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Regalo de Aniversario


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Él, caminaba ligero al despuntar el día, se dirigía a la estación para tomar el primer tren de la mañana. En sus manos llevaba celosamente un pequeño paquete.
Se había puesto un pantalón vaquero y su mejor camisa, le gustaba ir bien arreglado y limpio.
Al llegar a la estación sacó su billete y se fue rápidamente al tren que estaba a punto de salir. Se acomodó en el asiento y colocó el paquete encima de sus rodillas sujetándolo con las dos manos, como si de un tesoro se tratara. En realidad era un gran tesoro para él, ya que se lo llevaba a su amada como si de un quinceañero se tratara.
El acompasado vaivén lo fue sumiendo en un plácido sueño, y observé que de sus ojos salían dos lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
Me senté frente a él ya que tomé el mismo tren aunque con objetivo diferente. De repente se afl ojaron sus manos, y cayó la bolsa que tan celosamente sujetaban sus manos. Me apresuré a cogerla en el aire no fuera a romperse su contenido al llegar al suelo.
Él abrió sus ojos rápidamente dedicándome una preciosa sonrisa y me dijo: es un regalo para mi esposa, hoy es nuestro aniversario de bodas, ¿Sabe? Hacemos 60 años de casados.
Comenzó a hablarme de ella y su sonrisa se fue alegrando con cada palabra que decía, estaba muy enamorado, eso se veía en sus ojos y poco a poco el tono de su voz se fue apagando a medida que relataba su historia, una vida de amor, alegrías y sinsabores junto a la mujer que amaba, su amiga y compañera, y así quería que siguiera siendo hasta el fi nal.
Con tristeza me dijo: había soñado que estaba en una playa de arena blanca jugando con la espuma de las olas, con dos niños de corta edad mientras una mujer joven sentada en una hamaca, vigilaba el juego de los tres mientras sonreía. La mujer era su esposa y los niños sus dos hijos pequeños con los que habían vivido una vida llena de felicidad.
Hoy habían pasado los años y ella, se encontraba internada en una residencia, por eso cada mañana tomaba el primer tren para estar a su lado. Ella no sabía quién era aquel que cada mañana le ponía el azúcar a su café, le untaba la mantequilla a su pan durante el desayuno y la acompañaba a pasear por los jardines del centro, y ella sonreía agradecida.
Pero él si sabía quién era ella era la mujer de su vida, su Mariquita, como la llamaba desde que se conocieron aquel día en el paseo de su pueblo.
En aquel paquete que guardaba con tanto celo, llevaba un pañuelo para el cuello de su esposa y dos bombones en forma de corazón que tomarían después del desayuno.
Llegó el momento de la despedida, y casi sin respirar por la emoción, me dijo que se iba a quedar con ella. Había hecho los trámites para que lo acogieran allí y poder pasar los últimos días de su vida con su esposa, ese iba a ser su mejor regalo de Aniversario.
Vi de nuevo las lágrimas rodar por sus mejillas, esta vez de alegría, pues se lo había ganado con creces.
Dedicado a mi amigo Miguel. Eso es Amor y Entrega.
Paqui González



