Saltimbanqui

Saltimbanqui

Saltimbanqui. 28 años / 28 espacios Textos: Jo Garzillo (Flor del Aire) Revisión: Ro Gariglio Imágenes de La Plata: Emi Chico Imagen y texto a la postdata Los viajes: Dan Ayala Cobertura fotográfica del montaje: Vico Trípodi Ediciones de La Caracola, noviembre de 2015.

Sudamérica / Abya Yala.

Todos los derechos liberados.

Todos los derechos comunitarios.

Obra libre bajo licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

Saltimbanqui 28 años / 28 espacios 26 mudanzas y 2 centros culturales son parte de este recorrido.

Hay también posdatas fundamentales: la esquina de los circos y los viajes por el norte argentino que hago desde 2011.

Dos grandes etapas: Junín y La Plata.

De eso se trata: 28 años / 28 espacios Una mirada a nuestros ciclos de vida que -igual que los fractales- se abren y cierran, para dar paso a nuevos tránsitos Sin pensarlo, después de años de no pisar sus calles, volví a Junín. A reencontrarme con las personas de las que nunca quise irme y que supieron guardar en sus memorias las pistas necesarias para recrear este itinerario. "En ese patio hacíamos los programas de radio...", "Ahí éramos más chicas, teníamos 8..." "Hubo otra quinta también, camino a la laguna..." Mi vieja, el día antes de partir, y sobre todo un puñado de amigas me ayudaron a reconstruir esta lista de lugares - domicilios por los que fui saltando a ritmo gitano.

En el registro cronológico están las primeras, de las que no tengo recuerdos, hasta la última donde hasta cierto tiempo hubo algo mío: un dibujo, un libro, unas medias o un casete viejo.

Restos de lo que iba quedando, cuando mi lugar iba siendo más La Plata y menos Junín.

RE - mover / Es innegable que ciertos lugares guardan partes de una. A algunos de ellos se llega por pura intuición, sin saber direcciones. Y ahí fui, a juntármelas, para volver a llenarme de pedacitos que habían quedado desperdigados.

Las fotos de Junín fueron reunidas en dos días de largas caminatas en 2012 con Ale, Agus, Martín y Dani. En esa vuelta encontré fachadas de lo que una vez fueron hogares, convertidas en comercios y otras intactas como si todavía estuvieran esperando que entremos con mi vieja en las bicis hasta esos patios llenos de perros y frutales. Hoy, a tres años de ese capítulo y a pocos meses de irme de La Plata por un tiempo, salimos a pedalear con el Ru (Emi Chico: amigo y aliado en la gira platense) a registrar los ocho espacios que faltaban.

RE - construir(nos) en presente / Junín: 17 años, 19 mudanzas. La Plata: 11 años, 7 mudanzas.

De este itinerario aprendí a armar y desarmar con facilidad, que el movimiento es bueno para descartar y siempre es mejor andar con poco. Y que cuanto más nos apropiemos de los recorridos que (en parte) nos hicieron, más libres vamos a fluir en nuestros deseos. ((El rompecabezas completo cobra otros sentidos)) Pensar nuestros ciclos, con todo lo de movimiento y permanencia que contengan, como narradores de ese nosotros que está en constante construcción.

De eso también habla Dan en la postdata que escribió para cerrar este recorrido, abriéndolo.

Recuperar fachadas como metáforas de nuestra historia e identidad / Cerrar para abrir... A eso los invitamos con 28 años / 28 espacios.

El proyecto Saltimbanqui se montó en junio de 2015 en La Salita -Espacio de Arte- de la Casa Cultural En Eso Estamos, de La Plata.

La ambientación fue parte de una experiencia de creatividad compartida entre Emi Chico, Jo Garzillo, Guille Gutiérrez, Lu Palomeque y Vico Trípodi.

Esta es una edición digital del material original con algunas escenas del montaje.

Ediciones de La Caracola www.edicionesdelacaracola.wordpress.com Más relatos de la autora en Camino Abrelatas www.caminoabrelatas.blogspot.com

1

1987- Dicen que la primera fue acá: en el 3º piso.

3 Volvimos al edificio.

Y acá los caminos se parten con la “separación de bienes y cuerpos”.

Todavía no había vuelto la ley de divorcio.

Era junio del '89, yo tenía 2 años.

A los meses, cuando la sentencia salió efectiva, papá se había llevado la cama y mandó orden de desalojo.

2 Cerca de mi primer año, pasamos fugazmente por acá.

Una pequeña vecindad con tres casas...

Esto explica la mudanza al campo materno.

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1990- La memoria de pequeña recuerda mucho esta galería. Ahí fuimos al exilio de la ciudad con mi madre a armar huerta, usar los árboles de trampolín; llenas de perros, arriba de un autito verde agujereado que se inundaba con las lluvias. Ahí un gaucho vecino nos enseñó a tomar mate debajo del caballo (mi vieja ya había explicado cómo montar), que el verdín no es pasto y lo duro que pueden ser los cumpleaños con las heladas de junio.

5

1992- Fue difícil encontrar la puerta del departamento interno al que nos mudamos para empezar la escuela en la ciudad cuando tenía 5. Acá duramos poco: éramos mi vieja, fany (una de las perras del campo) y yo.

La convivencia se adaptó a un dos ambientes.

6

Mientras tanto la mitad de semana que vivía con mi viejo, la morada era la casa de los abuelos paternos cuando juntaron plata.((Quienes recorran el álbum completo verán que él ha sido un reincidente de su madre)) Tradición tana: el abuelo arrancó trabajando en un gallinero con un amigo. Después se hizo martillero, quiso olvidarse de su pasado pobre y borró al amigo de la lista. Todo lo que pudo, lo pintó de dorado: marcos de espejos, de cuadros, de portaretratos. Que nunca faltara el dinero, ponía $2 debajo del plato, guardaba monedas viejas, tenía una caja fuerte de 2 metros de alto en la habitación. No sé qué guardaba. Decoraba la inmobiliaria con fotos blanco y negro suyas a las que les recortaba cielo y pastito para pegarles fondos de las revistas a color de la abuela. La época del collage. Un delirante en su despotismo.

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93‘/ 94‘- A ésta también llegué por intuición. No tenía direcciones ni referencias.

Abajo, era un loft a la fuerza.

Los conejos “se perdían” semana de por medio. Con nosotros vivía una perro afgano. Salía $400 en una época de malaria. La historia cuenta que levanté 39° de fiebre cuando la vieja lo devolvió y la única solución fue pedir un préstamo para que Aristóbulo vuelva. Al poco tiempo nos lo afanaron, era preciado en el barrio... la fiebre no volvió.

Mientras tanto papá se emancipaba de su casa materna y levantaba la única morada que no encontré... Una quinta con pileta adelante como podrán observar.

Ahí se me dio vuelta el salvavidas y me ahogué unos segundos. El parque estaba lleno de nueces.

Convivimos con una pianista de dedos largos: Verónica. Adoraba a Calamaro y cantaba “Media Verónica está rota...”

94' / 95'- El local de electrodomésticos era una casa antigua inmensa que la bisabuela le prestó a mamá hasta que se construyera la suya. Mi hermana Pau nacía en medio de esta mudanza. Esa era una mamuscha de casas. Sólo habitábamos ¼. Lo demás era misterio, deleite para mi niñez. Un patio atravesado por una acequia. De los dos extremos del fondo nacían escaleritas que llevaban a dos terrazas llenas de objetos de otros tiempos // Pasillos finitos, pasillos amplios, puertas inesperadas, cuartos escondidos, un salón de 10 x 20 vacío. Imaginaba que en otras épocas ahí se habrían hecho grandes bailes, de grandes vestidos y entonces me envolvía en sábanas y danzaba en el parquet gastado. Pasó el tiempo, nos fuimos poniendo tecnos y la demolieron // Ahora puedo ubicar que mi pieza quedaba donde hoy apilan lavarropas.

De la planta baja usábamos cocina y comedor. Teníamos una salamandra a leña, mamá pintaba paredes de blanco y verde con esponja, sembraba papa y calabazas, dibujaba mujeres y soles con lápiz negro.

Este lugar me hizo creer que los palos borrachos crecían en forma de L, porque el que ahí vivía estaba bastante recostado hasta enderezarse en dirección al cielo. Más grande conocí que ninguno de su especie tenía esa forma. Cuando pregunté ¿por qué?, mamá contó que Argentina, la bisabuela, le había enseñado a hacer germinaciones “con las semillas que caen de las flores”. Y que una vez crecido le pareció muy grande para ese jardín y le dio un hachazo. Pero no lo arrancó. Y claramente el árbol le sobrevivió.

Había toda una tradición entre ella y una de sus hermanas en agarrárselas con las plantas. Amerita (que en realidad debió llamarse América y en el registro la anotaron mal) quemó las hortensias del patio porque un dicho presagiaba que dejaba solteras a las mujeres de la casa. El kerosene, a diferencia del hachazo de la bisabuela, logró el objetivo. Y paradojas, (o vegetales venganzas de por medio), fue la única de las cuatro que quedó soltera.

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-América (voy a decirte como te hubiera gustado) ¿Sabés que el espacio que hoy habito está lleno de hortensias?

Aunque no te haya conocido, te recuerdo cada vez que las riego.

Son preciosas, cambian de color por estación: azul, rosado, amarillo.

Una lástima que te hayas privado este deleite.

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1996 - De la quinta dibujada papá quiso volver al centro, además seguro extrañaba la comida casera y alguien que le remiende las medias. Para esta época creo que hasta había una pieza para mí en la casa de la abuela. Atrás vivía la bisabuela paterna: la Pepa.

Se la pasaba fritando milanesas y jugando al truco por porotos. Se bajaba la caramelera y perseguía a la nuera para que regara las plantas. “Son de plástico, Pepa, déjese de joder”, le contestaba la abuela. Casa y personajes que la habitaban eran escenario ideal para un video kitsch de Capusotto.

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1996 / 1998 – Y la vieja levantó su casa en pleno cerrito colorado. Ahí nos fuimos, lejos del centro, cruzando la ruta 7. De ese tiempo recuerdo los arranques de "limpieza" de la tía Daniela. "Meter a las pibas en la bañera llenas de pétalos de rosas -porque estábamos cargadas-, baldear los pisos con vinagre“. Fue la vuelta al campo con misticismo: tardes de aquelarre entre mamá y sus amigas donde aprendían a leer las piedras, las cartas y casi la borra del café...

Todo era parque, la casa era un detalle en el terreno. Teníamos surcos de verdura, nogal, cítricos, perros, un alambre de tendal y una vieja bomba de agua manual. Una casita improvisada con telas en la copa de un árbol, que hizo de estudio de radio cuando llegó el grabador.

Empezamos a ir a las ferias del trueque a intercambiar lo nuestro por lo hiciera falta. Recuerdo ese galpón inmenso lleno de tablones y familias pasando la tarde entre trueque y mate. De ahí Pau se llevó un peluche usado que la acompañó toda la infancia y yo, mis primeras lecciones políticas: era la primera vez que veía tanta gente junta pasándola bien, incluyéndome. Mamá llevaba milanesas de soja caseras, mandarinas, naranjas y nueces. “Era comida x comida”, recuerda ella. Hasta que un día aparecieron los bonos, que eran la plata de la feria y todo se fue al carajo porque algunos empezaron a falsificar y esos se llenaron de cosas y los otros, de necesidades.

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La escuela de teatro: Musa, útero e influencia Nos conocimos en una casa en primer piso cuando tenía 11 años y ya juntas nos mudamos a esta: una típica antigua en forma de chorizo, con pasillo interno.

Podría describirla con los ojos cerrados; hasta ubicar el sillón despanzurrado que nos servía de siesta entre clases y el mástil oxidado que sobrevivía en el patio.

Cuando la encontré, convertida en un jardín de infantes y la fachada en rosa viejo intacta, casi me pareció ver las rondas de nuestra murga teatral en la vereda, improvisando algo de música y movimiento para arengar las calles enmudecidas de Junín. 2003 fue la época de viajes fugaces a otros pueblos con el grupo y cientos de clases donde el mundo se me iba haciendo menos chiquito. Este espacio me educó en mucho de lo que elegí guardar.

6 años de impulso, quiebres y crecimientos.

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En rigor este no fue un domicilio pero, a juzgar por la cantidad de veces que dormimos ahí comparado con otras casas, puede que lo fuera.

Mamá y su grupo de amigas (otras tres divorciadas con hijos) se juntaban los fines de semana en el departamento interno que compartían dos de ellas y sus pibes.

Y nosotras íbamos. A amontonarnos en linda comunidad... por si hiciera falta gente en el rancho. Seguíamos en los furiosos '90 y con tanto piberío, las juntadas venían con bolsón de papa incluida (bomba de ..., puré, papas fritas, tortilla de...)

Esta experiencia me marcó. De ahí (y las ferias de esa época) el amor por el rejunte de personas, las decenas de colchones en el piso, la comida para 12 y la debilidad por los sahumerios.

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Menemismo para principiantes Chalet a dos aguas, cocina con mirador y persiana americana.

Toda un delirio yanquilandia de mi padre, influenciado por el único viaje que hizo a miami en los '90. Pizza y champán.

Tiempos de hambre y chocolate importado. Mientras acá se comía pavita sadia, en lo de mamá nos divertíamos con las famosas bombitas de papa. Fui niña en esa contradicción, de una familia clase media, cruzada por las quimeras del todo x $2.

Un peso / Un dólar: fantasía para la gilada.

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Post delirio noventoso a papá se le vino la realidad encima y adivinen a dónde volvimos... ¡¡Sí!! a lo de la abuela... y ahí estuvimos hasta que cometió el acto de desarraigo: alquilar una casa que era propiedad de sus padres.

2001- Aquí nos vinimos. Adelante, en planta baja, la inmobiliaria que abrió solo cuando rompió con el padre.

De oficina tenía un escritorio, dos sillas y una máquina de escribir. No había un mango. “Ni para comprar resmas”, o eso me decía para limitarme el uso de hojas a cinco por día.

Otra casa grande de la que usábamos la mitad. Ir del frente al fondo implicaba cruzar ambientes pelados. No sé por qué teníamos el comedor atrás de todo, en una pieza fría con más pinta de lavadero que otra cosa. Ahí vi, mientras almorzaba en la gastada mesa de plástico pero con tele 29'', la caída de las torres gemelas.

Arriba (el balcón que ahora es negro) era mi cuarto: alfombra verde y una pared de espejo. Raro Duré (casi) 4 años; récord superado recién por un departamento platense.

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Ahí con 13 años conocí a Mabel... ella merece un capítulo. Cincuentona eterna, vestida en fluor de pies a cabeza, rubia barroca y de ojos saltones. Todo un personaje de Almodóvar. De verdulera a oficinista sin escala. Una mujer todo terreno. En su cajón guardaba esmaltes, algodón y una colección de revista de paparazzi. Rápido, pasó a ser una más de la familia. En los cumpleaños bailaba Cacho Castaña como ninguna frente a las miradas abúlicas de las señoras casadas. Subía la radio si había clientes y se armaba heavy en el fondo entre mi padre y su mujer. También tiraba chistes, recomendaba rajar o se cantaba fuerte alguna cumbia. Atrás no cazaban las señas.

En esta casa, que tenía vidriera al frente, quedó expuesta la síntesis de toda una historia de violencias que corría por debajo. Con la infaltable Mabel endulzando con su sarcasmo: hada madrina del género bizarro.

17 2001 - Mientras tanto, mi vieja vendía la quinta para comprar una casita en la ciudad. Estaba cansada de las heladas de invierno y que la chata no arrancara aunque le tapáramos el motor con cinco frazadas. Decidió pasar unos meses en la casa de la abuela para ahorrar y terminar la casa en vista.

Duramos menos que un suspiro…

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El ahorro se fue al carajo. Alquilamos la recordada "casa de muñecas".

Todo era pequeño menos un espejo a la entrada que ocupaba una pared.

Refugio de rateadas y borracheras colectivas.

2001 fue el año en que descubrí a los Redonditos de Ricota y la Bersuit, a los meses cumplí 15 y el país fue un quilombo. Mis amigas decoraron la casa de mi viejo con sábanas lisas, el hermano menor de una de ellas pasó música y armamos los sandwichitos con planchas de pan de miga.

Años de baile hasta las 6 de la mañana en plena crisis; con Las Pibas, 5 pesos, pollera y alpargatas.

2002- Acá nos pasamos con la línea materna cuando el banco abrió unos créditos para comprar en cuotas. Fue nuestra última mudanza en Junín antes del exilio colectivo.

Esa casa tenía una barra donde desplegábamos la colección del rock nacional que venían con la Revista Noticias. Me gustaba tirarme con ella en un silloncito viejo a disfrutar Cinema Verité, de Serú y escucharla hablar de El loco de Khalil Gibrán, Las flores del mal, de un tal Baudelaire y las Cartas a los Poderes de Artaud.

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2005 - Ăšltima casa por el lado paterno.

Con un pie ahĂ­ y otro ya en La Plata, hice una mudanza liviana.

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Morada fugaz.

Primera de la saga platense.

Recuerdo la desorientación de vivir 12 pisos por encima de la tierra, lo fuerte que soplaba el viento y lo claro que se escuchaban los bombos que venían de plaza San Martín. Ahí aprendí que el sonido se va “para arriba”.

4 años. Récord. Departamento donde viví el grueso de muchas cosas: dos parejas y dos convivencias. La carrera y la amistad zarpada con Flor Frances, las rondas por cuanto barcito tocara una banda. Así conocimos la vieja casa de Oscar de diagonal 74, Flamingo (hoy Pura Vida), el Viejo Varieté, los recitales en las plazas. Las crónicas escritas de madrugada, el viejo ascensor de la Radio Universidad, los idílicos cruces entre historia y literatura.

2005 – 2009 fue la red de centros culturales: el de Cultura y Comunicación y la Vieja Estación cuando era alegría y resistencia, los ciclos de poesía y el teatro. 2007 fue el año que conocí La Comu: casa de cantautores que se abría una vez al mes con el lema “No pagues por tocar”.

(Todavía no había muchos espacios en la ciudad para hacer y compartir sin pagar por fechas) Eran noches de tocadas infinitas, llenas de muestras de estudiantes de cine, de fotógrafos y poetas. Ahí colgué por primera vez unas letras. Después el grupo pasaría al Centro de Cultura y Comunicación y con Julia y Lucía montamos trabajos de otros en esa hermosa habitación con parquet y balcón que da a la calle 42.

La casa de 6 fue nido de esos descubrimientos. De las primeras marchas de marzo y septiembre a las que fui y la emoción de ver tanta gente reunida por una causa. De empezar a recibir plata para comprar libros porque “la carrera lo justificaba”.

Cortázar y Rayuela Galeano y sus Días y noches de amor y de guerra Artaud y el surrealismo Rodolfo Walsh y sus denuncias a la Junta Militar del '77 Spinetta y su poesía sobre los locos que “...giran sin temor al mareo...”

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2009 / 2011 - Ya me había enamorado una vez. Pero fue la segunda relación la que me llevó a una rápida convivencia con Dan al monoblock de barrio Monasterio cuando estaba por cumplir 22.

Con su familia aprendí la delicia del arroz graneado que la abuela trajo de Bolivia, los guisos con muchas verduras y las heridas que dejan las migraciones y los exilios. Me independicé económicamente de mi viejo y pasé a depender de las viandas del comedor universitario y de cuanta changa surgiera: docente de los abuelos del PAMI en Cañuelas y San Vicente, empleada doméstica de una vieja de mierda y tallerista en el hospital de Día del San Martín en psiquiatría. Todo x $2. A él lo explotaba el diario Hoy. Alguna vez los dos volvimos llorando y nos dimos cuenta que odiamos trabajar. Fue ahí que aposté a la autonomía y aprendí el oficio de la empanada; recordando la época emprendedora del 2000 donde vendía alfajores de maicena. El renunció al diario.

Estábamos flacos, en crisis (económica y metafísica) y felices. El comedor a $1 seguía bancando.

En 2009 en La Plata explotó de ferias del libro independiente (FLIAs) y nos metimos de cabeza a explorar, montar muestras de foto y poesía y vender cuadernos espiralados. En ese tiempo la casa fue taller de serigrafía, vitrofusión, música, tejido, fotografía y poesía.

Quizá el hambre nos aumentaba la inspiración, no sé.

Faltaba luz en el baño, perdimos el horno y el revoque del techo se nos venía literalmente encima.

Seguíamos flacos y en crisis.

Todas las noches se nos iban en discutir estas y otras cosmogonías.

En buscarnos mutuamente los nudos para desatarnos.

Las charlas como desafío a nuestros propios límites, como rituales de liberación.

Vivíamos de 12 pm a 5 am.

23 Queríamos irnos de La Plata, siempre. Hasta que un día alguien nos contó de unas becas que financiaban proyectos y armamos una ruta de viaje para conocer pueblos del norte.

En Eso Estamos: la casa que camina Me acuerdo bien. En la primera juntada a la que fui giraba una botella de agua. Eso nos convidamos tímidamente en las primeras rondas. Era fines de 2010.

-Vos, ¿cómo te llamás? ¿cómo llegaste, qué te gustaría hacer?

Con la botellita de salsa de tomate triturado, iba girando -también- la palabra.

24 ¿Los proyectos, las ganas?: Ferias, teatro, radio, abrir las puertas y colectivizarlo todo, decíamos, sin saber bien qué formas íbamos a darle a esas palabritas. Éramos una montaña de deseos por ser y hacer En el día a día había que sostener la casa mágica.

Aprendimos que nuestra primera tarea era fortalecer el adentro y así arrancaron las ruedas de varietes, de música y poesías colgantes, las impro de La Joda y los puestos editoriales; todo con el saborcito inconfundible de las 100 docenas de empanadas que nos repulgueábamos cada mes para pagar el alquiler.

Hicimos cenas de todos los colores y días posibles.

Inventamos luces mesas Remendamos sillas, el piso del entonces “cuarto del fondo”

Construimos un horno, cortamos / plantamos / borramos / pintamos aprendimos a cocinar, a discutir, a mirarnos a reconocernos los miedos, las resistencias, las energías

*** Cuando en el fondo nos levantaron un edificio, sufrimos la pérdida de alguito de sol. Nosotros que -por un momento- creímos en la eternidad de esa manzana casi sin moles de cemento.

Y la revancha fue roja, negra y dulce: un rulito eee que todavía canta “casera y cooperativa”.

Al tiempo algunas paredes nos empezaron a incomodar. Queríamos estirar los brazos, desperezar los proyectos que ya caminaban. Y arremetimos con el cuartito del fondo después de más de un año de debate: pared sí o pared no.

La cocina fue siempre el corazón de la ronda: La Joda, la Olla, Enigma de Sapo, La Salita, Comidas del Rulo, los y las talleristas, La Roda de Samba y Choro, Enjambre de Jengibre, La Biblio en todas sus etapas, las juntadas con otros espacios culturales, Pañuelos en Rebeldía, Artesábados, ¡el estudio de revelado en el baño! La preparación de las viandas y las tardes que prestamos las hornallas a otros colectivos: Varones, Tinta, La asociación civil La Casa, Artesana... Es larga la lista de causas y nombres que la casita abrigó en distintos momentos...

A esta altura en las asambleas semanales ya era tradición elegir dos cocineros por encuentro. Y pasamos por todos los menú: motivadísimos con platos elaborados, hasta la pizza de enfrente y el repetido y siempre encantador “arroz con fantasía o alitas de pollo”.

En cinco años nos hicimos y deshicimos. Desaprendimos ciertas formas para incorporar otras nuevas. Y la ronda, siempre ahí, reinventándose a ritmo colectivo... Siendo escenario de larguísimas discusiones, risas y baile sabroso. Gentes. Montañas de gentes y voluntades.

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2011 - Cuando salí de viaje desde el sur de Tucumán hasta La Quiaca rematé los muebles. A la vuelta desembarqué en esta casa con una cama y un velador que había hecho la bisabuela Argentina con un viejo perfumero. Volver a planta baja de frente a un patio fue a un placer.

Con los vecinos pintamos, plantamos y el cuadrado se hizo verde.

Fueron 2 años de pasarnos recetas por la ventana con Lau, gran amiga que me regaló la vecindad. Aprendí a armar un mueble y que estoy rodeada de gente increíble.

Me volví a enamorar y tuve triple domicilio por tres años, porque además de la casa de Dani B y ésta, estaba dos o más veces a la semana en la mágica En Eso Estamos que sigue caminando a pasos gigantes. En el medio, los viajes de registro y escritura por el norte argentino no pararon más: julio y agosto de 2012, 2013 y 2014, diciembre de 2013 y mayo / junio de 2015.

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2014 - Fue el año de la inquietud por excelencia. Macerando la firme idea de arrancar pronto de La Plata, encontré en el movimiento una buena forma de vivir como turista, con pocas cosas al hombro, en una ciudad que habito hace 10 años.

Así fue como de abril a junio me pasé a lo de la Negri. Una cama, un baúl con las cosas del trabajo y la ropa.

Escuché fútbol como nunca con el Ru, aprendí a “curar” el agua al sol, a hacer calabazas rellenas y lo lindo que huele una casa llena de palo santo.

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Junio, antes de cumplir 27 me fui a lo de Dani B. Cocinamos con cien colores y mucha música de Brasil, Sofía Viola y Sara Hebe.

Hicimos viajes cortos a pueblos que no visitaba nadie y planeamos una gran feria donde vendimos muuuuuchos muebles y otros objetos para mudarnos livianos a una casa con tierrita y árboles. Los casi dos meses que duró ese desprendimiento de su parte fue de lo más divertido que viví en esos tiempos. Todos los días recibíamos en la casa a algún desconocido que venía por la mesa, almohadones, una colección de libros o cassettes viejos y un juego de platos con “vasito de regalo”.

A la vuelta de Tucumán y Catamarca, la primera casa que vimos fue ésta. Recuerdo que me mandé directo al fondo: una parra, una higuera, dos limoneros, dos naranjos, una mandarina, laurel y cedrón y Dani, al interior de la casa: a la instalación eléctrica. La convivencia de septiembre a diciembre fue un pintar / improvisar muebles / abrir cerraduras y seguir pintando.

Cuando nos abrazamos y birfurcamos horizontes, pinté caminos del patio de violeta y paredes en naranja.

En marzo llegó Bren con su energía Guatemala y 2015 arrancó siendo otra historia...

La casa hoy se llama La Parra, en homenaje a las uvas que nos dieron dulce en marzo y a la Violeta chilena: a su canción, su espíritu y su poesía. Mezclamos sabores de tierra maya y sudamérica / Colgamos símbolos y deseos de los árboles... La Parra es baile, taller de escritura, aquelarre y ceremonia de fuego para los amigos.

“Disfrutamos a pleno porque sabemos que estamos en tránsito”.

De eso nos dimos cuenta una noche, mientras hablamos de la alegría de compartir este cotidiano hecho de frutas y hojas que amanecen en la tierra y el sol de invierno en medio del comedor.

Y que noviembre será mes de valijas, de agradecer los días para seguir viajando y buscando(nos)...

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Postdata 1 / El baldío de los circos

Cada vez que un grupo desembarcaba en Junín, agarraba la bici y pasaba despaciiiito por la manzana para ver cómo era el cotidiano de los del circo. Tenían la ropa colgada en un tendal.

No estaban pintarrajeados como en escena y se veía poca gente. Yo los imaginaba circenses las 24 horas. Me gustaba ver sus casas rodantes, teníamos una mirada cómplice, algo en común.

Postdata 2 / Los viajes Foto y texto: Dan Ayala Los viajes: método para encontrar sus otras casas. A la vuelta de la esquina, detrás de la montaña, al fondo del lago. Porque sí, las nuestras se buscan en los aromas de patio, en las texturas de adobe y seda, en las superposiciones visuales, en las melodías de subte y misterio andino, con sabores de abuela y claro, con intuición inquieta, con la suerte de los caminos, con un GPS en la mano y un gauchito Gil en otra.

Porque mientras las brújulas dialogan con el magnetismo, nosotros dialogamos con el instinto.

Porque de vez en vez también hablamos sin palabras, sabiendo de sus trampas... y con la estrategia del caracol sembramos hogares en los bordes del destino.

Porque sí, creemos en el destino de sabernos insurrectos como para decidir dormir en sus orillas; a veces en tolderías de espanto y otras nadando (bailar con el agua es la práctica más certera previa al vuelo). Porque andamos queriendo vivir más vidas que las que nos tocaron y queremos hacerle una mueca de burla a lo predestinado, saber qué hay por fuera de los libros, caminar desnudos, abrazados a muchas telas, disfrazados de otro, encontrando el ‘mí’.

De manos que guían, de vientos empujan...

Perdiendo cepillos de dientes, fortificando santuarios.

Descubriendo oficios impensados, inventando recursos, transformando estructuras. ¡Y a no creerse que es liviano el camino!: nos pesan los amigos, las mochilas ya cargadas, las cenas a las que no asistimos, la cultura (de infinitos códigos) que ya no nos rodea y a veces necesitamos, desesperadamente.

Irse, me contaron, sirve no para juzgar a los espacios nuevos, sino para ver a nuestro ranchito de seguridades en perspectiva, tirarle piedritas y ver cuán armado queda.

Se ponen en juego los métodos, la estética, el sentido de cómo construimos todo eso.

Irse es encontrarse, verse de frente en espejos diferentes, que refractan un yo distinto del espejo habitual.

Es gracioso pasar por la experiencia de que la vida entre en una mochila que arranca estallada, pesada y que en viaje irá perdiendo peso y ganando vuelo.

Moverse, acariciar las piedras, besar al mar, ser agua, comprometerse con el juego y la vida.

Dejar de mirar al mundo y sus problemas desde la vidriera, ser cotidiano revolucionario de nosotros mismos.... y el mundo, bueno, el mundo ahí está para vivirlo.

Obnubilados en las estrellas quisimos ser astronautas antes que terrenautas.

Nuestra escafandra es otra, porque sí, también, cuando andemos sin aire y los pies cansados de tanto andar (¡sí! ¡Cansados de tanto andar!) aparecen las casas, las manos amigas, los impulsores de sinestesias, los escuchas y oradores. Porque los caminos están llenos de amigos, de anfitriones de caricias, de historias por contar...

21 de junio de 2015

La Caracola es un Proyecto Ronda.

Una editorial comunitaria que parimos entre amigos para que nuestros relatos sean hermanos y hermanas bajo el mismo techo.

La Caracola es un refugio móvil, abierto. Un lugar donde compartir las causas que nos movilizan: Medio Ambiente – Historias y Memorias – Géneros – Economía Social – Educación – Proyectos autogestivos y desde abajo. Relatos y experiencias de nuestros pueblos, que tejen la historia, el presente y la potencia de lo que está por venir.

Somos comunicadores y comuni-cadoras en sus más variados lenguajes (escrito, fotográfico, audiovisual y sonoro). Hablamos desde la crónica y la poesía, el ensayo, la imagen, el documental.

Nos define ante todo la creencia en la alquimia de las palabras como puentes; en esa energía suya que nos acerca y encuentra para transformar y transformarnos.

Abrazamos el trabajo colectivo y horizontal. Nuestra fortaleza es el vínculo humano. Por eso apostamos a los cambios en chiquito, a las revoluciones del hacer cotidiano, como semillas de otros horizontes posibles.

En nuestro espacio web vas a encontrar trabajos que publicamos de forma digital e impresa y avances de los que están por salir. Desde La Caracola entendemos que las obras son de carácter libre, nadie puede estar privado de acceder a ellas por motivos económicos o de licencias privadas como el copyright.

Toda producción es, siempre, social y nunca solitaria. Nuestro proceso creador se alimenta de una suma de estímulos y experiencias compartidas. Por eso trabajamos con Licencias Libres. Eso quiere decir que podés descargar y compartir nuestras obras, citando a sus autores y autoras. Además podés contactarte para encargar libros y proponer puntos de ventas e ideas. edicionesdelacaracola@hotmail.com www.edicionesdelacaracola.wordpress.com facebook: Ediciones de la Caracola.

TÍTULOS PUBLICADOS – Norte Profundo. Historia, presentes y luchas de Tucumán, Salta y Jujuy.

Crónica periodística y fotografía. Josefina Garzillo y Dan Ayala.

– Descolonizando la palabra. Los medios de comunicación del Pueblo Mapuche en Puelmapu.

Florencia Yanniello.

– Junio Abrelatas. Poesía. Metafísica de ojos abiertos, metafísica del cuerpo.

Josefina Garzillo. Fotografía: Dan Ayala.

– De bufandas y señores. Ilustraciones. Pilar Platzeck.

- Traidorvs. Historias de vida de mujeres privadas de su libertad. Juliana Arens.

-¿Quién nos puede quitar el amor? Poesía. Juan Rossi.

-Testimoniar las resistencias. Tinta Verde, 7 años de comunicación socioambiental.

POR VENIR – Mestizaje de pájaro y papel. Poesía. Ana Colombina – Los días por viajar. Matías Ortega y Rocío Gariglio.

– Los pibes fusilados de Carcova. Crónica periodística. Matías Ortega – Semillas de Viento. Relatos sobre el ambiente en Bariloche. Rocío Gariglio. Ilustraciones: Lucía Barrón.

– Somos Tierra. Prácticas y estrategias de comunicación del Movimiento Campesino de Santiago del Estero, MOCASE- VC-. María Paz Rodríguez Striebeck – Apócrifo. Fotografía. Dan Ayala.

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