

l señor Cascarón era alto, delgado y no sonreía.
Cada mañana a las 6:30 en punto salía de su casa de ladrillos y caminaba ocho calles hasta la fábrica de cordones de zapatos donde trabajaba.
A la hora del almuerzo se sentaba solo en una esquina, se comía su bocadillo de queso y mostaza, y bebía una taza de café. A veces, llevaba una ciruela seca de postre.



Después del trabajo, iba a dos lugares:

al quiosco a por el periódico,
y al mercado a comprar un ala de pavo para la cena.



Después de la cena, leía el periódico, se duchaba y se acostaba temprano.
—Le gusta estar solo —decía la gente.
