Merida Fiestas 2019

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Todos los caminos llegaban a Mérida (a propósito del proyecto de la Basílicade Santa Eulalia y el Ayuntamiento de Mérida de volver a convertir Mérida en destino internacional de peregrinaciones). Introducción ntonio Bellido Almeida, párroco de santa Eulalia de Mérida y primer rector de su Basílica, decía en el prólogo a mi primer eulaliense que peregrinar es ir por el campo. Y en mi caso aseveraba que había “peregrinado por la geografía europea y ha encontrado huellas de la Mártir de Mérida en los más recónditos rincones.”

A

sangre la ha regado como el agua al jardín sediento o al campo mustio. Pero, según, Prudencio, la razón de estas peregrinaciones es que Emérita se ha transformado en una Ciudad Sagrada, la Civitas Dei o la Ciudad de Dios. Que sobre sus piedras los borbotones de la sangre de Eulalia escribieron el nombre de Cristo, aseveraba. Y, eso es lo que importaba para el peregrino a su llegada a la Ciudad: La Mártir era, desde ahora y para siempre, mediadora, intercesora de los hombres y mujeres ante Jesucristo -entonces, a la Virgen María la Iglesia no le había concedido la cualidad de intercesora universal de todas las gracias-. En fin, el mártir “como ciudadano privilegiado del cielo, viene considerado (y representado en la iconografía) como un conductor del alma al juicio divino”, 1 es decir, su abogado defensor.

Esta sutil interpretación de mi libro “Santa Eulalia de Mérida, la grandeza de lo pequeño”, nos pone ante una realidad antigua, apenas tenida en cuenta. El Primer Peregrino o, mejor acaso, la Primera Peregrina mártir hispana sería Santa Eulalia de Mérida, junto con San Vicente. Su Culto, se difundió por casi toda la geografía del Imperio Romano en los siglos IV y V, especialmente, por toda Hispania y el Occidente europeo. Para ello se utilizaron los textos sobre su martirio redactados por Quinto Aurelio Prudencio Clemente y, especialmente, sus reliquias. De aquí que la veamos representada en la propia Rávena, entonces capital del Imperio Bizantino, o titulando iglesias y dando nombre a los pueblos en Sant’ Ilario de Enza o en Sant´Eulalia di Borso del Grappa en Italia o, muy ampliamente, en el sur de Francia. En todos los casos se erige como propulsora del Cristianismo en las zonas rurales, las más reacias a la evangelización. Claro, que también, en justa correspondencia, llegaran de estos y otros muchos lugares, también de África y Oriente, peregrinos a la Ciudad “que la vio nacer” y a su Martyrium, Memoria, Túmulo, Título, etc o basílica en donde reposaban sus huesos. Entre ellos San Gregorio de Tours, el Abad Nancto, etc. Interpretación más que acertada la de Aurelio Prudencio Clemente. El Destino es la Ciudad porque la Ciudad es Ella y algo más… Su fértil e inmarcesible

En este cuadro de creencias perdidas también se contempla la “resurrección de la ciudad que fue testigo del martirio -en este caso referida Emerita-”. En palabras de Prudencio: “Póstrate, conmigo, generosa ciudad, ante los sagrados túmulos: después ya seguirás a las almas y a los cuerpos resucitados”.2 Las peregrinaciones en la antigüedad precristiana. Antecedentes y similitudes entre las peregrinaciones a Ábidos en Egipto. Los motivos de peregrinación hacia un santuario en la antigüedad precristiana consistían en dos tipos: los iniciáticos y los oraculares. En la peregrinación iniciática el devoto buscaba la integración en los misterios reservados de un determinado culto. Fue el caso de Karnak para la iniciación en los Misterios de Osiris. A su vez en los oraculares, se viajaba al santuario para conocer la buena o mala dicha futura, destacando el de Amón en Siwa. Quizá el más famoso de entre los oraculares de la Antigüedad fue el Santuario de Apolo en Delfos, situado al pie del Monte Parnaso. En Abidos, en Egipto, el templo de Osiris era un centro de peregrinación iniciática, con una particularidad, hacia él peregrinaban los moribundos. Este sí tiene especial relación con el de santa Eulalia. La tumba eulaliense se convirtió en el centro de un cementerio para emeritenses y peregrinos como el Abad Nancto, norteafricano. En palabras del Abate Martigny era una “práctica vulgarizada entre ellos [los cristianos], 1 TESTINI, Pasquale. Archeologia cristiana. Edipuglia. Bari 1980, p. 129. 2 PRUDENCIO CLEMENTE, Aurelio. “Himno IV del Peristéfanon” en Obras completas. Edición de José Guillén y de Isidoro Rodríguez. Editorial Católica. Madrid 1950, p. 551, vs. 199 y 200.

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