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—Efectivamente —concluyó el cónsul—, todo apunta a ese hombre. ¿Y usted qué va a hacer? —Enviar una nota a Londres con la petición urgente de enviar una orden de arresto a Bombay, embarcar en el Mongolia, seguir a mi ladrón hasta la India y, una vez allí, en suelo inglés, abordarlo educadamente, con la orden en una mano y la otra en su hombro. Después de pronunciar con gran frialdad esas palabras, el agente se despidió del cónsul y se dirigió a la oficina de telégrafos. Desde allí envió al director de la policía metropolitana el despacho cuyo contenido ya conocemos. Un cuarto de hora más tarde, Fix, equipaje ligero en mano y bien provisto de dinero, se embarcó a bordo del Mongolia y, poco después, aquel rápido buque a vapor navegaba a toda velocidad por las aguas del mar Rojo.

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tulo í p a C IX

Donde el mar Rojo y el océano Índico se muestran propicios a l os propósitos de Phil eas Fogg

L

a distancia entre Suez y Adén era exactamente mil trescientas diez millas y el pliego de condiciones de la compañía naviera concedía a sus buques ciento treinta y ocho horas para recorrerla. El Mongolia, con sus calderas al límite, navegaba con ventaja respecto a la llegada prevista. La mayor parte de los pasajeros, embarcados en Bríndisi, tenían la India como destino final. Algunos se dirigían a Bombay, otros a Calcuta, pero pasando por Bombay porque, desde que existía un ferrocarril que cruzaba la península india de un lado a otro, ya no hacía falta circunnavegar la punta de Ceilán. Entre los pasajeros del Mongolia, había varios funcionarios y oficiales de todos los grados. De estos, unos pertenecían al ejército británico propiamente dicho, otros mandaban a las tropas autóctonas de cipayos, todos ellos muy bien re57


—Efectivamente —concluyó el cónsul—, todo apunta a ese hombre. ¿Y usted qué va a hacer? —Enviar una nota a Londres con la petición urgente de enviar una orden de arresto a Bombay, embarcar en el Mongolia, seguir a mi ladrón hasta la India y, una vez allí, en suelo inglés, abordarlo educadamente, con la orden en una mano y la otra en su hombro. Después de pronunciar con gran frialdad esas palabras, el agente se despidió del cónsul y se dirigió a la oficina de telégrafos. Desde allí envió al director de la policía metropolitana el despacho cuyo contenido ya conocemos. Un cuarto de hora más tarde, Fix, equipaje ligero en mano y bien provisto de dinero, se embarcó a bordo del Mongolia y, poco después, aquel rápido buque a vapor navegaba a toda velocidad por las aguas del mar Rojo.

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tulo í p a C IX

Donde el mar Rojo y el océano Índico se muestran propicios a l os propósitos de Phil eas Fogg

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a distancia entre Suez y Adén era exactamente mil trescientas diez millas y el pliego de condiciones de la compañía naviera concedía a sus buques ciento treinta y ocho horas para recorrerla. El Mongolia, con sus calderas al límite, navegaba con ventaja respecto a la llegada prevista. La mayor parte de los pasajeros, embarcados en Bríndisi, tenían la India como destino final. Algunos se dirigían a Bombay, otros a Calcuta, pero pasando por Bombay porque, desde que existía un ferrocarril que cruzaba la península india de un lado a otro, ya no hacía falta circunnavegar la punta de Ceilán. Entre los pasajeros del Mongolia, había varios funcionarios y oficiales de todos los grados. De estos, unos pertenecían al ejército británico propiamente dicho, otros mandaban a las tropas autóctonas de cipayos, todos ellos muy bien re57


El viaje transcurrió, por tanto, en las mejores condiciones. Passepartout se sentía afortunado por contar con la amable compañía de Fix. El domingo 20 de octubre, hacia las doce del mediodía, apareció la costa india. Dos horas más tarde, el práctico subió a bordo del Mongolia. En el horizonte, una extensión de colinas se perfilaba de manera armoniosa contra el fondo del cielo. Poco después, las filas de palmeras que abundaban en la ciudad se distinguieron con toda claridad. El barco entró en la ensenada, formada por las islas de Salsete, Colaba, Elephanta y Butcher y, a las cuatro y media, amarró en los muelles de Bombay. En aquel momento, Phileas Fogg estaba rematando su trigésimo tercera manga y gracias a una jugada audaz, con trece bazas a su favor, su compañero y él terminaron aquella magnífica travesía con un admirable grand slam. El Mongolia debía llegar a Bombay el 22 de octubre, pero arribó el día 20. Por tanto, desde su salida de Londres, Phileas Fogg llevaba una ventaja de dos días, que apuntó metódicamente en la columna del «Haber» de su itinerario.

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tulo í p a C X

Don de Passepartout se sien te afortunado de salir san o y salvo, a pesar de perder un zapato

N

adie ignora que la India —ese gran triángulo invertido cuya base está en el norte y la punta en el sur— cubría una superficie de un millón cuatrocientas mil millas cuadradas, por las que se repartía, de manera desigual, una población de ciento ochenta millones de habitantes. Pero el gobierno británico —con un gobernador general en Calcuta, gobernadores en Madrás, Bombay y Bengala y un teniente gobernador en Agra—, solo puede dominar una parte del inmenso país. La India inglesa propiamente dicha apenas cuenta con una superficie de setecientas mil millas cuadradas, con una población de cien a ciento diez millones de habitantes. Cabe decir que una parte considerable del territorio escapa a la autoridad de la reina y, de hecho, bajo el poder de algunos 65


El viaje transcurrió, por tanto, en las mejores condiciones. Passepartout se sentía afortunado por contar con la amable compañía de Fix. El domingo 20 de octubre, hacia las doce del mediodía, apareció la costa india. Dos horas más tarde, el práctico subió a bordo del Mongolia. En el horizonte, una extensión de colinas se perfilaba de manera armoniosa contra el fondo del cielo. Poco después, las filas de palmeras que abundaban en la ciudad se distinguieron con toda claridad. El barco entró en la ensenada, formada por las islas de Salsete, Colaba, Elephanta y Butcher y, a las cuatro y media, amarró en los muelles de Bombay. En aquel momento, Phileas Fogg estaba rematando su trigésimo tercera manga y gracias a una jugada audaz, con trece bazas a su favor, su compañero y él terminaron aquella magnífica travesía con un admirable grand slam. El Mongolia debía llegar a Bombay el 22 de octubre, pero arribó el día 20. Por tanto, desde su salida de Londres, Phileas Fogg llevaba una ventaja de dos días, que apuntó metódicamente en la columna del «Haber» de su itinerario.

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Don de Passepartout se sien te afortunado de salir san o y salvo, a pesar de perder un zapato

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adie ignora que la India —ese gran triángulo invertido cuya base está en el norte y la punta en el sur— cubría una superficie de un millón cuatrocientas mil millas cuadradas, por las que se repartía, de manera desigual, una población de ciento ochenta millones de habitantes. Pero el gobierno británico —con un gobernador general en Calcuta, gobernadores en Madrás, Bombay y Bengala y un teniente gobernador en Agra—, solo puede dominar una parte del inmenso país. La India inglesa propiamente dicha apenas cuenta con una superficie de setecientas mil millas cuadradas, con una población de cien a ciento diez millones de habitantes. Cabe decir que una parte considerable del territorio escapa a la autoridad de la reina y, de hecho, bajo el poder de algunos 65



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