DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO (San Lucas 11,1-13) Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”». Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?».
Padre José María Fernández, SSP
La verdadera oración
La oración cristiana se funda en la certeza de que Dios es un padre que, en su bondad, se apresura a responder a las peticiones apremiantes y a las necesidades de sus hijos. El más necesario de todos los bienes necesarios es el don del Espíritu, gracias al cual podemos conocer y cumplir la voluntad del Padre, contribuir activamente a la venida de su Reino y superar las tentaciones. Pedir es también buscar sabiendo que se encontrará y llamar a la puerta con la convicción de que se abrirá.
para darnos «nuestro pan de cada día». La verdadera oración exige ponerse en camino de búsqueda de Dios, siempre cercano pero que, a veces, parece lejano. Es el camino propio del hombre que ha recibido el perdón de sus pecados por la cruz de Cristo, que por el bautismo fueron sepultados con él, y con él han resucitado por haber «creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos». Hay que poner de relieve que Jesús no habla solo de pedir a Dios, sino también de buscar e incluso de pedir a otros que tienen y que saben lo que no sabemos, aun cuando nos parezca humillante aparecer como pobres e ignorantes. También es muy notable el ejemplo que da Jesús: ese hombre no pedía para sí mismo sino para poder atender a un amigo de paso.
El primer objetivo, tanto de la oración como de la actividad de la Iglesia, es la extensión del reino de Dios, y el reconocimiento de su soberanía, de su nombre «en la tierra como en el cielo». Como hizo Abrahán al interceder por Sodoma y Gomorra, hay que atreverse a pedir a Dios con osadía, a llamar a su puerta con insistencia, hasta parecer un poco Mientras que Mateo en el importunos y pesados. Él paso paralelo: (7,11) leeno dejará de levantarse mos: «dará cosas bue-