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EL LADO NEGRO DE SUECIA John-Henri Holmberg, editor

Tove Alsterdal • Rolf y Cilla Börjlind • Åke Edwardson • Inger Frimansson • Eva Gabrielsson • Anna Jansson • Åsa Larsson • Stieg Larsson • Henning Mankell y Håkan Nesser • Magnus Montelius • Dag Öhrlund • Malin Persson Giolito • Maj Sjöwall y Per Wahlöö • Sara Stridsberg • Johan Theorin • Veronica von Schenck • Katarina Wennstam

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EL LADO NEGRO DE SUECIA Título original: A DARKER SHADE OF SWEDEN © 2014, John-Henri Holmberg Las páginas 355-357 son una continuación de esta página de créditos. Traducción del sueco: Sergio Peña Traducción del inglés: Mercedes Guhl (por los cuentos El último verano de Paul y Maitreya, introducción y textos complementarios). Fotografía de portada: Amanda Elwell/Arcangel Images Diseño de portada: Diego Álvarez y Roxana Deneb D. R. © 2017, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Eugenio Sue 55, Col. Polanco Chapultepec C.P. 11560, Miguel Hidalgo, Ciudad de México Tel. (55) 9178 5100 • info@oceano.com.mx Primera edición: 2017 ISBN: 978-607-527-315-0 Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. ¿Necesitas reproducir una parte de esta obra? Solicita el permiso en info@cempro.org.mx Hecho en México / Impreso en España Made in Mexico / Printed in Spain

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INTRODUCCIÓN por John-Henri Holmberg

El presente libro es, en cierta medida, un punto de referencia. Es la primera antología panorámica de cuento negro sueco publicada en inglés y ahora en español y, por consiguiente —dada la cultura globalizada de nuestros días—, la primera que está a disposición de los lectores de todo el mundo. La antología presenta diecisiete relatos de veinte autores suecos, varios de los cuales fueron escritos especialmente para este libro; ninguno se había traducido antes. Las narraciones abarcan una amplia gama de estilos y temas: el lector se encontrará con cuentos cuyo énfasis está en la parte de investigación y deducción, otros más enfocados en lo policiaco, leyendas regionales, historias planteadas a partir de inquietudes sociales o políticas, así como relatos cuyo propósito no va más allá del mero entretenimiento. Uno de los cuentos es histórico y está ambientado en un pasado muy reciente, que resulta conocido para algunos lectores de hoy en día, incluso en Suecia; otro está enmarcado en el futuro. La elección de autores es muy variada: el lector encontrará un cuento creado por la pareja de escritores Maj Sjöwall y Per Wahlöö, cuyas diez novelas, originalmente publicadas de 1965 a 1975, lograron centrar la atención internacional en el género negro sueco y cambiaron en su totalidad la manera como se escribía y percibía ese tipo de literatura en su país natal. También aparece un relato de Stieg Larsson, cuya trilogía Millennium lo ha convertido en el escritor sueco más traducido y con el mayor número de lectores de todos los tiempos. Además, figuran relatos de muchos de los escritores suecos de género negro más reconocidos y galardonados de la actualidad. En términos generales, los autores

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que aquí se presentan han sido distinguidos con doce de los veinte premios a la Mejor novela negra del año (conocido como Bästa svenska kriminalroman, que consiste en una barreta en miniatura bañada en oro) que entrega la Academia Sueca de Novela Negra desde 1994 (también conocida como la Academia Sueca de Investigación), así como cinco de los ocho premios Llave de Cristal a la Mejor novela negra escandinava del año que le han sido otorgados a escritores suecos. No obstante, también encontrarán una o dos sorpresas: el primer cuento que Eva Gabrielsson (compañera de vida de Stieg Larsson, y quien además se dedica a la arquitectura y escribe libros de no ficción) publicó de manera profesional, así como un relato de Sara Stridsberg, que en la actualidad es quizá la escritora literaria más destacada de Suecia, aunque no sea el referente común del género negro. En general, mi objetivo es presentar una selección lo más exhaustiva y ecléctica posible de historias y escritores, con la esperanza de plasmar con exactitud la diversidad, la vitalidad de la literatura negra en Suecia y las inquietudes alrededor de las cuales se mueve. Es importante resaltar que algunos de los cuentos incluyen referencias a costumbres, lugares u otras peculiaridades que muchos suecos identifican, pero que probablemente fuera de Suecia resulten desconocidas. En las introducciones de los cuentos pretendo dar explicaciones breves que considero podrían ayudar a los lectores extranjeros a comprender cada relato de una mejor manera. La publicación de este libro se logró gracias al enorme interés en el género negro sueco que se ha suscitado entre los lectores de todas partes del mundo (en especial los estadunidenses y británicos) durante los últimos cinco años o, para ser más precisos, desde que las novelas de Stieg Larsson, publicadas en inglés a principios de 2008, se convirtieran en un fenómeno literario. En los cuarenta años que trascurrieron desde la primera novela de Sjöwall y Wahlöö hasta la primera de Stieg Larsson, sí se tradujeron muchas obras de escritores suecos de género negro, pero la mayoría sólo en países de Europa continental, no en Inglaterra. Los lectores angloparlantes, por ejemplo, sólo tenían acceso a unos cuantos autores, como Henning Mankell, cuya obra se había traducido al inglés desde 1997. Obviamente, en Suecia hubo otros escritores de género negro antes de Sjöwall y Wahlöö, al igual que existen hoy

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en día. A los lectores interesados en el desarrollo de la literatura negra en Suecia, además de su situación actual y futura, a continuación les ofrezco estas líneas, a manera de panorama histórico y crítico muy breve, que incluye algunos intentos personales de explicar el rumbo específico que ha tomado el género negro sueco.

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El género negro es un campo literario muy amplio, comprende muchos tipos diferentes de historias. Existen los relatos clásicos que involucran una deducción racional, como los que escribió Edgar Allan Poe, así como, cincuenta años más tarde, sir Arthur Conan Doyle, y poco después Agatha Christie, Dorothy L. Sayers, Ellery Queen, entre muchos otros. También existen las historias detectivescas al estilo de la escuela norteamericana hard-boiled como los de Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Mickey Spillane, Ross Macdonald, Walter Mosley, Sara Paretsky y Dennis Lehane. Otra vertiente son los thrillers psicológicos de autores como Daphne du Maurier, Patricia Highsmith y Ruth Rendell. Una de las categorías que también se ha consolidado es la novela de espionaje, que probablemente surgió con W. Somerset Maugham, y del que más tarde Ian Fleming y John le Carré se convertirían en máximos exponentes. No obstante, en Suecia, hasta la fecha sólo resonaba un escritor: Jan Guillou, cuyas trece novelas sobre el agente secreto sueco Carl Hamilton habían adquirido gran popularidad desde 1986, pero que aún no tenía mayor competencia. Debido a esto, Jan Guillou y la novela de espionaje no se incluyen en los siguientes párrafos. Así tenemos a la mayoría de la literatura negra, aunque estoy convencido de que se define como “negra” por los sentimientos en juego, no tanto por los elementos de la trama; aun así, la mayoría de los principales escritores de este género, desde Cornell Woolrich hasta David Goodis, Jim Thompson y Roxane Gay, sí incluyen crímenes en sus sombríos relatos de aislamiento y desesperanza. También se encuentran variadas descripciones de las situaciones de miembros activos del cuerpo policial, cuyos primeros escritores destacados fueron John Creasey y el inigualable Ed McBain; los thrillers de asesinos seriales, desde Psicosis de Robert Bloch y The Running of Beasts (La carrera de las bestias) de Barry Malzberg y Bill Pronzini hasta El silencio de los inocentes de Thomas Harris, así como muchas obras posteriores. Y aún falta incluir las historias de juzgados y tribunales, los thrillers financieros, los thrillers políticos...

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La mayoría de estos diversos subgéneros dentro del campo de la literatura negra, sino es que todos, surgieron ya sea en Gran Bretaña o en Estados Unidos. La novela policiaca, la novela de detectives, el hard-boiled y muchos otros tipos de literatura negra predominantes tienen orígenes anglosajones. No obstante, al igual que la ciencia ficción —otra de las tradiciones literarias importantes que se estableció en el siglo xix—, el género negro también adquirió una rápida popularidad en otros países, al grado de que hoy en día se lee y produce en todo el mundo. De hecho, no sólo hoy en día, sino desde hace ya un largo tiempo. Suecia en un ejemplo claro de esto. Hace cuarenta años, los lectores estadunidenses y británicos de literatura negra se enteraron de manera repentina de la existencia del género negro sueco cuando las diez novelas de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, que tenían como protagonista al inspector Martin Beck, se tradujeron y se convirtieron en un éxito de ventas; incluso hoy en día se siguen editando. Aunado a esto, Henning Mankell logró un importante reconocimiento gracias a las traducciones al inglés, de modo que quizá resulte poco razonable afirmar que Suecia había quedado nuevamente en el olvido y se mantuvo así hasta hace apenas nueve años, cuando en 2008 la primera novela de la trilogía Millennium de Stieg Larsson, traducida como Los hombres que no amaban a las mujeres, se convirtió en la siguiente novela negra sueca con récord de ventas en todo el mundo. Sin embargo, en la actualidad, el interés en el talento de Stieg Larsson y las ventas de sus libros propiciaron que se tradujeran también las obras de otros autores suecos de género negro; hecho que no se dio tras el éxito de Sjöwall y Wahlöö. Lo que prácticamente nadie recordará es que si Stieg Larsson destacó cuarenta años después de Sjöwall y Wahlöö, ellos también lo hicieron cuarenta años después del primer escritor sueco de género negro que obtuvo reconocimiento internacional: el autor que firmaba con el seudónimo Frank Heller, quien gozó de gran popularidad no sólo en Europa, sino en Estados Unidos durante la década de 1920. Si bien Frank Heller fue el primer escritor sueco de género negro en lograr tal éxito con la traducción de sus obras, no estaba ni remotamente cerca de ser el primer escritor sueco de literatura negra; de hecho, los relatos sobre crímenes e investigaciones han cobrado relevancia en

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la literatura sueca desde por lo menos principios del siglo xx. Sin embargo, lectores fuera de Suecia desconocen gran parte de esta tradición. La mayoría de los expertos suecos señalan el año de 1893 como el nacimiento de la literatura negra sueca, cuando se publicó la novela The Stockholms-detektiven (El detective de Estocolmo). El nombre del autor era Fredrik Lindholm, pero decidió publicar su novela con el seudónimo Prins Pierre, lo que dio pie a que durante las siguientes décadas muchos nacientes escritores suecos de género negro también firmaran sus obras con seudónimos. Es probable que cada uno de ellos tuviera sus propios motivos, pero a nivel general la razón principal, casi con seguridad, era que no deseaban que se les relacionara con aquello que muchos críticos e intelectuales de la época consideraban basura barata. Más tarde retomaremos este asunto. Si bien The Stockholms-detektiven no fue ni por mucho un éxito en ventas (de hecho, durante muchas décadas la novela se mantuvo en el olvido total hasta que se publicó nuevamente, a propósito de su centenario), muchos otros autores pioneros del género negro gozaban de una gran popularidad. En 1908, un vicario llamado Oscar Wågman, que firmaba como Sture Stig, publicó la primera de dos colecciones de relatos paródicos sobre Sherlock Holmes (ambas ingeniosas y divertidas), y su obra sigue siendo considerada como la literatura negra sueca más antigua que aún resulta de interés. Uno de los lectores, según sus propias declaraciones, era el joven Gunnar Serner (1886-1947), un alumno brillante que entró en la Universidad de Lund a la edad de dieciséis años y obtuvo su doctorado (con una tesis escrita en inglés titulada On the Language of Swinburne [Sobre el idioma de Swinburne]) a los veinticuatro. No obstante, debido a la relativa pobreza de su familia, Serner tuvo que financiar sus estudios con préstamos a corto plazo, y a la larga no tuvo más que falsificar varias cartas de aceptación del banco; en septiembre de 1912, huyó de Suecia. En su intento por hacerse de una fortuna en el casino de Montecarlo, terminó por perder todo y decidió poner a prueba sus habilidades literarias. Su éxito fue sorpresivo y pronto empezó a vender historias firmadas con seudónimos; en el caso de Serner, esto era más que necesario, pues tenía a la policía sueca tras él. En 1914, se publicó el primer libro de Serner, con el que consolidó el nombre Frank Heller (que a partir de entonces sería su único seudónimo). Hasta su muerte, “Heller” publicó cuarenta y tres novelas, colecciones

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de relatos y diarios de viaje; asimismo, editó antologías de género negro, fantasía y ciencia ficción, además de escribir poesía. Tiempo después se publicaron muchas otras colecciones de cuentos suyos. Heller se convirtió no sólo en un éxito en ventas en Suecia, sino en el escritor de entretenimiento más exitoso de su época a nivel internacional. Sus historias ingeniosas, humorísticas y emocionantes sobre estafadores, galantes aventureros y criminales fueron un éxito en ventas en toda Europa y la base para cinco largometrajes; en Estados Unidos, Crowell publicó ocho de sus novelas en los años veinte. Con una sola excepción, la obra de Frank Heller es la mejor literatura negra sueca que se haya escrito durante la primera mitad del siglo xx; y aún resulta interesante y pertinente. Tal excepción es la novela corta Doktor Glas (1905; traducida como Doctor Glas) de Hjalmar Söderberg, a quien se le considera uno de los principales escritores suecos del siglo xx. No obstante, Doktor Glas no se catalogó como género negro; es una novela psicológica sobre un joven doctor que decide cometer un asesinato, y sigue siendo, todavía hoy, aterradora y convincente en su cuidadosa y empática representación de un buen hombre que se convence de hacer el mal. Otros autores tempranos del género son Harald Johnsson, quien firmaba como Robinson Wilkins, cuyo detective maestro, Swede Fred Hellington, trabajaba para Scotland Yard resolviendo casos en Inglaterra. Samuel August Duse, cuyo seudónimo era S. A. Duse, publicó trece novelas sobre el abogado y talentoso detective Leo Carring: son obras sin mucha profundidad pero entretenidas, absurdas, racistas y esnobistas, aunque en ocasiones con argumentos innovadores (en la novela Dok­ t­or Smirnos dagbok [El diario del Dr. Smirnos] de 1917, Duse permite que el asesino registre una investigación policial en su diario sin revelar, hasta el final, su propio papel. Esta estratagema se volvió mundialmente famosa cuando Agatha Christie la retomó en la novela de 1926, El asesinato de Roger Ackroyd). Julius Regis, quien a menudo sí firmaba con su nombre Jul. Regis y cuyo apellido completo incluía Petersson, gozaba de una enorme popularidad debido a sus diez novelas negras, que en su mayoría protagonizó el periodista y detective Maurice Wallion. Éstos fueron los principales escritores suecos de género negro hasta la década de los treinta. Muchos de los nombres de los detectives no tenían raíces suecas, al igual que los principales criminales. Las narraciones sobre crímenes no se consideraban como un campo propio de la

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literatura sueca, de manera que los autores suecos optaban por internacionalizar sus historias importando tanto a los protagonistas como a los antagonistas. Frank Heller fue la excepción; él escribió en su mayoría sobre héroes suecos, pero, por el contrario, casi todas sus historias están ambientadas fuera de Suecia: su método era sencillamente opuesto, pues prefería exportar a sus detectives en lugar de importarlos. La razón de esto resulta obvia. Las obras de los escritores extranjeros de género negro se tradujeron en grandes volúmenes, por lo que su popularidad creció rápidamente. Las historias de Sherlock Holmes comenzaron a aparecer desde 1891; le siguieron las traducciones de las obras de Maurice Leblanc, G. K. Chesterton, R. Austin Freeman, Agatha Christie, Dorothy L. Sayers, Freeman Wills Crofts, así como otros importantes escritores británicos y estadunidenses. Durante la década de los treinta, también empezaron a surgir las primeras revistas pulp, que diferían mucho de las revistas estadunidenses de la misma época; de hecho, guardaban mayor similitud con las revistas alemanas de literatura popular: en general de formato reducido, engrapadas y a menudo presentaban una sola historia larga en lugar de muchas historias breves. La mayoría eran traducciones; pero cuando eran de autoría sueca, a muchas las hacían pasar como traducciones al ambientarlas en Inglaterra o Estados Unidos y publicarlas con seudónimos cuya fonética aludía al inglés. Las revistas pulp permanecieron en Suecia hasta principios de los años sesenta, aunque durante la última década de su existencia coexistieron —como fuente principal de lectura de entretenimiento de género negro— con novelas de bolsillo de bajo costo y traducciones, que las sustituyeron. Entretanto, el primer escritor sueco de género negro que había estado afianzando sus historias en Suecia y creando meticulosamente detectives con nombres de evidente raíz sueca era Stieg Trenter. Muchas de sus novelas estaban narradas a través del fotógrafo Harry Friberg, pero quien resolvía los problemas era ante todo el amigo de Friberg, el inspector Vesper Johnson. En general, Trenter se considera como uno de los mejores cronistas literarios del crecimiento y expansión de Estocolmo durante los años de la posguerra. Publicó veintiséis libros entre 1943 y 1967; algunos de los últimos en coautoría con su esposa, Ulla Trenter, quien tras su muerte publicó otras veintitrés novelas negras hasta 1991, muchas de las cuales aún presentaban a los protagonistas de

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su esposo, pero con tramas claramente más débiles y desafortunadas representaciones de entornos de Estocolmo, que era uno de los sellos que caracterizaban a su marido. Puede afirmarse que Stieg Trenter fue el autor que logró que los críticos suecos aceptaran la literatura negra. Tuvo seguidores durante los años cuarenta y cincuenta, en particular Maria Lang, seudónimo de Dagmar Lange (1914-1991), cuyas obras a menudo se marginaban como “novela romántica para mujeres con irrupciones detectivescas” debido a que siempre se caracterizaban por tener subtramas no sólo románticas, sino a menudo eróticas. A pesar de ello, la primera novela de Lang resulta interesante; Mördaren ljuger inte ensam (No sólo el asesino miente, 1949) era extremadamente audaz al describir con benevolencia a la homicida: una lesbiana que asesina a la mujer que despreció su amor apasionado. Las reacciones escandalizadas por este libro bien podrían haber contribuido al hecho de que Lang minimizara su tendencia a exponer y discutir asuntos delicados en las siguientes cuarenta y dos novelas para adultos: debía cuidar su prestigio y reputación social como directora de un instituto de educación preparatoria. No obstante, el desdén que mostró la crítica masculina hacia su creación literaria resulta exagerado: el hecho de que los personajes femeninos principales de sus novelas (aunque el principal detective siempre fuese un hombre) verdaderamente se interesaran por hacer comentarios sobre la apariencia de los hombres, su potencial como pareja y su atractivo sexual —al­ go que los protagonistas de otras novelas de la misma época escritas por hombres siempre hacían con las mujeres— parece ser uno de los principales supuestos errores de Maria Lang. El primer sueco en enfocarse solamente en el ámbito policiaco fue Vic Suneson, seudónimo de Sune Lundquist, quien publicó más de treinta novelas y colecciones de cuentos de 1948 a 1975. Muchas de sus obras son novelas experimentales que presentan puntos de vista cambiantes, no siguen una narración lineal o combinan descripciones de investigaciones criminales con caracterizaciones psicológicas. Después de Suneson, el último de los principales escritores suecos de este género, previo a los años sesenta, publicó su primera novela en 1954. H(ans)K(rister) Rönblom escribió sobre el historiador y profesor Paul Kennet, quien descubre a los asesinos no con el fin de hacer justicia, sino para garantizar que la historia se registre con fidelidad a la verdad. De cierta

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manera, Rönblom se considera el primer escritor sueco moderno de género negro, esto debido a que sus novelas también critican de manera insidiosa la vida pueblerina que describen: bajo la idílica rutina cotidiana subyace la agitada corrupción, la intolerancia religiosa, el sexismo, el racismo, la cerrazón y la arrogancia moral, aspectos que evoca el meticuloso y rigurosamente sincero Kennet. El periodista Rönblom optó tardíamente por la literatura y murió prematuramente (1901-1965); aun así, logró publicar diez novelas. El género negro ganó popularidad en Suecia gracias a las traducciones. A excepción del talentoso Frank Heller, la obra de los pocos escritores suecos de literatura negra que escribieron antes de la década de los cuarenta carecía de originalidad y no se consideraba digna de apreciación crítica; a Heller mismo, a pesar de los elogios que recibía por su prosa, erudición e inventiva, también se le acusaba de “seducir a la juventud” al embellecer a sus protagonistas, estafadores desprovistos de toda moral. Sin embargo, poco a poco las historias traducidas sobre detectives ingeniosos, en particular aquéllas de Christie y Sayers, y más tarde las de Ellery Queen, John Dickson Carr y Georges Simenon, fueron encontrando aceptación y se convirtieron en la lectura de entretenimiento de la clase media. Esto preparó el camino para que el estilo de los escritores suecos se fuera definiendo: Trenter, Lang, Suneson y Rönblom dominaron el género negro sueco durante veinte años con sus novelas de asesinatos entre la clase media alta. La excepción parcial a esto fue Rönblom, pues los demás, pese a su narrativa y cualidades literarias, escribieron novelas tan conservadoras, poco desafiantes y carentes de crítica social y temas atrevidos, como las de Agatha Christie. Éstos eran los escritores cuyas obras publicaban las prestigiosas editoriales suecas en tapa dura. Alguien que surgió tarde, pero que bien vale mencionarse, es la sumamente talentosa Kerstin Ekman, cuyas primeras seis novelas (1959-1963) estaban plagadas de historias sobre investigaciones, pero más tarde produjo en su mayoría ficción literaria contemporánea, aunque a menudo inserta elementos criminales en su obra y publicó dos novelas posteriores que podrían catalogarse como género negro. En 1978, fue reconocida por ser la única escritora que, tras iniciarse en la literatura popular, logró llegar a ser miembro vitalicio de la Academia Sueca en sus entonces 192 años de existencia, además de ser, hasta ese entonces, la tercera mujer que lograba llegar a este selecto grupo.

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Al mismo tiempo, empezó a surgir en el periodo de entreguerras una subcorriente que los críticos e intelectuales suecos llamaban “literatura sucia” (sí, en serio). En un inicio, esta forma de literatura de entretenimiento se publicaba en semanarios de aventuras y pequeñas revistas pulp; más tarde, alrededor de 1950, en series de libros de bolsillo que se vendían sólo en los kioscos y tabaquerías, nunca en librerías (y por esa razón absurda nunca se consideraron libros). Para mediados de la década de los cincuenta habían aparecido varios cientos de libros de bolsillo y con ellos la literatura hard-boiled de la escuela norteamericana de los años treinta y posterior que había llegado a Suecia. Peter Cheyney, Mickey Spillane y James Hadley Chase fueron los máximos exponentes, gracias a su éxito en ventas durante los primeros años de la década de 1950, aunque nunca se mencionaron en críticas o reseñas debido a que la respetada y consolidada industria del libro no los publicaba, ni tampoco a algunos otros escritores suecos que intentaban imitarlos. Las enciclopedias suecas aún afirman que “los libros de bolsillo surgieron en Suecia en 1956”, pues en ese entonces una de las principales editoriales empezó a distribuirlos en las librerías. Por consiguiente, se manifestó una doble moral extrema: los lectores de clase obrera, adolescentes y supuestamente más de un oficinista (es posible sospecharlo, aunque no admitirlo) devoraban el género negro norteamericano, pero las únicas historias criminales que se publicaban de manera oficial en el país eran las series detectivescas tradicionales. De hecho, este tipo de novela al estilo norteamericano de ese entonces aún se escribe y publica en Suecia, y ha mantenido su legado gracias a escritores como Jan Ekström (cuya primera novela se publicó en 1961), quien podría considerarse como el más meticuloso de todos los escritores suecos de acertijos criminales; años más tarde, su principal rival fue quizá Gösta Unefäldt (quien debutó en 1979), aunque su detective es también un policía; otra escritora actual es Kristina Appelqvist, que publicó su primera novela en 2009. Los primeros autores que rompieron drásticamente con la tradición sueca de crímenes entre la clase alta fueron también los primeros escritores suecos de género negro que durante cuarenta años alcanzarían el éxito fuera de su país: Maj Sjöwall y Per Wahlöö, quienes coescribieron y publicaron la primera novela de una serie de diez volúmenes (La historia de un crimen), en 1965. Esta novela, Roseanna, de ninguna

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manera tuvo un éxito inmediato en Suecia: los críticos la consideraban muy cruda, demasiado deprimente, muy oscura, excesivamente brutal. Sin embargo, poco a poco la serie de Sjöwall y Wahlöö empezó a glorificarse como un experimento literario único y se convirtió en un fenómeno en ventas. En gran medida, este éxito se logró gracias al mensaje político de sus novelas: los primeros escritores suecos de este género habían mostrado una vena política conservadora o liberal, pero Sjöwall y Wahlöö eran activistas de izquierda, de modo que planearon deliberadamente sus diez novelas con una evidente carga política. El motivo de los crímenes comenzó a relacionarse con el antecedente social de las víctimas y de los criminales; los últimos libros de la serie abordan directamente temas como las tendencias fascistas dentro de la policía, la traición del presunto gobierno socialista hacia la clase trabajadora, la vacuidad del estilo de vida burgués capitalista. La vida política sueca, a partir de mediados de la década de 1930, estuvo dominada por el partido socialdemócrata, al que pertenecieron todos los jefes de gobierno desde 1932 hasta 1976. A partir de los años treinta, el partido fue transformando gradualmente a la sociedad sueca en un estado de bienestar centralizado, pero el proceso resultó ser mucho más lento de lo que su retórica prometía. Una de las consecuencias fue que muchos intelectuales suecos, así como un creciente número de jóvenes, empezaron a señalar la negligencia del partido socialdemócrata hacia los ideales socialistas. Por consiguiente, durante los años sesenta, la crítica social en Suecia solía venir de la izquierda radical, y las novelas de Sjöwall y Wahlöö cambiaron la forma en que muchos líderes intelectuales veían al género negro: aquello que alguna vez había sido desdeñado como un frívolo pasatiempo burgués podría convertirse en el impulso para el análisis político, la educación y el cambio. De repente, leer —e incluso escribir— literatura negra se convirtió en una práctica respetable entre los suecos de izquierda; cabe señalar que esto coincidió con la llegada a la edad adulta de generaciones de jóvenes lectores que habían crecido no con las novelas inspiradas por Agatha Christie de sus padres, sino con las novelas hard-boiled publicadas para venderse como “libros de kiosco“ de dudosa reputación, y esta combinación de circunstancias transformó rápidamente la literatura negra sueca.

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Resulta claro que el éxito de Sjöwall y Wahlöö, así como la siguiente oleada de novelas negras escritas desde una perspectiva políticamente radical, no acabaron con el estilo de literatura negra más tradicional o ajeno a la política; ésta tenía sus lectores y seguía publicándose. De hecho, uno de los escritores más populares del periodo entre 1968 y mediados de la década de los ochenta fue Bo Balderson (seudónimo) quien, en sus once novelas, se burló de los sectores gubernamentales de Suecia empleando una perspectiva claramente conservadora. Otros escritores nuevos (mucho más hábiles que Balderson) demostraron que el estilo más tradicional de la novela detectivesca también podía desarrollarse con gran esplendor; entre los más importantes se encuentra el psiquiatra Ulf Durling, quien escribió su primera novela en 1971 y la décimo sexta, y más reciente hasta ahora, en 2008; así como el prolífico Jean Bolinder, cuya primera novela negra se editó en 1967. Aun así, cuando se publicó la décima y última novela de Sjöwall y Wahlöö en 1975, muchos de los autores nuevos se centraban en colecciones policiales, y la mayoría combinaba sus historias criminales con temas políticos de fondo. Algunos de los escritores más destacados de esta generación fueron Uno Palmström, K. Arne Blom, Olov Svedelid y en particular Leif G. W. Persson, un profesor de criminología que publicó tres novelas entre 1978 y 1982, y la siguiente en 2002. Desde entonces ha escrito otras seis novelas. Sus tramas intrincadas, que a menudo se basan en crímenes reales de Suecia (su trilogía Entre la promesa del verano y el frío del invierno, 2002; Otro tiempo, otra vida, 2003; y En caída libre, como en un sueño, 2007, que trata sobre el asesinato aún sin aclarar del primer ministro Olof Palme en 1986, es un excelente ejemplo), la ambientación minuciosa y los evidentes méritos literarios lo han convertido en uno de los escritores suecos de género negro más destacados; él es uno de los dos autores que han sido galardonados tres veces con el premio a la Mejor novela del año por parte de la Academia Sueca de Novela Negra (Håkan Nesser es el otro). Persson —considerado no sólo uno de los mejores escritores suecos en este terreno, sino uno de los más influyentes— también ayudó a sentar las bases de la crítica social en el género negro sueco. Su experiencia (como criminólogo en la Junta Nacional de la Policía, así como importante consejero gubernamental y asesor especializado para el ministro de Justicia sueco) le da un valor único a sus novelas, que se caracterizan

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por la crítica, sin rodeos, a la ineficiencia descontrolada de la policía sueca, el sistema judicial y la clase política y burocrática, cuyo objetivo principal parece ser el de perpetuar y extender su propio poder y privilegios. Las críticas a la sociedad sueca que plasma Persson también se ven reflejadas en las novelas de Kennet Ahl, seudónimo del dúo formado por el periodista Christer Dahl y el que más tarde fuera escritor y actor Lasse Strömstedt, quien estuvo en prisión durante ocho años. Dahl y Strömstedt escribieron siete novelas entre 1974 y 1991, en las que pudieron incluir información de primera mano del sistema penitenciario, la crueldad de la policía, el tráfico de drogas y la precaria situación de los drogadictos. Otro escritor importante es el ya mencionado Uno Palmström, en un principio periodista y más tarde editor, cuyas nueve novelas (1976-1990) también expresaban dudas fundamentales sobre la sociedad sueca, a la cual veía en gran medida como un Estado corporativo donde la alianza profana entre políticos y banqueros oprimía a la población para favorecer sus propios intereses. El abogado y naturalista Staffan Westerlund escribió una serie de novelas con un tema común: lo inhumano tanto de las grandes empresas como del gran gobierno; escribió sobre las intromisiones y los crueles ultrajes perpetrados por las autoridades suecas, así como la indiferencia hacia las personas por parte de las corporaciones médicas, químicas y energéticas con el fin de obtener beneficios. A finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, la tendencia a la crítica social no sólo se arraigó, sino que se enriqueció a través de la obra de importantes autores noveles. El periodista Gunnar Ohrlander publicó un primer thriller en 1990, que le valió el premio a la Mejor primera novela por parte de la Academia Sueca de Novela Negra, al igual que Henning Mankell, quien en 1991 obtuvo el premio a la Mejor novela del año por la publicación de Mördare utan ansikte (Asesinos sin rostro), su primera novela negra. Ellos fueron los primeros escritores suecos en abordar con seriedad, desde la literatura, el tema del racismo y las opiniones en contra de los inmigrantes en Suecia, y también lo plasmaron en sus novelas de este género.

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Cuando se tradujeron las novelas de Stieg Larsson, a partir de 2008, muchos críticos se mostraron sorprendidos por las descripciones negativas

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del estado de bienestar sueco en el que imperaba el aberrante afán de sacrificar los derechos, la libertad y la vida de sus ciudadanos con tal de mantener el poder y los privilegios. Para los lectores estadunidenses y británicos, esto parecía un revés dramático del previo panorama esperanzador de la Suecia moderna con una sociedad próspera, acaudalada y liberal donde predominaba la apertura, la tolerancia y la compasión. De hecho, la percepción descarnada de la sociedad sueca que se exhibe en la trilogía Millennium fue una continuación de la crítica social representada en las novelas de Sjöwall y Wahlöö, por lo que prevaleció como tema central en la literatura negra sueca durante casi cuarenta años. Ya se ha hecho referencia a las razones por las que muchos escritores suecos de este género expresaron opiniones políticas fuertemente izquierdistas (aunque también es necesario resaltar que de ninguna manera se sugiere que fueran todos). En pocas palabras, las novelas de Maj Sjöwall y Per Wahlöö habían marcado una ruptura frente a la línea tradicional del género negro sueco: optaron por un enfoque mucho más realista, tanto del crimen como de su esclarecimiento; escribieron desde la perspectiva de los oprimidos; con frecuencia criticaban la eficiencia y los motivos de la policía, y los fuertes lazos entre el sistema jurídico y el poder político; y examinaron los factores sociales y económicos que fomentan la criminalidad. Estos factores contribuyeron a que sus novelas no sólo fueran aceptadas, sino que se convirtieran en referente para los intelectuales que compartían estos puntos de vista, lo cual, a su vez, impulsó el surgimiento de nuevos lectores de literatura negra escrita en sueco. Al mismo tiempo, sus novelas se publicaron justo cuando el panorama político sueco se estaba radicalizando. Los movimientos sociales de 1968 en muchos de los países occidentales también generaron un gran impacto en Suecia, donde la disconformidad contra la Guerra de Vietnam se convirtió en el estandarte de muchos grupos radicales: marxistas-leninistas, maoístas y trotskistas, que si bien eran pocos, tenían gran peso intelectual. Al apoderarse del movimiento en contra de la Guerra de Vietnam, los maoístas y en algunas circunstancias los trotskistas lograron influir en una generación de bachilleres y universitarios suecos. De manera deliberada, estos grupos también alentaron a sus miembros a ejercer oficios que les permitieran persuadir a los demás; muchos se volvieron animadores, actores, profesores, trabajadores sociales y también escritores o periodistas; durante varios años, la

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Escuela de Periodismo de Estocolmo se denominó popularmente “Escuela de Comunismo”. No resulta sorprendente que muchos de ellos también quisieran seguir los pasos de Sjöwall y Wahlöö al expresar sus opiniones e inquietudes a través de la novela negra; de hecho, muchos de los principales escritores suecos de este género de las últimas décadas se remontan a los grupos radicales de finales de los años sesenta y setenta. Stieg Larsson era trotskista; Henning Mankell, maoísta, al igual que Gunnar Ohrlander; los tres han expresado abiertamente sus lealtades políticas, razón por la que se les menciona a ellos y no a otros. Por razones de claridad, debo añadir que mi objetivo no es denunciar a estos escritores, sino dar un antecedente inteligible del rumbo que ha tomado la literatura negra en Suecia: ya en su adolescencia y juventud, esos escritores que alcanzaron la madurez en los años sesenta y setenta aprendieron a ver la sociedad a través de una postura ética, de un modo dialéctico y a atribuir tanto los problemas sociales como las acciones individuales a factores políticos y económicos. No tengo dudas de que habría aparecido una forma muy similar de crítica social si varios de los principales escritores suecos hubieran sido guiados por puntos de vista liberales o libertarios igualmente fuertes, pero tales opiniones rara vez forman parte del discurso político sueco. Por otro lado, existen ejemplos evidentes de escritores con orientación política conservadora que se valen de la literatura negra para criticar a la sociedad sueca.

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A mediados de la década de los noventa, una nueva generación de escritores destacados logró consolidarse, y entre sus principales exponentes se encuentran Mankell, Håkan Nesser (quien comenzó a escribir literatura negra en 1993) y Åke Edwardson (cuya primera novela negra se publicó en 1995). En cierta medida, tanto Nesser como Edwardson rompieron con la tradición sociorrealista. Nesser ambientó sus novelas profundamente literarias en una ciudad ficticia, Maardam, ubicada en un país no identificado que guarda similitudes con Suecia, Alemania, Polonia y Holanda, y cuya temática se centra en la psicología de los personajes principales, sobre todo del policía Van Veeteren. Muchas de las novelas de Edwardson presentan al inspector de Gotemburgo Erik Winter; no obstante, también ha optado por abordar aspectos existenciales y psicológicos de un modo muy literario. Mankell, Nesser y Edwardson impulsaron el nivel literario de la novela negra sueca al grado

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de lograr que fuera aceptada no sólo como ficción seria —que de hecho ya lo era desde los años sesenta—, sino como parte importante de la literatura contemporánea sueca. Sin embargo, una de las carencias más grandes es la ausencia de mujeres entre los autores. A excepción de la psiquiatra Åsa Nilsonne, casi todos los creadores de este género en Suecia eran hombres. El cambio decisivo se logró a finales de los noventa, cuando Inger Frimansson, Liza Marklund, Helene Tursten y Aino Trosell publicaron sus primeras novelas (1997-1998); gracias a ellas, se pudo dar la transformación que tanto se necesitaba en la literatura negra sueca. Frimansson se centró desde un inicio en los thrillers psicológicos con algunos personajes recurrentes; Marklund escribió sobre la periodista investigadora Annika Bengtzon; y Aino Trosell presentó a las “antiheroínas” en sus novelas realistas de carácter mayormente proletario. De las cuatro, sólo Helene Tursten, enfermera y dentista certificada, escribe sobre una oficial de policía, la inspectora Irene Huss de la comisaría de Gotemburgo. Pese a esto, la novela estrictamente policiaca se ha mantenido y afianzado en Suecia. Entre los escritores nuevos que han conservado esta tradición podría contarse a Arne Dahl (seudónimo de Jan Arnald), quien introdujo en 1999 el ficticio “Grupo A” que se especializa en crímenes violentos a nivel internacional y, luego de once libros, en 2011 comenzó a escribir sobre Opcop, un comando secreto dentro de la fuerza policial europea. Otros escritores admirables del este subgénero son Anna Jansson, quien lanzó a su protagonista, la policía Maria Wern en 2000; Mons Kallentoft, que escribe sobre el magnífico (pero afectado y alcohólico) inspector Malin Fors desde 2007; Carin Gerhardsen, quien empezó a escribir sobre la policía en Hammarby, zona en el sur de Estocolmo, en 2008; y Kristina Ohlsson, quien presentó a las protagonistas Fredrika Berman y Alex Recht en 2009. No obstante, hoy en día muchas de las novelas negras suecas más destacadas no se catalogan dentro del campo policiaco. Gracias a la publicación de la primera novela sobre la escritora Erica Falck y su pareja policía Patrik Hedström en 2003, Camilla Läckberg se convirtió rápidamente en una de las autoras más populares en Suecia. Sus novelas, al igual que las de muchos de sus seguidores, se centran en la vida personal y las relaciones de sus principales personajes, por lo que la historia de

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crimen, aunque es fundamental en la trama de sus novelas, no siempre es el elemento más importante. Este tipo de “fusión” entre novelas sentimentales y literatura negra se ha convertido en un componente habitual de este género en Suecia; de cierto modo, se remonta a la estructura que utilizó Maria Lang en sus novelas de los años cincuenta, pero decididamente más realista. Otras escritoras que demostraron ser exitosas en este estilo son Mari Jungstedt y Viveca Sten, aunque también ha atraído a algunos escritores como Jonas Moström. Entre las obras sobre abogados, Åsa Larsson podría ser la mejor exponente. Su primera novela sobre Rebecka Martinsson se publicó en 2003 y fue considerada la mejor primera novela de ese año; dos de sus cuatro libros posteriores han sido galardonados con el premio a la Mejor novela del año por parte de la Academia Sueca de Novela Negra. En sus novelas imperan las tradiciones regionales, y los conflictos religiosos y psicológicos; se le considera como una de las escritoras suecas de género negro más experimentadas y originales de nuestros días. Malin Persson Giolito, hija del ya mencionado Leif G. W. Persson y cuya primera novela negra se publicó en 2012, es una exabogada que recurre a sus novelas para criticar o cuestionar aspectos del sistema de justicia sueco. Entre los mejores autores actuales de este subgénero también se encuentran Anders Roslund y Börge Hellström, quienes escriben en coautoría desde 2004. Roslund es periodista y anteriormente fue reportero de nota policiaca para la televisión; Hellström, quien fuera criminal en otros tiempos, ahora se dedica a apoyar a los criminales a readaptarse a la sociedad. Sus novelas también siguen la tradición sueca de abordar y criticar los problemas sociales mediante la literatura negra y presentan a un policía como protagonista, pero destacan de entre la mayoría de las obras similares gracias a las habilidades literarias, la amplia gama de temas empleados y el nivel de ambición: sus seis novelas emplean distintas tramas, formas, humores y estilos.

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En 2005, se publicó en Suecia la primera novela de Stieg Larsson. Para cuando apareció la segunda, apenas un año después, su éxito ya era extraordinario. A comienzos del siglo xxi, el género negro en Suecia había prosperado, pues un creciente número de escritores nuevos le habían impregnado diversidad a lo que durante casi treinta años había sido un estilo dominado por autores varones que escribían principalmente

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sobre grupos policiales masculinos. Después de las novelas de Stieg Larsson, el número anual de producciones literarias de este género escritas en Suecia aumentó inusitadamente; hoy en día se cuentan ciento veinte. El aspecto negativo de esto es que dado que la cantidad total de novelas negras no cambia, se traduce cada vez menos literatura extranjera de este género al sueco y, por ende, los lectores suecos pierden la oportunidad de conocer nuevos autores y tendencias, además de que se priva a los escritores suecos de conocer la fuente de inspiración de las nuevas creaciones literarias y temáticas en otros idiomas. Por otra parte, ahora resulta evidente que las novelas de Stieg Larsson generaron cambios duraderos en la literatura negra sueca. Desde principios del siglo xx, la literatura sueca estuvo dominada por la idea de que para ser tomada en serio, la obra literaria debía ser realista, abordar temas psicológicos o sociales y ceñirse a una austeridad total a la hora de describir personajes y sucesos. Esta percepción también alcanzó a la “buena” literatura de entretenimiento, y las obras que no se apegaban a lo anterior se consideraban, por defecto, inferiores debido a su escaso realismo. Es probable que uno de los efectos de esto sea el hecho de que la ciencia ficción nunca haya podido echar raíces en Suecia; al no tratar con el presente, se consideraba como ficción escapista que, por definición, no era ni buen arte ni literatura valiosa. En el caso concreto de la literatura negra, la consecuencia de esta perspectiva es que el campo podría determinarse por su austeridad y su falta de libertad creativa: en un terreno donde imperan las preocupaciones sociales y el realismo práctico no hay cabida para villanos como Hannibal Lecter, héroes como Jack Reacher o tramas como las de Mickey Spillane. Quizás a alguien como Stieg Larsson, cuya lectura preferida era la ciencia ficción y literatura negra anglosajona, y a quien no le importaban mucho las tradiciones respaldadas por el gremio literario sueco, le correspondía escribir un libro desprovisto de la idiosincrasia sueca como su trilogía Millennium —tanto por sus personajes, acción, contenido sexual explícito y violencia como en el simple placer de la narración imaginativa. El éxito de las novelas, gracias a la crítica y al público, permitió que los escritores posteriores se libraran de muchos de los tabúes, que de hecho aludían al rechazo modernista de principios del siglo xx en torno a la estructura lineal de la trama, el heroísmo, el moralismo y el romanticismo de la literatura precedente, que los modernistas consideraban

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pasado de moda e inadecuado para la civilización cosmopolita y urbana. Como consecuencia, en los últimos años, el género negro sueco se ha visto enriquecido por la creación literaria de escritores innovadores. Karin Alfredsson y Katarina Wennstam, cuyas primeras novelas se publicaron en 2006 y 2007, escriben sobre el dominio del hombre sobre la mujer y la homofobia; quizá son las dos escritoras contemporáneas cuya temática se asemeja más a la que subyacía bajo las novelas de Stieg Larsson. Mediante la protagonista recurrente en sus primeras cinco novelas, la médica Ellen Elg, Alfredsson examina la terrible situación de la mujer en cinco países diferentes; Wennstam, a través de sus novelas negras de alto nivel, ha abordado la trata, la crueldad policial hacia sus parejas, el acoso sexual en la industria del cine y la homofobia en los deportes. El abogado Jens Lapidus, que escribe desde 2006, se inspira estilística y temáticamente en James Ellroy al describir la violencia de pandillas y la corrupción en los suburbios de Estocolmo, con lo que a su vez ha creado un singular subgénero de la literatura negra sueca. Johan Theorin, cuya primera novela se publicó en 2007, es un escritor con grandes dotes literarias que a menudo combina las tramas criminales con regionalismos y elementos de fantasía, mitología y horror. Dag Öhrlund, quien hizo su debut en el mismo año, escribe thrillers violentos que incluyen componentes de la tradición policiaca estadunidense y es creador del primer asesino en serie talentoso en el género negro sueco. A inicios de 2009, la pareja de escritores compuesta por Alexandra y Alexander Ahndoril, que firman conjuntamente con el seudónimo Lars Kepler, empezaron a producir novelas de acción rápidas, creativas y plagadas de vaivenes emocionales que presentan a héroes y villanos extraordinarios. Las novelas del especialista en seguridad Anders de la Motte, quien debutó con [geim] en 2010, se distinguen por su trama compleja y laberíntica, así como por su protagonista nerd, cuasidelincuente, holgazán y experto en informática que es todo menos un típico sueco. Håkan Axlande Sundquist y Jerker Eriksson, que firman con el seudónimo de Erik Axl Sund terminaron su primera novela en 2010 y han publicado, hasta la fecha, una novela en tres grandes volúmenes: una historia compleja e hipnóticamente apasionante de obsesión, venganza, psicoanálisis y redención, que se ha convertido en una de las obras principales de la literatura negra sueca de nuestros días. Posteriormente, Christoffer Carlsson surge como un escritor muy poco convencional,

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cuyas tres novelas, inspiradas en el género negro, resultan muy prometedoras; asimismo, el dúo de escritores conformado por Rolf y Cilla Börjlind publican su primera novela negra en 2012: oscura, evocadora y con una de las parejas protagonistas más originales desde aquella de Stieg Larsson. Al crear a sus dos detectives, los Börjlind juegan, parodian y van más allá de las convenciones de la forma. Debido a la proliferación de escritores noveles, la súbita liberación de las restricciones anteriores en torno a los temas, el estilo y los elementos, así como la gran popularidad que han adquirido entre los lectores, el género negro sueco se encuentra en estos momentos en una etapa inmensamente emocionante y caótica de su desarrollo. Se han puesto nuevamente sobre la mesa antiguas controversias: cuánta descripción gráfica de violencia, asesinato o sexo es “aceptable” en la ficción; cuánta experimentación literaria se puede “tolerar” en la novela negra; cuánto apego a la tradición de la deducción racional se debe “exigir” en una novela negra; ¿los sucesos o elementos de la trama de carácter sobrenatural pueden incluirse en una novela negra? Esto a menudo da pie a debates intensos e interesantes, en especial dentro de los comités de premiación de la Academia Sueca de Novela Negra. Pese a las controversias y al hecho primordial, aunque no se haya mencionado antes, de que mucha de la novela negra en Suecia (al igual que en otros países) no se destaque especialmente y se escriba en alguna de las tradiciones consolidadas del campo, el futuro de este género en Suecia parece prometedor. Y, dado el repentino interés internacional, también resulta factible creer que seguirá atrayendo a escritores talentosos, innovadores y originales que profundizarán y enriquecerán el género aún más. Tras esta reflexión optimista, no los entretendré más. En las siguientes páginas, encontrarán a muchos de los escritores que han moldeado el género negro sueco que hoy en día conocemos y muchos que, considero, ayudarán a forjar su futuro. Espero que les resulte placentero conocerlos y leer las historias que tienen para contar. John-Henri Holmberg Viken, julio de 2013

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