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Ilustraciones de María Simavilla

Primera edición: junio de 2022

Diseño de la cubierta: Ariadna Oliver

Maquetación: Endoradisseny

© 2022, Sofía Rhei, por el texto

© 2022, María Simavilla, por las ilustraciones

© 2022, La Galera, SAU Editorial, por esta edición

Dirección editorial: Pema Maymó

La Galera es un sello de Grup Enciclopèdia

Josep Pla, 95 08019 Barcelona

www.lagaleraeditorial.com

Impreso en Cachiman Gràfic

Depósito legal: B-3.807-2022

ISBN: 978-84-246-6622-4

Impreso en la UE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que pueda autorizar la fotocopia o el escaneado de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.

Para el pequeño Oliver Julius

VIolví la cabeza para mirar hacia atrás mientras galopaba a toda velocidad.

Vi que mi hermana me estaba empezando a ganar terreno.

—¡Arre, Azucarillo! —exclamé.

Azucarillo es uno de nuestros caballos. A pesar de su nombre, algo ridículo, es el único capaz de acercarse al ritmo de Relámpago, que, como su propio apodo indica, es el más veloz de todos.

Arabella siempre se las apaña para montar a Relámpago. Con sus artimañas de niña mimada, siempre consigue que nuestro padre le permita hacer lo que le venga en gana. Desde que murió mamá, mi padre es incapaz de decirle que no a nada a mi hermana mayor.

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—¡Por aquí! ¡Más rápido! —seguí azuzando a mi caballo.

Aquella carrera solo tenía dos reglas: no se podía acortar camino por el bosque ni por la propiedad del vecino. Por supuesto, Arabella había atajado por la finca de Mr. Sourspoon, así que no tuve más remedio que entrar con Azucarillo en el bosquecillo que bordeaba nuestras tierras.

El suelo era un poco más incómodo para Azucarillo por la espesa capa de hojas húmedas que lo cubrían, pero era un caballo joven y no tenía problema de reflejos para evitar los árboles. Sin embargo, no iba tan deprisa como era necesario en aquella ocasión, y yo estaba empeñado en ganar la carrera, así que tuve que usar las espuelas.

Por supuesto, mi padre no me dejaba utilizarlas, porque decía que era cruel hacia los animales, y de hecho, nunca me había comprado ningún par. Pero yo mismo me las había fabricado, con dos tenedores de plata robados de las cocinas, por los que la cocinera había pasado semanas lamentándose, y un ingenioso sistema de cintas retráctiles que me permitía guardarlos dentro de las suelas de las botas. Aquel pequeño invento hacía que, in-

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cluso llevando a Azucarillo, tuviera posibilidades de ganar a Arabella y su Relámpago.

Sentí que el cuerpo de mi caballo daba un respingo de dolor cuando le clavé los tenedores afilados de mis botas en los flancos, pero el efecto fue inmediato: salió disparado. Una rama húmeda me golpeó la cara, y otra me desgarró ligeramente la camisa, pero no importaba. Lo único que tenía en la cabeza era ganar aquella carrera.

En la meta nos esperaba John, el hijo del jardinero. A lo mejor no debería llamarle así, supongo que podría decir que es mi amigo. Sin embargo, eso de tener amigos no encaja demasiado con mi carácter. Supongo que las personas están bien, pero me interesan más otras cosas. Como, por ejemplo, ganar.

—¡Venga, Azucarillo! ¡Si llegas el primero te daré… un azucarillo!

No podía pensar demasiado yendo tan deprisa, la verdad. Podría haber dicho «una zanahoria» o cualquier otra cosa. Quizá darle un azucarillo a un ser llamado «Azucarillo» podía ser considerado canibalismo. El tío Theodosius nos contaba, a veces, historias de caníbales. Eran muy entretenidas.

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Estaba a punto de salir del bosque por el campo de críquet, y después, llegaría a la explanada trasera de los establos, donde estaba la meta. Y hasta salir del bosque no podría volver a ver por adónde iba mi hermana… tenía que darme prisa.

Volví a espolear a Azucarillo, que dio otro respingo. Esta vez su sobresalto fue mayor que antes, y se desvió ligeramente de la dirección que yo le estaba marcando.

—¡No, por ahí no! ¡Cuidado!

Nos dirigíamos de cabeza hacia un avispero. Bueno, yo me dirigía de cabeza hacia él, porque era mi cabeza la que quedaba a su altura. Intenté agacharme, pero no fui lo bastante rápido, y le asesté un tremendo cabezazo al nido de avispas.

No me hice tanto daño como había previsto, así que debe de ser cierto eso que dice frau Weiss de que tengo la cabeza muy dura. Pero los que sí se mosquearon bastante, o quizá debería decir «se avisparon», fueron esos pequeños demonios amarillos, que se pusieron a perseguirnos como si hubiéramos insultado a su madre.

—¡Corre, Azucarillo!

En realidad, no hacía falta que se lo dijera, por-

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que ya se había dado cuenta él de que allí era necesario darse bastante prisa si no queríamos acabar hechos un muestrario de picaduras. Sentí que el aguijón de uno de los bichos me acertaba en el cuello, y mi caballo también debió de recibir más de un picotazo, porque aceleró el ritmo como si le hubiera clavado las espuelas hasta el hígado.

Al salir del bosque, vi que llevaba una ligera ventaja sobre Arabella. Respiré hondo, eufórico, y puse toda mi atención en mantener la delantera. Nos habíamos apostado que el ganador tendría derecho a comerse los pasteles de queso correspondientes al otro durante dos semanas.

Alguien que no haya estado invitado a nuestra casa y los haya probado podría preguntarse qué tienen de especial esos pasteles para que merezca la pena tanto esfuerzo por conseguirlos… Son pequeñas delicias de hojaldre, crujientes por fuera, pero por dentro están rellenos de una crema de queso fundido que te llena la boca con su delicioso sabor. Son el orgullo de la cocinera, y solo los hace algunos martes, porque su día libre es el miércoles y está de buen humor, y cuando hay alguna celebración, bajo petición expresa de mi padre. Solo

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de pensar en ellos se me hacía la boca agua. Pero lo importante no era conseguir un premio: era la competición en sí misma.

Arabella y yo galopábamos furiosamente hasta la meta, y allí estaba John, esperando para ver cuál de los dos ganaba. Giré la cabeza para ver a mi hermana… y vi cómo se sacaba algo del pelo, y después llevaba esa mano hacia el cuello de Relámpago.

El caballo de Arabella empezó a correr mucho más rápido, y de repente comprendí por qué. ¡La muy tramposa había utilizado su alfiler del cabello para clavárselo al pobre animal!

Espoleé de nuevo a Azucarillo, ya muy cerca de la línea de llegada. Como notaba que estaba cansado, le di dos toques en lugar de uno. Para avanzar más rápido y no oponer resistencia al aire, estaba tan inclinado sobre la grupa que apenas veía…

Y por fin llegué a la meta.

Al mismo tiempo que Arabella.

—John, ¿lo has visto? ¿Quién ha llegado antes?

La muy pérfida de mi hermana solo llama a John por su nombre cuando quiere conseguir algo

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