26036c

Page 1


1

Una chica normal que vive en el año 2058

Salimos disparados de la rampa. ¡Estábamos volando!

Muy alto, tanto que nuestro Camión Monstruoso casi tocaba la cúpula del Gran Estadio de Combate.

Me agarré al volante, fuerte, como quien se agarra por primera vez al mando de un cohete subespacial. Capek, mi ya inseparable amigo robot, dijo:

—Tengo miedo. —Sus ojos lumínicos estaban muy abiertos, de su boca sónica salió algo como un grito. Vibró toda la cabina del supercamión.

—Lo tengo todo controlado, lo tengo todo controlado —mentí dos veces, aunque no sé si le estaba mintiendo a él o a mí. Tal vez nos estaba dedicando una mentira para cada uno—. Pero quítame este gato chiflado de la cabeza. ¡No veo!

—Esto era verdad, verdad total.

Capek, con sus manos de pinza en forma de «U», agarró a Felini. Seguro que lo hizo con mucha suavidad, él es así. Al gato le dio igual, maulló enfadado. Muy enfadado, como si hubiese soltado una palabrota de las feas en su idioma gatuno. No contento con eso, Felini, como siempre, trató de enredar sus uñas en mi pelo azul. ¡Gato chiflado! En otro momento yo hubiese protestado: «Ay, ay, para, para. Bicho malo, bicho malo». En otro momento. Ahora, casi ni me enteré. No es que no doliera, solo que tenía otros problemas, como salir viva de aquel estadio donde se estaba celebrando el Campeonato Mundial de Camiones Monstruosos de Combate. Para conseguirlo, primero tenía que aterrizar con mi camión, el Oveja Metálica, y después esquivar el ataque de fuego, tuercas y láseres fulminantes de Tiburón Chafachatarra, el gran campeón, el gran favorito del público:

—¡Chafa y gana! ¡Chafa y gana! ¡Chafa y gana!

—Cómete a esa ovejita de chatarra. ¡Vamos!

—¡Acaba con ese cochecito de juguete!

No había duda, el público enloquecía con él. Querían que ganara y que volviese a ganar y comprarse sus camisetas y gorras y banderas. Podrían hacerlo, porque iba a ganar, y lo iba a hacer por aplastamiento. Capek y yo no teníamos ni una sola oportunidad entre muchos millones. Ni media. Ni media de media. Ni… bueno, ya me entiendes. Pero, ¡eh!, quiero decir que era nuestra primera carrera. ¡Qué digo! Era la primera vez que yo agarraba un volante y Capek no estaba programado, ni mucho menos, para conducir. O sea, cui-

dadito, que no estaba tan mal, porque ya solo quedábamos nosotros. Una auténtica final. Tiburón Chafachatarra contra Oveja Metálica. Los demás habían sido triturados, destrozados, chirriarizados, si lo prefieres. Habían durado lo que una patata frita en mi plato. Ñam, ñam, ñam. Abejita Furiosa, Cacao en Tromba, Sinsentido Golpe-Jackson y Tormenta Cuántica X… todos estaban ardiendo en la pista mientras los robomberos trataban de controlar las llamas. No sufras por los pilotos de esos Camiones Monstruosos, estaban bien. Enfadados por cómo habían perdido, eso sí. A nadie le gusta parecerse a una patata frita, pero estaban bien. Eran robots especialistas, luchadores profesionales de armazones reforzados y adaptados para aguantar eso y muchísimo más. A ellos no les había pasado nada. Pero ni Capek ni yo… ni Felini, somos robots especialistas.

—Te dije… te dije que no saltásemos por la rampa, que era mejor rendirse… ¡Tu abuelo nos lo dijo, tambiéééééén!

Capek alargaba tanto la última «e» porque estábamos cayendo en picado. Podíamos ver los impresionantes faros de Tiburón Chafachatarra, faros de un amarillo furioso tan fuerte que podría hacer arder una montaña de acero. Si te parece poco, también iba abriendo el capó, enorme, como con mucha hambre. Crujía y nos iba a crujir. Estábamos a punto de ser su última patata frita y esa, la última, cuando sabes que ya no quedan más, se come con más ganas. Con más ñam, ñam, ñam.

—¡Agárrateeeeee!

Ya sabía que estaba agarrado tan fuerte como yo al volante. No se me ocurría nada mejor y no quería discutir, otra vez, sobre eso de rendirse. Ya se lo había explicado. Yo sí me había leído las reglas y una me la aprendí de memoria: «Ningún Camión Monstruoso podrá rendirse ni pedir que no le aplasten una vez ponga sus ruedas en la arena. Entran cinco, sale uno». Quedaba claro, ¿no? Pues eso. No podíamos rendirnos y tampoco podíamos dejar de caer en picado y Chafachatarra ñam, ñan, ñam.

—Aaaaaaaaaaaaaaaaaa. —Ese era Capek.

—Aaaaaaaaaaaaaaaaaa. —Esta era yo.

—Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. —Este era Felini.

Estábamos volando directos a las mandíbulas mecánicas de Tiburón Chafachatarra. Sí. Y tú estás preguntándote muchas cosas. A ver si lo adivino. ¿Qué hace una niña de casi once años conduciendo un Camión Monstruoso? ¿Por qué voy acompañada de un robot que tiene miedo? ¿De verdad llevas el pelo azul? ¿Dónde están tus padres? ¿Eso que llevas es un disfraz de robot? ¿Dónde está el casco? Vale, a lo mejor esta pregunta de dónde está el casco no te la estás haciendo, sino que te estás preguntando… ¿Cómo te llamas? Pues te digo. Baja una línea.

Me llamo Raquel Pris y soy… ¿cómo decirte? Una chica normal que vive en el año 2058. Lo más loco fue haber convencido a mis padres para poder ponerme el pelo de color azul electrizante. Y eso que, en clase, por ejemplo, Liliana lo lleva rosa chicle, Fabián se lo puso verde-mora con brillos na-

ranjas (entre tú y yo, le queda fatal) y Beski había conseguido un color carne muy extraño, parecía que en lugar de pelo tuviera cachos de piel flotando en el aire. Bueno, yo quería algo más normal. ¿Lo ves? Con el pelo azul era suficiente. Azul claro tirando a fondo de piscina. Ese es el color de la cabeza de una de mis cantantes cíborgs preferidas. La gran, la incomparable y maravillosa… ¡Kylie Robot! Pero ahora dejo a Kylie a un lado… Ahora es importante que me creas. Todo normal. Todo a medias, lo que quiere decir que ni muy alta ni muy baja. Ni muy flaca ni muy gruesa. Ni muy mucho ni muy poco hasta aquel día. Aquel día en el que…

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.