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galletas, el paseo Maristany y las cenas en el hotel; sobre todo las cenas, muchas veces multitudinarias, en un comedor en el que el tiempo se detuvo en el siglo xix. Mi padre ejercía de “nietísimo”, según la acertada descripción de mi madre, y eran felices. Mi padre y su amigo Juan Amat, abogado, con casa en Camprodón, con el apoyo imprescindible del ayuntamiento, presidido por Esteve Pujol, se lanzaron a la aventura de crear el museo con la ilusión de un par de jóvenes veinteañeros que preparan un viaje a India. Lo más importante era construir la colección, porque mi padre tenía partituras, primeras ediciones, cuadros, fotos, un bonito diploma firmado por Adrià Gual y correspondencia, si bien no en cantidad suficiente como para justificar un museo. Pero él formaba parte de la tercera generación, por lo que el patrimonio todavía no estaba del todo disperso. La idea era buena y consiguió hacerse con objetos muy notables, como el piano de cola Bechstein que Francis Money-Coutts regaló a Enriqueta Albéniz con motivo de su boda o el piano vertical Bernareggi & Gassó con el que Albéniz recibió sus primeras lecciones de su hermana Clementina, precisamente en Camprodón. Incluso un dormitorio completo, que los Albéniz tuvieron en París y en Niza. En el momento de constituirse la fundación que debía velar por los intereses del museo, en 1998, me pidió que formara parte del patronato, en calidad de tercer miembro de la representación familiar, acompañándolo a él y a su amigo Amat, que redactó los estatutos. No me pude negar y hasta su muerte, en 2010, le acompañé en las tareas de construcción del museo y en las reuniones periódicas del patronato. Cuando sus fuerzas flaquearon, fui yo quien le representó, pero siempre me mantuve en segundo plano. Nos conocíamos muy bien, él era “el nieto” y lo mío era un poco más circunstancial. Cuando murió me vi en solitario al frente de la representación familiar. Mi responsabilidad aumentó y, con ella, el trabajo, los desplazamientos, las decisiones, los disgustos y, en menor medida, las satisfacciones. Cualquiera que sepa algo de gestión cultural sabe a lo que me refiero. Centrándonos en el presente libro, he diseñado un mosaico fotográfico con cuarenta y dos imágenes de la vida y el entorno más próximo de Albéniz (véase la figura de la página 14).

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