Días sin fin

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1 Calma El coche frenó. —Hasta aquí puedo conducir —dijo Brian mientras aparcaba. La voz de su amigo sacó a Dave de sus pensamientos. Parpadeó, mirando a su alrededor mientras se quitaba el cinturón, abrió la puerta y salió al exterior. Se encontró en las afueras de la ciudad, en una zona casi deshabitada, llena de casas destartaladas y edificios medio derruidos. Ante él se extendía un descampado desértico, rodeado por una alambrada en cuyo extremo se adivinaba una puerta rota. El Sol aparecía esporádicamente entre las nubes que cubrían el cielo. Dave se sorprendió al no haberse percatado antes de que no sabía en qué lugar se hallaban. —¿Dónde está la guarida? —En uno de los edificios abandonados que hay tras esta planicie —respondió Brian—. Nuestros compañeros descubrieron, tras mucho indagar, que se ocultaban aquí, alejados del mundo. —Para no ser descubiertos —adivinó Dave—. Eligieron bien, éste sitio está desierto. Un edificio abandonado, rodeado de carreteras, descampados y más edificios abandonados... A nadie en sus cabales se le ocurriría venir aquí. —Excepto a nosotros —sonrió Brian. Dave rió. Se terminó el pitillo, tiró la colilla y echó mano de su arma para comprobar que estaba cargada. Su amigo se dedicó a contemplar el paraje de inmuebles viejos, desolados y vacíos, y el erial, seco como un desierto y sin asomo de vegetación. El centro de la ciudad quedaba muy lejos, a sus espaldas. -11-


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