“Soy ciego casi de naciemiento, pero terminé el colegio y me ha ido muy bien”
A pesar de su ceguera, el suplementero Germán Olivares Gómez ha tratado de llevar una vida completamente normal y se ha convertido en un personaje entrañable en la ciudad
puede decir que soy QUI “Se ciego de nacimiento, LLO porque perdí la visión al TA año y medio. No tengo
imágenes”, explica Germán Olivares Gómez, mientras a su lado descansa un pequeño carro de feria, el mismo que utiliza para acarrear “El Observador” y venderlo puerta a puerta, por las calles de la ciudad. “También grito para vender, no en todas partes, obviamente. Y perdóneme usted que no haga la demostración ahora, pero es muy fuerte”, dice, conocedor del talento que tiene para la venta. Cuenta que, incluso, “la otra vez me dijeron: ‘Parece que estuvieras gritando un gol’”. Su excusa es la frase previa al recuerdo que hacer de parte
de su vida, recalcando que, a pesar de todo, ha tratado de hacer que todo lo realice de la manera más común posible. Germán cuenta que quedó ciego producto de un golpe en la cabeza que recibió, al caer de la cuna. Desde entonces, su nervio óptico nunca pudo recuperarse y aprendió a vivir en la oscuridad. A pesar de aquel accidente que definió su vida, cuenta -con orgullo- que terminó cuarto medio y que ha hecho cosas que hacen las personas que ven, sin temor. “Estudié en Santiago, en un colegio para ciegos. Ahí aprendí a leer braille. Después reinicié los estudios en Quillota y terminé cuarto medio en una escuela normal. No muchos saben eso”, señala con especial intención de darlo a conocer. Cuenta como anécdota que, durante su niñez, fue arquero y jugaba con sus amigos en la calle, guiándose por su oído. “Atajaba lo que podía no más. Todo lo que venía por abajo”, describe. Otra de las actividad que experimentó a pesar de su falta de visión, fueron las visitas al cine. “Yo iba a escuchar y después me contaban la película si era subtitulada en ingles”, comenta. Con el tiempo fue dejando esas cosas. Pero las recuerdas con simpatía. Es que, para este hombre, no existen los imposibles. Tampoco lo fueron sus ganas de entrar a la universidad al salir del colegio.
“Yo quería ser profesor de Historia o Castellano en alguna institución para ciegos. Me fue mal en la Prueba de Aptitud Académica, así que me dediqué a buscar un oficio y me convertí en comerciante”, dice. Hace 40 años, Germán vende “El Observador” y se siente orgulloso. Los viernes se lleva 80 diarios en su carrito. “Sólo porque no me caben más”, aclara. Y su recorrido comienza por calles O’Higgins, Pudeto, Freire, Esmeralda y Blanco. “Después me devuelvo al centro y lo que me queda lo vendo al llegar a la Plaza de Los Ceibos”, detalla. Germán es infalible: vende todos los ejemplares que lleva y se ha convertido en un personaje reconocido en la ciudad. Hubo un tiempo que se instaló con un quiosco en la Corvi. Allí vendía diversos diarios y golosinas, pero finalmente regresó a las calles, lugar que conoce, pese a no registrar imágenes, como buen quillotano nacido y criado. “Me gusta ser suplementero y me va bien”, enfatiza Germán, diciendo que ésa es una de sus buenas noticias. Agrega que nunca se casó ni tuvo hijos, pero que ha vivido dejando los pies por las calles de Quillota, manteniendo un lazo de cordialidad y de afecto con muchas generaciones de seguidores de nuestro diario, alguno que probablemente le leerá este artículo.
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Mi buena Noticia EL OBSERVADOR
Viernes 18 de diciembre de 2015
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