22323C

Page 1


Almas flexibles FERNANDO FERNÁNDEZ

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 3

04/05/21 10:30


Les plus belles âmes sont celles qui ont plus de variété et de souplesse. MICHEL DE MONTAIGNE

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 5

04/05/21 10:30


Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 6

04/05/21 10:30


A Verónica Chicurel

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 7

04/05/21 10:30


Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 8

04/05/21 10:30


I

M

e contagié del virus SARS-CoV-2 el domingo 31 de mayo de 2020. Hasta ahora, aunque han pasado poco más de siete meses desde que aquello ocurrió, no había contado la experiencia de cuanto viví sino apenas a un puñado de familiares y amigos. No lo hice, primero, por una mezcla de vergüenza y pudor: no me sentía capaz de confesar que, a pesar de todas las advertencias, dichas en todos los tonos y las maneras posibles, había terminado contagiándome. Luego, cuando la enfermedad empezó a avanzar, y unos días después, cuando empeoró al grado de tener que internarme en un hospital a cuyas puertas llegué con fiebre, pálido y exhausto, y con oxigenación insuficiente en sangre, y especialmente más tarde, cuando me vi debajo de una agresiva cascada de sustancias químicas, intenté, callándomelo, evitar lo que temí que podría convertirse en una segunda cascada acaso tan agobiante como la primera, hecha de la preocupación de mis familiares y mis amigos cercanos, pero sobre todo de la curiosidad, sana o malsana, y del morbo que el anuncio de mi enfermedad y la deriva que había tomado inevitablemente harían caer sobre mí. Hecho a la idea de no decirlo, cinco días después, al dejar el hospital para iniciar una larga convalecencia en casa, no encontré motivos suficientes para romper un silencio que no sólo me había librado de la obligación de informar lo que me estaba 9

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 9

04/05/21 10:30


FERNANDO FERNÁNDEZ

ocurriendo, sino que, me pareció entonces, empezaba a ser parte de la terapia de curación. Así, en las semanas y los meses siguientes, contándolo aquí o allá, porque salió a la conversación o fue necesario explicar alguna actitud o justificar alguna circunstancia en la que no pude actuar como se esperaba de mí, fui relatando, mayormente de manera sucinta y a grandes rasgos, la historia que hoy pongo por escrito. Mi decisión de referirla ahora se explica por varias razones: primero, ya que me he curado, porque pienso que de esta forma terminaré de sacarme de encima la experiencia de la enfermedad que padecí, como si con ello me sacudiera sus últimas secuelas. En segundo lugar, porque creo que de ese modo podré no solamente entender cuanto me sucedió, sino también conformar un testimonio coherente y lo más completo posible de lo que he atravesado, escrito cuando los hechos estaban todavía frescos en mi memoria. No menos que todo eso, porque creo que vale la pena hacerlo: un año después de la aparición, en la otra punta del planeta, de un virus que ha provocado millones de muertes y contagios en el mundo entero, y que, al menos por ahora, ha modificado sustancialmente nuestras vidas, cuando se aplican las primeras vacunas para contrarrestar su poder de expansión y hacer algo contra su errático y letal comportamiento, seguimos enterándonos de aspectos, del virus mismo y de la enfermedad que provoca, que desconocíamos o conocíamos en parte, y estamos a oscuras respecto a otros. Mi caso, sin aspirar a que sea ejemplar en ningún modo, quizás pueda aportar algunos detalles útiles a quien estudia la enfermedad o a quien la padece o va a padecerla, en particular los que se mantienen misteriosos para mí. Aquellas semanas de primavera cuando, casi de un día para otro, la ciudad quedó paralizada, no tuve ningún obstáculo para seguir con mi rutina y mis costumbres tal y como habían 10

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 10

04/05/21 10:30


ALMAS FLEXIBLES

sido durante los últimos meses. Es más: de pronto todo se volvió incluso más propicio para llevar adelante mi principal objetivo de entonces: trabajar en completa calma; visitar a mi padre, hombre de 85 años, buena salud y espléndido sentido del humor, con quien me había unido siempre una gran amistad; leer, todo lo posible, oír música y ver cine. Para aspirar el aire puro y estirar las piernas, en especial porque las albercas estaban cerradas y no estaba acostumbrado a hacer ningún otro ejercicio, todos los días realizaba una larga caminata por el bosque de Chapultepec. Quizás sólo algún día primero de año se habían vivido el silencio y la tranquilidad absolutas en el barrio algo neurótico e inestable donde vivo desde hace tres lustros. Aquella tranquilidad, ese silencio, resultaban especialmente manifiestos en un rincón de barrio atrapado entre una gran avenida y una vía rápida, colmado de negocios, tiendas y restaurantes, oficinas de gobierno y empresas privadas, en donde están, además de todo eso, en apenas unas cuantas calles, dos de los rascacielos más altos de Latinoamérica. Más llamativo era todavía para mí, que había pasado la infancia en la colonia vecina, a sólo unas calles de distancia, del otro lado de la vía rápida, el Circuito Interior, el cual hace de límite entre ambos barrios. Límite abrupto, por cierto, y no sólo por la violencia con la que pasan día y noche los automóviles, los camiones y las motocicletas, sino también porque uno de los dos barrios, la colonia Cuauhtémoc, en el que vivo en la actualidad, está unos metros más abajo, en un pronunciado desnivel respecto del otro, Anzures, lo que se debe al río que corría entre ellos y cuyo lecho era la vía rápida que ahora los separa. Hace cincuenta años, cuando yo era niño, el desnivel entre ellos lo libraba con encantadora suavidad y en moroso declive un parque que empezaba allá arriba, en donde acaba Anzures, 11

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 11

04/05/21 10:30


FERNANDO FERNÁNDEZ

y venía a terminar aquí abajo, en donde empieza Cuauhtémoc. Aquella suerte de loma de talud verde, extensa, salpicada de juegos infantiles, fue destruida por el insensato crecimiento de la ciudad, que la sepultó debajo de una estructura de concreto de forma curvilínea cuya única función es desahogar los miles de automóviles que descienden, en fila constante, como una serpiente metálica de coloridas escamas, de Anzures a Cuauhtémoc. Durante los días de abril de 2020 me causaba una honda impresión contemplar esos lugares poco antes convulsos y frenéticos, detenidos como por arte de encantamiento, y me gustaba imaginar que más o menos así debieron de ser medio siglo atrás. Sólo de cuando en cuando se dejaban ver, en la punta de una calle, sobre la banqueta o el arroyo de los coches que ya no pasaban, algunos músicos callejeros arrancados a los lugares donde solían ganarse la vida, un campesino con una trompeta abollada y una niña que aporreaba un pequeño tambor y recogía las monedas que le tiraban de balcones y ventanas, una marimba tocada a cuatro manos, un organillero. El último sábado de marzo, poco después del mediodía, sin duda porque ya nadie asomaba por el bosque de Chapultepec pero las autoridades todavía no se habían decidido a cerrarlo al público, viví una pequeña pero notable aventura, imposible del todo punto hasta entonces y me parece que difícilmente repetible en el siempre populoso lugar: subí a lo alto del cerro, hasta las puertas mismas del Museo Nacional de Historia, en la más completa de las soledades. Pero el lugar que más frecuenté desde que lo descubrí en los días de parálisis urbana es un espacio de profuso arbolado con forma de triángulo, tal como luego comprobé con un plano del bosque delante. Si los lados del triángulo los hacen las calles de Rubén Darío y Campos Elíseos, que confluyen en la punta superior, en donde está la embajada de Australia, la base es la 12

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 12

04/05/21 10:30


ALMAS FLEXIBLES

calle de Gandhi (base en toda regla, aunque de trazo un tanto cóncavo), hacia la mitad de la cual se alza el monumento al político y filósofo indio que da nombre a la calle. Di con él apenas entonces, a pesar de tenerlo bien ubicado y ser un lugar muy concurrido, sobre todo por los corredores que aprovechan una pista de arcilla de un kilómetro trazada entre los árboles. Vacío de deportistas, fresco en las horas más calientes del día, colmado de árboles frondosos de diversas especies, aquel camino solitario bajo la sombra se convirtió en el lugar predilecto de mis paseos. Mis días eran rutinarios y sencillos: trabajaba toda la mañana en una investigación sobre el poeta López Velarde que planeaba dar a conocer en su aniversario luctuoso, el 19 de junio, cuando iban a cumplirse 99 años de su muerte. Hacia la una del mediodía me encaminaba al bosque por calles fantasmales de despobladas, bajo los rayos más radiantes del sol primaveral. Daba tres o cuatro vueltas al camino de grava, metido en todo género de pensamientos, sin dejar nunca de echar un ojo al entorno. Uno de esos días, por ejemplo, me di cuenta de que los árboles del bosque de Chapultepec, o la inmensa mayoría de ellos, tenían clavado a buena altura del suelo un pequeño rótulo de plástico con los números extrañamente puntuados de algún tipo de clasificación. Como las impetuosas lluvias tropicales de la Ciudad de México las arrancaban del clavo con que estaban fijadas en los troncos, a veces era posible encontrar pedazos sueltos de esos rótulos sobre la tierra. Además de las especies propias del bosque, los aligustres y los fresnos, uno que otro ahuehuete, reparé en diversos individuos notables y en particular en uno de ellos, de un género desconocido para mí, a un costado del monumento a Gandhi, que se levanta un par de metros en sentido vertical y luego se dobla dramáticamente en un ángulo de noventa grados y se extiende 13

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 13

04/05/21 10:30


FERNANDO FERNÁNDEZ

a continuación otros ocho o diez metros en paralelo al suelo. O en un supremo eucalipto rodeado a prudente distancia de tres o cuatro tímidos congéneres, a cuyos pies, en el claro que naturalmente se produce alrededor de su presencia magnífica, había siempre una menuda pedacería de desechos no aprovechables, tiras sueltas de su corteza desprendible, miles de hojas lanceoladas, secas muchas de ellas, otras recientemente caídas, e infinidad de palos y troncos de los más distintos tamaños y proporciones, como si fuera el suelo abundante en residuos de una carpintería en marcha. Al volver a casa, con todo tipo de cuidados debidos a la emergencia sanitaria, que nunca dejé de tener presente, me quitaba parte de la ropa y los zapatos a la puerta y después de un generoso lavado de manos y un buen baño de agua caliente, ponía a hervir unas verduras y hacía un arroz o una pasta, cocinaba unos garbanzos o unas lentejas, y dormía luego una buena siesta. Por la tarde, estaba libre para leer, o trabajar otro rato… Me sentía ligero y lleno de energía. Me había cortado el pelo casi al ras, lo que acrecentaba mi sensación de ligereza. No ignoraba, por supuesto, lo que estaba pasando en Europa, especialmente el drama que se vivía en Italia, y me mantenía al tanto de las noticias de España por mi cotidiana comunicación con un amigo madrileño por los días en que la situación en la capital española alcanzaba su peor momento, pero todo aquello me resultaba un tanto ajeno y difuso, menos por indiferencia o falta de empatía como por efecto revitalizador de los días de actividad desembarazada y la serenidad sin contratiempos que atravesaba yo. Si estaba de ánimo, a veces prolongaba la caminata por el Circuito Gandhi, como se conoce el rincón arbolado de mis paseos, e iba unas calles más allá, hasta la casa de mi padre, lo que empecé a hacer cotidianamente desde el viernes 22 de mayo, 14

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 14

04/05/21 10:30


ALMAS FLEXIBLES

cuando él sufrió una aparatosa caída, la tercera en breve tiempo y la más grave de todas. No había sido esta vez un desafortunado resbalón, como la primera, en la cocina de su casa; tampoco es que hubiera sido incapaz de dar el paso siguiente en la escalera, como fue la segunda, cuando le falló una pierna y acabó en el suelo, una mañana que volvía de la calle. En esta ocasión se levantó con los platos de la cena en ambas manos, por lo que no pudo agarrarse de nada cuando volvió a fallarle la pierna, por lo que se vino abajo, de ese lado, con todo lo que traía encima. Resultado: una dolorosa fractura de pelvis. Cuando lo fui a ver, al día siguiente, me conmovió verlo desencajado, hundido en el sillón. Le dolía hasta el mínimo intento de movimiento y por esa causa era incapaz de hacer nada sin ayuda. Tuve la desagradable sensación de estar en la presencia de un árbol de extraordinarias proporciones que se había venido irremediablemente abajo. Y otra, más penosa todavía: la certidumbre de que mi padre no iba a volver a caminar. Ni siquiera me pasó por la cabeza que su accidente pudiera ser el inicio de lo que estaba por precipitarse, como tampoco lo pensé de un par de asuntos que llamaron mi atención y ocurrieron también poco antes de mi contagio. Uno de ellos, el primero, no guarda el color del segundo y aun parece que no tiene significado ninguno, pero me llenó de momentánea perplejidad y dejó en mí un extraño sabor de boca. Un mediodía, de camino al Circuito Gandhi, hice un singular hallazgo; iba a buen paso cuando me pareció leer, por encima del tapabocas que sólo me quitaba al llegar al bosque, con ojos incrédulos, en un pequeño pedazo de papel tirado en el suelo, las palabras “Séneca” y “muerte”. Volví sobre mis pasos. Cuando lo tomé con las puntas de los dedos, con las precauciones propias de los días del coronavirus, y lo acerqué a los ojos, comprobé que decía, en efecto, “Séneca”, 15

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 15

04/05/21 10:30


FERNANDO FERNÁNDEZ

en grande, con mayúsculas; debajo, como si se tratara de una marca de cigarros y lo que tenía en la mano no fuera sino un pedazo arrancado a una cajetilla, también en mayúsculas pero con una letra de menor tamaño, la frase “con filtro”; más abajo, rotunda, contra un fondo pintado de negro, leí la palabra “Muerte”. Visto en el otro sentido, decía, siempre en mayúsculas: “Fumar Tabaco Mata”. ¡Qué cosa más extraña! ¿Una marca de tabaco llamada Séneca? ¿Una cajetilla en la que el nombre del filósofo estoico se ve asociado a la palabra “muerte”? No dejé de advertir la imagen que había sobrevivido al corte de la cartulina de la cajetilla y que tenía el propósito de ilustrar la frase “Fumar Tabaco Mata”, esto es la de señalar de la manera más gráfica posible que aquello afectaba la salud al grado de poder resultar mortífero. Como fuera, no mostraba aquella advertencia nada relacionado con el sistema respiratorio, el cual podía afectarse hasta la muerte igual que ocurría con la enfermedad provocada por el coronavirus. En la imagen, esa suerte de cruda vanitas que por ley incluyen las cajetillas de cigarros desde hace unos años, no se veía un pulmón ennegrecido y calcinado por el mucho fumar, sino un vulgar pie azulado de tan pálido en cuyo dedo gordo se sujetaba una pequeña etiqueta, como suponemos que se hace con los cadáveres desconocidos. Aunque nunca fui lector de libros filosóficos, y mucho menos de textos especializados o académicos, desde hacía unos años me había sentido obligado a desarrollar una cierta, digamos, visión filosófica de la realidad, como es forzoso que ocurra a casi cualquiera que empiece a sentir en su cuerpo el paso del tiempo y las pérdidas comiencen a multiplicarse a su alrededor. Mis filosofías, como sea, se limitaron siempre a las que aparecen en la literatura y se presentan mezcladas con ella, como por ejemplo, precisamente, una parte de la obra de Séneca, por cierto la más cercana a su experiencia vital directa: las cartas a su amigo Luci16

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 16

04/05/21 10:30


ALMAS FLEXIBLES

lio. En ellas, el político y escritor latino del siglo primero aborda con frecuencia el tema de la muerte, el modo en que la concibe, la manera en que se prepara para su llegada. El encuentro con su nombre, por eso, la asociación de su nombre con el concepto de la muerte y especialmente las singulares circunstancias en que se daba ese encuentro, me provocaron una perplejidad que, aunque no tardó en mitigarse, terminó dejando en mí un extraño sabor de boca. El segundo asunto es más misterioso, tiene más fondo, menos explicación. Un día se apagaron las ventanas del pequeño hotel de cinco niveles que puede verse desde mi recámara. La observación de esas puertas corredizas de vidrio, de a dos por piso, de piso a techo, tiene mucho de íntimo: no sólo porque permite ver lo que ocurre dentro de las habitaciones, desde luego, sino también porque, al igual que la ventana de mi recámara, dan al lado contrario de la calle, a la parte interna del grupo de edificios con los cuales, en citadina intimidad, hacen manzana. Son aquello que en el título de la película de Hitchcock se describe con la expresión rear window. Habían construido el pequeño hotel ya viviendo yo en mi departamento, en el solar donde antes estuvo una cantina de mala muerte que tenía el simpático nombre de El Golfo de México. Paralizada cualquier actividad urbana, clausurados temporalmente los negocios de la zona, nadie volvió a ocupar ninguno de aquellos cuartos, por lo que se mantenían cerrados y a oscuras. Un día, volvió a hacerse la luz. Fue en una de las ventanas inferiores. Bajo la iluminación cenital del cuarto, se dejó ver, recién desembarcada, una hermosa muchacha morena. A lo lejos, ya que nunca la vi de cerca, pues la distancia entre mi ventana y la suya era suficiente para enterarme de lo que ocurría en su habitación pero insuficiente para apreciar con nitidez ningún detalle, me pareció, por el oscuro peculiar de la piel, el pelo de un negro 17

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 17

04/05/21 10:30


FERNANDO FERNÁNDEZ

intenso y brillante y las cejas singularmente pobladas, una joven de oriente, acaso de nacionalidad india o paquistaní. ¿Cuántas semanas estuvo varada en aquel cuarto de hotel? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Mes y medio? Las dudas estaban igual de vivas cuando la mantuve en esa observación curiosa pero inconstante con que asistimos a los acontecimientos que no nos competen. ¿Era una estudiante sorprendida lejos de su país de origen por lo peor de la pandemia (lo peor, se decía entonces, cuando faltaba mucho para que llegaran los días peores), la cual había tenido, en consecuencia, que alojarse allí durante una temporada de duración indefinida? Imposible: un estudiante difícilmente podría pagar lo que yo sabía que costaba el alquiler de aquellas habitaciones, puesto que lo había preguntado en alguna ocasión, y muchísimo menos durante tanto tiempo… ¿Una modelo extranjera contratada para hacer algún trabajo en el país, para una de las compañías trasnacionales o agencias de publicidad que no faltaban en el barrio? ¿La exótica amante de algún peligroso personaje que la retuvo en aquel lugar acaso contra su voluntad, sin verla nunca puesto que jamás nadie la visitó, o no al menos que yo lo advirtiera, a lo largo de las semanas que vivió al alcance de mis ojos? Me parecía razonable pensar que había quedado varada lejos del mundo al que pertenecía, el que fuera, ahora que el planeta se había detenido. ¿Qué destino había terminado encerrándola en ese lugar? Me daba por imaginarme, sin pensarlo tampoco mucho, con risueña predisposición literaria, que era un espíritu femenino encerrado por uno de esos genios traviesos de los relatos árabes, o una reencarnación de la joven y enigmática viuda de la que se enamoró Phileas Fogg cuando estuvo de paso por la India… Cuanto veía a lo lejos acudía en ayuda de mi imaginación. Alguna vez, excepcionalmente de día, vi colgado del travesaño 18

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 18

04/05/21 10:30


ALMAS FLEXIBLES

de las cortinas de su recámara un vestido largo que se agitaba al aire de la ventana abierta, de color verde y con remates dorados, como puesto a orear del encierro del baúl que por fuerza tendría que tener abierto por ahí, y del que saldrían otros objetos singulares y mágicos, capaces de cobrar vida, como aquella tela de dos colores que se movía con elegancia al aire. Hacía vida rigurosamente nocturna: cuando yo me despertaba cada madrugada, como es mi costumbre, hacia las cinco de la mañana, antes de volver a dormirme otras tres o cuatro horas, nunca dejaba de echar un vistazo por la ventana y ella estaba siempre allí, con las cortinas abiertas y con luz, apoyada en la cabecera de la cama, invariablemente asomada a su teléfono celular o su computadora portátil. De día, en cambio, al menos hasta la caída de la tarde, las cortinas se mantenían siempre cerradas. Imaginé hacerle señas y entrar en comunicación, como en una novela de Stendhal o un relato de Cervantes, de algún modo, con ella; dejarle una nota en la recepción del pequeño hotel; interrogar a una de las empleadas que veía entrar y salir por el lado de la calle, a unos pasos de la puerta del edificio en el que vivo yo, doblando la esquina; encontrármela por azar en el Oxxo del lado contrario ya que debía por fuerza salir alguna vez, siquiera por algo de comer o de beber, y el diálogo que podía establecerse con ella. Por supuesto, nunca hice nada. A quien quiso oírme, le hablé de aquello: para mí, su presencia era un misterio colmado de encanto. Y así lo siguió siendo poco después, aunque de modo mucho más vívido y urgente, al sentirme invadido por la enfermedad, afiebrado y con miedo, una noche antes de empeorar súbitamente y verme obligado a salir corriendo al hospital, cuando me asomé y vi el cuarto apagado y las cortinas echadas y comprobé que ya no estaba allí.

19

Almas Flexibles_tripa nueva version.indd 19

04/05/21 10:30



Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.