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Poesía y realidad. Una reyerta en Aranjuez

Por Florencio Hernández Campos, Cronista Ofi cial del Real Sitio y Villa de Aranjuez

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Los gitanos han sido personajes tópicos de toda literatura folklórica que interesaron ya a hombres como Cervantes y por los que han tenido predilección especial extranjeros interesados en los temas hispanos. Pero si hay un personaje que contribuyó decisivamente a la fala de tal comunidad, ése fue, sin lugar a dudas, Federico García Lorca con su obra Romancero gitano (1928).

Mi propósito es examinar, en primer lugar, la visión que el poeta nos da de los gitanos. Se trata de un tópico, evidentemente, pero como todo estereotipo contiene una parte de verdad y otra de abultamiento de la realidad a la que me aproximaré a continuación, siguiendo un proceso judicial que se desarrolló en Aranjuez a principios del siglo XX. De este modo resultará posible completar la imagen literaria con la de los testimonios de los propios gitanos juzgados por el tribunal.

Como ha señalado Juan López-Morillas (García Lorca y el primitivismo lírico: refl exiones sobre el ´Romancero gitano´), Federico se crió en un ambiente en el que el gitano no era ya el miembro de la raza trashumante que había atraído a Próspero Mérimée, Washington Irving y George Borrow, sino un individuo sedentario cuya presencia suministra al granadino Sacro Monte y al sevillano barrio de Triana una especial personalidad. Conviene tener en cuenta este carácter urbano de los gitanos de García Lorca, pues en ese urbanismo germina el

Miguel de Cervantes.

confl icto de que se nutre gran parte del Romancero. El gitano que vive en la ciudad se ha sometido a regañadientes a una reducción de su libertad, a una limitación de su facultad de obrar.

Es muy probable que los motivos de tal cambio residan en las disposiciones y ordenanzas que obligaron a los gitanos a echar raíces, a establecerse en la periferia de las poblaciones donde estrechamente vigilados desde entonces, han llevado una vida marginal. Sirva como muestra la Real Pragmática de 19 de septiembre de 1783, que prohibía la utilización de “lengua, traje y modo de vida nómada”. Se concedía un indulto a todo vagabundo, gitano o no, que en el plazo de noventa días se emplease en una “ocupación honesta”, pudiendo avecindarse en cualquier pueblo o ciudad, a excepción de Madrid y Sitios Reales. Tales

Federico García Lorca

disposiciones suponían la extinción de un tradicional modo de vida que cervantes expone por boca de un viejo patriarca en su obra La Gitanilla:

“(…) somos señores de los campos, de los sembrados, de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los ríos: los montes nos ofrecen leña de balde; los arboles, frutas; las viñas, uvas; las huertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos, peces, y los vedados, caza. Por dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas y movibles ranchos; por cuadros y países de Flandes, los que nos da la naturaleza en esos levantados riscos y nevadas peñas, tendidos prados y espesos bosques que a cada paso a los ojos se nos muestran. Somos astrólogos rústicos, porque como casi siempre dormimos al cielo descubierto, a todas horas sabemos las que son del día y las que son de la noche (…); ni tememos quedar helados por su ausencia (del sol) cuando nos hiere a soslayo con sus rayos, ni quedar abrasados cuando con ellos perpendicularmente nos toca; un mismo rostro hacemos al sol que al yelo, a la esterilidad que a la abundancia”.

Con el tiempo, otro destacado escritor, Vicente Blasco Ibáñez, supo expresar esa nostalgia por la vida en plena libertad en su novela La Horda (1905). Salguero, un viejo gitano afi ncado en el madrileño barrio de las Cambroneras, repartía el año en distintas actividades, según las estaciones. En invierno fabricaba cestas de mimbres, pero eso era algo circunstancial: su verdadero ofi cio era el de esquilador que desempeñaba a lo largo del verano en diversas ferias. Las dos primeras era en San Juan: las de Segovia y Ávila, en el mes de junio. Luego venía la de Alcalá, en agosto. En septiembre se celebraban las de Illescas, Aranjuez, Ocaña, Mora Quintanar y Belmonte. Y en octubre eran las últimas: las de Consuegra, Talavera de la Reina y Torija.

Y todo ello dependía de la lluvia; esa era su mayor preocupación. “Pero a usted“ le preguntaba extrañado un vecino- ¿qué le importa que llueva o no llueva? ¿Dónde están sus campos? …” Salguero respondía que “la lluvia era el pan para ellos”; producía las buenas cosechas, y con la abundancia en los campos, los “paletos” gastaban mejor su dinero en la compra de caballerías. Y concluía: “Nosotros vivimos del verano, don Isidro. Si no “juese” por las ferias, moriríamos como las ratas. Yo esquilo, y los “camarás” que “tien” caballerías las venden. En invierno, el pasto es muy caro. Esos “probesitos” que usted ve no comen muchas “veses” “pa” que el “ganao”, que es su fortuna, no “caresca” de pienso… En verano, si la cosecha es buena, el paleto es generoso y no le importa darnos paja y “cebá” cuando vamos de paso”.

El confl icto entre el afán del gitano por vivir a su libre albedrío y su forzoso sedentarismo aparece con insistencia en los poemas del Romancero gitano. Lo intuimos en la monja gitana que, junto a la ventana de su celda, sigue con los ojos el galope de dos caballistas por el llano. Otro tanto ocurre cuando

Antoñito el Camborio, de camino a la plaza de toros de Sevilla, es detenido por la Guardia Civil sin que oponga resistencia. Otro aspecto del gitano en la obra de García Lorca es su afán de lograr cuanto desea, en abierta oposición con las circunstancias señaladas anteriormente. A modo de ejemplo, el deseo erótico puesto de manifi esto en La casada infi el. La violencia es la consecuencia inevitable, violencia que debe ser aceptada plenamente. La única obsesión del gitano está en ser hombre, en comportarse, según dice el poeta, como un “gitano legítimo”. Esa es la razón de que en el episodio de Antoñito el Camborio, ya mencionado, el hecho de no hacer frente, navaja en mano, a la Guardia Civil sea interpretado como un deshonor. Y su rehabilitación no llegará hasta que, más tarde, peleando solo contra los cuatro Heredias, cae traspasado por las navajas de éstos.

Pasemos ahora de la creación poética a la escueta realidad, tal y como expone José Ángel Orgaz Torres en su libro Se ha cometido un crimen. Crónica negra de Aranjuez y su comarca (18441931). Los Losada y los Montoya eran dos familias de raza gitana vecinas de Aranjuez que se tenían un profundo odio desde mucho tiempo atrás. Fue en la feria de septiembre de 1905 donde estalló el confl icto. Hubo un enfrentamiento entre miembros de ambas familias, de resultas del cual murió Antón Montoya. Según el informe de la autopsia, el cuerpo del difunto presentaba varios “disparos y multitud de golpes, sobre todo en el cráneo, producidos por un objeto contundente”. Fue detenido, como principal encausado, Manuel Losada. Desde el primer día del juicio se advirtió la necesidad de controlar fi rmemente a los miembros de las dos familias. Debido al escándalo que se originó en los pasillos con amenazas, insultos e inicios de peleas el juez ordenó el cacheo de los asistentes; el resultado fue que se les intervinieron cantidad de revólveres, cuchillos, pinchos y navajas. El juez dispuso que los familiares de ambos clanes fueran separados, apostándolos en pasillos distintos antes de comenzar la vista. La exposición inicial del abogado de la acusación puso de manifi esto el marco urbano en que se desarrollaron los acontecimientos: “Manuel Losada, gitano lo mismo que el resto de los procesados, estaba enemistado con Antón Montoya. El día de autos y hallándose Antón Montoya sentado en un velador de uno de los puestos de comida que con motivo de las ferias se instalaban en Aranjuez, disparó un tiro por la espalda al referido Antón Montoya”. Las declaraciones de los testigos mostraron crudamente la violencia del hecho. Así, Juan Montoya, hermano del fallecido, manifestó que “De pronto sonó un disparo y vi disparar al acusado sobre Antón desde detrás de un árbol, un segundo disparo; cayó el Antón al suelo y estando así se le acercó el Manuel y dándole con la culata en la cabeza muchos golpes le decía: ¡Toma, asesino! ¡Quiero que mueras de esta manera!”

Y Antonio Galera afi rmó que “Vi a Antón comiendo en la cantina y de pronto entró Manuel Losada, el cual sacó una pistola y por la espalda le disparó por detrás de la cabeza, saliendo inmediatamente corriendo del local. Antón, ensangrentado, salió corriendo tras el agresor y viendo al padre de éste le disparó dos tiros, dándole uno de ellos en el hombro que le hizo caer por tierra”. Por fi n llegó el veredicto. A la pregunta de que si consideraban culpable o inocente a Manuel Losada, la respuesta de los miembros del tribunal fue: Culpable, pero matizando que realizó el delito operando en legítima defensa de su progenitor. El Presidente del Tribunal dio lectura a la sentencia, que fue de absolución.

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