El día de san juan

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F o r m at o Portátil


Dise帽o de colecci贸n e imagen de portada: Tonatiuh Mendoza


El dĂ­a de san Juan Patricia Norma Rosiles Aguado


Rosiles Aguado, Patricia Norma. El día de san Juan. Ediciones La Rana/Guanajuato/2012. 144 pp.; 11 × 17 cm. (Colección Formato Portátil) ISBN 978-607-8069-62-0 1. Literatura. Literatura mexicana. 2. Literatura. Novela. 3. Literatura. Escritoras en Guanajuato. Patricia Norma Rosiles Aguado. LC  PN441.LR45.2012

Dewey M808.8381 Ros788

Del texto: D. R. © Patricia Norma Rosiles Aguado De esta edición: D. R. © Ediciones La Rana Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato Paseo de la Presa núm. 89-B 36000 Guanajuato, Gto. Primera edición en la colección Formato Portátil, 2012 Impreso y hecho en México / Made and Printed in Mexico isbn 978-607-8069-62-0 Ediciones La Rana hace una atenta invitación a sus lectores para fomentar el respeto por el trabajo intelectual, es por ello que les informa que la Ley de Derechos de Autor no permite la reproducción de las obras artísticas y científicas, ya sea total o parcial –por cualquier medio o procedimiento–, a menos que se tenga la autorización por escrito de los titulares del copyright o derechos de explotación de la obra.


Los abuelos

Jesús Aguilar, la Sirga, comerciante Jesús Rosiles Baeza, sobre las memorias de sus tíos, Rafael y José Baeza Aguilera Rafael Díaz González, notario eclesiástico por doce años y encargado del archivo municipal hasta el fin de sus días Bonifacio Díaz, desempeñó varios cargos en la presidencia municipal Mayor Antonio Gaona Izquierdo, veterano del ejército revolucionario Pastor Rosiles Villalobos, comandante de policía, durante varias administraciones Angelina Martínez Castro, maestra de primaria Guadalupe Martínez Aguilera, maestra de primaria Rafaela Rosiles, ama de casa


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La autora

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uando tenemos la curiosidad de hurgar en la memoria de los abuelos, podemos desenterrar algunas memorias que, por ahí en lo más profundo de sus recuerdos, viven en su presente como si hubiesen ocurrido ayer. Después de sacudirlos y quitarles las telarañas del tiempo, se presentan ante nuestros ojos como historias maravillosas que de cierta forma remueven nuestro efímero presente. Entre pláticas logré recopilar una buena cantidad de información, de ella me valgo para darle forma a este trabajo, pero es tan frágil, como la niebla se evapora cuando la toca la luz y al paso de los años se ramifica de tal manera que pierde su sentido original, aunque conserva su esencia. He mezclado las memorias de varios abuelos para revivir un hecho histórico de su pueblo. El silencio y el olvido se han llevado la lluvia de todos sus días, ya todos ellos nos han dejado, pero sobrevive su palabra, que da forma a la leyenda, la esencia que espero haya podido plasmar. Por lo tanto, debo aclarar, los nombres son verdaderos, uno que otro inventado por ahí se me coló para •  9  •


llenar algunos vacíos. Esta novelita no tiene ningún afán, simple y sencillamente nació por el placer que me proporciona la escritura y el querer preservar, modestamente, las memorias de esos abuelos que me hicieron el favor de relatarme sus vivencias.

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Mi amigo agarró dos bacinicas que estaban sobre el lavadero, se puso una en la cabeza y la otra me la puso a mí; con esos sombreros, nos subimos al tejado para ver lo que estaba pasando en las orillas del pueblo. Primero se asomó él. ―¡Ay, san Cuilmas del Cerro Prieto! ¡Mira nomás! ¡Qué gentío de pelaos anda por allá! Hasta parecen hormigas bravas, desas coloradas que en cuanto les pateas el hormigueru se güelven locas. Disparan las carabinas y pegan la carrera. Luego se alagartan, se levantan; gritan, corren patodos laos y güelven a disparar y disparar, y niuno se caí con los balazos que les están echando de aquí pallá. ¡Ay amá de las chinanpinas!, mira nomás cómo brincan las cercas, tal parecen tejones y entre las patas se llevan las probes matitas de maiz que apenas se asoman. ¡Ira! ¡Ira! ¡Cómo se arrastran!, corren agachaos con patas y manos, como si jueran carpantas sombrerudas entre los surcus que están más pallá del atorón y vienen pacá, vienen pacá, ya se nos echaron encima… Después de ese escopetazo de palabras, mi amigo se agachó. Se sentó junto a mí y se quedó mudo. Tenía la boca abierta y los ojos pelones. Al principio no creí todo lo que estaba diciendo, pero cuando lo vi con los ojos como plato y todo desguanzado, me dio miedo y era mi turno de asomarme. A la primera mirada creí que estaba bizco y me agaché luego luego. Eran muchos hombres. Estaban por todas partes y venían más hijos de su reverenda madre del rumbo de La •  11  •


Deseada. Todos traían sus carrilleras cruzadas, llenas de balas y las carabinas, y los hachones encendidos en las manos. Aún escucho aquellos alaridos, hasta el día de hoy no he olvidado aquella tarde gris y roja de sangre…

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A Dios rogando

L

os caminos por los alrededores eran tranquilos, nada más algunas granjas de los contornos habían quedado vacías, por miedo a las asechanzas de algunas bandas de gavilleros que buscando comida se acercaban al poblado. La cuadrilla de Pablo Pisano fue una de ésas. En 1915 nos atracó. Robaron y quemaron la tienda de don Manuel Torres antes de irse. Ese asalto duró poco y nadie resultó mal herido, pero así era como nos llegaban los ramalazos de la guerra, de vez en vez y de a poquito para que no se nos olvidara. De la revolución lo que más se sentía en el pueblo era el hambre, por la escasez de provisiones; la mala vida, decían, era igual para todos. En los años de mil novecientos catorce al diecisiete fueron los tiempos del hambre: en ellos crecí. Como nunca conocí los días de bonanza, para mí era normal la difícil situación en que vivíamos, además estaba muy chiquillo y lo olvidé. Lo que sí tengo presente en la memoria fue lo que pasó en el 18, para ser más exacto, el 24 de junio, el mero día de san Juan, pero

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ese san Juan no fue como los otros san Juanes, y no por la lluvia, porque lloviendo estaba. Como ya dije, la guerra nada más nos jugaba tanteadas, tal vez por ser camino de paso. A la villa de Uriangato la partía en dos el Camino Real que venía de México y te llevaba para Morelia; por ahí pasaban lo mismo carretas y carretones que diligencias y calandrias popofonas; arrieros y burreros que carrancistas y villistas, y a todos se les brindaba un buen recibimiento. Aunque poca, siempre había pastura para los caballos y mesones para los viajeros. Al poblado lo rodea un arroyo que baja del cerro de Los Amoles; su agüita charanda, de voz melancólica, regaba los huertos familiares de las orillas. Uriangato siempre ha sido un lugar tranquilo, hospitalario, bueno para que la gente llegue a descansar después de las duras faenas del surco o de los ajetreados viajes; su alegre caserío está en el centro de un valle rodeado de cerros, por eso ahí el sol se pone levantado. En el pueblo se atizaban los fogones antes de dar las siete; los días de matanza los tejavanes dejaban escapar el olor de la asadura que se preparaba para la cena, cuando en el Cerro Prieto todavía podíamos ver una corona de sol. No son rumbos muy llovedores, pero en junio la escasez de las lluvias de los años anteriores parecía haber menguado. Ese sábado, la víspera de san Juan, se sentía una brisa fresca que presagiaba lluvia. No así la calima, pues acababa de entrar la canícula y el calor •  14  •


abochornado de la tarde se sentaba sobre azoteas y tejados, a pesar del viento, y la modorra después de la comida había dejado las calles del pueblo vacías. Sobre las lajas del empedrado de la calle Morelos, que era una de las principales, reverberaba el culebreo de los espejismos engañando a la vista. Mi amigo el Tepu y yo aparentábamos ser los únicos habitantes de la villa, aparte de un perro todo flaco, que se rascaba las pulgas y husmeaba el borde de las banquetas. Sentados en el alféizar de una de las ventanas de la presidencia, platicábamos con don Boni, que ahí se encontraba, junto con don Inocencio Cos. ―Pos ya le digo, don Boni, las brujas del cerro barren el suelo con escobas de jara negra paque no nos llueva y se seque el maiz, paque no haiga qué comer y nos muéramos de puritita hambri. Ya despuesito, cuando todos estemos dijuntitos, las brujas van a bajar del cerro pajuntar los huesos y lueguito se van a poner hacer pomada de hueso de muertu; bien a bien, no sé paqué sea güena, pero la van a ir a vender al mercao de Yuriria, al de aquí no, porque no van a encontrar quén la merque; con los centavos que les paguen van a comprar harta carne, hartos frijoles y hartos costales de maiz; puequi y les alcance hasta pacomprar azúcar de pilón, que hace harto que yo ni la huelo porque mi ma a todo le echa de la miel que le saca a la vicua. Que nostá mala pero tampoco güena. ―Demontre de Tepuja, ¿de dónde sacas esas puntadas? •  15  •


―De dónde va ser, don Boni, sino de la maceta de su agüela Chenta, la que vive en el rancho, que a mí se me hace es la mera mera bruja de allá. ―Tate sosiego, Jelipe. Puequi nomás porque ya está viejita y gorda vaya ser bruja. Si asina juera, la ma de tu agüela Dolores también es bruja, no le aunque questé como palo de otate. ―Sosiéguense los dos o se me están yendo para su casa —les dijo don Inocencio, que estaba trabajando en su escritorio y no le hacían nada de gracia las tarugadas de mi amigo. ―No deje de preocuparse, don, no nos tamos peleando, nomás es platicación, ¿verdá, Jelipe? Y no se enoje porque se le va ser ñudo la lengua como al tartamudito de tía Petra, quel otro día que se enojó conmigo, en lugar de decirme brinca ese carretón, le salió un ca-ca-brincón, ca-ca carbón… Van a tener junta de runión los del cabildo, ¿verdá, don Boni? ―¿Por qué lo dices? ―Porque allí viene don Trinidá Arizaga y tras del don Balta Rosiles, y más pallá otros cuantos que se mira vienen pacá. No en balde tienen abierta la presidencia en sábado —don Boni nada contestó y el Tepu siguió con su perorata—. Si ya dicía yo, ni que jueran tan trabajosos. Nomás se la pasan sentadotes todo el día y alegue y alegue. ¡Ámonos, Jelipe, porquesto va ser pura aburrición! Ya se van a poner en la platicación de la pura guerra; no saben otra cosa. ―Ya cállate, Tepu, porque nos van a correr. •  16  •


El Tepu se bajó de la ventana y me empezó a jalar. Yo no me quería ir. A mí me gustaba estar de metiche, decía el Tepu, pero más que el chisme me gustaba oír las historias que contaban, una, dos, tres veces, las que fueran, nunca me aburrían; yo las revivía en mi mete y me imaginaba que estaba leyendo un libro de aventuras. Y lo que platicaban los viejos del pueblo, aunque ni estaban tan viejos —los señores tendrían cuarenta años y los muchachos apenas si pasaban de los veinte—, siempre era interesante. En el jaloneo no nos dimos cuenta a qué hora llegó un jinete rayando el caballo, que desmontó de un brinco y entró corriendo al edificio. ―¿Ónde está el Prieto, don Boni? —le preguntó Francisco Vallejo a don Bonifacio al entrar. ―Vienes muy agitado, muchacho, ¿de dónde llegas que parece que miraste al diablo? ―No lo miré, don Boni, pero casi casi me lo topo. En ese momento entró el Prieto Rosiles acompañado de don Cayetano Martínez, de mi tío Agustín Baeza Castro y el cabo Guaricha, que era el jefe de los gendarmes del pueblo. ―¿Qué pasó, Francisco? —interrogó don José Rosiles, al que le decían el Prieto, y era el jefe de armas y presidente municipal del pueblo. ―Pos hicimos lo que nos dijo y resulta que sí iban pallá. El 30 de mayo atacó al Charco de Pantoja y Parangueo. Dicen que hay más de quince muertos •  17  •


y muchos heridos. Los chavistas se dieron gusto; le metieron lumbre a los dos ranchos. Pal 13 de junio, el rancho de Pantoja estaba abandonao. Los que quedaron vivos se fueron de puritito miedo. Ya nada tenían que hacer allí; no les dejaron más que a los muertos. Arriaron hasta con los perros. En el Xoconostle, Cerano y Copales están armando a la gente pa poder levantar la cosecha. Allí andan revueltos, los voluntarios y los de las acordadas de las haciendas, como si fueran compadres. Ya hasta se olvidaron que siempre andan de la greña. ―¿Y ónde dejastes a Leopoldo y a Miguel? —le pregunta don Cayetano. ―Se fueron con rumbo al Valle de Santiago porque todo da a entender que los chavistas andan por esos rumbos. Yo creo que ellos llegan mañana; se iban a dar una vuelta hasta el Jaral. Yo me regresé por el lao de La Magdalena, ahí no hay pinta de los chavistas. Todo se tantea tranquilo. Pasé por en medio del rancho y la gente está muy ciscada, nomás oyen caballos y cierran puertas y ventanas. Más de una carabina miré que me apuntaba. Nomás el cañón se asomaba por las ventanas. Yo les gritaba: ¡Soy gente de paz, no me vayan a plomiar! Vengo del rumbo de Parangueo. Los chavistas ya atacaron allá y todo da entender que se siguen pal Valle. Soy gente de paz; me devuelvo a mi pueblo pa informar. Ya cuando oyeron eso, bajaron las armas y el encargao del orden me atajó antes de salir. Me dijo que no estaba bueno que anduviera solo •  18  •


por esos rumbos porque unos chavistas, desvalagaos, acababan de matar a un don, cerca de la Olla de Pantoja, y mandó que dos hombres me encaminaran hasta onde empieza la laguna de Yuriria. ―Si en verdá se decide a jodernos, ¿enónde nos vamos a meter?, ¿qué vamos a hacer, don Prieto, padefendernos dellos? Si dicen quel hombre trai como mil pelaos. Todos armaos con sus carabinas 30-30. Y aquí, contando a todos los hombres que pueden disparar, apenas si semos cien. ¿Pos cómo le vamos hacer? Si dicen quese pelao es el mismísimo chamuco en persona y los que lo siguen son piores —cuestionó la Guaricha al señor Rosiles. ―Todo lo sabes y de nada te enteras, Guaricha. Ya todo lo tenemos planificado, si esos alzados se dejan venir, se van a topar con pared. Somos pocos pero bien organizaos —dijo don Braulio Banda, que acababa de llegar. ―¿Cómo andamos de municiones? —preguntó don Guadalupe Guzmán, que también ya estaba ahí. ―Probes, probes, ya hice la repartición como me dijo don Prieto y faltaron —contestó el policía. ―¿Cuándo fue que les pedimos las armas? —interrogó Baltasar Rosiles. ―Después que atacó Huandacareo, en enero —garantizó don Inocencio Cos, que fungía como secretario de la presidencia. ―¿Y qué te mandaron, pelao? —requirió don Trinidad Arizaga. •  19  •


―Lo mismo que a ti, que no les pedistes nada. A los del gobierno les importa un serenado cacahuate lo que nos esté pasando. Ellos nada más atienden a sus asuntos, y eso cuando les llega la lumbre a los aparejos. Ahi nostá el bravo general Obregón, manso como un borrego, más bien atarugao, por La Gatita Blanca, y dicen que es muy probable que lo haya influido en algunas de sus decisiones políticas. Y el señor presidente Carranza se la pasa en inauguraciones teatrales, ¿el 25 de mayo no le inauguró el teatro a la Esperanza Iris?, como si no supiera que al país se lo está llevando la chinahilaria. Apenas se puede creer, pero para eso estamos nosotros. ¿O qué, no vamos a ver de a cómo nos toca?, porque eso sí les digo, antes de que me maten me llevo unos cuantos alzaos por delante —les dijo el Prieto Rosiles, mientras se alisaba el blanco bigote. ―Oye, vale, y ya que estás tan bien enterao, ¿cuál fue la ópera que presentó la Iris? —a cual más de los presentes coincidieron en esa pregunta. ―No fue ópera, fue una opereta, La duquesa del Bal Tabarín. En el periódico no dice de qué se trata, pero ha de ser de pura burla para los enemigos políticos, como las que presenta María Conesa, en el Colón, que es lo que les deja dinero a esas mujeres. ―Vamos mirando, a ver cuándo se las plomean los villistas por andar de hociconas —opinó la Guaricha. ―Ya vites, Jelipe, te dije quiba ser pura aburrición. •  20  •


Ahi nostán alegue y alegue de cosas que pasaron en sabeonde. ―De balde vas a la escuela, zoquete, ¿qué no te fijas cuando el profe nos cuenta de los que andan haciendo otra vez la revolución? Desde que mataron al presidente Madero se agarraron de la greña villistas y carrancistas. ―Desos meros son de los questán hablando. Desos meros... Pos no los recuerdo. Quén se quere acordar que nomás saben matar cristianos y robar chivas. Ya ni éstos que están aquí alegando saben bien a bien quénes son los malos y quénes los piores. Y a luego, hasta gatas y cómicas como dice mi ma, andan en la bola. ―Ésas no son cómicas. Las cómicas andan en las carpas que vienen al pueblo y de las que hablan tienen teatro. Son artistas y no andan en la bola; ellas andan en la mera capital. Pero cállate y deja oír. ―Tiatro o carpa, de todos modos cómicas las mientan. Y paqué queres ollir, Jelipe. Ira, los villistas son los que se apañan hasta lo que no pueden y matan a los carrancistas y los carrancistas, que son los que se carrancean hasta lo que no hay, matan a los villistas, y esos dos juntos matan a los zapatistas, que también son robones, pero por otro lao, muy lejotes de aquí, y por eso mero le dicen la bola porque nomás andan corriendo como pollos descabezaos. Más mejor ámonos, que con la calor y la platicación ya me está dando reharto sueñu. •  21  •


―Esto no se trata de ésos, ésos siempre han existido, son otros, y es de lo que me quiero enterar. Y pos duérmete, quién te lo impide. ―Pos el suelo questá reduro. Qué no miras que puequi si cabeceo me caiga pabajo. ―Ni modo que te caigas parriba, menso. Entonces bájate y nos sentamos en los poyitos de la ventana —y así lo hicimos. Los hombres ahí reunidos ni cuenta se daban de que tenían público y siguieron en lo que estaban. ―Miren, muchachos, las incursiones que mandamos hacer a los voluntarios son con el fin de enterarnos por ónde anda la gente del tal Indio, pos es la única forma de saber de sus andanzas, pa no ser sorprendidos. Pero ya ven, cuando llegan las noticias son desalentadoras, porque los chavistas, en cuanto andan por estos rumbos, a los pocos días aparecen en otro lao, muy lejos. A ver Cayetano, lee el informe que estabas haciendo —dijo don José Rosiles. Don Cayetano arrancó la hoja que estaba en la máquina de escribir y empezó a leer y su voz se volvió un arrullo porque el Tepu se quedó dormido. ―El día 8 de enero atacaron Huandacareo, para el 12 de febrero estaban acampando en Jalpan, municipio de San Francisco del Rincón, con todas las intenciones de atacar la ciudad de León. El 20 de marzo atacaron Cotija; para el 4 de abril intentaron tomar Jaral, y por lo que dijo Francisco, otra vez andan por allá. El 3 de mayo quemaron Santa Clara del Cobre y en ese mismo •  22  •


mes, el día 13, le dieron al Charco de Pantoja. Para el 16 de junio andaba haciendo de las suyas cerca de Pázcuaro[sic], en donde secuestraron a un abogado que era de Zamora, al que colgaron en Cuanajo el día 17. También atacó a Jiquilpan, a Paracho y a Cuizeo[sic]. ―Y ustedes ya saben, por la gente que pasa por aquí, huyendo de Morelia, que Chávez tiene sitiada la ciudad y que en cualquier momento puede ser atacada. ―Mira, Prieto, a mí se me hace que nomás estamos viendo monos con tranchete. Paquel villista ése ataque Morelia tendría que tener a toda la división del norte con él, y como sabemos son villistas sin Villa. Pamí que no trae tanta gente como dicen. ―Pos será el sereno, Baltasar, pero hay que estar preparaos. Lo de la tropa que trai está por verse. De que es mucha sí es mucha, pero la reparte, por eso de un de repente se aparece por estos rumbos y a los cuantos días por otro lao. Es un diablo, pero no es el demonio pavolar con todo y gente. Nomás ruéguenle a Dios que cuando nos toque no los traiga a todos. ―Mira, pelao, si tú piensas que nomás son puras habladas las que nos echan andas mal —intervino don Guadalupe—. Qué no miras el miedo que se siente. La gente se encierra dando las siete. Hasta tú desconfías de los extraños que llegan a la tienda de tu pa. Paqué te haces tarugo. Ya son muchos los del pueblo que se llevaron a sus hijas con familiares, algún lugar lo más lejos de aquí. Hasta yo, que nomás tengo hijos, he recibido cartas, de ésas que los •  23  •


bandidos echan por debajo de la puerta, en donde te dicen detalladamente la manera en que van a violar y descuartizar a tus hijas o a tu mujer si no dejas mil pesos oro en tal o cual lugar. ―Y los alzaos no andan adivinando; Chávez tiene informantes. Y para que más coraje nos dé, son de por aquí —observó don Boni. ―Lo que dice Bonifacio es cierto. Ya estamos al tanto del tal Esteban Hernández. Lo han de conocer. Ese pelao es de Huandacareo, pero está casao con Trinidá Núñez, que es del pueblo, pero está avecindada en el rancho de San José Cuaracurío. Todo nos indica que ése es el pelao que anda dejando las cartas. Y además, ya le ha de haber informao a la gente de Chávez quién tiene dinero y quién no, paque le tantién el agua a los camotes —les informó don José Rosiles. ―Paque le tantié usté, don Prieto, porque dicen que a los primeros que despanzurra son a los presidentes municipales y a luego a los secretarios, don Inocencio, los cuelga de un mezquite, y a los tesoreros, don Braulio, a esos les va más pior, porque les corta las partes nobles. ―Siempre has de salir con tus tarugadas, Guaricha, —le dijo don Inocencio—. Mejor cállate y despierta a esos dos escuincles paque se vayan a su casa porque esto ya se acabó por hoy. Y ya saben, a Dios rogando y con la carabina al hombro paque no nos sorprendan. Si mañana se presentan novedades les mandamos un propio. •  24  •


―Hora, chamacos chivatos, a dormir la mona a su casa —la Guaricha nos despertó y a empujones nos sacó de la presidencia. Ya en la calle el Tepu, enojado, me preguntó, mientras caminábamos para mi casa: ―¿De qué te enterates, Juan? ―Pos de nada, me quedé dormido. Triste Tepuja, ya te dije que no me digas Juan, ¿o quieres que te dé tus moquetes? ―Ta güeno, Jelipe. Ira lo que me jayé. Pero ya vites, tarugo, pura perdición de tiempo, por tu culpa ya ni jugamos, y ya es lora en que mi ma quere que me recoja pa la casa. El Tepu traía en la mano la hoja del informe que hizo don Cayetano y la movía para un lado y para el otro mientras hablaba. ―Para qué te la volabas, menso, nos van a regañar. ―Yo me la pepené del suelo; además, ira, ni está ensellada ni tiene timbris. Meramente ya ni ha de servir —le quité la hoja y la guardé. Parados en la puerta de mi casa nos despedimos. ―Entonces ahi nos vemos mañana para jugar. ―Pos jugarás tú solo porque yo me voy pancá mi agüela la bruja. ¡Ya vites, ya vites!, por tu culpa, por tu puritita culpa, yando mal nombrando a mi agüela la del rancho. El Tepu se alejó todavía retobando, con rumbo al arroyo, que era por donde vivía. Y en verdad de nada me enteré ese día, lo que acabo de relatar me lo aprendí de memoria de tantas veces que oí que lo •  25  •


platicaron. El informe lo leí varias veces, pero no le entendí, hasta que pasó todo.

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Índice

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Los abuelos La autora A Dios rogando En estómago de pobre Al ruin y al villano, con el fusil en la mano Con valor y aguardiente, nada se siente Ya está el café servido Vale más una chiva La ley de Caifas Entre si es o no es Que se lleven a sus muertos Datos biográficos

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Para la elaboración de este libro se utilizó el tipo Palatino Linotype; el papel fue bond de 70 g. La impresión y encuadernación de El día de san Juan fueron realizadas por José Ramón Ayala Tierrafría, José Román López y Michel Daniel Rea Quintero en el Taller del IEC, en agosto de 2012. Formación: Héctor Hernández Godínez Cuidado de la edición: Luz Verónica Mata González El tiraje fue de 300 ejemplares.

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