Voy a hacerte un macro
PORNO Gustos y colores
Espacios y lugares Tanzania, África
a félix labisse
«El Kilimanjaro es una montaña
Hay sexos cortos
cubierta de nie-
Y otros cuelgan hasta las rodillas Rayados de amarillo y violeta
ve de 5895 me-
Como la sombra del sol a través De la reja
dicen que es la
Y las mujeres, algunas huelen a caldo de conejo salvaje.
ca. Su nombre
Con tostadas es rico.
«Ngáje Ngái»,
Boris VIAN (francés, 1920-1959)
tros de altura, y más alta de Áfries, en masai, «la Casa de Dios». Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas». Ernest HEMINGWAY, Las nieves del Kilimanjaro
Pensionistas
Alaska, Estados Unidos
Una tenía quince años, la otra dieciséis Y ambas dormían en la misma pequeña habitación Esto sucedió una sofocante noche de septiembre Quebrantables asuntos! Ojiazules y con mejillas de marfil Para refrescar sus delicados cuerpos, se despojaron De las exquisitas camisas perfumadas de ámbar La más joven levantó sus manos inclinándose hacia atrás Y su amiga, con sus manos en sus pechos, la besó.
Entonces bajó a sus rodillas, y, en un arrebato Pegó a la pierna de la otra su mejilla, y su boca Acarició el dorado oro entre las grises sombras Y durante todo ese tiempo la más joven contaba Con sus queridos dedos los prometidos valses Y sonrojándose, inocentemente sonreía.
Paul VERLAINE, francés 1844-1896
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«El hombre lanzó una mirada hacia atrás, al camino por el cual había llegado. El Yukón se extendía en un kilómetro y medio de ancho, oculto bajo más de un metro de hielo. Sobre éste había otro tanto de nieve. Y todo era de un blanco puro, dibujado en suaves ondulaciones donde se habían formado los atascamientos del congelamiento. Al norte y al sur, hasta donde alcanzaba la vista, la blancura era ininterrumpida, aparte de una delgadísima línea negra que se curvaba y ros etorcía en torno de la isla cubierta de abetos, al sur, y que se curvaba y retorcía hacia el norte, donde desaparecía detrás de otra isla poblada de abetos. Esa finísima línea negra era la senda, que llevaba al sur, a lo largo de ochocientos kilómetros, hasta el paso Chilcoot, Dyea y las aguas saladas; y por el norte, a lo largo de ciento quince kilómetros, a Dawson, y más al norte aun, mil seiscientos kilómetros, hasta Nulato, y por último hasta St. Michael, sobre el mar de Bering, dos mil quinientos kilómetros más. Pero todo eso -la misteriosa, prolongada y delgadísima senda, la falta de sol en el cielo, el tremendo frío y lo extraño y fantástico de todo aquello no impresionaba para nada al hombre. No porque estuviese acostumbrado desde hacía tiempo. Era un recién llegado a la región, un chechaquo, y ese era su primer invierno. Lo malo es que carecía de imaginación».
Jack LONDON, Para enceder un fuego