El pájaro de fuego y otros relatos

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evadirse. Conocía a la perfección el sueño de escapar de aquella vida. El reloj de péndulo dio las cinco de la tarde. Acto seguido, la aldaba de la puerta golpeó su superficie de metal. Pum, pum, pum. Tres veces. Con el primer golpe, Hannah ya corría hacia la entrada. Se alisó el delantal y respiró hondo. ~~~ Se encontraba un tanto desorientada, y la confusión le hacía sentir más rabia aún. Ahí estaba su madre... guardando siempre las apariencias, sin toser demasiado fuerte, con la cabeza erguida y el maldito moño gris en la nuca; con la raya inamovible separando su cabello en dos partes. Su padre sonreía con sinceridad. Sus gafas doradas le recordaron de pronto a los instrumentos astronómicos del estudio. Las noches sin nubes… y de nuevo su madre, azotándola en el desván para que su marido no se enterara. La figura que eclipsaba la casa controlaba todos sus movimientos, solo los suyos. ¿Por qué? ¡¿Por qué?! No lo entendía. ~~~ Dominique apenas se atrevía a hablar. Estaba colorado de arriba a abajo y miraba a la hermosa Violante, que tenía las manos posadas sobre el regazo en un gesto de recato. Le sonrió una pizca al encontrarse con sus ojos, y se apartó un mechón de cabello que había salido de su peinado. Las señoras Marchant y Fauré comentaban nimiedades mientras tomaban té y exquisitas pastas alrededor de la mesa. El saloncito estaba iluminado por lámparas de gas labradas que cedían a los visillos un halo amarillento; los respectivos maridos fumaban en una esquina, inmersos en alguna conversación. Emeline Marchant observaba alternativamente a la joven pareja y a su madre. —Dominique, querido —sonrió madame Marchant—, ¿de qué hablas con la señorita Violante?

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