Leer full teleón

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En Full Teleón. Sierpes de León de Greiff, el fantasma mismo del “ensayo como forma” nos hace señas desde el resplandor. Bruno Mazzoldi replica al don imposible de León de Greiff con otro don imposible, convirtiendo el intercambio literario en un potlatch descomunal y portentoso en que el pensamiento crítico se desdobla en la seducción, la aproximación mimética y el sigilo cómplice ante la fuga del objeto literario. Mazzoldi se conjura con aliados de la catadura de Rabelais, Góngora, Joyce, Lezama, Macedonio Fernández, Cortázar y el propio de Greiff para engendrar una criatura sin parientes inmediatos en los anales del género, artilugio que nos pone a pensar y reír con “cara de pecado fresco.” —Juan Duchesne Winter

Tomar el Full Teleón a Ciudad Leo Invito a leer el libro de Bruno Mazzoldi, Full Teleón, que a su vez invita a leer al escritor León de Greiff a full, con todo. El libro de Mazzoldi es un portal, un pasaje, una entrada y una salida por los senderos serpentinos del maestro colombiano. Hay quien me ha dicho que leer a León de Greiff, en especial su prosa, es difícil, y que leer este libro de Mazzoldi es redifícil. Yo respondo que ambas lecturas por cierto son difíciles, pero es la dificultad de lo extremadamente ligero, ágil y grácil, es la dificultad de


emprender vuelo y sostenerse en el aire; no es la pesadez de la congestión ni el entumecimiento en que muchas veces cae cierto discurso teórico-­‐académico. Sí es, además, la dificultad que se puede tener para relajarse, dejarse ir, dejar de leer como neurótico compulsivo, dejar de buscar cuál es el tema, el argumento, cuál es la demostración, cuál es el análisis, qué se quiere comprobar, cuál es la conclusión. ¡No hombre! Esas cosas pasan a un segundo plano, si no es que desaparecen del todo, cuando se emprende vuelo a full con la escritura teleónica. Se piensa en León de Greiff sobre todo como poeta, pero él fue también un gran prosista, cultivador de lo que definió como “prosa pura” en un pasaje citado por Mazzoldi: …una especie de prosa (como se dice de la música, pura, y de la poesía, pura, sin programa ni argumento ni propósito —sí con despropósitos… Prosa no excipiente de nada sino vehículo de sí misma, función de sí propia: Es decir, prosa que se escribe en esa prosa, o que no se escribe, que no se escribiría en otra. Es el idioma único de lo que ella va o no va a expresar, no de lo que con ella, como instrumento, se pretendiese decir. Hay que tomarla o dejarla. Aconsejaría dejarla. Que no se gaste ni se use. Es una definición que aproxima el arte de la prosa a la música, nada sorprendente dada la evidente melomanía literaria del autor. En De Greiff se explaya todo un intento de reflotar la frase con la estructura musical para suspenderla sobre flujos, no sólo de sonido, sino de sentido y sonido que saltan sobre las unidades gramaticales y la semántica del diccionario para afectar el cuerpo y la mente, flujos que no es que no signifiquen nada, sino que lo significan todo sin atarse a signos determinados, flotando sobre el afecto. Así León de Greiff le pone el cuerpo a la escritura. Este afecto intelectual y corporal es el gran regalo que nos entrega León de Greiff. ¿Y qué hace el crítico Mazzoldi? Bruno Mazzoldi no es que sólo lo reciba, lo analice, lo disecte, lo convierta en “conocimiento serio” y determinado sobre un tema. No, Mazzoldi le responde a de Greiff con otro regalo de afecto, a full, con todo lo que da su cuerpo y su mente. Asistimos a una especie de sobrepuja o duelo de regalos entre Leo y Bruno, un gran potlatch literario, más que a un intercambio entre crítico y autor. Mazzoldi también despliega un arte de la prosa, que aparenta mimetizar, pero también desvía e inventa la prosa del poeta. Muchos confunden el tratado, el artículo, el estudio exegético, la tesis doctoral, y hasta el informe burocrático con el ensayo como género literario. El ensayo es, por supuesto, otra cosa. El ensayo es el arte de la prosa en ella suspendido como las alas del picaflor, que no las del milano. El picaflor más bien camina, salta, se detiene y


vuelve a caminar por el aire como si se condujera por las sierpes de un sendero. El vuelo del colibrí es de cercanía, rasante, es táctil, para tocar, oler, saborear, casi acariciar. Su mirada no es panóptica, no ve sólo desde arriba como el milano tijereta o como el piloto de avión. Si existiera una ciudad llamada Leo, el Teleón anti-­‐expreso sería una berlina calesa voladora, telesférico de escasa o muy variable elevación, sin cables, que se entretiene llevando al lector por callejuelas sin fin, yendo por recovecos y chuzos igual que palacios y parques sin distinguir centro ni periferia. Nada que ver con las avenidas ni las rutas que conducen directamente al centro de gobierno o al centro comercial, que es lo que casi siempre pretende el tratado, artículo, “paper” o tesis académica. No se puede montar uno en el Full Teleón pretendiendo que se ha tomado el servicio expreso al centro de Ciudad Leo. Ciudad Leo no tiene centros, tampoco rutas: sólo callecitas y callejones a nivel, elevadizos o soterrados como los de las sierpes. Por ahí y alguito más te llevará Full Teleón si te relajas un poco. Relájese. Pues no sólo de volar se trata, sino de flotar, frotar y refrotar como si se reflotara. Hace poco iba yo, no en un Full Teleón, sino en un Ford 1961 decrépito, por la carretera de Sinamaica entre Maracaibo y Maicao cuando vi una gran valla instalada en medio de la nada que decía “Dios es mi lubricante”. Entonces entendí por fin una prosa de León De Greiff que recomienda el aceite 3 en 1 para la lectura, y luego las divertidas páginas que Mazzoldi dedica a esta “sagrada pero no santa” trinidad lubricante. De eso se trata. Seamos obvios. La lubricación ayuda a refrotar. El título del prólogo anuncia un “refrote de autores varios”. Entre los autores más citados en el libro, además del propio De Greiff, se encuentran Jacques Derrida, Julio Cortázar y Thomas Pynchon, también José María Arguedas y Rabelais. Otros, entre varias decenas, son José Lezama Lima, Isidore Ducasse, el Conde de Lautreamont, Lewis Carroll, Mario de Andrade y Francois Villon. Mazzoldi, como de Greiff, no cita generalmente para autorizar proposiciones o proveer evidencias de sus descripciones del texto del caso. Es decir, la cita no es hipotáctica, no se coloca debajo de la proposición para constatar su verdad. La cita es más bien paratáctica, suele acompañar otras citas o el discurrir de la voz ensayística como pretexto para desviar el tema antes que para suplementarlo. Por eso a una cita de León de Greiff puede seguir una de Pynchon o de Arguedas como si tal cosa. Esto tiene mucho que ver con la proliferación incesante de la digresión. Hay segmentos enteros en el texto de Mazzoldi en los cuales ninguna oración termina con el tema o sujeto con que parecía comenzar. Muy pocas frases, en especial en los primeros capítulos, conforman proposiciones formales en el sentido de afirmar o negar algo que pueda ser cierto o falso, en representación del sujeto de la enunciación, como suele ocurrir en la prosa crítica convencional. A medida que la frase se empata con otras frases armando períodos gramaticales extensos, se va diluyendo la secuencia que parecía prometerse al inicio del período. De pronto se está hablando de cosas muy distintas y no se sabe si sí o si no es el caso lo que se barruntó entender en un principio. ¿Se le puede llamar a esto incoherencia? No, pues no necesariamente


rige aquí la incoherencia monda y lironda como tampoco lo hace en la prosa de León de Greiff ni, por supuesto, en sus versos. Mazzoldi precisamente emula, muy a su modo, aquello que más aprecia tanto en la prosa como en los versos de Leo: Salto de un poema a otro, desarzonando fechas. Método, éxodo más bien, economía generalizada del espasmo de la continuidad, del brinco y de la brincadeira, peligrosa elipsis de sentido y shock hilarante, dualidad, sobrentendido y exceso de sentido, blink y blank, “parpadeo y laguna” irrumpente, broma o taraza que, como observa ácidamente el insomne almirante, “ataca la madera de los barcos del mismo modo que la broma del poder, de la riqueza, ataca el alma humana con una voracidad y velocidad increíbles” (Roa Bastos 251). Este breve segmento nos muestra cómo el crítico, al describir el método/éxodo, es decir, el irreprimible salir y entrar en tema de León de Greiff, incurre él mismo, en su descripción, en uno de esos innúmeros brincos cuando trae la cita del novelista Roa Bastos tomando como punto de partida la palabra “broma” que había asociado a la hilaridad, para asociarla ahora a otra acepción de la palabra, la broma, el molusco, su depósito y adherencia corrosiva, sobre el casco de las naves del almirante Cristóbal Colón. La cita desestabiliza más bien la continuidad argumental con cortes abruptos en la secuencia significante, yéndose por otro camino, desdoblando lo que el período gramatical establece al principio. Sin embargo, este corte apunta a una coherencia otra, la coherencia de la diferencia que yuxtapone humor corrosivo a la corrupción misma del poder: una paradójica coherencia que no excluye la incoherencia de lo real. Este gesto se riega saltando como una tribu de pulgas por todo el texto. La incoherencia es una acusación en la que incurren lo que Mazzoldi llama “las lecturas ansiosas por disipar la neblina del desarrollo temporal culpable de sinsentido inmediato”, lecturas que responden a “una manía de persecución semántica”. Lo que rige en el método digresivo de Mazzoldi y del autor antioqueño a quien dedica sus divagaciones es otra coherencia, la del flujo afectivo del sentido que gracias al sinsentido salta por encima de los segmentos usuales del lenguaje formal (frase, oración gramatical, desarrollo argumental); los aparentes cambios de tema en verdad arman redes, pero no redes organizaditas, nítidas internetcianas, sino emplegostes, embadurnes, de asociaciones y disociaciones, flujos e interrupciones que van depositando una como broma en palimpsesto, unas como napas de sentido, cual hace la música, que el lector absorbe de una u otra manera según sus inclinaciones de lectura en un momento dado. Estas napas de sentido, con toda su heterogeneidad y fragmentación y precisamente gracias a ellas revelan muchas cosas sobre los textos refrotados, es decir, citados. Nos damos cuenta, por ejemplo, de muchas cosas sobre Cortázar cuando Mazzoldi lo refrota con De Greiff, cómo, “en términos generales, el ideal de la educación de los sentidos, de cuño pequeñoburgués no juega un papel


secundario en el torturado hedonismo de Cortázar”. Lo torturado del hedonismo sesentoso de Cortázar se pone en relieve cuando se le aplica el refrote teleóntico, que expone ante la vista la “solidaria beatería teletécnica” del adorable autor de Rayuela. Este tipo de relieve significante, proposicional, no deja de plisar aquí y allá, a modo de puntadas de costura furtivas la prosa de Mazzoldi, pese a sus corrosivas brincadeiras bromistas y embromadas. En el capitulillo “Cochinchinerías democráticas”, la voz ensayística declara, sin ambages: Es así como “libertado su bulto o cuerpo (ni tan tarifo ni tan obeso) de lo superfluo —ora superficial o ya recóndito—” (ib. – énfasis del autor), el secretario de sí y de la Firma no vacila en dilucidar los principios de una poética indiscernible de las políticas del saboteo del consenso y evitación del socius. Y en esta misma declaración Mazzoldi no vacila en dilucidar sus principios leónticos indiscernibles de una política impolítica. Estas puntadas son las que mantienen el texto dentro del performance ensayístico, según el cual el autor asume la responsabilidad personal de sus palabras. Tampoco vacila Mazzoldi en endilgarles a los críticos académicos aplastantes refutaciones de las piedades interpretativas con que intentan custodiar “los términos de un Pacto Literario cuidadoso del bienestar común”, como hace, por ejemplo, en el capitulillo titulado “Trazas del acto académico en que se disertara del aura de mariscos de Afrodita”. Allí, como atacado de una risa y un regusto corrosivo el ensayista refuta el lugar común según el cual León de Greiff sería un autor cerebral e idealista, descorporización demostrada en su supuesto retrato de una figura femenina alelada en la abstracción romántica. Mazzoldi contradice esta clara equivocación de la crítica entregándose hasta la saturación a un extenso y divertido “vaginiloquio” en torno a las múltiples escenificaciones porno-­‐eróticas del “sexo tetrapétalo” en la poesía del poeta antioqueño que declaró, ufano: “Mis perfumes? – las sales y los yodos, / el aura de mariscos de Afrodita, el sexual tufo ecuóreo!” El idealismo, sea dicho, nada tiene que ver con esta escritura que pone el cuerpo a la manera de los autores refrotados con mayor fruición en Full Teleón, empezando por León de Greiff el objeto principal de las divagaciones, y siguiendo con Rabelais, Derrida, Emilio Gadda, Arguedas, Joyce, Lezama Lima y otros compañeros del vagabundaje literario-­‐filosófico. Estos son todos unos materialistas empedernidos cual el propio Mazzoldi. Para decir esto recurro al materialismo entendido como matriz del método-­‐éxodo digresivo, vagabundo, paradójico, interrumpido, corrosivo expresado por esta gavilla de autores. El materialismo de estos señores no es el que corresponde a la provincia de la física convencional. A la física lo que es de la física, diríamos, pero el reino de este materialismo no es el de la reducción de todo a una sustancia fundamental uniforme regida por una supuesta constitución natural y sus leyes. La materia de estos materialistas vagabundos no es la de la reducción al mínimo


denominador común sino la de las relaciones, las relaciones infinitas que no agotan el ser de ningún objeto sino que lo multiplican, relaciones en las cuales todo lo físico tiene una relación espiritual y viceversa y nada se abroga una cuota de mayor realidad o importancia sobre nada, todo comparece en la misma red estriada con olor a marisco. Es la red materialista que permite hacer de lo insignificante la clave de la significación y deconstruir la significación y entrelazar lo caótico con lo cósmico. Por eso todos estos autores comienzan sus trabajos in media res, en medio de la cosa, sin someterse a fundamentos ni principios metafísicos. Es a esa lectura divagante que invita Full Teleón. Así que relájese, tome el Full Teleón a Ciudad Leo o desde Ciudad Leo a algunos lugares más. Juan Duchesne Winter (20/11/2014 – Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá – Presentación del libro de Bruno Mazzoldi, Full Teleón. Sierpes de León de Greiff, Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2014)


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