VIVIR CON DRAGONES
Vivir con un dragón puede resultar muy complicado. Si encima son tres, el nivel de dificultad es superior a escalar el Everest.
Desde que Zu, Hidra y Paf habían llegado a Villagrís, los vecinos estaban atemorizados. Si antes no salían de noche por miedo a las brujas malvadas, ahora apenas se los veía durante el día por si se encontraban de frente con una de las fieras.
Al principio, los dragones eran muy monos. Ya sabes que hasta un bebé de tiburón puede resultar adorable. Pero después crecieron y crecieron...
¡Y se volvieron descomunales!
Eran tan enormes que ya ni siquiera cabían en el jardín. Sobre todo, Paf, que era titánico. Se habían instalado los tres en una montaña cercana, aunque pasaban mucho tiempo en el pueblo.
Lo más difícil era darles de comer.
Siempre tenían hambre, y no era de extrañar, porque su estómago era grande y profundo como el cráter de un volcán.
Por eso inventé un hechizo para multiplicar salchichas y chorizos.
¡Salchichorizus por diez, por cien, por milus!
Lo malo es que eso atrajo también a otros tipos de fieras del bosque: lobos, osos, jabalíes y monstruos embrujados.
¡Los vecinos trinaban hasta debajo del agua!
COLA PUNTIAGUDA
OJOS INDESCIFRABLES
COLMILLOS COMO ESPADAS
PINCHOS EN LA ESPALDA
FUEGO EN LA GARGANTA
8 TONELADAS DE PESOHIDRA ZU
Además, cada uno de los dragones tenía alguna particularidad que lo hacía único y especial.
Como te he adelantado antes, Paf era el más grande de los tres. Todo lo que tenía de enorme lo tenía también de cariñoso. El corazón no le cabía en el pecho y repartía mimos a raudales. El problema era que sus besos eran como huracanes, y sus abrazos, auténticos latigazos.
Hidra era una dragona de agua. Cuando algo le hacía gracia, soltaba un chorro por la boca cual aspersor. Ya había perdido la cuenta de los catarros que había cogido a causa de sus duchas heladas.
A Zu se le escapaba el fuego por la boca como a quien se le escapa una risita en un momento incómodo. Y eso era un verdadero problema, porque lo achicharraba todo.
Precisamente aquel día, Tristán, Lila y yo estábamos tratando de enseñarle a Zu a retener su llamarada, cuando llegó un flamenco mensajero con un periódico en el pico.
En cuanto lo vio, Zu se emocionó tanto que escupió una bola de fuego. Menos mal que nuestras clases estaban surtiendo efecto y fue más bien pequeña.
—¡Ay, madre! ¡Que convertimos al flamenco en muslitos y alitas a la barbacoa! —exclamé.
Por suerte, a Hidra, que estaba al lado, mi chiste malo le hizo gracia y soltó un chorro de los suyos.
El flamenco y su periódico no se asaron de milagro. Eso sí, quedaron más mojados que un pulpo debajo del mar.
El día que llegó a mis manos el anuncio de la Escuela de Magia de la bruja Negrushka, me volví loca de emoción: ¿quién mejor que yo para convertirme en la nueva aprendiz de la bruja más poderosa de todos los tiempos? Aunque si hubiese sabido los peligros que me esperaban allí, quizá me lo hubiese pensado dos veces…