

ANDRÉS PATIÑO
EL PARO
Bogotá, octubre de 2024
Primera edición
Título: El paro
© Andrés Patiño / Autor
Instagram: @
Bogotá 2024
© E–ditorial 531 / Editor
Néstor Rivera / Editor literario
Bogotá D.C. — Colombia 2019
Calle 163b N° 50 — 32
Celular: 3015390518
E—mail: editorial531@gmail.com
ISBN:
Dirección editorial
Néstor Rivera
Fotografía de portada
Lina Prieto
@lina_prietoa
Diseño de portada
Giovanni Rozo
Este libro fue impreso 100 % en papel ecológico.
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en o retransmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, impreso, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
Impreso en Colombia por Panamericana formas e impresos S.A.
Prólogo Lina Prieto Alfonso
Hablar de la realidad de un país como Colombia no es tarea fácil. Nuestro territorio ha sido escenario de un conflicto armado que ha dejado profundas cicatrices en la piel de su gente, y cuyos efectos aún reverberan en las calles, las montañas y los corazones de millones de personas. En medio de esta realidad, surgen voces que, como la de este libro, buscan transmitir lo que ocurre detrás de los titulares y las cifras: las historias humanas, las luchas cotidianas, los anhelos de justicia y paz que acompañan a un pueblo que no se rinde.
El Paro Nacional que sacudió a Colombia en el 2021 fue un clamor colectivo, una explosión social que reunió a jóvenes, madres, trabajadores y comunidades enteras que exigían un cambio. La violencia, el miedo y la represión fueron protagonistas de esas jornadas, pero también lo fueron la valentía, la solidaridad y la esperanza de construir un futuro mejor.
Este libro recoge esas historias. Relatos que, a través de sus personajes y situaciones, nos invitan a mirar de frente una verdad incómoda: la desigualdad, la falta de oportunidades y la desconexión entre quienes gobiernan y quienes
sobreviven día a día. Aquí no se trata solo de contar lo que ocurrió, sino de generar una sensibilización en cada lector que se adentre en estas páginas. Es un llamado a la empatía, a la reflexión y, sobre todo, a la acción.
Es necesario destacar que el autor ha optado por una forma de escritura directa, donde se conecta la historia con su percepción personal frente a los hechos. Todo está dicho de manera explícita, lo que piensan los personajes, lo que sienten y lo que el lector debería saber. Este enfoque requiere una lectura activa, una disposición a leer una perspectiva política sin máscaras o conjeturas que den para una interpretación distinta.
Este estilo, que puede ser visto como un reto para algunos, es a la vez una invitación a la reflexión. Una apuesta en donde el autor ofrecer respuestas cerradas, sin preguntas abiertas, y es allí en donde se recalca una manera de ver la historia y los hechos desde una única visión, la del autor.
Así, este libro es más que un relato de hechos. Es una oportunidad para recordar que detrás de cada cifra hay una vida, detrás de cada marcha hay una razón, y detrás de cada injusticia, un motivo para seguir luchando. Que estas historias nos sirvan para nunca olvidar lo que pasó y, sobre todo, para no perder de vista el país que aún podemos construir. Que el lector se permita inferir, sentir y descubrir las historias que este libro expone sin necesidad de pronunciarlas en voz alta.
La noche más larga de un sufrimiento interminable
Con notable nerviosismo María Quijano; una mujer delgada de cabellos largos y oscuros de aproximadamente cuarenta y siete años de edad, ve con insistencia y angustia el pequeño y redondo reloj con bordes rojos que está sujeto a la pared que comunica la sala de estar con la cocina de su casa. Pegada a una antigua camándula de madera, heredada de su madre, eleva entre sollozos miles de plegarias dirigidas a la Virgen María, o cualquier Santo que la escuche en estos momentos de angustiosa zozobra, la súplica de que su único hijo y la razón de su vida vuelva pronto a casa, sano y salvo tal y como lo vio por última vez en horas de la mañana, cuando salió de su hogar rumbo al trabajo.
Pese a su intento por mantener la calma; tiene un horrible presentimiento, eso que sólo las madres tienen y que llaman sexto sentido, que le petrifica los nervios y le encoge el corazón como si estuviera siendo aplastado por una pesada carga. Con el paso de los minutos su angustia aumenta al no tener noticias de su hijo. Cuya última llamada fue a
eso de las cinco de la tarde, diciéndole con voz agitada y de manera muy rápida:
—Má, estoy bien, no se preocupe. Más tarde nos vemos, le quiero.
Desde ese momento su corazón de madre le dijo que algo no estaba bien. Pero fue tan corta la llamada que sólo tuvo tiempo para decirle:
—Cuídate, te quiero, vuelve pronto a casa.
Siente que se le sale el corazón del pecho cada vez que escucha la sirena de una patrulla de policía o la atemorizante sirena de una ambulancia, cuando pasan cerca a su casa como alma que lleva el diablo.
Nuevamente mira el reloj con bordes rojos para luego comparar la hora con la del celular, son pasadas las once de la noche. Un torrencial aguacero cae sobre las templadas calles de una ciudad cualquiera, ubicada en la esquina noroccidental de la geografía colombiana, escondida entre el cielo y la tierra, entre los desiertos y los páramos, entre los Llanos Orientales y la Cordillera de los Andes, entre la agonizante Selva Amazónica y las tierras áridas de La Guajira. Una ciudad reconocida por sus mujeres hermosas, y por las ferias y fiestas que se celebran cada año el 20 de julio.
También conocida a nivel internacional como la ciudad con mayor biodiversidad de aves a nivel mundial, como uno de los mayores productores del mejor café que se bebe en el mundo, como la capital productora de las mejores flores y de las más hermosas orquídeas, y como una de las ciudades más ricas en cultura, costumbres y gastronomía. Un pedazo de tierra pujante, étnicamente diversa, habitada por cientos de comunidades olvidadas y segregadas por el estado; que por muchas otras características únicas la hacen ser una hermosa tierra desangrada por la avaricia y el poder. Y como no, tristemente célebre por ser reconocida como la ciudad con mayor producción de cocaína a nivel mundial, y por ser el epicentro de un conflicto armado que ha durado más de 60 años y que ha superado toda barrera
ideológica por un discurso con el que intentan disimular el ansia de dinero y poder, que ha marcado su pasado y su presente con la imborrable marca de la violencia.
Una ciudad que, como en todo el territorio colombiano, ha sido marcada por el violento paso del narcotráfico que se ha enquistado en la mente y el corazón de nuestros ciudadanos, como un mal que corrompe las instituciones de un Estado paralizado y corrupto que está secuestrado por una élite política y económica a pesar de ser considerado democrático; un mal que incluso es capaz de corromper hasta la persona más buena y honesta que pueda existir.
Simplemente esa ciudad es el reflejo y la punta del iceberg de un país marcado por la violencia, la desigualdad, la pobreza, la falta de oportunidades, el desempleo, entre tantos otros problemas sociales que azotan a Colombia. Preocupada, camina en dirección a la ventana que da a la calle, donde ve en todas direcciones esperando encontrar con los ojos a su hijo amado de regreso a casa, pero nada, la calle está solitaria. Vuelve y se sienta en el sillón de la sala donde espera con ansiedad su vuelta a lo largo de la noche, cubriéndose las piernas con un delgado chal que lleva puesto. No pudiendo hacer más que esperar se aferra a la fe divina, a la que pide que traiga pronto su hijo a casa. Desde los inicios del Paro Nacional, o Gran Estallido Social como los medios nacionales lo llaman, María Quijano y en general toda la ciudad no ha podido disfrutar de un día de paz o tranquilidad, aunque sea utópico pensar que en un país sumido en la violencia se puede vivir en paz, más aún cuando no se sabe cómo se llegará a fin de mes, haciendo una y mil maromas, para estirar el salario mínimo que se gana trabajando como cajera de un almacén de cadena, especialmente cuando se le acumulan los gastos del hogar, arriendo, servicios públicos, alimentación, y el del crédito que sacó en una entidad bancaria para que su hijo estudie y no corra con la desafortunada suerte que ella tiene.
—Y eso que sólo somos dos —como se ha dice así misma.
Recuerda que días atrás habló de ello con Katherine una compañera de su trabajo, que al igual que ella, es madre soltera de dos adolescentes. Katherine culpó a los dirigentes del país, en especial a los congresistas y ministros que, habiendo nacido en cuna de oro, educados en los mejores colegios y las mejores universidades, con la tripa llena, y sin haber aguantado un solo día hambre o necesidades, cómo iban a entender las necesidades que pasa la gente del común, aquellos que ven con desprecio desde la ventana de sus oficinas y de los que sólo se acuerdan en época electoral.
—Pero qué les va a importar si ellos ganan bien, comen rico y andan en camioneta blindada con guardaespaldas — habría contestado María con una sonrisa irónica.
María Quijano Robles es la mayor de tres hermanos, oriunda de una pequeña vereda llamada Nuevo Porvenir, ubicada aproximadamente a diez horas en bus, atravesando trochas y caminos de herradura. Su niñez transcurrió en relativa tranquilidad, entre jugarretas con sus hermanos y vecinos, largas caminatas a la escuela, el duro trabajo del campo, y la paz que le brindaba las noches despejadas con cielo estrellado y luna llena. Pero la dicha le será cortada de tajo un funesto 11 de junio del año 19…, recuerda que, entrados sus once años, un grupo de individuos vestidos con prendas militares, fusil terciado al hombro y motosierra en mano, se presentaron en su hogar paterno sobre las media noche. Sin previo aviso y de manera violenta, entraron a la casa amenazándolos a todos con que los iban a matar porque tenía información de que ellos, un puñado de humildes campesinos, colaboraban con la guerrilla. Esa noche el pánico se apoderó de todos. Su madre, doña Inés, y su padre, don Aníbal; entre súplicas y lloriqueos explicaban que ellos no tenían ninguna relación con la guerrilla ni ningún grupo armado, que sólo se dedicaban a trabajar la tierra. Recuerda que aquel hombre que llevaba puesto un pasamontañas negro, que tenía voz ronca y fuerte se sentó entre risas en una silla del comedor, segundos
después le pegó con el puño un fuerte golpe a la mesa y dando un grito mandó a callar a todos, pero como su hermanito de cinco años, producto del miedo no pudo hacerlo, esté sacó la pistola que tenía guardada en una funda del pantalón y le pegó un tiro en el pecho.
Su padre fue obligado a entregar las escrituras de la casa y de la finca en la que vivían, después fue amordazado y lo ejecutaron con dos tiros, uno en el pecho y otro en la cabeza. Luego, sacaron a empujones a su madre, a su segundo hermano y a ella de la casa y le prendieron fuego con los dos cuerpos adentro. Esa noche los dejaron vivir con la condición de que nunca volvieran, lo cual sucedió, y aún más después de fallecer su madre y de desconocer el paradero del único hermano que tenía. Quien una mañana, hacía diez años, viajó de vuelta a la vereda, decidido a recuperar sus tierras, para nunca más volver. Quedando como un nombre más de los que engrosan las interminables listas de desaparecidos de este país.
Después de ese suceso, su vida no volvió a ser la misma puesto que, después de la muerte de su padre y de su hermano menor, llegó una madrugada, en compañía de su otro hermano y de su madre a la ciudad perdida en la geografía colombiana que la acogió para después enterrarla en vida. Luego de mucho vagar y de noches interminables durmiendo en el piso, una mano gentil le dio trabajo a su madre, pudiendo pagar con el dinero que ganaba el arriendo de un pequeño apartamento. Por su parte, ella no pudo seguir estudiando ya que se vio en la necesidad trabajar para ayudar en la casa.
Y si bien no es necesario ahondar en su desgracia. Con la posibilidad que tuvo de estudiar hasta los once años en la pequeña escuela de su vereda, en donde apilaban muertos como leña; hasta terminar, escasamente, quinto de primaria en donde aprendió a leer y escribir, y algunas operaciones matemáticas básicas. Llegó a la enorme ciudad descrita, donde después de pasar por varios trabajos esporádicos,
consiguió un empleo estable en un supermercado; al poco tiempo de tener a su razón de vivir y único hijo, Adrián, cuyo padre lo abandonó cuando apenas tenía tres años, mismo que hasta la fecha no sabe de su paradero. Y así transcurren sus días entre más penas que alegrías.
Ella entiende el inconformismo y la rabia que le genera a su hijo las decisiones tomadas por el gobierno; ella también comparte ese sentimiento puesto que vive con esa carga a diario, y no era tonta como para no darse cuenta de que su hijo sabe lo duro que le toca trabajar para ganar un salario que no le alcanza para terminar el mes, lo mucho que sufre y la vida tan pesada que lleva:
—Hay que tener paciencia —le habría dicho un día.
—Pero la paciencia no da de comer —le contestó en esa oportunidad su hijo.
Si bien es cierto que ella entiende los motivos que llevan a su hijo a salir a las calles a protestar, incluso si ella pudiera acompañarlo, lo haría; marchar en contra de un gobierno alejado de la dura realidad de un país, que es dirigido por personas que se encuentran encerradas en su burbuja de opulencia y comodidad; no comparte el entusiasmo de su hijo, ni su actitud rebelde y revolucionaria, tampoco su valentía que, aunque lo niegue, lo lleva a enfrentarse con miembros de la fuerza pública. Que a su modo de ver son hijos del pueblo protegiendo a una élite política corrupta que por el afán de mantener su estatus, opulencia y condición privilegiada, hunden a un país en la pobreza y la desigualdad.
Y aunque quiere amarrarlo a la pata de la cama, sabe que esto no servirá de nada, ya que su carácter rebelde, heredado de su padre, sumado a su personalidad idealista y revolucionaria que heredó de ella, lo convierten en un joven muy inteligente pero así mismo demasiado problemático e inconformista. No obstante, pese a entender y apoyar a su hijo, es inevitable no sentir preocupación por lo que le pueda suceder, debido a que por días ha seguido las
noticias que circulan por redes sociales, televisión y radio, y entiende que la situación del país es peligrosa y delicada. Dado que, cada tanto circulan videos en los que se ven a jóvenes muertos o heridos en las calles, siendo golpeados brutalmente por la policía y cifras de desaparecidos y muertos en aumento. Mientras que, con impotencia lo único que puede pensar en ese momento es que, a pesar de las cosas terribles que están pasando en la ciudad, lo único que desea es que no sea ella, la que esa noche tenga que vivir esa situación tan difícil que muchas otras familias están afrontando.
Ansiosa, María Quijano enciende el equipo de sonido que está a su derecha, una vieja casetera puesta encima de un mueble de madera color café claro; pone la emisora de la ciudad y de inmediato lo único que escucha son noticias que hablan del estado de anarquía en el que está sumida la ciudad; otras hablan que a esa hora perduran los fuertes enfrentamientos entre miembros de la fuerza pública y manifestantes que comenzaron muy temprano en la tarde; otras noticias hablan que los enfrentamientos que hasta el momento dejan al menos un centenar de personas heridas, y que incluso hablan de personas muertas y desaparecidas. Pero sin lugar a dudas, la noticia que más llama su atención es el resumen de la rueda de prensa que dio el presidente en cabeza de sus ministros y generales de la fuerza pública en los medios de comunicación nacionales, en donde anunció que autorizó a la fuerza pública a hacer todo lo que esté a su alcance y lo que sea necesario, para retomar el control de la situación de orden público en la ciudad, a más tardar, al finalizar el día. Noticia que la deja a punto de colapsar ya que conoce de primera mano lo que implica una orden de ese tipo en Colombia Lágrimas recorren su pálido rostro al escuchar la nota informativa de la radio local. Apaga la radio, toma el teléfono y llama por decimoquinta o decimosexta vez a su hijo. Pero como en las ocasiones anteriores, pasa directamente a
correo de voz, como si estuviera apagado o sin señal. Entra desde su celular a Facebook y lo único que aparece en la pantalla de inicio o de noticias son videos precariamente grabados desde teléfonos móviles, en los que se observa el estado de caos en el que está sumida la ciudad. Con fuertes confrontaciones entre encapuchados y la fuerza pública, graves denuncias de abuso policial, videos que muestran heridos tirados en los andenes pidiendo ayuda; y lo más preocupante de todo, graves denuncias que hablan de la intervención de civiles armados que escoltados por la policía disparan en contra de los manifestantes.
Al ver estas escenas desoladoras documentadas por manifestantes y espectadores en sus teléfonos móviles, siente que su corazón se desgarra a pedazos. Bloquea el celular y nuevamente eleva su rostro al cielo en señal de súplica, mientras esboza entre sollozos agitadas plegarias donde ruega que su hijo vuelva pronto a casa.
Pasadas las tres de la mañana, consumida por el cansancio y llevada por la desesperación, María se queda dormida en el sofá de su casa. Despertando de golpe a eso de las seis y media de la mañana temblorosa y asustada después de haber tenido una espantosa pesadilla donde todo comenzaba en una sala de hospital, estaba acostada encima de una cama con un niño recién nacido en sus brazos, después se vio en un funeral del otro lado de una reja que le impedía pasar a ver al difunto a pesar de su esfuerzo por hacerlo.
La pesadilla fue tan escabrosa que se levantó de golpe, corriendo de inmediato a la habitación de su hijo para cerciorarse si había llegado. Al llegar a la puerta, encontró su cuarto tal y como lo había dejado el día anterior. Quedó con el corazón en la mano y aún más preocupada y nerviosa que antes. Lo volvió a llamar y como las veces anteriores pasó directamente al sistema de correo de voz.
Siempre manteniendo la esperanza de ver a su hijo sano y salvo, atravesando la puerta de entrada de la casa, con una sonrisa coqueta y traviesa, y con las excusas mal inventadas
que siempre le dice. María entró a la cocina y se entretuvo preparando el desayuno de ambos.
Cada rato vuelve la vista a la puerta de la calle con la ilusión de ver a su hijo llegar a casa, caminando hacia ella, mientras termina de cuadrar los pormenores de una excusa mal inventada que lo justifique por haberse ido de parranda toda la noche y no haber tenido la delicadeza de llamar para avisar.
—Jediondo le voy a jalar las orejas, para que aprenda a no preocupar a la mamá —se repite para sí misma.
Mientras espera a que esté el café y sirve los huevos revueltos con pan, que prepara para desayunar; escucha sonar el celular. Por lo que apaga el fogón y corre tan rápido como puede, cargando uno de los platos a la mesa del comedor donde había dejado el celular. Al desbloquearlo ve un mensaje que le envió una vecina, donde le escribió: señora María ayer de los enfrentamientos que hubo entre manifestantes y miembros de la policía; resultaron 13 jóvenes muertos. Y otro mensaje enviado un par de segundos después con el link de una página de noticias de Facebook en donde se lee:
Noticias de último minuto: Ayer en horas de la tarde fuertes confrontaciones entre jóvenes manifestantes y la fuerza pública, que se prolongaron a lo largo de la noche, dejan hasta el momento un saldo de 13 jóvenes muertos, 1 persona reportada desaparecida, y al menos 30 personas heridas entre uniformados y manifestantes. (Más abajo aparecen fotos de seis jóvenes muertos identificados con el rostro pixelado)
Aún guardando una débil esperanza en su corazón, pronunciando cuanta plegaria conoce dirigida a la Virgen, a Dios, o a cualquier santo que la esté escuchando. Pide, mejor, suplica, que su único hijo, su gran amor, sencillamente su razón de vivir, no esté entre los jóvenes que resultaron muertos el día anterior en las protestas que se dieron en la
ciudad; y que como había pensado con anterioridad, sólo estuviera de parranda en casa de algún amigo. Comenzó a ver las fotos, mientras siente que su corazón se le sale por la boca. Al llegar a la quinta foto ve el cuerpo de un muchacho tirado en el pavimento, rodeado por varios jóvenes que intentan alzarlo; vestido con un pantalón negro, buso gris con capota y tenis negros con una línea roja en el medio. En ese momento soltó el plato y cayó de rodillas. Al instante siente como el mundo se le viene encima, siente que su corazón se parte en mil pedazos; simplemente en ese momento, entre lágrimas y lamentos, supo que la vida para ella había terminado.