22360c

Page 8

presentaciones

Las son incómodas, especialmente en la cocina de un restaurante, donde todo el mundo se dedica a evaluar a todo el mundo y nadie va a molestarse en aprenderse tu nombre hasta que no hayas participado en la batalla del servicio las noches suficientes como para demostrar que no vas a dejarlos tirados. La mejor manera de superar esa fase es trabajar como el que más. Me llamo Christina Tosi. Tengo veintinueve años. Abrimos Momofuku Milk Bar seis días después de que cumpliera los veintisiete. Nunca pensé que estaría donde estoy hoy. Nací en Ohio y me crie en Virginia. Mis abuelas son unas reposteras apasionadas, unas mujeres solícitas y unas jugadoras de cartas implacables. A las matriarcas de mi familia les encanta hacer galletas y pasteles para todo tipo de ocasiones, importantes o triviales: cumpleaños, colectas… O, la mayoría de las veces, simplemente porque sí. Los miembros de mi familia, tanto por parte de madre como de padre, tenemos debilidad por los dulces; algunos poseen un gusto más refinado que otros y los hay también comedidos. Mi madre es incapaz de resistirse a un helado porque no puede soportar la idea de irse a la cama con el estómago «vacío». Para mi padre no suponía ningún dilema sustituir cualquier comida del día por un cucurucho de helado de chocolate. Mi caso es mucho peor, lo reconozco. Que yo recuerde, siempre he tenido un serio problema con la masa de galletas. Cuando éramos pequeñas, a mi hermana mayor y a mí nos dejaban echar una mano en la cocina. Como la mayoría de los niños, solíamos lamer el batidor después de preparar masa de galletas, pero para mí eso no era suficiente. Le daba forma a una galleta y a continuación me zampaba un puñado de masa; o me atiborraba de ella sin más hasta que mi abuela me pillaba y me regañaba con su estridente acento rural, ya que, según ella, podría ocurrirme una combinación de lo siguiente: (a) se me quitarían las ganas de comer, (b) me dolería la barriga o (c) pillaría una salmonelosis (a la salmonelosis recurría únicamente cuando yo me las había ingeniado para acabar con casi toda una tanda de masa, algo que sucedía con más frecuencia de lo que ella creía). Mis abuelas acabaron prohibiéndome que las ayudara; además, ya iba siendo hora de que aprendiera a valerme por mí misma. Fue entonces cuando comencé a tomarme la repostería en serio. Adopté sus mismos hábitos. Hornear era algo que podía, debía y, de hecho, hacía a diario también en mi cocina. No desperdiciaba nada y todo lo que preparaba tenía carácter. Incorporaba sobras a las creaciones del día siguiente y me esforzaba por darle un giro novedoso a las recetas clásicas. En el instituto y la universidad, me enamoré locamente de las matemáticas y los idiomas. La repostería era un pasatiempo, no una profesión. Mientras estudiaba en la facultad en Virginia fui camarera en un restaurante hasta que me permitieron trabajar por las mañanas como cocinera de preparación. Todos los días aprovechaba el tiempo libre para elaborar dulces en mi piso y se los ofrecía a mis compañeros de trabajo y de clase. Yo era la chica que siempre aparecía con galletas, pasteles o tartas. Siempre. Sobre, todo si era el cumpleaños de alguien. Durante dos veranos seguidos, una buena amiga mía logró convencer a los mandamases de un centro de congresos de Star Island (New Hampshire) para que me contrataran como ayudante en la pastelería del recinto. Panes y dulces para setecientas personas, tres comidas al día. Empezábamos temprano y terminábamos tarde. No hablaba con gente normal sobre temas normales; me dedicaba en cuerpo y alma a la repostería y llamaba a mi madre (y a mi hermana) de vez en cuando. Estaba entusiasmada.

7

Momofuku Milk Bar_4p_00_r1.indd 7

27/9/19 10:42


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.