

El calor del verano había quedado atrás, un tenue viento acariciaba los rizos de Íride mientras observaba el recorrido de unas hormigas. Su hermano pequeño, Álex, se arrodilló a su lado; la admiraba y le encantaba aprender de ella, a pesar de que algunas veces se peleaban.
Petros contemplaba feliz a sus dos nietos. Le fascinaba la curiosidad y la creatividad de los pequeños; aunque era un abuelo, se sentía niño muchas veces.
Su inseparable perra, Kyri, comenzó a ladrar alegremente, dirigiéndose a un arbusto y reclamando atención.
—Kyri, ¿qué miras? —preguntó Álex mientras revolvía el pelaje de su perra.
—¡Es un gatito! —exclamó Íride—. ¿Podemos cogerlo?
—Ya sabéis que los felinos son independientes; si queréis, acercaos despacio, a ver qué hace —dijo el abuelo.
De puntillas y casi conteniendo el aliento, Álex e Íride fueron hacia el matorral. El gato acercó su cabeza a las manos de los niños, en un gesto cariñoso, pero después trepó hasta lo alto de un árbol.
—¿Has visto, abuelo? ¡Se nos ha acercado! —exclamó Álex entusiasmado.
—Le llamaremos Gnosi —dijo Íride convencida. Los niños se tumbaron bajo el árbol a la espera de que Gnosi bajara de nuevo, mientras contemplaban las nubes que atravesaban aquel cielo azul intenso.
—Parecen ovejas voladoras —observó Álex.
—Entonces la lluvia sería pipí de oveja —bromeó Íride—. Abuelo, en realidad ¿qué son las nubes?
—¿Qué son? —El abuelo titubeó—. Cuentan que son el hogar de unas ninfas llamadas Néfeles, hijas del gran dios Océano y de la diosa Tetis. A menudo bajan a visitar a su padre y, en los días más calurosos, recogen agua en grandes cántaros con los que ascienden hasta el cielo.
—¿Y qué hacen con el agua? —preguntó Álex.
—Imagino que crean sus aposentos, suaves y algodonosos, y tejen sus vaporosos vestidos —dijo Petros—. Además de otra cosa muy importante. ¿Adivináis cuál?
—¡La lluvia! —gritaron los dos a la vez.
—¡Eso es! Cada cierto tiempo vacían sus cántaros desde el cielo, y así alimentan a los ríos y calman la sed de la tierra.
—Abuelo, cuando preparas tu infusión, el humo que sale parece ese traje ligero de las Néfeles —reflexionó Íride—. Y al quitarle la tapa hay gotas en ella. ¿Verdad, Álex?
—Sí, como si lloviese en la infusión. Pero no me imagino a unas ninfas en ese líquido que está tan malo.
—¡Yo tampoco! —se rio su hermana—, aunque parezcan gotas de lluvia. ¿Tendrá alguna relación, abuelo?
—Seguramente —expresó pensativo Petros.
De pronto Gnosi bajó del árbol. Esta vez rozó su cuerpo en las rodillas de los niños, pero volvió a alejarse correteando. Ellos lo llamaron y Kyri se quedó ladrando y moviendo el rabo. Sin embargo, debían volver a casa, comenzaba a hacer frío.
—No te preocupes, Kyri, nos haremos amigos de Gnosi, seguro.