el punto de vista de la psicología general. Vale más adoptar el uso ya admitido en ciertos ámbitos, de acuerdo con el cual se considera el «temperamento» como un conjunto de tendencias innatas, peculiares a un individuo dado y organizadas de algu­ na manera, las cuales constituyen las más importantes de todas las condi­ ciones psicológicas internas que determinan cómo reacciona un individuo frente a una situación. Así, una persona puede ser temperamentalmente prudente o confiada, optimista o indecisa, tímida o decidida. Estos modos de reaccionar son susceptibles de aparecer muy pronto, tanto que parece imposible creer que estén construidos exclusivamente sobre una base de experiencia acumulada, siendo además notablemente persistentes. Guar­ dan una estrecha relación con las «actitudes» que, sin embargo, son mu­ cho más limitadas en sentido temporal y pueden deberse a cualquier inci­ dente pasajero. Se considerará, entonces, como «carácter» aquel conjunto u organización más amplia de tendencias, intereses y conocimientos, que 329


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se construye sobre la base del apetito, instinto, temperamento, intereses y experiencia; además, se expresa primordialmente en la forma de reacción más que en el material hacia el que se reacciona y hay que considerarlo más fácilmente modificable que el temperamento. En sociología, sin embargo, esta distinción tiene que parecer artificial, ya que el grupo social puede tener una vida permanente y continua para muchas generaciones. Si comenzamos su estudio en cualquier fase con­ creta de su historia, podemos decir que ese grupo de reacciones organiza­ das preferentes que han cristalizado en sus instituciones, costumbres y formas de sentir, constituyen su temperamento. Cuando ocurren modifi­ caciones importantes de éstas como resultado de sus interconexiones con otros grupos sociales, durante el período que hemos elegido estudiar, po­ demos considerar tales modificaciones, si son relativamente persistentes, como un desarrollo del carácter del grupo, y simplemente como aparición de actitudes del grupo, modas o caprichos, si son efímeras. Pero no es muy útil hacer esta distinción, más que nada porque la idea de un punto de partida en un grupo es, tanto en teoría como en la práctica, enorme­ mente difícil de aplicar. En mi opinión, hay una certeza total de que todo grupo social posee temperamento o carácter o, si se rechazan estos términos descriptivos, un conjunto propio y organizado de tendencias preferentes que permanecen. Pero como esta idea suele cuestionarse en su conjunto1, parece conve­ niente que consideremos unos cuantos ejemplos. Uno de los productos más interesantes del grupo social son las formas de arte decorativo y realista, así como los cuentos populares. Ahora bien, como es bien sabido, en lo que concierne al tema o contenido, en grupos muy diversos, se relatan los mismos cuentos populares en todo el mundo; hay, sin embargo diferentes ciclos de las mismas historias, que pueden te­ ner un rasgo característico ai desarrollarse en diferentes grupos específi­ cos. Por ejemplo, en las narraciones sobre héroes de una cultura de la re­ gión noroeste de Norteamérica, podemos establecer interesantes comparaciones entre los relatos del grupo de los indios del extremo norte de la costa, los de la isla de Vancouver y el delta del río Fraser y los del interior sudoeste de la Columbia Británica. En cada grupo se cuentan las mismas historias básicas, pero el primero toma como héroe al Cuervo y se centra en la codicia o voracidad; el segundo toma como héroe al Visón y se centra en el sexo, y el tercero toma el Coyote como héroe y se centra en la vanagloria o jactancia. Naturalmente, un ejemplo de este tipo no demuestra nada por sí mis­ mo, pero sugiere que si tomamos grupos diferentes, sobre todo si están conectados racialmente, puede que encontremos el mismo conjunto de


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tendencias básicas en todos elios, pero con una peculiar organización de las mismas para cada uno2. Si esto es así, significa que en todo grupo so­ cial permanente hay tendencias que se mueven o desarrollan con más fa­ cilidad en determinadas direcciones que en otras. Suponiendo que se pue­ dan demostrar estas tendencias, se observará que determinan en gran medida el material que constituye la cultura de un grupo, y la relevancia de ese material dentro del grupo. No es suficiente saber en qué consisten estas tendencias preferentes, sino que además tenemos que estudiar cómo están organizadas y dispuestas, y cuál es su orden de prioridad. De este modo encontramos que nos ayudan a entender, por un lado, cómo el gru­ po constriñe directamente al individuo y, por otro, cómo se puede contro­ lar mejor al propio grupo, si se desea reorganizar las tendencias básicas en respuesta a los cambios del medio. Porque si en cualquier grupo dado hay pruebas de que persiste una reacción preferente y si por la razón que sea intentamos controlarla por la fuerza, hemos cometido precisamente esa especie de «patinazo» psicológico que en el pasado ha constituido el problema más difícil de resolver para cualquier pueblo conquistador que haya intentado dominar una raza. 2. El estudio del temperamento del grupo ¿Cuántos psicólogos estudian la hipótesis de las tendencias preferen­ tes, permanentes y específicas del grupo? Obviamente, por detallado que sea, nunca puede ser adecuado el es­ tudio de la cultura y funciones del grupo en un momento dado de su his­ toria debido a que es fácil confundir la actitud temporal del grupo con la tendencia persistente que se dé en el mismo. Todo grupo social está suje­ to a las idiosincrasias de la moda, que igual que vienen, se van. Probable­ mente cuanto más compleja sea la agrupación interna dentro de la comu­ nidad y cuanto más se haya desarrollado el grupo hacia una civilización moderna, más sorprende su tendencia a caer en el furor repentino y efí­ mero de las modas. Por ejemplo, si realizáramos un corte en los hábitos culturales de determinados grupos actuales, no tardaríamos en creer que llevar el pelo corto y una cierta economía de otros adornos personales o la gran afición por el atletismo, son reacciones dominantes y persistentes del grupo, mientras que un corte en otro período ligeramente distinto de la historia de los mismos grupos, invalidaría dicha conclusión3. Quizá resulte m enos obvio el siguiente punto. La relevancia de cualquier descubrimiento que creamos haber hecho acerca de las ten­ dencias persistentes y preferentes del grupo, variará de acuerdo con la


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fuente de los datos. Por ejemplo, tanto en el arte decorativo como en las historias populares, puede aparecer y desaparecer constantemente un mismo motivo dominante, sin que parezca manifestarse en la con­ ducta común del grupo. Llegados a este punto, uno se ve tentado de hacer una especulación basándonos en lo que sabemos sobre las fun­ ciones de las imágenes en psicología general. Solemos describir con precisión una imagen como una respuesta «alternativa», que aparece cuando no podemos tener, o no queremos de hecho, poseer el objeto real. El escritor de salvajes relatos de aventuras es con frecuencia una persona inofensiva, para quien no hay nada mejor que un buen sillón junto a la chimenea y una reconfortante pipa. Si la predilección por las historias de asesinatos fuera un índice de tendencias criminales en la vida cotidiana, la policía de todo el mundo habría estado aún más fre­ néticamente ocupada de lo que lo ha estado en los últimos años. En las historias populares, se prefiere constantemente un tema debido en gran parte a que carece de una manifestación persistente en cualquier otro ámbito de la cultura del grupo. De lo anterior parecen deducirse dos conclusiones, totalmente opues­ tas en apariencia: 1. Las tendencias que dominan con persistencia en las actividades In­ dicas de un grupo o en sus actividades estéticas, puede que no clarifiquen nada sobre las reacciones persistentes y dominantes en cuestiones de tipo práctico; o 2. Las tendencias descubiertas en estos campos, aunque por regla ge­ neral se reprimen, pueden ser particularmente significativas precisamente por conservar su importancia general dentro del grupo. Puede que algún día la psicología social haya avanzado tanto que sea­ mos capaces de ver de inmediato cuál de estas dos conclusiones puede ex­ traerse en cada caso concreto. Está claro que esto no se puede hacer de momento y por consiguiente hay que examinar cada caso singular por sí mismo. Así que pondré un ejemplo más; admito que el tratamiento adoptado es especulativo en varios puntos, pero servirá para poner de manifiesto cuáles son los principios implicados. Que yo sepa, no se ha realizado ninguna recopilación completa de los cuentos populares suazi4. Muchos de ellos se transmiten oralmente y, como es habitual, tienden a seguir un esquema bastante uniforme. Un brujo suazi me contó una fábula típica que yo recogí en el mo­ mento:


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Ukanyani, la comadreja, pidió a una leona que le dejara cuidar de sus cacho­ rros, a lo que ésta accedió. Cuando el león volvió para verlos, la comadreja le dijo: «Todos están bien; están gordos y contentos». El león se marchó; pero al no encontrar comida, regresó de nuevo. Y dijo la comadreja: «Yo te daré co­ mida». Mató a uno de los cachorros y con él preparó una sabrosa comida. Y dijo: «Mira, todos tus cachorros están bien; es una comida muy rica». Volvió a hacer lo mismo muchas veces, hasta que no quedó un solo cachorro. Entonces el león se dio cuenta de que se había comido sus propios cachorros y montan­ do en cólera, trató de dar caza a la comadreja. Esta corrió de acá para allá, hasta desaparecer debajo de un árbol. El león corrió tras ella lleno de ira, y agarrando una raíz del árbol, tiró de ella con todas sus fuerzas. La comadreja gritaba: «Ay, me estás haciendo un daño horrible; que me haces daño en la cola», y todos vinieron a tirar con el león, sin que lograran arrancar la raíz. Al final se marcharon disgustados y la comadreja, riéndose de ellos, salió.

En esta fábula, y en las muchísimas que pertenecen a la misma serie, se da un nombre especial a la comadreja \ Las fábulas populares con este tema general son muy comunes, no sólo en toda África, sino también en otros países. Uno se siente tentado a considerarlas como consecuencia de una situación social en la que un pueblo relativamente dominado prefiere la diplomacia y la astucia a lu­ char frente a un enemigo superior. ¿Hasta qué punto se aplica esta idea a nuestro caso? Sabemos que los suazi han sido de hecho un pueblo domi­ nado y sumiso. Sin duda los distintos grupos que constituyen lo que se de­ nomina nación suazi tenían un origen diverso, en lo que se refiere a su presencia en ese país, pero varios de ellos fueron claramente dominados y obligados a retirarse a Suazilandia por los zulúes, que los tratan como in­ feriores desde entonces. En la fragosidad de sus montes, los suazi, gracias a su astucia, causaron en varias ocasiones grandes daños a los impis zulú­ es; gracias a ella mataron a Dingaam, gran jefe zulú. Todo el mundo está de acuerdo en que la difunta Reina Madre, que gobernó el país de hecho varios años, durante la minoría de edad del Gran Jefe actual, fue una di­ plomática muy inteligente; su inteligencia la llevó a convertirse en un ge­ nio en la evasión de impuestos y a no permitir nunca que le hicieran pre­ guntas directas. Es interesante hablar con un zulú sobre la guerra y tratar luego el mis­ mo tema con un suazi, como yo mismo tuve ocasión de hacer en varias ocasiones. A Makulwani, un viejo zulú, le aburrían y resultaban indife­ rentes los temas sociales corrientes, pero cuando llegábamos a preguntas relacionadas con la guerra enseguida se animaba y no podía seguir senta­ do; se paseaba arriba y abajo, gesticulaba, gritaba, abría y cerraba los ojos y hacía ruidos violentos con la garganta: parecía tener delante al enemigo


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y querer acuchillarlo. Su relato, uno de los muchos, era triunfalista, poseí­ do por la furia del combate. Precisamente planteé las mismas preguntas a muchos suazi, quienes me contaron todo acerca de las antiguas formas de lucha, pero permanecieron sentados, estólidos e impasibles. No se trataba simplemente de una diferencia de temperamento individual, porque otras preguntas también podían llevarlos a interesarse de un modo apasionado, destacando entre otras las referentes a las negociaciones sobre el ganado, a las mujeres y el matrimonio y a los niños. Como dice Engelbrecht, «pro­ bablemente no haya una ocasión en la que el nativo suazi sea capaz de mantener un mayor esfuerzo continuado, así como el empleo de sus facul­ tades mentales, que cuando se le llama para hablar del matrimonio y las costumbres relacionadas con el mismo. Se le ve sentado tranquilamente, bajo el sol de invierno, con una actitud de indiferencia, cuando no de mortal aburrimiento por inactividad mental; musita unas cuantas pala­ bras, para luego recaer en su absoluto silencio. Uno entonces comienza a pensar que hará falta una tormenta para levantarlo; pero si vuelves unos minutos más tarde puede que lo encuentres en animada conversación con un montón de amigos. Si se conoce a los nativos, no hay que ser muy perspicaz para adivinar de qué hablan: las tres cosas que más les afectan son el ganado, los niños y las mujeres»6. . En lo que se refiere a este grupo, da toda la impresión de que la suge­ rencia sobre que los asuntos menos violentos de la vida pacífica constitu­ yen la base de sus reacciones dominantes queda confirmada cuando pa­ samos de los cuentos populares a investigar otras manifestaciones sociales. Me aventuro a concluir que la manera más fácil de justificar las tendencias grupales persistentes y dominantes es basarse en el estudio del patrimonio cultural popular —relatos populares, arte, prensa, chistes y refranes de actualidad, quizá el cine y el teatro popular—; pero, sea cual sea el lugar donde logremos descubrirlas, nunca podremos sostener que se apliquen al grupo en general, a menos que encontremos en otros lugares datos que también las confirmen. Hemos de considerar un tercer punto. A menudo se piensa que los momentos de tensión social, amenaza externa, rebelión interna, en suma, cualquier estado de elevada tirantez social, descubren tendencias priorita­ rias de una manera muy clara. Una explicación posible es que se trata de momentos en los que desaparecen todos los factores normales de control social o bien se debilitan, dejando a las pocas tendencias fundamentales un campo de expresión más libre. También puede que no se trate de que las tendencias normales del grupo encuentren una expresión más fácil en momentos de crisis, sino que esas tendencias ya superadas o desapareci­ das de repente vuelven a surgir con fuerza. Hasta que se determine final­


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mente cuál es la interpretación correcta de esta difícil cuestión, parece sensato negarse a admitir datos procedentes de crisis sociales, a menos que vengan refrendados por un estudio de la vida social en circunstancias normales dentro del grupo en cuestión. Hasta ahora hemos visto que la idea de unas tendencias sociales en el grupo que sean específicas, persistentes y dominantes exige datos empíri­ cos a) ele un estudio de un mismo grupo en diferentes períodos históricos; b) de diferentes campos de la cultura de un mismo grupo, y c) si es posi­ ble, de la comparación de un grupo en circunstancias normales con el mis­ mo grupo ante una situación crítica. Pero hay un cuarto punto más impor­ tante que cualquiera de éstos. Si tomamos un grupo cualquiera que estemos estudiando, tenemos que intentar encontrar una situación social que ofrezca soluciones socia­ les alternativas. Si éstas entran en conflicto, tanto mejor. Y aún mejor se­ ría poder dem ostrar que la alternativa no supone ventaja alguna, de acuerdo con los principios generales del bienestar social. Por tanto, los datos más concluyentes en relación con esta hipótesis provienen de un es­ tudio de las interacciones sociales o de los conflictos de un grupo cuando tiene que adaptarse a nuevas situaciones sociales, económicas, políticas o religiosas introducidas por personas que se incorporan al mismo. Una vez más podemos recurrir a los suazi como un excelente ejemplo de lo que pretendemos decir. Entre la mayoría de ellos solía ser costumbre que las mujeres desempeñaran una función importante en las labores de siembra, mientras que normalmente ninguna mujer se ocupaba del ganado. A ve­ ces, como por ejemplo cuando un hombre no tenía hijos, se permitía que las mujeres cuidaran o trabajaran con animales, pero esto no era lo nor­ mal, ni lo deseable. Luego, poco a poco, cuando las nuevas técnicas agrí­ colas comenzaron a desplazar a los viejos azadones de hierro, surgió un dilema; como el pesado arado mecánico requería el uso de animales de tiro, ¿deberían las mujeres manejar los animales y el arado, o serían los hombres quienes prepararan el terreno para la siembra? El núcleo de la importante cultura suazi se centra en el ganado; en su mayor parte, fue­ ron los hombres quienes asumieron las actividades de arado. Una dificultad social, en principio similar, se está desarrollando en esta y otras muchas áreas de nativos en el sur y en el este de África. Entre la mayoría de los grupos nativos la riqueza y el poder residen en el núme­ ro y no en la calidad de los animales que poseen. La reducción de áreas destinadas a los nativos lleva directamente al problema de los excedentes de ganado y escasez de pastos y por consiguiente a un rápido empobreci­ miento del suelo. Este asunto constituye ya una de las preocupaciones más serias para todos los gobernantes blancos. En el caso de Suazilandia,


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

el desarrollo coincidente de industrias cercanas, que suponen un obstácu­ lo para la minería, la agricultura, y el establecimiento de granjas, parece ofrecer una solución fácil: ¿por qué no sustituir simplemente dinero por ganado como medio de intercambio? Desde luego, sería bastante fácil si un grupo social pudiera aprender a la manera conductista de la que tanto se habla, por reacción condicionada. En la realidad se ha revelado como algo prodigiosamente complicado; por mucho que el nativo parezca do­ minar este nuevo medio de intercambio cuando va a las ciudades de los blancos, tan pronto como regresa a su grupo nativo, utiliza el dinero la mayor parte de las veces simplemente para conseguir animales, cuantos más mejor. No es que no haya comprendido el uso del dinero, sino que éste por sí solo nunca puede inducir a un grupo a modificar sus modos de organización dominantes, basados en el pastoreo. La situación social ha cambiado tanto que en muchos sentidos la antigua organización de pasto­ reo resulta decidida y claramente desventajosa, pero esto no les importa. Cuando surge el conflicto entre animales y moneda, prevalecen en todo momento las viejas costumbres respecto a los rebaños. He intentado definir brevemente unos cuantos de los puntos impor­ tantes que se han de observar sí se quiere justificar la hipótesis de un tem­ peramento o carácter persistente en el grupo. Ejemplos como los que se han presentado sugieren, cuando menos, que hay mucho que decir toda­ vía acerca de esta hipótesis. Sin duda hace falta añadir muchas cosas más y considerar muchos más ejemplos; pero no es mi intención escribir por ahora un tratado general sobre psicología social. Simplemente propongo que se admita la idea de que existen tendencias específicas a una reacción social profundamente arraigadas en cada grupo social permanente y que pasemos a continuación a ilustrar la importancia de éstas a la hora de de­ terminar cómo se produce el recuerdo social. 3. Las tendencias sociales persistentes y la forma del recuerdo Algunos ejemplos que ya se han considerado en este capítulo han puesto de manifiesto que la forma del recuerdo individual puede verse fuertemente influida por tendencias sociales persistentes. El zulú, al re­ cordar sus modos de lucha ancestral, se mostraba locuaz, excitado, emoti­ vo, seguro de sí mismo y dramático, mientras que el suazi, con respecto al mismo tema era bastante taciturno, inmóvil e indiferente. Pero al relatar sus viejas historias diplomáticas, en las que prima la astucia, se volvía más vivo y locuaz, gesticulaba con mayor libertad, mostraba seguridad en su fuero interno y dramatismo hacia el exterior. A pesar de que la importan­


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cia de estas diferencias es obvia si se observan en un grupo social específi­ co, han recibido una escasa atención por parte de los antropólogos. En particular la seguridad subjetiva y el halo emocional probablemente sean, como ya hemos visto, susceptibles de llevar a invenciones y a un tipo de recuerdo constructivo que puede perturbar la precisión del recuerdo. En este punto hay mucha interacción de factores, porque frente a cualquier distorsión de los hechos que pueda producirse, tenemos que considerar que la mayor riqueza de costumbres, instituciones y tradiciones estará en la línea de unas tendencias persistentes y dominantes en el grupo, y éstas, como voy a mostrar con mayor profundidad más adelante, constituyen un tipo de «esquema» social duradero, sobre cuya base puede darse una gran cantidad de actividad constructiva en el recuerdo. Sin embargo, creo conveniente considerar más detenidamente otro tipo de caso distinto. De acuerdo con la teoría general del recuerdo que se ha formulado, hay un tipo inferior de recuerdo que está en conexión con lo que suele denominarse recapitulación memorística; este recuerdo es propio de una vida mental que tenga relativamente pocos intereses, to­ dos de carácter concreto, en la que ninguno de ellos sobresalga de manera especial. ¿Hay algo en la organización social paralelo a este estado de or­ ganización mental y que, por tanto, favorezca el método de recapitulación memorística en el plano social? Yo creo que sí, y que en buena medida es aquí donde tenemos que buscar la explicación de la fama de memoria tan precisa y detallada que poseen los grupos más o menos primitivos. Como todo el mundo sabe, en los pueblos relativamente primitivos, el análisis de un testigo nativo por parte de un jurado de europeos suele ser un asunto muy peliagudo. La razón que suele alegarse es que las diferen­ cias fundamentales entre un tipo de recuerdo refinado y otro que no lo es suponen una gran prueba para la paciencia de cualquier funcionario eu­ ropeo. Resulta interesante examinar las actas, muy abreviadas, de un pro­ ceso realizado a un suazi. Un nativo era juzgado por el intento de asesina­ to de una mujer, quien a su vez comparecía como testigo forzoso. El caso discurrió como sigue: m a g is t r a d o : A hora dígame cómo le dieron el golpe en la cabeza. m u j e r : Bueno; me levanté aquella mañana al amanecer, e hice...

(sigue aquí una larga lista de actividades hechas, personas encontradas y cosas di­ chas). Luego fuimos a... y al corral de... y nosotros (nueva lista), y tomamos cerveza, y tal... y yo dije... m a g i s t r a d o : No se preocupe de eso; no quiero saber nada más que cómo le dieron el golpe en la cabeza. m u j e r : Bueno, bueno, a eso voy; aún no he llegado. Así que le dije a... Y


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. ésta me dijo... (seguía de nuevo una gran cantidad de fragmentos de conversa­ ciones). Y luego, después de eso, fuimos al corral de... y de... y al de... m a g is t r a d o : Mire usted; si seguimos así, esto nos va a llevar todo el día. ¿Qué hay de ese golpe en la cabeza? m u j e r : Sí, bueno, bueno: es que no he llegado todavía. Así que... (conti­ núa durante largo rato todos los detalles iniciales del día). Y luego fuimos al corral de... Y había una disputa... Y entonces él me golpeó en la cabeza, y yo me quedé muerta. Y eso es todo lo que sé.

Prácticamente todos los gobernantes blancos de regiones no desarro­ lladas coinciden en que esta forma de proceder es típica del testigo nativo con respecto a muchas cuestiones de la conducta cotidiana. Interrumpir una cadena de detalles aparentemente irrelevantes es fatal: o bien fuerza al testigo a un estado de hosco silencio, o bien lo desconcierta hasta el punto de que apenas puede relatar su historia. En realidad es probable que no sólo el nativo africano, sino también un miembro de cualquier co­ munidad ligeramente civilizada, contara del mismo modo una historia que tuviera que intentar recordar. A pesar de ello, en todas partes se encuentran diferencias a medida que va cambiando el tema de discusión. El pastor suazi recordaba el pre­ cio, color y origen de sus animales a toda prisa, y pasaba por alto todos los detalles irrelevantes. En contraposición a esto, al preguntarle yo por qué no lo había podido ver la tarde anterior, comenzando desde la maña­ na de aquel día, me habló de la longitud del vagón* del desenganche de la locomotora, de las dificultades en un vado y de varias cosas más. Final­ mente, describió cómo había llegado al otro lado del río y había ido con otros a determinado lugar... «y entonces nos bebimos una cerveza... y fue entonces cuando me llegó el recado». Sin duda, una parte de la explicación de este tipo de recuerdo memorístico es individual. Es característico de la persona con escasos intereses, que están muy poco organizados y son de carácter concreto. Es un índice de que no está interviniendo una tendencia rectora principal, salvo la «es­ quemática», de tipo temporal. Dada una tendencia dominante, el recuer­ do está en proporción directa y simple. Las características individuales añadidas, sin embargo, son mecanismos sociales. Por ejemplo, en Suazilandia, las noticias viajan a gran velocidad entre la población nativa. Para su transmisión, no hay un sistema de señales entre los nativos pero, siem­ pre que se encuentran dos caminantes en un sendero, se confiesan uno a otro todo lo que han hecho, visto y aprendido últimamente. Para ello, el método mejor es sencillamente el recitado de memoria, que también se utiliza en las lentas y prolijas reuniones de los nativos. Tras este método se esconde la tendencia de un grupo con todo el tiempo del mundo, en


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una atmósfera de interés relativamente poco coordinado, donde todo lo que sucede tiene el mismo grado de interés, y donde, por consiguiente, se admite socialmente un recitado exhaustivo. Por tanto, el temperamento individual y la organización social sacan provecho el uno del otro, perpe ­ tuando cada uno un modo particular de recuerdo. Expondré un punto más, para después realizar un primer intento de enunciar una serie de principios. Cualquier relato o serie de incidentes recordado en presencia de otros miembros del mismo grupo y con el propósito de que éstos se enteren tenderá a reflejar ciertas características muy fáciles de demostrar experi­ mentalmente, por ejemplo, se destacará lo cómico, lo patético y lo dramá­ tico y habrá un control social del narrador por parte de sus oyentes. El método más común de producir un efecto humorístico, patético o dramá­ tico, es la exageración; la enorme e inconsciente acumulación de exagera­ ciones propia de los rumores populares constituye un producto social de esta clase. El estilo del relato en un narrador oral difiere del estilo de su discurso escrito. Puede que en el segundo caso intervenga su propio con­ junto organizado de reacciones dominantes, pero puede que en el prime­ ro sea un mero intérprete del control social. Si la audiencia perteneciese, a un grupo ajeno, cambiaría la manera de recordar. En este caso, el aspecto más importante a tener en considera­ ción es la posición social del narrador en su propio grupo, así como su re­ lación con el grupo al que pertenecen sus oyentes. Si considera a éste su­ miso e inferior, el narrador se mostrará seguro de sí mismo y sus exageraciones irán claramente en la línea de las tendencias dominantes de su propio grupo. Si la audiencia ajena es superior, más experta y domi­ nante, puede forzar al narrador a un método recapitulatorio e irrelevante hasta que él, conscientemente o no, perciba el sesgo dominante propio de sus oyentes. Entonces será capaz de construir al recordar y de describir para su audiencia la escena tal como ellos mismos, quizá vagamente, la pintarían. Cualquier antropólogo que trabaje en este campo sabe a qué me refiero, o debería saberlo; a pesar de ello, hasta ahora no se ha estu­ diado con el detenimiento que merecen los detalles de la influencia social sobre la manera en que se produce el recuerdo, ni tampoco el rechazo de esta influencia. 4. Principios Voy a enunciar brevemente y con grandes reservas tres principios, aunque quizá de una discusión general pudieran derivarse otros. En un


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área tan inexplorada como ésta, cualquier intento de enunciar leyes sólo puede constituir una base para un examen ulterior de los hechos relevan­ tes; los principios como tales se sostendrán o vendrán abajo a medida que se vayan conociendo nuevos hechos. Lo que está fuera de discusión es que el recuerdo en un grupo se ve directamente influido, en cuanto a su forma, por las tendencias persistentes que dominan en ese grupo. 1. En un campo cualquiera, en el que la organización social no tenga tendencias organizativas que vayan en una línea concreta, sino sólo un conjunto de intereses, todos más o menos igualmente dominantes, el re­ cuerdo puede ser del tipo recapitulatorio-memorístico. Este es un caso frecuente en un amplio campo de sucesos cotidianos que tienen lugar en­ tre los grupos denominados primitivos. 2. Siempre que existan fuertes tendencias sociales específicas persis­ tentes y dominantes, el recuerdo puede aparecer en forma directa, como si fuera una lectura a partir de una copia, y con un grado mínimo de irrelevancia. Quizá pueda deberse a la adopción de un tipo de recuerdo de imágenes directas, ayudado por los «esquemas» sociales sobresalientes que adoptan la forma de costumbres persistentes. 3. Siempre que las fuertes tendencias sociales persistentes y domi­ nantes estén supeditadas a cualquier clase de control social severo (p. ej., que no tengan la aprobación de un pueblo invasor, o que se opongan a la tendencia general inmediata de desarrollo social en el grupo), el recuerdo social será perfectamente capaz de adoptar un carácter constructivo e ingenioso, de una manera consciente o inconsciente. Su forma tenderá entonces a ser asertiva, más bien dogmática y segura de sí misma, y el re­ cuerdo irá probablemente acompañado de entusiasmo y emoción. En la discusión anterior se ha ilustrado cada uno de estos principios, todos los cuales precisan obviamente de una mayor diferenciación antes de que algún día se logre escribir la historia completa del control social del recuerdo.


Capítulo 16 LA CONVENCIONALIZACIÓN

1. El proceso de convencionalización Probablemente, el mayor estímulo para el cambio social en un grupo provenga siempre de más allá de sus límites. Esta es la razón psicológica primordial por la que las organizaciones grandes e importantes, como el ejército, tienen grupos de agregados militares, u oficiales de enlace, con organizaciones extranjeras con las que mantienen relaciones amistosas; razón también por la que empresas comerciales u otro tipo de asociacio­ nes suelen formar corporaciones, con relaciones mutuas más estrechas que las que poseen con organismos similares externos a dichas corpora­ ciones, y finalmente, ésa es la razón por la que, en nuestro mundo, han surgido una serie de métodos refinados para facilitar los contactos entre grupos sociales. Con todo, cuando en un grupo se adopta una técnica, ^ costumbre o institución procedente de otro grupo, sean cuales sean los £ medios empleados, la conservación selectiva del grupo receptor lo incorpora a un patrón característico de dicho grupo. Es este proceso de des- ^ arrollo de pautas características dentro del grupo, en el que ha de encajarse todo el material ajeno a él, lo que vamos a estudiar a continuación. Es el momento de abandonar la psicología en sentido estricto para centrar­ nos en la sociología; no vamos a ocuparnos de las emociones, imágenes, ideas o actitudes individuales, sino de los cambios objetivos en la cultura. La denominación general que, como ya he anunciado, propongo utilizar para cubrir el conjunto de los procesos implicados es la de convencionali­ zación. La cuestión se plantea de la siguiente manera: he aquí un elemen­ to de la cultura que se incorpora a este grupo procedente de otro; ¿cuáles son los principios fundam entales que rigen los cambios que ha de sufrir antes de llegar finalmente a una forma admitida dentro de su nuevo con­ texto social? El alcance de esta pregunta es inmenso, y por ello no puedo 341


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evitar que la breve discusión de este problema, cuyo estudio si se realiza­ ra adecuadamente duraría toda una vida, me haga parecer dogmático. Cuando, en un grupo se introduce material cultural ajeno al mismo, evoluciona hasta finalmente alcanzar una nueva forma estable. Los prin­ cipios fundamentales implicados en esta nueva forma social concreta re­ sultan de las siguientes formas: a) por asimilación a las formas culturales existentes dentro del grupo receptor; b) por simplificación o eliminación de los elementos peculiares al grupo del que proceda la cultura; c) por la retención, en una serie de casos, de detalles peculiares al grupo transmisor, pero aparentemente no conectados de un modo crucial con la costumbre o producto que se adopta; d) por un proceso genuino de ingeniosidad social. De todos ellos, este último es el único que no resulta demasiado obvio y que plantea aspectos decididamente controvertidos, por lo que nos ocu­ paremos de él con cierto detenimiento, una vez que los otros procesos se hayan ilustrado y discutido brevemente. 2. El desarrollo social de formas culturales específicas a) Por asimilación Entre los indios norteamericanos, los abrahi, y dentro de esta tribu los passamaquoddy del estado de Maine, comenzaron hacia finales del siglo xix a participar en actividades económicas del mundo civilizado. Como consecuencia de esto inventaron un método para llevar la contabilidad de sus transacciones. Con anterioridad ya poseían métodos ideográficos de registro muy desarrollados, los cuales se utilizaron para el nuevo propósi­ to, pero complementados por la imitación de símbolos que los indios adoptaron de las comunidades blancas. Veamos un ejemplo típico:


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La interpretación de estos dibujos es la siguiente: la compradora, una señora de edad avanzada descendiente de la antigua familia tribal «JBúho», compró a crédito una pastilla de tabaco de forma oblonga, que es la forma en que suele venir este producto; también compró dos cuartos de queroseno, y el precio total fue veinte centavos. La cuenta fue saldada por el trueque de un cesto1. Todos los objetos concretos de este recibo se representan por signos ideográficos convertidos ya en convencionales: el nombre tribal «Búho» por el árbol y el pájaro; el tabaco por el paquete oblongo, con los pena­ chos de humo; el queroseno por las dos latas de cuarto y la lámpara, y el cesto por el sencillo dibujo situado a la izquierda del paquete de tabaco. Entre estas figuras aparecen trazos verticales simples y dobles que expre­ san la cantidad; los dos números romanos indican los veinte centavos, y en el extremo derecho aparece un signo especial de cierre de cuentas, que indica que ésta fue satisfecha. Muchos de estos signos se popularizaron en este grupo; no hay duda de que si bien fueron inventados por un indivi­ duo, éste se hallaba directamente influido por un sistema ideográfico que ya era un hecho social antes de que dicho individuo fuera miembro del grupo. Los rasgos nuevos —en este caso los numerales y el signo de cie­ rre— se asimilaron a métodos ya existentes de escritura ideográfica, cons­ tituyendo todo el conjunto un elemento cultural peculiar del grupo en cuestión. De igual modo, años después de que los españoles hubieran conquista­ do Nueva Granada, cuando los nativos indios eran tenidos por cristianos y parecían haber asumido, con escasa o ninguna modificación, todo el con­ junto de objetos de culto de sus conquistadores, se encontró ocasional­ mente templos indios secretos. En uno de ellos, se descubrió, como ofren­ da a los ídolos «destronados», la capucha de un fraile franciscano, un rosario, un birrete de sacerdote y un libro español de preceptos religiosos2. Casi todos los ciclos de narraciones populares contienen ejemplos de este mismo proceso. Cuando una serie concreta de relatos tiene vigencia en un grupo social, si se introduce un tema nuevo procedente de otro gru­ po, es casi seguro que funcione eventualmente dentro de la serie existente y que tome luego un giro en la dirección de las características de esta se­ rie. Por ejemplo, a la leyenda del Cuervo, existente entre los indios tsimshian, se incorporan los relatos más o menos adaptables a ella que van apareciendo. En este grupo ha habido una fuerte tendencia social a incor­ porar dentro del ciclo mítico del Cuervo cualquier relato que encaje en la serie de aventuras ya registradas. Algunos de los relatos, sobre todo en las versiones tlingit, ocurren independientemente, de modo que es posi­ ble ver los cambios sufridos con esta asimilación3.


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No es preciso abundar en más ejemplos; no hay proceso tan común como el de la asimilación social a un marco cultural ya existente. Afecta a todos los aspectos de la vida pública y apunta al menos a una importante conclusión: nunca es el mero contacto social el que produce la transferen­ cia de rasgos culturales de un grupo a otro; sólo se transfieren aquellos para los que ya existe un marco adecuado en el patrimonio y funciones sociales del grupo receptor. Los detalles del proceso de transferencia por asimilación merecen un estudio más profundo del que se ha hecho hasta ahora. Por ejemplo, un examen de los casos de que disponemos dem ostrará más allá de toda duda que ciertos rasgos están muy expuestos a sufrir una transformación en el curso de este proceso. Entre ellos están los nombres propios, el sig­ nificado de los colores y la aplicación de objetos concretos. Cuando, como es el caso de muchos rituales, hay que mantener un orden en la ceremo­ nia, es oportuno utilizar mecanismos especiales que inciden en la utiliza­ ción de las canciones, del ritmo y de las reacciones musculares. No es ne­ cesario, sin embargo, que nos detengamos ahora en los pequeños detalles. El efecto general de la asimilación social es producir patrones culturales que sean distintivos de los grupos sociales en cuestión.

b) Por simplificación

Resulta obvio una vez más que la mayoría de los elementos culturales que un grupo recibe de otro sufre una enorme simplificación de detalles a lo largo del tiempo. Aquí, como en el primer caso, los resultados de mis experimentos encuentran con frecuencia un paralelo en la vida social. A menudo ocurre que algún elemento de un conjunto inicial logra poco a poco una posición cada vez más importante y llega a ser representativo del conjunto. La larga historia del desarrollo de las formas alfabéticas co­ munes es un caso típico4. Habitualmente la simplificación no tiene lugar de un modo inmediato, sino que se desarrolla poco a poco en la comuni­ dad a medida que el material en cuestión va pasando por muchas manos, o que las costumbres introducidas se van convirtiendo paulatinamente en algo cotidiano para un gran número de personas. Cada cambio concreto se produce probablemente de un modo del todo inconsciente. Ninguno de los que contribuyen a él ve el objetivo al que se dirige; y a pesar de ello, cuando todo el proceso está completo, puede que los diferentes esta­ dios manifiesten una conexión progresiva. Casos como los anteriores abundan en prácticamente todos los estu­ dios sobre el desarrollo del arte decorativo5 o la evolución de objetos de


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la cultura material. No considero necesario presentar varios ejemplos con todo detalle; me voy a limitar a uno solo, tomado del estudio de Mallery acerca de los «Historiales de invierno» indios. La mayoría de los grupos tribales de los indios norteamericanos poseían sistemas de escritura picto­ gráfica. Muchas series de éstos, denominadas «Historiales de invierno»6, representan acontecimientos destacados de diversos períodos de caza o de guerra. He aquí varias fases de la historia que hemos elegido acerca de un signo pictográfico para «reunir una partida de guerra» propio de los indios de Dakota:

1852—3

Varios años después

La primera de estas reproducciones es una pictografía completa que muestra el águila de guerra, los indios que se aproximan juntos, la pipa de la paz, la cabellera y el hacha de combate. En el segundo, la pipa de la paz permanece en forma abreviada, y hay un solo indio, con marcas tribales; el águila es sustituida por una sola pluma. El tercer caso no es más que un signo convencional que representa la pipa y la pluma; es una forma nueva únicamente interpretable dentro del grupo específico o por alguien que haya hecho un estudio del mismo, pero se ha logrado a través de un pro­ ceso de simplificación progresiva. Es frecuente que la simplificación sea la etapa final de un proceso que previamente ha experimentado una gran elaboración, basada comúnmen­ te en la duplicación y la repetición de detalles. Es tan habitual en el arte decorativo que Haddon lo considera un mecanismo característico de éste. En la decoración papú se encuentran a menudo líneas curvas que dupli­ can el ángulo de una boca, como ocurre en los dibujos de peces. «En algu­ nos casos, como en un dibujo evidente de un pez, representan claramente las ranuras de las branquias: en otros —por ejemplo en los cocodrilos— sea cual sea su intención, no representan desde luego las branquias. En un caso como éste puede que sea meramente el reflejo de esa tendencia a duplicar el motivo, que parece ser una característica de la mentalidad or­ namental; por otro lado, puede ser un ejemplo de transferencias de rasgos


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o atributos que a menudo tiene lugar en el arte de los pueblos salvajes»7. Pueden obtenerse ejemplos muy interesantes de elaboración y simplifica­ ción estudiando la evolución de la lanza africana8. En este caso, como en el de la transferencia por asimilación, es preciso un estudio sociológico mucho más minucioso que el intentado realizar hasta el momento, acerca de los principios y mecanismos implicados.

c)

Por la retención de elementos en apariencia no importantes

Al comentar los resultados de algunos de mis experimentos, en particular los obtenidos en la Reproducción serial, ya he expuesto la curiosa tendencia a preservar los elementos aparentemente extraños, triviales, inconexos y nue­ vos, cosa que también ocurre muy a menudo en la convencionalización. Constituye con razón un punto crucial en las pruebas presentadas sobre el desarrollo etnológico a través del contacto de los pueblos, que han reunido los profesores Elliot Smith y W. J. Perry. Un parecido aparentemente trivial en un detalle poco importante puede ser el férreo eslabón de una cadena argumental que consiga demostrar los contactos culturales producidos entre diferentes grupos sociales y raciales9. La mayor parte de los ejemplos que co­ nocemos requiere mucha descripción explicativa, pero contamos con uno o dos que pueden ser tratados con brevedad. El doctor Haddon señala que en cierta parte de la Nueva Guinea Bri­ tánica todas las canoas decoradas muestran «unas características incisio­ nes decorativas, a escasa distancia de la proa y generalmente junto a la terminación de la tabladura; reciben el mismo nombre que las hendiduras cicatrizadas que los nativos tienen grabadas en los hombros: Koim ai »10. Al comparar distintos casos, queda claro que esta decoración era en prin­ cipio una reproducción totalmente realista de la cara de un hombre. La representación pasó por muchas fases de simplificación, se convirtió en un mero patrón convencional de triángulos concéntricos y por último quedó reducido a un solo diseño grabado, que en un principio era una parte irrelevante de toda la compleja decoración. Este resto formaba parte del diseño de la canoa, de modo tal que se convirtió en una marca perfec­ tamente característica de ios barcos procedentes de un área determinada. De igual modo, en muchos casos de flechas decoradas, también de Nueva Guinea, la figura original de un cocodrilo sufre cambios sorpren­ dentes: la boca y los miembros anteriores desaparecen, los ojos se trans­ forman; pero dos rasgos que en principio parecerían menos sobresalientes que otros, permanecen y suelen exagerarse. Se trata de «la notable con­


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servación del hocico prominente, que puede encontrarse a menudo como una ligera prominencia en flechas muy estilizadas» y «la persistencia to­ davía mayor de la cola y cuartos traseros del cocodrilo». Sin embargo, Haddon sospecha que esto último «se debe al asombroso efecto decorati­ vo del grabado concéntrico del agua» 11. En m uchos ejemplos, la conservación de un rasgo aparentem ente poco importante, junto con )a simplificación o eliminación de otro detalle, puede dar otra interpretación totalmente nueva al material en cuestión. De este modo, la flecha de serpiente puede desarrollarse a partir de la fle­ cha de cocodrilo por la influencia preponderante de un hocico que ha perm anecido de una a otra; o bien, a partir del mismo comienzo, puede desarrollarse la flecha de lagartija como resultado de que se hayan con­ servado los rasgos de la cola i2. Quizá, aunque es algo más que dudoso, los rizos sobre el pecho del pájaro grande y la abertura en la espalda con decoración zoomórfica, en las carrozas de pájaros chinos, sean ejemplos de la persistencia de detalles del pájaro m eram ente accesorios en el diseño originalí3. A unque la persistencia de lo «trivial» puede considerarse simplemen­ te como un hecho objetivo que caracteriza muchos procesos de cambio convencional, plantea al mismo tiempo algunos problemas psicológicos curiosos. Después de todo, estos pequeños rasgos aislados de un patrón complejo, que resisten al cambio durante largos períodos, han de tener de alguna m anera un fuerte significado para quienes así los retienen. Es po­ sible que este significado no se deba en algunos casos más que al hecho de m antenerse al margen de aquellos rasgos del patrón que tienen un contexto social inmediato, por lo que están en mayor medida libres de las influencias transformadoras de la asimilación; pero en otros casos, puede que el significado sea de orden positivo y que la persistencia de algo apa­ rentem ente trivial, se deba a una tendencia social o individual profunda­ m ente arraigada. No sirve de mucho la simple generalización, puesto que hay que considerar cada caso por sí mismo. Se puede demostrar que a m enudo los rasgos mínimos se resisten asombrosamente al cambio, lo que justifica sobradam ente la idea de que las semejanzas culturales que pue­ den ser utilizadas como argumentos para el contacto social lo son por lo general en detalles relativamente aislados, irrelevantes y accidentales.

d)

P or capacidad constructiva social

Los tres procesos que brevemente se acaban de exponer —unidos des­ de luego a otros, que un examen completo de la convencionalización ha­


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bría de incluir— pueden considerarse como resultado directo de las insti­ tuciones sociales, independientemente de que se estudien las actitudes de los individuos que pertenecen a los grupos estudiados. Cuando estos pro­ cesos se combinan, originan patrones culturales que en muchos casos se encuentran solamente en el grupo receptor en cuestión y son por lo tanto exclusivamente característicos de éste. Habida cuenta de que estos proce­ sos construyen algo nuevo, puede decirse de todos ellos que son construc­ tivos, si bien, en mi opinión, no proporcionan en absoluto una visión com­ pleta de la capacidad social de construcción. La razón principal que justifica lo que acabo de decir es que todo gru­ po social bien establecido posee no sólo una estructura que ha ido cons­ truyendo en su pasado, sino también una función o un grupo de funciones dentro de la comunidad a la que pertenece. Estas funciones han de refle­ jarse en las actividades humanas coordinadas y toda actividad de este tipo tiene, además de una historia, una perspectiva. Podemos decir que tiende de modo inevitable a desarrollarse en ciertas direcciones más o menos es­ pecíficas; y podemos enunciar con cierto detalle los caminos por los que se produce esa tendencia, en la medida en que los conozcamos. Entonces, puesto que un grupo se mantiene por su actividad, así como por su estruc­ tura más o menos permanente, es posible decir que el grupo social, como tal, posee una tendencia concreta de desarrollo. Esta tendencia no necesi­ ta estar presente en la mente ni totalmente representada en la conducta de ningún miembro del grupo, y en la mayor parte de los casos efectiva­ mente no lo está. No obstante, es un factor social genuino que puede de­ terminar el cambio social dentro del grupo. De este modo, cuando llegan de fuera características culturales, puede que se transformen no sólo por asimilación, simplificación o elaboración, así como por la retención de elementos aparentemente irrelevantes, sino positivamente en la dirección en la que está desarrollándose el grupo en el momento en el que se intro­ ducen esas características. Puesto que no es preciso que esta dirección se manifieste —y mucho menos que se formule— en su totalidad por parte de ningún miembro del grupo, el que llegue a proporcionar un sesgo posi­ tivo para cambiar en una dirección determinada puede muy bien conside­ rarse como un efecto social. Probablemente el efecto más general de esta influencia positiva sea unir elementos culturales de muy diversa relevan­ cia histórica y procedentes de diversas fuentes; de aquí que sea claramen­ te de orden constructivo. Esta unión es una reacción característica frente a elementos culturales importados que se han adoptado inevitablemente por todos los grupos fuertes. Significa que todos los elementos importados cambian, tanto en la dirección de la cultura existente como según la línea general de des­


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arrollo del grupo receptor. Significa además que si bien es probable que el estímulo más efectivo de los que se modifican proceda fundamental­ mente de contactos sociales, puede que surjan dentro del grupo de un modo genuino form as sociales de cultura. El modo principal en que se ejercita esta capacidad constructiva social es que todos los elementos cul­ turales incorporados, sea cual sea su origen, que se relacionan con los mismos aspectos vitales, tienden a verse afectados por las influencias que determinan la tendencia de desarrollo del grupo receptor en relación con tales aspectos. Por consiguiente los elementos importados se construirán en conjunto y adoptarán determinadas formas, cuyos detalles procederán de diversas fuentes. Quizá se debiera deducir de lo anterior que la base de la organización grupal se va formulando con mayor precisión, y a medida que la amplitud y diversidad de un grupo aumentan, la capacidad constructiva social se va haciendo más marcada y frecuente. Me inclino a pensar que esto es de he­ cho lo que ocurre, pero el caso es muy complicado, porque probablemen­ te el individuo, en general, adquiere mayor influencia en la comunidad a medida que crecen la complejidad y la amplitud de los grupos sociales. Así pues, junto a esa capacidad constructiva que refleja una verdadera función social, tenemos que tener en cuenta el hecho de que los indivi­ duos con una aptitud mental predominantemente constructiva tienden a tener cada vez mayor protagonismo en el mecanismo de expresión de la misma, a medida que la sociedad se desarrolla hacia la civilización mo­ derna. Habrá que examinar ahora unos cuantos ejemplos de capacidad cons­ tructiva social, aunque no se intentará agotarlos en todos sus detalles. Los avances de la ciencia, tanto en una dirección práctica como en una teórica, exigen una gran cantidad de trabajo en equipo, en el que los es­ pecialistas pertenecientes a distintos campos han de cooperar. En todos estos casos, el modo en el que el equipo logra el producto final presenta una interesante serie de problemas. Por ejemplo, durante la Gran Guerra, las demandas de defensa aérea estimularon a todas las naciones implicadas a desarrollar dispositivos mecánicos, o semimecánicos, para detectar ataques aéreos nocturnos. Todos ellos, por condicionantes físicos y fisiológicos, seguían en términos generales las mismas líneas; pero había importantes diferencias en los grupos contrapuestos que, por aquel entonces, no se conocían en profun­ didad. Al acabar la guerra, todos los grupos nacionales importantes de Europa, junto con Estados Unidos y algunas otras naciones, han prose­ guido manteniéndose relativam ente en contacto. En cada caso, se han producido muchos avances, de modo que el aparato que ahora se está


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utilizando posee muchos puntos de diferencia con respecto al utilizado durante la Gran Guerra. No puede decirse que ningún instrumento sea obra de una única persona, sino de un conjunto de ellas. En la mayor parte de los casos, varias características de los instrumentos actuales se han transferido en conjunto de un grupo a otro. No sólo ninguno de es­ tos instrumentos es enteramente resultado de lo previsto por una perso­ na trabajando aisladamente, sino que son algo más que un simple agre­ gado de las aportaciones de una variedad de personas, pertenecientes a la misma unidad del ejército o a unidades relacionadas. A, quizá, propu­ so tal cosa; B, esta otra; C, otra más y E, que muy probablemente no pro­ puso ningún detalle específico por sí mismo, elaboró todos los detalles derivados de las distintas fuentes dándoles una forma práctica, de mane­ ra que los detalles de A, B y C ya no eran exactamente como A, B y C los habían pensado. Y todavía más: cuando el aparato fue utilizado de modo experimental, sus partes funcionales hubieron de sufrir diversas modificaciones relacionadas con aspectos que nadie había tenido en cuenta, algunas de las cuales son muy interesantes. El control de los ins­ trumentos más comunes de detección de aviones lo ha de realizar un gru­ po o equipo y existen algunos modelos que exigen una interdependencia mucho mayor entre los miembros del grupo que la que exigen otros. Cada uno de ellos se ha desarrollado dentro de su propio medio social especial, de modo que un observador experto a quien se pida que razone acerca de las diferencias en el uso común de un tipo de instrumento se encontrará a m enudo hablando en térm inos sociales, de grupo. Con todo, es bastante cierto que nadie se ha planteado nunca esta clase de ca­ racterística como punto de partida para diseñar el instrumento. Simple­ mente resulta así en la práctica. Quizá en todo trabajo en equipo de este tipo, cuando llega el momento de la construcción de instrumentos o de teorías, los detalles, e incluso la forma final, proceden de un individuo u otro y tienen que haber sido articulados o planeados en cierta medida, pero la tendencia del grupo puede introducirse por medio de modifica­ ciones inconscientes producidas por la práctica. Es interesante comparar esta construcción en equipo de un instrumen­ to, una teoría o un plan de administración, con el logro por parte de un grupo de una organización social fluida, libre aunque suficientemente es­ table, como ocurre por ejemplo en un equipo de rugby o de criquet. En ambos casos se trata de un grupo con un líder fijo temporalmente, pero de hecho cualquier persona puede ser el pívot en un momento dado y en un juego concreto; especialmente en un juego como el rugby, el resto se introduce con facilidad en sus posiciones. Nueve décimas partes del éxito de un equipo en un partido no son en absoluto resultado de que se cum-


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pía un plan definido y elaborado, fraguado de antemano y llevado a cabo exactam ente como se había pretendido. Los miembros del equipo se mueven rápidamente a posiciones que no preveían, planeaban o siquiera vislumbraban el momento antes, del mismo modo que las piezas de cristal de un caleidoscopio no tienen en cuenta sus posiciones relativas dentro del patrón para cuya formación se combinan. Con todo, un equipo tiene su «estilo» permanente característico que condiciona en todo momento a los jugadores. En Inglaterra, el estilo Harlequin en rugby no es el del Rlackheath, ni el estilo del Ejército es el de la Armada. Hubo un momen­ to en que se convirtió casi en tradición el hecho de comparar el juego de los delanteros escoceses con el de los galeses, de contrastar la turbulencia irlandesa con la constancia inglesa; y todos ellos son diferentes de las ca­ racterísticas francesas. En un momento u otro, en un partido duro y en el que se juegue con destreza, puede verse cómo el equipo saca a relucir una nueva estructuración, basada en las cualidades del equipo, y la rápida vi­ sión práctica de uno o dos individuos, aunque la mayoría de sus detalles no hubieran sido elaborados o previstos por nadie en particular. También en el criquet es frecuente que llamen la atención del crítico logros pareci­ dos, característicos del grupo. «Un partido en Lancashire y Yorkshire es inconcebible en Tonbridge. En el norte, incluso un partido de liga un sá­ bado por la tarde es desconsolador, al contrario que en Lancashire o en Yorkshire. El juego, tal como transcurre en las ligas de Lancashire duran­ te el fin de semana, nunca es cosa de risa, nunca es una distracción vera­ niega que se contemple sentado en una hamaca con una taza de té en la mano (es cierto que en la liga de Lancashire tienen un intermedio para tomar el té entre el primer y segundo tiempo, pero suele tratarse de algo tan serio como el propio juego: una buena merienda para que resista el cuerpo y el estado de ánimo siga en alto.).» 14 Quizá en asuntos todavía más serios, el hecho de que en un grupo se llegue a una oligarquía, democracia, incluso al despotismo o a un funcio­ namiento de tipo constitucional, se desarrolla de un modo parecido. Po­ demos señalar con precisión algunos aspectos y decir «Esto procede de tal y tal fuente individual», pero cuando hayamos agotado todas las posibili­ dades de atribución, aún quedarán muchos elementos por aclarar. La ra­ zón no es que los fenómenos sean demasiado complicados, sino que cual­ quier logro constructivo de una organización social depende de la forma y tendencia del grupo antes de que se lleve a cabo dicho logro, tanto como los esfuerzos de innumerables individuos del conjunto. A veces se pueden observar grupos bastante pequeños, por ejemplo un equipo de rugby, o una pequeña comisión, que han perdido temporal­ mente o nunca han logrado esta organización en equipo. El individuo tie~


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ne que pararse a pensar qué es lo que va a hacer o decir otra persona an­ tes de poder desempeñar la parte que le corresponda y quizá entonces sea demasiadp tarde. Puede que la capacidad constructiva individual sea la habitual, pero algo bloquea la onda de la pauta del grupo y el resultado tiene una apariencia inconexa como si en realidad no existiera ninguna capacidad constructiva en absoluto. G. H. Lasswell, en su interesantísimo estudio Propaganda Technique in the Great W ar 15, muestra cómo cada persona responsable de la propa­ ganda pública tiene que adaptarse «a prejuicios territoriales, a ciertos he­ chos objetivos de la vida internacional y al nivel de tensión general de la comunidad». El último de estos factores, que resulta especialmente opor­ tuno para nuestra exposición, se refiere al estado actual de adaptación de un grupo social y al efecto social acumulado de su historia pasada. «El ni­ vel de tensión se refiere a esa circunstancia de adaptación o inadaptación que según los casos se describe como ansiedad manifiesta, nervios, irrita­ bilidad, desasosiego, descontento o tensión. El propagandista trata con una comunidad determinada, cuando el grado de tensión en ésta es eleva­ do descubre que pueden desencadenarse las reservas de energía explosiva con la misma cerilla que en condiciones normales encendería una fogata.» El simple estudio de cada miembro del grupo no será suficiente para cali­ brar este grado de tensión manifiesta y además, de acuerdo con él, la di­ rección general de la propaganda durante la Gran Guerra fue inevitable­ mente, aunque no «de modo prem editado», diferente en cada grupo nacional. Alemania se basó en buena medida en las afinidades de sus compatriotas y en el orgullo de sus propios logros; Francia en su mayor parte, en el odio hacia sus tradicionales enemigos y en la utilización de so­ noras palabras históricas como «humanidad» y «democracia», etc., que poseían un significado especial por sí mismas «y retumbaban con reso­ nancia tremenda en otros países»; Gran Bretaña, en la llamada humanita­ ria y la desaprobación diplomática de las fuerzas aliadas enemigas. Los mecanismos sociales realmente establecidos para controlar y desarrollar la propaganda, volvían a poner de manifiesto la existencia de diferencias persistentes, características de una nación comparada con otras. Cualquier esfuerzo entusiasta que surgiera de repente en un grupo, como la explosión isabelina en literatura o los descubrimientos y la colo­ nización, en los que se repiten las mismas características en distintos cam­ pos de la cultura, parece forzarnos hacia la noción de una capacidad cons­ tructiva socialmente determinada. El estudio de la formación de un grupo religioso o político, como la aparición de la Sociedad de Amigos a partir del caldo de cultivo del puritanismo, o el temprano desarrollo del Partido Laborista inglés, ilustran el logro de complejas estructuras sociales deter­


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minadas punto por punto por tendencias sociales. Una persona aporta esto y otra aquello, pero en la medida en que el trabajo de una y otra es la base.de sus aportaciones, por muy importante que sean —salvo en cir­ cunstancias muy poco habituales—, es preciso que formen parte de la misma tendencia. La dirección social los limita y dirige como hace con el artista de la etnia Dahomey: «En vano el artista de Dahomey intenta con­ vencerse de que persigue un nuevo diseño, para cuya ejecución está siguiendo meramente impulsos momentáneos. Aunque cree no tener con­ cebida previamente la figura que va a producir, un examen del procedi­ miento de un artista nativo revela la existencia de ‘determinantes’. Cuan­ do ‘vuelve’ a su dibujo a pulso, no debe hacer curvas suaves, sino poner en cada una un 'ensortijamiento’ característico. Por otra parte, una vez comenzado su diseño, el resto de la figura tiene que caer dentro de una cierta armonía de trazo y equilibrio de las partes que, naturalmente, limi­ tan la elección individual. Estas características están impuestas por la cul­ tura, limitándose el artista simplemente a hacer variaciones sobre una for­ ma prescrita, aunque sin apartarse jamás de las reglas generales dictadas por las convenciones del grupo. Podemos encontrar que se crean nuevos diseños objetivos, pero la novedad estará situada dentro de límites socia­ les bien definidos» 16. Con todo, a pesar del gran acuerdo que pueda haber en cuanto al he­ cho de la capacidad constructiva social, no sabemos nada apenas de su mecanismo exacto, de las líneas de su expresión más efectiva dentro del grupo particular, los límites de sus logros, su relación exacta con el esfuer­ zo individual. Todo ello forma una serie de problemas sociológicos y psi­ cológicos de gran importancia, que proporcionan un campo enorme para futuras investigaciones.

3.

¿Cómo retiene el grupo social su pasado?

La convencionalización es un proceso por el que los elementos cultu­ rales que se introducen en un grupo desde el exterior se incorporan gra­ dualmente a un patrón relativamente estable y distintivo de ese grupo. El material nuevo se asimila al material antiguo que conserva el grupo en el que se introduce. Se simplifica de cierta forma, quizá se elabore de otra; a menudo retiene de manera extraña elementos irrelevantes que parecen ajenos a él y adopta una forma compleja característica, gracias a muchas influencias, entre ellas, la que podríamos denominar tendencia social. Nada de lo que se ha afirmado hasta aquí indicaría que el pasado social —que ayuda inevitablemente a dar forma a las nuevas adquisiciones de


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un grupo—, permanece, si no es en sus instituciones, sus tradiciones vi­ gentes y sus tendencias persistentes dominantes. Otros han creído que puede haber algo más. Y aquí llegamos directamente al problema del «in­ consciente colectivo», un tema intrincado, que nos disponemos, no obs­ tante, a estudiar en este preciso momento.


Capítulo 17 LA NOCIÓN DE INCONSCIENTE COLECTIVO

1.

Notas introductorias

En varios aspectos, la noción de inconsciente colectivo en psicología social es la contrapartida de la noción de huellas de memoria en la psico­ logía general e individual. Ambas nociones parecen dar por hecho que el material psicológico —imágenes, símbolos, ideas, fórmulas— se conserva y almacena de alguna manera para su posterior utilización de forma indi­ vidual, bien en el sistema nervioso central del individuo o en alguna es­ tructura psíquica permanente perteneciente a un grupo social. Es muy di­ fícil exponer con claridad la noción global de inconsciente colectivo porque se ha desarrollado de una manera enormemente confusa; en tor­ no a ella se han reunido toda clase de ideas psicológicas de muy diferente naturaleza. Antes de empezar la exposición, me parece conveniente repasar las posiciones a las que he llegado. Cuando un conjunto de personas se organiza como grupo social, sea por deseo, instinto, moda, interés, creencias o por un ideal, este grupo de­ sarrolla enseguida ciertas características peculiares que restringen directa­ mente la conducta de sus miembros. He tratado a todos los efectos estas características como la expresión de tendencias activas, porque tenemos que considerarlas no sólo descriptivamente, tal como se manifiestan en las instituciones, símbolos, reclamos, códigos y cultura material, sino tam­ bién causalmente, como condiciones que de hecho determinan la conduc­ ta y la experiencia. Dichas características sin embargo, se expresan en for­ mas institucionales externas y otras formas culturales, y como (salvo en el caso de grupos totalmente organizados por deseos temporales o modas, o por un único líder, si acaso) siempre tienden a encontrar alguna formula­ ción que sea independiente de la duración de la vida de una persona en 355


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particular, o del estado momentáneo del grupo, nos proporcionan conti­ nuidad a la hora de determinar la conducta social. Quizá no lo harían si no fuera, porque la vida de unos miembros del grupo se superpone a las de otros. Esto es discutible y hay algunos hechos suficientemente proba­ dos que parecen reducir la importancia suprema de la superposición de edades. Resulta obvio que tal superposición, aparte de por alguna expre­ sión más objetiva de las tendencias del grupo, puede tener muy poca im­ portancia. Quizá estas dos cosas juntas —los factores permanentes de la cultura del grupo expresados objetivamente y la superposición de eda­ des—, puedan explicamos por qué parece a veces que la mayoría de las personas corrientes presentan tendencias a reaccionar socialmente que por lo común están latentes o han quedado oscurecidas por desarrollos más recientes, y que pueden estallar manifiestamente de manera violenta en momentos de crisis social. Más allá de esto, he encontrado razones para sostener que ciertas ten­ dencias de naturaleza activa como éstas pueden encontrarse insertas en el mismo carácter del grupo social. Algunas son de tipo general, como la tendencia a resistir la desintegración social y, en relación con esto, la ten­ dencia a desarrollar y mantener los símbolos sociales; otras se encuentran en particular en ciertos grupos y no en. otros. Me he ocupado principal­ mente de estas últimas, a las que he llamado temperamento del grupo, o tendencias sociales específicas, persistentes y dominantes. En cualquier caso, estas tendencias sociales particularizadas no son ilimitadas, y quizá sea esta limitación, junto con los factores de superposición cronológica y la expresión objetiva de las tendencias en forma de instituciones, costum­ bres, técnicas materiales y similares, lo que pueda explicar suficientemen­ te esa extraordinaria permanencia de una cultura aparentemente muerta, que tarde o temprano sacan a la luz la mayor parte de las investigaciones sociales. Con todo, la superposición cronológica puede que sea menos impor­ tante de lo que parece. Por ejemplo, contamos con una gran cantidad de datos de investigaciones sobre la naturaleza de la conexión entre el esta­ do de la inteligencia de una generación a otra, algunos de los cuales pare­ cen sugerir la existencia de una herencia biológica de la inteligencia que es independiente de la superposición cronológica y de su consiguiente adiestramiento ambiental. Puedo citar un texto de una de estas investigaciones, con la que ha sido posible estudiar un número considerable de niños residentes en dis­ tintas instituciones, los cuales habían sido separados de sus padres prácti­ camente desde el nacimiento y educado bajo condiciones más o menos constantes. Se les sometió a una amplia serie de pruebas cuidadosamente


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controladas, sobre todo las del tipo llamado comúnmente «tests de inteli­ gencia». La conclusión general es: , «El descubrimiento de una relación de reciprocidad entre la inteligen­ cia de los niños y la clase social de sus padres es una prueba bastante con­ cluyente de que la correlación encontrada tan a menudo entre los niños en sus propias casas 110 se debe primordialmente a la directa influencia social de su hogar, sino que se trata de un hecho genuinamente biológico. Sin embargo, la asociación es, en su.conjunto, bastante más pequeña en el caso de niños procedentes de instituciones y no hay muchas dudas de que las condiciones ambientales tienen alguna influencia en las respuestas que dan en las pruebas. «Las respuestas a las preguntas basadas directamente en cambios am­ bientales proporcionan datos empíricos contradictorios. Por una parte nos encontramos con la disminución de la correlación entre la inteligencia del niño y su clase social en niños separados de su hogar a una edad tem­ prana, comparados con otros de las mismas instituciones que dejaron su casa más tarde; por otra parte, se produce una correlación creciente entre inteligencia y clase social que aumenta con la edad para los niños que per­ manecen en casa. Ambos resultados sugieren que el entorno tiene cierta influencia sobre los resultados de la prueba. Por otro lado, los niños insti­ tucionalizados procedentes de hogares negativos no manifestaban prácti­ camente un aumento de su inteligencia al mejorar su entorno.» Hay cier­ tos indicios de que la salud general se hereda en cierta medida, junto con la inteligencia; pero «es imposible, en el estado actual de conocimientos, decir cuál es su relación exacta». Parece cierto que el grupo denominado con bastante ambigüedad «clase social» no es satisfactorio como base para predecir la herencia biológica Esta y otras investigaciones, que apuntan en la misma dirección, su­ gieren que hay cierta base para la continuidad social aparte de la super­ posición cronológica y ambiental. Los datos actuales, incluso los relativos a la inteligencia, no son lo bastante definitivos aún para constituir una prueba; pero parece razonable pensar que es probable que se vayan defi­ niendo a medida que se realicen más investigaciones, con métodos experi­ mentales de mayor precisión. En cualquier caso, este tipo de continuidad biológica es lo que tiene en mente la doctrina de un inconsciente colectivo.

2.

Planteamiento de la noción de inconsciente colectivo

Los planteamientos menos comprometedores de la doctrina del in­ consciente colectivo —que constituyen en cualquier caso una de sus ver-


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siones actuales más importantes— se encuentran en los trabajos de G G. Jung. Las ideas están expuestas en muchos de sus escritos, pero la esencia de la doctrina completa se contiene en un trabajo sobre «La estructura del inconsciente»2, que publicó hace varios años. Intentaré por tanto resu­ mir las partes más relevantes de este trabajo, añadiendo algunos comen­ tarios al mismo. Si el resumen parece confuso, puedo al menos alegar como excusa la dificultad de los planteamientos originales. Jung señala que la doctrina freudiana del inconsciente reduce éste a los deseos infantiles que se han reprimido por su incompatibilidad con el desarrollo del carácter individual; así pues, todo lo que está en el incons­ ciente podría ser igualmente consciente, ya que se ha ido situando ahí en el transcurso de la educación de la persona. El asegura que se trata de una visión muy limitada; un hombre sin represiones personales no tendría inconsciente, situación que no guarda ninguna relación con la realidad. Por otra parte, si este enfoque fuera correcto, el procedimiento psicoanalítico debería ser capaz de llegar tarde o temprano a un inventario com­ pleto de los contenidos del inconsciente. De hecho, cuanto más lejos va el psicoanalista, menos trazado ve ante sí el terreno: «A medida que avanza­ mos, descubrimos poco a poco un conglomerado sorprendentem ente complejo de deseos imaginados. Todos los tipos de perversiones sexuales, de tendencias criminales, así como toda clase de ideas nobles y hechos im­ portantes se encuentran presentes en el inconsciente del sujeto de nuestro análisis, aunque ni él, ni nosotros posiblemente hubiéramos sospechado su existencia». La mayor parte de dichas fantasías nunca han sido cons­ cientes para el individuo en cuestión; parece incluso que Jung pretende decir que nunca lo han sido en ningún individuo; representan las actitudes no formuladas, confusas, pero objetivas, de la sociedad primitiva hacia un mundo amenazante. Todo el mundo, por alguna extraña razón se ve obli­ gado a tratar de asimilar estas fantasías. Podemos intentar considerarlas como una verdadera parte de nuestro carácter personal; en ese caso, nos sentiremos manifiestamente optimistas y seguros de nosotros mismos, en la pretensión de poseer un vasto almacén de conocimientos y de adapta­ bilidad práctica; pero ocultamos mientras tanto una horrible inferioridad. O podemos considerarlas como un gran conjunto de factores restrictivos, poderosos, pero ajenos a nuestro verdadero yo. En ese caso podemos mostrarnos exteriormente tímidos, vacilantes, pesimistas; pero en nuestro fuero interno residirá una profunda confianza, rayando en lo divino. Re­ sulta muy poco evidente por qué, en concreto, estas actitudes darían lugar a las mencionadas consecuencias. Cuando un psicólogo estudia los elementos de la cultura que tienen un origen no personal, se da cuenta de que «al igual que el individuo no /


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es meramente un ser aislado, sino que forma parte integral de la sociedad, la mente humana no es tampoco un hecho individual y aislado, sino una función colectiva. Y también, del mismo modo que ciertas tendencias so­ ciales entran en conflicto, o pueden oponerse a las tendencias egocéntri­ cas del individuo, existen funciones o tendencias de la mente humana que se apartan de las características personales de la mente en virtud de su ca­ rácter colectivo». En este punto, el razonam iento se hace exageradam ente confuso. Dice Jung: «Toda persona nace con un cerebro claramente diferenciado que le hace capaz de funciones mentales muy diversas, cuya adquisición y desarrollo no tienen un origen ontogenético. Ahora bien, habida cuenta de que los cerebros de todos los seres humanos son igualmente diferen­ ciados, las funciones mentales que este nivel de diferenciación ha hecho posible son colectivas y universales». Al margen de la extraordinaria am­ bigüedad de este enunciado, no viene en absoluto al caso y, en mi opi­ nión, se debería haber formulado de otra manera. Un bebé humano nace con manos, así como con pies y piernas; lo que significa que, con el tiem­ po, puede llegar a usar instrum entos y andar. Sin embargo, tiene que aprender ambas cosas. La mera posesión de las manos no le proporciona una descripción de los instrumentos que posteriormente va a utilizar. Te­ ner pies y piernas no le hace formarse una idea del suelo sobre el que va a caminar. No se sabe con certeza qué diferenciaciones cerebrales son capa­ ces de dar frutos en lo que se refiere a las reacciones humanas; pero hay bastante seguridad de que constituyen una base para el desarrollo ulterior de funciones, y no el almacén de un conjunto de conocimientos adquiri­ dos minuciosamente. Y sigue diciendo Jung: «Esta circunstancia concreta explica, por ejemplo, las notables analogías que existen entre el incons­ ciente de razas muy lejanas en el espacio, analogías que se han demostra­ do muchas veces por la extraordinaria concordancia entre los mitos indí­ genas, tanto en el tema como en la forma». Es evidente entonces que el inconsciente colectivo no es meramente lo que indicaban las primeras palabras de Jung, una cuestión de función, de capacidad de reacción potencial en ciertas direcciones, de tendencias; es un almacén de imágenes, de ideas, de temas; conserva material psicoló­ gico y no perpetúa meramente funciones psicológicas. A pesar de todo, la distinción entre material psicológico y tendencia psicológica es vital, si se ha de discutir con claridad la noción de inconsciente colectivo. En teoría, es obvio que resulta perfectamente posible que las propensiones caracte­ rísticas de agrupaciones sociales específicas pasen de generación en gene­ ración, con independencia de la superposición cronológica en un mismo entorno, aunque nada con carácter de material psicológico las acompañe.


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En realidad, en la actualidad los únicos datos empíricos e incluso bien comprobados acerca de una permanencia de este tipo en el nivel humano, se derivan, como ya he dicho, de un estudio de los resultados obtenidos en pruebas de inteligencia, y siempre se ha dicho que las pruebas de inte­ ligencia atisban las propensiones y no las de las adquisiciones. Aun cuando se diera por supuesto que hay algún tipo de herencia de contenido o de función, ello no nos proporciona una base suficiente como para afirmar que la primera tiene que poseer de algún modo un significa­ do universal, común a todos ios grupos sociales, como Jung parece dar por supuesto. No obstante, es cuando menos probable que si se puede sostener la noción de unas tendencias específicas de grupo, estas tenden­ cias, si es que hay alguna, sean las propensiones, que se incorporan de tal manera a la vida del grupo que puede decirse que forman parte de lo he­ redado por sus miembros. «El parecido universal del cerebro —afirma Jung en una frase absolutamente imprecisa— nos lleva a admitir la exis­ tencia de cierta función que es idéntica a sí misma en todas las personas, y a la que denominamos psique universal. Esta última, a su vez, tiene que subdividirse en mente colectiva y alma colectiva (Vesprit collecíif et Várne collective). En cuanto que existen además diferenciaciones correspon­ dientes a la raza, tribu y familia, existe también una psique colectiva limi­ tada a la raza, tribu y familia, y cuyo nivel (niveciu) es superior al de la psique colectiva universal.» Añade una nota para decir que por mente co­ lectiva se refiere simplemente al hecho de pensar colectivamente y por alma colectiva al de sentir colectivamente. Traducido a términos más psicológicos, podría significar que todos nosotros tendemos a adoptar actitudes cognitivas o afectivas derivadas de sanciones sociales que se hallan ocultas tras la historia pasada de nuestro grupo. En realidad, parece que siempre se trata de algo más que eso. Es evidente que las actitudes arrastran un contenido inevitable con­ sigo. «Es muy difícil —afirma Jung— distinguir los elementos colectivos de los personales. Por ejemplo, son sin duda colectivos los simbolismos arcaicos que aparecen constantem ente en sueños y fantasías; todas las tendencias fundamentales y las formas básicas del pensamiento y senti­ miento; es también colectivo todo lo que los hombres coinciden en consi­ derar universal, así como lo que se comprende, expresa o hace de un modo universal.» Todo esto resulta bastante vago; parece querer decir que cuando mi grupo se ve amenazado y reacciono agresivamente, es probable que me sobrevenga la imagen de un dragón, o de otra bestia ar­ caica y temible que simbolice la fuerza; o que si anhelo la inmortalidad, una esvástica u otro símbolo parecido puede que cruce por mi mente; o que cuando distingo «derecha» de «izquierda», «arriba» de «abajo», o


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digo que 2 + 2 = 4, me hallo inmerso en la psique colectiva. Es debido a que soy un segmento de la psique colectiva que puedo ver con todo su detalle la parte superior derecha de un objeto presentado en un taquistoscopio, si está fuertemente iluminado, y por la misma razón actúo exac­ tamente como los demás si me siento inesperadamente sobre la afilada punta de un alfiler. Como explicación, deja bastante que desear; como aclaración, resulta frustrante. Cuando Jung intenta enunciar de modo breve y conciso sus ideas so­ bre la constitución del inconsciente colectivo, vuelve a surgir la misma di­ ficultad. Aunque es sin duda muy arriesgado intentar enunciar sus ideas en un lenguaje más sencillo que el suyo, podemos señalar en ellas dos puntos principales: 1) Hay imágenes, ideas, fórmulas y leyes que sobrepasan lo indivi­ dual. Expresan las perspectivas de nuestros antepasados sobre el mundo objetivo; todos las poseemos, o nos sometemos a ellas. Deben ser consi­ deradas como objetivas y en su conjunto, constituyen la parte objetiva de la psique colectiva. 2) También hay convenciones, tendencias y formas de reaccionar es­ tablecidas que cualquier persona-comparte con los que también pertene­ cen a su propio grupo, o incluso con la sociedad en general. No son más objetivas que cualquier otro tipo de función, pero tampoco son específi­ cas del individuo, a pesar de ser inherentes a él, quien, en la misma medi­ da, se encuentra dentro de la psique colectiva. Al menos una cosa se desprende con claridad del enmarañado discur­ so de Jung. Es su idea de que dentro de una estructura social se encuen­ tran de algún modo almacenadas imágenes, ideas, formulaciones y leyes antiguas que en algún momento tuvieron vigencia como interpretaciones al curso de fenómenos objetivos. En la memoria socialmente determinada parecen desempeñar precisamente la parte que en la teoría tradicional de la memoria se asignaba a las «huellas» que dejan las experiencias indivi­ duales. Ya he defendido que no estamos obligados teórica ni experimen­ talmente a admitir esta concepción que aparece en el campo general del recuerdo. Se da el caso además de que las tendencias sociales pueden per­ sistir sin necesidad de que hayan almacenado consigo materiales sociales. No obstante, puede que la realidad nos obligue a admitir, después de todo que lo que Jung sostiene tiene cierto peso. El que el contenido de las imágenes o ideas permanezca en cuanto que algo social y no individual, parece poseer, según Jung, significación universal. Debemos preguntar cómo puede demostrarse la existencia en cada hecho real de ese almacén


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común de imágenes, ideas y fórmulas que se mantienen con independen­ cia de las adquisiciones individuales.

3.

¿Existen los símbolos individuales?

Se ha tratado en repetidas ocasiones de exponer los problemas refe­ rentes a los símbolos universales, por lo que existe un gran número de trabajos que se ocupan de este tema. Puesto que considerar con cierto de­ talle siquiera una pequeña parte de ellos nos alejaría mucho de nuestros problemas principales, me voy a limitar a examinar brevemente un im­ portante trabajo del Dr. W. H. R. Rivers que trata de «El simbolismo de la resurrección»3. Rivers expone el caso con gran claridad: «Hay en estos momentos un extenso número de trabajos en los que se intenta poner en relación el simbolismo de los mitos y rituales con las ideas actuales referentes a su función dentro del sueño y de la enfermedad. Una de las conclusiones más asombrosas a las que este estudio comparativo ha conducido a algu­ nos autores es que hay un sistema universal de simbolización en la huma­ nidad; que en todas las razas humanas y en los miembros de cada una de ellas existe una tendencia a simbolizar ciertos pensamientos por medio de los mismos símbolos, o por lo menos de símbolos que mantienen una es­ trecha semejanza entre sí.» Aun cuando esta conclusión estuviera justifi­ cada, como señala Rivers, todavía «tendríamos que decidir si esta univer­ salidad depende de una capacidad innata para una simbolización de esta índole, o si es el resultado de una tradición común tan prevaleciente que influye en todos los miembros de la comunidad y se convierte, quizá en un estadio temprano de su vida, en parte de su contenido mental». Es completamente cierto que la semejanza de símbolos, por muy exten­ dida que pueda estar, no demuestra que su significación se herede en el sentido estricto de la palabra; pero si la significación se transmite por medio de tradiciones persistentes, que se mantienen a través de la superposición de las distintas edades, común a cualquier grupo social, tenemos que expli­ car de algún modo la persistencia todavía superior de dichas tradiciones. Rivers considera detenidamente mitos y costumbres muy extendidos conectados con la muerte y la resurrección; no hace falta repetir aquí con detalle los ejemplos. En su conclusión define el problema y ofrece su ter­ minante respuesta. Me he planteado si la idea de que la simbolización de la resurrección por el agua forma parte del contenido universal de la mente humana se puede


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confirm ar m ediante un estudio comparativo del ritual religioso. Podemos responder la pregunta en térm inos negativos. Elijo este tema por ser una cuestión destacada de la reciente bibliografía psicoanalítica, por lo que constituye un caso muy adecuado para comprobar la afirmación formulada en algunas ocasiones acerca de que las conclusiones alcanzadas por el estu­ dio psicoanalítico del individuo se confirman mediante los estudios compa­ rativos de las costumbres y creencias.

Rivers deja también claro que cuando se descubren semejanzas en la organización y en el material social, no tienen que estar directamente re­ lacionadas con contenidos de la mente idénticos pero sin conexión histó­ rica. En muchos de los casos referidos, existen pruebas concluyentes de conexión histórica, es decir: precisamente de esa superposición cronológi­ ca y ambiental que intenta combatir la doctrina del simbolismo universal. En otros muchos casos, dicha conexión es más que probable. Dejando a un lado el llamamiento directo a los hechos por medio del estudio comparativo de los mitos y las costumbres, la ambigüedad esen­ cial de los símbolos sociales hace muy peligroso cualquier argumento en favor de su universalidad que esté basado en la semejanza de los mismos. Debido precisamente a su ambigüedad pueden encajarse fácilmente en casi cualquier contexto; o lo que en realidad es lo mismo: puede sostener­ se con bastante plausibilidad que prácticamente todos los símbolos socia­ les indican el mismo contexto general. Si el contexto tiene que ver con un interés o tendencia humana muy poderosa y ampliamente compartida, esta flexibilidad de los símbolos sociales es de lo más marcada. Con fre­ cuencia se han señalado los enormes errores cometidos por los simbolis­ tas religiosos de acuerdo con esta tendencia 4; una persona en su fervoro­ sa búsqueda puede hallar que cualquier cosa tiene una significación religiosa, debido, en realidad, a que la actitud religiosa puede penetrar muy fácilmente en casi todas las formas de expresión humana. Lo mismo exactamente se puede decir de las tendencias que se agrupan en torno a las relaciones sexuales; justamente porque cualquier cosa puede ser un símbolo sexual es por lo que es preciso tener un enorme cuidado antes de afirmar que una cosa concreta lo es5. De hecho, sólo puede admitirse la validez de las ideas que se apoyan en una interpretación simbólica, mien­ tras se mantengan próximas al principio de que hay que interpretar rigu­ rosam ente un símbolo por referencia a la vida mental y a la historia personal del grupo que lo emplea. Si se tienen en cuenta estas considera­ ciones, puede decirse que hasta el momento no se ha llegado a ninguna demostración de la teoría de los símbolos universales, en la que tanto el símbolo como su universalidad se deriven de los fenómenos sociales o se


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manifiesten en ellos. Podría incluso añadirse que es poco probable que una demostración de este tipo sea siquiera posible. A pesar de todas estas consideraciones, puede aprovecharse algo aún de esta doctrina. He recalcado páginas atrás que cuando un grupo se tras­ lada, llevando consigo su cultura, y deteniéndose en un nuevo emplaza­ miento, sólo se asimilará por parte del pueblo indígena aquella parte de la cultura para la que ya existían antecedentes. La asimilación rápida y la permanencia de cualquier tipo de material psicológico constituyen presu­ miblemente una prueba de que se han puesto en marcha tendencias socia­ les favorables a la adopción de este material, que quedará grabado sólo muy levemente en un pueblo pasivo y apenas podrá forzarse su perma­ nencia. Sin embargo, esto simplemente nos proporcionaría la continuidad de las tendencias de una generación a otra, y no la de los símbolos o la de otras formas objetivas de material psicológico.

4.

El «ajuste» entre el materia! y la función psicológicos

Este es el momento apropiado para mencionar de modo breve un principio que no se ha investigado lo suficiente: el del «ajuste» de cierto material psicológico a ciertas funciones psicológicas. Los experimentos registrados en la primera parte de este libro han señalado varias veces este principio, y el mismo tipo de conexión parece sugerida por los estu­ dios comparativos de tipo general sobre recuerdo influido socialmente. Supongamos que hay algún tipo de función, individual o social, en la que el orden de las reacciones desempeña un papel importante; será más efi­ caz cuanto más rítmicamente se pueda organizar el material en cuestión. Los tipos de material más fácilmente capaces de una organización de este tipo son las palabras, los sonidos y los movimientos corporales. Son nece­ sariamente sucesivos en su modo de producirse y admiten con facilidad variaciones de énfasis. Así, tenemos ciclos de palabras y sobre todo ciclos de canciones y danzas, que se desarrollan en conexión con ritos religiosos en los que, por normas sociales, ha de mantenerse celosamente el orden de ejecución. Sin embargo cuando la vivacidad es la característica más im­ portante, las cualidades dramáticas de la imagen encuentran su ámbito peculiar y tenemos ejemplos de ello en las impresionantes imágenes de actividades sociales primitivas y en los anuncios publicitarios de la época actual. Una pregunta que los psicólogos podrían plantearse más a menudo y con mayor seriedad es: «¿Qué es lo que pueden hacer con la mayor efica­ cia ciertos tipos de material psicológico?» No debe sorprendernos que


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siempre que se dé prioridad a ciertas propensiones, es casi seguro que se han de encontrar ciertos tipos de material psicológico, tanto si hay una su­ perposición de edades y entornos como si 110 la hay. Se encuentra ese ma­ terial porque es precisamente del tipo que «se ajusta» para que las tenden­ cias persistentes hagan uso de él y porque prácticamente puede hallarse en cualquier entorno. Naturalmente, aun cuando se pudiera fundam entar esta sugerencia, no podría en absoluto probar la transmisión biológica real por medio de un inconsciente colectivo, o de material psicológico; más bien haría esto de lo más improbable, ya que todo aquello para cuya expli­ cación se aduce tal hipótesis podría explicarse sin dicha noción.

5,

Resumen

Se pueden resumir en breves palabras los principales resultados de esta exposición. 1) En su forma más común, la teoría de un inconsciente colectivo se plantea para explicar la creencia de que o) el material psicológico y b) las tendencias psicológicas se mantienen en el grupo social de una genera­ ción a otra con independencia de la 'superposición de ambientes y edades. Con respecto a a), la doctrina es la contrapartida social del dogma de las huellas de memoria. 2) Existen algunos datos empíricos a favor de la transmisión heredi­ taria de la inteligencia, pero éstos no constituyen una prueba concluyente en estos momentos. En lo que concierne a otras tendencias, por ejemplo las de timidez, asertividad, combatividad6, exclusividad social y el tipo de tendencias que son la base de intereses sociales especializados, no hay hasta ahora datos positivos de los que merezca la pena hablar. En la me­ dida en que consideremos que una fácil asimilación social presupone ten­ dencias favorables al material asimilado, estamos apoyando la sugerencia de unas tendencias heredadas. Es necesario un estudio mucho más cuida­ doso y controlado antes de poder hacer una afirmación más precisa. Po­ demos inclinarnos quizá con razón a favor de la idea de que muchas pro­ pensiones de ese tipo pueden mantenerse de la manera requerida; pero hay que admitir que se trata tan sólo de una opinión y aun cuando se con­ firmara del todo, no justificaría probablemente otra conclusión que la de que tal permanencia puede estar fuertemente influida por condiciones es­ pecíficamente sociales. 3) En lo que se refiere al material psicológico, el caso de una perma­ nencia sin superposición es, en estos momentos, pura especulación. La psicología general no puede obligarnos a aceptar esta interpretación de


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los hechos. Arparte de la dificultad de ignorar la superposición de edades o el contacto entre grupos, existe además el principio, importantísimo pero poco explorado, del «ajuste» de cierto material psicológico a ciertas funciones psicológicas. Hablando en términos psicológicos, es mucho más razonable investigar la aplicabilidad de este principio que plantear meras especulaciones sobre un inconsciente colectivo. 4) Concluimos, por consiguiente, que no existen pruebas concluyentes que ratifiquen la hipótesis de un inconsciente colectivo por lo que en estos momentos no puede demostrarse su existencia. Al mismo tiempo, hay datos que apoyan la creencia de que diversas tendencias dirigidas es­ pecíficamente pueden persistir de una generación a otra con independen­ cia de que se dé un aprendizaje temprano y también que estas tendencias están determinadas en cierta medida por factores sociales; preparan el te­ rreno para las adquisiciones sociales, tanto por parte del individuo con­ creto, como a través del grupo.


Capítulo 18 LA BASE DEL RECUERDO SOCIAL

1.

Requisitos de una teoría del recuerdo social

El camino hacia la comprensión del mecanismo general del recuerdo está sembrado de teorías ya desechadas, pero en lo que se refiere propia­ mente a la memoria social se han hecho muchas menos conjeturas. En su mayor parte, los argumentos utilizados se han servido de la analogía; se ha establecido un parecido más ó menos profundo entre el grupo social y el sujeto individual y, sobre esta base, todo lo que se atribuye a este últi­ mo se le ha adscrito al primero. Esto, desde luego, no resulta muy satis­ factorio; hace falta un estudio directo de los hechos sociales, en los que únicamente se deberían fundar las conclusiones. Las especulaciones basa­ das en la analogía son susceptibles de parecer incompletas y nada convin­ centes. También es cierto que hay todo un conjunto de ideas acerca del ori­ gen social de la memoria. El profesor Pierre Janet, por ejemplo, ha escri­ to sobre este tema con su estilo más atractivo y co n v in c e n teS eg ú n él, los seres humanos, enfrentados a un mundo difícil, se han visto obligados a inventar distintas maneras de tratar las circunstancias adversas, siendo las más importantes de todas estas las que se refieren a la utilización de los objetos ausentes. Muchos de los avances biológicos más significativos, como el desarrollo de órganos receptores de distancias, están directa­ mente relacionados con ella, y la memoria, que es algo absolutamente di­ ferente de la conservación, es la solución triunfante al problema. Ahora bien, de acuerdo con Janet, la necesidad de tratar con objetos ausentes se agudiza tan sólo en una situación de tipo social; esto explica por qué el desarrollo o la invención de la memoria está inextricablemente unido a ciertas formas de conducta manifiesta, y especialmente al uso del len­ guaje. 367


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En algunos aspectos, esta idea coincide claramente con la que yo he mantenido en este libro. También comparto la opinión de que el desarro­ llo del recuerdo va paralelo al incremento de las reacciones en diferido de los sentidos especiales. Me parece, sin embargo, que no hay razón para hacer de una u otra cosa algo específico de las situaciones sociales. De he­ cho, es perfectamente cierto que el tipo de recuerdo que podemos estu­ diar con algún detalle ocurre casi siempre en algún contexto social, salvo quizá en el caso de determinados experimentos bastante abstractos; pero ocurre lo mismo con todas las demás reacciones susceptibles de ser inves­ tigadas en el plano psicológico, por lo que no nos proporciona una base teórica suficiente para sostener que el origen del recuerdo sea social. Un ser humano solitario, dado que constituye una organización compleja de diferentes tendencias, necesitará una y otra vez ser capaz de tratar por su propio interés con lo que desde el punto de vista de cualquiera de estas tendencias, o de un grupo de ellas, es un objeto ausente. Por otro lado, no parece haber una razón para considerar el recuerdo como el único méto­ do de tratar con objetos ausentes. Se trata más bien de una combinación del método de las imágenes con el método «de los esquemas» aunque, como todas las combinaciones de este tipo, posee características que le son propias. Por último, deberíamos tener mucho cuidado a la hora de decir en qué punto localizamos el origen incuestionable de cualquier re­ acción biológica, ya que hacerlo supone ciertamente traspasar los límites de las condiciones observables. Dicho lo anterior, hay que añadir que esta o cualquier otra hipótesis del mismo tipo no constituye una teoría de la memoria social, sino sólo de la determinación social del recuerdo. Hablando en términos estrictos, una teoría de la memoria social tendría que ser capaz de demostrar que un grupo considerado como unidad recuerda de hecho y no meramente pro­ porciona el estímulo o las condiciones bajo las cuales los miembros del grupo recuerdan el pasado.

2.

El marco social de la memoria

Quizá el mejor modo de abordar este problema sea considerar las ide­ as de un psicólogo que utiliza de modo preciso y constante la expresión «memoria colectiva». El profesor Maurice Halbwachs ha escrito un minu­ cioso y atractivo estudio de Les Ccidres Sociciux de leí Mémoire 2, influido sobremanera por las ideas de Durkheim, quien, como es sabido, conside­ ra que el grupo social constituye una unidad psíquica genuina y posee casi todas las características del hombre individual. Las ideas de Durkheim no


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se basan sin más en una analogía fácil, sino en un estudio paciente y mi­ nucioso de los fenómenos sociales directamente. Halbwachs sigue con fi­ delidad esta característica del método durkheimiano, presentando algu­ nos ejemplos que merece la pena tomar en consideración. Halbwachs se ocupa en particular de lo que denomina la «memoria colectiva» de la fa­ milia, de los grupos religiosos y de las clases sociales. En todas las comunidades m odernas bien arraigadas, según H alb­ wachs, cada familia tiene su propia vida mental característica (esprit propre ); sus recuerdos, que sólo ella alimenta, y sus secretos, que no se reve­ lan a nadie que no sea miembro de la misma. Por otra parte, estos recuerdos, al igual que las tradiciones religiosas del grupo familiar de épocas anteriores, no son una simple serie de imágenes individualizadas del pasado; pueden serlo, pero también son modelos, ejemplos y un tipo de base para la educación y el desarrollo. En ellos se expresa la actitud general del grupo, de modo que hacen algo más que reproducir la historia de éste: definen su naturaleza, su fuerza y su debilidad. «Cuando decimos £En nuestra familia somos longevos’, o ‘tenemos mucho orgullo’ o kno hay gente rica’, estamos hablando de una propiedad física o moral que consi­ deramos inherente al grupo y que se transmite a sus miembros. Algunas veces se trata del lugar o país de origen de la familia, o también puede ser alguna característica sobresaliente de uno de sus miembros, que se con­ vierte en un símbolo más o menos misterioso del bagaje común, a partir del cual todos los individuos derivan las cualidades que les son peculiares. Así pues, a partir de diferentes elementos de este tipo, retenidos durante su historia pasada, la memoria familiar (mémoire familiolé) conforma un marco que tiende a mantenerla intacta, como si fuera una especie de ar­ madura familiar tradicional. No hay duda de que este marco está consti­ tuido por hechos —cada uno con su localización temporal propia— y de imágenes —cada una de las cuales surgió y desapareció en un momento determinado—; pero al igual que encontramos juicios que la familia y quienes la rodean han formado sobre estos hechos e imágenes, este m ar­ co participa de la naturaleza de las nociones colectivas, que no tienen lu­ gar ni momento definido, pero que parecen establecer la dirección del de­ venir del tiem po»3. Puede que tengamos ocasión de recordar un acontecimiento u otro de nuestra vida familiar que esté «grabado en nuestra memoria»; en ese caso, si entonces intentamos separar todas aquellas ideas y juicios que por tradición forman parte de la familia, no quedará prácticamente nada; es decir: sea de la forma que sea, no podemos hacer este tipo de disociación. En nuestro recuerdo del acontecimiento concreto, no podemos distinguir «la imagen que no tiene sino un único lugar y momento» de las nociones


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•que reflejan de modo general «nuestra experiencia de las acciones y modo de ser de nuestros padres». Halbwachs nos ofrece un conjunto de ejemplos, que describe y analiza con el fin de mostrar que la vida del grupo familiar aporta a la conducta algo que no podría venir de otra fuente. Si la memoria familiar se expre­ sa, por así decirlo, a través de una persona determinada, no hay duda de que dicha persona tendrá que utilizar palabras e imágenes, pero todo ello poseerá un halo de sentimiento que se deriva de la vida del propio grupo. «Es evidente que cuando la familia recuerda (Queme! la fam ille se souvient ), utiliza palabras y se refiere a acontecimientos o imágenes que son únicas y particulares; pero ni las palabras, que constituyen sólo gestos materiales, ni los acontecimientos o imágenes del pasado, que tan sólo son objetos virtuales de procesos sensoriales o de pensamiento, compren­ den todo el conjunto de la memoria. La memoria familiar tiene que ser algo más; por una parte, tiene que orientarnos hacia los acontecimientos e imágenes referidos o utilizados y, por otra, apoyarse en las palabras que son su expresión.» Ciertamente, la mayoría de estas observaciones, en la medida en que sea posible darles una significación clara, parecen reales y relevantes. Asi­ mismo, Halbwachs está en lo cierto cuando le da un tratamiento similar a la memoria dentro del grupo religioso y de la clase social. No obstante, se ocupa de la memoria en el grupo, y no de la memoria del grupo. En cuan­ to a la primera, no hay discusión; la organización social ofrece un marco permanente en el cual deben encajar con precisión todos los recuerdos, e influye muy poderosamente tanto en la forma de recuerdo como en su contenido. Por otra parte, este marco permanente ayuda a proporcionar aquellos «esquemas» que constituyen la base de la reconstrucción imagi­ nativa denominada memoria. Es también probable que la creación social y la confluencia de intereses contribuyan a desarrollar imágenes específi­ cas que, como ha demostrado repetidas veces nuestro estudio, pueden es­ tar presentes en el recuerdo individual. Sin embargo, necesitamos llegar mucho más lejos si queremos mostrar que el propio grupo social posee capacidad de retener y recordar su propio pasado.

3.

¿Puede el grupo recordar?

Si deseamos saber si un hombre recuerda algo, le hacemos una pre­ gunta; y por lo general nos valemos de sus palabras, aun cuando no pueda darnos sino unos pocos detalles. No podemos adoptar esta sencilla vía con el grupo social porque, si es que posee un medio de autoexpresión


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distinto de sus movimientos actuales y su organización social, es descono­ cido para nosotros. Por consiguiente, nos vemos obligados a observar si hay alguna señal de recuerdo, considerada como forma de conducta, que lo distinga con precisión de todas las demás reacciones posibles. Si la idea general de la naturaleza del recuerdo que hemos adoptado es correcta, existen señales de ese tipo. Siempre que un agente, sea hombre, animal o grupo social, actúa como si estuviera determinado predominantemente por algún acontecimiento lejano de su historia, utilizando este aconteci­ miento directamente para resolver un problema inmediato, puede decirse que dicho agente «recuerda». He intentado mostrar que la mera recapitu­ lación secuencial es diferente de la reconstrucción «esquemática», ya que esta última exige que los elementos se extraigan de los esquemas, se mez­ clen y se utilicen para facilitar la adaptación a condiciones que quizá nun­ ca se habían dado anteriormente. Los elementos extraídos son los aconte­ cimientos lejanos, m ientras que la situación inm ediata plantea los problemas que estos elementos van a ayudar a resolver. ¿Podemos encontrar una prueba inequívoca de que se da esta clase de conducta en el grupo social? No es fácil pronunciarse, ni creo que poda­ mos hacerlo. Cuando un grupo se enfrenta con una amenaza de crisis re­ pentina, a menudo parece que adopta una forma de respuesta que se opo­ ne a su historia social reciente, pero que a su vez se halla estrechamente relacionada con su pasado remoto. Esto sucede en los grupos políticos de nuestros días, por ejemplo, cuando se inicia una guerra, o se modifica la política fiscal, o se sufre cualquier otra revolución, más o menos violenta. Pero el asunto no está en absoluto claro porque siempre en dichos casos hay individuos que aducen los antecedentes precisos y orientan la línea de conducta que se basa en ellos. Un caso claro sería el de un grupo que actuara basándose en un antecedente lejano, con cierta unanimidad al menos sin que ningún miembro de dicho grupo haya formulado ese ante­ cedente, ni se lo haya planteado a los demás. Posiblemente pueda parecer que fenómenos extraños de involuciones o regresiones sociales nos proporcionarían lo que necesitamos; pero es di­ fícil basar opiniones definidas en ellos, tanto porque siempre hay una po­ sibilidad de que las costumbres o ideas desaprobadas se hayan practicado casi continuamente por una minoría dentro del grupo, como porque, se­ gún el principio del «ajuste» del material a la función, cuando se estimu­ lan ciertas tendencias humanas permanentes, seguramente se hará hinca­ pié en ciertas características del entorno social correspondiente. A primera vista, parece como si un curioso caso de sugestión de grupo expuesto por W. H. R. Rivers pudiera darnos exactamente la prueba que necesitamos. Según él, en algunos de los relativamente pequeños grupos


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de Polinesia y Melanesia, a menudo se adoptan decisiones y se ponen én práctica, aunque no hayan sido formuladas por nadie en particular. El ob­ servador blanco, al escuchar los acuerdos de un Consejo de nativos, se da cuenta después de un rato de que ha variado el tema de discusión inicial. Cuando «preguntó cuándo iban a decidir la cuestión en la que estaba in­ teresado, se le ha contestado que ya se había decidido y que habían pasa­ do a otro asunto. La decisión se había tomado sin ninguno de los procesos mediante los cuales nuestros consejos o comisiones deciden los puntos debatidos; los miembros del consejo se han dado cuenta al llegar a un punto concreto de que estaban de acuerdo, y no ha sido necesario dar a conocer el acuerdo de un modo explícito»4. Este caso, suponiendo que todavía se dé, es susceptible de dos explica­ ciones. Podemos suponer que en una fase concreta de la discusión se ex­ tendió rápidamente una conclusión común a través de todo el grupo; o que, de algún modo, el propio grupo decidió el tema literalmente como uno solo. Puesto que la decisión se halla determ inada prácticam ente siempre por un precedente, la segunda explicación, si es que puede soste­ nerse, quizá nos proporcionaría un caso genuino de memoria de grupo. Pero los hechos reales no están nada claros. Rivers da escasos detalles, incluso en lo que se refiere a los casos observados por él mismo, y además no señala otras fuentes. Por mi parte, he sido incapaz de encontrar datos claros, tanto en los libros como a lo largo de investigaciones. Desde luego, este tipo de decisión de grupo, sin formulación, no parece ocurrir entre los pequeños grupos de las razas nativas de África; ninguna de las obser­ vaciones, ni ninguno de los minuciosos cuestionarios que hice entre los basuto, zulúes y suazi reveló ejemplo alguno de ello. No hay duda, natu­ ralmente, de que determinadas condiciones sociales favorecen la rápida difusión de las decisiones mediante sugestión pero, hasta donde llegan mis observaciones, siempre, salvo en lo que se refiere al simple hábito o costumbre social, alguien ha de formular las propuestas sobre las que fi­ nalmente se actúa. De hecho, parece totalmente imposible descubrir en ningún lado una prueba inequívoca de una memoria de grupo. La dirección y control so­ ciales del recuerdo —la memoria dentro del grupo— son evidentes; pero una memoria literal del grupo no puede demostrarse, al menos por ahora. De igual modo, no se puede probar que no existe y, por consiguiente, de modo dogmático, no debe negarse. El agrupamiento social produce nue­ vas propiedades tanto de la conducta como de la experiencia; en la medi­ da en que sepamos cuáles son, hemos de encontrarlas en la conducta y la vida de cada uno de los miembros del grupo. Con todo no es en teoría im­ posible que la organización de los individuos dentro de un grupo produz­


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ca una nueva unidad mental, que quizá sienta, conozca y recuerde por de­ recho propio. La dificultad principal es que parece como si la prueba más inequívoca de todos los procesos mentales superiores consistiera en su formulación lingüística por parte de sus poseedores. Cuando el único len­ guaje accesible al observador es el gesto, siempre existe una gran ambi­ güedad. En algunos casos, especialmente en los que nos encontramos ais­ lados y nos enfrentamos a individuos que lo están tanto como nosotros, podemos inferir con bastante certeza el proceso mental a partir del gesto; pero el caso del grupo social es enormemente complicado en este aspecto, debido a la superposición de edades y entornos, y al hecho de que cada miembro ha adquirido hasta cierto punto la capacidad de formular direc­ tamente a través del lenguaje. Puede que las convenciones sociales, las instituciones y tradiciones formadas por tendencias persistentes del grupo constituyan «esquemas del grupo», al igual que las imágenes, ideas y ca­ denas de pensamiento formadas por intereses persistentes de tipo perso­ nal constituyen «esquemas individuales». En ese caso, dichos «esquemas de grupo» ocupan una extraña posición porque, tanto si al grupo le resul­ tan conocidos como si no, desde luego son conocidos al menos por algu­ nos de sus miembros. Por consiguiente, aun cuando el grupo fuera capaz en cierto modo de «volverse sobre sus propios esquemas» y utilizarlos di­ rectamente, nunca podemos estar seguros de que los resultados subsi­ guientes no se deban tan sólo a que puede hacerse una utilización similar de los «esquemas» sociales por individuos destacados del grupo. Parece que sólo hay una cosa que pueda resolver esta dificultad: se trata del des­ arrollo de un lenguaje directo del grupo accesible a sus miembros. Algu­ nas personas parecen pensar que lo que se denomina vagamente atmósfe­ ra del grupo o impresiones formadas del grupo proporciona el tipo de lenguaje requerido. Evidentemente, no es cierto, puesto que puede ser simplemente el resultado de modificaciones afectivas de la experiencia in­ dividual debidas sin duda al agrupamiento social que, por tanto, pueden ser un producto del grupo como unidad psicológica, pero no constituyen algo que el grupo posea como unidad física. De hecho, si hay grupos que constituyen unidades físicas, es muy probable que sólo otro grupo con el que puedan comunicarse directamente en algún tipo de lenguaje de grupo pueda conocer su existencia. Así pues, la posibilidad de que existan lite­ ralmente imágenes del grupo, recuerdos del grupo e ideas del grupo debe m antenerse como un interesante problem a especulativo, aunque poco claro, pues no podemos afirmar o negar su existencia. Nuestras ideas al respecto estarán dictadas, como de hecho ocurre siempre con las ideas del hombre acerca de estos problemas, por nuestras creencias en relación con los valores relativos del individuo y del grupo.


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Todas estas consideraciones, sin embargo, no hacen variar ia certeza de que el grupo es una unidad psicológica. Hay un sinfín de formas de conducta y, de pensamiento que son el resultado directo de la organiza­ ción social y que, al haber sido creadas por el grupo, dejan de ser explica­ bles en cuanto se pasa por alto al mismo. El que el grupo social tenga o no una vida mental por encima y más allá de la de los individuos que lo forman constituye meramente materia de conjeturas o creencias. Por otro lado, es un hecho seguro el que el grupo organizado funciona de manera única y unitaria a la hora de determinar y dirigir las vidas mentales de sus miembros.


Capítulo 19 RESUMEN Y CONCLUSIONES

1.

Replanteamiento de la postura general

Hasta aquí hemos presentado los detalles y conclusiones de las dos par­ tes de este estudio. Aun a riesgo de repetirnos, nos parece conveniente reu­ nir los resultados principales de los mismos, ya que si bien afectan a un con­ junto muy amplio de problemas, presentan no obstante una visión coherente del desarrollo en el hombre de respuestas a las demandas de su entorno. El cuadro resultante nos presenta a los seres humanos enfrentados a un mundo que pueden habitar y m anejar tan sólo en la medida que aprendan a ajustarse a su infinita diversidad mediante respuestas cada vez más sutiles, y siempre que descubran modos de escapar al dominio abso­ luto de las circunstancias inmediatas. El psicólogo que se ocupa de los procesos de recuerdo se plantea los problemas cuando ya se ha avanzado un largo trecho en este necesario desarrollo. Tan pronto como llega a buen término el gran esfuerzo que da lugar a la especialización de los sen­ tidos, el organismo objeto del estudio del psicólogo ha descubierto cómo utilizar el pasado en fenómenos tales como los de umbral reducido, los re­ flejos en cadena y condicionados, la determinación de los esquemas, así como en las secuencias de hábitos relativamente fijos. Pero los anteriores, necesariamente, todavía constriñen y limitan las actividades del hombre, ya que en todos ellos el pasado opera en masa, y la serie tiene un mayor peso que sus elementos. Por otra parte, en muchos de ellos el pasado con­ serva su capacidad constrictiva en forma de secuencias relativamente fijas que no pueden romperse fácilmente. Si se quiere lograr algún avance significativo, el hombre tiene que aprender a descomponer el «esquema» en elementos, y a superar el orden original en el que ocurren estos elementos. Puede hacerlo porque aprende a utilizar los componentes de sus propios «esquemas», en lugar de encon­ 375


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trarse abocado a la acción por los propios «esquemas», funcionando como unidades intactas. Como ya he dicho, el hombre encuentra cómo «dar la vuelta sobre sus propios esquemas» (reacción literalmente hecha posible por la conciencia, y la única que da a la conciencia su función preeminente). Cuando intentamos entender como psicólogos de qué manera llega a ser posible este paso crítico en el desarrollo orgánico, debemos fijamos ya no en la organización «esquemática», sino más bien en las condiciones que dirigen la formación de estos contextos activos. De nuevo, también en este caso, el grueso del trabajo ya se ha realizado mucho antes de que el psicólogo entre en escena; parece sin embargo, probable que los «es­ quemas» más tempranos sigan las líneas divisorias de distintos sentidos en especial. Ciertas reacciones de particular significación biológica, como las que tienen que ver con los deseos, como la búsqueda de alimento, el sexo y el sueño, o con los instintos, como las reacciones de peligro, de asertividad o de sumisión, tienen particular importancia a la hora de relacionar los modos de respuesta adaptativa que surgen cuando se activan dichos sentidos. Las diferencias de peso de las reacciones sensoriales especiales y de las tendencias apetitivas e instintivas producen lo que he denominado «tendencias de diferencia individual», cuyas combinaciones definen el temperamento de un organismo concreto. Todas ellas, junto con quizá otras que pertenezcan a las distinciones particulares entre los sentidos —especialmente las ligadas a relaciones espaciales y temporales— están implicadas en la formación de contextos «esquemáticos» activos. Se com­ plementan con otras influencias que surgen de la acción recíproca de las reacciones que tienen lugar durante la vida del individuo, es decir: con ese conjunto de tendencias reactivas que constituyen el «carácter», y en particular con las condiciones sociales derivadas de la vida en grupo. Esta complejidad de la organización «esquemática» significa que numerosos objetos, estímulos y reacciones se organizan simultáneamente en diferen­ tes «esquemas», de manera que cuando se repiten, tal como suele ocurrir en el mundo que conocemos, tienden a poner en actividad diversas co­ rrientes cruzadas de influencia organizadora. Para el siguiente punto, tenemos datos concretos de experimentación propiamente psicológica. En todos estos «esquemas» opera ese tipo de análisis inconsciente que confiere más peso a algunos de los elementos del conjunto. En muchos casos, como en mis propios experimentos sobre perceptos, imágenes y recuerdos, es posible averiguar exactamente qué detalle concreto es el de mayor peso. A veces esa importancia está deter­ minada directamente por el predominio de un sentido —la visión habi­ tualmente en el hombre; el olfato en algunos de los otros animales— y a menudo por distinciones espaciales dentro del sentido predominante. A


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veces también se establece por un predominio apetitivo o instintivo. La mayor parte de las veces, en la reacción humana adulta, se trata de la in­ tervención de «intereses» persistentes. Aun antes de que se adquiera la capacidad de «dar la vuelta a los pro­ pios esquemas», es probable que haya casos en los que los detalles sobre­ salientes desempeñen una función destacada cuando la reacción parezca estar determinada de muchas maneras a la vez y surja, por tanto, un ries­ go de peligrosa indecisión. Cuando el propio contenido del «esquema» llega a utilizarse como guía ante la reacción, el detalle con un peso más sobresaliente tiende a destacarse en forma de imágenes. En ese caso, las mismas serán literalmente detalles tomados a partir de los «esquemas» y utilizados para facilitar alguna respuesta necesaria a las condiciones am­ bientales inmediatas. Tienen fundamentalmente un carácter individual y concreto; puesto que el caso típico para que se produzcan es la aparición de corrientes de interés, suelen reunir material y reacciones psicológicas que tenían orígenes diversos. Por consiguiente, aumentan el rango posi­ ble de diversidad de respuestas y avanzan un paso más hacia el desarrollo general de las reacciones a distancia. Comparten el carácter cronológico de todo lo que contribuye a formar una organización «esquemática», y de que tengan una importancia especial en relación con el recuerdo minucio­ so y localizado en el tiempo. Volviendo de nuevo a nuestros experimentos, encontramos que en muchos casos las principales condiciones para que se produzcan imágenes parecen encontrarse en su contexto afectivo, que funciona como una «ac­ titud». La mejor manera de describir esta actitud es considerándola una orientación del agente hacia la imagen y sus entornos «esquemáticos» menos articulados. Si entonces, como en el recuerdo específico, estamos obligados a justificar la imagen, lo hacemos construyendo, o reconstru­ yendo, su contexto; por consiguiente, la actitud se racionaliza. Ya se ha demostrado que el grupo social, con su acompañamiento de tradiciones, instituciones y costumbres convencionalizadas y relativamente permanen­ tes, desempeña una función importante en el desarrollo de intereses, en la determinación del contexto afectivo que a menudo se encuentra en la base de la formación de las imágenes y en la provisión de material para los procesos constructivos de recuerdo. Con todo esto, el método de las imágenes tiene serios inconvenientes; entre los más importantes se encuentra el hecho de que la imagen, con su carácter sensorial, es capaz de ir más lejos en la dirección de la individua­ lización de las situaciones de lo que resulta biológicamente útil; el que los principios de la combinación de imágenes tengan sus propias peculiarida­ des, que dan lugar a construcciones aparentemente desiguales, irregulares


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y propias de la idiosincrasia personal; y, finalmente, que la pertinencia de la imagen con respecto a la situación no se ha formulado aún, ni siquiera expresado de forma adecuada. Por tanto, aunque el método de las imáge­ nes incremente en general el abanico posible y la diversidad de respues­ tas, contiene en sí mismo rasgos que se oponen precisamente a ese des­ arrollo. Sin embargo, la demanda social de descripción de las imágenes, necesaria para que su oportunidad y carácter sean apreciados por más de una persona, ya ha establecido una relación entre la palabra y ei método de ias imágenes. Las palabras son en esencia más explícitamente analíti­ cas que las imágenes: están obligadas a tratar las situaciones fragmento a fragmento. Por otra parte, de igual modo que pueden indicar factores cualitativos y relaciónales en su aspecto general, pueden también descri­ bir características particulares. Las palabras compensan las deficiencias de las imágenes y, al mismo tiempo, al ser en cierto sentido el opuesto de la particularidad de la imagen, aparecen en los experimentos como una especie de forma alternativa en el recuerdo. Son los instrumentos princi­ pales del proceso de pensamiento, porque en el mismo hallamos ese es­ fuerzo, coronado por el éxito por tratar con situaciones al margen del lu­ gar y el momento en que ocurrieron. Las palabras son el mejor invento humano para perfeccionar las reacciones a distancia. Tanto en el caso de las imágenes como en el de las palabras, los tipos ante­ riores de determinación ejercida por los esquemas que ambas sirven para dar salida tienden a reaparecer una vez más; así tenemos hábitos de imágenes y palabras, automatismos individuales persistentes de formación de palabras e imágenes y convenciones sociales de expresión descriptiva que perviven. Este es, a grandes rasgos, el cuadro que muestran los materiales apor­ tados por mis experimentos; muchos detalles han sido completados; mu­ chas lagunas exigen un trabajo posterior. Mientras tanto, una vez más ha quedado claro que un estudio del recuerdo, de sus condiciones y transfor­ maciones hacia lo convencional, lleva directamente a problemas generales más permanentes de la psicología. En toda investigación hay que arbitrar algún punto donde ésta finalice, así que voy a elegir tan sólo tres de estos temas de debate permanente, de los que ya me he ocupado, para añadir unas consideraciones finales. Se trata de los principios de asociación; el yo, el individuo y lo social; la imaginación constructiva y el pensamiento.

2.

Los principios de asociación

Este libro en su totalidad se ha escrito desde la perspectiva de un estu­ dio sobre las condiciones de las funciones orgánicas y mentales, y no des­


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de el análisis de la estructura m ental Sin embargo, fue esta última pers­ pectiva la que desarrolló los principios tradicionales de asociación. La confusión entre uno y otro es responsable de muchas dificultades innece­ sarias en el debate psicológico. Consideremos cualquier tipo de respuesta como la resultante de mis experimentos sobre signo pictográfico o sobre reproducción repetida. En los casos más claros y articulados con una mayor precisión, en principio tiene lugar el despertar dé una actitud, una orientación, un interés; a con­ tinuación, tienden a establecerse los detalles específicos, ya sea en forma de imagen o directamente como palabras. Por último, se da una construc­ ción de otros detalles, con el fin de proporcionar un contexto racional o satisfactorio para la actitud. En ese momento podemos tomar todo el re­ cuerdo en su conjunto y analizarlo, de forma que podemos decir: «Este detalle viene a continuación de ése, y ése coincide con aquel otro». Lue­ go, podemos tomar los detalles contiguos y ver si podemos clasificar las características que poseen por estar uno al lado del otro. Si adoptamos este plan, estamos casi seguros de llegar a aquellos principios generales de asociación que han constituido la piedra angular de los asociacionistas de todos los tiempos: la contigüidad y la semejanza. Decimos: «Esto, que está próximo a eso, es semejante a lo segundo en algún aspecto, o estaba contiguo a eso de alguna forma precisable cuando se presentaron por pri­ mera vez». Si bien estos principios resultan demasiado amplios, es muy fácil desarrollarlos en sus detalles teniendo en cuenta todos los tipos de semejanza y contigüidad que pueden darse desde el punto de vista lógico. En ese caso, podemos llegar a un esquema como el que aparece a conti­ nuación1:

en el significado

*■en el sonido

el tiempo Contigüidad en el espacio

coordinación supraordinación subordinación contraste

en letras o silabas en rima causal verbal


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Estos esquemas se pueden extender casi indefinidamente, hasta in­ cluir toda relación posible de objetos o de nombres. Todo esto se encuen­ tra en el plano del análisis descriptivo y mientras se mantenga en él, no sólo es inofensivo sino también valioso. Más adelante, podríamos llegar á alterar en algún momento nuestro punto de vista transformando el enunciado «Estos detalles, al estar jun­ tos, son similares», en «Estos detalles están juntos porque son similares». Y entonces los problemas no tardan en aparecer. Hay tres dificultades principales. La semejanza requiere un recono­ cimiento previo, por lo que parece, antes de que pueda percibirse la semejanza entre detalles asociados; da la impresión de que tuvieran que estar de alguna manera juntos, porque sólo entonces puede llevar­ se a cabo la necesaria inspección. Esta dificultad no es, de hecho, muy seria y se ha magnificado por parte de algunos autores que no recono­ cen suficientemente que las cualidades y características pueden estimu­ lar las actividades funcionales mucho antes de que se conozca su natu­ raleza precisa. Un niño pequeño, por ejemplo, reacciona de modo diferente a los colores antes de que pueda decirse que es capaz de identificarlos, y sobre todo de nombrarlos. En segundo lugar, es evidente que hay formas muy diversas de se­ mejanza, entre las cuales no todas tienen la misma eficacia para la aso­ ciación. Una diferencia de actitud en distintas ocasiones puede produ­ cir un gran cambio en la influencia relativa de los distintos tipos de semejanza. Por ejemplo, en los experimentos de asociación «se encuen­ tra que el porcentaje de respuestas contestadas en las diversas clases de situaciones, se halla influido por la fatiga, los medicamentos y por trastornos psicológicos del sistema nervioso. Hablando en términos ge­ nerales, el efecto de estas condiciones es producir un aum ento en la proporción de asociaciones por semejanza del sonido y una disminu­ ción en la proporción de asociaciones por semejanza del significado»2. Es decir, si se ha de considerar que la semejanza tiene cierta im por­ tancia explicativa, se tiene que complementar con otras varias conside­ raciones que no pueden descubrirse inspeccionando sin más las carac­ terísticas de los detalles asociados. En tercer lugar, si intentamos utilizar estas pocas categorías asociati­ vas generales como principios explicativos, surge de manera natural la creencia de que la razón fundamental por la que va construyéndose pro­ gresivamente la estructura mental es que se van añadiendo innumerables detalles que en un principio no tenían conexión alguna entre sí. Sin duda, cuando nos dedicamos a describir analíticamente una estructura acabada, podemos considerar la cuestión de esta manera. No obstante, una vez que


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la psicología modificó su punto de vista, al pasar, por la influencia de la ciencia biológica, de la descripción a la explicación, se comprobó que el método asociativo típico estaba radicalmente lleno de defectos. El primer psicólogo inglés que se dio cuenta de ello plenamente fue James Ward; la clarividencia y originalidad de sus escritos psicológicos se deben primor­ dialmente a este hecho. En ellos hizo un ataque devastador del asociacionismo; pero, en mi opinión, debido en buena parte a que sus intereses si­ guieron siendo predominantemente epistemológicos, nunca se apartó por completo de los métodos tradicionales, por lo que varios autores más re­ cientes han podido tomar el testigo de la revolución que él promovió. Ward nunca se ocuparía de la semejanza como principio de asociación y sustituyó la contigüidad por la sucesión. Este es el aspecto más significati­ vo, ya que la sucesión se considera un principio de asociación no como consecuencia del estudio de las características del detalle o contenido aso­ ciado, sino por considerar cómo parecen estar determinadas las reaccio­ nes asociativas. Hemos visto varias veces que la sucesión parece ser un factor ge­ nuino para relacionar tanto las diferentes reacciones como el material psicológico al que éstas se refieren; pero una vez que alcanzamos el método «postesquemático» que perm ite utilizar lo que no está inme­ diatamente presente —método de las imágenes o las palabras—, se ne­ cesita una razón muy especial para cuadrar los hechos con un sencillo principio de sucesión. Un acontecimiento sucedido hoy puede hacer re­ cordar de inmediato, sin que exista ninguna mediación entre ellos, un acontecimiento sucedido hace años. La imagen o las palabras que indi­ can el acontecimiento lejano, surgen tan pronto como se completa la percepción del acontecimiento actual; el principio de la combinación de reacciones sucesivas se utiliza de muchas maneras. Si vamos a con­ siderar los problem as de asociación como funcionales, tenem os que utilizar las actitudes, orientación, tendencias apetitivas e instintivas e intereses como factores organizadores y activos en nosotros. Las ten ­ dencias de este tipo tienden a asociarse sea cual sea el material al que se refiera la reacción persistente. No hay duda de que con esto volve­ mos a traer a colación de alguna forma las nociones de semejanza e identidad. Sin embargo, no es una semejanza o una identidad que pue­ da descubrirse por simple vista en el material asociado. La semejanza o identidad implicada es una de las funciones de las tendencias organi­ zadoras subyacentes, y puede explicar la asociación de elementos que poseen características sorprendentem ente diversas. Mis experimentos sugieren también que en muchos casos se trata de una cualidad afecti­ va, rasgo que casi siempre acompaña a estas tendencias activas y expli­


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ca en buena medida la coincidencia funcional de intereses referidos a núcleos de material descriptivamente diferentes. Stout, desarrollando la sugerencia inicial de Ward, propuso considerar la «continuidad de interés» como principio asociativo primario, lo que su­ puso un paso legítimo y necesario en el camino que Ward había iniciado. Pero los avances psicológicos actuales han hecho poco deseable meter en un mismo cajón de «intereses» todas las tendencias organizadoras, y «continuidad» es un término menos preciso que «persistencia», ya que este último es coherente con esa intermitencia y reactivación de las ten­ dencias reactivas que parecen exigir los hechos. ¿Por qué, aun cuando todo el mundo admita ahora la fuerza de las crí­ ticas al asociacionismo, los principios asociacionistas mantienen todavía su terreno y siguen utilizándose constantemente? En primer lugar, se debe a que la fuerza con la que se rechaza el aso­ ciacionismo depende sobre todo de la adopción de un punto de vista funcional; pero la actitud de la descripción analítica es igualmente im­ portante dentro de su propio ámbito. Los logros de los psicólogos aso­ ciacionistas tienen un valor elevado y duradero a la hora de estudiar las características de cualquier estructura acabada de conocimiento. En segundo lugar, se puede demostrar que toda situación, tanto en la percepción como en la formación de imágenes, en el recuerdo y en todo esfuerzo constructivo, posee un detalle sobresaliente, que en muchos ca­ sos de asociación se extrae directamente de otra situación, organizándose de manera conjunta con el detalle sobresaliente de esa otra situación. No es más correcto suponer que la vida mental se desarrolla y funciona sólo por la articulación regulable de un «todo» o de muchos «todos» que creer que crece y funciona sólo a través del aumento gradual de elementos ini­ cialmente distintos. En tercer lugar, hemos visto cómo en cierto grado las imágenes y en un grado elevado las palabras, una y otra a menudo manifestaciones de tendencias asociativas, se introducen fácilmente en series de hábitos y for­ maciones convencionales. Esto se debe principalmente al interés de la co­ municación recíproca dentro del grupo social, y en este proceso toman inevitablemente sobre sí unas mismas características comunes que las ha­ cen susceptibles del tratamiento descriptivo general de las doctrinas tradi­ cionales del asociacionismo. Por consiguiente, es probable que el asociacionismo se mantenga en varios sentidos, aunque su perspectiva sea ajena a las demandas de la ciencia psicológica actual; nos aporta algo sobre las características de los detalles asociados, cuando existen, pero no nos explica nada en absoluto acerca de cómo actúan las condiciones por las cuales aquéllos se asocian.


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3.

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El yo individual y social

, La mayor parte de los psicólogos que han escrito sobre el recuerdo han señalado que la memoria, en su sentido pleno, siempre contiene una referencia peculiarmente personal. Ya hemos examinado la principal ra­ zón de que esto ocurra así. Los elementos a los que se refieren los distin­ tos «esquemas» se superponen, y tanto los «esquemas» como los apetitos, tendencias instintivas, actitudes, intereses e ideales que los constituyen, muestran un orden de predominancia entre sí. Este orden, por otra parte, permanece relativamente constante para un organismo dado, lo que equi­ vale a decir que el recuerdo está inevitablemente determinado por el tem­ peramento y el carácter. Todas estas consideraciones, sin embargo, no justifican que se hable de un Yo intangible e hipotético que recibe y con­ serva innumerables huellas y las reestimula siempre que surja la necesi­ dad. Lo único que podemos decir con seguridad es que el mecanismo del recuerdo en el hombre adulto exige una organización de «esquemas» que depende de la acción recíproca de apetitos, instintos, intereses e ideales peculiares a un sujeto dado. De igual manera, por supuesto, hasta ahora no hay razón para negar la existencia de un Yo sustantivo, unitario, que se esconde detrás de toda experiencia y se manifiesta en todas las reacciones. Sólo sabemos que los datos de los experimentos que se han considerado no requieren de tal hi­ pótesis. Esta era la posición a la que habíamos llegado al final de la primera parte de nuestro estudio. Ahora hay que volver a considerar esos mismos problemas a la luz de nuestro trabajo sobre las funciones sociales del re­ cuerdo. Es cierto que prácticamente todos los procesos de recuerdo indi­ vidual repetido tienen su paralelo preciso en los procesos de convencio­ nalización social. El material original sufre los mismos tipos de cambio: combinación, condensación, omisión, invención y demás. Se da la misma fuerte tendencia a la duplicación de detalles en determinadas circunstan­ cias. En uno y otro caso, el producto final se aproxima a la estabilidad de la memoria individual determinada y relativamente fija en un caso, y de la convencionalización social en el otro. Tanto en el individuo como en el grupo, el pasado se rehace constantemente, reconstruyéndose en aras del presente, y en ambos casos puede que ciertos acontecimientos o detalles sobresalientes desempeñen una función capital a la hora de establecer el curso de la reacción. Así como el recuerdo individual adopta un tinte per­ sonal peculiar, gracias al funcionamiento del temperamento y el carácter, también el tipo de recuerdo, dirigido y dominado por las circunstancias sociales, adopta el tinte característico de la organización social especial de


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la que se trate, debido al funcionamiento de las tendencias persistentes preferidas por el grupo. Es curioso que la analogía entre la organización individual y social se haya utilizado casi siempre por quienes, habiendo decidido qué caracte­ rísticas individuales son importantes, desean transferirlas al grupo. Obvia­ mente, también se podría invertir lo anterior y, si es válido el argumento, puede utilizarse también para sostener que el individuo no es otra cosa que una clase especial de grupo, y que el grupo posee todas las caracterís­ ticas del individuo. El prejuicio común está a favor de un yo hipotético y sustantivo para el individuo y en contra de uno para el grupo. Ambos si­ guen siendo prejuicios, en la medida en que todos estos paralelismos se plantean sin ninguna demostración. Con todo, se me puede culpar de incoherencia por haber hablado li­ bremente acerca del «recuerdo individual» y haber sostenido que los da­ tos no justifican el empleo de la expresión «memoria del grupo». Hay que tener en cuenta que no he negado dogmáticamente la existencia de una memoria del grupo, pero en mi opinión nunca podemos tener la certeza de que exista en realidad. Esto surge de una limitación inevitable impues­ ta por nuestra posición dentro del grupo. Cuando decimos «yo recuerdo», todo lo que queremos decir literalmente al hablar en primera persona es que las reacciones en cuestión están determinadas directamente por el temperamento y el carácter, tal como los he definido más arriba en rela­ ción con este caso y con otros muchos que hemos descrito en los mismos términos. Con respecto al individuo, el temperamento y el carácter ope­ ran directamente sobre los materiales organizados dentro de los «esque­ mas» que han construido. Por mi parte, a estas alturas estoy convencido, como ya he dicho, de que todo grupo social estable y permanente posee tanto temperamento como carácter; pero, debido a nuestra posición den­ tro del grupo, nunca podemos estar seguros de que su temperamento y carácter puedan funcionar si no es a través de los individuos que constitu­ yen el grupo. No obstante, esto es suficiente para dar al recuerdo dentro del grupo un tinte específico de grupo. Sólo hay una forma de que pudié­ ramos convencernos de que hace algo más: si el grupo, en cuanto unidad psicológica, fuera capaz de hablarnos. Que sepamos, ningún grupo como tal posee un lenguaje o, si lo posee, nuestra posición en el grupo nos impi­ de saberlo. Podemos hablar, por tanto, de recuerdo individual, rechazar una memoria del grupo y aun así negar de modo coherente que esta dife­ rencia justifique nuestra creencia en un yo sustantivo en un caso y nuestra no creencia en un yo sustantivo en el otro. Existe la posibilidad de ilustrar todo esto de manera fascinante, pero bastante arriesgada. El temperamento y el carácter por los que se produ­


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ce el recuerdo individual implican un gran conjunto de «esquemas» coor­ dinados y organizados, de manera muy semejante a cómo un grupo social implica un número de individuos reunidos de modo organizado. Suponga­ mos que cada «esquema» tuviera algún tipo de lenguaje; entonces, al en­ contrarse el «esquema» visoespacial, por ejemplo, en un entorno más o menos familiar, y orientarse con ayuda de imágenes visuales, podría tra­ ducir esto a un lenguaje diciendo el equivalente de «Yo recuerdo». Los otros «esquemas» podrían hacer lo mismo, cada uno en el momento opor­ tuno. Por otra parte, cada «esquema» sería capaz de darse cuenta de que constituía una parte integral de diversos grupos más amplios, y que las condiciones determinantes específicas pertenecían a cada grupo. Además, el «esquema», si fuera suficientemente psicológico y suficientemente cau­ to, podría decir: «Yo no puedo estar seguro de que el grupo más amplio recuerde, aunque tiene su propia función específica en mi recuerdo». El «Yo» utilizado en este ejemplo, representa el «esquema», o grupo de «esquemas», relativamente aislado, y el «grupo más amplio» del ejem­ plo es precisamente el «Yo» de la expresión corriente «Yo recuerdo». Por otra parte, la posición del «esquema» en el grupo más amplio es exacta­ mente la del individuo en el grupo social. Quizá, después de todo, este ejemplo no pertenece tanto a la fantasía como pudiera parecer; parece precisamente lo que ocurre en algunos casos de personalidad múltiple, en los que los grupos de tendencias organizadoras y «esquemas» escapan al control mutuo, por lo que las acciones y experiencias que son la manifes­ tación de cualquier grupo reclaman la responsabilidad del «Yo», aunque algunas rechacen estas pretensiones. Probablemante todos los casos de este tipo pueden tratarse de manera que produzcan una nueva síntesis, en la que los recuerdos y acciones que ahora se sostiene que pertenecen al «Yo» sean una vez más muy diferentes. Pero esto sólo sirve para mostrar de nuevo que cuando decimos «Yo recuerdo» afirmamos simplemente que hay un recuerdo que es fundamentalmente obra de aquellas tenden­ cias reactivas y de material psicológico organizado que las acompañan, que son más persistentes y constantes para el organismo en cuestión. Y, cuando decimos que quizá el grupo no recuerda, sólo queremos decir que, tal como vemos, el temperamento y carácter del grupo puede produ­ cir sus efectos sólo a través de la mediación de las tendencias reactivas in­ dividuales, siendo estas últimas las únicas que tratan directamente con el entorno externo. La posición a la que hemos llegado al final de la prim era parte de nuestro estudio no necesita modificación. Puede haber un yo sustantivo, pero esto no puede decidirse mediante experimentos sobre recuerdo indi­ vidual y social. Si hay alguien que todavía siente la necesidad de demos­


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trar un yo de este tipo ha de buscar argumentos en otro lugar o, si no, re­ currir a una afirmación vacía de comprobación directa.

4

imaginación y pensamiento constructivos

Si hay algo sobre lo que he insistido de manera especial a lo largo de toda mi exposición en este libro, es que la descripción de los recuerdos como «estáticos y sin vida» es simplemente una desafortunada invención. El hecho de que este tipo de ideas sean todavía muy comunes demuestra de qué manera tan asombrosa muchos psicólogos, incluso los más emi­ nentes, a menudo parecen decidir cuáles son los rasgos que caracterizan el proceso que se disponen a estudiar antes siquiera de comenzar de he­ cho a estudiarlo. El profesor Stout, por ejemplo, escribiendo sobre la me­ moria, dice: «Es mejor reducirla a una resurrección ideal, en la medida en que la resurrección ideal es meramente reproductiva y no implica una transformación de lo que se revive de acuerdo con las circunstancias ac­ tuales»3. Debería estar a estas alturas suficientemente claro que, hasta donde llegan todos los procesos ordinarios de recuerdo, si se aceptara esto al pie de la letra, dejaría a la memoria un campo enormemente pe­ queño y bastante poco importante. A pesar de todo, si decimos que la memoria es en sí misma constructi­ va, ¿cómo vamos a diferenciarla de la imaginación y del pensamiento constructivos? El modo más fácil es decir que la diferencia es simplemen­ te de «grado». Esta forma de distinguir resulta, en psicología, tan confusa como común. En este contexto lo que debe querer decir es que el recuer­ do, la imaginación y el pensamiento difieren tan sólo en cuanto a la fijeza del detalle del que se ocupan. Pero nuestros estudios nos han mostrado que ocurren todo tipo de cambios de detalle en los casos que toda perso­ na normal aceptaría como casos genuinos de recuerdo. Hay cambios en el orden de la secuencia, de dirección, de complejidad de la estructura y de significación que no sólo son coherentes con el recuerdo subjetivamente satisfactorio, sino que son también perfectamente capaces de cumplir las demandas objetivas de la situación inmediata. El grado de fijeza es en este caso un criterio que sería seguramente difícil de aplicar. Sugiero que las principales notas diferenciadoras entre recuerdo cons­ tructivo, imaginación constructiva y pensamiento constructivo se intenten encontrar en los distintos materiales sobre los que operan y en la manera precisa de control. De acuerdo con la teoría general de este libro, el re­ cuerdo está «esquemáticamente» determinado; las circunstancias que es­ timulan las orientaciones del recuerdo, tanto si ocurren en el laboratorio


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como en la vida diaria, siempre establecen una actitud, dirigida funda­ mentalmente hacia una organización «esquemática» particular. La cons­ trucción o reconstrucción que se produce está, en los casos más típicos, casi siempre dentro de los límites de esta organización especial, y en cual­ quier caso el material que es central implica que se deriva de esa organi­ zación. Este es por ejemplo el caso del material verbal, o pictórico, el ma­ terial sensorial, o el material que transcurre en una extensión cronológica determinada; material siempre del que uno se ocupa por un interés espe­ cífico y más o menos definido, y que nos disponemos a elaborar cuando recordamos. Como ya he demostrado, para servir a las necesidades de adaptación biológica, los intereses continuamente se van haciendo más diversos, re­ ducidos y definidos, de manera que nuestro abanico de búsqueda, cuando tenemos que intentar recordar, tiende a hacerse cada vez más definido. Siempre se trata de material procedente de algún conjunto organizado de un modo especial, que es forzosamente crucial, sobre el cual se acumulan las construcciones y reconstrucciones de la memoria. Sin duda, la super­ posición de la organización «esquemática» y el cruce de intereses vienen a significar que los elementos de un «esquema» pueden utilizarse cada vez más para recordar material de .otro. Pero los otros «esquemas» son aquí dependientes, siempre subordinados y meramente al servicio de los inte­ reses del que es el central. No ocurre lo mismo en el caso de la imaginación constructiva. El «es­ quema» central no está, por así decirlo, predeterminado por la orienta­ ción inicial. Hay un abanico más libre de un contexto a otro y de un inte­ rés a otro. La construcción evoluciona a medida que se produce y los puntos de énfasis se desarrollan con ella. El material de un «esquema» cualquiera puede situarse próximo al material de cualquier otro «esque­ ma», y sólo se da esa porción de control que supone que cualquier ele­ mento tiene que ser capaz de conllevar suficiente significado para impedir que reniegue completamente del resto y deje así una laguna y nada más. Al margen de esto, cuanto más inesperada e inusual es la yuxtaposición, más satisface el producto final las demandas para las cuales se produce. La imaginación constructiva no es peculiar en cuanto a la capacidad cons­ tructiva, sino en cuanto al ámbito y funcionamiento de su actividad, así como en cuanto a la determinación de sus puntos de énfasis. En el pensamiento constructivo, volvemos una vez más a una mayor rigidez de control. Sin embargo, no se trata de un control que nos haga buscar material organizado dentro de un «esquema» individual, o grupo «esquemático» individual. Por el contrario, el pensamiento constructivo exige reunir núcleos de interés que por lo general hasta entonces no se


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habían conectado. De nuevo, no se trata de reunirlos sin más y mostrar su yuxtaposición, sino que tiene que efectuar y expresar de tal modo la cone­ xión que la relación sea evidente para todo aquél que pueda entender su lenguaje. Pero tampoco acaba ahí todo; tiene que investigar qué se deriva de esta yuxtaposición, para intentar llegar a una solución de un conjunto de problemas dentro de los límites del tema que esté tratando. De ahí que tenga que someter a control, del tipo que sea, la naturaleza de las deman­ das de ese tema; dicho control puede ser relativo a un hecho objetivo y experimental como en la ciencia, o a las normas que pretenden ser inde­ pendientes de la idiosincrasia individual* como en la literatura, arfes y fi­ losofía. Lo que se puede vislumbrar en un instante y manifestar en la ima­ ginación constructiva puede poco a poco lograr la aceptación general por obra del pensamiento constructivo. Sin embargo, una gran parte de la imaginación constructiva nunca llega hasta ese punto, y sin duda nunca podría hacerlo, porque tanto la orientación como el control iniciales son diferentes en ambos casos. En esta obra me he preocupado fundamentalmente por los problemas relacionados con el recuerdo y su determinación individual y social. Sin embargo, no he considerado en ningún momento la memoria como una facultad, una reacción limitada y acotada, que encierre en sí misma todas sus peculiaridades y sus explicaciones; al contrario, la he considerado más bien como un logro de la lucha incesante por comprender y disfrutar un mundo lleno de diversidad y de rápidas modificaciones. La memoria, y todo el universo de imágenes y palabras que lleva consigo, constituye jun­ to con la adquisición secular de los sentidos y el desarrollo de la imagina­ ción y el pensamiento constructivos, aquello donde a la larga encontra­ mos la evasión más completa de las limitaciones del momento y del lugar presentes.


Capítulo 1 1 Myers, Text-Book o f Experimental Psychology, Cambridge, 1911, p. 1. 2 Myers, op. c i t p. 144. 3 Para una brillante ilustración de este punto, véase Sir Henry Head, Aphasia and Kindred Disorders o f Speech, Cambridge, 1926. 4 Especialmente, como es sabido en el mundo de la psicología, en ei importantísimo tra­ bajo del profesor C. E. Spearman. Medical Research Council, Industrial Health Research Board Special Report Series, n° 28, p. 5. Seria espléndido que este ensayo se pusiera en las manos de todos los estudiantes de investigación biológica al comienzo de su carrera. 6 Yule, op. cit., pp. 13-14. 7 «Psychological Cautions in the use of Statistics», Zeit. f. angewandte Psychologie, XXXVI, pp. 82-6. 8 Myers, op. cit, p. 2.

Capítulo 2 1 Philippe, «Sur les T ransform ations de nos Images M entales», Rev. P hil., X LÍI, pp. 481-93. 2 Die Traumdeutung, 3.a ed., Leipzig y Viena, 1911, VII (hay ed. cast.: La interpretación de los sueños, en el vol. I de las Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948). 3 U n informe del método y de los aparatos utilizados para exponer el material se en­ cuentra en el artículo titulado «An Experimental Study of some Problems of Perceiving and Imaging», Brit. Journ. o f Psychol, 1916, VIII, pp. 222-66, en el que el experimento se presen­ ta con más detalles de los ofrecidos aquí. 4 Cf. Quantz, Problems in the Psychology o f Reading, Psych. Rev. Monog. Supl. no. 1, p. 10: «❖ se le llama un diamante o un rombo; O un círculo o un globo; C una luna o creciente. Se trata de.una vuelta a la imprecisión de la escritura pictórica.» 5 Cf. pp. 32, 35,45,194-5, 232-3. 6 Véanse, pp. 195, 205-14. 7 Cf. Emerson en Prudence: «El proverbio latino dice: ‘en las batallas el ojo se ve des­ bordado’. El ojo se acobarda y exagera notablemente los peligros del momento.» 389


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Recordar. Estudio de psicología experimental y social

. 8 Cf.Royce, Outlines o f Psy cholo gy, Nueva York, 1911, p. 92: «En los efectos de las ar­ tes decorativas las semejanzas presentes ayudan a apreciar de manera más precisa las dife­ rencias de experiencia de las que depende el efecto decorativo.» 9 Cf. Frank Smith, Brit. Journ. o f Psychol VI. pp. 320-62. J0 C f.pp. 192-3,208-12. 11 Visuell wahrgenommene Figuren, Copenhage, 1921.

Capítulo 3 1 Psychol. Rev. IV, 390-1; Amer. Journ. o f Psychol, 1898, pp. 183-90. 2 Por ejemplo, Kirkpatrick, «Individual Tests of Schoolchildren», Psychol. Rev. VII, pp. 271 y sigs; Sharp, «Individual Psychology», Amer. Journ. o f Psychol., 1899, pp. 329-91. 3 Por ejemplo, Parsons, C. J., «Children’s Interpretations of Ink-Blots», Brit. Journ. o f Psychol. IX, pp. 71-92; H. Rorschach, «Psychodiagnostik»: Arbeiten zur angewandten Psychiatrie, Bd. II, Berlín, 1921; O. A. Oeser, «Some experiments on the Abstraction of Form and Colour», Brit. Journ. o f Psychol. XXII, pp. 287-323. 4 Cf. pp. 20, 232-3. Primero el sujeto reflexionaba sobre un objeto o una situación. D es­ pués, en su caso, de forma visual, recordaba una imagen de algún ejemplo concreto e inten­ taba que ajustara con la mancha. No debe considerarse que la parte reflexiva del proceso global, que fue muy habitual, involucre necesariamente una imagen por sí misma. 5 Originalmente todos los dibujos de la Lámina II tenían colores (v. Brit. Journ. o f Psy­ chol., op. cit.). 6 Cf. Parsons, op. cit., pp. 79-80. A la vista de ciertos desarrollos de la psicología m oder­ na, particularmente de la Gestalttheorie, quizás debería disociarme de forma específica de todas las especulaciones concernientes a los procesos dinámicos del cerebro que se puede pensar que subyacen a estas imágenes dinámicas. 7 Los números que se dan en esta lista se refieren al orden de presentación de las m an­ chas. Los números entre paréntesis se refieren a las reproducciones de las Láminas I y II.

Capítulo 4 1 En ninguno de los métodos que consistía en reproducir el material después de interva­ los cada vez mayores, se informó a los sujetos que deberían recordar varias veces el material que se había presentado. 2 Véase especialm ente B. Muscio, «The Infiuence of the Form of a Questíon», Brit. Journ. o f Psychol VIII, 351-89. Este artículo plantea un gran número de importantes pro­ blemas de una forma muy interesante, y ha tenido menos repercusión de la que podía ha­ berse esperado. 3 La Suggestibilité, París, 1900. Véanse los cáps. II-IV. 4 íd em , p. 87. 5 ídem , p. 200. 6 Cf. pp. 204-5. 7 En el original cada cara iba acompañada por cuatro líneas de versos. 8 Véase Myers, Text-Book o f Experimental Psychology, pp. 149-50. Posiblemente ilustre este principio el hecho de que de todas la frases convencionales que se utilizan en las narra­ ciones populares, las del principio y las del final son las más firmemente establecidas y más ampliamente extendidas. Cf. Rene Basset, Rev. des Trad. pop., 1903, pp. 233, 347, 462, 536, etc. Pero véase también este volumen, p. 175.


Notas

391

9 Es posible que se pueda considerar que este procedimiento distingue a un tercer tipo o clase de sujetos, pero con segundad está más próximo a la técnica verbalista que a la visualista.

Capítulo 5 1 Rev. Phil, 1897, XLII, pp. 481-93. El difunto profesor James Ward me hizo prestar atención al interesantísimo trabajo de Philippe. 2 Cf. los caps. VII y VIII. 3 Véase el cap. VIII. 4 Véase Aun. Rep. Bur. o fA m er. Ethnol., Boletín 26, pp. 184-5. D Se refiere, naturalmente, a sus procesos de memoria en general. Pero aunque diga que sus imágenes específicas en este caso se han oscurecido, no parece que la versión sea mucho menos detallada o precisa que las de ensayos anteriores. 6 Cf. F. C. Bartlett, «Symbolism in Folk Lore», Seventh International Congress o f Psy­ chology, Cambridge, 1924, pp. 278-89. ' Véanse cap. VII. 8 Véanse pp. 129-46. 9 Véanse pp. 72-5.

Capítulo 6 1 Por ejemplo, véase Taylor, The Alphabet (Londres, 1883); Huey, The Psychology and Pedagogy o f Reading (Nueva York, 1910), etc. 2 De hecho, utilicé una cuarta serie, pero no se reproduce en la Lámina III. 3 La función de los nombres al recordar reaparece una vez más aquí. Cf. pp. 18-20. 4 Cf. pp. 31-2, 35, 55-7, 78, 89-90. 5 Cf. pp. 269-74. 6 Véase p. 184. 7 Véase la Lámina III, serie III. 8 Cf. cap. XVI. 9 Un breve y útil resumen de este trabajo se presenta en Myers, Text-Book o f Experi­ mental Psychology, 1 ,156-7. 10 Para una discusión de este punto, véase el cap. XV. 11 No hay duda de que es posible hacer distinciones adicionales entre vocalizar y verbalizar. Este último método incluiría la visualización clara de indicios verbales, mientras que en el primero el método característico es cinestésico de forma más clara y excluyente. Muy probablem ente de aquí se deriven diferencias im portantes, pero mis experimentos no las han traído a la luz. 12 Cf. pp.288-91. 13 Cf. pp. 222-3, y también Brit. Journ. ofPsychol. XVI, 22-5.

Capítulo 7 1 Véase el cap. V III. 2 La historia está sacada de Congo Life and Folklore, de J. H. W eeks, L ondres, 1911,


392

fíecorclar. Estudio de psicología experimental y social

p. .462. Tengo contraída una gran deuda con la Srta. M. E. Isherwood, entonces de! Newn-

ham College, Cambridge. 3 Tengo contraída una gran deuda con el Sr. H. N. Randle por recopilar estas dos series. 4 Véanse pp. 182-3. 5 Estoy en deuda con el Sr. A. G. Pite, entonces en el Trinity College de Cambridge, por su ayuda a la hora de obtener esta serie y las tres siguientes. 6 En esta versión se utilizaron intencionadamente cifras en lugar de letras para los nú­ meros, pensando que esto facilitaría que se retuvieran los números con exactitud. 7 Vuelvo a estar en deuda con la Srta. M. E. Isherwood, entonces en Newnham College, Cambridge, por la recopilación de esta serie. 8 «Essays: First Series». The Temple Clcissics Edition, Londres, 1904. p. 62.

Capítulo 8 J Cf. Phijippe, Rev. Phil. XLIV, 524. 2 Cf. pp. 58, 93. 3 Véanse pp. 23 -2. 4 Puede ser interesante señalar que en otra serie con el mismo punto de partida, tam­ bién este dibujo se fue desarrollando hasta que adoptó la forma de un gato, al llegar a la re­ producción decimoséptima. 3 Véanse pp. 18-21. 6 Cf. p. 107. 7 Cf. pp. 273-4.

Capítulo 9 1 Véanse, p. ej., B. Edgell, Theories o f Memory, Oxford, 1924; Myers, Text-Book o f E x­ perimental Psychology, Cambridge, 1911, caps. XII y XIII. 2 P. ej., Kohler, Gestalt Psychology. Londres, 1929, cap. IX. 3 Esto es lo que yo he llamado, con precisión creo, «esfuerzo en pos del significado» (v. Brit. Journ. o f Psychol., 1916, VIII, pp. 231, 261-5). Véase el cap. XII, donde se siguen discu­ tiendo algunos de los problemas psicológicos del significado. 4 La observación y tratam iento del niño por parte de Miss L. G. Fildes fueron inm ejora­ bles. A ella debo la descripción del caso, si bien yo soy el único responsable de la utilización del mismo en la discusión que viene a continuación. 5 A. W. G. Ewing, Aphasia in children, Oxford, 1930. 6 Visuell wahrgenommene Figuren, Copenhage, 1921. 7 Véase p. 32.

Capítulo 10 1 JJeber die Functionen der Grosshirnrinde: Gesammelte Mitteilungen m it Anmerkimgen, Berlín, 1890. 2 Studies in Neurology, Oxford, 1920, pp. 605-6. J íd em , p. 607. 4 Cf. H. Sturt, Principies o f Understanding, cap. III, Cambridge, 1915. 5 W. S. H unter, Behav. Monog. 1913, 2, Psychol Rev., 1915, XXII, 479-89.


Notas

393

6 Cf. MacCurdy, Com/non Principies in Psychology and Phvsiology, Cambridge, 1928, pp. 11-12. 7 C f.pp. 308-11.

Capítulo 11 1 Common Principies in Psychology and Physiology, Cambridge, 1928. Véase, p. ej., p. 140 y en varias ocasiones a lo largo de toda la Parte I. 2 Véase, por ejemplo, la clasificación citada en Myers, Text-Book o f Experimental Psy­ chology, p. 142, y reproducida en este volumen en la p. 305. 3 Brit. Journ. o f Psychol. XVIH, 1.

Capítulo 12 1 En particular, en lo que concierne al significado expresado verbalmente, puede encon­ trarse una descripción completa de muchas de estas teorías en Meaning and Change o f Meaning, de Gustaf Stern, Góteborg, 1931. Esta monografía contiene además una buena biblio­ grafía. 2 Brit. Journ. o f Psychol. XI, 103. 3 A Text-Book o f Psychology. Nueva York, 191L pp. 367-8. 4 Obviamente, «significado» se usa aquí en el sentido convencional de significado relati­ vamente fijo, o significado que es común entre un grupo social determinado. 3 L. von Cassel, Sonia Kovalevsky, Londres, 1895, pp. 232-3. 6 Véase, p. ej., Head, Aphasia and Kindred Disorders o f Speech, Cambridge, 1926, vol. I, part. IV, cap. I. 7 Cf. J. Drever, Instinct in Man, Cambridge, 1917, cap. VI.

Capítulo 13 1 The History o f Melanesian Society, Cambridge, 1914, II, 383.

Capítulo 14 1 Véase el cap. XVII. 2 H enri A. Junod, The Life o f a South African Tribe, Londres, 1927, II, 619. 3 Resulta muy curioso que, si bien se ha llevado a cabo un conjunto de excelentes obser­ vaciones experimentales sobre las reacciones sensoriales de pueblos relativamente prim iti­ vos (v. p. ej. el Inform e de la expedición de Cambridge a las Torres Straits, Cambridge, 1903), son pocas las investigaciones controladas que se han realizado sobre sus procesos mentales superiores. Sin embargo, es casi totalm ente seguro que revelarían muchos resulta­ dos enormemente interesantes y permitirían corregir las opiniones actuales sobre las pro­ fundas diferencias de m entalidad entre pueblos civilizados y no civilizados. 4 Véase la p. 252. 3 Me gustaría expresar mi agradecimiento a J. Thornas, de Rhodesia del Norte, geólogo y experto, en minas, por sugerir y realizar esta prueba, y por la gran cantidad de información valiosa que me proporcionó durante una compañía muy agradable de varios días.


394

Recordar. Estudio de psicología experimental y social

Capítulo 1.5 1 Véase, p. ej., C. Murchison, Social Psychology: the Study o f Political Domination. Clark University Press, 1929. 2 Se puede reunir una serie de ejemplos interesantes a partir de «Psychological Types in the Cultures of the South-west», de R uth Benedict, Actas del 23 Congreso Internacional de Americanistas, pp. 572-581. 3 Este mismo ejemplo dio lugar a una anécdota que viene al caso. En la primavera de 1929 lo expuse en el curso de unas conferencias pronunciadas en Cambridge, y a ninguno de ios presentes le costó apreciar su pertinencia. Un año más tarde lo repetí, y ya habían cambiado tanto los hábitos populares de vestuario y adorno que se recibió por parte de toda la audiencia con una expresión de estupor y reticencia, lo que me obligó a em prender una explicación sobre su pertinencia. 4 J. A. Engelbrecht ha recogido una o dos historias: «Swazi Text and Notes», Annals o f the University o f Stellenbosch, vol. VIII, sección B, n° 2 (1930). Aunque trata asuntos com­ pletamente diferentes, el tema general del triunfo del engaño está presente en ellas. 5 Es decir, el nombre es casi seguramente simbólico. En este caso, la significación oculta de «Ukanyani» parece referirse a las características del propio pueblo suazi. 6 «Swazi Customs relating to Marriage», Annals o f the University o f Stellenbosch, vol. VIII, n° 3 (1930).

Capítulo 16 1 Véase Mallery, «Picture Writing of the American índians», Ann. Rep. Bur. o f Amer. Ethnology, 1888-89, p. 261. 2 R. B. Cunningham Grahame, The Conquest o f New Granada, 1922, p. 97. 3 Franz Boas, «Tsimshian Mythology», Rep. Ann. Bur. Amer. Eth. XXXI, 571, y sigs. 4 Véase I. Taylor, The Alphabet, Londres, 1883. 21 Véase, p. ej., H addon, «Decorative A rt of British New Guinea», Cunningham Memoirs, n°. X; C. H. Read, Journ. Anthrop. Inst. XXI, 139-54. 6 Mallery, op. cit, p. 652. 7 Haddon, op. cit., p. 46. 8 Véase E. L. Thomas, Journ. Roy. Anthrop. Instit. LV, 129. 9 Véase, p. ej., Elliot Smith, «The Evolution of the Dragón», cap. II, Manchester, 1919. 10 H addon, op. cit, p. 59. 11 Lladdon, op. c it, p. 53; figs. p. 55. 12 íd em , p. 58. lj C. G. Seligman, Journ. Roy. Anthrop. Instit LVIII, 247. 14 Neville Cardus, Cricket, Londres, 1930, pp. 173-4. 15 Londres, 1929. 16 W. D. W allas, «Individual Initiative and Social Control», Amer. Anthropol. N.S. XVII, 1915, pp. 647-68.

Capítulo 17 1 C. E. Lawrence, B rit Journ. o f Psychol. Monog. Supp. XVI, p. 70. Véase también Shepherd Dawson, «Intelligence and Fertility», Brit. Journ. o f Psychol. XXIII, 1932, 42-51. 2 Archives de Psychologie, XVI, 152-79.


Notas

395

3 Folk Lore, vol. XXXIII, 1. 4 Véase, p. ej., Mallery, op. cit. p. 133 y sigs.; D ’Alviella, Migrations o f Symbols, Lon­ dres, 1894, y Keble, On the Mysticism attributed to Early Fathers o f the Church. 5 Se encontrarán ejemplos sorprendentes y excelentes en la obra de Roheim, Animism, Magic. and the Divine King, Londres, 1930. 6 Hay una pequeña cantidad de trabajos sobre la permanencia de rasgos tem peram enta­ les en diferentes generaciones de animales, llevados a cabo por E. M. Smith en el Laborato­ rio Psicológico de Cambridge pero aún sin publicar, que presentaban resultados favorables a la hipótesis. Pero es preciso hacer otros muchos trabajos.

Capítulo 18

,

1 L ’Evolution de la Mémoire et de la Notion de Temps París, 1928, tomo II. Muchos de los puntos elaborados por Janet guardan una estrecha semejanza con el enfoque general que yo mismo he adoptado en este volumen. Quizá se me permita decir que en ningún aspecto ha habido posibilidad de un intercambio de ideas sobre el tema, y que si bien, al igual que iodos los psicólogos, siento desde hace tiempo la mayor admiración por el trabajo psicológi­ co del profesor Janet, he term inado esta parte de mi estudio antes de que aparecieran sus volúmenes. 2 París, 1925. 3 Op cit., pp. 286-7. 4 Instinct and the Unconscious, Cambridge, 1920, p. 95.

Capítulo 19 1 Myers, Text-Book o f Experimental Psychology, p. 142. 2 Myers, op. cit., p. 143. 3 Manual o f Psychology, 4a ed., Londres, 1930, p. 521.


ÍNDICE ANALÍTICO

abreviación, 240-1. actitud, 60, 70, 74, 82, 90-1, 95-6, 107-9, 114-5, 116, 134, 257-61, 263, 275-6, 329-31,377,381. actitudes afectivas y recuerdo, 107-9, 134-5,169-71,292-4,377-8. «ajuste» del material y de la respuesta, 104,170-1, 302-3, 307, 364-5. ajustes espaciales, 266-70. apetito, 278-9, 376-7, 381. asimilación y convencionalización, 342-4. asociación, principios de, 378-82. por «continuidad de intereses», 382. por similitud, 379-81. asociativa, coexcitación, 165. auditiva, percepción, 257-8.

D ’Alviella, Conde, 395. Dearborn, G., 85. descripción, método de la, 101-16. detalles dom inantes al percibir, 80-1, 135-6,144-5,277-80,291. determinación a recordar, 172. dilación de los cambios en el recuerdo, 146-8. Durkheim, E., 368. Ebbinghaus, H., 45, 52-4, 56. Edgell, B., 392. elaboración en el recuerdo, 206-7, 246-8. Emerson, R. W., 234, 389. en el recuerdo, 269, 271-4, 277, 279-82. «encajar» al percibir, 69. al percibir y formar imágenes, 95-7. al reconocer, 263-4. Engelbrecht, J. A., 334, 394. «escuchar» y oír, 257. esfuerzo en pos del significado, 69, 96, 297,392. «esquema», 267, 269-74, 276-82, 375-8, 386-7. «esquema del grupo», 372-74. esquemas, funcionamiento de los al percibir, 69, 73, 75, 82. al percibir e imaginar, 96. al reconocer, 261-2.

behaviorismo o conductismo, 283, 284. Benedict, Ruth, 394. Binet, A. 106. Boas, Franz, 118, 394. carácter, 329, 376, 384-5. Cardus, Neville, 394. Cassel, L. von, 393. colectivo inconsciente, 354, 355-66. concreto, recuerdo, 239. condicionado, reflejo, 279. convencionalización, 151-2, 163, 177, 239-40,243-51, 315-6, 341-54. 397


398

índice analítico

en el recuerdo, 268-74, 276-82, 337, 375-8, 387. en el Yo, 385-6. estadísticas en psicología, 57-9. estilo, reproducción del, 136. estímulo y respuesta, 52-4. Ewing, A. W. G., 392. experimentos en psicología, 51-62. experimentos sobre formar imágenes, 85-99. e intereses, 88-9. variedad, 86-8. y el movimiento, 88. y el orden secuencial, 104. y el pensamiento, 294-6, 386-8. y formar palabras, 93,113-5. y la visualización, 91-3,113-4. Experimentos sobre percibir, 63-83. reconocer y recordar, 253-64. y el análisis, 68,72. y el predominio, 81-2. y esquemas, 81-2. y formar imágenes, 63-5. y la actitud, 82. y las inferencias, 73-4, 83. y poner nombre a algo, 67-70. y valoración, 76. y variedad de interpretaciones, 78-9. facultades, 62, 254, 388. Fechner, G. T 51-2. Fildes, L. G., 392. «forma» en el recuerdo, 138-9. Freud, S., 64, 358. Galton, F., 57. Grahame, R. B. Cunningham, 394. grupo, memoria del, 368-74. grupo, temperamento del, 329-39. Haddon, A.C., 346-7, 394. Halbwachs, M., 368-70. Hardy, Thomas, 292. Head, sir H enry, 47, 266-8, 271, 273, 278,280, 389, 393.

Helmholtz, H. L. F. von, 51. Hering, E., 52. Hicks, G. Dawes, 47. Hunter, W .S.,279. ideas, 278-80. «imagen, función de la», 279. imágenes como facilitadoras de las reacciones a distancia, 288-90. de movimiento, 266-7. errar por las, 290-4, 377-8. y el esquema, 277-80, 376-8. y las palabras, 286-7. importación en el recuerdo, 112-3, 1456,162. inferencia al percibir, 73-4, 83. instintivas, tendencias, 278-80, 376-7, 381. inteligencia heredada, 356-7. intereses, y la claridad en el recuerdo, 110- 1 . y el significado, 300-2. y formar imágenes, 88-9, 95. y los detalles dom inantes, 278-80, 376-7,381. y psicología social, 329-31. Isherwood, M. E., 392. Janet, P., 367. Jung, C. G., 358-61. Junod, H. A., 393. Kirpatrick, E. A., 390. Kóhler, W., 279, 392. Lasswell, G., 352. Lawrence, C. E., 394. MacCurdy, J. T., 47,288, 393. Mallery, 345,394, 395. material sin sentido en los experimen­ tos sobre la memoria, 52-6,165-6, McDougall, W., 311. mezcla de recuerdos, 160-1, 291.


Indice analítico

Mémoire affective, 293. método de la escritura de dibujos, 151. m étodo de la reproducción repetida, 117-49. método de la reproducción serial con imágenes, 243-51. mirada, dirección de la, 105-7, 159-60. Munk, 266. Murchison, C., 394. Müller, G .E ., 52,165. Myers, C. S., 45, 47, 55, 59, 389, 390, 391,392,393,395. 7

6

-

nombres propios, 238-9, 277. . Oeser, O. A., 390. omisiones en el recuerdo, 137, 155-9, 184-6,196. orden secuencial, 103-5, 135-6, 188, 198, 241,271-2, 375. organización, de los grupos sociales, 324-6. del material psicológico, 262-3. palabras, e imágenes, 286-7. funciones generales de las, 114-5, 164, 249-50, 295-6, 377-8. y dirección de la mirada, 107. y orden secuencial, 104. Parsons, D. J., 390. patrones sensoriales, 255, 260-3. Pear, T. H., 292. pensar, 97, 295-6, 386-7. Perry, W. J., 346. Philippe, J., 117,389, 391. Pilzecker, A., 165. Pite, A. G., 392. Quantz, J. O., 389. racionalización en el recuerdo, 139-44, 185-8,196-7. Randle, H. N.,392.

399

reacciones a distancia, 288-90, 346-7. reconocer y percibir, 255-61. teorías sobre, 258-9. y recordar, 262-4. recordar de forma repetitiva o mecáni­ ca, 271, 336-9. recordar experimentos sobre, como algo constructivo, 272-3, 323, 347-53^386. / método de la descripción, 101-16. método de la escritura de dibujos, 151-76, 379. ■ método de la reproducción repetida, 11^-49, 323, 379. método dé la reproducción serial, 177-242, 317. reproducción serial con ilustracio­ nes, 243-51. teoría de, 265-83. y la determ inación esquem ática, 270-2. ‘ y la psicología social, 317-8, 326,36774. relaciones, en el pensamiento, 295-6. en el percibir, 73-5. reproducción serial, método de la, 177242. respuestas preferentes, 257-9. Rivers, W. H. R., 47, 316, 362-3, 371-2. Roheim, G., 395. Rorschach, H., 390. Royce, J., 390. Rubin, E., 81. Schumann, F., 165. Seligman, C. G., 394. Sharp, S. E., 390. «simples», respuestas, 54-6, 75-6, 97 simplificación en el recuerdo, 207-37, 248-9. y convencionalización, 344-6. «situación», definición de, 300-2. símbolos universales, 362-4. Smith, E. M.j 395.


400

Indice analítico

Smith, Elliot, 346. Smith, Frank, 390. social, constructividad, 347-53. social, psicología, definición, 311-5. sociología, 317. Spearman, C. E., 389. Stern, Gustaf, 393. Stout, G. F., 382, 386. Stumpf, C., 52. swazi, pueblo, 312-4, 320-2, 332-8. Swazilandia, 46, 321, 335. Taylor, I., 391, 394. temperamento en relación con, el Yo, 385-6. percibir, 70, 95-6. psicología social, 329-39. recuerdo, 280-2, 376-7. significado, 304-5. tendencias sociales persistentes prefe­ ridas, 331-40. teorías del recuerdo y «huellas», 64, 265,267,273-4, 277,280-3. teorías sobre el significado, 297-300. en psicología, 303-6.

«reales», 306-7. y el recuerdo, 307-8. Thomas, E. L., 394. Titchner, E. B., 299-300. transferencias de detalles en el recuer­ do, 111-2. trasposiciones en el recuerdo, 137. trivial, persistencia de lo, 164, 251, 346-7. verbalización, funciones de, 107, 113-5, 166-9. visualización y verbalización, 113-5, 166-9. Wallas, W. D., 394. Ward, James, 47,381-2, 391. Watson, J. B., 298-300. Weber, E. H .I.,51. Weeks, J. H.,391. Wundt, W., 52. Yerkes, R. M., 279. Yo, 281, 383-6. Yule, G. Udny, 57-9.


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Un clásico de la psicología que conserva el poder de plantear algunas de las cuestiones fundamentales que afectan al corazón mismo de esta ciencia. El estudio de Sir Frederic Bartlett sobre el Recordar se publicó por vez prim era en el año 1934 y es, en la actualidad, un clásico de la psicología. En él muestra cómo la percepción, la formación de imágenes y el recordar son expresión de procesos activos y dinámicos relacionados con el contexto y las necesidades del organismo. La brillantez y originalidad de su enfoque no llegaron a reconocerse plenamente hasta después de que la psicología se liberase de los rigores del conductismo y entrase en la era cognitiva. Más de sesenta años después de su publicación, este libro tiene aún el poder de abordar algunas de las cuestiones más polémicas que afectan al corazón mismo de la psicología como ciencia que intenta comprender la mente humana. La presente edición incluye un estudio introductorio a la obra de Bartlett, a cargo de Alberto Rosa.

SIR FREDERIC BARTLETT (1886-1969) ocupó la primera cátedra de psicología de la Universidad de Cambridge y fue el principal responsable del desarrollo de su laboratorio de psicología experimental. Ocupa un lugar de honor en la historia de la psicología precisamente por su libro Recordar.

ISBN 84-206-7714-0

Cubierta: Ángel Uñarte

9 788420 677149


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