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Julio Llamazares El valor del agua

Ilustraciones de Antonio Santos

Nørdicalibros 2024

© Julio Llamazares, 2011

© De las ilustraciones: Antonio Santos

© De esta edición: Nórdica Libros S. L.

C/ Doctor Blanco Soler, 26 - C. P. 28044, Madrid

Tlf.: (+34) 917 055 057 info@nordicalibros.com

Primera edición: febrero de 2024

ISBN: 978-84-19735-99-7

Depósito Legal: M-1142-2024

IBIC: FA

Thema: FBA

Impreso en España / Printed in Spain

Gracel Asociados

Alcobendas (Madrid)

Diseño de colección: Diego Moreno

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Cierra el grifo, que se gasta el agua.

Siempre que Julio se dejaba un grifo abierto, escuchaba a su abuelo repitiéndole lo mismo: «Cierra el grifo, que se gasta el agua». O bien: «No malgastes el agua, que cuesta mucho».

Parecía como si el hombre no pensara en otra cosa más que en el agua.

Aunque, a decir verdad, el abuelo debía de pensar mucho. Se pasaba las horas sentado en su butaca del salón o en cualquier banco del parque absorto en sus pensamientos. Rara vez hablaba con otras personas y menos en la casa, donde nadie parecía tener interés en lo que dijera. Solo sus nietos, hasta que se hacían mayores.

El abuelo era muy viejo. Tenía los ojos claros y la mirada viva e inteligente, pero andaba encorvado y con torpeza, como si llevara un saco a la espalda. Eran los años, que le pesaban; los largos años de trabajo, que comenzaron, según decía, cuando tenía la edad de Julio y ayudaba ya en las fincas a sus padres y subía al monte todos los días con la comida para el pastor. No como ahora —decía por los hermanos de Julio, que ya eran adolescentes—, que los chicos llegan a los dieciocho años sin saber lo que es trabajar.

El abuelo lo supo toda su vida. Primero allí, en su pueblo, con el ganado y la agricultura, y luego, ya en la ciudad, trabajando en varios oficios. Aunque el que le duró más tiempo fue el de conserje municipal, trabajo que consiguió gracias a la recomendación de un pariente suyo que trabajaba en el Ayuntamiento y en el que se jubiló después de treinta años de servicio. Desde entonces, el abuelo se pasaba el día sentado o paseando por el parque, la mayoría de las veces solo.

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