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En 1915, cuando conoce a Vladímir Maiakovski, Lili Brik tiene veinticuatro años. Es una arrebatadora criatura de cabello pelirrojo, a quien contemplan todos con admiración, una moscovita culta de la «Edad de Plata»,1 una mujer carnal, ávida de nuevas experiencias, con tendencia al lirismo y, dicho sea de paso, casada desde hace tres años. Por entonces su mundo aún no ha sido alterado por la muerte y la brutalidad estalinista, y Lili confía en el futuro. Si para la mayoría de sus semejantes son tiempos de opresión y de encorsetamiento, para ella distan mucho de poder asimilarse a la tristeza o al hastío. Sus verdaderos intereses, los únicos de Lili, son el arte, el amor y los vaivenes de su estado anímico, un programa lleno de emociones al que piensa dedicar todas sus fuerzas y toda su imaginación. Se cree predestinada a un porvenir de musa por su nombre, que debe a su padre, el cual, admirador de Goethe, lo eligió en referencia a Lili Schöne­ mann, inspiradora de famosos versos del autor alemán, con quien estuvo fugazmente prometida. No puede, 17

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pues, no incorporarse a tan selecto panteón. Conocida en nuestros días como «la Beatriz soviética», en alusión a Beatriz Portinari, la florentina a quien Dante dedicó decenas de poemas, Lili Brik, sin quien ya es imposible concebir la obra y la vida de Vladímir Maiakovski (considerado por muchos como el mayor poeta ruso del siglo xx), debía a sus padres algo más que un simple nombre de musa. Nacida en Moscú el 11 de noviembre de 1891,2 Lili vio la luz en una familia judía muy culta. Su padre, Yuri Alexándrovich Kagan, de veintiséis años, era abogado, y no escatimaba esfuerzos para defender los derechos de sus clientes judíos, hostigados y humillados en todos los estratos de la sociedad. A este respecto el colmo del horror se alcanzó con los pogromos, unas masacres que podían durar varios días, y que eran comunes en la Rusia de la época. El emperador Alejandro III, que culpaba a los judíos del asesinato de su padre, fomentó estos asesinatos y pillajes. Es conocida la siniestra fórmula de su gobierno: «Una tercera parte de los judíos se convertirá, otra emigrará y la otra perecerá.» A pesar de todo, ni Lili ni su hermana Elsa3 –nacida el 12 de septiembre de 1896– se vieron perjudicadas por la situación, viviendo como vivían entre algodones. Basta pensar en el destino de la escritora Clarice Lispector4 –fallecida en 1977, un año antes que Lili– para darse cuenta de hasta qué punto se salvaron los Kagan de lo peor. La madre de Clarice, judía ucraniana, fue violada durante un pogromo, contrajo la sífilis, quedó paralizada y sufrió una muerte prematura. Otro ejemplo es el pintor Chaim Soutine, que nunca se recuperó de estas atrocidades: nacido en 1894, tres años después que Lili y dos antes que Elsa, solo tenía ocho cuando se 18

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multiplicaron los pogromos a lo largo y ancho del país. Gente quemada viva en sus casas, embarazadas destripadas, bebés empalados entre gritos de alegría... La indescriptible crueldad de estas visiones infantiles atormenta su obra de principio a fin. Citemos por último el caso de otro pintor, Marc Chagall, íntimo de Elsa, que también padeció la violencia de las persecuciones infligidas a su comunidad, en la que en este caso recayeron sospechas de espionaje durante la Primera Guerra Mundial. La pequeña Elsa solo percibe un eco lejano de este antisemitismo general el día en que un joven ruso de familia noble se niega a jugar con ella cuando le hacen saber su condición de judía. En cuanto a Lili, para colmo de ironías, solo se sintió en peligro en los tiempos de Stalin. Sin embargo, aunque vivieran resguardadas, dentro de una familia atea, las dos hermanas abrieron los ojos a la suerte reservada a los suyos gracias a unos padres que no les ocultaban nada. Estaban al corriente de las medidas discriminatorias tomadas contra los judíos, como el numerus clausus en la administración o las universidades, y conocían la existencia de los temidos pogromos. Esta conciencia desempeñó un papel en su adhesión al comunismo, que lejos de las injusticias del régimen zarista parecía estar revestido de tres virtudes indispensables: la libertad, la igualdad y la fraternidad. A la vez que hacía todo lo posible para proteger a sus correligionarios, Yuri estaba especializado en contratos de escritores y artistas, y era asesor jurídico de la embajada de Austria. La élite de la Viena imperial de viaje por Moscú era recibida por los Kagan en su apartamento de la calle Marosezhka, donde quien ejercía de anfitriona era Yelena, la esposa de Yuri, 19

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pianista de gran talento que dio a luz a su primera hija con diecinueve años. En el salón donde se reunían los invitados había dos pianos de cola. Lili y Elsa crecieron en un mundo donde los principales temas de conversación eran la música, la poesía y la pintura, sin olvidar la política. Educadas para el comentario y el debate, su participación en las conversaciones de los adultos era bastante singular para ser subrayada. «“¡Atención, que somos de Curlandia! –‌‌decía Lili Brik–. Eso es muy especial.” [...] Leyendo Un drama en Livonia, de Julio Verne, podemos tener una idea de los curlandeses de clase acomodada. [...] Sabían otros idiomas europeos, y eran cultos.»5 Es cierto que el ducado de Curlandia, en Letonia, a orillas del Báltico (donde sitúa Marguerite Yourcenar una de sus mejores novelas, El tiro de gracia), era famoso por el nivel de sus élites; tenía razón en especificarlo Lili, y otro ejemplo de peso es el del cineasta Serguéi Eisenstein, amigo suyo y originario de la misma región. Los cuatro Kagan hablaban tres lenguas con fluidez –ruso, alemán y francés–, viajaban a menudo al extranjero y tenían varios criados, así como una dacha que les permitía refugiarse en el campo y pasar el verano lejos de Moscú. Las dos niñas, apodadas Lisichka [Pequeño zorro] y Zemlianika [Fresa silvestre], reciben de sus padres toda clase de ánimos y estímulos. En esa época eran pocos los rusos de su edad que iban a París, Berlín, Venecia o incluso Bayreuth –‌para descubrir, durante el festival, la obra de Wagner–. Siempre que menciona aquella época, Lili evoca recuerdos de una vida dulce y privilegiada. «Me acuerdo de que de pequeña, el día de mi cumpleaños, hacían un camino para los trineos, y entre todos los regalos había una moneda de veinte kópeks encima de la mesa para pa20

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gar al cochero que me llevaría a la escuela en trineo», anota el 22 de diciembre de 1960.6 Un año más tarde explica por carta a su hermana Elsa que con 25 grados bajo cero de temperatura exterior está distribuyendo macetas de jacintos rosas en el piano de cola de su apartamento moscovita, porque su olor le recuerda a sus padres, y a la niñez de ambas; un sentimiento compartido por Elsa, que en plena ocupación nazi rinde homenaje a las mismas flores en su novela más leída, Le Cheval blanc [El caballo blanco]. «Por todas partes, en equilibrio sobre las estanterías, las mesitas y el precioso secreter de marquetería, había tarros de cristal donde crecían jacintos. [...] Un perfume fresco y tierno se mezclaba con el del fuego de la chimenea.»7 En otra carta, Lili recalca que ya entonces, en la protección de su trineo, quedaba a merced de una imaginación incontrolable. «Paso todos los días por delante de la capilla Ilinski –‌cuenta el 30 de octubre de 1964–, donde se ve a unos turcos abominables que masacran a niños cristianos. Con sables curvados, ¿te acuerdas? De pequeña me daba un miedo atroz.»8 En esos tiempos las hermanas estaban más cerca de la Natasha Rostov de Guerra y paz, paradigma de joven moscovita despreocupada y privilegiada, que de la mayoría de las niñas de su edad, ya que el país aún parecía salido de La Russie en 1839 [Rusia en 1839], el famoso ensayo de Astolphe de Custine que para asombro del lector revela un país atrasado donde reinan el terror y la violencia, no solo con respecto a los judíos, sino de toda la población, por mucho que la servidumbre se hubiera abolido en 1861, es decir, treinta años exactos antes de que naciera Lisichka. Hasta la adolescencia Lili fue el elemento solar y dominante del dúo, que aplastaba (siempre, o casi 21

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siempre, sin querer) a su hermana pequeña con su superioridad. Apasionada, impaciente, febril, curiosa y ya entonces excesiva y teatral, no había nada capaz de frenarla, ni que le pareciera imposible. Habría podido adoptar la divisa que atribuye Elsa a la princesa Marina, una de las protagonistas de El caballo blanco: «Preparad el trineo en verano, y la calesa en invierno.» Elsa, mientras tanto, silenciosa e introvertida, se confiesa a su diario y hace lo posible por mantener la cabeza fuera del agua en la estela de espuma de su gloriosa hermana mayor, de quien está celosa, pero cuyo resplandor la fascina. La sensibilidad estética y literaria, insuficiente en la mayoría de los seres humanos, se manifestó en Lili desde muy temprana edad y con una agudeza fuera de lo común. Incluso sus padres quedan fascinados y toleran todos sus caprichos. Ella es consciente de su inteligencia y su cultura, pero también de su poder de seducción (como Elsa, por cierto). La famosa belleza de las hermanas Kagan... Hay que reconocer que las fotos no dan una idea fidedigna de la impresión que causaban. ¿Cómo se puede concebir que desde los trece o catorce años pudieran desencadenar tantas pasiones? Sus facciones no tienen nada de especial. Ninguno de esos retratos, o de los que les hicieron a lo largo de la vida, captan ni por asomo el encanto, la sensualidad, la gracia de los gestos y del porte, la vibración e inflexiones de la voz y el misterio de la mirada que tanto contribuyen a la impronta general de la belleza. El caso es que a sus coetáneos les llamaba inevitablemente la atención, así que no tenemos más remedio que fiarnos de este entusiasmo unánime. «La belleza no se discute –‌afirmó Oscar Wilde–. Vuelve príncipe a todo aquel que la posee.» O en este caso princesas. 22

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Novelesca y fantasiosa, rebelde ante el pasado y los preceptos burgueses, espoleada por la lectura de los poemarios que devoraba y aprendía de memoria, Lili se fiaba de una sola cosa: la intuición de cada instante. No le atraía la vida llamada «normal». No se veía por nada del mundo al frente de una familia nume­ rosa, ejerciendo de esposa obediente y recibiendo a banqueros y hombres de negocios con una sonrisa, máxime cuando en la época el sentido común popular veía a la mayoría de las amas de casa como esclavas. ¿No pretende un dicho ruso que cuanto más pegue un marido a su mujer más buena estará la sopa? Convencida de que con disimulos y mentiras no se puede construir nada, Lili aceptaba alegre, abiertamente, sus pulsiones y apetitos. Ebria de homenajes masculinos, la mayor de las Kagan sedujo a los hombres desde la escuela secundaria. Por desgracia destruyó su diario juvenil, pero sabemos que los admiradores (conocidos a lo largo de algún viaje, en las tertulias de sus padres, en algún espectáculo o en casa de un amigo) se sucedieron a un ritmo constante: un oficial, un escenógrafo, un pintor... Sus nombres se han perdido para siempre. No así el del cantante de ópera Fiódor Shaliapin, ni el del monje Rasputín, con quien coincidió en un tren, ni el de su futuro esposo, Ósip Brik, a quien conoció a los catorce años; tampoco el de uno de sus tíos, obstinado en casarse con su irresistible sobrina. Todos sucumben al hechizo de aquel minúsculo tornado pelirrojo que usaba sus encantos como otros usan cebos al pescar o cazar. Contaban por aquel entonces que uno de sus admiradores amenazó con pegarse un tiro en la cabeza por haberle negado Lili un beso... Sea verdadero o falso este episodio, digno de un folle23

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tín de pacotilla, dice mucho sobre el aura de la coqueta Lili. Finalizados los estudios secundarios, la joven frecuenta durante una temporada la Facultad de Matemáticas, y después la Escuela de Arquitectura, ambas en Moscú, gracias a la ayuda de sus padres, que alientan su sed de conocimiento. ¿Cuántos rusos de los últimos años del zarismo gozaron de tantas oportunidades? Acto seguido estudia escultura en Múnich, por donde se mueve con la libertad que le da hablar alemán con la misma perfección que su lengua materna. Sin embargo no se queda nunca mucho tiempo en un solo lugar, ni es capaz de dedicarse a una sola disciplina: el gran tema de su vida es ya «el amor», y quiere pasar de la teoría a la práctica, ahora que ya no sacian su curiosidad los simples coqueteos y los besos al vuelo. Ni corta ni perezosa ofrece su virginidad a un profesor de piano, queda embarazada y sufre un aborto que la deja estéril para siempre. Estamos en 1911. Lili tiene diecinueve años. La «intervención» fue organizada por sus padres, pero no sabemos qué se dijeron Yuri y Yelena Kagan. ¿Cuál fue su reacción? ¿Hicieron reproches a su hija mayor? ¿Se sintieron culpables por haberle dado manga ancha hasta esos extremos? El caso fue que al regresar de la provincia, adonde la habían enviado para poner punto final a su embarazo, Lili decidió casarse con Ósip Brik, enamorado de ella desde hacía mucho tiempo. Con su mirada de topo tras los cristales de unas gafas grandes y redondas, no era el más atractivo de sus pretendientes, pero sí, con certeza, el de mayor inteligencia. Nacido el 16 de enero de 1888 en Moscú, Ósip tenía casi cuatro años más que Lili, de quien se prendó 24

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a los diecisiete. Se conocieron en plena revolución de 1905, como insistía ella siempre en recordar. Las descargas del Domingo Rojo en San Petersburgo, y el motín del acorazado Potemkin, que inspiró a su amigo común Serguéi Eisenstein una de sus mejores películas, constituían un marco ideal para Lili, cuyo peor enemigo fue siempre la banalidad; tanto es así, que mientras duraron las huelgas y algaradas de 1905 volvía a casa con octavillas incendiarias que después repartía al albur de sus peregrinaciones; si hubiera sido detenida con ellas por la policía, habría sido terrible para su familia. Su encuentro con Ósip estaba a la altura de la leyenda que estaba resuelta a crear en torno a su nombre de pila. Los Kagan y los Brik se conocían desde hacía tiempo. Los padres de Ósip pertenecían a la rica burguesía judía de la ciudad. La boda se celebró el 26 de marzo de 1912, pero a diferencia de los Kagan, aliviados de que hubiera sentado la cabeza su indomable hija, los Brik veían con malos ojos el enlace, ya que Lili era demasiado movida para su gusto, y demasiado poco conveniente como nuera. Corrían muchos rumores sobre aquella joven, de pasado, decían, tumultuoso. A Ósip no le importaban estas críticas. Lili estaba en las antípodas de las mujeres sin sustancia que tanto abundaban en su esfera social, y él era muy consciente de la suerte que representaba haber sido elegido entre todos los demás. Adoraba a Lili y lo sabía todo de su vida, su aborto y sus ansias de libertad. Sería para ella no solo un esposo, sino el mejor de los amigos. Entendía su deseo de un «matrimonio abierto», y aceptaba los apetitos carnales de Lili; los aceptaba porque valía la pena, y también porque daba mucha menos importancia que ella a la sexualidad. 25

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Profundamente estimulado por su esposa, a quien le une una complicidad literaria absoluta, Ósip jamás se aburrirá a su lado. Es esta una certeza de un valor incalculable. Forman una pareja culta y anticonformista, libre de miedos y de servidumbres, cuyo código de honor resulta ajeno al común de los mortales, más amantes de lo furtivo que de la luz de la honradez. Entre los Brik no habrá nunca traiciones. Serán siempre incondicionales el uno del otro, que en definitiva es lo esencial. En Ósip, Lili encuentra a un compañero cuando menos peculiar, a la altura de su propia originalidad: al acabar la carrera de derecho, sin ir más lejos, el joven Brik elige como tema de su tesis doctoral el estatus jurídico de las prostitutas, y por esa vía se hace asiduo de los lugares donde trabajan y entabla amistad con las peripatéticas de Moscú, a quienes defiende gratuitamente en cuanto son detenidas por la policía. En suma, que es muy capaz de comprender a Lili, y entre ambos lograrán capear las tormentas del futuro. Elsa, que al casarse su hermana tenía quince años, albergaba la seguridad de que Lili sería siempre la preferida de sus padres, y más concretamente de su madre. ¿Qué sentía al constatar la predilección de Yelena por su hija mayor? ¿Le parecía que su madre, diplomada del Conservatorio de Moscú y pianista emérita que había adoptado un segundo plano voluntario respecto a su esposo, veía en Lili, temeraria, independiente e incapaz de olvidarse de sí misma, a la persona que habría deseado ser, y le encomendaba sin darse cuenta el cumplimiento de sus sueños frustrados? Es una pregunta que se plantea con toda naturalidad, pero cuya respuesta jamás conoceremos. En líneas generales el carisma de Lili fue siempre una losa para Elsa. 26

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Por muy celosa que pudiera estar Elsa de Lili, no la odiaba, sino todo lo contrario: en su asfixia vital, anhelaba tanto la luz y la conformidad de su hermana que siguió sus pasos y optó por cursar estudios de arquitectura, amén de interesarse también ella por las matemáticas. Siempre verá en Lili un modelo inigualable. En 1957, con sesenta y un años, cuando ha alcanzado más celebridad de la que nunca haya gozado o vaya a gozar su hermana, sigue extasiándose con el embriagador encanto de Lili: «Echando hacia atrás su cabeza pelirroja, mostraba toda la estupenda y fuerte dentadura de su gran boca pintada, y sus ojos marrones, tan redondos y llenos de luz, dentro de un rostro cuyo exceso de expresión, de una intensidad casi indecente, es lo que hace que, joven o vieja, con su milagrosa tez o sus arrugas, sigan girándose todos a mirarla cuando pasa.»9 ¿Cómo se podía existir en presencia de Lili? Ambas, desde su más tierna edad, pugnaron por ser queridas, pero sobre todo preferidas: por Yelena y Yuri, por las criadas y la niñera, por los invitados de los Kagan, por los amigos de infancia, por los chicos... Cabe preguntarse, en contrapartida, si esta rivalidad no estructuró la personalidad de Elsa, despojándola definitivamente de cualquier asomo de tibieza y de pasividad. Su relación fue al mismo tiempo un pulso y un diálogo a corazón abierto. Era un lazo pasional, ambiguo, tumultuoso y muy fecundo. Cultivando el amor a la inteligencia y la libertad, Lili puso muy alto el listón a su hermana pequeña, pero sus decisiones obligaron a Elsa a conquistar su propio territorio, cosa que al final logró con creces. Compañera y rival al mismo tiempo («ni del todo la misma ni del todo otra», como en el poema de Verlaine), 27

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Lili fue providencial para la construcción de su identidad. La relación entre las dos hermanas recuerda la teoría de los colores: Elsa tuvo que buscar el tono exacto para que la paleta no fuera demasiado oscura ni demasiado clara, un equilibrio que alcanzó tan solo al optar por el exilio. Mientras tanto, también Elsa tiene desde la adolescencia a sus primeros pretendientes, encabezados, en lo que a celebridad respecta, por el futuro lingüista Roman Jakobson, que fue quien le dio su primer beso. Siguiendo el ejemplo de Lili, lee a los más grandes escritores, rusos y extranjeros, y cuida sobremanera la elegancia de su vestuario. Zemlianika se imagina ya arquitecta, pero el primer momento en que se siente vibrar de veras es en 1911, a los quince años, al conocer en casa de unas amigas, las hermanas Hvas, a un joven poeta, Vladímir Maiakovski. Es un gigante con toda la panoplia del perfecto dandy: chalina, sombrero de copa y bastón con puño. Su voz de timbre grave, la voz que años más tarde fascinaría a grandes multitudes a lo largo y ancho del país, y su rostro viril, de una belleza mineral, causan tal impresión en la joven que se aferra a su collar como a una boya de salvamento. El collar se parte, y ya tenemos a Elsa por el suelo, tratando de recoger las perlas, tarea a la que de inmediato se suma Maiakovksi. El poeta la acompaña a su casa. Elsa ya está enamorada. Los Kagan, a quienes al principio desconcierta la palpable intensidad de aquel gigante tan turbado como turbador, acaban aceptándolo –‌a regañadientes, en el caso de Yelena–, lo cual dice mucho de su amplitud de miras: no en balde sus dos hijas van solas por Moscú en una época en que eran moneda corriente las carabinas... No parece que el aborto de Lili 28

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modificara mucho la tolerancia del matrimonio respecto a su hija menor. Por aquel entonces Maiakovksi, que estudia bellas artes, vive de sus ilustraciones, y durante sus visitas a Elsa se instala sin mayores ceremonias en su habitación, a fin de poder dibujar tranquilamente. Lili vive entonces en San Petersburgo, con su esposo, por lo que en ese sentido Elsa no tiene nada que temer. Yelena, más preocupada que Yuri, censura los lazos entre Vladímir y su pequeña Zemlianika, pero esta, conmovida por la fuerza de los versos del joven poeta, que se los lee en voz alta, ya no puede prescindir de él. ¿En qué momento se hicieron amantes? No se sabe. El caso es que su relación duró cuatro años, y que se veían cada noche o casi cada noche, en los cafés, al salir Elsa de sus clases en la Facultad de Arquitectura. Maiakovski le presenta a sus amigos como el escritor Víktor Shklovski, que se enamora de ella, pero Elsa solo tiene ojos para Vladímir, cuyos poemas da a conocer a todo aquel que esté dispuesto a escucharlos, del mismo modo que recurre a sus padres, conocedores de la élite artística y literaria de Moscú, para difundir su nombre en los círculos más influyentes. Y llega el día en que Elsa, con la fuerza que le da su amor, se siente preparada para presentárselo a Lili, sin imaginarse ni un por momento las consecuencias de su decisión.

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