32 ESCUELA Núm. 3.968 (80)
17 de enero de 2013
Entrevista ÁNGEL I. PÉREZ GÓMEZ. CATEDRÁTICO DE DIDÁCTICA EN LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA
“Aprender debe identificarse con seleccionar, pensar, sentir, hacer y crear” MANUEL MENOR
acceso, sino de selección, organización y utilización creativa de la información y el conocimiento que se considera valioso. ¿Cómo ayudar a que los individuos transiten desde la información al conocimiento y desde el conocimiento a la sabiduría?
Ángel I. Pérez Gómez (Valladolid, 1949) tiene un largo periplo como docente e investigador desde que, en 1971, se iniciara como profesor de Secundaria en Madrid, de universidad en 1974 en la Complutense y que, antes de afincarse en Málaga en 1983, pasara por Salamanca y La Laguna, en la formación de docentes. Ante todo, es catedrático de Didáctica, pero ha asesorado a diversas instituciones y gobiernos en cuanto a organización y evaluación de sus sistemas educativos o, también, respecto a la formación de los docentes. El último libro que ha publicado –una comprometida reflexión sobre los retos educativos de ahora– obliga a destacar que ha pertenecido a la Comisión Interministerial de Ciencia y Tecnología (2005) como gestor nacional de investigación en Educación, y que ha recibido la encomienda de Alfonso X el Sabio, la medalla de oro del Ateneo de Málaga y el primer premio nacional de investigación educativa. Entiende la escuela pública como “espacio privilegiado de la socialización democrática”. Consciente de que es mejorable, también sabe que es la única que puede ofrecer “recursos para el desarrollo personal y académico de la mayoría de los ciudadanos” ¿Qué razones te impulsaron a escribir Educarse en la era digital? Este libro es fruto de una necesidad personal de pararme a pensar y reencontrar el sentido en las turbulencias que rodean mi vida profesional en el inquietante e impredecible panorama político, económico y social de la época actual. Educarse en la era digital quiere llamar la atención sobre la complejidad y controversia que implica hoy la formación de los ciudadanos en un contexto global de interacciones humanas caracterizado por la abundancia, la desigualdad y el cambio. El término educarse responde a mi preocupación por resaltar el carácter singular que tiene el proceso denominado “educación”. Estoy convencido de que socializar desde los primeros momentos de la vida, enseñar e instruir, puede hacerse sin la implicación voluntaria del sujeto que aprende. El término “educar” creo que deberíamos reservarlo para aquellos procesos por los que cada individuo de manera consciente y voluntaria se construye y reconstruye como sujeto autónomo que se autorregula con una intención, buscando realizar un proyecto vital que le convence y apasiona en el aspecto personal, social y profesional. Por ello, este proceso debe representarse en forma reflexiva –como “educarse”–, ya que, siendo precisos, nadie educa a nadie; en todo caso, ayudamos a que cada sujeto se eduque a sí mismo.
“Todos hemos conocido excelentes maestras y maestros que se han preocupado por atender de manera diferenciada a sus discípulos. Convendría reconocer y emular su trayectoria y experiencia” ¿Qué peculiaridades tiene la “era digital”? La era digital está cambiando de manera sustantiva y cada vez más acelerada los modos de producir, consumir, intercambiar, comunicar, hacer, sentir y pensar. Vivimos en una época de abundancia y saturación de información, de cambio radical y vertiginoso, de incertidumbre, incluso sobre el futuro más inmediato, y de desigualdad al incrementarse las diferencias entre las capas sociales. La peculiaridad más relevante de
esta época tal vez sea que la información, independientemente de su calidad, sentido y valor, nos inunda, se produce e incrementa de manera exponencial y está fácilmente accesible a disposición de la mayoría de los ciudadanos, también de las nuevas generaciones en su vida cotidiana, fuera de la escuela. Sin embargo, ni el currículum ni el espacio ni los horarios ni los métodos de enseñanza ni los sistemas de evaluación ni la formación de los docentes ni la cultura de los políticos y responsables de la
educación responden a estas nuevas exigencias. Los nuevos desafíos educativos tienen que ver, a mi entender, con el desarrollo de capacidades humanas de orden superior, que ayuden al ciudadano a desenvolverse en un contexto saturado de información y rodeado de incertidumbre. La información de hechos, datos y conceptos ya no es un bien escaso para la mayoría de los ciudadanos, como en los siglos anteriores. Ahora el problema no es de escasez ni de dificultad de
¿Conoces centros con buenas prácticas en la línea que propugnas? En el libro se presentan con cierto detenimiento experiencias educativas nacionales e internacionales que pueden ejemplificar aspectos de lo que aquí hemos tratado y que pueden ayudar a pensar con optimismo, porque son experiencias históricas y actuales que demuestran que es posible el cambio sostenible. No son quimeras, son realidades complejas y temporales, pero factibles. Por citar algunas de las que a mí me han provocado mayor interés y admiración: La escuela del Martinet en Barcelona, Nuestra Señora de Gracia en Málaga, Ross School en Nueva York, Tensta Gimnasium en Suecia, las políticas educativas de Singapur y Finlandia, las High Tech School de Chicago… son ejemplos que ayudan a pensar y animan a actuar.
¿Qué retos se le plantean a la escuela desde estas exigencias? En general, y salvando excelentes excepciones, la escuela convencional puede considerarse obsoleta. Desde su generalización a finales del siglo XIX, en su esqueleto básico, estructura y funcionamiento, currículo disciplinar, espacio, tiempo y modos de evaluación, ha permanecido –con cambios superficiales– prácticamente idéntica hasta ahora. Se pueden haber introducido nuevas tecnologías, pero arropadas con viejas pedagogías. Continuamos con un sistema escolar de talla única –apto para los requerimientos de la época industrial– y nos cuesta alumbrar otro modelo de escuela más abierto y flexible, basado en la enseñanza personalizada, que pueda responder a las exigencias de esta era. El reto prioritario que tenemos planteado quienes tenemos responsabilidad en el escenario educativo es debatir y clarificar sin prejuicios las finalidades de la escuela en esta contemporaneidad, y superar las inercias de una escuela diseñada para responder a las exigencias y necesidades de otra época, que todos reproducimos como algo natural e incuestionable. En consecuencia, lo prioritario ha de ser situar el desarrollo y formación de las cualidades humanas de los aprendices –y no las disciplinas curriculares– como el eje central de la práctica pedagógica. Las disciplinas son las mejores herramientas que hemos construido los seres humanos, pero en educación hay que ponerlas al servicio del desarrollo de los individuos concretos. Es decir, hay que diseñar el escenario, las actividades y las relaciones pedagógicas de tal manera que cada aprendiz perciba la utilidad real del conocimiento que tiene que aprender. ¿Ha educado alguna vez personalizadamente la escuela? En general, la escuela que hemos conocido hasta nuestros días ha desarrollado estrategias pedagógicas poco sensibles a la atención personalizada. Por el contrario, ha primado la uniformidad, la talla única para todos. Incluso en defensa de una supuesta igualdad objetiva de oportunidades, ha consagrado una real desigualdad subjetiva. Si tratamos a todos los individuos en la escuela de la misma manera, utilizando los mismos métodos, el mismo ritmo, idénticos recursos y los mismos procesos e instrumentos de calificación, difícilmente podemos compensar las enormes desigualdades de origen y de contexto que