


Los editores agradecen la ayuda y el material aportado por los amigos y colegas de la Sociedad Gurdjieff de Londres, quienes han cooperado estrechamente con nosotros en el trabajo directo con la señora Lannes.
Además, deseamos expresar nuestro aprecio por el trabajo y la buena disposición de nuestros alumnos más jóvenes, cuya ayuda y competencia fueron inestimables en la composición de este libro.
También reconocemos los derechos de autor y editores de los libros centrales del Trabajo citados por la señora Lannes en sus respuestas verbales a preguntas y en sus ensayos y charlas. Se recomienda particularmente la lectura de dos de estos libros a quienes no estén familiarizados con la enseñanza de G. I. Gurdjieff:
P. D. Ouspensky:
Fragmentos de una enseñanza desconocida, Editorial Ganesha, Caracas, 2009.
La obra principal de G. I. Gurdjieff:
Relatos de Belcebú a su nieto, Primera serie. Una crítica objetivamente imparcial sobre la vida de los hombres, Ganesha y Gaia, Madrid, 2010.
Cuando las ideas de la enseñanza del señor Gurdjieff me fueron expuestas por primera vez, por la señora de Salzmann, aún no se había publicado nada y el nombre de Gurdjieff me era totalmente desconocido. En aquel momento yo no buscaba un Maestro, aunque me había planteado muchas preguntas: no podía pensar que una enseñanza real y un verdadero maestro pudieran existir, no creía que eso fuera posible en nuestros días.
Cuando las recibí, el impacto de esas ideas me redujo al silencio. No podía apartar mi mente de ellas. Me perseguían día y noche. Sentía que eran verdaderas.
Me encontraba aún conmocionada cuando fui presentada al señor
1 Se transcribe la versión española de esta conferencia, originalmente titulada «Reconocer a un Maestro», tal como fue publicada en el libro Gurdjieff: Textos compilados por Bruno de Panafieu, publicado por la Editorial Ganesha, con el título «Él y sus ideas formaban un todo». Caracas, 1997, pp. 428-430.
Gurdjieff. En aquella ocasión quedé totalmente desconcertada. Lo que sentí evidentemente fue el impacto de su fuerza tranquila, controlada y, sin embargo, casi intimidante, y más que todo, la fuerza de su presencia total, una presencia que uno sentía que se prolongaba hasta la punta de sus dedos. Ella daba sentido a todos sus movimientos, que parecían mucho más vivos que los nuestros. Vivos como los de un gato o los de un tigre. También sentí con fuerza su inmensa generosidad: una generosidad que se puede definir como más que humana.
Tomé entonces conciencia de una enorme barrera, de una separación increíble. Él estaba allí, yo estaba allí y entre nosotros había un abismo infranqueable. No podía ni relacionarme con él ni relacionarlo con sus ideas; todo me parecía desunido, separado.
Una ley se manifestaba allí, sin duda, pero me era casi imposible aceptarlo. Y, sin embargo, fue a partir de esa primera noche cuando, semana tras semana, regresé a verlo e intenté trabajar con él, con la ayuda de la señora de Salzmann, sin la cual nada hubiera sido posible para mí ni probablemente para ninguno de nosotros en París.
Ése fue el comienzo de una serie de nuevas experiencias interiores muy fuertes, muy exigentes. El señor Gurdjieff aludía a ciertas ideas algunas veces, pero nunca las exponía directamente. Nos daba tareas y ejercicios para acceder al verdadero Trabajo. A veces nos sacudía, nos hacía reaccionar de diferentes maneras. Poco a poco empezamos a discernir nuestro camino y a esforzarnos por seguirlo, aunque nos sintiéramos todavía apenas al comienzo. Durante ese primer período seguía siendo incapaz de relacionarme con él, si bien sabía interiormente que me sería imposible continuar sin él.
¿Qué representaba él?, ¿quién era?, ¿qué significaba este ser, esta fuerza?
Recuerdo estar asediada incesantemente por esta profunda y dolorosa pregunta mientras lo miraba y escuchaba: «¿qué hay, pues, entre usted y yo?».
¿Cuánto tiempo mantuve esta pregunta? No puedo decirlo exac-
tamente, tal vez dos años. No trataré de describir este período extraordinario. Comidas, lecturas, intercambios, clases de Movimientos y grupos nos reunían con bastante frecuencia en torno al señor Gurdjieff. Ése fue para mí el comienzo de experiencias interiores, a veces muy fuertes y maravillosas, a veces muy duras. Tengo la convicción de haber comenzado realmente a reconocer al señor Gurdjieff a partir del momento en que mis ojos empezaron a abrirse: lo veía tal como era a medida que yo me volvía capaz de verme. Cuando todos mis valores, todas mis bellas creencias y también, por cierto, mi personalidad exterior, iban lenta y firmemente transformándose, y otro mundo —aunque todavía fuera de mi alcance— comenzaba a aparecer ante mí, supe que él era la causa de ello. Supe igualmente que yo había venido a él sin nada y que debía agradecerle todo.
Al mismo tiempo, me resultaba difícil creer que todo eso fuera verdadero, que las posibilidades que nos desvelaba fueran posibilidades reales y no ideas extraordinarias vestidas con palabras destinadas a sorprendernos o a hacernos soñar.
Que estas posibilidades pudieran volverse realidad era el milagro con que me confrontaba. Estaba ante ese hecho y, a pesar de todas mis dudas, no podía negarlo. Comprendí entonces el sentido de ciertas palabras de tiempos remotos, tan usadas y casi olvidadas: «El Verbo se hizo carne». Comprendí también el sentido de algunas otras palabras: «Y ahora, el Hombre se mantiene de pie ante Tu Rostro». El señor Gurdjieff era ese hombre. No había ningún divorcio entre lo que enseñaba y lo que era, sus ideas y él formaban un todo.
Me queda algo por agregar. Es una pregunta para todos nosotros, y cada uno debe tratar de responderla por sí mismo: debemos reconocer a un Maestro en nosotros mismos. Estamos solos ante ello, como lo estaremos ante la muerte. Tal vez digan ustedes: «¿cómo es eso posible? ¡El señor Gurdjieff está muerto!» Es cierto que ya no está «aquí»; sin embargo, es igualmente verdadero que podemos reconocerlo.
Me dirijo a los que nunca lo conocieron. Desde que nos dejó, mu-
chas personas lo han «reconocido» —y, día a día, otros lo reconocen— como Maestro. Las ideas que ha sembrado generosamente están allí, y él mismo, que formaba un todo con ellas. Si reconocemos al señor Gurdjieff y a sus ideas, juntos pueden ejercer una acción sobre nosotros, como ya la han ejercido sobre otros.
Pero reconocer verdaderamente al señor Gurdjieff no es cosa fácil, y la pregunta debe quedar abierta. No podemos responderla sino con nuestro propio despertar, sin olvidar jamás que él es la fuente de todo lo que nuestra experiencia interior puede tener de real.