
[172a] Apolodoro: Me parece que no estoy mal preparado para contestar a vuestra pregunta. El caso es que hace dos días subía desde mi casa de Falero a la ciudad, cuando un conocido mío, al verme por detrás, me llamó a lo lejos y me saludó en tono de broma: —¡Eh, tú, Falereo1! ¡Apolodoro! ¿Es que no me vas a esperar?
Así que me detuve a esperarlo y me dijo: —Precisamente, Apolodoro, te andaba buscando hace un rato porque me apetecía informarme [b] sobre 1 No se ha sabido determinar dónde estriba la broma: para algunos comentaristas la broma reside en un juego de palabras entre Phalereus («de Falero») y phalakros («calvo»; nótese que Apolodoro es reconocido desde atrás), mientras que otros subrayan el hecho de que le llame por el nombre de su demo o localidad de origen (el nombre ofcial de los atenienses estaba compuesto por su nombre de pila, seguido del patronímico y completado con el del demo de procedencia), lo que supondría emplear un registro demasiado formal para este encuentro casual entre dos conocidos.
la reunión que tuvieron Agatón, Sócrates, Alcibíades y el resto de gente que asistió en aquella ocasión al banquete, y sobre cuáles fueron sus discursos a propósito del amor. Alguien que los había escuchado por boca de Fénice, el hijo de Filipo, me los contó, y me dijo que tú también los conocías, pero como no supo referirme nada con detalle, cuéntamelos tú, ya que eres el más indicado para reproducir las palabras de tu amigo2. Pero, antes de nada —añadió—, dime: ¿estuviste tú en persona en esa reunión o no?
A lo que yo contesté:
[c] —Es evidente que el que te lo contó no te ha sabido decir nada con exactitud si crees que esa reunión por la que preguntas se produjo hace tan poco tiempo como para que yo pudiera asistir.
—Pues eso pensaba —respondió.
—Entonces, ¿de dónde te sacas eso, Glaucón 3 ? —dije—. ¿No sabes que hace ya muchos años que Agatón no vive aquí y que desde que frecuento la compañía de Sócrates y me ocupo día a día de conocer cada cosa que dice o hace aún no han pasado ni tres años? Hasta ese [173a] momento yo iba dando tumbos de un lado a otro, y aunque pensaba que lo que hacía tenía importancia, en realidad era más digno de lástima que cualquiera,
2 Es decir, Sócrates.
3 Se desconoce si este Glaucón es el hermano de Sócrates que aparece como interlocutor en La república, o si se trata del padre del Cármides, tío de Platón, que da nombre a otro diálogo platónico.
no menos que tú ahora mismo, que crees que es necesario ocuparse de cualquier cosa antes que de la flosofía.
A lo que replicó:
—No te burles de mí, y dime cuándo se celebró esa reunión.
Y entonces le dije:
—Cuando éramos todavía unos críos; cuando Agatón venció con su primera tragedia; un día después de que celebrara con los miembros del coro los sacrifcios por la victoria.
—¡Vaya —contestó—, parece que hace bastante tiempo! Entonces, ¿quién te lo contó a ti?, ¿el propio Sócrates? [b] —Por Zeus que no —respondí—; fue el mismo que se lo contó a Fénice, un tal Aristodemo, de Cidateneo, uno bajito que siempre va descalzo, y que había asistido al encuentro porque era uno de los enamorados más devotos de Sócrates por aquel entonces, según creo. No obstante, con posterioridad he consultado a Sócrates alguna de las cosas que escuché de Aristodemo y me confrmó punto por punto su relato.
—Entonces —dijo—, ¿por qué no me lo vas contando? Después de todo, el trayecto a la ciudad es idóneo para hablar y escuchar mientras caminamos.4
4 La estructura narrativa del Banquete es la más compleja de todos los diálogos de Platón, ya que existen dos planos: el relato que Apolodoro hace a sus amigos y la celebración del banquete en sí. Las palabras de Apolodoro se remiten a lo que Aristodemo, testigo presencial del banquete, le ha transmitido, incluidos los discursos. Dejando al margen la posibilidad de que mediante esta puesta en escena Platón
De modo que mientras caminábamos entablamos una conversación sobre ello, y [c] es por eso por lo que, como te dije al principio, no estoy mal preparado al respecto. Luego si es preciso que os lo cuente a vosotros también, así se hará. Además, por lo que a mí respecta, siempre que hablo sobre cuestiones de flosofía o escucho a otros hacerlo, aparte de pensar que me reporta cierto provecho, disfruto enormemente. En cambio, cuando se trata de otras cuestiones, concretamente las vuestras, las de los ricos y hombres de negocios, me agobio y me compadezco de vosotros, amigos, porque creéis que estáis haciendo algo de vital importancia, pero en realidad no lo hacéis. Puede que a su vez vosotros [d] penséis de mí que soy un infeliz, y creo que vuestra creencia es cierta; yo, sin embargo, no es que lo crea de vosotros, sino que lo sé con certeza. Amigo: Siempre estás igual, Apolodoro; siempre andas hablando mal de ti mismo y de los demás; me parece simplemente que nos consideras a todos, menos a Sócrates, unos desgraciados, empezando por ti mismo. Ignoro por completo de dónde sale ese mote de «el Blando»5 con que se referen a ti, porque en tus conversaciones siempre te comportas de una forma muy pretenda dar una sensación de verosimilitud, lo que el flósofo puede estar subrayando es, por un lado, la difcultad de acceder a la verdad (vemos que la obra se inicia con un «Me parece que…») y, por otro, la atracción erótica de su búsqueda.
5 Es en los instantes previos a la muerte de Sócrates donde, en contraste con la actitud hostil que aquí se observa, podemos contemplar a Apolodoro en su lado más entrañable; cf. Fedón 117d.
agresiva tanto contigo mismo como con los demás, excepto con Sócrates.
[e] Apolodoro: Queridísimo mío, ¿acaso resulta tan evidente que, con esta actitud hacia mí y hacia vosotros, estoy loco y desvarío?
Amigo: No merece la pena discutir ahora sobre esto, Apolodoro. Cíñete a lo que te hemos pedido, no a otra cosa, y cuéntanos cómo fueron esos discursos.
Apolodoro: De acuerdo, entonces; fueron más o menos así, pero mejor si trato de contároslo [174a] desde el principio, tal y como Aristodemo me lo contó a mí.
Me dijo, en efecto, que se encontró con Sócrates cuando acababa de darse un baño y se había puesto unas sandalias, cosas que rara vez hacía; y al preguntarle adónde iba tan arreglado, este le contestó:
—A una cena donde Agatón, porque ayer me escabullí de él en la celebración de su victoria por temor a la muchedumbre y quedé en visitarlo hoy. Por eso me he puesto elegante, para ir guapo a casa de un hombre hermoso. [b] Y tú —añadió—, ¿cómo verías eso de venir sin estar invitado a la cena? ¿Te apetece?
—Yo haré como tú mandes —me dijo Aristodemo que le respondió.
—Acompáñame, entonces —replicó Sócrates—, y así podremos echar por tierra, mediante una modifcación, el refrán ese de que a los banquetes de Agatón acuden por su cuenta los nobles. Lo cierto es que Homero no solo casi lo echa por tierra, sino que incluso puede que se burle de dicho refrán al mostrarnos a Agamenón como a un hombre excepcionalmente bueno [c] en lo referente a
la guerra, y a Menelao como a un tierno lancero;6 pues cuando Agamenón ofreció un festín en ocasión de un sacrifcio, hizo que Menelao acudiera a la comida sin haber sido invitado, de modo que el peor acudió al banquete del mejor.7
Al oír esto, Aristodemo me contó que su respuesta fue esta:
—Más bien, el peligro que voy a correr será (no como dices tú, Sócrates, sino como dice Homero), el de que, siendo yo un hombre corriente, acuda sin ser invitado al banquete de un hombre sabio. Así que, si me llevas, a ver qué excusa pones, porque yo no voy a reconocer [d] que he ido sin invitación, sino invitado por ti.
Juntos los dos —contestó— mientras hacemos camino, 8 decidiremos lo que hemos de decir. Vayamos, pues. Tras intercambiar estas palabras más o menos, me dijo Aristodemo que emprendieron la marcha. Sócrates, no obstante, quedándose de algún modo absorto en sus propios pensamientos conforme avanzaba por el camino,
6 Cita homérica; cf. Ilíada XVII, 587.
7 El refrán original es: «A los banquetes de los humildes acuden por su cuenta los nobles». Sócrates sustituye «de los humildes» por «Agatón», nombre prácticamente idéntico al término griego agathon («de los nobles»), por lo que echaría a perder el refrán al sonar así: «A los banquetes de los nobles acuden por su cuenta los nobles». Por su lado, Homero no solo echa por tierra el refrán, sino que lo subvierte al venir a decir justo lo contrario.
8 Nueva referencia homérica, aunque no literal: «cuando dos van juntos, uno se da cuenta antes que el otro de cómo obtener provecho»; cf. Homero, Ilíada X, 224.
se fue rezagando, y cuando el otro [e] se detuvo a esperarlo, él le mandó seguir adelante. Cuando llegó a casa de Agatón, se encontró la puerta abierta, y allí, según dijo, se vio en una situación un tanto ridícula: enseguida uno de los esclavos de la casa salió a su encuentro y lo condujo al lugar donde los demás estaban recostados, hallándolos en el preciso instante en que iban a empezar a comer. En cuanto Agatón lo vio, dijo:
—¡Aristodemo, llegas en el momento justo para unirte al banquete! Si vienes por otro motivo, déjalo para otra ocasión, ya que ayer te estuve buscando para invitarte, pero no te encontré. ¿Y Sócrates, cómo es que no lo traes contigo?
Y yo —dijo Aristodemo—, me di la vuelta, pero al ver que Sócrates no me seguía por ningún lado, le respondí que precisamente había venido con Sócrates a la cena, por invitación suya.
—Y bien que has hecho —replicó Agatón—, pero, ¿dónde está?
[175a] —Pues hace un momento venía detrás de mí, pero también yo me pregunto dónde puede estar.
—¡Esclavo! —ordenó Agatón— ¿Por qué no vas en busca de Sócrates y lo traes aquí? Y tú, Aristodemo —prosiguió—, acomódate junto a Erixímaco.
Aristodemo siguió contándome que mientras le lavaba un criado para que se pudiera recostar, otro de los esclavos llegó con este anuncio:
—Sócrates se encuentra apartado en el portal de los vecinos, ahí de pie, y por más que lo llamo se niega a entrar.
—¡Qué absurdo eso que dices! —contestó Agatón—. ¡Anda, llámalo, no sea que se te escape!
[b] Y Aristodemo, según me contó, le dijo:
—No, no, dejadlo; es una costumbre que tiene. A veces se aparta allá donde esté y se queda quieto; pero vendrá enseguida, creo yo; así que no lo molestéis, dejadlo.
—Bien, así se hará, si es lo que piensas —prosiguió Agatón—. Pero al resto de nosotros, esclavos, traednos la comida. Servidnos completamente a vuestro antojo, ya que nadie os vigila (cosa que jamás he hecho yo). Imaginaos, pues, que tanto yo como el resto hemos sido invitados a cenar por vosotros; cuidadnos para que os alabemos.
[c] A continuación —me contó Aristodemo— se pusieron a comer, pero Sócrates seguía sin llegar. Repetidamente Agatón daba orden de salir a por él, pero Aristodemo no se lo permitía. Hasta que al cabo de no mucho tiempo (no tanto como acostumbraba a entretenerse), por fn llegó Sócrates, cuando estaban a mitad de la comida más o menos. Entonces Agatón, que casualmente se encontraba recostado a solas en un extremo, dijo:
—Aquí, Sócrates, recuéstate junto a mí, para que, en contacto contigo, disfrute yo también [d] de eso tan sabio que se te ha ocurrido en el pórtico, pues es evidente que lo has encontrado y lo tienes en tu poder, de lo contrario no te habrías retirado de allí.
Entonces Sócrates tomó asiento y dijo:
—Sería estupendo, Agatón, si la sabiduría fuese de tal manera que fuyera de lo más lleno a lo más vacío de nosotros con solo tocarnos unos a otros, como el agua, que corre de la copa más llena a la más vacía a través de un
hilo de lana. Pues si la sabiduría es así, [e] es un gran honor encontrarme reclinado junto a ti. Pienso que a tu lado me veré colmado de abundante y hermosa sabiduría. La mía puede que sea algo vulgar, o incluso dudosa como un sueño, pero la tuya es radiante y posee mucho margen de mejora, ya que desde que eras un muchacho ha brillado intensamente, como ha quedado puesto de manifesto hace dos días ante más de treinta mil griegos como testigos.
—¡Qué insolente eres, Sócrates! —respondió Agatón—. Pero ya dirimiremos entre tú y yo esa cuestión acerca de la sabiduría un poco más tarde, echando mano de Dioniso como juez. Ahora atiende primero a la comida. [176a] Después de esto —prosiguió Aristodemo— Sócrates se recostó y cuando tanto él como los demás terminaron de comer, llevaron a cabo las libaciones, y, tras entonar un himno en honor del dios y cumplir con los demás usos rituales, se dispusieron a beber. Entonces —dijo— Pausanias tomó la palabra más o menos de este modo:
—Bien, señores, ¿de qué manera beberemos con mayor sosiego? Por mi parte he de deciros que mi estado es bastante lamentable a tenor de lo que bebí ayer, y necesito un respiro, y la mayoría de vosotros creo que igual, ya que también estabais presentes. Mirad, pues, [b] de qué manera podríamos beber con el mayor sosiego posible. Entonces dijo Aristófanes:
—Lo cierto, Pausanias, es que tienes razón en lo de disponer a toda costa una forma sosegada de beber, pues yo mismo soy uno de los que ayer se empaparon.
Al oírlos, intervino Erixímaco, el hijo de Acúmeno:
—Decís bien, pero todavía necesito oír a uno de vosotros cuántas fuerzas le quedan para beber; me refero a Agatón.
—Ninguna —respondió—; a mí tampoco me quedan fuerzas.
[c] —Menudo golpe de suerte sería para nosotros —añadió Erixímaco—, para Aristodemo, Fedro y estos de aquí, si vosotros, los que tenéis más aguante a la hora de beber, faqueáis ahora, porque, por lo que a nosotros se re f ere, siempre hemos sido unos f ojos. A Sócrates no lo cuento, pues es capaz de amoldarse a ambas situaciones, por lo que se conformará con cualquiera de las decisiones por la que nos decantemos. Ahora bien, como me da la impresión de que ninguno de los presentes parece dispuesto a beber mucho vino, quizá si yo os contara la realidad sobre el hecho de embriagarse, no encontraríais [d] esta situación tan decepcionante. Creo que resulta más que evidente, por mi experiencia médica, que la embriaguez resulta nociva para los hombres. Personalmente, yo no sería partidario de beber más de la cuenta ni tampoco se lo aconsejaría a otro, especialmente con la resaca del día anterior.
Contó Aristodemo que en ese punto Fedro de Mirrinunte tomó la palabra:
—Desde luego que yo acostumbro a hacerte caso sobre todo en lo que se refere a cuestiones médicas, pero ahora, si se lo piensan bien, también lo hará el resto.
[e] Tras oír esto, todos convinieron en que en esa ocasión el encuentro no se desarrollara en estado de
embriaguez, sino que bebieran con la intención de sentirse a gusto.
—Pues bien —prosiguió Erixímaco—, dado que hemos acordado beber lo que cada cual desee, y sin obligación alguna, mi siguiente propuesta es que podamos despedir a la fautista que acaba de entrar, y que toque para sí misma o, si le apetece, para las mujeres de ahí dentro, pero que nosotros pasemos la velada de hoy conversando unos con otros. Incluso, si os apetece, me gustaría proponeros un tema de conversación.
[177a] Todos dijeron que les encantaría, y le animaron a que lo propusiera, por lo que Erixímaco dijo:
—Haré el preludio de mi intervención al modo de la Melanipa de Eurípides, pues no es mía la historia que me dispongo a contar,9 sino de Fedro, aquí presente. Así es; no hay ocasión en que Fedro no me diga con enfado: «¿No es tremendo, Erixímaco, que todos los demás dioses [b] tengan himnos y peanes10 compuestos por poetas, pero que a Eros, tratándose de un dios tan antiguo e importante, ni uno solo de los poetas que han existido le haya compuesto jamás una loa? Por otro lado, si te paras a mirar a nuestros versados sofstas, estos escriben alabanzas en prosa de Heracles y compañía, como
9 Obra perdida de Eurípides, de la cual se conserva, no obstante, el verso completo al que se hace referencia: «No es mía la historia, sino que viene de mi madre».
10 El peán era un canto coral dirigido originariamente al dios Apolo que más tarde se generalizó para el resto de los dioses. Su nombre deriva de Peón, epíteto de Apolo, en su condición de dios «sanador».
ocurre con el magnífco Pródico.11 Aunque esto puede que no sea tan sorprendente, porque yo ya me he tropezado con cierto libro de un sabio [c] en el que unas sales recibían un increíble elogio por sus benéfcas propiedades, y así podrías ver elogiado un montón de cosas de este tipo. ¡Que se haya puesto tanto afán en estas cuestiones y que hasta el día de hoy ningún hombre se haya atrevido a celebrar jamás a Eros como se merece! ¡Qué manera de descuidar a tan gran dios!». A mí esto que dice Fedro me parece acertado, por eso deseo complacerle ofreciéndole mi contribución, y al mismo tiempo considero que es una buena oportunidad para que [d] nosotros, los aquí presentes, honremos al dios. Así que, si vosotros estáis también de acuerdo, tendremos en nuestras palabras sufciente materia de discusión. Opino, por consiguiente, que cada uno de nosotros, de izquierda a derecha, debe pronunciar un discurso de alabanza, lo más hermoso posible, en honor de Eros. El primero en comenzar será Fedro, ya que se encuentra recostado en primer lugar y es además el padre de la conversación. —Nadie, Erixímaco —dijo Sócrates—, votará contra ti, pues, al menos yo, que afrmo no entender nada [e] acerca de ningún otro asunto que no sea el amor, no me podría negar, como tampoco Agatón, ni Pausanias, ni desde luego Aristófanes, para quien todo su interés
11 El sofsta Pródico de Ceos (ca. 460-ca. 394 a.C) aparece retratado en varios diálogos de Platón, no sin cierta ironía, como especialista en distinguir matices de palabras con signifcados en apariencia iguales.
gira en torno a Dioniso y Afrodita, ni ningún otro de estos que veo aquí. Aunque no vamos a estar en igualdad de condiciones los que nos encontramos recostados en el último lugar. No obstante, si los que nos preceden se expresan de manera satisfactoria y adecuada, eso nos bastará. Y, ahora, buena suerte a Fedro en su comienzo y que proceda con su encomio de Eros.
Ante estas palabras los demás asintieron unánimemente, y le instaron a lo mismo [178a] que Sócrates. Por supuesto, de todo lo que cada uno dijo, ni Aristodemo se acordaba por completo, ni yo, a mi vez, recuerdo todo lo que él me contó; pero de entre las cosas que a mí me parecieron especialmente dignas de recordar, os referiré lo que cada cual dijo en su discurso.
Discurso de Fedro
Como digo, según refrió Aristodemo, Fedro tomó la palabra en primer lugar y se expresó más o menos en el sentido de que Eros es un dios grande y admirable tanto para los hombres como para los dioses por muchos y diferentes motivos, entre los [b] cuales, y no el menor, estaba el de su origen:
—Pues el hecho de ser el dios más antiguo —apuntó— es un honor, y la prueba de ello es que Eros no tiene padres, ni estos son mencionados por nadie, ya sea narrador o poeta, sino que Hesíodo afrma que lo primero que existió fue el Caos
…y a continuación
Gea, de ancho seno, sede siempre segura de todas las cosas, y Eros…12
También Acusilao se muestra de acuerdo con Hesíodo en que tras el Caos nacieron estos dos dioses, Gea y Eros, mientras que Parménides sostiene respecto a su origen que fue a Eros al primero de todos los dioses que concibió.13
[c] De modo que es un hecho comúnmente aceptado que Eros es con diferencia el más antiguo de los dioses, y por ser el más antiguo es para nosotros la causa de los mayores bienes. Pues al menos yo no alcanzo a decir que exista para quien estrena su juventud mayor bien que un amante virtuoso, ni para un amante nada mejor que un joven amado. No en vano, aquello que debe guiar durante toda la vida a los hombres que pretenden conducirse honradamente a través de ella, eso, ni los lazos familiares, ni los honores, ni [d] la riqueza ni ninguna otra cosa lo infunden tan bien como el amor. ¿A qué me refero?
12 Hesíodo es el autor del poema épico Teogonía, donde se narra el nacimiento de los dioses. La cita corresponde a los versos 116-120 (omitiendo los versos 118 y 119) de dicha obra.
13 Acusilao es un recopilador de mitos cuya obra no nos ha llegado. La cita de Parménides (s. V a. C.) aparece recogida como el fragmento 13 de la recopilación de testimonios de flósofos presocráticos debida a Hermann Diels y Walther Kranz.
Al sentimiento de vergüenza ante las acciones vergonzosas y a la aspiración a actuar con nobleza, ya que sin estos sentimientos no hay ciudad ni individuo capaz de llevar a cabo empresas grandes y nobles. De hecho, sostengo que en el caso de que un hombre enamorado fuera descubierto cometiendo una acción vergonzosa o sufriéndola a manos de otro sin defenderse por cobardía, no le causaría tanto dolor ser visto por su padre, por sus amigos o por otro cualquiera como por su joven amado. La misma situación la [e] observamos en el caso del amado, que se siente particularmente avergonzado ante sus amantes cuando se ve envuelto en alguna circunstancia embarazosa. Si existiera, pues, un mecanismo por el que se creara una ciudad o un ejército de amantes y amados, no habría un modo mejor de administrar la comunidad resultante que absteniéndose de [179a] realizar cualquier acción vergonzosa y emulándose mutuamente en el honor. Combatiendo codo con codo, tales hombres vencerían al resto de los mortales, aunque, por así decirlo, fueran un puñado, ya que un hombre sin duda encajaría peor ser visto abandonando la formación o arrojando el escudo por su enamorado que por cualquier otra persona, y preferiría mil veces morir antes que eso. Y en cuanto a dejar abandonado a su joven amante o no acudir en su auxilio cuando se encuentra en peligro, nadie es tan mezquino que el mismo Eros no le infunda coraje y le equipare al que es valeroso por [b] naturaleza. Por decirlo de forma simple: cuando Homero habla de que un dios inspira furor en algunos héroes, ese es el efecto que Eros procura a los enamorados, como si brotara de sí mismo.
Es más, los enamorados son los únicos dispuestos a dar su vida por alguien, y no solo los hombres, sino también las mujeres. De cara a argumentar esto ante los griegos, Alcestis, la hija de Pelias, nos proporciona un testimonio más que sufciente, siendo la única dispuesta a morir en lugar de su esposo, a pesar de que él aún contaba con su padre y su [c] madre. Debido a su amor, tanto los superó ella en afecto, que a estos les demostró que eran unos extraños para su hijo y que eran familia solo de nombre. Con su comportamiento, tanto a los hombres como a los dioses les pareció que había ejecutado una acción tan hermosa que, a pesar de que son muchos los que han obrado muchas hermosas acciones, apenas son un puñado aquellos a los que los dioses les concedieron el privilegio de que su alma ascendiera del Hades; sin embargo, sí que permitieron que Alcestis [d] regresara en señal de admiración por lo que hizo.14 Hasta tal punto los dioses honran especialmente el compromiso y la valentía en el amor.
A Orfeo, el hijo de Eagro, por el contrario, lo expulsaron del Hades con las manos vacías tras mostrarle a duras penas el fantasma de su esposa, por la que había acudido hasta allí. Y no se la entregaron porque, como músico que era, les pareció un pusilánime por no haberse
14 Alcestis es la esposa de Admeto. Este había recibido de Apolo el favor de, una vez llegada su hora, ser liberado de la muerte si alguien se ofrecía a morir en su lugar. Se ofreció su esposa Alcestis, quien, según la tragedia homónima de Eurípides, habría sido devuelta a la vida por Heracles.
atrevido a morir en nombre del amor como Alcestis, sino que se las había ingeniado para entrar con vida en el Hades. Por ese motivo le infigieron un castigo e [e] hicieron que su muerte llegara a manos de mujeres.15 Por el contrario, a Aquiles, el hijo de Tetis, le rindieron honores y lo enviaron a las Islas de los Bienaventurados porque aun habiendo sido advertido por su madre de que moriría si mataba a Héctor, pero que si no lo hacía podría regresar a su patria, donde moriría de viejo, tuvo la valentía de preferir, en defensa y en venganza de su amante Patroclo, no ya entregar su [180a] vida por él, sino darla cuando aquel ya estaba muerto. De ahí que, llenos de admiración, los dioses le rindieran excepcionales honores por mostrar cuánto quería a su amante. Esquilo no sabe de lo que habla cuando dice que Aquiles era el amante de Patroclo, pues no solo era más bello que Patroclo, sino que todos los demás héroes juntos, además de que todavía no le había salido barba y era por tanto mucho más joven que él, como bien dice Homero.16
15 Orfeo es el legendario músico que bajó al Hades en busca de su esposa. En la versión más conocida del mito —la que ofrece Fedro solo está atestiguada aquí—, Hades le prometió la devolución de su esposa Eurídice si él salía del inframundo sin volver su vista. Sin embargo, para asegurarse de que su esposa le seguía, Orfeo miró hacia atrás, perdiéndola para siempre. Su muerte llegó, en efecto a manos de las seguidoras de Dioniso, que lo despedazaron al sentirse despreciadas por él.
16 Cf. Homero, Ilíada XI, 786-787. En la Ilíada la relación amorosa entre los dos héroes no aparece expresada explícitamente, pero en la tragedia perdida de Esquilo titulada Mirmídones, sí.
Porque en realidad, aunque los dioses honran de forma especial esa [b] virtud que envuelve al amor, la admiran, la disfrutan y la recompensan aún más cuando el amado muestra su afecto al amante que cuando el amante lo hace a su joven amado, ya que el amante, al estar inspirado por un dios, supera en divinidad al amado. Por este motivo, dispensaron un mayor honor a Aquiles que a Alcestis, enviándolo a las Islas de los Bienaventurados. Y esa es mi postura al respecto: el amor es el más antiguo y venerable de los dioses, además de poseer el poder absoluto a la hora de que los hombres adquieran virtud y felicidad ya estén vivos o muertos.
Discurso de Pausanias
[c] Este, más o menos, fue el discurso que, según Aristodemo, pronunció Fedro. Detrás de él hablaron algunos otros de los cuales no se acordaba del todo bien, de modo que los dejó de lado y pasó a contarme el discurso de Pausanias, quien se expresó en los siguientes términos:
—Me da la impresión, Fedro, de que no hemos enfocado correctamente la cuestión, si de lo que se trata es de hacer simplemente un encomio de Eros. De hecho, si existiera un solo Eros, sería perfecto, pero el caso es que no hay uno solo, y al no haber uno solo, sería más correcto [d] determinar de antemano a quién se ha de elogiar. Por lo tanto, trataré de enmendar este error, estableciendo en primer lugar a qué Eros hay que ensalzar,
