

CAPÍTULO 1
Dicen que allí los relámpagos no paran.
—Los ojos fantasmales de Edie brillaban—. ¡Y los truenos son tan fuertes que hacen que se te salga el cerebro por las orejas!
A Femi le temblaban las vendas.
—El castillo Peñasco no me da miedo
—dijo Rudy, echándose atrás en su silla y estirando las garras para mantener el equilibrio.
Sus amigos se lo quedaron mirando.
—¿E-e-en serio? —tartamudeó Femi—.
¡Pues yo me alegro de que ese castillo terrorífico esté al otro lado de Piedradura!
—También dicen que está encantado
—susurró Edie—. Y que hay monstruos en los pasillos.
—¡Bah! ¡Por aquí todo está encantado!
—replicó Rudy, y la niña fantasma puso los ojos en blanco—. Vayamos esta tarde después del cole, a ver si es cierto.
—¿Estás de broma? —Edie lo miró fijamente—. ¡Igual no volvemos!
—¡Yo no iría ni aunque me prometierais uno de estos! —dijo Femi, y les mostró un anuncio de la nueva tabla Pitbull-360—.
Además, esta tarde tengo que ir al Skatódromo. Quiero probar a hacer un ramp slam.



—¡Uau! ¡Alucinante! —se admiró Edie. Antes de que Rudy pudiese convencerlos, en la sala entró una nube de humo negro y la puerta se cerró de golpe con un…
¡BLAMMMM!
El humo empezó a girar como un tornado, con un ruido horrible, hasta transformarse en la figura de un vampiro viejo y arrugado.

—Buenos-días-señorHunter —dijo la clase en un coro monótono, sin saber por qué lo hacían; fue como un impulso.




—Buenos días a todos. —El vampiro los saludó relamiéndose los colmillos—. Tengo noticias fantásticas.
El señor Hunter sonrió, chascó los dedos y todos escucharon en silencio, hasta las hermanas Banshee, Aulladora y Chillona, y Jimmy Voll, el fanfarrón capitán del equipo de fútbol del cole.

—Hoy empieza un alumno nuevo. Os recomiendo que le hagáis sentirse bienvenido.
Hunter hizo un gesto en el aire y la puerta
se abrió sola, mostrando a un chico gigantón e imponente con pesadas cadenas de skater colgando del cinturón de sus vaqueros anchos.
Se le notaban grandes músculos tras su gastada camiseta con el dibujo de una calavera y los brazos le colgaban de las mangas de una camisa a cuadros hasta casi tocar el suelo.








