

EDDIE SOTO
VIDAS FUGACES
Bogotá, octubre de 2024
Primera edición
Título: Vidas fugaces
© Eddie Soto / Autor
Instagram: @eddiewritter
Bogotá 2024
© E–ditorial 531 / Editor
Néstor Rivera / Editor literario
Bogotá D.C. — Colombia 2019
Calle 163b N° 50 — 32
Celular: 3015390518
E—mail: editorial531@gmail.com
Dirección editorial
Néstor Rivera
Corrección de estilo
Michelle Rincón
Instagram: @mich.rincon
Diseño de portada
Giovanni Rozo
Instagram: @ave.gio
Este libro fue impreso 100 % en papel ecológico.
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en o retransmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, impreso, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
Impreso en Colombia por TC Impresores.
Vidas fugaces
A mis padres y hermano, por su incondicional apoyo pese a las adversidades.
Agradecimientos
Ami familia, que ha estado ávida por este logro. A mis grandes amigos, que creyeron en mi talento, que de una u otra forma me impulsaron también a creer en mí durante todo este proceso: Carito, Cristian, Andrés, y Diego; a Tati y su feedback; a Natalia; a Hernán; a Carlos por su asesoría; a Tony por compartir su conocimiento conmigo.; y a todos quienes estuvieron esperando ver el sueño realizado.
Cerró la maleta deportiva que contenía parte del vestuario casual que usaba en ocasiones. Necesitaba ropa cómoda, como los pantalones de mezclilla, algunas camisetas básicas y otras tipo polo, camisas de manga corta, jeans, un suéter y una de sus chaquetas favoritas de cuero negro. No pudo faltar el dinero en efectivo. Vació la caja fuerte de su casa, en ella había varios fajos de billetes que no se molestó en contar, se había detenido cuando tuvo las joyas en sus manos: collares, pulseras, relojes, anillos y pendientes de diferentes materiales que iban de las perlas al oro, todas con incrustaciones de diamantes, zafiros o esmeraldas; éstas pertenecían a sus padres, y por respeto a ellos las dejó bajo llave nuevamente. Se llevó consigo algunos documentos personales, lo esencial para un viaje ligero y sin retorno.
Suspiró un tanto impaciente ante la insistencia de su celular. Parecía que el aparato no quisiera ser abandonado, timbraba como un niño caprichoso que llora inconsolable cuando su padre sale de casa sin llevarlo. Se acercó a él y esperó a que Back in Black de AC/ DC se detuviera a media marcha. Era la quinta vez que sonaba en una hora, no se molestó siquiera en revisar el número, y en una operación que no tomó más de dos clics apagó el teléfono creyendo que así parte de sus problemas también se silenciaban. Al parecer todos habían regresado con energía después de la conmemoración del Día de los Caídos.
Dawson salió al pórtico trasero por la puerta de la cocina, prefirió esta salida por ser más discreta al encontrarse ubicada junto al garaje de la misma y al costado derecho de la vivienda construida en la esquina de la calle. El porche era un pequeño pasillo con cuatro arcos sostenidos en columnas toscanas, protegido por un muro de
arbustos y árboles pequeños. La última vez que esa casa estuvo llena de invitados fue en la Nochebuena de hace cuatro años cuando recibió el último regalo de sus padres: un Ford Mustang GT del 2010, color Race Red, que brillaba como un rubí. El mismo que estaba abordando para alejarse del edificio frío, lujoso y solitario que había sido su hogar por la mitad de sus años de vida.
En una ligera vista a través de sus lentes de sol al vecindario, para asegurarse de que todo iba en orden, llegó hasta el vehículo, abrió la puerta del copiloto sin reparar en su interior y arrojó la maleta dentro. Rodeó el auto y se metió al volante. Entonces sus latidos se incrementaron a un ritmo desenfrenado, sintió cómo las palmas de sus manos destilaron sudor a la vez que se aferraron con fuerza al timón y contuvo la respiración con la mirada al frente, imaginó que su escape le traería algo de adrenalina, pero nunca creyó que empezaría con un arma en la sien cuando subiera al carro. Por eso, la sorpresa lo dejó en shock.
—¿Vas a algún lado, niño bonito?
No necesitaba ver por el retrovisor para saber de quién se trataba.
Una hora atrás se vio interrumpido mientras hacía una transferencia bancaria en línea. El chico que había estado trabajando los últimos meses en el mantenimiento de la casa había ido por su paga. Era joven, podría tener la misma edad que Dawson: 20 años. Sus ojos eran azules aguamarina y llevaba el cabello rapado, el tono blanco de su piel estaba más que bronceado por el sol y tenía constantemente manchas de grasa de auto en los brazos y manos. No tenía un ápice de educación, le llamaba señor con sarcasmo, incluso le había arrebatado de las manos varios billetes que Dawson sacaba de la cartera cuando se dispuso a pagar por el trabajo hecho.
Con esto será suficiente. Había dicho en ese momento. Al parecer había cambiado de opinión.
—Algo me decía que no eras de fiar —Dijo Dawson, su pulso estaba regresando a la normalidad—. ¿Qué quieres? ¿Más dinero? ¿El auto? —Se arrepintió al instante de esa propuesta, no quería perder el carro, era demasiado valioso como para entregarlo a un hampón.
—Hmmm…Tentativo. Pero el premio mayor está justo aquí. —Enfatizó presionando la punta de arma contra la cabeza de su jefe.
—¿Te enviaron a matarme?
—¿Qué? No. No soy un asesino.
—No, por supuesto que no. Sólo un muerto de hambre. El comentario ofendió al joven y presionó de nuevo el arma en una amenaza que no fue capaz de pronunciar.
—Cierra el pico. Vamos a dar un paseo, y no intentes nada estúpido o te llenaré las tripas de plomo —Amenazó ubicando el arma a las costillas de Dawson.
El dueño del vehículo puso en marcha el motor.
Fue guiado desde la ciudad de Sacramento hacia la contigua Rancho Córdova, en el camino, Dawson ideó más de una forma para deshacerse de su exempleado, pero todas las posibilidades ter- minaban en disparos. Él murió dos veces, otra más quedaría sólo herido y en una última era su secuestrador quien recibía los proyectiles. Ninguna de esas opciones le convencía, todas iban a parar en un gran escándalo que a él poco le convenía. Por otro lado, no podía creer que tuviera tan mal fortuna como para ser secuestrado por un simple conserje. Ahora le quedaba claro que era más que eso.
La mayor parte del viaje transcurrió en silencio, salvo por las indicaciones y amenazas del chico.
—Pierdes tu tiempo, nadie te dará nada por mí. No tengo familia, ¿no te has dado cuenta? —No quería jugar esa carta, hablar de su pérdida con un desconocido no era algo que a Dawson le agradara hacer, pero la necesidad de ser libre le motivó.
—¡Bah! A otro perro con ese hueso. He visto lo que tiene el princesito. Alguien debe buscarlo, lo he visto, eres un hombre ocupado y siempre hablas todo el tiempo por teléfono… pero serás tú quien me dé un nombre.
—¿No sabes siquiera a quién pedir por mi rescate? Vaya, me encanta tu plan.
—Cierra la boca y conduce.
—Como ordene… —Repuso esbozando una sonrisa burlona, la improvisación del ladrón lo relajó, y tuvo la sensación de que no estaba bajo una verdadera amenaza.
—Okay, ¿quién te pagó? —Dijo Dawson después de un momento mientras atravesaban el tráfico de la Lincoln Highway, en el área metropolitana de Sacramento.
—¿De qué hablas?
—Por la broma. Alguien debió pagarte para que hicieras todo este show. ¿Fue Francis, Aly?
—¿Qué diablos sucede contigo? ¿Necesito vaciarte los cartuchos en los ojos para que veas que esto va en serio? —Replicó el joven elevando la voz a la vez que lo agarraba fuertemente del cabello y
volvía a posicionar el arma sobre su cabeza. Dawson le miró a través del retrovisor y se encontró con unos coléricos ojos que parecían haberse oscurecido y comprendió entonces que las amenazas eran ciertas.
Habrían recorrido veinte kilómetros tras integrarse por la Sunrise Boulevard cuando fue obligado a tomar un desvío antes de llegar al puente que conducía hacia Fair Oaks, seguir por una carretera secundaria y luego por un camino de bicicletas, finalmente vio un claro en medio del pequeño bosque seco por el cual se internaron y que a Dawson le dolió recorrer en su auto. A cada lado del camino el follaje era bajo y espeso, la maleza crecía alrededor de los árboles sobre el césped verde aún agradecido por las lluvias de la primavera pero que en un par de meses perdería todo su color a causa del ardiente sol de verano. Dawson conocía el sector, había estado en el local de alquiler de kayaks y canoas por cual tomaron el desvío, cuando tenía 15 años. Allí se había apuntado para hacer rafting por el río Americano junto a sus compañeros de escuela, pero nunca se había internado más allá por el sendero de bicis. El lugar era nuevo y viejo a la vez. En medio del claro, donde el terreno rocoso predominaba, se encontraba estacionado un remolque a la sombra de los árboles, parecía estar vacío ya que no había señales de actividad humana por el lugar. Afuera, una fogata apagada se ubicaba junto a una silla metálica plegable, y el cauce del río se escuchaba a la distancia.
—Detente aquí —Ordenó el chico y Dawson obedeció. Apagó el motor del auto.
—¿Y ahora qué?
—Ahora, a dormir.
No alcanzó a preguntar a qué se refería con esa respuesta ya que enseguida sintió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.
Cuando Dawson despertó, un insistente palpitar martilleaba su cabeza, intentó llevarse la mano al lugar donde sentía dolor pero no pudo. Abrió los ojos y se vio con las manos atadas con cinta industrial a la pata de una mesa metálica que estaba incrustada a la carrocería del remolque, los pies también estaban unidos entre sí. Se encontraba dentro del tráiler. Buscó con la mirada sus pertenencias, y halló el morral junto a la cama, al fondo; se preguntó por su reloj de plata, fabricado en su propia compañía con un diseño exclusivo para él, el cual no había salido al mercado, y que ahora había desaparecido de su muñeca. Pasó unos minutos antes de que su secuestrador apareciera por la puerta con una cubeta en la mano y un trapo en la otra.
—Miren quien despertó…
—¿Era necesario que me noquearas?
—Sí, lo siento —Parecía sincero, pero Dawson no le creyó.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? Ya te dije que te daré todo el dinero que quieras, no tienes que hacer esto.
—¿Y piensas que me creeré esa mierda? Mejor habla princesito, ¿dónde tienes el teléfono?
—En casa —Respondió con una sonrisa de satisfacción que des- concertó al otro chico. Éste bufó con incredulidad, parecía tener problemas con su plan. Sin embargo, la pistola le recordó quién estaba al mando.
—¿Tengo que preguntarte con una bala en la cabeza? —Replicó apuntándole—. ¿Dónde está el teléfono?
—Hey, lo juro, lo dejé en casa. Puedes revisar, adelante.
—Ya lo hice —Respondió, parecía decepcionado, lo que le sorprendió un poco a Dawson. El joven se rascó la cabeza con el caso de la pistola como si aquello estimulara su cerebro para sacar un plan B—. No importa. Aquí dentro debes tener un número que me sirva. —Agregó dándole unos golpecitos en la frente. Éste lo miró con el ceño fruncido. Los números de teléfono que sabía de memoria fueron apareciendo uno a uno, por suerte el bandido no sabía leer el pensamiento, o eso creía él.
—Eso pensé —Dijo como si ya hubiera visto en la mente de Dawson el contacto correcto para llamar por el rescate—. Pero si no quieres hablar ahora no importa, no tengo prisa, además un poco de suspenso a la situación le sienta bien.
Se dio vuelta colocándose el arma entre los pantalones por la espalda y caminó hasta una pequeña nevera que le daba a las caderas situada junto a la puerta, de ella sacó una botella de cerveza y tras destaparla le dio un sorbo recargándose en el borde. Suspiró satisfecho por el sabor de la bebida.
—¿Y qué, no piensas gritar o rogar por tu vida y esas cosas? —
Preguntó finalmente.
—¿Quieres que pida auxilio como una damisela en peligro? — Replicó con sarcasmo. El secuestrador soltó una ligera risa.
—No me extrañaría que lo hicieras. Era lo que esperaba.
—¿Serviría de algo?
—No.
—Lo imaginé.
—Como quieras —Pareció aburrido. Bebió un trago más, y caminó hacia a la cabina del tráiler, que estaba a la izquierda de Dawson. El chico se sentó en el lugar del piloto y encendió la radio. Una canción de Red Hot Chili Peppers empezó a sonar, pero no duró mucho, el dial cambió a un programa local.
—…Ese fue bueno… —Comentaba uno de los locutores entre risas con su compañero—. Tenemos otra llamada. ¿Hola? Estás al aire. ¿Quién habla?
—Hola, soy Mark —Respondió el oyente.
—Hola, Mark. ¿Listo para jugar? ¿Tienes un buen chiste?
—Sí, escuchen esto: ¿Qué diferencia hay entre una batería y una suegra? Que la batería tiene un lado positivo.
Los locutores, incluyendo al chico en la cabina, soltaron una carcajada. Las risas llegaron hasta Dawson, quien viró los ojos, no podía creer que les divirtiera algo tan estúpido.
El dial volvió a cambiar, y Nicky Minaj no duró ni un segundo. En la siguiente estación estaban las noticias. El chico retrocedió. Era extraño que un tipo dedicado a la delincuencia fuera culto o se interesara por los noticieros, pero pronto, Dawson le encontró el sentido: el chico no era tonto.
—Dos hermanos han sido detenidos con relación al homicidio con una escopeta de tres intrusos que presuntamente intentaban robar marihuana que se cultiva con fines médicos, en el condado de Calaveras. De acuerdo con la Oficina del Sheriff de…
Inconscientemente, Dawson también empezó a escuchar las noticias, esperando oír mencionar su nombre o el de la Compañía. Se preguntó si algún día saldría en los noticiarios locales. “Hijo de David James huye con millonaria suma”; “James Brand, robada por su propio dueño”; “Heredero de James Brand desaparece con capital de la empresa”… Tuvo el tiempo necesario para imaginar más titulares sobre él y lo que había hecho cuando todo saliera a la luz. ¿Se enterarían de que fue él? ¿Qué dirían los medios? ¿Cómo quedaría el apellido de su familia? ¿Qué diría su tío Darrell? Estaría feliz de ser el nuevo dueño de una de las más famosas marcas de joyería del mercado en la costa Oeste de Estados Unidos. No era un secreto para Dawson, ni para la familia, que el hermano menor de su padre siempre anheló su lugar, y hubiera sido suyo de no haber tenido un hijo el viejo David. Pero claro, nadie se imaginó que un hombre de 50 años se casara de nuevo y tuviera un retoño. Muchos dudaban incluso de la paternidad de Dawson. Hasta el joven lo llegó a dudar, a veces creía que ese no era su mundo. Claro, no se quejaba de las almohadas de plumas, los viajes, el carpaccio de salmón, los cócteles sin alcohol gratis que bebía en el club de golf donde iba su padre, las clases de equitación que tomó de niño, vencer a sus oponentes en los partidos de tenis, borrar la sonrisa engreída de sus superficiales
rivales era su deporte favorito. Cómo odiaba esos chicos, populares como él, daban las mejores fiestas en la secundaria a las que Dawson llegó a embriagarse; sin embargo, el licor en sus cabezas no le sirvió a algunos para ingresar a una universidad prestigiosa y a otros simplemente no les interesaba, como a él. Dawson debió hacerlo. Puede que sepas cómo funciona el negocio, hijo, pero el dueño de James Brand no será un simple colegial, había dicho su padre en una ocasión mientras recorrían las instalaciones de la fábrica.
Prefería pasar sus veranos con su padre en la fábrica viendo cómo los metales eran fundidos y convertidos en lujosas piezas para vender, que en campamentos a orillas de un lago cantando alrededor de una fogata. Muchos de sus compañeros eran enviados a esas cabañas donde reinaba la anarquía. Todos eran dueños del lugar, así que hacían lo que les venía en gana.
A veces se arrepentía por haber querido ser como los que, en la secundaria, podía llamar amigos, los mismos que se burlaban de él a sus espaldas. Ni qué decir de las chicas, eran mucho más crueles, extraños estereotipos que logran maquinar contra sí mismas tan bien como combinaban sus prendas.
Ni siquiera su familia era ajena a ese mundo frívolo y superficial. Recordó entonces lo que le motivó a escapar de su casa, abandonar todo lo que habían construido los James durante décadas, pero tenía lo que deseaba: libertad. Un entumecimiento en su espalda le trajo de regreso al frío y duro suelo del tráiler, y la ironía le abofeteó.
Su plan había fracasado en la puerta de su casa.
No hubo noticias de él, por supuesto. Tan sólo habían pasado unas horas desde su desaparición, aunque no podía determinar cuántas, pero sólo se hablaba del fin de semana largo. Al llevar la vista hacia las ventanas observó que la tarde estaba cayendo, por lo que calculó unas tres horas de inconsciencia. ¿Cuánto tiempo más estaría allí? Los músculos de su cuerpo demandaban movimiento, su cabeza una píldora para el dolor.
—Tú ganas. Te daré el número.
—Okay… —Respondió el dueño del tráiler desde la cabina, quien había vuelto al programa local. A pesar de que no se le escuchó tan interesado, ni obtuvo más respuesta, Dawson continuó.
—4226384 —Esperó. Silencio —¿Me oíste?
—Sí, sí te oí. No estoy sordo.
—Bien. Te responderá una mujer llamada Alyssa Hodges, a ella le puedes decir lo que tengas que decir… —Risas por los chistes salieron de la cabina. ¿Estaba en realidad escuchándolo?
—¿Y esa quién es?
—Mi… asistente.
—Hmm… okay.
¿Eso era todo? ¿Okay? Dawson se movió para verle y se encontró con los pies del chico sobre el salpicadero, su cabeza apenas sobresalía por el espaldar de la silla, se estremecía con las risas al igual que los hombres de la radio lo estarían haciendo en sus cabinas.
—¿No vas a llamar? —Inquirió con un toque de molestia en su voz.
—Sí, después —Le respondió con despreocupación.
—¿Qué estás esperando? ¿No tienes prisa?
—No.
—¿No? Para ser alguien que no tiene prisa te has esforzado mucho en esas amenazas.
—¿A ti qué mierda te importa?
—¿Se te olvida que soy tu rehén?
—¿Cómo voy a olvidarlo si no te callas la maldita boca?
—Perfecto. Entonces llama, pide el rescate, déjame ir, así serás libre para seguir escuchando tus estúpidos programas y bebiendo cerveza —El secuestrador rió de nuevo pero esta vez se asomó por encima del asiento.
—¿Crees que es tan fácil? ¿Que me darán dinero sólo por pedírselo? Tal vez te funcione todo el tiempo, pero no, así no funcionan este tipo de cosas —Puso punto con un guiño antes de ponerse en pie y regresar a la nevera sólo para descansar la botella vacía sobre el suelo.
Dawson debía admitir que tenía razón, nadie creería que había sido secuestrado si apenas llevaba unas horas sin aparecer, y como no tenía muchas personas que le extrañaran supo que la cuestión tomaría su tiempo.
—De acuerdo —Suspiró resignado.
—Bien —Sonrió el otro joven, contento de haber ganado la discusión. Sacó otra cerveza de la nevera como premio y regresó a su puesto junto a la radio.
En las horas siguientes, Dawson logró captar más detalles del lugar. No había mucho qué hacer. Se entretuvo imaginando la vida de ese chico que, a juzgar por la única cama sencilla que vio al fondo del tráiler, vivía solo. Logró contar tres camisetas tiradas sobre el suelo y un par de jeans. Había un zapato Converse sin su gemelo debajo de la litera. Ninguna fotografía decoraba el tráiler, sólo un póster de Linkin Park viejo pegado a la pared cerca de la cama, se distinguían las arrugas de éste y cómo las esquinas estaban ligeramente dobladas hacia el centro, como si hubiese estado enrollado por mucho tiempo. Junto al póster tenía una banderola triangular de los Sacramento Kings.
El lugar estaba lleno de objetos, pero no encontraba relación entre ellos, era difícil para Dawson hacerse una idea de quién era ese
tipo. Junto a una pintura en un rincón había un jarrón de porcelana que le recordó a uno de los preferidos de su madre, tenía un dragón grabado en un azul blanquecino en medio de figuras abstractas de tonos de azul más oscuros, a su lado estaba la figura de un gato chino reluciente, moviendo su mano como si le saludara. Elevó la mirada a la mesa a la que se encontraba atado, sobre ella había billetes arrugados, cargadores de teléfonos celulares, carteras de mujer, collares, cosméticos, pulseras, espejos de mano, relojes… Buscó el suyo, pero no lo vio. Ahora podía hacerse una idea de lo que hacía cuando no trabajaba y secuestraba jóvenes adinerados. Contrario a lo que había pensado anteriormente, ser secuestrado no era emocionante, era aburrido. No negaba que por poco se había hecho en los pantalones cuando su jardinero apareció con un arma apuntando a su cabeza, pero desde que habían llegado a la guarida las cosas se calmaron. Se recriminó por pensar de esa forma. ¿Qué esperaba? ¿Una constante batalla por su libertad?, ¿ser torturado como un espía estadounidense en territorio ruso?, ¿un operativo cinematográfico de la policía buscándolo y rescatándolo?
Eso no sucedería. No en las próximas horas por lo menos.
Por simple ocio su mente comenzó a divagar. ¿Y si tal vez..? Observó la puerta del tráiler frente a él. No parecía poseer algún tipo de seguridad y su captor no era un vigilante comprometido. Volvió la vista hacia la cabina, el chico estaba repantigado sobre el lugar del piloto bebiendo. Ideó entonces un plan de fuga: si todo sucedía como pensaba, el chico se quedaría dormido ebrio, lo suficiente para poder salir sin demasiado esfuerzo, aún con las manos y los pies atados. Sólo necesitaba deslizarse hacia la puerta que estaba a escaso un metro.
Un par de horas más… se dijo.
Dedicó su tiempo, luego de haber memorizado el interior del tráiler de tanto vagar su vista por él, a intentar desatarse de la cinta industrial que mantenía sus manos unidas. Imposible. Debió asistir al campamento de Boy Scouts cuando tuvo oportunidad. Sintiéndose un poco agotado, descansó su cabeza sobre la superficie a su espalda: el borde mismo de la mesa. Cuando movió la cabeza halló el lugar exacto donde le habían golpeado, pudo sentir la contusión que resaltaba de su cráneo y se concentró de nuevo en el dolor, en la música en la radio, y pronto estuvo dormitando.
El ruido metálico lo hizo sobresaltar. No recordaba en qué momento se había quedado profundo, pero le sorprendió darse cuenta de que ya era de noche. El secuestrador pasó sobre sus piernas.
—¿Qué? ¿Te desperté?
Dawson no respondió. El dolor en su cabeza había vuelto, sentía la mitad del cuerpo entumecida y su estómago empezaba a pedir
comida. La suerte, pareció leerle el pensamiento. Sin embargo, la cena no era lo que esperaba y se sintió como un tonto al creer que le alimentarían bien. Una lata de fríjoles con un pan frío y duro fue lo que se obligó a comer. No quiso imaginar los efectos que tendría en sus intestinos con la cerveza que luego el chico le dio, pero con tal de pasar el sabor rancio de los granos, la recibió. ¿Serían todas las comidas del día iguales? No lo quiso pensar, y tan sólo iba un día de su secuestro.
—Muy bien, es hora de dormir —Anunció el chico. Recorrió el lugar, aunque Dawson no entendió lo que hacía. Cuando pasó a su lado, dejó caer un cojín en sus piernas y se encaminó hacia el fondo del tráiler donde lo esperaba su litera. Observó cómo se quitaba los zapatos y la camiseta sentado en el borde de la cama, dejando entrever unos tatuajes en su torso y una placa militar colgada en el cuello. Se levantó una última vez para quitarse los pantalones y apagar las luces.
Dawson logró acomodar el cojín a su lado, se retorció tratando de hacer lugar a su cuerpo de 1,83 mts en el reducido espacio del pasillo. Observó la puerta frente a él, la luz de la luna se filtraba a través de las ventanas del remolque, y desde su lugar en el suelo pudo ver las nubes surcando apacibles el firmamento. Entonces lo supo. Su vida no volvería a ser igual, ni sería como lo imaginó esa mañana cuando despertó. En tan sólo 12 horas todo había cambiado, había amanecido en una cama doble con impecables sábanas blancas, almohadas de plumas, y calefacción; ahora trataba de conciliar el sueño en el piso de una casa rodante, con el fresco ambiente del exterior, y sus manos pegadas a la pata de una mesa. No obstante, se dijo así mismo que no regresaría. No volvería a ser el de antes. Quizá estar bajo las órdenes de un delincuente era mejor que bajo la amenaza de Darrell de dejarlo en la calle. De pronto, la incertidumbre lo embargó, las preguntas sobre su futuro lo balearon haciéndole cambiar de planes una y otra vez, pero todos concluían en una sola cosa: construiría su propia vida. Así que esa noche se despidió para siempre de las reuniones, las apariencias, los lujos, las comodidades, su pasado, y la familia James.
Sin duda esa había sido la noche más incómoda de su vida. Despertó temprano, con la mitad del cuerpo entumecido, la necesidad de estirarse y de un baño eran más apremiantes, intentó dormir un poco más pero no lo consiguió. Maldijo al chico que se encontraba en la cama, estaba boca abajo con un pie por fuera del colchón. En ese momento se dio cuenta que no conocía su nombre, o por lo menos ya lo había olvidado. Se convenció de la segunda opción,
ya que en algunos de los primeros días de trabajo él debió mencionarlo, pero era poco el trato que le daba, ya que el chico iba tan sólo una vez por semana a arreglar los jardines, limpiar la piscina o las canaletas y hacer cualquier otro trabajo que resultara, no tenía un número para ubicarlo, él tan sólo se aparecía en la puerta de su casa, pero como era recomendado por la confiable compañera de trabajo, la señora Méndez, no le halló problema en emplearlo. Algo en su interior le dijo que debía sentirse culpable por no recordar su nombre, pero no fue así.
Tan larga como fue la noche anterior, lo fue el día dos de su secuestro. Tedio. Dolor. Hambre. Soledad. Monotonía. El chico no se ausentaba demasiado tiempo, y Dawson aprovechaba para intentar liberarse sin éxito.
—Es hora de la llamada millonaria —Anunció el joven al tercer día cuando ya estaba cayendo la tarde, acercándose a Dawson con un celular en la mano.
Él no había hecho mención al tema e incluso creía que pasaría el día entero sin que hiciera la dichosa llamada. Dawson estuvo pensando en ello. Si daba otro número diferente al de antes, en ese caso ¿a quién llamaría? Darrell fue una de las opciones, pero no pesó lo suficiente. Dudó que en la empresa creyeran en su secuestro, había pasado muy pocos días, eso no era nada comparado con el tiempo que a veces se ausentaba. De hecho, su desaparición sería un beneficio para su tío Darrell. Se descubrió más sólo de lo que creía estar. Si incluso muriera en esa situación nadie le echaría de menos, nadie lloraría su muerte, nadie se lamentaría de la pérdida.
—¿Cuánto quieres? —Preguntó Dawson—. Sólo curiosidad. ¿Cuánto vas a pedir por mi rescate?
El joven lo miró con recelo.
—¿Qué importa? ¿Acaso no te sobra la plata? ¿Te crees tan caro, acaso?
—No, no es eso —Respondió sonriendo entre dientes—. Ya te dije, es sólo curiosidad. ¿Cuánto valgo para ti? —Agregó con un gesto casi fanfarrón y notó al chico algo incómodo.
—Veinte grandes —Contestó finalmente—. ¿Será eso suficiente para el señor?
—No sé, no lo pagaré yo —Dijo demostrando indiferencia—. Aunque yo creo que valdría el doble, ¿no te interesaría ganar el doble? —Agregó esbozando una sonrisa astuta.
—¿De qué mierda estás hablando? ¿Quieres que pida más dinero por ti? —Bufó.
—Podrías intentarlo, pero quién sabe si ellos te lo den —Dijo
en un tono de falsa inocencia, pero enseguida su expresión se hizo seria—. Hey, te hablo en serio. No conseguirás todo eso pidiéndoselo a ellos, tú no lo entiendes, pero a nadie de ellos le interesará. Pero sí sé de alguien que te podrá pagar el doble y está dispuesto a hacerlo con tal de que me dejes libre.
—Oh, no me digas ¿Y quién es ese alguien que cree que vales el doble?
—Yo —Respondió con una sonrisa confiada. El joven delincuente viró los ojos, y Dawson no lo culpó, quizá estaría pensando que había enloquecido o algo por el estilo, pero él hablaba muy en serio.
—Okay, basta de juegos. Dame el número de quien sea y pidamos el maldito rescate.
—Hey, estoy diciendo la verdad. Te puedo pagar, yo mismo, el doble. ¿No quieres todo ese dinero? Vamos piénsalo. Déjame libre y juro que te pagaré
—¿Qué diablos estás diciendo? ¿Vas a pagar por…? —No le sorprendía a Dawson la poca fe que le tenía el chico, ¿y quién sí? Después de todo, ¿cuál rehén negociaba pagar su propia libertad?, pero él lo haría, no dependería más de su familia. Al menos no directamente. El joven parecía devanarse los sesos por entenderle—. ¿Por qué?
—Ya te lo dije, nadie te pagará un jodido centavo por mí. Quizá esto te suene como un estúpido drama de niño rico, pero es la verdad. Estoy solo, aunque me veas viviendo en East Sac, dirigiendo una compañía, o lo que sea, ¿no te has dado cuenta todo este tiempo? Vivo solo —Hizo una pausa para reacomodar sus ideas, pues sentía que se estaba empezando a escuchar desesperado—. Te diré algo, cuando me abordaste, estaba yéndome, lejos, y no pensaba volver a Sacramento nunca más… de hecho, casi que me estás haciendo un favor. Pero lo estás haciendo mal, si haces esa llamada nos arruinarás a ambos, en cambio si lo hacemos a mi modo, los dos saldremos ganando, ganando más de lo que esperas. —Ya estaba de rodillas y podía sentir las amarras tirando de sus manos, el otro joven se acercó un poco a él.
—¿Sabes qué? Me – importa – una – mierda —Dijo pausando cada palabra. La boca de Dawson se abrió incrédula.
—¿N-no me estás escuchando acaso? Te estoy diciendo que te voy a pagar…
—¡Que no! —Exclamó—. Tú ya no mandas aquí, ¿se te olvida? —Hizo una breve pausa en la que pareció sonreír— ¿O es que te quieres volver al lado de los malos? —Ya estoy en él —Respondió con una sonrisa torcida.
—Este pescado no se tragará ese anzuelo. Sé lo que tramas, quie-
res que te crea esa estupidez para que termine soltándote y te me vayas, ¿no? —Puntualizó mostrándole el dedo del medio.
—¡Que no voy hacerlo! —Empezó a gritar también, pero se calló para no perder el control—. Maldición. Puedes acompañarme por el dinero, no sé, puedes llevarme atado o con tu pistola en la cabeza, como sea, pero lo haré. Es más, te propongo algo mejor: seamos cómplices. Triplica la cifra. Sesenta mil dólares, cuarenta para ti y veinte para mí. Tú no podrás hacer jamás que te den todo ese dinero, pero yo, amigo, a mí me escucharán. Puedo hacerlo. ¿Qué dices? Ayúdame a robar a mi gente y te daré el doble de lo que quieres.
Una vez más la confusión se paseó por el rostro del joven delincuente. Era evidente que lo estaba pensando, buscando el truco, Dawson podía sentirse analizado por esos ojos azules que le observaban desde aquel rostro perfilado, ligeramente inclinado, sus cejas, pobladas en su origen y casi nulas en el extremo, casi parecían juntarse.
—De acuerdo. Pero si me estás jodiendo… —Su arma completó la amenaza al ser cargada a centímetros de Dawson, éste intentó sonreír aliviado por el trato.
—Bueno, este es el momento en que me desatas y nos damos la mano, y todo eso.
—Sueña —Se burló—. No te voy a desatar hasta que no confíe en ti.
—Pero… ¿No acabamos de llegar a un acuerdo?
—¿Y? No necesitas las manos para hablar con tu gente —Repuso, y Dawson suspiró resignado.
—Okay. Acércame ese teléfono…