Entrevista a Eduardo Galeano

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Eduardo GALEANO TEXTO ABEL GILBERT FOTO RICARD CUGAT

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Eduardo GALEANO TEXTO ABEL GILBERT FOTO RICARD CUGAT

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“Cada día tiene una historia que contar”

EL ESCRITOR URUGUAYO PUBLICA ‘LOS HIJOS DE LOS DÍAS’ QUE, ADEMÁS DE UN MAPA PERSONAL DEL TIEMPO, ES UNA MÁQUINA DE PARADOJAS DONDE CABEN DESDE MANDELA A PINOCHO PASANDO POR LOS INDIGNADOS. “NO ESTAMOS CONDENADOS A REPETIR LA HISTORIA. EL DESAFÍO DE VIVIR CONSISTE EN ESO, EN NO REPETIRLA”, ASEGURA

EDUARDO GALEANO AVANZA POR EL CORREDOR central de la librería El Ateneo de Buenos Aires. Aquí estaba instalado uno de los cines y teatros más importantes de la capital argentina. En el Gran Splendid –así se llamaba– cantó alguna vez Carlos Gardel. La sala sucumbió en los años 90 por el peso de los nuevos usos hogareños de la imagen, pero al menos se salvó de convertirse en una playa de estacionamientos de coches o en un templo evangelista. El escenario se transformó en una cafetería. Desde la tarima se divisan ahora los miles y miles de libros exhibidos hasta en lo que fueron sus palcos. También se ve avanzar al periodista y escritor uruguayo. Galeano, de 72 años, se acerca lentamente, sonriendo ante las miradas de reconocimiento, ante aquella chica que ya atesora bajo su brazo Los hijos de los días, su último y ambicioso trabajo (Siglo XXI Editores). Saluda al cronista y, de inmediato, al camarero, que llega a la mesa con una sonrisa de amigo frecuente. Le da la mano y pregunta si quiere lo de siempre. Y él responde que sí, claro, que le traiga esa cervecita que tanto le gusta. Los hijos de los días es una suerte de calendario en el que se condensa lo extraordinario y abyecto, el heroísmo y la canallada, la caricia y la traición; en definitiva, toda la belleza que puede encerrar un mundo de desperdicios. a Cada hoja de este almanaque es una historia, hay una DOM 29


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cada día del año, hasta el 29 de febrero, “el día que tiene la costumbre de fugarse” pero “regresa cada cuatro años”. “Y los días se echaron a caminar. / Y ellos, los días, nos hicieron. / Y así fuimos nacidos nosotros, / los hijos de los días, / los averiguadores, / los buscadores de la vida”, aseguran los mayas sobre el Génesis. Galeano lo cita a modo de epígrafe en el comienzo, como corresponde. El autor de Memoria del fuego y Las venas abiertas de América Latina encontró en esta versión del origen de las cosas una matriz conceptual. “Si es el tiempo el que funda el espacio, si somos hijos de los días, si estamos hechos de átomos, también estamos hechos de historias, y cada día tiene una historia que contar”, resume después del primer sorbo de su caña. SE PUEDE ENTRAR A Los hijos de los días por cualquier parte. Pero en su trazado lineal, desde el 1 de enero al 31 de diciembre, la acumulación de microhistorias adquiere mayor sentido y contundencia. Buena parte de los días comienzan igual. El relato es en presente. “Hoy se publicó, en Filadelfia, en 1776, la primera edición de El sentido común. Thomas Paine, el autor del ensayo, sostenía que la independencia era un asunto de sentido común contra la humillación colonial y la ridícula monarquía hereditaria, que tanto podía coronar a un león como a un burro. Este libro de 48 páginas se difundió más que el agua y el aire, y fue uno de los papás de la independencia de los Estados Unidos”. Veinte días-páginas deben pasar para que se anuncie, en un tono aforístico, el nacimiento del dramaturgo Antón Chéjov. “Escribió como diciendo nada. Y dijo todo”. Por las páginas del libro desfilan Rosa Luxemburgo, la reina María de Portugal, el primer Rockefeller, Hergè, el padre de Tintín, el papa Pablo III, Rupert Murdoch cuando era leninista, Akeem Omolade, Gandhi, Nelson Mandela, Emil Zátopek –el atleta checo que se enfrentó a la invasión soviética en 1968–, los indignados españoles, el boxeador colombiano Kid Pambelé, Pinocho, Mata Hari, Luis XVI,

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“Nosotros, los humanitos, somos paradojas andantes, contenemos el cielo y el infierno”, dice Galeano, que suele usar con recurrencia el diminutivo Alfred Nobel, sor Juana Inés de la Cruz, Herman Melville y Charles Darwin, entre otros. Galeano los une para iluminar lo que suele pasarse por alto. Los hijos de los días es, además de un mapa personal del tiempo, una máquina de paradojas, como la que se refiere, el 27 de febrero, a la quiebra del Banco Barings que fue el brazo financiero de Londres en el siglo XIX y está asociado al endeudamiento de los países latinoamericanos, o el 27 de abril, cuando, en Nicaragua, un gobierno conservador reconoció a las mujeres su derecho a abortar, derecho conculcado 170 años más tarde por los sandinistas, “que decían ser revolucionarios”. Y dice Galeano, con su jarra en la mano, que la realidad siempre es paradójica, porque contiene el sí y el no. “Y nosotros los humanitos somos paradojas andantes, contenemos el cielo y el infierno”. Galeano suele utilizar con recurrencia el diminutivo: le da a su voz mayor presencia coloquial. Pero en ese uso se esconde otra estrategia: “Es que trato de asomarme al universo por el ojo de la cerradura. Ver lo grande desde lo muy chico, quizá como reacción de un mundo que confunde grandote con grandeza”. En la mesa de al lado, la más cercana al borde del escenario, dos señoras le hacen un gesto al camarero para que venga a cobrarles. Sobreactúan su apuro. Una de ellas le hace saber sus urgencias.

El tiempo es dinero. Y se suele decir siempre que hay que ganar tiempo. ¿Dónde perderlo placenteramente? En los cafés. En Montevideo el café fue mi universidad. Yo tuve solo seis años de primaria y un año de secundaria. En el café aprendí a escuchar a los narradores anónimos, esos que, lentamente, contaban historias que eran siempre mentiras pero decían la verdad. Las disfrutaba mucho. Así aprendí el arte de narrar. Sí, claro, entonces había tiempo para perder tiempo. ¿Cuál era su café favorito en Montevideo? El Brasilero, que fue fundado en 1880. Estaba en la ciudad vieja, cerca de la catedral, un café que murió y renació tres veces, la última vez, durante la dictadura. Realizaron una venta falsa, se llevaron los pisos, que eran de roble, los muebles, los cristales, y quedó como esas ruinas de la guerra, como si fuera una imagen de Irak después de un bombardeo. Por suerte estaba en el exilio. Me habría partido el corazón. Volví cuando el café resucitó, por obra y gracia de unos arquitectos. El exilio remite a Galeano, premio Manuel Vázquez Montalbán, a otros cafés, como uno que visitaba con frecuencia cerca de la plaza de Catalunya, del cual preserva el entorno, el aroma, ecos de las voces que se propa- a


En el Café Brasilero de Montevideo. “Es uno de mis lugares preferidos. Fue fundado en 1880. Un café que murió y renació tres veces”.

FOTO REUTERS/ DANIEL STAPFF

termina esa hoja del año con una sentencia ejemplar: “Los Beatles no se suicidaron”. La música está muy presente en Los hijos de los días, desde que el año se inicia hasta que se extingue en los dedos del lector. “Quizá las vidas nuestras están hechas de música”, dice, el 30 de diciembre, Boabdil, el último rey de la España musulmana. Galeano deja entrever una secreta melomanía construida a lo largo de los años y compuesta por diferentes estilos y artistas, sin establecer jerarquías: Mozart, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Bob Marley, la samba y el tango.

agaban alrededor, detrás suyo, pero no el

nombre, se le ha confundido con otros cafés de Barcelona (“¡qué vergüenza!, justo cuando estoy hablando con usted”). El exilio le remite a España, donde, dice, todavía hay por suerte “lugares con gusto a viejo” en los que se “guarda la memoria”. Esa lógica es la que lo trae a este antiguo cine en Buenos Aires. Dos músicos suben al escenario y se colocan en una de sus esquinas. Uno toca el saxo tenor; su compañero, la guitarra. El primero le saca a su instrumento un sonido aterciopelado. Suena For no one, la 32 DOM

canción que Paul McCartney escribió en 1966. Galeano también rinde a los fab four su homenaje en el libro. Es una ironía. El 11 de febrero, cuenta, una banda desconocida grabó en Londres su primer disco. “Los muchachos regresaron a Liverpool y se sentaron a esperar. Contaban las horas, contaban los días. Cuando ya no les quedaron uñas por comer, un día como hoy recibieron la respuesta. La Decca Recording Company les decía francamente: ‘No nos gustó su sonido’. Y sentenciaba: ‘Las bandas de guitarra están desapareciendo”. Galeano

PERO EL URUGUAYO VA MÁS ALLÁ de la enumeración de gustos. La música –dice tapado por la música del dueto impertinente que ahora toca April in Paris, canción de Broadway que también hicieron suya Louis Armstrong, Frank Sinatra o Ella Fitzgerald– es también otra cosa “que no puedo definir con palabras”. Todas las ciudades, explica, tienen su propia música. Él trata de descifrarla, porque cada hora es diferente. Y la música está a su vez presente en los modos de hablar, en los acentos e inflexiones de las personas, a los que presta especial atención. “Los maestros nos hacían leer en voz alta. No me gustaba, pero después lo supe valorar. Así se aprende a valorar el lenguaje. El lenguaje escrito tiene también una melodía, un ritmo, es importante cómo se dice. Es literatura, pero también música. Por eso me encanta leer en voz alta: de esta manera recupero la música que contiene el texto”. Galeano dice que siempre lee en voz alta lo que escribe. Así descubre el cuerpo del relato. “No creo en la literatura muda: debe sonar. Por eso me gusta tanto leer en público”. Las voces, la suya y de los otros, los que escuchan, completan de alguna manera lo que se fijó en el papel. “En toda mi vida amorosa, que ha sido bastante poblada, la a voz ha sido fundamental”.


“Mi mujer es la más entrañable de mis lectores. Y la más implacable. Es mi correctora de estilo, nunca está conforme. Por eso el lenguaje es tan depurado” a¿La manera de hablar? ¿El color de esa

voz? Si Miss Universo viniera hacia mí y tuviera voz de pito, le diría que no cuente conmigo. Le interesa tanto cómo suena lo que escribe, que hace y deshace sus libros más de una vez. Este último ha sido escrito 11 veces. “Por un lado está mi obsesión. Y, por el otro, la mirada implacable de mi esposa, Elena Villagra, que nunca está conforme. Es la más entrañable de mis lectores y la más implacable. Es mi correctora de estilo, nunca está conforme. Por eso el lenguaje es tan depurado”. EL REPERTORIO DE PERSONAJES históricos y anónimos de Los hijos de los días es tan amplio como lo permite un año. La selección no ha sido fácil. Hay algunos que, curiosamente, aparecen más de una vez, como Winston Churchill. La primera vez, el 24 de enero, bajo el título de padre civilizador. Galeano utiliza para las citas textuales otra tipografía, no sea que se confundan con su propia imaginación. “Yo no admito que se haya hecho nada malo a los pieles rojas de América ni a los negros de Australia cuando una raza más fuerte, una raza de mejor calidad, legó y ocupó su lugar”, dijo Churchill en 1937, durante una reunión de la Palestine Royal Commision. Galeano lo recupera para darle al extinto premier una carnadura que el cine esquiva. 34 DOM

“Churchill y Hitler son parecidos, decían cosas siniestras, pero al inglés lo convirtieron en santo y al otro, en el malo de la película. Sin embargo comparten la creencia en el derecho natural de los civilizados a acabar con los bárbaros”. GALEANO LEE CASI TODAS LA CARTAS que le llegan a su casa en el barrio del Buceo, cerca de un pequeño puerto. Por las mañanas se le puede encontrar a la orilla del Río de la Plata. “Montevideo es una ciudad muy amigable porque está de cara al agua. Camino horas de casa al centro, y de esta manera me ahorro una fortuna en psicoanálisis. Y mientras camino, caminan las historias. Siempre ando con una libretita en el bolsillo, anoto cosas que se me van ocurriendo, las que había olvidado”. Esas libretas, que van a todos lados, miden tres centímetros, lo que obliga a una caligrafía tan exacta como indescifrable para otro que no sea el escritor. Las compra su mujer en Florencia o se las envía desde Canadá una lectora argentina que las confecciona con materiales insólitos. En una de esas libretitas minúsculas anotó algunas de las historias que llegaron al libro de los días, como lo que le sucedió a un joven argentino que fue fusilado durante la última dictadura y, antes de morir, le confesó a un compañero de calvario que se iría del mundo sin haber hecho el amor. A Galeano le gustaría dar voz a todos los humillados,

pero el tiempo –el biológico– no alcanzaría. “Hay una reivindicación continua de la memoria, de lo que se sabe poco porque fue borrado de la cultura oficial pero merece ser sabido”. Es el caso de Jerónimo, el jefe de los indios apaches. “Ese es un texto que nació de mi indignación –apunta el autor–. Cuando matan a Bin Laden me entero de que la operación había sido bautizada con su nombre. ¿Qué tenía que ver un apache que resistió una invasión extranjera y que trabajó de malo en las películas del Oeste con ese falso califa inventado y alimentado por la CIA y la maquinaria militar norteamericana?”. HACE RATO QUE LAS SEÑORAS ABANDONARON la mesa, que de inmediato fue ocupada. El saxofonista y el guitarrista siguen a lo suyo. El camarero pregunta a Galeano si quiere otra caña. El escritor le dice que se tiene que ir: debe leer en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Le escucharán unas 2.500 personas. Lo que fue será. ¿Es la conclusión del libro? No creo en eso para nada. No estamos condenados a repetir la historia. El desafío de vivir consiste en eso, en no repetirla. Pero esta tarde, en este lugar, ¿qué piensa? ¡Ufff! Es que yo soy optimista o pesimista. ¿Depende de qué? De las horas del día. Yo desconfío de los optimistas full time, de los invictos perpetuos, que nunca se deprimen, esos invictos de madera que no tienen desaliento porque no tienen aliento. Yo, en cambio, me caigo y me levanto. Galeano saluda, se levanta y va en busca de sus lectores. DOM

Los hijos de los días (Siglo XXI Editores). Un sabía-usted-que a la Galeano: curiosidades con moraleja y regusto literario. Descubre, por ejemplo, que el episodio más popular del catolicismo –Adán y Eva mordiendo la manzana– no figura en la Biblia y que Aristóteles describió a la mujer como “un hombre incompleto”.


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