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MI MESA CAMILLA Flamenco

~ Mi mesa camilla ~

Por Nono Villalta

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El “ba� aor ” JUAN MARTÍNEZ

Se está llevando a cabo una campaña a nivel institucional para que el fl amenco sea declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Nuestro país, no solo Andalucía, ha dado los más singulares artistas que han desarrollado este arte.

He conocido la historia de un extraordinario bailarín, nacido en Burgos en 1898, que fue en su época un verdadero maestro del baile. De nombre Juan Martínez, no se había amamantado en tablaos de la vieja Andalucía, ni había crecido entre cantes y guitarras, tan solo era hijo de padre bailarín, eso si. Era bajito, de rostro afi lado, frente cetrina, ojos muy negros y un cierto aire de desamparo que podía mover a compasión. Y no era para menos, ya que la experiencia vital de este exótico bailaor castellano tuvo como fondo, alguno de los acontecimientos más importantes de la historia.

Juan Martínez empezó a ganarse la vida en los tablaos de la Cava Baja de Madrid, primero solo y después con Sole, una bailaora a la que convirtió en su mujer. Desde ese momento se hicieron también pareja artística. «Los Martínez», se anunciaban en los carteles. Hasta que en el año 1914 tomaron la decisión de aventurarse a ir al extranjero afi ncándose en París. La exigente critica francesa, defi nió al artista burgalés de la siguiente manera: «Tiene una nariz desvergonzadamente judía, unos ojos grandes y negros de jaca jerezana, una frente atormentada de fl amenco, un pelo requetepeinado de madera charolada, unos huesos que encajan mal, porque, indudablemente, son de muy distintas procedencias -arios, semitas, mongoles-, y un pellejo duro y curtido como el cordobán».

La pareja exhibió su arte por los más afamados cabarés, obteniendo un gran éxito que no hizo que se estancaran en el fl amenco: aprendieron a bailar el tango argentino; tan bien lo hicieron, que consiguieron el primer premio en un concurso internacional convocado en la capital francesa. Pero aunque ella no sabía leer ni escribir, podía ir sin desdoro a comer ostras a los mejores restaurantes, alternando dignamente con viejas damas reales y grandes duquesas rusas.

Aquel éxito les procuró tanta fama, que un buen día ofrecieron a la pareja un contrato para que llevara su arte fl amenco a uno de los rincones más exóticos de Europa: Constantinopla. Se embarcaron en Marsella rumbo a Oriente. Era el 26 de junio de 1914. Cuarenta días antes de que estallase la I Guerra Mundial. En Turquía todo fueron problemas al confundirle en la aduana con un espía, cuando un ofi cial alemán creyó al burgalés que era búlgaro.

Se trasladaron a Rusia. Allí la pareja se quedó maravillada de aquellas ciudades atestadas de palacios descomunales. Ganaron dinero como nunca lo habían hecho, pero la alegría les duró poco. Cuando estalló la Revolución bolchevique en 1917, Juan y Sole se vieron arruinados, solos, presos del pánico, siendo testigos del horror, de las orgías de sangre de aquella incipiente dictadura del proletariado, de las checas… El hambre, la violencia les cogió de lleno, Juan tuvo que agudizar su ingenio para sobrevivir. Ejerció de crupier en timbas clandestinas, contorsionista, vendedor de cosas en el mercado negro. En 1922 concluyó su odisea. Regresaron a España y, poco después, volvieron a instalarse defi nitivamente en París hasta 1936, que fallecen en un accidente de automóvil.

Nono Villalta

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