II concurso relato breve sobre violencia de genero

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II C O N C U R S O D E R E L A T O B R E V E S O B R E V IO L E N C IA D E G É N E R O D E P A R T A M E N T O D E S A L U D D E A L IC A N T E S A N T JO A N D ’A L A C A N T

25 de noviem bre 2017 Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer


Ilustración: José Juan Alcaraz Tortosa

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En el Departamento de Salud Alicante-Sant Joan d’Alacant seguimos convencidos de la importancia que la sensibilización y la educación tienen para poder abordar un problema de magnitud creciente que afecta a las mujeres y a sus hijas e hijos, como es la violencia de género. Es nuestra responsabilidad articular las medidas que fomenten la visibilización del maltrato, así como los protocolos y circuitos que garanticen la atención sanitaria a las víctimas y posibles víctimas, a través de herramientas proactivas, de custodia de datos y agilidad en los procesos sanitarios. En esta segunda edición del Concurso de Relato Breve Sobre Violencia de Género aglutinamos las vivencias y sentimientos de 29 personas dispuestas a colaborar en esta lucha. Sin duda, poner voz y emoción a la desigualdad que la violencia machista produce, ayudará a minimizarla. Mi agradecimiento a todos ellos, así como al resto de compañeros del Departamento, sin cuyo esfuerzo estas iniciativas no verían la luz. Beatriz Massa Domínguez Gerente Departamento de Salud de Alicante-Sant Joan d´Alacant

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Índice 1.

Soy tan pequeñita ……………………………………

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2.

No había sido un cuento …………………………….

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3.

La piel dañada ……………………………………….

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4.

Sopa de letras ………………………………………..

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5.

Cecilia tuvo un sueño el jueves que viene ………….

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6.

Me estoy mirando en el espejo ……………………… 21

7.

Entre suturas áureas ………………………………… 23

8.

Me amas con locura …………………………………. 27

9.

Cruzar el viento ……………………………………… 29

10. Me llamé Lucía ………………………………………. 33 11. Mi príncipe azul ……………………………………... 37 12. Me pregunta si la quiero …..………………………... 41 13. Estación de tránsito …………………………………. 43 14. No siempre ha sido así ………………………………. 45 15. In Memoriam ………………………………………… 49 16. Las bodas de oro …………………………………….. 51 17. Injusticia ……………………………………………... 55 18. Narración de un pañuelo ……………………………. 57 19. El profe ……………………………………………….

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20. Por fin libre …………………………………………..

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21. Hemoglobina …………………………………………. 69 22. Cualquier tiempo pasado no siempre es mejor ……

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23. Los pasos………………………………………………... 75 24. La madrastra…………………………………………... 77 25. Despertando……………………………………………. 81 26. Las sombras……………………………………………. 83 27. Pretérito pluscuamperfecto…………………….……… 85 28. Mediterráneo…………………………………………… 87 29. Sea quien sea, no calles el maltrato…………………… 89 30. Hielo…………………………………………………….. 91 31. Siempre hay una luz…………………………………… 93 32. Menú del día…………………………………………… 95 33. Sin darse cuenta……………………………………….. 99

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Dedicamos este libro a todas las mujeres asesinadas en nuestro país por la violencia machista y a todas aquellas víctimas de la violencia, para que algún día rompan su silencio. -Matilde Teresa, Estefanía, Antonia, Blanca, Julissa Denisse, Virginia, Cristina, Carmen, Laura, Ana Belén, Lucymay, Gloria Amparo, Dolores, Leydy Juliana, Natividad, Erika Juliana, Ana María, Yurena de las Nieves, Maria Victoria, Andrea Violeta, Rosa María, Raquel, María Rosario, Eliana, Valentina, Susana, Beatriz, Fadoua, Encarnación, Encarnación, María del Carmen, Irina, María Raquel, Ana Belén, Catalina, Sofía, Rosa María, Noelia, Ana Belén, Ingrid, María, María Pilar, Lilibet, Jessica… Mujeres asesinadas de Enero a Noviembre 2017 Aramis, Paula, Naiara, Lucia, Sara, Daniel, Malik… Feminicidios infantiles

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SOY TAN PEQUEÑITA

Te recibo dando saltitos y muy contenta. He estado todo el día esperando tu llegada. Te veo contenta y eso me gusta. Salto y corro a tu alrededor mientras tú descargas sobre la mesa de la cocina algunas bolsas de algo que has comprado. Me miras divertida y me hablas. Me dices: “mira, he comprado unas cosas deliciosas para hacer una cena especial”. Te sigo por toda la casa. Pasito que das, pasito que doy detrás de ti. Te duchas y te perfumas. Te pones cómoda y empiezas a cocinar. ¡Huele delicioso! Preparas la mesa con mucho cariño. Cada plato y cada cubierto en su sitio. La casa huele a paz y armonía. De repente oigo el “clas, clas” de la llave de la puerta de la entrada. Él ha llegado. Me pongo rígida y siento que tiemblo. Me voy a mi rinconcito preferido y me quedo allí, observando. Tú le recibes con un beso cariñoso y le preguntas qué tal el día. Él solo contesta con un seco “bien”. Le dices, emocionada: “¡Mira, he preparado una cena deliciosa!”. Él no contesta. Él, simplemente, abre la nevera, coge una cerveza, se sienta en la mesa que tú has preparado con tanto cariño y de un manotazo retira el plato y el cubierto y se pone a ver un partido de fútbol. Yo

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sigo en mi rinconcito, soy muy pequeñita, y paso desapercibida; bueno, a veces. Estoy expectante, la paz y la armonía han desaparecido, ahora huele a hostilidad y crueldad. Él se va a darse una ducha y tú te acercas a mi rinconcito, me acaricias y me susurras: “Tranquila pequeña, todo va a estar bien”. Empiezas a terminar de colocar las copas y a recolocar lo que él ha desmontado de un manotazo. De repente, un grito viene desde la habitación: “¡Maldita sea! ¿Dónde está mi camiseta preferida? ¿No la has lavado? ¡Eres una inútil!”. Tu mano empieza a temblar mientras colocas la copa en la mesa y me miras, tu mirada es tan terriblemente triste y asustada. Él llega a la cocina. Se sienta en la mesa y empieza a comer y dice con desprecio que qué es esa porquería. Tú le dices amablemente que es el mismo plato que él comió en ese restaurante tan bueno al que fueron. Él se ríe y te dice que en aquel lugar cocina un buen cocinero, pero tú no sabes ni freír un huevo y que eso está asqueroso. Tira el plato al suelo, tirando todo aquello que has hecho con tanto amor y cariño. El monstruo ha vuelto y yo soy tan

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pequeñita que no puedo defenderte, lo siento, me he hecho pipí, no puedo parar de temblar, otra vez, otra vez. Ahora ha visto mi pipí, solo recuerdo ver su mano encima de mí. No recuerdo nada más, solo despertar en el veterinario y ver tu hermosa cara desfigurada mirándome con cariño, susurrándome que ahora ya no podrá volver a hacernos daño. Hoy hemos vuelto a casa. Mi mamá dice que he estado mucho tiempo ingresada en el Hospital Veterinario, pero que me he recuperado muy bien y que ahora solo necesito mucho cariño. Cuando entro en casa empiezo a temblar otra vez, pero de pronto me doy cuenta de una cosa: no están sus cosas, no huele a él por ningún rincón y su camiseta preferida está hecha trapitos para limpiar el polvo. La casa huele a armonía, paz y bienestar y mi mamá ya no tiene la cara desfigurada como otras veces. Está radiante y relajada. Yo solo soy una perrita muy pequeñita, pero te quiero mucho, mamá humana, y has sido muy valiente por acabar con este tormento de vida que ambas llevábamos. Tal vez si el monstruo no me hubiese hecho daño a mí, tú habrías aguantado más, esto me demuestra lo mucho que

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me quieres, pero no quiero que me quieras tanto a mí, quiero que te quieras más a ti.

Mercedes González Lara. Alicante.

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NO HABÍA SIDO UN CUENTO

Me dormía cada noche escuchando los cuentos que me narraba mi mamá. Ese día, le había pedido que el cuento fuera de monstruos. Su voz dulce y cariñosa me adormecía. Cerré los ojos para sentir la narración con mayor viveza. Hasta tal punto me concentré que conseguí sentirlo como si fuera verdadero. Entonces, sentí que alguien más había entrado

en

mi

habitación.

Era

el

monstruo,

que

permanecía agazapado en la penumbra. Era tan alto como mi papá. Pensé que por fin había conseguido lo que tanto anhelaba, que un cuento de mi mamá se hiciese realidad. El monstruo se dirigió a mi mamá, a la que empezó a gritar diciendo cosas que no entendí bien pero que eran algo así como “no vales nada”; “me voy a divorciar” y “me voy a llevar al niño”. No tenía mucho sentido pero supuse que formaba parte de la puesta en escena. Empecé a disfrutar. Mis deseos se estaban cumpliendo. Comencé a gritar entusiasmado y loco de contento ¡el monstruo está con nosotros! ¡Se lo contaré a mis amigos mañana en el colegio! ¡Todos querrán escuchar tus cuentos, mamá! ¡Parecen de verdad!

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Miré la cara de mi mamá. Ella también seguía el juego. Por su cara de intenso miedo parecía que algo la estuviera asustando terriblemente. Hice lo mismo, aunque me sentía muy feliz. Nos habíamos convertido en personajes del cuento. Después de unos momentos, me pareció que mi mamá no disfrutaba con el monstruo igual que yo. No lo podía creer. Ese cuento era fantástico y tan real que parecía que el monstruo nos iba a atacar de un momento a otro. Sólo tendría que gritar y mi papá vendría a salvarnos. Crucé la mirada con mi mamá y vi su expresión de terror. Mi mamá estaba actuando para que yo disfrutase más. De repente, la cara del monstruo quedó iluminada por la tenue luz de la lamparilla. Vi la cara de mi papá. Lo entendí enseguida. Mi papá jugaba con nosotros. Era otro de los personajes. De repente, mi mamá se quedó rígida, con su mirada clavada en mi papá. Sus ojos, enormemente abiertos, desprendían un inmenso terror. El monstruo la golpeaba. Algo en mi interior se rompió en mil pedazos. Salí corriendo a un rincón de mi cuarto. Entre sollozos, me di cuenta de que no había sido un cuento.

Alicia Orts Miralles. Alicante.

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LA PIEL DAÑADA

Últimamente salgo a hacer las compras dos veces por semana y, si puedo evitarlo, sólo una para lo más necesario, quizá por la pereza de no andar retocándome siempre. Me avergüenzo cada vez más y me veo obligada a observar

la

imagen

que

vomita

mi

espejo

e

ir

reconstruyéndola sin mucha suerte y gran esfuerzo por librarme de las miradas de extrañeza, lástima y quién sabe cuántos más sentimientos provoca, sin mencionar los más crueles, los que infringen en mí la sensación de culpabilidad. Pero no. No es eso lo que más temo, sino al propio espejo, ese que me observa con unos ojos que no reconozco y que corresponden a una mujer miserable, en exceso maquillada, derrotada y ajena. Por las esquinas asoman las palabras de mis seres queridos suplicándome abandonar el dolor y ofreciendo sus dulces cuidados y protección. Aquellos a los que hace tanto él me prohibió frecuentar y que me increpan por consentir, por no dar un solo paso, una sola llamada. Pero él me necesita tanto… Y ahí, en ese punto, en la compasión que siento si le abandono, amenaza mi horizonte,

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previsible, cercano,


sombrío e impenetrable; casi puedo tocarlo. El pánico ata mis piernas y los pasos que camino son muy pesados. Y otra vez tengo que pintar una cara sobre la mía, disfrazarme de persona casi normal. Hoy es más difícil; heridas nuevas sobre cicatrices viejas van buscándose hueco para cubrir los rincones de la piel sana. “¡Basta ya!”, dice mi reflejo. Me observa y ahora consigo verme. Reconozco esa mirada escondida entre yodo y colorete, infinitamente triste. Ayer, leyendo poesía, mi única amiga, mi bálsamo nocturno, descubrí el por qué y el cómo, gracias al susurro del

poeta que clavaba sus palabras en mis atentos y

temerosos oídos: “¡Miedo de la mujer a la violencia del hombre y miedo del hombre a la mujer sin miedo!”. Y mi alma, al fin, comprendió. El horizonte recobró su correspondiente lugar, allá, en el infinito, pleno de luces y sombras, como debe ser. Y hoy, por fin, con mis piernas más ligeras y un destino más lejano, conseguiré salir sin maquillaje.

Marina Megías Durán. Alicante.

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SOPA DE LETRAS

“De sol, espiga y deseo”, amaneció el día. Abril siempre es un mes agradecido en el sur. El tiempo parecía querer colaborar con el bautizo de su primer nieto. Un vestuario de primavera, sin mangas y corto, era lo que pedía el cielo, que se abría de par en par. Visi se hubiera puesto ese desmangado que compró con su hija para la ocasión, pero Peña, el Sr. Peña, como lo llamaban y respetaban todos, ya le avisó al verlo: que era muy corto y nada de los hombros al aire. Por otra parte, en el antebrazo, a Visi, aún le quedaban dos tachas de color violáceo que costaría disimular con el maquillaje. Bastante tendría con ocultar con las medias y el largo de la falda los cardenales del jueves. Nunca los lapos iban en lugar visible, siempre donde la tela los pudiera ocultar. Ese vestido estaba ya en la maleta, que con sumo cuidado y aprovechando un descuido, había ocultado en el coche de su hija. “El sol” dio paso a “la espiga” que, junto al agua traída del Jordán, culminó la ceremonia, dando paso a un ágape muy íntimo y con mucha clase. Como correspondía al nieto de un catedrático, que aún entrado en años, mantenía una elocuencia que atraía a todo aquel que lo

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trataba.

La

familia

y

algunos

amigos

íntimos,

colaboradores de Peña, conformaban el grupo de invitados. Llegaron los postres y, con ello, “el deseo”. Visi se levantó de la mesa, con la cucharilla golpeando sobre la copa, llamó la atención de todos. Con un valor, con un coraje descomunal, les hizo saber a los allí reunidos que El Sr. Peña y ella habían decido darse un tiempo tras treinta años de matrimonio. Peña, que desconocía la noticia, puso cara de circunstancia. Nunca daría un espectáculo en público. Una mirada amenazadora para Visi y una sonrisa de circunstancia al tendido. El resto, murmullo e incredulidad. De la mano salieron madre e hija cómplices, amantes. Un estudio al borde del mar, que Visi costearía con su pensión, era el refugio escogido. Sobre la mesa unos librillos de sopa de letras, que dejó el antiguo inquilino, a los que se fue haciendo asidua día tras día después del paseo matutino en la orilla del mar. Eran días sin gritos, sin golpes, con la paz que daba buscar una palabra escondida tras un fango de letras inútiles.

José Juan Alcaraz Tortosa. Alicante.

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CECILIA TUVO UN SUEÑO EL JUEVES QUE VIENE

En la misma puerta había aparcamiento de sobra, dos maniobras y el coche quedó aparcado. Abrió el maletero y sacó un ramo de tulipanes, los favoritos de su madre. El bolso al hombro y se dirigió hacia la entrada que, como siempre, estaba abierta de par en par. Sonriente estaba Joaquín, el conserje, que con un guiño la saludó cómplice.

- Buenas tardes, mami, este nuevo conserje debe de ser muy simpático, aunque lo de la limpieza no lo debe de llevar muy bien. Hay que ver cómo tiene el zaguán. ¡Da pena verlo!

No paraba de hablar y hablar y, a la vez que colocaba las flores, pasaba la bayeta, ordenaba cacharros… Un torbellino de actividad y elocuencia. Se paró frente a su madre y recordó:

- ¡Mami!, el jueves tuve un sueño: estábamos las dos en casa tomando un té. Tú, como siempre, nerviosa mirando el reloj. Iban a dar las ocho y era la hora que regresaría del bar el monstruo. Sí, mamá, el monstruo, ¡no me corrijas! No sé a qué santo tantas disculpas. Bueno, como

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te digo, allí las dos. Yo intentando distraerte para que no pensaras. En ese momento entró por la puerta el bicho. A ti, la cara se te puso tensa e hizo más visible la hinchazón de tu amoratado ojo que te había dejado la cena del día anterior. Él, sin recordar nada, bebido como todos los días, preguntó por su cena y, al ver que la mesa no estaba puesta, quitándose el cinturón, se fue contra ti. Que bendita casualidad tropezó con mi zapato, ¿o fue mi tobillo que yo alargué? ¡Qué más da! Lo cierto es que se dio de cabeza contra la esquina de la mesita y allí se quedó para siempre. Vuelta a dejar el jarrón en su posición original.

- Tu cara era un poema, estabas entre el pavor y la libertad. La mía dibujaba la sonrisa de La Mona Lisa. En el hombro sintió una mano a la vez que le decía: - Señorita Cecilia, vaya despidiéndose, es la hora de cerrar - era Joaquín, el conserje del cementerio. - ¡Qué pena que ese sueño fuera el jueves que viene!- se despidió Cecilia. Recogiendo su bolso, lanzó un beso al aire y se colocó los auriculares de su móvil en el que sonaba la canción de Serrat, Pueblo Blanco.

José Juan Alcaraz Tortosa. Alicante.

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ME ESTOY MIRANDO EN EL ESPEJO

Me estoy mirando en el espejo… Desde el propio mundo, no hay buena perspectiva del mundo. Y yo no tengo buena perspectiva de mi propia vida, nadie la tiene. Pues la mente vive encerrada en una caja de huesos, y el corazón en una jaula. Con cada despertar, la misma luz. Cada mañana abro la misma ventana en mi ordenador. (El mismo maldito vídeo de Youtube). El mismo tutorial para corregir mis imperfecciones. Los primeros días me aplico a conciencia el corrector de color verde, el color verde tapa las rojeces. Más adelante voy aplicando los tonos anaranjados, pues disimulan la paleta de los azules en mi piel. Al final basta con unos toquecitos de rosa en las zonas manchadas de amarillo verdoso. No me imagino yendo a trabajar sin mi maquillaje, sin mis pinturas no soy nadie. Se ven todos mis defectos. Tengo una nariz feísima, los ojos hundidos y los dientes torcidos. Además he engordado. Sí, yo creo que he engordado. Me da vergüenza comer en público. ¡Mañana me pondré a dieta! Pero hoy, mi feísima nariz está rota, me he golpeado con una puerta. Se me va a quedar torcida. Y no hay suficiente maquillaje en mi neceser para tapar este estropicio. Me imagino yendo a trabajar con la nariz ensangrentada, con un vendaje, con gafas de sol, ¡pero sonriendo! Me río de

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todos mis defectos. Tenía una nariz bellísima, los ojos despiertos y los dientes muy blancos. Además soy muy fuerte. Sí, creo que he ganado. Me enorgullece hablarlo en público. ¡Mañana empezaré a nadar! He tirado el corrector rosa, pues no tengo ninguna mancha amarilla en la cara. Los tonos anaranjados, ya no recuerdo para qué se utilizan. No quiero volver a ver esa pequeña barra de color verde. Cada despertar, una nueva luz. Cada mañana abro la misma ventana a la calle y ya no tengo miedo. Miradme, soy perfecta. Desde el propio mundo, podemos cambiar de perspectiva. Él no tiene buena perspectiva de su propia vida, nadie la tiene. Me he decidido a denunciarlo. Mi corazón está encerrado, lo ha decidido un juez. Pero mi mente es libre desde ahora. Me estoy mirando en el espejo… ya no llevo maquillaje, solo un lazo color violeta en la solapa.

Gema Li Zaldívar García. Ibiza.

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ENTRE SUTURAS ÁUREAS

Mil veces había muerto y resucitado deseando hacer desaparecer sus cenizas, pero el amor de sus hijos le hacía originar con ellas la más bella flor, cerciorándose de que tarde o temprano se marchitaría de nuevo. Empezó aprendiendo a soslayar y ocultar las balas que emanaban de la boca del que fue su príncipe, ese que dejó de ser azul por la leve, pero persistente fuerza del roce de las lágrimas que brotaban silenciosamente. No dio tiempo a pasar varias primaveras convertidas en inviernos, para quebrar a base de portazos las paredes de lo que dejó de llamarse hogar, mientras su corazón se fisuraba como si de un río y sus afluentes se tratase, haciéndose cada vez más débil hasta desembocar al mar. Sus huesos no jugaban mejor suerte, a la vez que su piel marcaba la cronología de su vida con escala de morados, como si del más triste y oculto mapa se tratase. Lucía amaba su trabajo, era enfermera de la planta de pacientes que esperaban en paz su último viaje. La escasa alegría que le quedaba y se inventaba, la esparcía donde cruzaba tímidas y cada vez más frecuentes miradas con el ser que, a última hora de cada madrugada,

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decidía quién emprendía el último viaje entre llantos de familiares. Un día Lucía no fue a trabajar. -

Lucía, esta noche no deberías estar aquí, – dijo una voz penetrante en la sala de urgencias -. Cada noche observas cómo me llevo las almas que tú cuidas, mientras yo compruebo tus crecientes ganas por acompañarles en secreto. ¡El maldito silencio te trajo aquí!

-

Tú das paz a quien no la puede tener y tranquilidad a las vidas atormentadas, eres mi solución –dijo abriendo su corazón por primera vez.

-

Querida Lucía -dijo con voz compasiva entre las alarmas

de

bombas

de

perfusión

que

le

alimentaban- mientras unos desechan cosas rotas, otros practican el arte japonés del Kintsugi, reparando grietas con pasta de oro, haciéndolas bellas y fuertes. En un viaje, Hemingway me dijo “El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas”. Mañana despertarás con un nuevo comienzo, y sabrás buscar a quien repare tu alma con hilos de oro.

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Unas veces me llevo vidas y otras muchas, les doy sentido. Así empezó la mejor historia con bellas suturas de hilos áureos de amor.

Alexandra Vañes Baños. El Campello.

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ME AMAS CON LOCURA -

¿Me quieres?

-

Más que a mi vida.

-

Y tú, ¿cuánto me quieres?

-

No sé.

-

Sé que me amas con locura. Me lo demuestras día a día: miras continuamente mi teléfono móvil por si no he leído algún mensaje o tengo alguna llamada perdida que yo no haya visto. Eliges mi ropa para ser la mujer más bella de todas y no parecer una promiscua como cuando me pongo esa falda corta que tanto odias. No dejas que me maquille porque taparía esas ojeras que brillan en mi cara y podría atraer las miradas de otros hombres haciéndome sentir incómoda. No quieres que salga a tomar algo con mis amigas porque quieres disfrutarme siempre, bastante tiempo nos separamos cuando sales tú con los tuyos. No te gusta que estudie o trabaje, te gusta que aprecie mi

soledad

porque

que

gozas

manteniéndome aunque no tenga caprichos. Me quieres tanto que entiendo que te moleste que mire el ordenador por si descubro alguna sorpresa

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que me estas preparando. Me amas, lo sé, por eso cuando me cita el profesor de nuestra hija para hablar de su evolución académica te pones tan celoso, lo noto, pero tu corazón te delata cuando

después

de

insultarme

y

pegarme

siempre te disculpas entre lloros. Tu furia reluce cuando no soy la mujer que te mereces. Te pido perdón, vivo por y para ti. Entiendo hasta tu agresividad, a veces estoy tan centrada en mí que no soy capaz ni de escucharte, te agradezco tu firmeza conmigo. Eres un cielo. Por eso no podría vivir sin ti. No merezco un hombre tan maravilloso como tú. Cambiaré en todo lo que me pidas, como hasta ahora.

Prometo

que

siempre

serás

más

importante que mis padres, mis hermanos, los pocos amigos que me quedan, incluso mi hija. Pero dime, ¿A que me quieres? -

¡No!

Patricia González Torres. Alicante.

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CRUZAR EL VIENTO

Misión inconclusa. Cansada de escuchar en los medios de comunicación cada vez que asesinan a una mujer el eterno soniquete “no denunció”, como si eso fuese un escudo protector y tuviese la culpa de dejarse matar. No, no y mil veces no, no pueden hacerlo, si antes no tiene apoyo que le ayude a escapar con sus hijos y ponerse a salvo, a muchos kilómetros de distancia. Entonces puede denunciar, siempre y cuando se oculte su nuevo domicilio, pero en las circunstancias emocionales en que se hallan tanto madre e hijos no tienen fuerzas suficientes para ver con lucidez, el miedo les coarta, atenaza y les domina la desesperación. Algunos creen que son tontas, pues se casan con un hombre de esas características, nuevamente se parte de una premisa equivocada, ellos no son así cuando forman la familia. Los avatares del camino generan diferentes modos de madurar, unas veces se va en paralelo y da gusto ver crecer la familia, otras uno crece y otro se queda atrás, o simplemente divergen. Luego está el trabajo, sí, sí, el puesto de trabajo cuando es el hombre quien supera en sueldo y conocimientos

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todo está dentro del orden establecido. Cuando el estatus es de la mujer, al principio lo sobrellevan, porque asciende el nivel de vida. Tarde o temprano su ego se ve infravalorado y lo que no hace fuera, lo vuelca en casa, primero con cosas nimias que se pasan por alto, como ve que no le afecta sube el listón. Así sigilosamente, hasta que un día se da cuenta de que su casa es su prisión y la de sus hijos. Una manipulación psíquica estrepitosa, luego hay golpes a los muebles, puertas y las personas, puro terror. Son los culpables de que todo les vaya mal y no se hagan las cosas como ellos dicen, por eso después de los golpes dicen: “¿ves lo que me has hecho hacer?”. Si a ello se añade que beben unos dentro de casa y otros fuera o en ambos lugares, la cuestión es que beben a destajo a pesar de llevar una medicación que lo contraindique, se forma un polvorín a punto de estallar. Solo quiere despertar un día y ver que todo ha sido una terrible pesadilla; sin embargo, es una cruda realidad. Las familias no saben cómo reaccionar y muchas de las personas que las atienden tampoco, por mucho interés que pongan.

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Solo alguien que haya pasado por situaciones similares alcanza a comprender el nivel de sufrimiento que genera y el daño ocasionado permanece durante muchísimo tiempo, varios años en la mujer y no digamos en los niños. También hay hombres que son maltratados pero no alzan la voz, porque no los creen y porque la sociedad les ridiculiza si lo hicieran. Así que ellos también sufren en silencio el maltrato psicológico hasta que alguien les escucha y les anima a dar el paso. Sin embargo se oye decir: es que son menos y no les matan. ¿Y qué sabemos si les asesinan o no? Los métodos suelen ser diferentes si lo hacen mujeres, pero ahora con parejas del mismo sexo estos problemas se hacen más visibles. Se sale de toda esta vorágine de miedo y terror cuando, liberados del pánico, se solicita ayuda profesional. Son personas renovadas con fuerza para emprender nuevos caminos.

Ventisca. Alicante

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ME LLAMÉ LUCÍA Me llamé Lucía, una chica de familia humilde, mis padres se dedicaban a la venta ambulante recorriendo los barrios y pueblos cercanos de la ciudad. Éramos felices, yo tenía diecisiete años, estudiante de bachillerato, y ayudaba a mis padres en el puesto los fines de semana. Hoy mi familia está triste. Ese día conocí a ese chico, aceptando a desgana salir ese viernes por la insistencia de mis amigas. Cenamos en la pizzería de “al lado de casa”, después fuimos a esa discoteca de moda de “los pijos”, no nos gustaba ese tipo de ambiente, pero la verdad es que nos reíamos bastante solo viendo pasar las “pintas” de esos niños y niñas con sus peinados enlacados. Después de un buen rato de risas, se acercaron unos chicos botellas en mano, realmente eran muy guapos, pero

también

iban

muy

borrachos.

Mis

amigas

comenzaron a coquetear con ellos, yo me mantuve un poco al margen pero sin dejar de sonreír. Un poco más apartado estaba ese chico, rubio, con ojos azules y con

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pelo largo, era alto y vestía y olía muy bien, me miró fijamente y se acercó a mí. Era muy educado y se notaba que era de buena familia, sus ademanes, respeto y manera de hablar hacían que sintiese algo distinto a lo “habitual” con otros chicos. Estuvimos largo tiempo contando chistes, hablando y hablando al mismo tiempo que se fueron vaciando las botellas. Juntos, apartados del resto, cada vez que me miraba, penetraba en mi mente como si leyera lo que pensaba, me sentía como atontada y un enorme cosquilleo recorría mi estómago. Me dio un beso, sin pensar, de repente, un impulso mágico choco en mis labios, creí desvanecer, ¿qué me pasaba?, no podía ser, no podía enamorarme en tan poco tiempo y con un desconocido. Mi mente se nubló, me dejé llevar y comenzamos a tocarnos. Sin saber cómo, estaba sola con él lejos del grupo, yacía tumbada en el duro suelo, y él encima de mí, su peso me aprisionaba y no podía respirar, su rostro reflejado por la luz de la luna cambió completamente en un rictus que me causó pavor.

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Miré hacia arriba y lágrimas sutiles salieron de mis ojos que, resbalando por mis mejillas, fueron cayendo mojando el suelo testigo de mi fin. Todo mi futuro terminó allí. Adiós Papás. Firmado: Manuel Pérez Martínez. Valencia

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MI PRÍNCIPE AZUL

¡Me enamoré! Tengo catorce años. Por primera vez asisto a una disco. Me aburro. Mi amiga ya tiene pareja y me dejó sola. Te miro. Eres bastante mayor. Me miras. Te miro nuevamente. Me sonríes. Me sonrojo. Te sonrío. Te acercas. Me hablas. Me cautivas. Me intimidas. Me abrazas. Me acaricias. Te acaricio, no quiero parecer inexperta. Me invitas a pasear en tu auto. Me emociona. Pasas a buscar alcohol. Me llevas en brazos a una habitación. Me das de beber. Me enloqueces con el alcohol y tus caricias. Creo que eres mi príncipe azul, el amor de mi vida. Me dispongo a hacer lo que tú quieras. Quiero agradarte. Tus caricias me excitan. Siento deseos de tenerte. Siento que dudas. Bebes otro poco. Me das de beber. Introduces tu miembro en mi vagina y acabas de inmediato. Siento deseos de continuar, pero tú ya no.

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Te molestas. No me importa que no haya resultado. Te lo digo. Tu rostro se descompone. Vuelves a beber. Te pregunto si me amas. Yo siento que te amo. Te pregunto si te volveré a ver. Te digo que no importa que no haya resultado. Tu rostro está desfigurándose. Solo quiero saber si me amas como yo te amo a ti y si te volveré a ver. No entiendo por qué te enojas tanto. Me tratas de ofrecida, de prostituta, de maraca. ¡Me haces sentir muy mal! Comienzo a llorar. Levantas la mano para golpearme. Te arrepientes a última hora. Tomas las llaves y la botella de alcohol. Das un portazo. Te vas. ¿Te vas? ¿Me dejarás sola? ¡No sé dónde estoy! ¡No sé cómo irme! ¡No tengo dinero! ¡Estoy a kilómetros de mi hogar! Me descontrolo llorando. Te amo. De verdad, te amo, no importa que no haya funcionado. Pero, ¿por qué cambiaste tanto? ¿Qué sucede?

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Siento unos pasos sigilosos que se aproximan y se me eriza la piel. ¡Oh! Es un hombre con cara de loco. ¿Qué voy a hacer ahora?

Nancy Emilse Riquelme Nova. Región de La Araucanía, Chile.

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ME PREGUNTA SI LA QUIERO

Estoy en la disco, aburrido. Me mira una cabra chica. La miro. Quizás pase algo. Tal vez supere mi problema con una inexperta. No es mala idea. La vuelvo a mirar. Se sonroja. Le hablaré. Le abrazaré y veré lo que pase. Se deja querer. La invitaré a pasear. Se deja llevar. Está dispuesta a todo. No parece muy inexperta. Le gusta la velocidad. Pasaré a buscar un trago. Así tal vez me resulte. La tomo en brazos y se siente feliz. Bebo y la invito a beber. Creo que le gusta todo esto. La acaricio, me deja tocar sus partes íntimas. ¡Vaya! No me pone límites. La noto húmeda. Tal vez sea el momento. ¿Y si no me resulta? Ya lo he intentado otras veces. Esto me pone muy mal. Creo que es el momento. Lo intentaré. ¡De nuevo eyaculé antes de empezar! Ella me dice que no importa. Me da mucha rabia su pose comprensiva.

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Me pregunta si la amo. ¿Cómo se le ocurre? ¡Pendeja! ¡Apenas la conozco! Mi única preocupación es poder controlar mi eyaculación. Me pregunta si la volveré a ver. ¡Qué vergüenza! ¿Volverla a ver? Siento ganas de golpearla. Me contengo. Se me podría pasar la mano otra vez con tanta rabia. Decido salir. Llevo la botella para sentirme más seguro. ¡La dejé botada en el departamento del depravado Carrasco! ¡Ah! Pero estaba drogado. ¿Qué le puede pasar? ¡No tengo idea, ni me importa!

Nancy Emilse Riquelme Nova. Región de La Araucanía, Chile.

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ESTACIÓN DE TRÁNSITO

Sola en el vagón, alejada del sonido siniestro de sus pasos, inmersa en un atardecer de olivos plateados. Cabecea, se deja llevar por la cadencia del tren, los párpados le pesan. Se abandona al sueño. Apenas ha dormido los últimos días, temerosa de la decisión tomada. Ha sido un tiempo muy difícil de soportar: perdida la voz, incapaz de articular palabra, caminando como sonámbula, sintiéndose ajena a cuanto le rodeaba, dudando de su propia existencia, cubriéndose con las sábanas en un intento por permanecer invisible. Inútil esfuerzo porque él siempre la encontraba. Atrás quedan los días de espera, los perdones, las disculpas y el miedo. Lo ha visto transformarse en un ser de rostros múltiples: un mutante carnívoro, un servidor complaciente, un desconocido farisaico, un mentiroso compulsivo y un controlador incansable. Cuánto tiempo perdido, atrapada en la red del deber y de la culpa. “No podrás, no podrás”, se repetía como un mantra cada vez que sentía el impulso de romper las cadenas. La fuerza de la costumbre, instalada como un muro de piedra, defendía el campo de batalla en el que se dirimía su supervivencia. Un error tras otro, una concesión tras otra.

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Los demás, ignorantes de su calvario, ciegos ante su tristeza, contribuían a aumentar su aislamiento. No había sangre, no la veían. No era roja. Miraban hacia otro lado, ignorando el dolor que hería sus entrañas y vaciaba de sentido su vida. Las humillaciones formaban parte del catálogo de la buena esposa y la resistencia no era bien vista. Era impensable que la reducción de su espacio vital y de su autoestima fuera trágica. Se normalizaba así la violencia. En su duermevela el vagón se llena de rostros familiares: los cómplices del tormento y aquellos que desde la solidaridad le han ayudado a dar el paso. Tienen nombre, unos en la oscuridad y la falsedad, otros en la luz fraternal y solidaria. El recuerdo nítido del desamor y la violencia sufrida la golpea. Respira profundamente, ahuyentando los demonios. El tren se detiene, en la estación la esperan. Empieza un nuevo camino sin cadenas.

Rosa Pastor Carballo. Valencia.

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NO SIEMPRE HA SIDO ASÍ

Viéndola ya nerviosa, la doctora inició la consulta. —¿Cómo has estado estos últimos meses? —le preguntó intentando ser lo más empática posible. —Te veo inquieta. — casi le susurró para sí mientras ojeaba sus notas a través de sus gafas de lectura. —¿Qué quiere que le diga? — No le salía tutearla —. No pensaba que las cosas fuesen de esa manera a pesar de lo que se ve a diario en los medios. —¿A qué te refieres? — Intentó tutearla para demostrar más empatía, aunque quedó muy paternalista provocando que ella mantuviese el tratamiento de usted. —Verá, en mi nuevo trabajo, me siento claramente infravalorada. Después de presentar un informe perfecto, sólo obtuve comentarios sobre el largo de mi falda y la altura de mis tacones. —Sus manos comenzaban a agitarse inquietas mientras intentaba aparentar calma—. Además, habiendo hecho más horas que nadie, sólo mis colegas varones las cobraron. —suspiró profundamente y siguió—: encima, tuve que aguantar comentarios groseros sobre mis tetas y mi culo, sobre si estaba con la regla, si es que yo podría tener de eso. — sus ojos empezaban a humedecerse.

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—Bueno, tú ya sabías que tus cambios iban a ser el centro de atención de muchos hombres, ¿no era eso lo que querías? — contestó secamente la doctora. Su nerviosismo, ya casi angustia, se hacía patente en el incesante estrujamiento de sus manos sobre el regazo. Fue a hablar, con palabras ahogadas como un gemido. Finalmente lo consiguió. —Tengo mucho miedo. — las lágrimas ya fluían libremente—: no es sólo en el trabajo, cuando salgo a la calle, me siento vulnerable y acechada, incluso por mujeres. Hay quien aparentemente me respeta, pero sus miradas transmiten claramente el mensaje de poder, de sentirse con derecho natural a que sea sumisa con sus demandas, que por sus miradas se adivinan como sexuales. La doctora se sentía incómoda por el hecho de no poder ponerse su lugar por más que lo intentase. Inspiró profundamente, e intentó armar en su cabeza un argumento convincente para tranquilizarla —Las mujeres de tu condición no han tenido el entrenamiento que la mayoría hemos adquirido a lo largo de nuestra vida y que nos ha llevado a controlar el miedo al daño físico y psíquico, además de a la soledad. Vivimos con ello siempre. Tú lo haces desde sólo hace tres meses

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que cambiaste legalmente de sexo, y empezaste a vivir pĂşblicamente como una mujer.

Banu Barisich, Alicante.

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IN MEMORIAM

“Me entregaron el informe de tu muerte. Lloré. Nunca en todos los años que tengo, pensé que podía existir un ser tan infame y con la mente retorcida de un criminal serial. Cuando lo conociste, recuerdo haberte dicho que era una persona de doble personalidad, que esa dualidad, se manifestaba en las ocasiones que la bebida excedía su razón, que ese ser bien plantado y de bellas palabras, se transformaba en un descontrolado violento, pero nunca, nunca, en lo que llegó a ser y hacerte. Tuve que ir a la morgue. Miré en silencio tu cuerpo lacerado, tu hermoso rostro deformado por los golpes y por primera vez, en mi carrera de médico forense, no pude tocar un cuerpo. Mientras en silencio te miraba, pensaba en lo rara que es esta vida, a veces parece tan corta y otras tan larga, que uno piensa, que la mayoría de las veces es injusta. La tuya fue corta, demasiado corta. Recuerdo tu noviazgo, tus sonrisas, tus palabras llenas de felicidad, los planes de la casita llena de pibes, y yo, aunque nunca te diste cuenta, sufría, no solo por mí, también por vos. Hoy ya es una historia más en los boletines de la policía y el repique de los medios, solo por unos días, ya aparecerá otro loco que considera a las mujeres, simples muñecas para la

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diversión o sparring de boxeo, lo más lamentable es que nada podemos hacer, la mayor parte son lobos con la piel de cordero. Te perdí y con vos se ha ido una buena parte de mi vida. Lamento no haber sido más hombre para arrancarte de los brazos de ese asesino, huir, lejos, bien lejos, poder amarte y con mi amor, hacer posible tus sueños, pero la vida, ese segundo pequeñísimo que nos da Dios, no alcanza para cubrir todos nuestros sueños. Ahora voy a la iglesia, hace muchos años que no pido perdón por nada, hoy sí lo haré, le pediré a Dios que perdone mi cobardía. Te amo y te amaré siempre y en la eternidad rogaré tu perdón”. Encontré esta carta entre los papeles de mi hermano, luego de su fallecimiento, en Asunción del Paraguay, tierra de nuestros ancestros, adonde se retiró luego de la muerte de Marga. En su lápida, en guaraní dice: “Ha è òikuaa va´ekue pe tape”, “Sabía el camino”, toda una definición del final de su vida.

Lejos. República Argentina.

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LAS BODAS DE ORO

-

¡Vivan los novios!- exclamaron los invitados al unísono mientras alzaban las copas rebosantes de cava. Habían acudido a la cita los hermanos y los cuñados de Ramiro y de Encarna, los amigos acumulados a lo largo de una vida, dos o tres compañeros de la fábrica… Celebrar unas bodas de oro no es frecuente. Los invitados se conocían ya entre sí, por lo que el ánimo era festivo. Solo faltaba Marta, su hija, una ausencia que los más maliciosos comentaban a escondidas: “¡Habrase visto!”

“Ni

en

una

ocasión

así”.

“¡Qué

desagradecidos son los hijos!”… Encarna oía los cuchicheos y miraba de soslayo a su marido. - ¡Dios por favor, que no los oiga! Tengamos la fiesta en paz. Mientras,

Ramiro

hablaba

con

vecinos

y

familiares, al parecer ajeno a las murmuraciones. Se

mostraba

divertido,

educado,

seductor…

Encarna, relegada a un segundo plano, asentía las gracias de su esposo mientras vigilaba de

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reojo que no le sirvieran más cava de la cuenta anticipando con un escalofrío las consecuencias. De vez en cuando, miraba hacia la puerta del local, esperanzada. Tal vez Marta... Cuando sacaron

el

pastel

ya

dio

por

perdida

la

oportunidad de volver a verla. Entonces se derrumbó. Afloraron dos lagrimones a sus ojos. Uno se quedó atrapado a la altura del pómulo, aguando el exceso de maquillaje que, a pesar de los esfuerzos, no había conseguido disimular del todo la sombra oscura de un golpe. El otro se deslizó por su mejilla, a cámara lenta. Cuando la gota llegó a sus labios, su marido, reparó en ella. Encarna dio un respingo. Ramiro la observaba con ojos de lobo y una expresión de ira incontenida. Se giró tan solo unos segundos para dar la espalda a los invitados y que nadie se percatara de su cambio de humor, reflejado a su pesar en el rictus de su rostro. Puso su dedo índice sobre la boca tensa de Encarna y le susurró al oído: -

Sssshhhtttt…

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Instantes después mudó la expresión de su rostro, listo para leer el discurso de amor que había preparado.

PETER DINKLAGE. Barcelona.

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INJUSTICIA

-

Pero… ¿Le ha pegado?- interviene el juez Romero interrumpiendo a su abogada.

A Susana la pregunta le causa un escalofrío, aunque sea obvia en un juicio por malos tratos. Lo que la inquieta no es la pregunta, es ese “pero” que la antecede. ¿No es suficiente todo lo que ha relatado? ¿No cuenta el asedio con decenas de correos recibidos a diario?, ¿ni las llamadas con insultos que ha traído grabadas?, ¿tampoco las amenazas, los sabotajes, la vigilancia a la que la somete día y noche…?

Susana responde que “No. Pegarme no, sólo…”. El juez no la deja acabar:

-

Entonces, si no le ha pegado…

PETER DINKLAGE. Barcelona.

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NARRACIÓN DE UN PAÑUELO

... Casi el medio día. En la Sala de Espera. Aquello no era un manicomio, era un Centro de Salud Privado. Famosos e internacionales conocidos iban a reconstruirse aquellas miserias que un día les dejó el destino de fluir en sus vidas, buscando el camino fácil de la inspiración. O como nos dice Paulo Coelho: "Cuando Dios nos quiere volver locos, nos lo da todo". Eso fue lo que pasó. Tenía todo y no controlaba nada. Necesitaba una restauración. Sí, como aquél. Más viejo pero más necesitado por edad. Él se iba dejando, quizá un precoz hijo, una mujer maltratada, según la sociedad. Y una gran fortuna. Posiblemente. Ella. Joven y una belleza mantenida. Le debería tantos favores a ese mayor, que él a esa mujer en la cama. Estaba satisfecha. Tenía la lujuria de un diamante y el coche esperando del otro. Pienso que se lo buscó. Hizo trampas a la vida y se enmaraño en su propia tela. Su viuda negra se lo comió antes de morir. Que muerte tan dura. Morir sin morir en vida.

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- Que locura sin ti; pensaba el viejo. - Que tortura sin fin, aludiendo a la espera, Traicionada por su subconsciente después de una vida muerta entre la entrepierna y la motivación de buscar entre estereotipos o socialmente ejemplares que le llenen esos orificios o la mente de agasajos y palabrerías que luego soñaría en la cama de mortaja sus victorias y consecuencias de cumplir sus sueños y al mismo tiempo con su deber. Dejando a este hombre de avanzada edad en aquel psiquiátrico que le impusieron su turno en la vida. Manoseando un pañuelo que limpiaba alguna lágrima como sudor de su frente o manos digno de un adiós pronosticado. Lo vi. Yo estaba ante unos ahorros que consiguió mi familia para curarme entre otras cosas el mal de amores, tanto individual, propio de la edad o social en época de crisis fraternal. Disfrazado por el dinero o el fútbol. Yo terminé en ocho días. Aquello fue un "hotelito" con alguna comparación. Ofreciéndote en la consulta un cigarro. Para intimar. Más bien parecía tu última voluntad porque mi dinero se acababa o el humo que hace hablar a los presos.

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El caso que quedé agradecido porque mi estancia tenía límite y mientras la joven psicóloga me consultaba, como quien no quería la cosa, no dejaba de oír las indicaciones de los veteranos que pasaban para justificar que mi problema tenía un remedio relativo. Bien recurriendo al psiquiatra de donde procedí, previo informe opcional de medicación o la estancia de rematar aquella patología previo pago. Para el viejo; quedó, acompañada por la joven. Ni un beso de despedida. Solo él. Dejó el pañuelo que nadie lucharía por heredar a pesar que ese trozo de tela bordado propio de su edad; de una madre que le lleno de tesoros, forma de vida que no supo aprender por la rebeldía que nunca podía justificar y luchó hasta el momento de perder su propio Juicio Final. Así quedó una vida sellada y una conciencia tranquila de una experta belleza.

Juánfer. San Vicente del Raspeig.

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`EL PROFE'

...Era guapo, joven y resultón. Aquel profesor de Lengua; nunca mejor dicho; explicaba y convencía muy bien. Un buen día, decidí conocerlo: Coincidí. —

¿Qué tal? Era el almuerzo en aquella cantina,

donde los bocadillos los servían envueltos en una servilleta que tenías que conservar si querías limpiarte las comisuras al final del bocata. Acompañado de una cerveza; que como siempre se agotaban y estaban recién puestas en la cámara frigorífica. —

¡Hola! No sé cómo te puedes comer eso. Yo me lo

preparo una noche antes. El pan casero no está mal de un día para otro y la tortilla mejor. Cuando toca. —

Vi mi oportunidad. ¿No tienes quién te lo haga?

No, me gusta hacerme mis propias comidas. Me

da más independencia. —

Mi madre era tortillera de joven. Mi padre siempre

tuvo un par de huevos dispuestos. Yo soy el resultado. —

Él preguntó: ¿Y el Amor?

¿Existe? Preguntó ella. "...Puedo prometer y

prometo que...". Vaya, nos ha salido un presidente para gobierno. Ese era un caballero. Apostó por su país. Para

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que la demagogia y el extremismo nos haga pensar en el fútbol y en el sexo. En cuanto al fútbol; ahora vale la pena. —

¿Y el sexo? Preguntó él.

Recuerda, soy tu alumna.

Eres mayor de edad y muy desarrollada. No creo

que te pervierta. —

Esta tarde a la salida de clase, tenemos mi grupo

de Rock un local para ensayar y algo parecido a un catre ¿vale? Ok. Estaré con mi coche en el descampado al camino: Sí señores. Ahí empezó una historia entre un profesor y su alumna. Ella siempre supo lo que quería. Lo amaba y respetaba. Dejó hasta sus estudios cuando terminó la carrera para dedicarse a él y la familia. Era compañera, amiga, secretaria... Era perfecta para él. Nuestro profesor. Fue haciéndose mayor. Lo suficiente para jubilarse. Le hicieron una despedida en su honor. Se rieron, se divirtieron en aquel lugar especial que pagas por el humor o el sexo compartido. Le ofrecieron al profe, la mejor rosa del jardín. No era la primera vez. Pero esta vez era distinta. Había que demostrar. Tenía miedo, temblaba...

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Su mujer llevaba muy bien su problema. Ese día no fue un problema. Fue un triunfador ante curiosos, cotillas y alumnos que pagaban el morbo de la evidencia. Siguió bebiendo. No sé qué pastilla se tomó. En su 'luz' pensaba que no era él. Algo se lo decía. Le acompañó una alumna a su casa como tantas veces. Se lo comía todo. Lo usó y lo dejó cerca de su casa. Solo tenía palabras para decir: "No quiero que mi mujer me vea contigo". Entró a la habitación. Su mujer comprendió su situación, no hasta tal punto y lo dejó dormir. El 'profe' se mantenía callado todo el día. Ya no tenía trabajos o rutinas. Tenía todo el tiempo para él y para los suyos. Su mujer estaba acostumbrada a su intimidad. Pues recuerden era profesor de lengua. Pero quedó mudo en ambas situaciones. Ella no comprendía su silencio matrimonial. Ella supo desvirgar su cuerpo, pero él, no le dejó el pudor de su alma. Y eso es el contrato del AMOR en vida y de un Dios; cuando hay esperanza de una Paz Eternal, fruto de una vida llena de valores y cosechas para dar un sentido al Ser y al Estar.

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¿QUE

SOMOS

ANTE

LA

ETERNIDAD?:

LA

INFINITÉSIMA DE UN SEGUNDO. ¿QUE SOMOS ANTE EL ESPACIO?: UNA MOTA INFINITA. Creo que esta historia es el reflejo de nuestra humanidad, tan llena de alegrías como de tentaciones. Q U E A U N Q U E N O C R E A S E N U N D IO S ; H A S T A E N L A M U E R T E H A Y U N A Ú L T IM A M IR A D A .

Juánfer. San Vicente del Raspeig.

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POR FIN LIBRE

Clara había huido de su casa, sí. Había conseguido salir cuando él descuidó cerrar con llave, como hacía siempre que salía de casa y la dejaba sola. Había cargado una pequeña maleta con lo mínimo. Sin móvil, su teléfono se había quedado en el pasillo, destrozado. La penumbra en la calle le impedía ver con claridad. La madrugada había cernido sus alas grises sobre la ciudad y permanecía ajena a su desaliento. El corazón era un timbal desbocado. Hacía tiempo que no salía de casa con libertad y ya se sabe que hasta las fieras enjauladas se acostumbran con mansedumbre a su situación, pierden su entereza y lamen la mano de su cautivador. ¿A dónde iré? no puedo ir a casa de mi madre, ni a la de Irene… He perdido a todos en quienes puedo confiar tranquilamente, sin que él se presente dando gritos, o haciendo gala de la falsa simpatía que esconde al torturador. De momento, he de salir de aquí. ¿Taxi? No, no puedo gastar tanto dinero. Autobús, metro sí, pero adónde. Cambiar de vida, cambiar de ciudad. Yo era peluquera, aún sabría hacerlo. ¿Cómo se llamaban aquellos tintes? En cualquier caso, sé hacer tareas de casa y hasta sería capaz de trabajar en una oficina. Si hubiera acabado aquel módulo… Era joven y

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quería vivir la vida por mi cuenta. Me encontré con él. Me enamoré perdidamente de él. Era amable conmigo al principio y con mi familia. Me encantaba su posesión sobre mí, sus celos, su dominio sobre cualquiera de mis actos, me hacían sentir importante. No me dejaba hablar por teléfono con mis amigas, ni con mi madre, ni con las compañeras del instituto. Los profesores eran su tortura y mi castigo. Prohibido hacer preguntas, prohibidas las excursiones y salidas. Todo mi mundo de colores se fue al traste de golpe cuando me puso por primera vez la mano encima, y no precisamente para acariciarme. La herida se curó. Seguramente me lo merecía… Seguramente nunca estuve a su altura. ¿Por qué, por qué lo he hecho, por qué me he ido? Seguro que todo volverá a ser como en los buenos tiempos… Clara estaba sumida en sus pensamientos. La luz de un lánguido farol la iluminó tenuemente. Estaba a punto de dar la vuelta hacia su casa, convencida de su error. De repente lo vio, girando la esquina del lavadero de coches. Él se tambaleaba intentando mantener el equilibrio. Volvió a la realidad, consciente de sus errores. Su instinto la mandó agazaparse. ¿Me habrá visto? Creo que sí, viene hacia aquí, y en el estado en el que está, ya sé lo que me espera. No, por favor. Se lanzó corriendo

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cruzando la oscura calle entre los coches aparcados y consiguió alejarse, arrastrando a malas penas la pequeña maleta. Me persigue… Zas, zas, zas, uno, dos kilómetros corriendo, ¿cien? Volvió la cabeza, dispuesta a rendirse, exhausta, no puedo más, gimió. Pero no estaba. Por fin lo había perdido de vista. Amanecía ya en la ciudad. La mezcla urbana de olores a sofrito, a churrería, a orines, y al azahar del limonero de un jardín, llenaron sus pulmones, complacida.

Andarivel. Benidorm.

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HEMOGLOBINA

Conoce ese olor, el color del sonido clavándose tras la puerta, estallando recuerdos; el sabor de las heridas que emergen con cada palabra… Han pasado muchas “Felices Navidades”, numerosos “felices cumpleaños” donde el papel de Marta era ser la protagonista de un carnaval, quizás de una sátira, ojalá de un corral de comedia. Creía que era actriz en un sueño, el cuento que siempre le habían leído, pero esa tarde un espejo le mostró la realidad… la sangre que Freud guardaba en su subconsciente y que sólo brotaba a escondidas, cuando se hundía en su almohada e intentaba ahogar su vida en una bocanada de aire o quizás en un suspiro… Ese día Marta pronunció por primera vez a su yo interior: “no te quiere”. No la quería; era tan sólo el instrumento en que suplir sus carencias, en el que volcar que era un cobarde, que nunca luchó por lo que deseó, y nunca dejaría que ella fuese feliz. Haciéndole sentir así, él volaba en un universo superior, efímero, sustentado sobre los anillos de una pareja. Ese día Marta buscó entre sus escombros y vio los restos de la Acrópolis que algún día fue, y escribió: “pero yo sí

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me quiero”. Tenía alas con las que abatir el miedo, pies robustos que le permitieron ir labrando un nuevo camino, meciendo la tierra, dejando semillas que a medida que se alejaba dejaban florecer nuevos mundos. Y en esos mundos

habitados

por

cisnes,

consiguió

volver

a

deslumbrar sonrisas, vestir de alegría, y ser quien siempre fue. En esos años cada semana que pasaba Marta iba perdiendo hemoglobina… la de las suturas de la tristeza que se dibujaba en golpes, y la de las laceraciones del alma que se acumulaban en su interior cual lava. Marta estaba hecha de fuego y fuerza, de plumas y flores, de sangre que nunca fue dulce ni azul. Era una princesa de sombra larga y cabeza lánguida. Hasta ese día, en el cual emergió el fénix, huyendo de la oscuridad hacia la luz de la hoguera donde se cocina una vida nueva, con el ingrediente más importante: “Ella”.

Azul. Sant Joan d’Alacant.

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CUALQUIER TIEMPO PASADO NO SIEMPRE ES MEJOR

Siempre con la mosca detrás de la oreja. ¿El ascensor acaba de parar en el rellano? Empiezo a contar; uno, dos, tres…, ladeo mi cabeza y escucho atentamente. No, no se abre la puerta. Inés llora, encamino mis pasos hacia su habitación y al entrar la veo de pie, con sus diminutas manos cogidas a la barandilla de la cuna y con sus azules ojos anclados en los míos suplicando que la “aúpe”. Lo imaginaba, el chupete por entre los maderos se ha deslizado bajo la cuna. Me arrodillo para recogerlo y mi mano empieza a temblar, mi corazón se acelera, y por más que cierro y abro los ojos la imagen no cambia; un par de zapatos desgastados frente a mí. Zapatos negros que han dejado en mi ropa tantas huellas negras como hematomas en mi cuerpo. Huellas negras que hace tiempo apagaron lo que en un principio fue amor. Huellas negras que cayeron como jarro de agua fría y devastaron la pasión. Huellas que me marcan cualquier día, a cualquier hora, en cualquier lugar, simplemente porque sí.

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Los zapatos no se mantienen firmes, un leve balanceo hace presagiar que mi ropa, un día más, quedará manchada de betún. No me da tiempo a incorporarme. Sus manos en mi cuello lo hacen por mí. Aprendí a concentrarme en recuerdos hermosos. Mis padres, intento visualizar su rostro, recordar sus caricias, sus besos… El dolor es tan inmenso que no puedo recordar. El puñetazo en la cara me devuelve a la realidad y la patada en el esternón me deja sin aliento. Mis ojos buscan los de Inés. Por si hoy fuese el día. Me despierta el llanto de mi hija. Con el cuerpo dolorido, la cabeza a punto de estallar apenas me puedo mover. Levanto el brazo izquierdo y… ¡DIOS MÍO! Mi mano está ensangrentada. Como puedo busco la herida en mi cuerpo, pero Inés llora y yo agudizo el oído para cerciorarme de que estamos solas. Trato de incorporarme, apenas puedo ver con claridad, el hinchazón de los ojos me lo impide. Lo haré por ella. Lo haré por ella y por mí. Me cojo a los pies de la cama para intentar incorporarme y ¡HORROR! Sobre mis piernas el cuerpo inerte de Mario, con sus ojos mirando al vacío y su cuello abierto en canal, junto a él mi cúter rojo de doble hoja.

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Abrazo a mi hija. Respiro profundamente y llamo a la central de emergencias. Mientras me siento a esperar la tranquilidad que me regalarรก el paso del tiempo, llego a la conclusiรณn de que: Cualquier tiempo pasado NO siempre es mejor.

Abril86. Relleu.

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LOS PASOS

Ya estaba ahí… y venía borracho. Lo sabía por esos pasos lentos y pesados, con esa maldita cadencia particular al subir los peldaños de la escalera, distinta de cuando venía sobrio y se comportaba como un ser civilizado. Había aprendido a presentirlo igual que los animales presienten la presencia del predador. Para ella el oído era el sentido premonitorio de lo que iba a suceder, y, a diferencia del conejo o la gacela, ella no tenía ninguna oportunidad para escapar de la bestia. En pocos segundos llegará al rellano y entonces Marta oirá el tintineo de las llaves, intentando torpemente abrir la puerta de casa. Ese sonido metálico que sonaba como campanillas, campanillas del infierno. Después de algún que otro intento fallido, la puerta se abrirá y los pasos cansinos y aplomados de la bestia se oirán claramente en toda la casa. Bum… bum… bum… Ya estaba dentro. Ahora, como siempre que llegaba del bar, pedirá la cena, comenzará a quejarse de lo mal que van las cosas, de lo poco que le gusta su trabajo, de los malos compañeros que tiene y de lo cabronazo que es su jefe. Y lo completará con lo peseteros y malos que son los jugadores de su equipo o lo sinvergüenzas que son los

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políticos. Luego, bastará cualquier minucia para buscar la discusión… y entonces empezaran las voces, los insultos, las amenazas… y Marta sentirá esa cara, desfigurada por la ira, gritándole a escasos centímetros, y su aliento, apestando a alcohol, circulando por las fosas nasales. Ya está pasando, la está agitando mientras le aprieta con fuerza de los brazos. La empuja y cae al suelo. Ella cierra los ojos y se pone en posición fetal. Sabe que ahora vienen las patadas… Marta se despierta sobresaltada. Está sudando. La psicóloga dijo que las pesadillas podían reaparecer. Hacía mucho que no venían y, de alguna manera, ella sabía que esa vez había sido la última. Lo mismo que supo, hace ya mucho tiempo, que aquella noche iba a ser la última, que todo ese suplicio había llegado a su fin. Lleva tres meses en su nueva casa, arropada por las personas que la quieren y está empezando a abrirse de nuevo al amor. Sí, definitivamente todo terminó. Lo sabe. Lo sabe en lo más profundo de su ser, lo sabe desde que aquel juzgado dictaminó que había sido en legítima defensa.

Jacinto Blanco. Busot.

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LA MADRASTRA

En un tiempo en el que no sabía si estudiar o trabajar, en un estado sabático, sin apetencia y dudando de su futuro, vivía Javier. Se sacó la ESO difícilmente, el bachiller de ciencias abandonado y todo porque murió su madre de un accidente y, al poco, su padre, de un infarto. Contaba para su amparo con la ayuda de su madrastra y no se tenían simpatía. Lo que le hubiera gustado es que sus abuelos se ocuparan de él; por desgracia, desde la muerte de su padre se encontraban en una residencia. Palos gordos le dio la vida. La muerte de sus padres le impidió seguir estudiando, y de su madrastra solo quería el dinero. Un día discutió fuerte con la madrastra, la zarandeó del pelo y le propinó una cuchillada en la muñeca. Sangró. Casi muerta de miedo, se lavó y se tapó con una venda y fue corriendo a hablar con el vecino con ánimo de buscar ayuda. Había herido a su madrastra y estaba al límite de su agresividad.

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Lloró y se arrepintió. Su madrastra en todo el día no apareció. Al día siguiente tocan al timbre. ‒ ¿Quién es? ‒ ¡Policía! Aparece su madrastra con dos policías y Javier, incrédulo ante lo acontecido, opta por quedarse parado. La madrastra, casi llorando, se dirige a Javier. ‒No sabía que tuviéramos que acabar así, hijo. Hazles caso. Dicho lo cual le esposan y se lo llevan a comisaría, a calabozos, a la espera de juicio. Le juzgan y dictaminan una orden de alejamiento, eso sí, con vigilancia. Tras el juicio, su abuela Luisa aparece en los juzgados. ‒Hola, jovencito. Te has portado mal y estarás una temporada sin ver a tu madrastra, pero mientras tanto vas a vivir conmigo. Cuando acaba el alejamiento, su madrastra va a visitarlo a casa de Luisa, aunque no volverían a convivir. Al ver a Javier, su madrastra se echó a llorar.

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‒Tú has sido como un hijo para mí ‒llora‒ Yo he hecho todo cuanto estuvo en mi mano para cuidarte… Te traté lo mejor que pude. Se abrazan y besan. ‒Sé que no fui un hijastro querido. ‒llora también‒ Me porté muy mal e hice cosas de las que ahora me arrepiento. Se consuelan en un conmovedor abrazo. Javier vivirá con su abuela hasta que consiga un trabajo.

Samuel Miralles Santonja. Alicante.

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DESPERTANDO

El mismo infierno que ella vivía la tenia desterrada de su intimidad. No lograba conectar y tampoco gestionar sus emociones, estaba despojada de autoestima y rota de dolor. Aprendió a caminar a través de bosques sombríos y escabrosos, se habituó a surcar mares de lágrimas y naufragó en una isla de absoluta soledad. Su círculo de amigos se desvaneció y sus sueños, motivaciones y aficiones permanecieron en el olvido. El tiempo y el abandono hicieron estragos en su belleza y en su encanto personal. Sin conciencia alguna de su feminidad y maternidad fue perdiendo lentamente y en silencio el rumbo de su vida. Entre una amplia gama de emociones ella comenzó a identificar algunas; pensamientos y sensaciones que fueron trascendentales para marcar un antes y un después en su historia. La madre de todas: el miedo, miedo absoluto, miedo que te paraliza, te congela y te convierte en nada. Un miedo que nunca cesaba, pánico al abandono, al rechazo, a no ser amada. En definitiva, miedo

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Ella intimó con la tristeza. La sentía con angustia, con gran aflicción y con dolor intenso y punzante. Tristeza por esa soledad que no le dejaba avanzar y por esa manera de actuar donde ella no importaba, solo él. Un día, una vez más, encontró el horror en su casa, pero esta vez fue diferente, lo vio a través de unos ojos verdes, lo sintió vivo en esos ojos inocentes, observó el terror personificado y clavado en la retina de ese pequeño. Un sentimiento de culpa le abofeteó y le invadió el pánico. Fue un instante impactante. Los ojos verdes de su hijo fueron su despertar. La ira llegó reflejada en un espejo, la expulsó desde las entrañas. Ella lo miró fijamente y, honestamente consigo misma, se gritó: ¡Basta ya! ¡No más! ¡Yo me pertenezco! Ella se fue de viaje a ser feliz y en una sola mirada verde esmeralda colmada de luz encontró toda la alegría que necesitaba.

ELOPOWER. Alicante.

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LAS SOMBRAS

Son las tres de la mañana y no puedo pegar ojo, llevo toda la noche en vela como es de costumbre estos últimos años…

Me preguntaba cómo ahora que por fin vivía alejada de aquel ser tan inhumano, cruel y dañino, su sombra seguía persiguiéndome. Tanto si estaba en casa, como si salía a la calle… Hiciese lo que hiciese, siempre estaban ahí, dañinas y temerosas, esas interminables sombras.

Cuando menos lo esperaba, se cumplió lo temido. A la vuelta de la esquina de mi nueva casa tras cuatro largas mudanzas, estaba él, apoyado en el coche con su cigarrillo en boca, su aspecto desaliñado tras el divorcio y su chulesca posición tan peculiar.

Nada más verlo comenzaron a temblarme las piernas y poco tardé en ser un manojo de nervios. Parecía que el corazón se me salía del pecho… Me costaba caminar, hasta respirar, pero me armé de valor y pasé. Pasé por delante de mi sombra.

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Ya he perdido la cuenta de las veces que me he transformado para que no me reconozca… Ahora, soy pelirroja. Solo pedía a Dios que no me viera.

Y así fue… Pasé cerca de mi temible sombra sin ser vista. Y pude huir una vez más. Pero, ¿hasta cuándo?

Violeta. Elda.

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PRETÉRITO PLUSCUAMPERFECTO

- Mira, Ana, el pretérito pluscuamperfecto es un tiempo compuesto que viene del latín y que significa más que perfecto. Pensemos en alguna frase para que te acuerdes en el examen, por ejemplo: “Ella había sido feliz”. Aunque caminaba rápido, llegaba con el tiempo justo para el examen, pero aquello no me impidió repasar las conjugaciones, que había estado estudiado con mi madre. Ella había sido feliz. Parecía tan extraño que esas palabras fluyeran de la boca de mi madre. Otras eran más propias de su vida y conjugaban con crudeza la realidad que le esperaba cada día. Apenas podía apartar de mi memoria cómo la noche anterior, ella había contenido su lamento y su voz, ante el temor de despertarme, había soportado los zarandeos y empujones con la misma sumisión, con la que se enfrentaba cada día, a los deseos de su verdugo, había logrado esquivar aquel golpe que le hubiera llevado por los suelos, allí, donde había estado demasiadas veces y junto a algo que cada vez más era difícil de levantar: su dignidad.

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Había silenciado tanto para lograr que lo que le rodeara fuera pluscuamperfecto, que su cuerpo empezaba a ajarse y difícilmente alcanzaba a reconocerse. Como cada mañana, después de que la furia le dejara rastro, me abrazaba, y casi podía escuchar cómo, sin palabras, sus manos venían a decirme que era lo más preciado que tenía. Vuelvo a casa. Si no fuera porque la calle está llena de gente, diría que es un día como otro cualquiera. Me llama la atención que mi vecina habla con personal uniformado, mientras toman atentamente notas en un bloc. No alcanzo a ver qué está pasando, pero junto a mi portal hay una ambulancia que trata, por todos los medios, de dar vida a algo inerte. Alguien se acerca y de manera atropellada, comienza a darme explicaciones de una escena que me obliga a permanecer inmóvil. Solo basta que mi mirada se fije en aquella mano que sobresale de la sábana para saber, que aquello marcaría el destino de mi vida. Y ahora que mi presente se tiñe de orfandad y desolación, dime mamá, cómo tengo que conjugar este futuro colmado de incertidumbre, dolor e injusticia.

Amalia López Heras. San Vicente del Raspeig.

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MEDITERRÁNEO

Cada mañana al despertarme y abrir la ventana veo siempre ese maravilloso mar Mediterráneo, tan amado por todas y todos los que hemos tenido la suerte de nacer cerca y al hacerlo no puedo dejar de pensar en mi amiga Eulalia. Eulalia fue una mujer más de las tantas maltratadas que, desgraciadamente y a pesar de estar en pleno siglo XXI, todavía existen en nuestro país. Fue una persona valiente que al denunciar a su pareja fue enviada, junto a su hijo, a un piso tutelado por una asociación de su ciudad, en una pequeña isla del Mediterráneo, lejos de su agresor y desde donde cada día podía contemplar el paisaje que le ofrecía el mar, ese mar que cada día le daba fuerzas para poder seguir adelante. Esta nueva etapa de su vida le permitía ir olvidando poco a poco los malos recuerdos que aquella época, ya pasada, le habían dejado en la mente y en el corazón,

pero a pesar de ello no podía evitar en

determinados momentos sentirse sola, sin amigos, sin familia… Pero en esa situación de soledad conoció a un hombre que,

día a día le iba proporcionando esa

compañía de pareja que iba necesitando, a la vez que le

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podía proporcionar a su hijo esa figura paterna de la que carecía. Las cosas comenzaban a irle bien y ella, no solo disfrutaba del cariño de su hijo, sino que también se iba sintiendo arropada por ese hombre que empezaba a formar parte de su vida, a la vez que aquel Mediterráneo la iba inundando de paz y se iba llevando mar adentro los malos momentos vividos en los últimos años. Pero un buen día el mar no solo se llevó todos sus problemas, se la llevó a ella también. Encontraron su cadáver en la orilla, acariciado por las olas, pero con signos de violencia y hoy desgraciadamente tenemos otra víctima más y también un huérfano más. Por eso necesito seguir asomándome a la ventana y seguir recordando esta historia que a mí también me dejó con una amiga menos. Creo que entre todos hemos de acabar con esta lacra de violencia que, al fin y al cabo, nos deja “huérfanos” a todos, pero para seguir adelante, necesito pensar que al menos se la llevó ese maravilloso Mediterráneo que forma parte de nuestras vidas y en el caso de Eulalia formó parte de ella hasta el final.

Penélope de Itaca. Onil.

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SEA QUIEN SEA, NO CALLES EL MALTRATO

A Toñín, de seis años, le faltaban manos para poder taparse a la vez los ojos y los oídos. Alternaba las manos, mas cambiarlas deprisa no le evitaba ver aquellas escenas tan crueles y oír palabras dolorosas. Un día de las frecuentes agresiones, Toñín no pudo soportar aquello y comenzó a gemir en alto. Se aguantó por miedo, pero, a pesar de que apretó los dientes y cerró los ojos con tanta fuerza que se le formaron patas de gallo, al final explotó. ̶ Calla, blandengue, que seguro que de mayor serás un sensiblón. De esas personas de mantequilla que no valen ¨pa¨ ¨na¨. Al final, voy a tener que llevarte a un psicólogo ¨pa¨ que te arregle esa cabecita llena de basura. Tan pronto como el padre salió de casa dando un portazo que hizo retumbar los cristales, Tonín se acercó a su madre que permanecía inmóvil en el suelo, con la mirada avergonzada y puesta en el chaval. ̶ No te preocupes por mí, ángel mío. Estoy bien. Sé que tu padre nos quiere mucho a los dos, pero… Dame la mano. A pesar de escuchar las palabras de su madre, el chaval pensó que aquello no podía seguir así. La agresividad de su padre ya resultaba insoportable.

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¿Qué puedo hacer?, se repitió el chaval. Las escenas de las que era testigo no las podía despegar de sus ojos, no las podía apartar de su cabeza ni estando en la escuela, ni con sus abuelos, ni jugando, ni siquiera cuando se acostaba. Es más, le costaba quedarse dormido. Y si llegaba a dormirse, a menudo se despertaba entre sollozos con horribles pesadillas. Odiaba a su padre, pero, ¿cómo podía negarle el beso que le pedía antes de irse a la cama? ¿Cómo? Esa negación seguro que iba a despertarle la agresividad y esta terminar en su madre. Un día, cerca del colegio, en un panel publicitario, leyó: Sea quien sea, no calles el maltrato. Si lo callas estás ayudando a que se repita. De pronto, pensó con cierta alegría: Le diré a mamá que me enseñe a grabar en su móvil para hacerle un video a Chispita cuando juguetea con el surtidor de agua de regar las plantas del jardín. El chaval aprendió el manejo del teléfono y, de la siguiente agresión, presentó valientemente pruebas a la policía.

POLIFEMO

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HIELO

Suenan los Panchos: “Lo dudo, lo dudo, lo dudo. Que halles un amor más puro como el que tienes en mí…” “¿Qué me ha pasado? Suena la canción con la que me conquistaste…”. -

Papá, ¿qué le pasa a mamá? Está tumbada en el suelo y no se mueve.

-

Está dormida, tiene calor y el suelo está fresquito.

No siempre fue así. Al principio era maravilloso, me hacía sentir como una reina. Después empezó con que no le gustaba que llevara falda, luego mi larga melena, no me lo imponía abiertamente pero me lo sugería, que si le gustaban las chicas con pelo corto, con pantalones, sin maquillar… y, como quería gustarle, lo hacía. Pensé que era porque me quería. Tras casarnos la cosa no fue bien. Perdió su trabajo y, aunque yo asumía con todos los gastos, le molestaba que trabajara. Yo rezaba por que encontrara algo. Su mal genio fue a peor, todo lo pagaba conmigo. Yo pensaba que era pasajero. Que sus empujones y bofetadas eran fruto de su frustración. Y le perdonaba, le animaba, le decía que mañana encontraría algo...

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Al tiempo empezó a trabajar, incluso ganaba más que yo, la tranquilidad había vuelto a la casa. Empezó a hacer vida social, saliendo de copas o jugando al paddel. Pero llegó el día en que me dio un puñetazo en el odio, otro me saltó los dientes… y el último me rompió el brazo. Tardé en darme cuenta que él había cambiado. Ahora era peor. Se vanagloriaba de su éxito, de ganar más, y siempre que podía, delante de todos, me humillaba. Le encantaba ridiculizarme ante ellos. Yo sentía miedo y vergüenza y por eso callaba, inventaba excusas…, sobre todo por mi hijo. No quería que sufriera. Finalmente, mientras él esperaba en la pista de paddel, cogí una bola de hielo del tamaño de una pelota de tenis, que yo había preparado, y se la lancé desde mi ventana directa a la cabeza. Cayó, el agua se derritió. La gente acudió sin saber si le había dado un golpe de calor o un infarto. No había huellas, era el crimen perfecto. -

¿Qué le pasa a papá, mamá?

-

Está durmiendo al fresco – puse los Panchos: “Es la historia de un amor como no hay otro igual, que me hizo comprender… todo el bien… todo el mal”.

NAYAMEN. Alicante.

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SIEMPRE HAY UNA LUZ

Cuando todo se había tornado oscuro, cuando parecía que la puerta al amor nunca la abriría de nuevo, porque la vez que lo hice sólo encontré dentro dolor… Cuando las noches se hacían eternas deseando ver los primeros rayos de luz tras las cortinas y saber con ellos, que había conseguido “amanecer”, un día más… Cuando ya no quedaban lágrimas, y si las había, ya sólo calaban por dentro y no tenían ni fuerzas para fluir… Apareció él. Me mira, me cuida, me mima, me besa y me acaricia. Me acompaña y me apoya en cada uno de mis pasos… me escucha, me abraza. Me AMA. Y no grita, no, pero sí alza la voz para recordarme lo orgulloso que está de mí, lo valiente que soy, lo que me admira… y ha conseguido así que vuelva a creer en mí misma, o lo que es mejor, ha hecho que recuerde que nunca he dejado de creer, de soñar, de quererme… que únicamente lo había olvidado, lo había guardado dentro, ahogado en el silencio en el que tenía que estar cada uno de mis días. Ha hecho que sienta de nuevo que hay millones de motivos por los que seguir adelante.

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Me ha abierto los ojos. Esos ojos que tanto y tan fuerte me habían tapado hasta ese momento, impidiendo así que pudiera ver algo más allá del oscuro día a día en el que vivía. Y que mire, y que sienta cada nueva mañana como un nuevo proyecto, un nuevo sueño, una nueva ilusión. Porque el mundo es precioso, porque vivirlo es un regalo que nadie DEBE arrebatarte. Porque AMAR es mágico. Porque todas tenemos el DERECHO de disfrutar de esa magia. Hoy mi relato no es para ti, pero sí es gracias a ti. Hoy mis letras son para ellas. Para que sepan que siempre hay una luz que iluminará la oscuridad en la que ellos pretendían tenernos toda nuestra vida. Devuelves a mis dedos las ganas de escribir, a mi ALMA, las ganas de VIVIR, y eso, y todo, te lo agradeceré siempre.

ALIVE. Sant Joan d’Alacant.

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MENÚ DEL DÍA

Abrí los ojos y no sabía dónde estaba. Jamás había sentido algo parecido. La oscuridad y el silencio eran abrumadores. Debía de ser de madrugada. A pesar de mi absoluta desorientación intenté levantarme de lo que parecía el suelo de mi cocina, pero apenas pude moverme unos centímetros. Me dolía todo: las piernas, la espalda, los brazos, la cabeza, y sobre todo, el alma.

-¿Cómo había podido llegar a esto?-.

Cuando me casé con Manuel nunca pensé que pudiera hacer daño ni a una mosca. Era encantador. Su cambio fue paulatino. Empezó a volverse muy maniático: −

Siempre se despertaba a las 6 de la mañana, aunque fuera fin de semana.

Se duchaba con el gel de siempre, mismo champú, mismo perfume.

Desayunaba lo mismo todos los días.

La comida tenía que ser a las 14 horas. No podíamos ir a restaurantes. Comida casera, nada de precocinados y nada de lentejas ni legumbres en general, ni futas ni verduras.

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Manteles y servilletas de tela.

Y otras miles de normas que tuve que adoptar.

Un par de primaveras después, brotaron las malas contestaciones, las amenazas, los insultos bañados en alcohol y los celos sin motivo. Me prohibió quedar con mis amigas porque “eran malas influencias”, incluso me obligó a dejar mi trabajo.

Al otoño siguiente, los ocres, amarillos y las hojas caídas, trajeron consigo las bofetadas, empujones, hematomas y hemorragias, sollozos ahogados, maquillaje, supuestos accidentes caseros, mentiras a vecinos y familiares, los “perdona no volverá a ocurrir”, los falsos arrepentimientos, los regalos envenenados...

- Hasta la paliza de hoy-.

Pude ver la hora: las 4 de la madrugada. Tenía apenas dos horas para huir. Estaba convencida. Esta vez lo haría. Tardé más de lo esperado en levantar mi magullado cuerpo

del

suelo

pero

finalmente

lo

conseguí.

Sigilosamente metí en una mochila lo indispensable y algo

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de dinero que heredé de mi abuelo y tenía guardado para emergencias.

- y me fui.-

El rojo y violáceo del amanecer me recordó a los tatuajes de dolor que lucía mi piel. Ya cuando el sol brillaba en su cénit, me sentí con fuerzas para hacer esa llamada que debí hacer mucho tiempo atrás. Entré en un restaurante, busqué el teléfono y la hice. Estaba esperanzada. Después me senté en una mesa con mantel de papel blanco que estaba junto a la ventana y pedí el menú del día:

- Hoy lentejas con chorizo-.

Ana Riera Lara. Sant Joan d’Alacant.

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SIN DARSE CUENTA

Sin darse cuenta, poquito a poquito, se fue dejando llevar. Sacaba buenas notas en el instituto, de las responsables, de las obedientes, de las que saben perfectamente distinguir todas las injusticias que supuestamente se comenten en este mundo, todas, menos la suya. Responsable en el noviazgo, porque se conocían desde siempre, sus familias los adoraban, sus amigas la envidiaban, ella se sentía feliz, porque todo lo hacían juntos, porque no cabía en su cabeza hacer nada sin consultárselo, porque así la habían educado concibiendo las relaciones de pareja de forma que “el uno ha de ser la mitad del otro”. Acabó la Universidad, se casó, porque era el siguiente paso, empezó a trabajar, pero le pagaban mal, y para eso mejor quedarse en casa, que pagar el sueldo a otra. Tuvo un hijo, luego el otro, cada vez eran más y menos ingresos. Ella se creía feliz en casa, él tenía que hacer cada vez más horas extra. Llegaba a casa y estaba cansado, cena, tele y nada más. Sin darse cuenta, pasaron los años, no la insultaba, no la pegaba, simplemente la ignoraba,

ya no era la chica

atractiva y culta con la que se casó. Sin darse cuenta, se había convertido en una señora que estaba la mayor parte

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del tiempo en casa, con coleta y chándal. Había perdido su figura, su hermosura, al menos la exterior. Entonces él se buscó algo para entretenerse fuera de casa. Cuando ella empezó a percibir la situación, vinieron las broncas, los lloros, los insultos. Cuando se dio cuenta del tiempo robado, y protestó, vino el primer bofetón, se sintió desgraciada, quería salir, pero “¿dónde vas a ir ahora, si no has trabajado nunca fuera de casa?”. Su entorno era conocedor de la situación: “es que estás muy dejada, no te arreglas, mira por tus hijos”. Totalmente hundida, no se veía con fuerzas. Cuando

pensaba

que

todo

no

podía

ir

peor

le

diagnosticaron un cáncer. Dicen que todo se somatiza. El impactó fue tan fuerte que en vez de morir quiso vivir. No era el mejor momento para romper, pero fue entonces cuando cogió fuerzas. Se dio cuenta, que nadie la querría más que ella misma. Sin darse cuenta la enfermedad la hizo fuerte, grande inmensa, y luchadora. Lo dejó, salió, y venció, y sin darse cuenta se recuperó a sí misma.

Casablanca. Alicante.

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PRIMER PREMIO

SOY TAN PEQUEÑITA. Mercedes González Lara. Alicante

SEGUNDO PREMIO

NO HABÍA SIDO UN CUENTO. Alicia Orts Miralles. Alicante

FINALISTAS

LA PIEL DAÑADA. Marina Megías Durán. Alicante SOPA DE LETRAS. José Juan Alcaraz Tortosa. Alicante CECILIA TUVO UN SUEÑO EL JUEVES QUE VIENE. José Juan Alcaraz Tortosa. Alicante ME ESTOY MIRANDO EN EL ESPEJO. Gema Li Zaldívar García. Ibiza ENTRE SUTURAS ÁUREAS. Alexandra Vañes Baños. El Campello ME AMAS CON LOCURA. Patricia González Torres. Alicante

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