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Maëlle DesarD

DEMONIO A LA FUGA

Traducción de Irene Vílchez Sánchez

La escuela de Medianoche 2. Demonio a la fuga, de Maëlle Desard

Primera edición: mayo de 2025

Título original: L’école de Minuit. Démon en fuite

Originalmente publicado en francés por Rageot

© del texto: Maëlle Desard, 2024

© de esta traducción: Irene Vílchez Sánchez, 2025

© de esta edición: La Galera, 2025

Perú, 186 – 08020 Barcelona www.lagaleraeditorial.com

Dirección editorial: Pema Maymó

Edición: Anna López

Edición de mesa y producción: Neus Duran

Ilustración de la cubierta: Noëmie Chevalier

Adaptación de la cubierta y maquetación: Endoradisseny

Corrección: Consuelo Jiménez y Elisabeth Torres

Impresión: Romanyà Valls

THEMA: YFH, YFC, YFQ

ISBN: 978-84-246-7521-9

Depósito legal: B 5120-2025

Todos los derechos reservados al titular del copyright

Cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que autorice la fotocopia o el escaneo de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.

RECORDATORIO

DEL PRIMER TOMO

Bueno.

Yo soy Sköll, de oficio fuego fatuo, y me han pedido que explique a los nuevos —o a quienes les falle la memoria— los entresijos de nuestras primeras aventuras.

La verdad, me halaga que reconozcan que el verdadero héroe de esta historia soy yo.

Todo empezó en Medianoche cuando… ¿Qué? ¿Cómo? ¿Que quieres saber la historia de Simón? ¿En serio?

Vale, pero te advierto de que puede que sea un poco más soporífico que lo que tenía pensado…

¡Vale, vale! Tampoco hace falta chillar, eh.

Esto, bueno, qué decir de Simón…

Para empezar, creo que estaremos de acuerdo en que es un maleducado y que, para desagrado de todo

el mundo, cuando llegó a la escuela de Medianoche lloriqueaba por cualquier cosa. No me juntaba mucho con él al principio, eso es verdad, pero lo observaba bastante.

Creo que estaba celoso de su hermana. Cabe decir que Suzelle es la «niña bonita» de la escuela. En serio, hasta yo la encuentro encantadora, aunque, bueno, por mucho que sea mestiza humana, sigue siendo una vampira. Y una San Pablo, para más inri…: ¡la familia vampírica más poderosa de Medianoche!

No creo que eso le haya ayudado mucho, a Simón: ni tener que vivir tras la sombra de su hermana ni ser un heredero insoportable. Pero, bueno, no nos vayamos por las ramas.

Cuando con mi licántropa Eir llegamos a la escuela de Medianoche, no nos veían precisamente con pinta de santos. Del rollo que tenían miedo de que Eir se los zampara. Rozando lo ridículo…

Además, cuando empezaron a desaparecer alumnos, aún fue a más: todas las sospechas cayeron sobre mi pobrecita Eir.

La verdad, me pillé un cabreo de tres pares de narices. La estaban literalmente acosando, y el tonto del bote de Simón y sus amigos con cabeza de flan (no es una metáfora: uno de sus colegas, Joel, es nada más ni nada menos que un lich, así que puedo decir que tiene más de estofado mal hecho que de humanoide respetable)

no hacían más que avivar el enfado general. Lo peor es que un amigo de Simón, el sireno Ariel… ¿Qué digo? ¡Delmar! Eso, bueno, que estaba completamente obsesionado con Eir.

En serio. La seguía por todas partes, un día incluso le tuve que quemar la planta de los pies para que nos dejara en paz. Solo nos faltó que ese cretino desapareciera.

Después, Suzelle habló a solas con nosotros cuando yo le di una leccioncita a Noemí, una vampira de una maldad inmunda. Dejo que adivines lo que pasó a continuación…

Suzelle desapareció.

Pues claro, no hace falta ser muy listo.

Hasta un ciego podría verlo.

En fin, Simón fue a pedirle explicaciones a Eir y aprovechó para echarme un par de fotos comprometidas, lo que es simplemente inadmisible…

Bueno, vale, luego me di cuenta de que todo había sido un terrible malentendido.

Pero en aquel momento me puse hecho una furia.

Tuvimos un encontronazo de mil pares.

Nos castigaron (me refiero a Simón, a Eir y a mí) y, como las desgracias nunca vienen solas, la chica poseída por un demonio de la suerte, Hanoko, tuvo que entrar en la biblioteca mientras estábamos allí.

En pocas palabras: por poco no acabamos hechos puré. Por suerte intervino Violeta, la giganta de la

clase. Pero no tuvimos tiempo ni de darle las gracias cuando ya había desaparecido. Al intentar dar con ella para satisfacer nuestra estúpida necesidad de ser bien educados (bueno, no la mía, como te puedes imaginar), descubrimos que tenía un secreto. Un secreto lo suficientemente terrible como para que su hermano, Agustín, le echara un rapapolvo, lo que nos incomodó un montón.

Todo esto nos parecía más raro que un perro verde, particularmente que los estudiantes estuvieran desapareciendo. Entonces Eir y yo decidimos investigar, y el tontolaba de Simón se nos pegó al culo, lo que no nos gustó ni un pelo.

¿Que quieres más detalles? Pues lee el libro, que yo no tengo todo el día.

Bueno, va, lo suelto: acabamos descubriendo que Violeta… ¡no era una giganta, sino una ogresa!

A continuación, Eir decidió, sin consultarme, compartir el secreto de su forma nocturna con sus nuevos amiguitos con tal de encontrar a Suzelle, Delmar y el resto de alumnos desaparecidos, a lo que yo me oponía radicalmente. Para ello teníamos que hacer una poción de Medianoche, lo que significaba… atracar la tienda de la escuela.

Sip. Se nos va un poco la olla, lo admito. Ahí es cuando empecé a pensar que esta temporadita por Mediodía sería más bien divertida.

Gracias a eso, acabamos encontrando a Delmar y a Suzelle, aprisionados. Resultado: bajamos la guardia y nos atacaron. Les puede pasar incluso a los mejores, así que te puedes meter tus comentarios desagradables por donde te quepan.

Entonces descubrimos que la cabeza pensante tras los secuestros de los alumnos era Agustín. Al tío se le había metido en la cabeza que podría «curar» a su hermana de su ascendencia ogresa, lo que es tan tonto como decir: «voy a cultivar una fresa salada». Para ello, se alió con los goblins. Esos puñeteros bicharracos, que controlan el mercado de la tauma, el combustible mágico de Medianoche, utilizaron de cobayas a los alumnos de la escuela. Extraían la tauma directamente de los chiquillos y luego la vendían.

Qué bonito, ¿eh?

Perdí un poco el hilo del resto de la historia porque Simón estaba atado a la silla de un científico loco y me di cuenta de que Calcifer estaba en peligro. ¿Que quién es Calci? Es el fuego fatuo de Simón. Un bebé recién salido del exoplasma. A decir verdad, tengo el presentimiento de que va a hacer grandes cosas.

Como soy un sentimental de la cabeza a los pies, fui a salvarlo, pero luego hui como alma que lleva el diablo para pedir ayuda a Luca, el primo de Joel, y a otros estudiantes de la escuela.

Cuando me reencontré con mis amigos, Violeta te-

nía un hombro perforado y a Simón le faltaba un brazo. En serio, es que me voy cinco minutejos de nada y todo se viene abajo; qué cansancio.

Más tarde me contaron que a Agustín el experimento le había salido por la culata, lo que le había costado un brazo a Simón. Violeta, en un ataque de ira, destrozó la jaula que los mantenía cautivos. Fue entonces cuando los goblins le dispararon una flecha de obsidiana y todo se fue de madre. Agustín se quedó atrás para cubrir la huida de los chiquillos.

Nadie lo ha vuelto a ver. Y, la verdad, me la refanfinfla.

En la escuela se montó un escándalo de los gordos: dragones, harpías, liches y un montón de nocturnos más decidieron montar una fiesta en honor de los goblins.

Pim, pam, pum: la directora usó sus poderes de gorgona para congelar la escuela de arriba abajo; se acabaron las fiestas. Ganamos y, bum, los goblins a prisión.

Tras todo aquello, el ambiente ha sido un poco extraño.

Y el hecho de que Hanoko, la chica poseída por un demonio de la suerte, nos pidiera un favor tiene algo que ver…

CAPÍTULO 1

Atodo el mundo le encanta la primavera. Excepto a los vampiros.

Y por una vez, yo no soy una excepción.

Para empezar, está el polen. Es verdad que el exceso de mocos que estoy produciendo no es un rasgo vampírico, al fin y al cabo. A decir verdad, la mayoría de vampiros que conozco podrían rebozarse en el polen como filetes de pollo en pan rallado y no les pasaría nada en absoluto, aparte de parecer un poco tontitos.

Pero mi caso es especial.

Porque soy un vampiro especial.

Y es que, de hecho, solo soy mitad vampiro.

Mi madre es una vampira de pura cepa, denominación de origen del mundo de Medianoche, hogar de las criaturas que habitan tus mitos y pesadillas. Mi padre, en cambio, viene del mundo de Mediodía, el tuyo.

Y con su sonrisa de oreja a oreja bajo su calvorota, a la que se le suma un temor a mi madre que roza peligrosamente la adoración, da tanto miedo como un trozo de mantequilla que ha pasado demasiado tiempo bajo el sol. Ay, cómo lo quiero. Pero, en fin, no puedo decir que me haya tocado la lotería de los genes, así que a alguien tendré que culpar del desastre que soy.

Y es un blanco fácil, ya que es de su parte de la familia de quien he heredado muchos de mis defectos; la fiebre del heno solo es uno entre tantos (que sí, que estoy exagerando un poco, pero ya pillas la idea).

En definitiva, que basta con que una sola partícula amarilla revolotee a pocos metros de distancia para que el cuerpo se me vuelva loco: ojos llorosos, nariz moqueando, boca seca y bronquios que hacen más ruido que un viejo motor de diésel; me transformo en un viejo postrado en la cama listo para su último viaje. Y me pongo a engullir pastillas de antihistamínicos como

Joel lo hace con los caramelos de menta, y a estornudar microbios sobre tanta gente como Delmar reparte cariño, y a hincharme como Sköll cuando se le cruza un cable… Suspiro.

Los bronquios se me vuelven locos.

En un estornudo, escupo algo que no tiene buena pinta.

Por reflejo, levanto el brazo para esconder que me

está subiendo por la garganta un líquido viscoso. Y entonces el vacío me recuerda la realidad.

Me cago en…

Mira que ya han pasado cinco meses, pero se me sigue olvidando que soy manco.

La culpa es del sol, ese sol de las narices que atrae a los vampiros tanto como les preocupa. Un pie en la luz del sol y, pum, te quemas. Por eso me paseo con mi velo de viuda nocturna como un apicultor al acecho, haga el tiempo que haga, sea la hora que sea, tenga los planes que tenga. Y encima tuve la mala pata de que no bastara para protegerme del retorcido plan de Agustín: el brazo se me convirtió en cenizas bajo la suave caricia de una poción de Mediodía.

Miro la manga del pijama flotándome en el aire. Ya casi he pasado el luto de su ausencia (para nada) y ya no estoy enfadado (pero qué digo).

Exhalo.

Tendría que dejar de compadecerme de mí mismo. Aunque piense que tenga todo el derecho del mundo, Eir no para de decirme lo cansino que es escucharme lloriquear, y como los niños y los borrachos dicen siempre la verdad y ella es una CRIAJA insoportable… «Cálmate, Simón», me insto a mí mismo mientras siento la rabia corriéndome por las venas y enviándome picos de calor a las encías. «Calma, calma, calma». Aunque estaría genial que me salieran ya los colmi-

llos de forma oficial y poder tachar de la lista esta etapa de mi pubertad vampírica que se hace esperar, no podría ser en peor momento.

Porque nadie lo diría, con lo que me estoy yendo por las ramas, pero estoy en una misión.

Una misión que Eir, que tiene opinión sobre todo, cree que es completamente inútil. Según ella, me estoy comiendo el coco por nada.

Pero que mi mejor amiga esté durmiendo con un demonio de la suerte yo no lo llamo «nada». …

Está bien, a lo mejor tendría que haber empezado por ahí.

Ahora te pongo en situación.

Como todas las mañanas desde hace cinco meses, al amanecer me escabullo por el pasillo que conduce a los dormitorios de las chicas de mi curso. La primera vez que me aventuré por allí me sorprendió escuchar detrás de las puertas los mismos ruiditos que en el pasillo de los chicos: ronquidos, mugidos, gritos y demás onomatopeyas gaseosas. Me sentí como un tonto: pero bueno, ¿qué me esperaba, que las chicas silbaran nanas y petaran burbujitas mientras dormían?

El aspecto misterioso del pasillo, plantado al otro lado de la sala común de los de primero, se esfumó con esta incursión. Creo que entonces descubrí el secreto de la vida: en el fondo, todos somos iguales. Nadie

es capaz ni de digerir la col de la cantina ni de resistir una almohada que lleva criando ácaros desde hace treinta años, y los baños compartidos son las trincheras de guerras invisibles que traumatizan a una generación tras otra.

En fin, todo esto para decir que yo, Simón, a mis quince años y siete meses, me encuentro deambulando en una zona completamente prohibida a los chicos y estoy siendo tan discreto con mis estornudos como una sirena de niebla.

—¡Simón! —berrea una voz desconocida tras el batiente de una puerta.

Me tomo superbién que me consideren más bien una molestia y no una amenaza.

«Llegas tarde», me regaña Sköll cuando llego a la habitación de Eir.

Al fuego fatuo de la loba, grande como una bola de bolos, amarillo como un sol y agresivo como una garrapata, le ha cogido la costumbre de acompañarme a ver a Violeta por las mañanas.

No lo admitirá nunca, pero a él también le preocupa que esté encerrada con Hanoko, la inugami, la chica poseída por un demonio.

Cuando esta vino a pedirnos un favor hace cinco meses, me temí lo peor.

¿Íbamos a tener que atracar un banco? ¿Darle nuestros órganos? ¿Íbamos a salir vivos de aquella?

Pero le dábamos igual Eir, Joel, Delmar o yo. La única persona que le interesaba era Violeta, con quien había exigido compartir una habitación lo que quedaba de curso.

Eso era todo.

Nada de lo que preocuparse, dirás.

Pero un demonio de la suerte no es un compi de habitación como cualquier otro.

Ni siquiera el peor de los escenarios posibles (un loco del rock duro que monta conciertos nocturnos, se mea en la cama, seca jamón en tus libros…) llega a la suela de los zapatos de lo puede pasar una noche encerrado con un demonio.

Y no uno cualquiera: un demonio de la suerte.

Sí, dicho así, parece mono y todo, como un enorme peluche amarillo con unos mofletes rojos que dan ganas de pellizcar. Solo que la suerte del demonio es para él y su portador. Si le apetece comer pasta y te interpones en su camino, es muy probable que se deshaga de ti para llegar antes a la cantina. Si intentas pillar el último flan de caramelo cuando él ya había decidido que se comería uno al mediodía, te demolerá en el acto.

Será por algo que los estudiantes tienen taquicardias cuando llegan al bufé de la cantina y se ponen a tramar estrategias locas para decidir qué escoger como entrante, si crudités o paté. Esa es la única ventaja de mi dieta a base de sangre.

A mí, saber que Violeta está encerrada con Hanoko toda la noche no me pone muy contento que digamos.

Aunque sepa que la ascendencia secreta de mi amiga la protege de los ataques más directos, eso no quiere decir que sea invencible. Yo qué sé, ¿y si la inugami la deja sin oxígeno porque ella no la deja dormir? ¿O algo por el estilo?

Con Sköll sobre mi hombro, llego a mi destino.

Violeta ronca con tanta violencia que el suelo tiembla. Como siempre, me sorprendo sonriendo ante este ruido insoportable: si ronca es que está viva.

Me apoyo en la pared de cara a la puerta y espero.

No debería tardar mucho la chica…

Menos de un minuto más tarde, la manilla se mueve.

—Buenos días.

La presencia de Hanoko me corta la respiración, como siempre. Da miedo, pero no como las películas de terror o el cine B. No tiene pinta maquiavélica, ya la he visto parpadear y no hace gala de una colección de pulgas alrededor del cuello ni nada de eso.

Lleva un pijama lila estampado con verduritas que bailan. Sus zapatillas son dos peluches azules gigantescos; el izquierdo ha perdido un ojo.

De la mano le cuelga un neceser rosa de plástico con lentejuelas. Tiene el flequillo despeinado y la frente cubierta con un poco de acné. Y, sin embargo, es como si la realidad se deformara para dejarla pasar. Estoy con-

vencido de que, si quisiera salir de la habitación sin pasar por la puerta, el edificio buscaría la manera de reestructurarse para que pudiera hacerlo.

Hanoko existe, y el resto del mundo simplemente gira a su alrededor.

—Buenos días —le respondo.

Ya se ha convertido en una costumbre entre nosotros.

Sé que es madrugadora, así que lo aprovecho para entrar y asegurarme de que no ha matado a mi mejor amiga mientras dormía.

—Aún respira —me dice divertida la inugami mientras pasa por mi lado.

—Eso espero.

Hanoko se para. Si fuera aún más masoquista, me mordería la lengua para castigarme por tenerla demasiado suelta.

Levanto la vista y me encuentro con su mirada, de lo que me arrepiento de inmediato. No, no es ira, ni rabia, ni ningún sentimiento nocturno de ese tipo lo que veo que brilla en sus ojos.

No.

En sus iris negros como la noche, ocultos tras un flequillo enmarañado, intuyo la presencia del otro. De quien vive dentro de ella. Y no sé si soy yo quien se viene abajo y hace una montaña de un grano de arena, pero juraría que su resplandor dorado está empezando a brillar cada vez más y más fuerte desde hace algún tiempo.

—No tendrías que acercarte tanto a mí —se limita a recordarme Hanoko—. Imagina que un día tu pierna está donde no toca y amenaza con hacerme la zancadilla…

La mirada se le posa sobre mi manga vacía.

—Sería una lástima que perdieras otro miembro, ¿no crees?

Y así, sin más, pierde el interés en un ser tan insignificante como yo y se dirige a los baños compartidos.

«Tiene razón, lo sabes, ¿verdad?», dice Sköll entre dientes. «No es que me entristezca la idea de un vampiro menos, pero al menos no eres el peor que me he encontrado».

—Gracias, grandullón.

Veo a una chica salir a toda velocidad del baño, con la toalla volando tras ella como la capa de un superhéroe que huye en desbandada.

Hanoko siempre causa este efecto.

Sin duda yo también tendría que huir.

Así que, con algo de esfuerzo, me enderezo y me vuelvo tranquilamente a la cama.

Violeta está viva, ¿no? Pues misión cumplida.

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