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Máximo Pradera

El cáncer y la madre que lo parió

Prólogo de Ángela Quintas

Primera edición Febrero de 2025

Segunda edición Marzo de 2025

Tercera edición Abril de 2025

Publicado en Barcelona por Editorial Navona Perú 186, 08020 Barcelona navonaed.com

Dirección editorial Ernest Folch

Edición Estefanía Martín

Diseño gráfico Alex Velasco

Maquetación y corrección Editec Ediciones

Tipografías Heldane y Studio Feixen Sans

Fotografía de sobrecubierta Asís Ayerbe

ISBN 978-84-10180-39-0

Depósito legal B 1237-2025

Impresión Romanyà Valls

Impreso en España

© Máximo Pradera, 2025

Autor representado por Silvia Bastos, S.L. Agencia literaria

© del prólogo: Ángela Quintas, 2025

© de la presente edición: Editorial Navona, 2025

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Advertencia

Este libro ha sido escrito con el propósito de proporcionar información general sobre el cáncer y sus tratamientos. Toda la información contenida en este libro está basada en investigaciones científicas, experiencias personales y fuentes reconocidas. Sin embargo, no pretende sustituir el consejo, diagnóstico o tratamiento médico profesional.

Los autores y editores no son responsables de ninguna acción tomada basada en esta información. Se recomienda encarecidamente a los lectores que consulten a profesionales de la salud para obtener asesoramiento específico y personalizado antes de tomar cualquier decisión relacionada con su salud.

Si bien se ha hecho todo lo posible para asegurar que la información presentada sea precisa y actualizada en el momento de la publicación, es importante recordar que el campo de la medicina está en constante evolución. Por lo tanto, algunos tratamientos, medicaciones y tecnologías pueden haber cambiado desde la publicación.

Este libro está destinado a ser una fuente de conocimiento complementaria y no debe ser utilizado como única guía para el manejo del cáncer. El cáncer es una enfermedad compleja y cada caso es único, por lo que siempre se debe buscar el consejo de un médico u otro profesional de la salud cualificado.

Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron.

Hipócrates

Para Ramón Lobo

Prólogo

Conocer a Máximo Pradera como paciente fue un desafío tan estimulante como único. Desde su primera consulta, me sorprendió su curiosidad insaciable. Nunca había conocido a nadie que quisiera saberlo todo y, además, quisiera profundizar en ese todo hasta el último detalle. Sus preguntas no eran las típicas que uno espera en una consulta; eran complejas, inesperadas y, a menudo, me dejaban pensando: «¿De dónde sacará todo esto?». Normalmente, una revisión suele durar media hora, pero con Máximo el tiempo siempre parecía insuficiente. Salía de mi consulta cargado de explicaciones y, cuando regresaba, me asombraba todo lo que había investigado por su cuenta. A veces llegaba con preguntas que me devolvían a los años de la carrera, haciéndome dudar de cosas que creía tener claras. Ese entusiasmo y su capacidad para conectar los puntos entre alimentación, bioquímica y salud no solo lo hicieron un paciente especial, sino también una fuente de aprendizaje constante para mí.

Además, como somos compañeros en A Vivir que son dos días, el programa de Javier del Pino, también disfruto de él en su doble condición de humorista político, responsable de las tronchantes promo sketches, y experto melómano, que tan pronto te hace un especial sobre Leonard Bernstein como te enumera con humor los plagios musicales del grupo Muse.

Escribir este libro es una continuación natural de su forma de ser: cuestionadora, rigurosa, pero también cargada de humor. Porque si algo tiene Máximo es que sabe abordar incluso los

momentos más duros con una chispa que aligera el peso de la vida. Su experiencia, contada con una honestidad brutal, es un recordatorio de que nuestra salud muchas veces comienza —y a veces también se recupera— en el plato.

Gracias, Max, por ser ese alumno brillante y retador que todos los maestros desean tener. Estoy segura de que este libro será tan inspirador para los lectores como tus consultas lo fueron para mí.

Ángela Quintas

Química orgánica y clínica y experta en nutrición y microbiota

PRIMERA PARTE

¿Por qué un libro sobre mi cáncer?

En octubre de 2022, el periodista y melómano Jesús Ruiz Mantilla me hizo una entrevista para «La Contra» del diario El País, en la que en principio íbamos a hablar solo de música. Yo acababa de publicar un libro sobre las canciones favoritas de los famosos (Están tocando nuestra canción, Libros del Kultrum) y una historia de la música clásica en formato audiolibro (¡Viva la música clásica, j*der!, Audible Originals) que nos apetecía comentar.

En un momento dado de la entrevista, Mantilla me preguntó si quería hablar también de la enfermedad, de la que yo le había informado off the record, y le dije que sí, que sin ningún problema. La enfermedad no era otra cosa que un cáncer de próstata bastante agresivo que me había sido detectado a principios de 2019 y que, con ayuda de un buen puñado de médicos, radiólogos y la más moderna tecnología que ofrece hoy la ciencia, parece que ya he conseguido dejar atrás.

Para mi sorpresa, la entrevista, que llevaba por título «Con el cáncer he aprendido tarde a comer, pero al menos no me he muerto», fue la noticia más leída de la edición digital de El País durante varios días. Poco después, una redactora de niusdiario.es, Mireya Marrón, me propuso otra entrevista, esta vez para hablar a tumba abierta sobre mi cáncer, y mis palabras también estuvieron entre lo más leído del fin de semana en que se publicó.

Estas dos experiencias me han convencido de que escribir un libro para ampliar el contenido de las dos entrevistas y contar largo y tendido todo lo que he aprendido sobre la bioquímica

del cuerpo humano en general y la del cáncer en particular puede ser de interés para las decenas de miles de personas que leyeron en su día aquellas declaraciones y se quedaron con ganas de que les contara más cositas.

No soy médico ni bioquímico, solo un afortunado superviviente de una de las enfermedades más terroríficas (y desconocidas) que hay, así que vaya por delante mi disclaimer: todo lo que va a encontrar el lector en estas páginas no es más que mi experiencia personal durante los años de tratamiento y mis teorías preferidas sobre bioquímica, nunca una pócima contra el cáncer, ni un tratado sobre oncología. Pero confío en que mi libro despierte la suficiente curiosidad sobre este peliagudo asunto como para que el lector se anime a preguntarle a su médico y/o nutricionista e investigue por su cuenta qué hay de sólido, desde el punto de vista científico, en todo lo que aquí he narrado. Si lograra cubrir ese objetivo, me daré con un canto en los dientes; pretender ir más allá sería una temeridad por mi parte. Por lo demás, espero haber introducido en estas páginas las suficientes dosis de humor como para que su lectura no solo despierte interés por la materia, sino que constituya una agradable experiencia lectora.

Si consultáis el índice, veréis que el libro consta de dos partes bien diferenciadas: una primera que he dedicado a relatar mi diagnóstico y tratamiento y una segunda en la que cuento los cambios en el estilo de vida que he tenido que adoptar para asegurarme de que el cáncer, como el chapapote a las playas de la Costa da Morte, no regresará nunca máis.

Además, he incluido algún intermezzo o excurso narrativo. ¿Qué es un excurso? Nos lo aclara la socorrida Wikipedia:

Un excurso es un breve episodio o anécdota dentro de una obra literaria o dentro de una conferencia. A menudo, nada tienen

que ver con el tema que se trata, y se utilizan para aligerar la atmósfera de una historia trágica.

En los excursos que he introducido, hablo principalmente de mis aventuras en radio, prensa y televisión. Al fin y al cabo, no habéis comprado este libro solo porque os interesa el cáncer, sino también porque me conocéis de los medios de comunicación y/o habéis leído alguna de mis novelas o de mis libros sobre música.

Circulan hoy en día tal cantidad de magufadas sobre el cáncer, que es legítimo, y hasta saludable, que el lector desconfíe de ciertas afirmaciones que aquí se vierten. Cuando me detectaron el cáncer, yo mismo me agarré a un clavo ardiendo. Como iniciar un largo tratamiento oncológico se me hacía muy cuesta arriba, y además me creía más listo que nadie, me apunté a la primera magufada que vi en la red, con apariencia más o menos científica.

El departamento de Ciencias Nutricionales de la Universidad de Texas había publicado un paper, en el que se afirmaba que la combinación de resveratrol, cúrcuma y ácido ursólico producía en ratones una notable reducción en peso y tamaño de un tumor inducido de próstata. Según el estudio, estas tres sustancias entraban en sinergia y hacían batirse al cáncer en humillante retirada. Ni que decir tiene que ese mismo día encargué vía Amazon los tres productos citados y, sin encomendarme ni a Dios ni al diablo, empecé a tomarlos. Pero como me estaba jugando la vida, me pareció prudente no conformarme con este –¡ejem, ejem!–tratamiento y decidí ponerme en contacto con un oncólogo. Los oncólogos –al menos la media docena que yo he conocido hasta ahora– son médicos muy especiales. Son como filósofos, que te escuchan con gran atención y empatía porque saben que te estás enfrentando a una enfermedad endemoniada, de la que aún se desconocen muchísimos secretos. Tengo la sospecha de que, al

tiempo que detestan los estragos que produce el cáncer en sus pacientes, lo admiran desde el punto de vista de la pura bioquímica, por lo astuta y compleja que es la enfermedad. Alguno me llegó a hablar del cáncer en los mismos parecidos y reverenciales términos que Ash, el oficial científico de la película Alien: el octavo pasajero, se refería al bicho:

He podido comprobar que tiene una capa exterior de polisacáridos proteínicos. Tiene la curiosa costumbre de mudar sus células por siliconas polarizadas, lo que le da una gran resistencia en condiciones ambientales adversas. Es una interesante combinación de elementos que lo convierten en un feroz hijo de puta.

El primer oncólogo al que consulté, una vez que me hicieron la biopsia y obtuve el diagnóstico, me escuchó con gran atención y, cuando le dije que estaba siguiendo, por mi cuenta y riesgo, un tratamiento alternativo, no dejó escapar ni el conato de una carcajada. Me pidió que le enseñara el paper universitario de donde había extraído la información, buscó los nombres de sus autores en una gran base de datos que yo no conocía y que me dio mucha envidia (por lo exhaustiva y rigurosa que parecía) y me comunicó que se trataba de investigadores escasamente relevantes, con muy pocos trabajos publicados hasta la fecha. Luego me hizo notar que el experimento había sido realizado con ratones y que los seres humanos somos bastante más complejos que loh mardito roedoreh –que diría el gato Jinx. «Si lo que funciona con ratones,» añadió «diera el mismo resultado en las personas, hace tiempo que habríamos erradicado el cáncer de la faz de la tierra». Y eso que los humanos compartimos con los ratones más del 95 % de nuestro genoma, es decir, el conjunto completo del ADN (material genético) de nuestro organismo. Cuando vio que yo había terminado de digerir el golpe, me

hizo notar que mi cáncer era muy agresivo y que, aunque aún no había metástasis (el tumor estaba encapsulado), lo más sensato es que me sometiera cuanto antes a un tratamiento más ortodoxo y científicamente fundado. No recuerdo si llegué a terminarme los botes de poción mágica anticáncer que estaba tomando, pero sí que en ese mismo instante decidí hacer caso al oncólogo y someterme al tratamiento que él me proponía, por más penoso que fuera.

Cualquier tratamiento contra el cáncer es como una odisea. Un largo y terrorífico viaje que hay que afrontar por narices. Por emplear un símil literario o cinematográfico: antes del diagnóstico, uno vive tan tranquilo en La Comarca y un día, de repente, se te presenta el mago Gandalf en casa y te dice que, si quieres salvar a elfos, hobbits y enanos de la destrucción total que prepara el malvado Sauron, tienes que empacar tus cosas a toda prisa, viajar hasta Mordor y arrojar el Anillo Único al Monte del Destino.

Lo primero que piensas es: ¿por qué yo?, ¿no pueden ir Legolas o Aragorn?, ¿no le podría haber tocado mi cáncer a cualquiera de los muchos hijos de su madre que hacen de este mundo un lugar cada día más invivible, deprimente y siniestro?

Parafraseando a Michel, aquel centrocampista de la Quinta del Buitre, pensé: «¡No me lo merezco!». Al fin y al cabo (a diferencia de los miles de indeseables que caminan, apestando la tierra), he vivido siempre una existencia pacífica, y, en la medida de mis exiguas fuerzas, he hecho feliz a bastante gente. Cuando dirigía la revista de prensa de Lo que yo te diga en la SER, la gente se descojonaba con nuestras bromas camino del trabajo. Hombres y mujeres iban a currar de mejor rollo gracias a nuestra vitriólica irreverencia. También hice las sobremesas más agradables a muchas personas desde Lo + Plus (en compañía del bueno de Fernando Schwartz). Mis novelas han atrapado a lectores en más

de veinte países, mis tuits mejoran –a veces– el día a muchos de mis followers . ¿Es esta mi recompensa? ¿Un puto cáncer de próstata? ¿Cuando China y la India se están cargando el planeta con sus tóxicas emisiones de CO₂ y Rusia e Israel han convertido Europa y Oriente Medio en un infierno? ¡Que me traigan el libro de reclamaciones de la vida, que se van a enterar!

Para más inri, en El señor de los anillos es Frodo el que se ofrece voluntario para llevar el anillo. Al fin y al cabo, él es su propietario –lo ha heredado de Bilbo–, y además parece ser extrañamente inmune a sus perversos efectos. Pero yo no me he ofrecido voluntario de nada ante nadie. ¿Por qué no me dejan en paz? Dioses del Olimpo, meteos el cáncer de próstata que me habéis endilgado por donde os quepa. No lo quiero. No acepto la prueba que debo superar. Quiero algo más fácil. ¿Qué tal intentar ganar el rosco de Pasapalabra?

Enseguida surgió otra voz interior para acallar mi indignado soliloquio. Una voz que decía:

Bueno, Max, Robert de Niro ha hecho felices a bastantes más personas que tú, y también ha tenido cáncer de próstata. Nelson Mandela es tal vez el líder político más reverenciado de la historia y fue «recompensado» con un cáncer de próstata. Deja de quejarte, porque si alguien merecía librarse del cáncer fueron ellos. Y en cuanto a Trump, Putin, Netanyahu y todos esos malnacidos a los que antes has aludido sin nombrarlos: vale que no tengan nada en la próstata, pero ¿qué me dices de lo que tienen en el cerebro? ¿Preferirías cambiarte por ellos, con tal de salvarte del tumor?

No, me dije. El cáncer tiene tratamiento; el fanatismo y la estupidez son incurables e irreversibles de necesidad. En este libro, en el que pretendo tratar el cáncer como un

viaje forzoso, lleno de penalidades, el destino final no es la Ítaca de Ulises, sino una ciudad con nombre de película del Oeste llamada Remisión. Porque los cánceres no se curan, simplemente se baten en retirada. Pero nada te garantiza –sobre todo si sigues haciendo disparates con la dieta, el ejercicio o el tabaco–que dentro de un tiempo el tumor no vuelva a manifestarse. Lo llaman recurrencia. Ningún oncólogo puede garantizarte –por más veces que te hayas operado, por mucha radioterapia a la que te hayas sometido, por más antioxidantes con que te hayas suplementado– que llegue un día en que no haya ni una sola célula cancerosa en tu cuerpo.

Eso significa –sobre todo durante los primeros cincos años, que son los más inciertos– que uno vive con miedo. Y que, aunque seas un ateo de excomunión automática como yo, siempre tienes tentaciones de rezarle cada noche a san Peregrino, patrón de los cancerosos, para que te ahorre pasar otra vez por el mismo trago.

Así pues, este libro narra mi odisea hasta Remission City. Así se hubiera llamado mi destino si yo fuera una especie de Gary Cooper en Solo ante el peligro. Como soy español, español, español, y me pasé la infancia veraneando en Extremadura, he decidido elegir un nombre más carpetovetónico: Remisión de la Vera. ¿Y cuál fue mi punto de partida en esta odisea que a nadie deseo? Un tumor odioso y traicionero. Tan aborrecible que le puse de nombre Tumor del Caudillo.

¿Cómo me las iba a arreglar para ir desde Tumor del Caudillo a Remisión de la Vera? No tenía ni idea. Ni del itinerario, ni de cuánto me iba a costar la broma, ni de lo que podría tardar en superar el proceso, ni de las penalidades que iba a tener que afrontar por el camino. Y lo peor de todo: ignoraba si el tumor estaba tan avanzado que no pudiese llegar a mi destino. Lo único que sabía del cáncer en el momento del diagnóstico es que a

veces se cura. Pero mi padre había fallecido de uno, en concreto de un melanoma. Lo cual no me animaba en absoluto.

Mi odisea empezó a finales del invierno de 2018, con un pequeño dolor en el bajo vientre y una inquietante febrícula que no hacía presagiar nada bueno. Pero, antes de relataros los pormenores de este viaje angustioso, dejadme que os cuente a mi manera, desde el peculiar punto de vista de un paciente que lo ha sufrido, en qué consiste el cáncer.

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