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Historias alrededor de los himnos nacionales: Henri Herz
DEL AULA
María Esther Aguirre Lora1


La visita, obligada, al Castillo de Chapultepec en la ciudad de México, donde pululan imágenes referidas a los fastos de Maximiliano y Carlota, emperador y emperatriz de México por algunos años, atraen la atención del visitante hacia el piano que el fabricante e intérprete Henri Herz les obsequiara.2
Sin embargo, el acercamiento al nombre de Herz no sólo se me dio en esa forma: el actual proyecto de investigación que llevo a cabo, referido a la confi guración del campo de la educación artística en México,3 ha requerido que explore las publicaciones periódicas del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX; en ellas, en las imágenes de la publicidad incluida en las revistas pe- Piano estilo Luis XV, dagógicas, los pianos Herz se volvieron recurrentes; después fui descubriendo de la fábrica de Henri Herz. historias insospechadas sobre el propio Henri Herz (Viena, 1803 - París, 1888), que, de alguna manera, ponen de relieve la necesidad que se experimentaba alrededor de la construcción de los Estados-nación, de dotar a la sociedad de un himno nacional. Todo ello me impulsó a ampliar y afi nar la información con otras fuentes hemerográfi cas, como los principales diarios capitalinos de la época que reseñaban los acontecimientos musicales del momento, y otros referentes bibliohemerográfi cos.4 Mi propósito, en este texto, es incursionar en las tramas de algunas de estas historias.
1. La anécdota
La historia que me cautivó nos habla de un niñito, Henri, que había nacido en Viena; hijo de un rico negociante, con grandes iniciativas, pero que no le redundaban en la misma proporción en recursos económicos; desmoralizado, y queriendo otra suerte para su hijo, lo canalizó al estudio de la música, para lo que mostraba grandes cualidades admiradas por quienes lo conocían; una de ellas era reproducir a la perfección las melodías que escuchaba.
De modo que a los seis años empezó a aprender las notas con Daniel Hünten, organista de la primera iglesia protestante de Koblenz y profe-
1 Dirección electrónica: lora@unam.mx. 2 Vid. Gabriel Pareyón, Diccionario enciclopédico de música en
México, v. 1, p. 493. 3 UNAM, DGAPA, PAPIIT IN 402 309, “Historia social y cultural de la educación artística en México”. 4 Entre los estudiosos que han trabajado el tema, encontré a los siguientes: Gloria Carmona (1979), Yael Bitrán (2007) y
Arturo García (2010).
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Henri Herz (1803–1888).
sor de armonía y de órgano en la Escuela Normal, profundo conocedor de la música, quien, con el deseo de estar cerca del gran músico Beethoven, hacía las veces de copista. Una vez que fue a entregarle la música copiada y a recoger la nueva, Ludwig estaba de particular buen humor y Hünten le platicó sobre las cualidades del niño, le dijo: —Pues bien, preséntame a esa octava maravilla.
De modo que, ni tardo ni perezoso, al día siguiente llegó con Henri Herz. Por desgracia, Beethoven ya no estaba de buen humor, como el día anterior y, sin hacer caso de las visitas, continuó sumido en la composición de una sonata, dirigiendo, de vez en cuando, de derecha a izquierda, miradas furiosas. El copista, mientras tanto, pacientemente desenrolló el legajo de música copiada que traía y la colocó en el piano; Beethoven, en una ojeada vio un error y, enfurecido, desahogó su cólera contra el pobre organista, diciéndole mil improperios. Mientras tanto, Henri se acercó al piano y, después de juguetear con las teclas, se puso a tocar el principal tema de la sonata que Beethoven estaba componiendo; éste, sorprendido, volteó a ver a Henri y le hizo señas al organista para detenerse, pues Hünten quería impedir el atrevimiento de su discípulo para que dejase de tocar lo que acababa de escuchar. El jovencito, distraído con su recreo musical, no hizo caso de lo que pasaba a su alrededor, y continuó la sonata, improvisando un fi nal que Beethoven aún no había concluido. El gran compositor lo abrazó, lo sentó sobre el piano y lo llenó de caricias; le dijo que quería hablar con su padre, que le dijera que viniera a verlo.
Al día siguiente, el padre de Henri fue a la casa de Beethoven.
Señor, le dijo, vuestro hijo tiene un talento tan grande para la música, que si lo cultiva, llegará a ser un día gran compositor. Algunos me juzgan envidioso, porque no quiero alternar con esos que llaman compositores modernos, que lisonjeando los oídos, echan a perder la inteligencia musical, y corrompen el gusto por la belleza clásica. Pero soy justo, y la posteridad juzgará entre ellos y yo. Ya os he dicho que vuestro hijo posee talento, o más bien debiera decir genio; pero procurad no destruir la frescura virginal de su imaginación con un sistema de educación mecánica, que cuando más haría de él un buen tocador. Dejadlo que estudie el diapasón [sic.] todo el tiempo que quiera; pero no le deis más que buena música para aprender. Aquí tenéis algunas lecciones que anoche he compuesto para él; dádselas para que las aprenda, y dentro de tres semanas podéis venir a visitarme otra vez.5
5 Manuel Payno, “Biografía de Enrique Herz”, El álbum mexicano.
Periódico de literatura, artes y bellas artes, tomo II, 1849, Ignacio
Cumplido, México, p. 210.
A partir de ese momento, el padre de Henri consagró algunas horas del día a la dirección de los estudios de su hijo; sus progresos eran verdaderamente espectaculares y la fama de niño prodigio, como lo llamaban, crecía cada día. Beethoven continuó muy interesado en él y, como prueba del mayor de los afectos, le dedicó horas enteras a su enseñanza.
Napoleón, que a la sazón combatía con Rusia y Austria, se llevó al jovencito a París y lo ubicó en el Conservatorio que, por primera vez, admitía a un extranjero. Enrique tenía trece años y pasó las pruebas de admisión; a partir de entonces comenzó a tomar clases de piano con Víctor Dourlen y Anton Reicha. Pero el asunto es que las cosas no fueron tan bien como se esperaba, pues se iba de aventura con su amigo Lafont y hacían muchos desmanes –como romper vidrieras–, de modo que su padre lo hizo regresar a Koblenz y lo puso bajo el cuidado de Hünten, arreglándole, además, la distribución de sus estudios, sin permitir el menor relajamiento:
5 a 6 - Bañarse, vestirse, tomar una taza de leche. 6 a 7 - Media hora ejercicio de dedos y media hora de escalas. 7 a 8 - Tocar los estudios de Clementi y de Cramer. 8 a 9 - Lección de gramática, ortografía y escritura. 9 a 10 - Media hora para el almuerzo, media hora para paseo en el jardín. 10 a 11 - Lección de armonía. 11 a 12 - Lección de alemán o de inglés. 12 a 1 - Lección de piano con el maestro. 1 a 2 - Comida y paseo en el jardín. 2 a 3 - Lección de piano sin maestro. 3 a 4 - Historia y geografía. 4 a 5 - Ejercicio en el violín. 5 a 6 - Ejercicio de natación en estío y gimnástico en invierno. 6 a 7 - Descanso. 7 a 8 - Estudios de Clementi y escalas. 8 a 9 - Lectura divertida. 9:45 - Con toda puntualidad, irse a la cama.
Henri permaneció en Koblenz sometido a estas rutinas hasta los veinte años, cuando regresó a París, como un habilidoso pianista que habría de destacar desde su primer concierto en el salón del Conservatorio.6
Hasta aquí algunos datos biográfi cos que nos proporciona Manuel Payno.
2. El contexto
Eran los años cercanos a la guerra con Estados Unidos y a la pérdida de una tercera parte del territorio nacional, en un momento histórico caracterizado por la fragilidad política del país y las búsquedas identitarias en el largo proceso de devenir en la nación mexicana, cuando Henri Herz, anduvo por estas tierras, en una gira artística, de 1845 a 1851, en la que tocaría distintos puntos de Estados Unidos,7 de México, de La Habana, de la California, de Perú y de Chile.
En nuestro caso, el 7 de julio de 1849, la principal prensa capitalina –El Siglo XIX y El Monitor Republicano– anunciaba a sus lectores la llegada a nuestro país de la Compañía de Ópera Italiana, de Nueva York, y de un destacado pianista austrofrancés, Henri Herz, quien daría una serie de conciertos en la capital y realizaría una gira artística por las principales ciudades de México.
6 Cfr. Op. cit., pp. 209-211. Quizás es importante señalar que
Henri Herz provenía de una familia hebrea, dato que, orillado por el antisemitismo que se desencadenó durante el siglo XIX, ocultó celosamente (vid. Grove Dictionary…, v. 3). 7 Al respecto, escribió Mes voyages en Amérique, Achille Faure,
París, 1866 [traducido al inglés por Henry Bertram Hill, con el título My Travels in America, University of Wisconsin, Madison, 1963].


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Primera y segunda páginas del catálogo de modelos de la fábrica de pianos Henri Herz.

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El El Siglo XIX, en su “Galería de notabilidades contemporáneas”,8 proporcionaba información sobre Herz que despertaría el interés, por igual, entre músicos eruditos y fi larmónicos: se trataba de un pianista de origen austriaco que habitaba en París, cuyo círculo amistoso estaba formado por Eugenio Sue, Balzac, Alejandro Dumas, Julio Janin, entre otros. Maestro de Lizst y de Thalberg, además de prolífi co compositor, de lo que había obtenido valiosas ganancias, además de dirigir una fábrica de pianos en las que había cuatrocientos trabajadores.
En efecto, algunos de estos datos se corroboran en otras fuentes; otros se pueden agregar y afi nar: que estudió en el Conservatorio de París con Prahder, donde, hacia 1818, ya había obtenido el primer premio de piano; que desde 1831 empezó a hacer giras por Alemania e Inglaterra; que en 1842, antes de su viaje a América, se asoció con el constructor de pianos Klepfa, en París, empresa que fracasó, hasta que, al regresar montó la fábrica por su cuenta.
El asunto es que la noticia de su llegada despertó mucho interés y, el 10 de septiembre, toda una comitiva de entusiastas artistas y letrados esperaba su arribo al Hotel del Bazar.
8 El Siglo XIX, 18 de julio de 1849.
3. La presencia de Henri Herz en México
Si bien ya alrededor de 1840 algunos instrumentistas habían comenzado a visitar nuestro país, como Wallace, Larsonneur, Bohrer y Vieuxtemps, esto se había dado de manera casuística y a título personal; en este sentido, 1849 marca el inicio de una revitalización de los ambientes artísticomusicales en México y la emergencia del modelo de músico virtuoso, lo que marcó el tránsito del salón musical a la sala de conciertos, como veremos a continuación.
Nuevas prácticas culturales La visita de Herz adquiere la connotación de gira artística, para lo que si bien él se asume como viajero y aventurero, lo cierto es que alrededor de ello pueden develarse distintas argucias publicitarias y empresariales que, pasando el tiempo, serán comunes al concertismo de las grandes fi guras.
Su llegada estuvo antecedida por la de Bernard Ullman, inmigrante húngaro radicado en Estados Unidos, que haría las veces de su representante artístico, encargado de gestionar espacios y funciones públicas. La meta era el Teatro Principal, que había sido contratado semanas antes por la cantante inglesa Anna Bishop y el arpista y director musical Nicolas Bochsa, de modo que a la llegada de Herz debió buscar otros espacios, que no abundaban. La solución parecía ser La Lonja, edifi cio de una selecta asociación de comerciantes, que tenía un salón adecuado para el propósito. Como se trataba de un espacio más bien privado, hubo necesidad de restringir la entrada del público mediante la compra de boletos intransferibles, lo cual, en ambos casos, se trataba de una innovación debido a que lo habitual era realizar ahí tertulias con carácter familiar; para ello, se informó al público, a través de la prensa, sobre las nuevas condiciones:
No habiendo comprendido varias personas el sentido de la palabra ‘boleto’, el comité se apresura a hacer saber al público, que así como lo indica la palabra personal, no puede usarse sino por la persona cuyo nombre lleva escrito (…).9
Al poco tiempo se resolvió el asunto del Teatro Principal, y Herz envió una carta abierta a la prensa para agradecer el espacio de La Lonja, tratando de no desairar a los sectores medios, pero defi niéndose por el público de los círculos ilustrados, a quienes preparó una retórica musical para seducirlos.
A un elaborado programa en el que tenían lugar las composiciones de música erudita en boga en el mundo occidental, Herz fue integrando, y pulsando el gusto del público mexicano, algunas novedades, como La polka del siglo XIX, supuestamente compuesta para el público mexicano, pero en realidad dedicada al diario El Siglo XIX, cuyo editor era Ignacio Cumplido. Al respecto, Herz continuó uno de los ganchos publicitarios que había seguido en las tertulias de La Lonja: regalar a cada una de las damas una partitura de La polka, e incluso dedicárselas. También se colocaría en diversos lugares una litografía de Herz hecha por Cumplido.10
Las crónicas musicales reseñarían, con creces, los eventos musicales a cargo de Herz en la capital y, después, también, su gira por el interior del país: Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Tepic, Guadalajara; en este último lugar surgió un brote de cólera que lo llevó a hacer maletas y embarcarse hacia Lima, en junio de 1850.
Hacia el nacionalismo musical mexicano Por lo demás, Herz logró tocar algunas de las fibras más sensibles de los mexicanos en un momento en que se adquiría la conciencia de lo propio, avivada por la pérdida de un porcentaje importante del territorio nacional, a la vez que se fortalecían las búsquedas de expresión local, más acordes a lo que sería la sensibilidad del mexicano.
Y esto lo hizo a través de dos vertientes:
a) La primera, anunciada desde su llegada a México, era componer un himno nacional para los mexicanos, iniciativa que se inscribía tanto en un momento en que las naciones de
9 , 3 de agosto de 1849, Bitrán, p. 135. 10 Álbum mexicano…, p. 209.
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Partitura de La polka del siglo XIX, que Herz regalaba con dedicatoria a cada una de las damas que asistían a sus conciertos.


Occidente se daban a la tarea de componer este tipo de piezas guerreras, como a los propios ensayos que al respecto se venían haciendo en el país desde 1821, a partir de que obtuvo su independencia de España, de modo que no resultaba tan difícil mover los ánimos de artistas e intelectuales en este sentido:
Casi todas las naciones tienen uno [himno] que jamás puede oírse con indiferencia. En los días de combate logra que las tropas que entran en acción se llenen de entusiasmo y que hagan prodigios de valor (…). Entre nosotros no existe por desgracia tal himno nacional. Sabemos que Mr. Herz tiene la idea de llenar ese hueco; piensa al efecto hacer una invitación a nuestros poetas para que formen un concurso, y escojan entre las composiciones que se presenten, la que les parezca mejor. Entonces, con vista de la letra del himno, Mr. Herz compondrá la música.11
El argumento era de tal manera convincente que, a la vuelta de unos días, el 14 de agosto de 1849, la Academia de Letrán, a instancias de la Junta Patriótica de la ciudad de México, abrió un concurso para hacer la letra de lo que sería el himno patrio, a la que Herz le pondría música. El concurso lo ganó Andrew Davis Bradburn, y Herz le puso música, pero, como al público no le gustó la letra –y tenía motivos sufi cientes para ello, dado que el Davis era hermano de uno de los ofi ciales involucrados en la revolución texana contra México (1832-1836)–,12 el autor de la letra renunció al premio y la composición cayó en el olvido. Herz continuó fi rme en su objetivo y entonces compuso una pieza que llamó Marcha nacional –no himno, porque no
11 El Siglo XIX, 24 de julio de 1849. 12 Vid. Arturo García Gómez, “Bocetos del Himno Nacional Mexicano”, p. 9. tenía letra, como lo aclaró oportunamente la prensa– para cuyo estreno, con motivo de la celebración de la Independencia, el 15 de septiembre de 1849, se montó espectáculo egregio en el Teatro Principal, que anunció, unos días antes, El Siglo XIX, en los siguientes términos:
Una marcha militar, ejecutada por primera vez, compuesta y dedicada a los mexicanos por Henri Herz […] será ejecutada en doce pianofortes, por veinte profesores pianistas, por doble banda militar, coro de hombres, bajo la dirección de Henri Herz (…)13
Y así fue: la pieza se tocó frecuentemente incluso durante el Porfi riato, no obstante que ya existía el Himno Nacional Mexicano, de
González Bocanegra y Jaime Nunó (1854). b) La segunda fue el tercer concierto de Herz en el Teatro Principal (25 de agosto de 1849), algo verdaderamente apoteótico y que superó con creces sus anteriores presentaciones públicas: a la música irlandesa, francesa e italiana, el “rey de los pianistas” integró la improvisación del Jarabe, con lo que provocó tal entusiasmo del público que no cesaba de aplaudirlo; la prensa capitalina, en sus crónicas musicales, logró captar el momento en los siguientes términos, a través de la pluma de ‘Yo’:
[…] Al principio el público creyó que era Bellini o Rossini quienes hablaban en el piano, y guardó ese respetuoso silencio que indica que en todas partes del mundo se tributa al genio una veneración religiosa; pero apenas fue reconocido el jarabe nacional cuando del
13 12 de septiembre de 1849. En México, la partitura fue publicada por Ignacio Cumplido; en París, al regreso de Herz, por A.
Vialon, con el título 166.



Partitura de Marcha nacional, estrenada con motivo de la celebración de la Independencia, el 15 de septiembre de 1849, en el Teatro Principal,


cielo del teatro brotó un torrente de aplausos, una tempestad de alegría que comunicó su electricidad a los palcos y al patio. Los hombres sonaban las manos, las lindas jóvenes hacían otra cosa mejor, reían, y sus ojos, su fi sonomía toda, expresaban el contento y la sorpresa. ¿Herz tocando el jarabe, el músico de Viena, el discípulo protegido de Napoleón, tocando un sonecito de los Tapatíos y los Poblanos? […]14
A partir de ese evento, la situación se repitió en los sucesivos conciertos: tocó Los suspiros, La rancherita, La pasadita, Los enanos, Butaquito y otras más. De hecho, con estas intervenciones donde se introducían bocanadas de aires populares en los espacios de la música culta, se fortalecía una larga tradición que venía del siglo XVIII, que, retomada en el XIX, alrededor de 1840, había tratado de reintroducir los temas musicales populares con los códigos de la música erudita europea; sin embargo, lo logrado por Herz marcaría la búsqueda sistemática para construir una verdadera Escuela de Música Mexicana.
A modo de cierre

Puede decirse que con Henri Herz se inauguran una serie de prácticas alrededor del músico virtuoso itinerante que marcan un nuevo momento cultural en México. Más allá de su propia habilidad empresarial, y la de su representante artístico, para abrirse camino en el medio, hubo una serie de relaciones que le resultaron muy favorables en el círculo de Ignacio Cumplido. Baste decir que Cumplido fue uno de los editores del siglo XIX más destacados por diversas cualidades: su constante actualización en el arte de la tipografía, su versatilidad –dado que aborda publicaciones de distinto género comunes a la época, que van desde calendarios, revistas literarias, diarios, folletos hasta cartillas, entre otros- y su apertura a los distintos movimientos artísticos y literarios de Europa, lo cual lo vinculó directamente con los círculos intelectuales y artísticos de la época, de modo que colaboraron con él los escritores más destacados del momento. Edita El Siglo XIX, uno de los diarios liberales más prestigiosos, en donde tiene lugar una sección dedicada a las crónicas musicales en la que escriben ‘Fidel’ –Guillermo Prieto– y ‘Yo’ –Manuel Payno–, quienes reseñaron las presen-

14 El Siglo XIX, 27 de agosto de 1849.
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Ignacio Cumplido edita el Álbum Mexicano, donde Payno publica las biografías de la Bishop y de Herz.
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Fábrica de pianos Henri Herz.

taciones musicales de Herz. Cumplido también edita el Álbum Mexicano, donde Payno publica las biografías de la Bishop y de Herz.
Por lo que respecta a Herz, habrá que tomar en cuenta que sus propósitos en la gira, y en el caso particular de los mexicanos, no fueron tan generosos y bien intencionados como se pudiera pensar; muchos se trataron de verdaderas estrategias publicitarias para mover voluntades y obtener ganancias de todo tipo; tal fue el caso de ofrecerse a componer un himno nacional, estrategia ideada por su representante, Ullman, mientras quedaba libre el Teatro Principal.15 Tan es así, que después de su gira de seis años por el continente americano estuvo en condiciones de establecer en París, a su regreso, su propia fábrica de pianos Herz (1851).
15 Arturo García, op. cit., p. 11.
Fuentes y referencias bibliohemerográfi cas: Fuentes hemerográfi cas: EL ÁLBUM MEXICANO. Periódico de literatura, artes y bellas artes, tomo II, Ignacio Cumplido, 1849.
EL MONITOR REPUBLICANO. EL SIGLO XIX.
Otras referencias: AGUIRRE Lora, María Esther, Memoria en el tiempo. La escuela Nacional de Música de la UNAM (1929-1945 ca.), proyecto y coordinación académica, 2006. , “Arquitectura musical en la escuela rural mexicana (ca. 1920-1940)”, en Lesvia Rosas (coord.), 2007. , (coord.), Preludio y fuga. Historias trashumantes de la Escuela Nacional de Música de la UNAM, IISUE -
UNAM, México, 2008. , (coord.), Repensar las artes. Culturas, educación y cruce de itinerarios, IISUE - UNAM, México, 2011. BITRÁN, Yael, “Los que no han oído tocar a Herz no saben lo que es un piano. Un virtuoso europeo en
México (1849-1850)”, en Heterofonía, núm. 134-135, 2006, pp. 89-108. CALDERÓN DE LA BARCA, Frances, La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, 2 vols.,
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Miguel Ángel Castro (editor), Empresa y cultura en tinta y papel: 1800-1860, Instituto Mora-UNAM, IIB,
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