—¡Pero yo no he hecho nada! —quiso gritar Kenny, moviendo los labios en silencio. Dos policías entraron en la oficina. Momentos después, Kenny recorría la terminal escoltado por ellos, esposado a uno de los oficiales. Al salir de la Terminal Uno del Aeropuerto de Narita se detuvieron frente a dos vehículos de la policía y un par de agentes en motocicletas que esperaban. Sato se subió al primer automóvil y los policías hicieron entrar a Kenny al segundo. Las sirenas aullaron y las patrullas se pusieron en movimiento hacia Tokio, cuyas luces se veían a lo lejos. Kenny echó un vistazo a la terminal, la cual desaparecía atrás. Allí debía de estar su padre, quien lo esperaba sin tener ninguna idea de lo que pasaba. ¡Qué locura! Apenas había aterrizado y ya era el Enemigo Público Número Uno. Tenía que existir alguna explicación para aquello. Tenía que haberla.
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