¿Por qué soy como soy?

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Por que soy como soy ?

La ciencia detrás de los pensamientos y hábitos más curiosos

JEN MARTIN Ilustraciones HOLLY JOLLEY

Contenido

PREGÚNTELE A SU CEREBRO

Introducción

¿Por qué no recuerdo mi infancia? 10

¿Por qué reniego de mi adolescencia? 14

¿Por qué se me escapa el tiempo? 16

¿Por qué me pongo tan existencialista en ciertos cumpleaños? 20

¿Por qué algunos aromas despiertan mi nostalgia? 22

¿Por qué me calma el silencio?

¿Por qué me emocionan las películas de miedo? 30

¿Por qué me influyen los colores? 32

¿Por qué odio estar sin hacer nada?

¿Por qué me cautivan los cachorros? 38

¿Por qué siento que me pierdo algo?

¿Por qué me siento observado?

¿Por qué los demás tienen más amigos que yo?

¿Siento que me van a desenmascarar?

¿Por qué soy «maestro de nada»?

¿Por qué recuerdo cosas que no han sucedido?

¿Qué me motiva?

¿Por qué ignoro el despertador? 62

¿Por qué no puedo dejar el café? 66

¿Por qué rindo mejor en estado de flujo? 70

¿Por qué saco la lengua al concentrarme? 72

¿Por qué siento pánico en el ascensor? 76

¿Por qué aplazo las tareas pendientes? 78

¿Por qué no puedo hacer varias cosas a la vez? 82

¿Por qué he olvidado a qué venía? 86

¿Por qué parpadeo tanto? 88

¿Por qué me ruborizo? 92

¿Por qué me agota el contacto visual? 96

¿Por qué no me quito esa canción de la cabeza? 98

¿Por qué veo rostros en objetos cotidianos? 102

¿Por qué tomo tantas fotografías? 104

¿Por qué me gusta dibujar garabatos? 108

¿Por qué digo tantas mentirijillas? 110

¿Por qué de noche se me antoja la comida basura? 114

Autora e ilustradora 118

¿HAY ALGO MÁS ADORABLE QUE UN PERRITO? ¿UN GATITO? ¿UN PANDITA?

¿A QUÉ SE DEBE QUE ALGO NOS PAREZCA «MONO»? ¿Y POR QUÉ SENTIMOS

LA NECESIDAD DE ESTRUJARLO AMOROSAMENTE?

¿Por qué me cautivan los cachorros?

Las crías de animales, y en particular los cachorros de mamíferos, siempre puntúan muy alto en las listas de «monadas». Tras el nacimiento de dos pandas gemelos en el Zoológico Nacional de Washington, en un solo fin de semana 868 000 personas se conectaron a la trasmisión de la Panda Cam.

Existe una cantidad inabarcable de webs dedicadas a «cachorros adorables» e incluso BuzzFeed intentó crear el ranking definitivo; por si le interesa, al podio de la ternura subieron las foquitas, los gatitos y los panditas.

Como era de esperar, lo encantador genera dinero: abundan los anuncios con niños y animales monísimos. Los juguetes adorables no solo son un gran negocio, sino que son cada vez más adorables. Por ejemplo, a lo largo del siglo xx, el humilde oso de peluche acortó el hocico y amplió la frente. Mickey Mouse también se fue transformando durante cincuenta años, hasta adoptar una cabeza relativamente más grande y ojos enormes. Ahora mismo, resulta difícil encontrar un personaje de Disney o Pixar que no tenga ojos desmesurados, sea una sirena, una princesa, un pez, una hormiga, un monstruo, la representación de una emoción o un coche.

En el anime, el manga y la franquicia Pokémon, los personajes japoneses más populares también muestran rasgos exagerados, en especial, ojos muy grandes. Japón ha llevado a otro nivel el culto a lo «cuqui». Desde que Hello

Kitty dijo «hola» por primera vez en 1974, lo kawaii —palabra nipona que significa «tierno» o «adorable»— se ha convertido en un pilar de la cultura popular del país. Pero ¿qué determina que algo sea mono?

CARA DE BEBÉ

Cubrir una necesidad emocional:

ese es el importante papel del kawaii.

Los ojos grandes no son el único rasgo compartido. También se asocian con lo adorable las cabezas descompensadas (la de Hello Kitty representa la mitad del cuerpo), las naricillas, las mejillas rellenitas y las frentes prominentes. Los estudios realizados en culturas y razas distintas demuestran que la combinación de dichas características se considera tierna de forma casi universal. ¿Cómo hemos evolucionado para reaccionar con tanta intensidad a este tipo de facciones? La razón es que son los rasgos del bebé humano.

Christine Yano, profesora de Antropología, Universidad de Hawái

En 1943, Konrad Lorenz definió este conjunto de rasgos como el esquema del bebé. Un estudio realizado en la década de 1970 demostró que consideramos más bonitos a los bebés con estas facciones, que disfrutamos mirando a pequeñines adorables y que estos nos hacen sonreír. Lorenz argumentaba que este tipo de fisonomía transmite vulnerabilidad y, por tanto, despierta el instinto maternal o paternal.

Esencialmente, estamos programados para cuidar de las criaturas adorables. Y tiene mucho sentido: si no hubiéramos evolucionado para proteger a nuestros indefensos recién nacidos, el ser humano no habría durado mucho. Es interesante destacar que, si bien hombres y mujeres identifican con la misma pericia la edad de un bebé y si está feliz, las mujeres catalogan mejor si un bebé es más o menos adorable, según el estándar basado en la forma de nariz, mejillas y frente. Y no hace falta tener hijos

para sentir la abrumadora necesidad de cuidar de un lindo bebé. Un reciente experimento registró qué sucedía en el cerebro de las mujeres sin hijos cuando miraban fotografías de bebés adorables. Las imágenes activaban áreas del cerebro relacionadas con los sistemas de recompensa: estamos preparados para reaccionar a lo tierno.

CUIDADOS, CONCENTRACIÓN… Y PLÁSTICO DE BURBUJAS

Ver algo mono no solo nos mueve a querer cuidar de un bebé. Ahora sabemos que también mejora nuestro estado de ánimo: los estudios demuestran que ver imágenes de gatos en línea nos hace felices. Observar fotografías adorables también refuerza la atención al detalle, acota el enfoque y fomenta conductas meticulosas. En definitiva, revisar imágenes «cuquis» en Instagram puede mejorar su concentración e incluso lograr que rinda con más productividad.

Y sin embargo, contrariamente a lo que podría esperarse, las cosas tiernas también pueden generarnos agresividad. ¿Nunca ha sentido el impulso de pellizcar los mofletes de un bebé? ¿O de estrujar peligrosamente a un lindo gatito? Dado que los seres adorables también suelen ser frágiles, es un tanto extraño que se nos escapen frases como esta: «¡Es que me lo comería!». Las investigaciones sugieren que el ánimo agresivo se debe a la frustración y la imposibilidad de satisfacer el deseo intenso de cuidar de ese ser. Por si se lo estaba preguntando, sí, hay un experimento que lo demuestra: mirar imágenes adorables con plástico de burbujas en las manos propicia que las reventemos con más ganas.

ES VIERNES POR LA TARDE. HACE SEMANAS QUE SABE QUE TIENE QUE ENTREGAR

EL INFORME HOY, PERO, LO HA DEJADO PARA EL ÚLTIMO MOMENTO. ¿LE SUENA?

¿Por qué aplazo las tareas pendientes?

La procrastinación consiste en «el aplazamiento voluntario de una acción prevista, a sabiendas de que el retraso empeorará la situación». Es tentador pensar que el fenómeno es reciente y que se debe a las redes sociales y demás distracciones digitales. Pero hace siglos que nos ronda la procrastinación.

Un jeroglífico del año 1400 a. C. descifrado por el egiptólogo Ronald Leprohon rezaba como sigue: «Amigo, deja de posponer la tarea y permite que nos vayamos a casa temprano». En el año 800 a. C., el griego Hesíodo aconsejaba no dejar el trabajo para el día siguiente y después para el otro… Los filósofos de la Grecia clásica llegaron a acuñar el vocablo akrasia para definir el modo de actuar contrario al propio buen juicio.

En un estudio realizado con más de 1300 adultos de seis países, uno de cada cuatro incluía la procrastinación entre sus rasgos de personalidad. Otra investigación determinó que una de cada cinco personas se considera procrastinadora crónica. Y en una encuesta a universitarios, solo el 1 por ciento decían no procrastinar nunca.

LA GUERRA DE LA PROCRASTINACIÓN

Uno de los primeros estudios sobre el impacto de la procrastinación, realizado en 1997 con alumnos universitarios de Estados Unidos, evaluó su rendimiento

académico, estrés, estado general de salud y hábitos procrastinadores. A corto plazo, quienes procrastinaban estaban menos estresados, presumiblemente porque se divertían en lugar de estudiar. Sin embargo, a largo plazo, estos alumnos obtenían peores notas y sufrían más estrés y dolencias que los no procrastinadores. Desde entonces, las evidencias se acumulan: aplazar las tareas puede ser perjudicial para la salud.

Tal vez resulta aburrido o frustrante, o es aterrador y siente que es un impostor o un fracasado.

En las últimas décadas, la procrastinación se ha investigado a fondo y se ha determinado que no tiene una sola causa. Aunque se asocie con la vagancia, en realidad tiene poco que ver con las habilidades de gestión del tiempo.

Sencillamente, la procrastinación es una guerra entre dos regiones del cerebro: el sistema límbico (piense en él como su yo de cuatro años) y la corteza prefrontal. El primero busca la gratificación instantánea, mientras que el segundo planifica y toma las decisiones.

El sistema límbico es una de las partes más antiguas del cerebro y suele funcionar en modo automático. Siempre que no se implique conscientemente en una tarea, este sistema lo induce a dejarse llevar por lo que le genere bienestar inmediato. Como resultado, valoramos las recompensas inminentes mucho más que las futuras.

Por el contrario, cuesta mucho más esfuerzo activar la corteza prefrontal, de más reciente desarrollo en el cerebro humano. Esto significa que las recompensas lejanas, por muy importantes que sean, no gozan de la misma estima que el placer inmediato.

La procrastinación no es solo un mal hábito: está programada en el cerebro. Estudios recientes apuntan a que podría tener más relación con el

Tim Pychyl, profesor asociado de Psicología, Universidad de Carleton tareaspendientes

manejo de las emociones que con la gestión del tiempo. Los escáneres cerebrales sugieren que a estas personas les cuesta más ignorar sus emociones y las distracciones. Piers Steel, experto mundial en procrastinación de la Universidad de Calgary, analizó los resultados de más de 200 estudios en la materia y descubrió que existe una relación muy clara entre el comportamiento impulsivo y la procrastinación: los impetuosos también tienen más tendencia a procrastinar. Las personas impulsivas actúan de inmediato, en lugar de esperar; las procrastinadoras esperan, cuando deberían actuar de inmediato. Ambas condiciones tienen un rasgo en común: la falta de autocontrol.

PREGÚNTESE POR QUÉ

¿Qué puede hacer la próxima vez que sienta que procrastina? Quizá lo más importante sea darse cuenta de ello y preguntarse la razón. ¿La tarea es inabarcable y abrumadora? ¿Le faltan las herramientas necesarias para ejecutarla?

¿Lo rodean demasiadas distracciones?

¿Le falta confianza? Tal vez esté posponiendo el trabajo porque cree que no es capaz de hacerlo bien.

Curiosamente, según un estudio, perdonarse por procrastinar reduce las posibilidades de volver a hacerlo. Cuando somos clementes con nosotros mismos, minimizamos los sentimientos negativos que asociamos a la tarea pendiente y que podrían inducirnos a seguir evitándola. Y, si somos capaces de centrarnos en el bienestar que sentimos con el trabajo terminado, estaremos mucho más motivados para comenzarlo de inmediato.

Así pues, en lugar de leer este libro, pregúntese si no debería estar haciendo esa otra cosa…

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¿Por qué soy como soy? by Editorial Blume - Issuu