Héctor
Traducción del francés
Guzmán Oveja Martínez


JACQUELINE DE ROMILLY
de la Academia Francesa
Héctor
Traducción del francés por: Guzmán Oveja Martínez
Título original: Hector
© Jacqueline de Romilly
© De la traducción, Guzmán Oveja
© Ediciones PUCV, febrero 2025
Registro de Propiedad Intelectual: 2025-A-1140
ISBN 978-956-17-1172-3
Derechos Reservados
Tirada: 1.000 ejemplares
IMPRESO EN CHILE
Pontifcia Universidad Católica de Valparaíso
Av. Errázuriz 2930, Valparaíso info@edicionespucv.cl / www.edicionespucv.cl
Dirección Editorial: David Letelier
Diseño: Alejandra Larraín
Esta publicación cuenta con el apoyo de
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JACQUELINE DE ROMILLY
de la Academia Francesa
Héctor
Segunda Parte
Héctor en la batalla
Introducción 83
Capítulo III
El ruido y el furor 89
Capítulo IV
El precio de la imprudencia 107
Capítulo V
Cuando los dioses se entremeten 127
Tercera Parte Piedad por quien va a morir
Introducción 149
Capítulo VI
La sombra de la muerte 151
Capítulo VII
La muerte de Héctor 173
Cuarta Parte Una sepultura para Héctor
Introducción 195
Capítulo VIII
Amenazas 199
Capítulo IX
La venganza de Aquiles 217
Capítulo X
La intervención de los dioses 241
Capítulo XI
El apaciguamiento 265
Conclusión
La supervivencia de Héctor
Agradecimientos
Presentación
Leer a los clásicos da carácter. La narrativa imponente y reverencial de la literatura grecorromana imprime respeto. Con los clásicos se nos vienen a la mente libros de naturaleza colosal como la Ilíada, la Odisea o La Eneida, obras que han contribuido a labrar el mundo y sus ideas con sus inmortales palabras.
La presente traducción impulsada por el Instituto de Historia de la Ponti cia Universidad Católica de Valparaíso es un aporte inédito a la cultura. El libro Héctor, de Jacqueline de Romilly, publicado en francés en 1997 y luego reeditado en 1999 ha sido un texto poco conocido en el mundo iberoamericano puesto que nunca tuvo una traducción al español. En esta traducción, la primera realizada al español, bajo la autorización de Editions de Fallois (París) se ofrece al lector hispanoparlante un texto de inusitado valor humanístico: un estudio profundo sobre la gura del anti-héroe, el enemigo de Aquiles en la guerra de Troya. El hijo, el padre y el esposo que muere defendiendo los muros de Troya ante la mirada incrédula de Príamo, Hécuba, Andrómaca y Paris.
Jacqueline de Romilly (1913 - 2010) fue una historiadora excepcional. Cultivó las letras y los estudios clásicos en Francia en una época en la que estas materias estaban reservadas para los hombres. Así, en 1933 fue la primera mujer en ser admitida en l’École Normale Supérieure de París. Ahí cultivó la lengua y la literatura griega que luego enseñó en liceos y universidades. Su aproximación a la historia
la realizó a partir de los autores trágicos, consagrándose nalmente como una de las expertas más autorizadas de la obra de Tucídides. Luego de una carrera excepcional, en 1987 pasa a formar las las como immortel de la Académie Française.
Los temas que ella desarrolló fueron la ley en Grecia, la guerra, la democracia, la violencia, la amistad y las vidas de célebres personajes como Alcibíades y Héctor. El ámbito que siempre obsesionó a Madame de Romilly, manera en que sus discípulos se referían a ella, era la utilidad de la historia antigua. En una entrevista que dio en 2008 en su departamento en París para la revista franco-española Vericuetos, consultada sobre el rol de los griegos en la herencia de Occidente, De Romilly a rmó: (...) «los géneros mismos han cambiado, pero se trata de rasgos humanos que de alguna manera han sido jados para siempre y que de hecho pueden servir de nuevo para articular pensamientos diferentes»1
Homero fue el primer poeta en cantar la guerra de Troya y transformarla en un modelo literario de transmisión oral que se convertiría con el pasar del tiempo en el primer relato histórico de Occidente.
La guerra de Troya no sólo es un poema épico, es la puesta en escena de las luces y sombras del ser humano. Los griegos llamaron a las pasiones desbordadas como hybris y la poesía homérica buscaba con especial énfasis corregir o direccionar los hábitos y emociones más extremas de la humanidad. En un mundo aún sin leyes escritas, los buenos hábitos eran garantía de civilización.
Sobre este punto, Jacqueline de Romilly traza con especial cuidado los aspectos más sensibles de Héctor. La prosa homérica convenció a Occidente de que Troya era el tópos modélico del enemigo, sustentado en el ímpetu incontrolable de Paris al raptar a Helena desde su natal Esparta. Héctor, el primogénito pagará con su vida
1 http://www.vericuetos.fr/article-25819050.html
dos errores que ofendieron el honor de los aqueos, el rapto de Helena y la muerte de Patroclo.
Un segundo aspecto que aborda este libro es la muerte y la sepultura de Héctor. Con este tema, Jacqueline de Romilly traslada al lector a un miedo atávico, la muerte de los hijos. Heródoto nos transmite la sentencia del rey Creso a Ciro (Hdt. I, 87, 4) en donde la guerra y sus nefastas consecuencias invierten el ciclo natural de la vida:
«En la paz los hijos dan sepultura a sus padres, en la guerra los padres son quienes sepultan a sus hijos».
La muerte del héroe troyano trae consigo uno de los peores actos de inhumanidad, el cuerpo insepulto. Mientras Patroclo es honrado con juegos y su cuerpo es incinerado de acuerdo con la tradición griega, el cadáver de Héctor es humillado y mancillado por Aquiles.
En el canto XXIV de la Ilíada, Homero relata cómo Príamo, ayudado por los dioses se in ltra en la tienda de Aquiles y le ruega que le devuelva el cadáver de su hijo, Héctor, para enterrarlo con dignidad. El de los pies ligeros, furioso porque Héctor ha matado a Patroclo, arrastra el cuerpo del troyano ante las murallas de Troya y no le ha dado sepultura digna. Aquiles ha perdido toda piedad pues esta acción viola las leyes de la tierra y de los dioses. El viejo Príamo, padre de Héctor suplica dignamente: «Respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; yo soy aún más digno de compasión que él, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos» (XXIV, 500). Los dos acabaron llorando y Aquiles le entregó los restos mortales de Héctor.
El pasaje del canto XXIV es perenne, no es abstracto, es concreto e histórico. Es la encarnación del sufrimiento de las personas que a lo largo del tiempo no han podido cerrar un pasado terrible. Príamo es la súplica humana por la dignidad, incluso la dignidad del muerto. El clamor de Príamo es un ejemplo de la capacidad del ser humano para trascender las diferencias y conectarse con lo más profundo. Utiliza la palabra y le recuerda que ambos son padres y que
conocen el dolor de perder a los amigos y a la familia. La escena del rey de Troya y Aquiles es el recordatorio épico que, en medio de la guerra y la violencia, se puede logra un acto de humanidad a pesar del caos y la destrucción. En la época clásica este recordatorio fue desarrollado por la tragedia griega, en particular en la Antígona de Sófocles.
En suma, a través de Héctor, Jacqueline de Romilly aborda estos rasgos humanos que por siglos han caracterizado el devenir histórico y que fueron parte constitutiva de las actitudes del mundo en la antigüedad. En un mundo en donde los dioses de nían el destino de la humanidad de manera injusta e interesada, la venganza, la crueldad, la astucia, la piedad, el honor y la generosidad se transforman en los tópicos del mundo antiguo. Curiosamente cada uno de estos aspectos fueron trabajados profundamente en los libros de Jacqueline de Romilly que destacamos a continuación:
Thucydide et l’impérialisme athénien, la pensée de l’historien et la genèse de l’œuvre, 1947; tesis doctoral
Histoire et raison chez Thucydide, Belles-Lettres, 1956
La Crainte et l’angoisse dans le théâtre d’Eschyle, Belles-Lettres, 1958
L’évolution du pathétique, d’Eschyle à Euripide, PUF, 1961
Nous autres professeurs, Fayard, 1969
La Tragédie grecque, PUF, 1970
Le Temps dans la tragédie grecque, Vrin, 1971
La Loi dans la pensée grecque, des origines à Aristote, Belles-Lettres, 1971
Problèmes de la démocratie grecque, Hermann, 1975.
La douceur dans la pensée grecque, Les Belles Lettres, 1979
Précis de littérature grecque, PUF, 1980
L’Enseignement en détresse, Julliard, 1984
«Patience, mon cœur»: l’essor de la psychologie dans la littérature grecque classique, Belles-Lettres, 1984
Homère Que sais-je?, PUF 1985
La Modernité d’Euripide, PUF, 1986
Sur les chemins de Sainte-Victoire, Julliard, 1987
Les Grands Sophistes dans l’Athènes de Périclès, Fallois, 1988
La Grèce à la découverte de la liberté, Fallois, 1989
La construction de la vérité chez Thucydide, Julliard, en «Conférences, essais et leçons du Collège de France»), 1990
Ouverture à cœur, Fallois, 1990.
Écrits sur l’enseignement, Fallois, 1991
Pourquoi la Grèce?, Fallois, 1992.
Les Œufs de Pâques, Fallois, 1993
Lettres aux parents sur les choix scolaires, Fallois, 1994
Rencontre avec la Grèce Antique, Fallois, 1995
Alcibiade ou les dangers de l’ambition, de Fallois, 1995.
Jeux de lumière sur l’Hellade, Fata Morgana, 1996
Hector, Fallois, 1997
Le Trésor des savoirs oubliés, Fallois, 1998.
Laisse otter les rubans, Fallois, 1999
La Grèce antique contre la violence, Fallois, 2000
Héros tragiques, héros lyriques, Fata Morgana, 2000
Au Louvre avec Jacqueline de Romilly et Jacques Lacarrière, Éditions d’art, Louvre, 2001
Roger Caillois hier encore, Fata Morgana, 2001
Sous des dehors si calmes, Fallois, 2002
La Grèce antique: Les plus beaux textes d’Homère à Origène, Bayard, 2003
Une certaine idée de la Grèce, Fallois, 2003
De la Flûte à la Lyre, Fata Morgana, 2004
Dictionnaire de littérature grecque ancienne et moderne, Atenas, 2004
Jacqueline se Romilly raconte l’Orestie d’Eschyle, Bayard Centurion, 2006
L’Invention de l’histoire politique chez Thucydide, ENS, 2005
L’Élan démocratique dans l’Athènes ancienne, Fallois, 2005
Les Roses de la solitude, 2006
Dans le jardin des mots, 2007
Le Sourire innombrable, Fallois, 2008
Petites leçons sur le grec ancien, con Monique Trédé-Boulmer, Stock, 2008
Les Révélations de la mémoire, Fallois, 2009
Actualité de la Démocratie Athénienne, 2009, con Fabrice Amedeo
La grandeur de l’homme au siècle de Périclès, Fallois, 2010
En el Instituto de Historia apreciamos los libros. A través de éstos representamos el mundo y nos permiten involucrar a las personas con el tiempo. Este libro es un regalo que recibimos por parte de Homero como poeta y de Jacqueline de Romilly como escritora. Como compromiso del Instituto de Historia por la cultura ponemos a disposición de todas y todos este libro, escrito originalmente en francés y desde Valparaíso al mundo lo ofrecemos por primera vez en lengua española. La invitación a leerlo queda hecha.
Ricardo Iglesias Segura
Paulo Donoso Johnson
Instituto de Historia
Ponti cia Universidad Católica de Valparaíso

Héctor reprocha a Paris su suavidad. Óleo sobre lienzo, Johann Heinrich Wilhelm Tischbein. Augusteum — Oldenburg, 1786.
Nota del traductor
En los textos en español se utilizan los nombres de Áyax y Ayante para este personaje. Se ha optado aquí por Ayante, puesto que es el nombre utilizado por Crespo Güemes en su traducción de la Ilíada, a excepción de cuando se habla a propósito de la obra de Sófocles: Áyax. Igualmente se ha utilizado Ulises en lugar de Odiseo y Posidón en lugar de Poseidón, por ser estas las acepciones utilizadas en dicho texto.
Personajes Principales
I. Del lado troyano
A, esposa de Héctor.
A, hijo de Héctor.
E, príncipe dardanio, hijo de la diosa Afrodita, emparentada con Príamo.
H, mujer de Príamo, madre de Héctor.
P, hermano de Héctor, raptor de Helena.
P, consejero troyano.
P, rey de Troya, padre de Héctor.
Só, licio, aliado de Troya, hijo de Zeus.
II. Del lado aqueo
A, hijo de Peleo y de la diosa Tetis, el más valiente de los aqueos.
A, hijo de Atreo, rey de Micenas, jefe de la expedición.
A1, hijo de Telamón y audaz guerrero.
D, hijo de Tideo, rey de Etolia.
M, hermano de Agamenón, rey de Esparta, esposo de Helena.
N, rey de Pilos, anciano y sabio.
P, hijo de Menecio, amigo de Aquiles.
U, rey de Ítaca.

Héctor convoca a Paris a la batalla. Óleo sobre lienzo, Angelica Kaufmann. Hermitage Museum — Saint Petersburg,1775.
Prefacio
Este libro no es una biografía. Nadie podría escribir una biografía de Héctor, puesto que Héctor es un personaje épico, conocido solo por la Ilíada y por algunas tradiciones literarias adicionales relacionadas con Homero. No podemos, por tanto, saber nada más de él, aparte de un poema con veintiocho siglos de antigüedad. Es más, este poema no cuenta en absoluto la historia de su vida, sino que solo lo presenta como un guerrero que, defendiendo Troya, es asesinado por Aquiles y cuyo cuerpo, una vez ultrajado y maltratado, es finalmente devuelto a su familia. No existe la vida de Héctor, sino solamente la muerte de Héctor.
Por otro lado, el arte de Homero es tal que esta muerte ha conmovido a generaciones de lectores e inspirado numerosas obras en muchos países. Aunque no contemos con fuentes sobre Héctor previas a Homero, sí que tenemos una imagen que se re ejó de varias maneras después de Homero.
Este sería motivo su ciente para tratar de captar el secreto de tal creación y sentir el deseo de invitarnos a releer dichos textos: he aquí una alegría que una helenista no podría rechazar al nal de su vida.
Pero sucede que este arte se pone aquí al servicio de temas que tienen todas las razones para conmover a los lectores de nuestro tiempo, comprometidos con los problemas que rigen nuestra vida actual.
Héctor es un hombre muerto en la guerra y que sufre las crueldades que la guerra lleva consigo. El hecho de que Homero centrara su interés en él es, en este sentido, notable.
Pero ¿quién es Héctor? ¿Alguien lo ha pensado? Es el defensor de Troya. Es, como consecuencia, ¡el enemigo! Como tal, debería únicamente intervenir como alguien a quien se teme, se odia y a quien se atribuyen todos los males. Mostrar simpatía hacia él, presentárnoslo en medio de su propio pueblo, rodeado de afecto y esperanza, es, por lo tanto, una elección de extraordinaria originalidad.
¿Hemos visto esto anteriormente en otras epopeyas? Yo he leído la mayoría y no he encontrado nada igual. Las tradiciones asirias, las tradiciones egipcias e incluso el Antiguo Testamento sugieren una actitud diferente. A veces, en las epopeyas, conocemos al enemigo; pero es porque la lucha se da entre hermanos, o entre rivales. En la mayoría de los casos uno de los dos es detestable, sinuoso, cruel. Además, en este caso se trata de un asedio; y el enemigo debería presentársenos como una gura temible que surge de una ciudad sitiada y a la que, sin duda, se le atribuyen un sinfín de leyendas horribles, como las que nacen de todas las guerras. Sin embargo, Homero sabe y muestra lo que está sucediendo en Troya. Describe a los que allí viven, que no son diferentes en ningún aspecto a los sitiadores, excepto, quizás, en que sus terrores son aún mayores y, por lo tanto, nos conmueven más profundamente.
Héctor es el único héroe, en la epopeya, que aparece rodeado de un padre y una madre, de una esposa amada y de un hijo muy pequeño. Es el único del que conocemos los temores infundidos por su destino y las muestras de cariño que serán destrozadas con su muerte.
La epopeya no solo relata su muerte y concluye con el duelo que causa; Héctor sigue siendo el único que, tras su muerte, es objeto de crueldades que acabarán escandalizando incluso a los dioses. El último canto del poema está dedicado al funeral de Héc-
tor y las últimas palabras del poema hacen resonar su nombre una última vez.
Esta preocupación por alabar a un héroe del campo enemigo, por compadecerse de un vencido, de un hombre condenado a muerte y a ser torturado después de su muerte, esta preocupación por mostrarlo como un ser abatido por la guerra, y cuya muerte siembra un duelo desgarrador, constituye, en el umbral de nuestra literatura occidental, la evocación de una humanidad extraordinaria. Y en nuestro tiempo de guerras, de masacres llevadas a cabo en nombre de la religión o de la raza, de crueldades que, a veces, se extienden más allá de la muerte, y que se revelan de repente en el descubrimiento de fosas comunes, el surgimiento de esta humanidad, en su a rmación simple y magistral, es una respuesta a nuestras angustias.
Los griegos continuaron en esta línea. La tragedia de Esquilo, Los persas, evoca la guerra médica, entonces muy reciente, presentando el lado persa, es decir, el de los enemigos y los vencidos, y haciendo resonar detenidamente las lamentaciones de su duelo. Es evidente aquí la in uencia de la Ilíada, con excepción del orgullo de haber escapado del desastre, que impregna todos los rincones de la obra del ateniense y que, en la Ilíada, no existe. Además, en Esquilo se trata de todo un pueblo, mientras que Homero dibuja en Héctor la imagen de un hombre único, ardiente, amigo de todos, cuya muerte se convierte para siempre en emblemática.
¿Cómo podemos dudar de que estamos ante un ejemplo invaluable y terriblemente necesario para nosotros?
El nombre de Héctor, cuando suena en el último verso del poema al nal de una escena fúnebre, nos interpela, más allá de los siglos, como una advertencia.
Los nexos existentes con los males de nuestro tiempo se re ejan también en la literatura. La re exión sobre la guerra produjo, en 1935, la obra de Giraudoux titulada La guerra de Troya no sucederá1. 1935: El momento en que la amenaza de una guerra comenzaba a tomar forma. Y en la que Héctor es un personaje central. Por otro
lado, el destino de Héctor ha inspirado, en un periodo más reciente, el importante estudio de J. Red eld, publicado en Estados Unidos en 1975 y en Francia en 1984, bajo el título como La tragedia de Héctor. Naturaleza y cultura en la Ilíada2. La preocupación antropológica que inspira el libro lo distingue de la presente obra; pero el fervor es el mismo y vemos cómo, en dos países diferentes, la narración de Homero siembra un mismo interés, dando a Héctor un lugar primordial, un lugar arquetípico, pero también una presencia cercana y viva.
Es en esta presencia en la que nos queremos jar; y el presente libro será, por tanto, una el y atenta relectura de Homero.
Ni que decir tiene que esta relectura tiene en cuenta, en la medida de lo posible, la enorme bibliografía existente sobre estos textos. Pero hemos querido dejar esta erudición de lado. Nos hemos conformado con limitar a las notas a pie de página las referencias al texto de Homero y, en ocasiones, a la mención de ciertos desacuerdos de la crítica. Sí hemos descartado, sin embargo, un aparato bibliográ co3. De la misma manera, también se ha dejado de lado, siempre que ha sido posible, la consideración de la «cuestión homérica» y la forma en que se compuso la epopeya. En un primer momento se creyó que se trataba de un único poeta que habría compuesto la totalidad de la obra reuniendo, de una forma acorde, elementos en diversas fechas; más adelante, los estudiosos han pensado que un solo poeta podría haberse inspirado en fuentes o ensayos anteriores: los poemas, como sabemos, se cantaban aquí y allá, se modi caban, se aderezaban. Pero este no es nuestro problema. De hecho, la sensación de unidad existe; y está claro que diferentes autores, escribiendo en diferentes fechas, pueden dar como resultado una obra coherente. Por lo tanto, nos hemos limitado a señalar la posibilidad de algunas diferencias en algunos episodios del libro, que pueden ser iguales a aquellas que quizás surgen entre los capítulos mismos de este libro, escritos en diferentes momentos.
Por otro lado, y ya que la muerte de Héctor toca tantos temas que han permanecido vivos a través de los siglos, a veces nos hemos tomado la libertad de introducir, como una especie de contrapunto a esta relectura de Homero, re exiones más libres, tipográ camente distintas del resto, y que nos permiten percibir algunas de las resonancias, cercanas o lejanas, que ha tenido el texto comentado, ya sea en la literatura griega, en las que la siguieron, o simplemente en la experiencia cotidiana de nuestro tiempo. «Homero» proporciona el texto; estas re exiones proporcionan los armónicos. Es así como debería entenderse la relación entre el poema que ha dado inicio a todo ello y la lenta sedimentación, interrumpida por reapariciones repentinas, que constituye por sí misma, consciente o inconscientemente, una cultura.
Notas y referencias
1 (N. del T.) Publicada por Ediciones Del carro de Tespis en 1958, Buenos Aires (traducción de Luis José Crocco).
2 (N. del T.) Publicado por Ediciones Destino en 1992 (traducción de Antonio J. Desmonts). La versión francesa fue publicada por Flammarion.
3 Las referencias a libros o artículos se dan en las notas nales del volumen, cuando así lo requiere el texto. Por otra parte, las principales ediciones comentadas de Homero, citadas eventualmente en las notas, son la de Leaf, en 2 volúmenes, publicados en 1900 y 1902, y la gran versión comentada de Kirk, en 6 volúmenes, publicados por Cambridge Universi Press, de 1985 a 1993, siendo los cantos más importantes aquí el XXII y el XXIV, cuyos autores son M. Edwards y N. Richardson. Todas las citas de la Ilíada (en la versión original) están tomadas de la hermosa traducción de Paul Mazon, publicada por Les Belles Lettres, en la Collection des Universités de France. (N. del T.: Para la traducción se ha utilizado la versión de Emilio Crespo Güemes para Gredos).
Prólogo
Resonancias y refejos de Héctor
Hemos dicho en el prefacio que los textos de la Ilíada relativos a Héctor han ejercido una profunda y continua influencia y no han cesado de subsistir en diversas formas. Pero esta continuidad no implica una fidelidad a Homero, ni siquiera el conocimiento previo del poema.
Puede tratarse de resonancias lejanas, que solo adquieren signi cado para un helenista, como pequeñas señales que parpadean, se encienden y se apagan, testigos de una radiación ahora olvidada.
Así me ocurrió el otro día, cuando, sentada ante mi escritorio de helenista, mis ojos se posaron en un libro que no era griego (¡también me gustan otros libros, por supuesto!). Era una novela de Héctor Bianciotti. Y fue su nombre que me interpeló: ¡Héctor! Héctor, para mí, era Homero. Y de repente me conmovió que este escritor vivo1, nacido en Argentina en el seno de una familia piamontesa, llevara este nombre que proviene de mi Grecia, de un sencillo poema con veintiocho siglos de antigüedad.
Probablemente nadie tenga en mente hoy los recuerdos asociados a estos nombres. Sin embargo, su propia existencia atestigua por sí misma la lenta penetración de las obras, cuya resonancia sobrevive lejos, en el espacio y en el tiempo, y lejos también de las imágenes primarias.
Junto a los Héctor, franceses e italianos, algunos de los cuales fueron famosos (comenzando por Hector Berlioz), me gusta pensar en las innumerables personas que, en todo el mundo, siguen utilizando los diversos nombres de la guerra de Troya. Quiero pensar aquí en un estudiante negro, llegado de un oscuro pueblo de África, que se llamaba Aquiles... Y, después de todo, ocurre lo mismo cuando encuentro reminiscencias de esa misma guerra de Troya en los nombres de las ciudades de Estados Unidos. ¿Sabía usted que hay diez ciudades allí que llevan el nombre de Troya (convertido ahora en Troy), así como ocho Atenas y seis Esparta, sin mencionar las dos que se llaman Ítaca? ¿Una moda pasajera? Probablemente. Pero esas modas son también testimonios.
Después de todo, se conoce como Héctor a la jota de diamantes en nuestros juegos de cartas. ¿Por qué? Probablemente en honor a un compañero de Juana de Arco, que así se llamaba. Pero de la misma manera que Héctor Bianciotti habla de un amigo, también argentino, y que también se llama Héctor, el nombre de Héctor fue, hacia el nal de la Edad Media, ilustrado de diversas maneras; y también podríamos imaginar otras explicaciones para el nombre de la jota de diamantes. En cualquier caso, este nombre probablemente no evocaba nada especí co en ese momento; sin embargo, los siglos precedentes habían estado repletos de las historias sobre el héroe de Homero.
En algunos casos, la alusión a la antigüedad presente en los nombres es más sensible e incluso impactante. Es el caso de André Roussin en su obra llamada Le Tombeau d’Achille2 en la que, en una réplica, recibida con risas, dice «¿Hola, Héctor? Soy Aquiles». El contraste entre la grandeza heroica y los tratos sórdidos de nuestro mundo actual se convierten aquí en algo cómico. Ligera y burlesca, la alusión a la epopeya es ya algo perceptible por todos.
Una de las sorpresas para los turistas en la Grecia actual es la de encontrarse rodeado en la playa o en el autobús de personas llamadas Pericles o Jenofonte, o incluso Antígona. Es en ese momento
que podemos experimentar esa misma contraposición cómica, basada en el contraste.
Pero cuando estos nombres antiguos se convierten en algo familiar a través de la lectura de los textos, hay entonces algo más que diversión: la alusión adquiere un poder evocador, despierta reminiscencias, imágenes y armonías, más o menos evidentes.
¿Debería sorprendernos? Todas las palabras, sean las que sean, están rodeadas para cada uno de nosotros por una especie de aureola de la que apenas somos conscientes, pero que las adorna con los recuerdos de nuestra propia experiencia. Yo no utilizo la palabra «sarampión» sin que la acompañe el recuerdo de la terrible semana de mi infancia, cuando padecí el peor de todos los posibles sarampiones. Cuando utilizo la palabra «gentileza», no puedo olvidar por completo que he escrito un extenso libro sobre la gentileza en el pensamiento griego3, es decir, la compasión, la benevolencia, etc. Lo más probable es que la palabra se haya enriquecido con todos los textos que he estudiado y que expresaban tolerancia o indulgencia. No pienso conscientemente en ello, pero la palabra ha adquirido peso, consistencia, una especie de contorno indeterminado, una riqueza de la que apenas podríamos dar pruebas.
Recientemente he oído decir, sobre los objetos, que están «cargados con el aura de sus sucesivos dueños»: ¿cómo no podría ser este el caso más claramente de las palabras, que existen únicamente para y a través de la mente?
El último ejemplo lo demuestra, porque se re ere ya a esa experiencia que duplica la de nuestra vida, o más bien la multiplica hasta el in nito, es decir, la experiencia de los libros, de los textos, de todos los escritos acumulados antes de nuestro tiempo. Yo, que vivo en contacto con los textos griegos, me doy buena cuenta de ello: cuando escucho la palabra «atún», pienso, como todos, en el atún enlatado que comemos en una ensalada de patatas; pero también pienso, al mismo tiempo, en algo más estimulante, porque en alguna ocasión, y numerosas veces después, he
quedado cautivada por la brutalidad de la pesca del atún evocada por Esquilo. Se trata del momento de la batalla de Salamina y de la masacre de los combatientes arrojados al mar; tras lo cual se muestra a los griegos, a los que, «como a atunes o a un copo de peces, con restos de remos, con trozos de tabla de los naufragios, los golpeaban, los machacaban…». La pesca del atún existe todavía hoy, y he leído descripciones de estos ejercicios violentos y sangrientos. La palabra «atún», para mí, evoca resonancias más lejanas y conlleva incluso mayor fuerza gracias a la expresión literaria. De hecho, se limita a una simple comparación que ocupa solo una o dos líneas. Pero, precisamente, la idea de los hombres masacrados en la batalla, la idea del lamento y el duelo, re eja la imagen de la pesca y le da una grandeza trágica. De ahí la facultad de la evocación; de ahí la emoción que despierta y cuya resonancia vibra en silencio cada vez que escucho la palabra «atún». La poesía tiene ese poder. Poco a poco, construye nuestro mundo interior, como todo lo que nos toca y lo que nos abre los ojos. ¿No escribió Nabokov sobre las «cosas transparentes, a través de las cuales», dijo, «brilla el pasado»4?
Si este es el caso de las palabras más sencillas del vocabulario cotidiano, cuánto más lo será de los nombres propios. ¡Y he aquí que descubrimos otra forma de vibrar con el simple nombre de Héctor!
Un nombre que sobrevive es algo curioso. Es un signo externo de la naturaleza indestructible de los libros. Pero, en general, nadie piensa en ello. Tampoco pensamos en el Partenón cuando pasamos junto a su copia, la Madeleine. Por otro lado, cuando se menciona el nombre de Héctor entre las personas que conocen, aunque sea de soslayo, el poema, se establece una resonancia, tan poderosa, incluso más poderosa que en el caso del atún: una mezcla de recuerdos en los que intervienen el heroísmo y el sufrimiento, la grandeza y la tragedia, una re exión deslumbrante y tierna, algo del Héctor de Homero, vivo y redescubierto5.
Todo esto presupone que la Ilíada haya sido leída ya sea en el pasado, en diversos momentos, ya sea recientemente. Se acredita así una larga y oscura supervivencia, que no implica in uencia directa. La in uencia directa, sin embargo, no ha dejado prácticamente de ejercerse (o casi).
Podemos deslizarnos por las obras latinas, sobre Virgilio, que escribió, con la Eneida, una secuela de la Ilíada, o sobre Ovidio, que relata varios episodios. Pero, a partir de ahí, ¡sorpresa! ¡Los cuentos antiguos orecieron durante el Alto Imperio! Dictis de Creta y Dares Frigio relatan los acontecimientos de Troya, en el sentido más amplio, como si hubieran estado presentes en ellos; el primero en el campamento de los griegos, el segundo en el de los troyanos. Son verdaderas novelas, de las que tenemos ejemplares que datan de la Antigüedad tardía (e incluso un papiro) y que fueron reproducidas, traducidas e imitadas a lo largo de la Edad Media. Se conocen cerca de ciento cincuenta manuscritos de Dares. Esta tradición, que era muy libre, dio lugar a nuevas obras, aún más libres. La principal es el Roman de Troie, de Benoît de Sainte-Maure, de nales del siglo XII, y ¡que cuenta con más de treinta mil versos! Redactado más adelante en prosa, fue traducido al latín y, de este, al francés. El propio relato de Dares fue traducido a prosa francesa a principios del siglo XIII, e insertado en una historia universal conocida como la Histoire ancienne jusqu’à César (Historia antigua hasta César). La leyenda troyana está presente en el Ovidio moralizado del siglo XIV, en el Libro de la Mutación de la Fortuna de Christine de Pisan de principios del XV, en innumerables compilaciones históricas, o en un misterio de Jacques Milet de 1452, la Histoire de la destruction de Troie la Grande par personnages (Historia de la destrucción de Troya la Grande por sus personajes). A principios del siglo XIV, el poema francoitaliano de Héctor y Hércules relata la muerte del gigante Hércules en un singular combate a manos del joven Héctor, hijo de Príamo. Todo esto es bastante fantasioso y muy alejado de Homero. El alcance de los eventos también es mucho más amplio, e intervienen muchas intri-
gas, en un tono romántico y algo anacrónico. Así, puede suceder que la espada de Héctor se llame Durandal o que el hada Morgana se involucre en la gesta troyana6. Pero Héctor sigue presente; y su muerte sigue siendo llorada. Por lo demás, las heroínas que pasan por Homero, como Criseida y Briseida, siempre desempeñan un papel (bajo los nombres de Criseida y Briseida). Esta es ya la atmósfera que se encontrará con la presencia de Héctor, por supuesto en la obra de Shakespeare, Troilo y Crésida
Tal vez esta moda en la Edad Media pueda explicarse en términos de caballería. Un texto que cita a los héroes más notables de todos los campos declara: «Héctor fue, sin ninguna duda, el mejor de los caballeros por sus hazañas y por su conducta»7. Pero una cosa es cierta: este no es el Héctor de Homero, ni este destino tan reciamente trágico: una vez más, estos son nombres, con unas pocas resonancias más, algunos hechos, unas cuantas emociones... Más allá de estos fragmentos dispersos, que un día u otro aparecían como pequeñas boyas, otando al azar de las modas, hizo falta esperar al resurgimiento del helenismo para descubrir obras verdaderamente inspiradas en Homero, como la tragedia de Montchrestien, llamada precisamente Hector8. Pero la imitación no excluye muchas libertades, casi tanto como en la obra de Giraudoux ya mencionada y que lleva el provocador título de La guerra de Troya no sucederá. Este Héctor es precisamente el Héctor de Homero, a pesar de que la historia no tiene ninguna conexión, más allá de que tenga lugar antes de la Guerra de Troya.
Las obras re ejan así la misma continuidad que la alusión que constituyen los nombres; y no siempre implican mayor delidad. Estos dos rasgos, por lo tanto, nos invitan imperativamente a recurrir al verdadero Héctor, el Héctor de Homero, el antepasado de todos los demás, el imperecedero Héctor que murió en Troya.
Y, sin embargo, todo está unido. Recuerdo que un día le llevé un manuscrito a Louis Jouvet, mientras representaba la obra de Giraudoux La guerra de Troya no sucederá. Me abrió la puerta de su camerino con su traje puesto, completamente armado y con un casco en la cabeza. Yo era estudiante de literatura, alimentada a base de textos antiguos. Me creí por un momento estar en presencia del propio Héctor. Me pareció guapo, magní co, heroico; era más grande que en la vida real; y todas las virtudes del Héctor de Homero parecían haberle sido concedidas, para deslumbrarme. Detrás de cada uno de los Héctor teatrales, reinventados según nuevas ideas, siempre brilla más o menos la imagen del Héctor homérico, cuyos rasgos luminosos e indelebles trataremos de encontrar aquí.
Notas y referencias
1 (N. del T.) Héctor Bianciotti falleció en 2012.
2 (N. del T.) La Tumba de Aquiles.
3 (N. del T.) Romilly, Jacqueline de (1979). La douceur dans la pensée grecque. Collection d’Études anciennes. Les Belles Lettres. Entre las distintas opciones existentes en español para el término francés «douceur», se ha optado por «gentileza», teniendo en cuenta la descripción de la autora en este párrafo.
4 Nabokov, V. (2012). Cosas transparentes. Anagrama.
5 Lo mismo ocurre cuando Malraux describe una ciudad derrotada con «una tristeza troyana» en «El espejo del limbo». Malraux, A. (2022). Antimemorias, El espejo del limbo I. Debolsillo.
6 Sobre todos estos textos, podemos recomendar: A. Joly, Benoît de SainteMaure et le Roman de Troie ou les métamorphoses d’Homère et de l’épopée gréco-latine du Moyen Âge, 2 vol., París, 1871, completada por Marc-René Jung, La Légende de Troie en France au Moyen Âge, Romanica Helvetica, Bale et Tübingen, 1996.
7 Peire Cardenal, ed. René Lavaud, Toulouse, 1957, p. 544-545. Esta información se la debemos a Michel Zink.
8 Otra tragedia que se titula también Hector es la de Adrien Sconin, publicada en 1675, pero está más cerca de las invenciones de la Edad Media que de Homero.
PRIMERA PARTE
¿QUIÉN ERA HÉCTOR?
Introducción
La presentación de Héctor no aparece por ningún lado de la Ilíada, así como tampoco lo hace la de ningún otro héroe: se da por supuesto que ya los conocemos. De igual manera, tampoco existe un análisis psicológico: Homero no es muy proclive a ello y probablemente tampoco sea su mayor destreza. Pero sí vemos emerger una imagen vívida a través de los hechos y de las palabras, y sobre todo de las observaciones de unos y otros acerca de él.
Podríamos pensar que este retrato de guerrero, surgido de las historias bélicas, tiene que ver principalmente con el heroísmo guerrero. Nos veríamos, por lo tanto, tentados a pensar en Héctor directamente a través de la guerra. El error sería incluso mayor si tenemos en cuenta que Héctor es el único personaje de la Ilíada que se nos presenta en el contexto de una vida normal: rodeado de conciudadanos y de los miembros de su familia.
Homero incluso le otorga un lugar principal, ya que le dedica escenas enteras. La más notable ocupa gran parte del canto VI; y también es la más libre y arbitraria: uno de los hermanos de Héctor lo envía a la ciudad para pedirle a su madre que realice una plegaria especial a Atenea. Y el poeta sigue a Héctor a la ciudad, donde ve, sucesivamente, a su madre, a su hermano y a su cuñada (Paris y Helena), a su mujer y a su hijo (Andrómaca y Astianacte). ¿Por qué enviar al jefe guerrero más valiente para hacer tal recado? ¿Por qué seguirle los pasos en sus encuentros familiares? La elección de Homero es, sin duda, deliberada.
Esta forma de alternar escenas de combates con relatos de lo que ocurre en la ciudad me recuerda, por ejemplo, a una adaptación de El Cerco de Numancia, la obra de Cervantes que Jean-Louis Barrault puso en escena, y donde las murallas de la ciudad se movían a mano, entre una escena y otra, para permitirnos ver lo que ocurría, ya sea dentro o fuera. Podría citar otros ejemplos, pero este, por su sencillez, se corresponde bien con la inocente invención de Homero al enviar a Héctor a la ciudad, en el momento en que la batalla está en su apogeo y cuando cualquier otro hubiera podido ir en su lugar.
Pero tenía que ser Héctor, para que podamos verlo entre los suyos, compartiendo momentos de ternura, y sentir así, en de nitiva, aún más la tragedia de su muerte.
Estas escenas del canto VI encontrarán su réplica al nal en las escenas de duelo, en las que encontramos a Hécuba, Helena y Andrómaca. Además, Homero supo situar los peores combates y la muerte de Héctor al pie mismo de las murallas, desde donde podemos verlo e incluso hablar con él: la ciudad y la familia se involucran directamente en la acción y realzan aún más el interés.
En efecto, la Ilíada no cuenta con una presentación de Héctor, pero Homero hizo todo lo posible para dárnoslo a conocer, no solamente como guerrero, sino como alguien en quien sus conciudadanos confían, y unido a los suyos por el amor.
CAPÍTULO I
El joven Príncipe
Héctor, el defensor de Troya, bien pudo haber sido inventado y creado en su gran parte por el poeta, ya que es uno de los héroes que encontramos en las tradiciones míticas por lo menos, en las que han llegado hasta nosotros . Sí existe, sin embargo, un episodio de Cantos Ciprios, retomado por los trágicos, donde su nombre se asocia con el primer asedio de Troya y se dice que mató a Protesilao1. Pero nada más. Su nombre ni siquiera aparece en la Odisea. Y la realidad es que, en algunas obras relativas a Homero, solo lo encontramos en el índice cuando buscamos... ¡a Aquiles!
Es cierto que el nombre de Héctor aparece en tablillas micénicas, como el de un individuo concreto. Pero no podemos deducir mucho de esta circunstancia, más allá de que el nombre existía, y que podría perfectamente haber sido el del joven príncipe troyano, o que simplemente fue un nombre elegido por el poeta, porque existía y se ajustaba al personaje. Sea la etimología verdadera o falsa, este nombre nos evoca la idea de «sostener», «mantener». Héctor es el que sostiene la ciudad amenazada2.
En cualquier caso, Homero debió poner mucho de su propia imaginación en este personaje, al igual que en Patroclo. Sucede que ambos son más humanos, en todos los aspectos, que los grandes héroes épicos, como Aquiles, Ayante o Agamenón, que, además, no son troyanos, sino aqueos.
Héctor es, ante todo, humano por nacimiento. Frente a Aquiles, hijo de una nereida, y a Eneas, hijo de una diosa, el Héctor de Homero es, simplemente, un hombre. No nos olvidamos de que los ancestros de su padre, Príamo, se remontan hasta Zeus a través de su antepasado Erictonio, pero Príamo es mortal, al igual que Hécuba, y, por consiguiente, también lo es Héctor. Y este hecho se re eja en el poema: la diosa Hera no pierde oportunidad de recordárnoslo para condenar a Héctor: «Mas Héctor era mortal y se amamantó del pecho de una mujer, mientras que Aquiles es vástago de una diosa que yo misma crie, mimé…3». He aquí una desigualdad primaria entre los dos adversarios, Aquiles y Héctor. Aquiles puede enviar a su madre, Tetis, a Zeus y, a través de ella, se le muestra su futuro; y, además, su fuerza es de alguna manera sobrehumana, ya que puede manipular él solo objetos o armas que otros no podrían4. En dos ocasiones, también nos lo encontramos con armas divinas, a las que Homero no describe como mágicas, pero que cuentan, en todo caso, con un poder excepcional.
Es comprensible, por lo tanto, que el día en que Aquiles, furioso, regresa a la batalla contra Héctor, haya razones para estar aterrorizado. Héctor es un mortal y, como tal, morirá.
Y, sin embargo, este simple mortal ha sido tan bien dotado de dones y virtudes que ¡incluso ya en la Ilíada, sus conciudadanos lo consideran en cierta manera como un dios! Aquiles se lo recuerda en el momento en que lo mata: «hemos matado al divino Héctor, a quien los troyanos en la ciudad invocaban como a un dios». Hécuba también lo dice un poco más tarde: «como a un dios te daban la bienvenida». Y Príamo expresará un sentimiento similar, cuando vaya a reclamar el cuerpo de su hijo: «Héctor, que era un dios entre los hombres y no parecía ser hijo de un hombre mortal, sino de un dios5.»
Se trata en este caso de simples comparaciones, donde se celebran la valía y los méritos de Héctor. Un poco más inquietante es
Edición y colección al cuidado de David Letelier.
Este libro fue compuesto con las familias tipográficas
PF Regal Text Pro y PT Sans.
Impreso en papel Bond ahuesado de 80 gramos, formato de 16,5 x 23,5 cm. Encuadernación rústica, tapas en papel Rives Linear de 250 gramos.
Fue maquetado en la ciudad de Valparaíso y confiado a Gràfhika Impresores, en mayo de 2025.
“Il n’y a pas de vie d’Hector, mais seulement une mort d’Hector.” (No hay una vida de Héctor, sino únicamente una muerte de Héctor Con esa afr ación ina ral ac eline de Romilly nos introduce en esta obra profundamente humana. La erudita francesa relee La Ilíada no desde el ra or del co ate sino desde la f ra e s si nifcativa ente encarna la di nidad ante el destino ctor no es el roe inv lnera le es el o re e se antiene fr e el e no rilla pero resiste
Con la escrit ra e la distin e de o ill reconstr e la f ra de ctor co o el centro de na pica e a anuncia el pathos de la tra edia trav s de las escenas a iliares las despedidas la irada del otro la noción de edida se resalta s di ensión s ínti a erte ltra ada pri ero onrada al fnal res ena co o advertencia e oria a lo lar o de los si los
P licada ori inal ente por Éditions de Fallois (1997), esta o ra es na invitación a volver a o ero re conocer e la co pasión la conciencia del lí ite la ver en a no le ante los otros ta i n la di nidad ante los otros aid s) se esta lecen por so re la a a i perecedera e perd ra en la memoria (kléos aphthiton).
sta es la pri era edición en espa ol de Héctor de ac eline de o ill