III CONCURSO DE RELATO BREVE SOBRE VIOLENCIA DE GÉNERO

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III CONCURSO DE RELATO BREVE SOBRE VIOLENCIA DE GÉNERO DEPARTAMENTO DE SALUD DE ALICANTE SAT JOAN D’ALACANT

25 de noviembre 2018 Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer

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Ilustración: José Juan Alcaraz Tortosa

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Estimadas amigas y amigos, Siendo condenable todo tipo de violencia en nuestra sociedad, la violencia de género adquiere una importancia mayor dentro de nuestras competencias como profesionales sanitarios. En cualquiera de sus manifestaciones, con cualquiera de sus consecuencias, debemos abordarla desde el ámbito de la prevención, difusión de su realidad y potenciación de los circuitos legales con otros recursos no sanitarios con la finalidad última de minimizarla al máximo. Un año más, nos sumamos a esta misión a través del III Concurso de Relato Breve sobre Violencia de Género, con el que pretendemos evidenciar el problema en la realidad diaria de nuestras instituciones. Quiero agradecer la implicación de todos los participantes, de la Comisión de Violencia de Género del Departamento como dinamizadora de la iniciativa, así como de todos aquellos que colaboran un año más.

Un abrazo.

Beatriz Massa Domínguez Gerente del Departamento de Salud Alicante – Sant Joan d’Alacant

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ÍNDICE

1. 2. 3. 4. 5. 6.

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ABRE LOS OJOS (PRIMER PREMIO) ………………………………………… 09 EL MONSTRUO DE LAS DOS CARAS (SEGUNDO PREMIO) ………. 11 NO MIRES A OTRO LADO (FINALISTA) ……………………………………. 14 LÁGRIMAS EN EL TIEMPO (FINALISTA) …………………………………… 19 SEÑALES INVISIBLES (FINALISTA) …………………………………….……... 22 EL DÍA QUE EL DESPACHO OLÍA A CHICLE DE FRESAS (FINALISTA) ………………………………………………………………………………………………. 24 QUERIDO MIEDO (FINALISTA) ……………………………………………..… 28 JAMÁS LE PUSO UNA MANO ENCIMA PERO SU CORAZÓN LO ROMPIÓ EN MIL PEDAZOS …………………………………………………..… 32 NACIDA ENTRE ALGODONES ……………………………………….…………. 37

10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32.

DE CASTILLOS Y PRINCESAS ………………………………………….………… 40 EL MORO CELOSO ……………………………………………………….…………. 42 LA MAMÁ CIRCENSE …………………………………………………….………… 45 EL BUEN PADRE ………………………………………………………….………….. 49 “LA JENI” ……………………………………………………………………………….. 51 MATRIMONIO DE CONVENIENCIA ……………………….…………………. 55 AFÁN DE FELICIDAD ………………………………………………………….……. 58 UNA LLAMADA TELEFÓNICA ………………………………………….………. 61 NEGRO POR DENTRO ………………………………………………..……………. 64 UNA HISTORIA DE MUJERES …………………………………….…………….. 66 TU CUNITA VACÍA …………………………………………………….……………. 69 EL PUENTE DE LOS DOS CANTOS …………………………….……………… 72 YO, ANULADA ……………………………………………………….……………….. 74 MÉDICA ……………………………………………………………….………………… 79 LLEGARÁ ……………………………………………………………….………………. 83 PUEDO SER YO …………………………………………………….………………… 85 UNA TRIUNFADORA ………………………………………………….…………… 87 UNA NUEVA VIDA …………………………………………………….……….…… 89 POSITIVO …………………………………………………………………….…….…… 91 TRASFONDO FAMILIAR …………………………………………….……………. 94 ASESINATO TRANS …………………………………………………….…………… 98 LA PONENCIA …………………………………………………………………….… 101 FUERA DE MI VIDA (RELATO FUERA DE CONCURSO) ………….… 104

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Dedicamos este libro a todas las mujeres asesinadas en nuestro país por la violencia machista y a todas aquellas víctimas de la violencia, para que algún día rompan su silencio.

Jennifer, Celia, María del Pilar, María Adela, Paz, Dolores, María del Carmen, Patricia, Doris, María José, Silvia, María del Mar, María Soledad, Josefa, Magdalena, Francisca de Jesús, Raquel, Marta Josefina, María Isabel, Cristina, Alí, María Judith, María Isabel, Mari Paz, Leyre, Ana Belén, María Estela, N.B., Ivanka, María Dolores, Eva, Yésica, Joeh Esther, Nombre no conocido, Sara María de los Ángeles, Nuria, Maguette, María Manuela, Aicha, Anna María, María José, Fátima, Yolanda.

Mujeres asesinadas en España de enero hasta el 23 de octubre de 2018

Alhendín, Marina, Nombre no conocido, Laia, Miranda, Paula, Martina, Nerea, Nombre no conocido.

Feminicidios infantiles

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PRIMER PREMIO ABRE LOS OJOS

Parpadeo…

Y allí estaba él, con su dulce sonrisa y esos hoyuelitos pronunciados que tanto me gustaban, en la puerta del salón, enfundado en su traje de oficina y la camisa que tan cuidadosamente había planchado esa mañana. Sostenía en ambas manos un ramo de flores de orquídeas blancas mezcladas con tulipanes azules, cómo me conocía… Y parpadeo de nuevo… Y allí estaba él, en la puerta del salón con esa mirada enojada que tanto me asustaba, la vena del cuello exaltada y asomando por el cuello de la camisa que tan cuidadosamente había planchado esa mañana. Sus grandes manos abiertas como alas listas para aterrizar sobre mi mejilla, porque “me lo merecía”… Y parpadeo de nuevo… Y allí estábamos los dos, sentados mano a mano en la mesita del rincón de aquel restaurante italiano al que íbamos desde hacía tantos años, nuestra mesa, degustando un sabroso vino blanco y brindando por un futuro juntos. Nuestros dedos se entrecruzaban bajo el blanco mantel como una enredadera.

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Y parpadeo de nuevo… Y allí estábamos los dos, mis ojos clavados en la botella de vino blanco vacía en la que él ahogaba sus penas, mientras sus labios rabiosos me acusaban por las sutiles miradas provocadoras hacia el chico de la barra del bar. Sus dedos bajo la mesa arañaban mi pierna, escupiendo rabia por cada uno de sus poros. Y parpadeo de nuevo… Y el aroma de su cuerpo aún formaba parte del mío cuando me dio un beso en la frente, y sus brazos rodearon todo lo pequeño de mi ser, que no hizo más que crecer, hasta hacerme sentir grande y fuerte como el corazón que bombea su sangre. Y parpadeo de nuevo… Y el olor a sangre inundaba la cama, el cigarrillo apagado en mi brazo tatuaba la marca del odio. Mi débil cuerpo se fue encogiendo poco a poco cual flor marchita, hasta que me hice tan pequeña que no me encontraba entre las sábanas. Y parpadeo de nuevo… Y decidí abrir los ojos.

MACON

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SEGUNDO PREMIO EL MONSTRUO DE LAS DOS CARAS “Hay cuentos que te ayudan a dormir, otros en cambio…, te quitan el sueño durante toda la vida”. Hace ya mucho tiempo, en una ciudad de la costa mediterránea, vivía un matrimonio con su hijita en la envidiada “Torre de las Apariencias” del lugar. La casa lucía visillos de fino encaje velando sus, siempre cerradas, ventanas. La hiedra trepaba por la fachada hasta contornearse gustosa entre la balaustrada del balcón; y en el jardín florecían hermosas rosas que atraían la atención de los viandantes. Formaban una familia respetable y…, aparentemente, feliz. Loli, la pequeña, solía acostarse antes de que su padre regresara a casa. Su mamá después de arroparla con mil caricias, permanecía junto a ella hasta verla dormida. En ocasiones, la niña soñaba con bonitos cuentos de hadas y al día siguiente despertaba contenta; pero en otras…, tenía horribles sueños, en los que un monstruo, ¡con dos caras!, irrumpía en la casa furioso, dando alaridos y golpes a su alrededor. La pequeña, oculta en su cama se tapaba los oídos con las manos, cerraba con fuerza los ojitos y, ahogando el llanto bajo la almohada, repetía una y otra vez hasta quedarse dormida: ‹‹¡Es sólo un sueño, es solo un sueño! ¡No estoy despierta!››. A la mañana siguiente, aún gimoteando, se abrazaba a su madre y, ella la tranquilizaba diciéndole que había sido una pesadilla. Sin embargo, el exceso de maquillaje y las enormes gafas de sol con las que ocultaba sus ojos, le hacían intuir algo que no le gustaba.

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Un día, durante una lluviosa tarde de abril, Loli aún estaba cenando, cuando escucharon el torpe forcejeo de una llave en la cerradura; la puerta se abrió bruscamente y un escalofrío recorrió sus cuerpos dejándolas paralizadas. Era el terrible “¡Monstruo de las dos caras!”, quien al entrar en la guarida donde las tenía cautivas, giró su cara afable y les mostró la más horrorosa. Con fuego en la mirada y dando zarpazos a su alrededor, se abalanzó contra la mujer que juraba querer, mientras bramaba palabras tan hirientes como sus largas zarpas. La niña se interpuso entre los dos, tratando de proteger a su madre. ‹‹¡Basta! –rogó la niña entre sollozos– ¡Basta, basta, basta! –gritó hasta enmudecer››. En el reloj del salón sonaban las once cuando “el ogro” se fue dando un portazo que hizo retumbar hasta el suelo en el que quedaron acurrucadas. Para una pequeña de ocho años, aquel monstruo asustaba mucho más que el de las historias de miedo que contaban sus amigas; porque aquella bestia inhumana era su padre. La niña, por fin, había descubierto al monstruo que dañaba a su mamá; y no quería volver a verlo. Despavoridas huyeron en busca de cobijo a casa de los abuelos maternos, pero fue en vano. Eran sus padres y no se compadecieron de su lamentable aspecto. Al contrario, tras reprocharle su actitud, la exhortaron para que fuese una esposa más obediente y agradecida: ‹‹Tienes una hija, no hagas tonterías o la perderás. Vuelve a casa antes de que se entere. ¡Es tu marido! ¡Es tu obligación!››. Aquellas fueron sus últimas palabras. Después, tan sólo rompió el silencio, el chirriar del gran portón de madera que cerraron ante ellas.

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Víctimas de falsas moralidades y legalidades injustas de la época, aquella inhóspita noche la pasaron escondidas en un corral; y cuando el gallo cantó anunciando el amanecer las dos “furtivas” aferradas a una esperanza incierta, se cogieron de la mano para emprender un largo y penoso peregrinaje en busca de otros cuentos… Dicen los del lugar que, con su ausencia, los rosales del jardín se secaron y en su lugar creció la maleza. La hiedra, hambrienta de venganza, cubrió con sus hojas la vivienda; ¡ahogándola! Como si quisiera devorarla. Desde entonces, en lo alto de la torre se asoma una expectante gárgola, que es la imagen petrificada del ¡Monstruo De Las Dos Caras!

RAQUEL ZARAGOZA DURÁ

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FINALISTA NO MIRES A OTRO LADO

-¡Eres una guarra! ¡No sé ni cómo estoy contigo! Eran las palabras que gritaba Pablo a su novia Lucía, mientras ambos se alejaban del pub con dirección a su casa. Ella no se atrevía a decir nada, se limitaba a seguir sus pasos mirando hacia el suelo, y rezando por que él se calmara y al final todo quedara en un malentendido. -Además, sabes que no me gusta que bebas, y hoy te has pasado. ¡Estás borracha! -No estoy borracha, solo me he tomado dos copas -se atrevió a contestar Lucía. -¿Me estás llamando mentiroso? -le preguntó Pablo furioso. -No, no digo que mientas, solo que estás equivocado -dijo ella bajando la voz. -¡Lo que me faltaba por oír! la guarra de mi novia se emborracha y le tira los trastos a un tío, y encima de que me peleo por su culpa, ahora me llama mentiroso -chilló Pablo fuera de sí. -Pablo, ¡por favor!, no grites tanto, te va a escuchar todo el mundo -le rogó ella llorando.

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-¡Pues que me escuchen! Así todos sabrán lo hija de puta que es mi novia -respondió con la mirada llena de furia y sin bajar la voz. Las luces de dos ventanas se encendieron al escuchar los gritos, y un vecino se asomó intentando descubrir que pasaba, pero al ver a dos jóvenes caminando por la calle y discutiendo, pensó que solo eran unos borrachos y que lo mejor sería esperar a que se alejaran calle abajo. -¿Para qué voy llamar a la Policía?, seguro que ni vienen -se dijo antes de volver a la cama. Lucía no volvió a hablar, sabía que cuando Pablo se ponía así no había nada que pudiera aplacarlo, solo podía guardar silencio, contener su vergüenza y esperar que su enfado fuera cesando. -¿Ya no dices nada? -le incitó Pablo- mejor así, no quiero que vuelvas a hablarme hasta que me pidas perdón por todo lo que has hecho esta noche. -¿Pero yo qué he hecho? -preguntó Lucía llorosa y guardando la cabeza entre los hombros para evitar un posible golpe. -¿Aún lo preguntas? ¡Esto es increíble! -vociferó Pablo al tiempo que daba una patada a la papelera que tenía delante, y la hacía volar por los aires- pues como eres tonta, te lo voy a explicar, has bebido, has bailado sin mí en la pista, y encima le has seguido el rollo al capullo que quería ligar contigo. ¿Te parece poco?

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Lucía se armó de valor y le contestó intentando justificarse, pensando que tal vez si conseguía explicarse bien, él la escucharía y se daría cuenta de su error. -Pablo, ni siquiera he hablado con él, solo era un tío que estaba bailando en la pista, igual que yo, pero no ha pasado nada más. ¡Te lo juro! -le dijo ella mirándolo a los ojos. -¡Sé lo que he visto! No estoy ciego -le contestó Pablo sin bajar el tono y cogiéndola fuerte por el brazo. La pareja había llegado discutiendo hasta un paso de peatones, y se habían detenido en medio de la carretera justo en el momento en que pasaba un coche, el conductor tuvo que esquivarlos para no causar un atropello, pero los dos chicos que iban en él no se inmutaron al ver llorar a la Lucía mientras Pablo le gritaba como un energúmeno. -Pablo, ¡por favor! Me haces daño... -¿Daño? tú sí que me haces daño con tu comportamiento, yo te demuestro mi amor y ¡tú me pagas con cuernos! -gritó Pablo exagerando aún más la situación. -¿Qué cuernos? ¡Estás loco! -gritó ahora Lucía sin poder soportar la injusticia. Antes de terminar la última palabra, Pablo le cruzó la cara de un bofetón que la hizo tambalearse y casi la tira al suelo. -¡No me llames loco! ¡Loca eres tú! ¡Una puta loca! ¡Una cerda! -le gritó levantando el brazo para pegarle de nuevo.

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-¡Eh tú! ¿Qué coño haces? -le gritó una de las chicas que marchaban en grupo por la acera de enfrente. -¿Quién os ha dado vela en esto? -les contestó Pablo¡Meteos en vuestras cosas! -Si maltratas a una mujer, esas también son nuestras cosas le contestó la chica sin miedo. -¿Ah sí? ¿Y si le doy un guantazo también te lo puedo dar a ti? -le preguntó Pablo sonriendo por su ocurrencia. -Puedes intentar golpearnos a todas..., si eso es lo que quieres, pero creo que estás en desventaja -dijo la joven mirando a las amigas que tenía alrededor de ella. Lucía se apartó de Pablo despacio y se acercó hasta ellas, buscando protección. -¿Dónde vas? -le preguntó Pablo sorprendido. -Me quedo con ellas, ¡vete Pablo! -le contestó Lucía sin miedo. Pablo no podía creer que su novia le plantara cara, era algo que nunca hubiera imaginado, pero esas chicas parecían haberle infundido el valor que ella no tenía. -¡Sois todas unas pedazo de zorras! -les gritó Pablo -¡A ver si lo repites cuando venga la policía! y también explícales por qué has pegado a tu novia. -¿Qué policía? -preguntó él acobardándose.

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-La hemos llamado en cuanto hemos oído los gritos, están a punto de llegar. Pablo las miró intentando contestar algo, pero el sonido de las sirenas acercándose hizo que se lo pensara mejor y que tras escupir en el suelo, saliera corriendo. -¡Sois unas cerdas! -se pudo escuchar mientras se alejaba a la carrera. Ya no importaban sus insultos, juntas habían conseguido que Lucía venciera el maltrato.

ISABEL SÁNCHEZ PUGA

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FINALISTA LÁGRIMAS EN EL TIEMPO

La intermodal amanecía como de costumbre, abarrotada y a la vez organizada. Los pasajeros que llegaban a término eran saludados en su despedida por los asistentes de los transportes, por su nombre y destino detallado, algo que ya se había convertido en habitual para cualquier usuario del servicio y que muchos, sobre todo los más mayores, agradecían como si de algo extraordinario se tratara; al fin y al cabo, los ordenanzas eran robots de segunda generación y nada sofisticados. Para el trabajo que desempeñaban era suficiente, mostraban amabilidad y estaban preparados para reconocimiento facial y desde ahí toda la información fluía.

Una vez en los andenes, las cintas transportadoras organizaban a los pasajeros clasificándolos según destino, horario de salida de sus enlaces y tiempo de espera en destino final. A ambos lados de los caminos eléctricos, en las paredes se proyectaba una exposición retrospectiva de la metrópoli. Eran imágenes de antes del deshielo de los casquetes, en las que se apreciaba con gran vistosidad cómo eran algunas partes emblemáticas de la urbe. Una imagen muy curiosa era la foto de los comisarios políticos sobre el escalón de la entrada principal del consistorio en la que se leía “En este punto, se alza la ciudad un metro sobre el mar”. Hoy en día la planta baja no existe y la puerta principal desluce en la primera planta.

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En la puerta principal esperaba mi vehículo. En menos de dos minutos las cintas depositaron tres pasajeros más y, con la nave completa, sin mediar palabra con nadie, inició la marcha a nuestros destinos. Bien es cierto que la pasajera que se sentó junto a mí no parecía tan evolucionada y gustaba de la conversación. De este modo, pude conocer que en la ciudad se había producido un atropello muy curioso por un vehículo sin conductor (obviamente, hoy en día sólo tienen conductor los cargos oficiales y militares). Según me contaba mi acólita pasajera, el vehículo había tenido un fallo mecánico y el algoritmo de decisión de la nave se había vuelto loco y se vio abocado a discriminar entre una mascota y un humano, siendo fatal la consecuencia para la persona en cuestión.

Llegada a casa me saludó Pepi, mi Robot asistente, con las babuchas en sus manos y una taza de té helado, para mitigar un poco estas temperaturas que parecen habituales y no lo son para nada. Dejándome caer en el sillón, la pared de mi salón comenzó a escupir noticias: la inauguración del séptimo hospital de la ciudad, producto del aumento de las enfermedades cardiorrespiratorias que desde hace treinta años sufrimos de forma exponencial, producto de ese otrora cambio climático, que predecía mi abuelo-bis a finales del XXI. Dos noticias más y apareció el caso de la mujer atropellada por un error de decisión de una nave probada y segura.

Chasqueé mis dedos y paré la noticia para ampliar información. Había una galería de imágenes que me sorprendió y me detuve en una de ellas. Se veía la cara (pixelada en sus ojos) con un detalle casi inapreciable, un rasguño muy pequeño en el cuello de un

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color violáceo que, a mi juicio, no debía estar allí, producto del golpe con el vehículo. Mi sospecha fue que esa marca era anterior al accidente, y así inmediatamente se lo hice saber al 016. No lo hice como una denuncia, si no como una observación. Apagué la retro y bajé la intensidad de las luces, estaba muy harta del viaje y necesitaba suspenderme en un sueño.

La mañana siguiente, después de la ducha y en mi espejo mientras me maquillaba, apareció de nuevo la noticia de la noche anterior, esta vez con otros titulares: “Detenido la pareja de la víctima del accidente de la nave sin conductor”. Quité el vaho del espejo y leí detenidamente el texto de la noticia.

El detenido, ingeniero informático, había podido alterar la programación del algoritmo de decisión del vehículo, causando la muerte a su pareja. Al final de la noticia se hacía referencia a que se puso en alerta, tras una llamada, al teléfono de atención a víctimas y denunciantes de violencia de género y a raíz de ahí, en pocas horas, se efectuó la detención.

Salí del baño y me dirigí a mi baúl de los recuerdos. En el fondo, una carpeta que había heredado de mi abu-bis, Kike, periodista del siglo pasado y comprometido contra los malos tratos a las mujeres. Sabía lo que había dentro, abracé la carpeta y lloré. Casi un siglo después, las lágrimas son las mismas.

JOSÉ JUAN ALCARAZ TORTOSA

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Señales Invisibles ¿Sabes que casi pierde la vida nuestra vecina del cuarto? se ve que estaba deprimida y se arrojó sin dudarlo… Parecían tan felices, quién lo diría… aunque tuvieran problemas, ella siempre sonreía. Casada con ese tan guapo. A veces gritar se les oía. Ese tan galante y educado, lo contrario sus ojos advertían. ¿Cómo no nos dimos cuenta? Porque son señales invisibles que solo dañan el alma. Existe una violencia de género de la que duramente nadie habla, el maltrato psicológico ese que no deja morada mácula. Que comienza por insultos, el que por dentro te corroe el alma. Te insultan, te anulan: Golfa, fea, inútil, vaga… Así suena la retahíla que rápido disimulan. Destruyen tu autoestima, crees que no vales nada, parecen estar siempre por encima. Te niegan sexo, cariño, amables palabras, te amenazan sutilmente que te matarían si les dejaras, o en su peor caso, tus hijos podrían palmarla… Dudas, sufres, enfermas, soportas, aguantas y aguantas. De estatus sociales, la psicopatía no entiende. Los hay cultos, ignorantes, hirsutos, feos o amables. Te sientes culpable, de no ser digna de su amor.

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Solo a ti te denigran para que apenas vivas. Te resignas, podría ser peor. Las compras compulsivas, la comida, el juego, el alcohol Podrían hacerte sentirte mejor. Pero existe una salida, Atrévete, déjale, te espera la vida. Esconderse nunca ayuda. Cuéntaselo a una amiga. Te espera algo mejor, Un futuro sin dolor.

Nayamen

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FINALISTA EL DÍA QUE EL DESPACHO OLÍA A CHICLE DE FRESAS

Todos los colores del otoño se podían observar desde la ventana del despacho, los ocres combinaban con los amarillentos tonos de la hojarasca y el verde que iba perdiendo su intensidad hacía de lecho para las ramas del viejo olmo. Nadie los veía pero estaban ahí, impasibles, exactos, justos, razonablemente imparciales. La ventana, como cada mañana, permanecía entreabierta para dejar pasar el olor del jardín y renovar el aire del día anterior, un ritual invisible que rejuvenecía la comunicación.

Generis era una abogada curtida en muchas lides de las que siempre tenía una visión entre piadosa y realista, sin dejar de lado la firmeza y la pasión que ponía en su trabajo. Poco tiempo le quedaba para distracciones y no le preocupaba ir sola a las bodas de sus amigas. Siempre pensó que, cuando le llegara el día, sabría reconocerlo; había visto muchos amores eternos rotos y conocía las señales de las que huir.

Una cena en casa de su amiga Reche, dos miradas que se cruzan, un giño cómplice, una mejilla sonrojada, un hola sin adiós, una mano que desvela, un perfume culpable... La noche ya no les apartó la vista, la noche cobró sentido, la noche les atrapó la ternura, cuando más quería ella apartar la noche, más cerca se sentía.

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El día amaneció distinto, brillo, luz, el recuerdo de la noche anterior dibujaba una sonrisa en Generis y no tenía dudas, había llegado sin buscarlo, sin pretenderlo, sin indagarlo, sin proyectarlo, sin razón. Sonó el teléfono y ya sabía quién era, Martín al otro lado, no sólo del teléfono sino de la puerta de su casa, con un gran ramo de tulipanes, que le atraparon más. De ese postigo a París sólo pasaron seis días, un mes para guardar sus horquillas en el baño de Martín. Soñaba ininterrumpidamente, la fantasía era hoy y nada esperaba a mañana.

Las redes sociales se hicieron eco de la utopía que había conquistado el suelo, las imágenes inundaban los perfiles y daban paso a la pasión de querer vivir con ellos esos instantes. Los comentarios se multiplicaban a cada foto que subían a sus perfiles y todas las amigas la animaban y felicitaban por el momento que vivían. Un comentario de Jon, su colaborador más íntimo, fue el motivo de la primera discusión de la pareja; surgieron las preguntas por parte de Martín, que dejaban entrever ardores nada concretos, tal vez celos malinterpretados, que a Generis le hicieron pensar, dudar, observar, disculpar.

Tras esa primera discusión, se sucedieron más enfados por parte de Martín, por comentarios cómplices en las redes. El teléfono dejó de ser un bien privado para Generis y, convencida de que debía ser un bien de la pareja, lo sometía a auditorías por parte de Martín, algo que si bien ella no compartía, lo disculpaba con el pretexto de que así él estaría más brillante, más amante, más amigo, más cercano, más cómplice. Sus vidas se habían asociado tanto que no había

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relación más que la de dos, no cabía nadie más, apartándose de amigas, familia, conocidos, camaradas, compañeras, aliadas… Una vida de ella para él, de él para su entorno que manejaba a su antojo y disponía del tiempo.

Las llamadas y mensajes en horas de trabajo por parte de Martín se fueron haciendo más intensas y con más frecuencia, donde no admitía una espera y confluía en reproches e inseguridades, en nuevas preguntas. Generis no le daba importancia, no había nada que pensar, sólo soñar, vivir la fantasía del momento.

La tarde parecía nublarse y antes Generis pasó rápido por la tienda para comprar ese vino que tanto le gustaba a Martín, un poco de foie, y dos velas con perfume de eneldo. En el ascensor iba pensando en cómo decoraría la mesa para la cena preludio de la pasión.

Al abrir la puerta, Martín estaba junto a la chimenea con un pliego en la mano y su rostro descompuesto. Generis se preocupó y pensó que alguna mala noticia le había llegado, a la vez que se decía para sí, que nada malo ocurriría si estaban juntos y ella le prestaba su apoyo. Martín soltó la copa que sujetaba con la otra mano y la hizo estallar. Con la mano liberada se dirigió hacia Generis y la sujetó fuertemente del brazo, hasta el punto que los dedos se le marcaban en la piel; con la otra mano le acercó el papel hasta aprisionarlo contra su nariz, mientras le pedía explicación de la imagen que mostraba. Luego, un envite que la dejó en el suelo, con los vidrios de la botella

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que no le había dado tiempo a sacar, dos chasquidos cerca de su oído y una amenaza terminaron con la situación.

Esa noche Generis temblaba en la cama, no podía dormir y rezaba para que Martín no despertara antes de que ella marchara. Al amanecer, saltó de la cama y, sin ducha y con la ropa del día anterior, cruzó la habitación para alcanzar la salida.

En el despacho, sin maquillar, miró a través de la ventana que, como siempre, estaba entreabierta para renovar el aire y, a medio camino por rumbos desdibujados y mirando de frente lo que siempre te rodea, tomó la decisión de terminar la relación y dirigirse a la comisaría más cercana para denunciar un sueño que nunca debió emprender. Fue el día que el despacho olía a chicle de fresas, que se había colado por una ventana que siempre estaba abierta y que rejuvenecía a quien la miraba.

JOSÉ JUAN ALCARAZ TORTOSA

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FINALISTA QUERIDO MIEDO Tenía 14 años y todo a mi alrededor era GRANDE. El instituto era grande, mis compañeros eran grandes, las amenazas eran grandes, las risas eran grandes, los miedos eran grandes, la angustia, el dolor… la VIDA me quedaba grande. Demasiado para alguien con tartamudez atrapada en una garganta por la que no salían las palabras. Y no solo la garganta. EL CORAZÓN… un corazón hecho añicos. Las burlas, la poca pedagogía de los profesores de la época, y lo poco que se hablaba de tartamudez hace 25 años, hicieron igual de horribles las risas que la propia representación mental que yo tenía de mi misma... DIMINUTA, INÚTIL. Las paredes temblaban, el pupitre se movía, las sillas de mis compañeros chirriaban cuando se giraban para ver qué me pasaba… todo tenía movimiento menos mis palabras. Y luego, venía el desprecio, la vergüenza, el refugio emocional, mutilarme, limitarme, la soledad. Cuando conseguía salir de un bloqueo, en el mejor de los casos, estaba más preocupada por si alguien se había dado cuenta, preocupada por el qué dirán. Pero lo común era clavar los ojos en el suelo deseando que alguien me llevara a 5 metros bajo tierra… en esos días solo me faltaba la corona para sentirme muerta. Cárcel cruel la del instituto.

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Abandoné los muros de hormigón de las aulas y cambié casi de todo: de peinado, de aspecto, de trabajo, de amigos… y te conocí. Pero el sentimiento de inutilidad llegó a pesar 20 kilos más, uno por año que estuve contigo. Porque tú, cariño, pesas, y mucho. ¿Sabes qué? Con melancolía envidio a las parejas que tienen una canción, ese recuerdo imborrable que les lleva al momento más preciado. Yo nunca lo tuve contigo. Las únicas veces que me susurrabas al oído era para recordarme aquello de “nena, con faldas no se torea”. Y yo me rendía de nuevo ante ti. Me escondía en el marco de la puta cultura huésped donde por ser mujer, y encima “tartamuda”, tenía que permanecer pequeña, callada y limitada. Me decías que me protegías, te empeñabas en advertirme que soñar era peligroso, que todo lo hacías por mi propio bien. Me intentabas convencer de que era mejor si no lo intentaba, me hacías creer que yo no podía. Me negabas. Fíjate que hasta llegué a pensar que me hacías un favor. Recuerdo en la cena de tu promoción en la empresa tu codo clavándose en mi costilla para advertirme que estaba haciendo el ridículo. Sí, posiblemente la tartamudez no me dejaba comunicarme con fluidez, pero tú te habías convertido en la mordaza que llevaba en la boca, y tus manos eran la cuerda que no me dejaba ser yo. Y con esa máscara viví 20 años. Sin la posibilidad de tener éxitos, logros, derechos, dignidad… ni como mujer, ni como profesional, ni como ser humano. Te juro que llegué a sentir en muchas ocasiones hasta gratitud. Me habías dado el privilegio de formar una familia, aunque fuera siendo aquel “adorno” que todo el mundo ve pero nadie mira. Por eso sentía la gran responsabilidad de complacerte, de atenderte, de darte y no me cansaba de buscar

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constantemente tu aprobación. Y me sentía culpable si no lo conseguía, porque así es como ya me educó mi madre, para ser dadora, para el afecto y no para el empoderamiento. Y ante eso, tú ganabas… de momento. Pero llegó un día en el que no tuve más que dar, porque ya no quedaba nada. Y ese día solo supe llorar, llorar y cuando acababa, me secaba las lágrimas para seguir llorando. Y en medio de ese desahucio emocional vislumbré que después de caer, quizá también se podría reír, bailar, cicatrizar, hacer limpieza de aquello que nos debilita. Hasta que un día, un miércoles cualquiera, miré a la cara al miedo y me atreví a decirle: “Querido Miedo, me has jodido durante muchos años de mi vida. Me has impedido crecer, vivir, enseñar al mundo quién soy, sin embargo ahora sé que el único fracaso es no haberlo intentado. No acepto más este contrato. AHORA que ya puedo mirarte a los ojos, ahora que ya no bajo la mirada, SOY YO la que te advierto a ti, MIEDO. Desde este momento, cada vez que invadas mi mente, cada vez que aparezcas en mi vida diciéndome sobre lo que puedo o no puedo hacer, ya no serás la excusa, sino que serás el motivo para hacerlo. Y debes saber que esa energía que me hacía despreciable, sumisa y que me hacía huir se convierte hoy en mi razón, mi causa, mi propósito. He descubierto que aunque eres real, no eres tan fuerte, y que cuando me enfrento a ti, empequeñeces. Y tú también, Sebastián”.

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Dicen que para tomar una decisión hay que tener como mínimo 3 opciones. Y qué casualidad, resulta que las tengo: 1. Ser Feliz, 2. Ser Feliz, 3. Ser Feliz. ¿Y sabes qué? Aquí te quedas, YO me voy a seguir mis sueños. IDOLAI

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JAMÁS LE PUSO UNA MANO ENCIMA PERO SU CORAZÓN LO ROMPIÓ EN MIL PEDAZOS

Ha pasado poco más de un año desde que Ana se fue para siempre, en el que pude entender que mi mejor amiga había sufrido la mayor paliza que su marido le podía haber propinado. Paliza marcada por ausencia de tortazos, puñetazos, arañazos, gritos, una paliza donde la mentira el engaño y la traición eran los únicos y mortales protagonistas. Nunca sonaba el teléfono a esas horas, pero esa madrugada el sonido de mi móvil me despertó muy bruscamente. Tardé menos de quince minutos en entrar en el servicio de urgencias de aquel viejo Hospital con la certeza de que sería la última vez que abrazaría a mi querida amiga Ana. Tras los primeros segundos de charla con aquel empático doctor llegó la típica frase de película que mi cerebro se negaba a escuchar: “ha sido imposible salvar su vida, la sobredosis de insulina administrada era capaz de dejar en coma a más de una decena de personas, pero, ¿por qué?”. Mis labios fueron incapaces de pronunciar ni una sola palabra, durante esa casi media hora que tardé en reaccionar de nuevo en mi mente se proyectó su película, la de su triste vida, película que con ausencia de guión rebosaba de miles de secuencias que ella misma me había contado. Casi 30 años de matrimonio, 2 hijos y un perfecto hogar. Él trabajaba mucho, ganaba muchísimo dinero, dinero que Ana administraba correctamente para conseguir objetivos acorde a sus ideales. Se marchaba por la mañana temprano, no antes de abrazarla

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y susurrarle al oído lo mucho que la quería, regresaba a la hora de cenar con un: ¿qué tal el día mi amor, y los niños? Cenas llenas de complicidad, charlando de sus hijos, de sus estudios, de sus tardes de sábado en el cine, de domingos y sus paseos en bicicleta, en fin, una historia, su historia juntos, perfecta. Y así pasaron los años donde compartieron todo, donde el único olor que hacía en esa casa era a hogar, limpio, sincero, lleno de amor e ilusión, esperanzas y fe en los proyectos de las carreras de sus hijos, de la jubilación de ellos soñada en una casa frente al mar, de tantas y tantas cosas bellas… Una tarde de enero, la recuerdo por el gélido clima, Ana insistió en verme. Era tan feliz que la ausencia de alegría de su voz en aquella llamada me preocupó y no poco. Al verla entrar en la cafetería con sus gafas de sol deduje lo que no quería suponer. Me levanté, fui hacia ella y nos abrazamos firmemente. Ese abrazo desprendía tanto dolor que fui capaz de escuchar los latidos de su corazón a un ritmo verdaderamente escalofriante. Le quité sus gafas y al verle sus ojos observé que aún sin tener ninguno morado, la habían golpeado el alma de tal manera que la colosal cantidad de lágrimas derramadas sin piedad durante toda la noche le habían provocado una terrible fotofobia típica de libro. Sus sollozos me impedían entender esa frase que repetía una y otra vez. Por fin mis ojos leyeron sus labios al unísono que mis oídos escucharon su voz: “¡Está con otra mujer! ¡Está con otra mujer! “, repetía sin cesar. Ana, por dios, respira, ¿quieres contármelo? Tras unos minutos de silencio, donde sólo se oía su llanto, me dijo: ‹‹Anoche, sobre las 4 de la madrugada, le sonó el móvil. Clara (su hija) llevaba varias noches escuchando ese timbre típico y me había dicho: “¿mamá, no te parecen extraños estos mensajes al

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papá a estas horas?”. Pero anoche fue diferente, me despertó muy suavemente, susurrándome: “mamá, ven, le han mandado otro”. Me levanté y, aprovechando los ronquidos de Juan, salí de la alcoba sin despertarle. En la habitación de mi hija empezó lo que sería el final de mis días. No había forma de abrir ese correo y, cuando por fin lo hizo, Clara comenzó a leer aquel fatídico texto: “Buenas noches, mi amor, añoro estar a tu lado, mañana te veo. Te quiero”. Cada letra que pronunciaba mi hija al leer dicho párrafo era acompañada por un mar de lágrimas, sentí algo que jamás había presagiado; moría por segundos, mi corazón latía tan desesperado que su eco pintó todas las paredes de mi casa y mi alma expiró cuando vi a mi hija llorar por ver cómo la figura idílica de su padre se derrumbaba a sus pies. Entré en estado de shock, estado que me acompañó semanas. Le pedí explicaciones, y él, cómo no, lo negaba siempre. Le eché de casa y, poco a poco, ese rompecabezas fue adquiriendo forma. Descubrí tantas cosas; llevaba más de 2 años con ella, me había mentido miles de veces, me decía que me quería, que era lo único importante en su vida, que sin mí nada tenía sentido y… mentira, todo mentira. ¿Por qué, le pregunté?, jamás me respondió. Tras casi 3 meses de duelo, donde mi hogar se vistió de luto, donde la tristeza era mi única compañera, donde dupliqué mi consumo de tabaco y donde no había día en el que las lágrimas acariciasen mi rostro, me invitó a volver, a empezar de nuevo, a mí, mujer extraordinariamente celosa, mujer que siempre había jurado que jamás perdonaría una infidelidad, mujer que volvió. Nada fue igual, pero debía intentarlo.

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La convivencia era surrealista, materialista, fría y, cada vez que ese horrible aparato anunciaba la llegada de un mensaje, mi mente se transportaba a la noche en la que descubrí su infidelidad. Fingía no llorar cuando insistía una y mil veces en decirme que me amaba, en aceptar su arrepentimiento con falsas promesas, ya que para mí, mi familia era lo primero, mis hijos, mi marido, en definitiva, mi hogar. Aposté de nuevo por él, aposté por ello. Hay algo que me dolió más que esa insufrible traición y fue el ver sufrir a mis hijos, no lo olvidaré jamás. Los días transcurrieron con esa normalidad marcada por una nueva situación; hubo regalos, viajes, más te quiero, abrazos y un sin fin de promesas y disculpas que se esfumaron en un segundo aquel 15 de agosto cuando, al levantarme, pregunté a mi hijo por él y me dijo que se había ido con Clara a tomar un café. La suerte o desgracia fue que se dejó el móvil en el salón y una luz parpadeante me llamaba a gritos. Lo cogí con la certeza de que la falta de aire que sentía al intentar leer lo que ahí ponía era el preludio del fin de nuestra historia, y así fue: “hoy no me apetece empezar este día sin ti, mañana te veré amor, te quiero.” Pablo, mi hijo, rompió a llorar al escucharme leerlo, yo, qué decirte de lo que sentí. Entraron por la puerta mi marido y mi hija, le enseñé el móvil. Me pidió de nuevo mil veces perdón, que no volvería a ocurrir, que lo sentía… Esa noche se marchó para siempre. Mi vida se derrumbó de nuevo, mis hijos, mi hogar destrozado y yo sin ganas de seguir viviendo, apenas fuerzas para ni siquiera respirar.

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Es cierto, JAMÁS ME PUSO UNA MANO ENCIMA, PERO MI CORAZÓN LO ROMPIÓ EN MIL PEDAZOS.›› VIOLENCIA DE GÉNERO: Es un tipo de violencia física, psicológica o sexual ejercida contra cualquier persona o grupo de personas, que impacta de manera negativa en su identidad y bienestar social, físico, psicológico o económico. MUERTE

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NACIDA ENTRE ALGODONES

Solo tenía 18 años. Había nacido al amparo de unos padres maravillosos, que me criaron entre algodones. Estudiaba para ser una gran profesional y entonces encontré un trabajo. Allí estaba yo una mañana, mi primer día, ilusionada, con mi vestidito y mis merceditas, impecable, mi larga melena al viento, maquillada discretamente e ilusionada. Mi madre esa mañana me besó y me dijo: – Hija, sal ahí fuera y cómete el mundo. Mucha suerte, cariño mío. Recuerdo que me recibió un Señor, muy agradable y respetuoso y me informó que pasaría a depender del Jefe Administrativo de cierta sección. Pisando fuerte y con energía me dirigí a ese departamento y me presenté ante un hombre de 35-40 años. No hizo falta que pasaran muchos minutos para darme cuenta de que me hacía una radiografía con su asquerosa mirada. Los primeros días se dedicó a tantearme. Solo tenía 18 años, criada entre algodones, sin malicia y él, maliciosamente, quiso sacarme información privada y personal sobre mi vida. Lo consiguió. Los días fueron pasando, y él se tomó la libertad de decidir que sería él quién me enseñara a desarrollar mi trabajo. Pasaron pocos días y empecé a notar que me llamaba mucho a su despacho con excusas tontas. Solo era una niña de 18 años y nacida entre algodones y empecé a estar incómoda. Un maldito día decidió que le acompañara a una reunión de trabajo, que eso me vendría bien para empezar a delegar en mí ciertas responsabilidades. Me lo puso tan bonito que ese día me puse muy guapa, hasta me puse

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tacones, porque quería causar buena sensación. Esa mañana me recogió y nos fuimos en su coche. Estuvimos en esa reunión en la cual en ningún momento me presentó; más bien, me tuvo de mujer florero allí, mientras alardeaba de lo guapa que era su secretaria .Volviendo a casa, me empezó a decir que por qué tenía novio, que por qué no salía con hombres, no con críos y entonces posó su asquerosa mano sobre mi pierna. Entré en pánico. Solo era una cría de 18 años, nacida entre algodones. Retiré la pierna y le pedí con un hilo de voz, que jamás volviese a tocarme. Hoy aún no sé de dónde saqué esa valentía. Entonces empezó mi calvario. Durante muchos meses tuve que aguantar los insultos, las humillaciones, los gritos, los “¡no vales para nada!”, “¡eres una inútil!, “¡con los papeles que me has preparado yo me limpio el culo!”. Días y días haciéndome sentir sucia y cobarde por no saber defenderme. Dejé de ponerme guapa, dejé de ponerme vestidos y merceditas, dejé de llevar el pelo suelto, dejé de maquillarme, dejé de lado mi higiene personal, porque no quería estar atractiva para él, quería que tuviese asco hacia mí y me dejara en paz. Un día salí del trabajo, cogí el coche entre lágrimas porque ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Era mi secreto. Estas cosas no se denunciaban en aquellos tiempos. ¿Para qué?, ¡nadie te creería! Y sentía tanta vergüenza…¡Entonces ocurrió un milagro! Un coche se estampó contra mí por la parte de detrás. 5 días ingresada, 6 meses con un collarín ortopédico, pero daba igual, ¡estaba feliz! Por fin había salido del infierno. Estaría 6 meses de baja laboral y sería libre. LIBRE DEL ABUSO LABORAL, DEL ACOSO SEXUAL Y DEL MALTRATO PSICOLÓGICO. Libre de ese ser despreciable que

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había destruido mi adolescencia, porque yo solo era una niña de 18 años, nacida y criada entre algodones. De esto hace muchísimos años, y me costó salir de aquel infierno. Recuperé mi autoestima y, con gran esfuerzo, pude volver a ser guapa y limpia, a ser yo, con mis vestiditos y mis merceditas y me entrené para que jamás nadie volviera a abusar de mí. NUNCA VOLVÍ A SER AQUELLA NIÑA DE 18 AÑOS, CRIADA

ENTRE

ALGODONES,

PERO

AQUÍ

ESTOY,

QUERIDA Y VALORADA. ¡LO QUE NO MATA, FORTALECE! DESPOJOS HUMANOS ASÍ NO DEBERÍAN EXISTIR PARA NO PODER ACECHAR A NINGUNA MUJER, POR ESO ALZO LA VOZ QUE SALE DE MI ALMA Y DIGO: ¡NI UNA MÁS!

MERCEDES GONZÁLEZ LARA

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DE CASTILLOS Y PRINCESAS

—Cuéntamelo otra vez, mamá. Por favor, cuéntamelo otra vez — suplicó la niña, mientras agarraba la mano de Manuela para que esta no se levantara de la cama. —Es tarde, Marina, debes dormir o mañana no habrá quien te despegue de las sábanas —le dijo, dulcemente, su madre. —Por favor, solo una vez más —sollozó la pequeña. —Está bien, solo una —claudicó Manuela, sabiendo que nunca podría negarse a los deseos de su hija pequeña—. Érase una vez una bella princesa que vivía en un castillo, rodeada de amor y esperando a que un príncipe fuese a salvarla, casándose con ella y dándole la vida que necesitaba…

Apenas terminó la primera frase del cuento, Marina cayó rendida en brazos de Morfeo. Y empezó a soñar con ese castillo y con un apuesto príncipe que iba a rescatarla. Y ella, a sus diez años, sonreía y se imaginaba feliz a su lado. Entonces, un fuerte estruendo la despertó.

Esos ruidos otra vez, cuando todo estaba ya en silencio. Esas voces. Esos gritos. Esas, tan habituales desde que tenía uso de razón, discusiones que ella no era capaz de entender. Y que se quedaban grabadas a fuego en su cabeza.

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—Para, Antonio, me haces daño y vas a despertar a la niña —vociferó Manuela, en un grito ahogado. —Te tengo dicho que no me gusta que me controles, ni que quieras saber todo lo que hago. ¿Tan difícil es que te limites a prepararme la cena, que es lo único que sabes hacer, y te calles? —escuchó cómo decía su padre, cada vez levantando más el tono de voz y con esa rabia que ella tan bien sabía identificar ya.

Y, de nuevo, ese golpe seco contra la pared y esos sollozos. Y más gritos. El ruido de los muebles al ser empujados de forma brusca. Hasta que, como cada noche, finalmente se hizo el silencio. Hasta que, también como cada noche, Marina consiguió acallar los escalofríos que recorrían su cuerpo y ese llanto que quería salir a borbotones para seguir soñando. Pero ya no lo hacía con ser una princesa, ni con vivir en un castillo con un príncipe. Soñaba con una realidad en la que el amor nada tenía que ver con el miedo.

OVER THE WHITE MOON

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EL MORO CELOSO

He cogido el tranvía para acercarme al Juzgado. Después podré tomar el autobús que me dejará en la puerta. Así, mientras tanto, puedo ir reflexionando… No sé lo que voy a decirle al Juez. ¡Son tantas las cosas que…! ¿Y cómo decirle cuándo empezaron? ¡Ni me acuerdo! No es que no me acuerde. Es que creo que no me di ni cuenta de cuándo empezaron… Ahora mismo, no sé si estoy acertada, o me estoy equivocando… ¡Y tengo mucho miedo, mucho! Creo que nunca podré salir de ésta…

¡Ah, Mira!, el castillo, con la cara del moro, ¡Qué estúpida leyenda! Recuerdo que cuando éramos jóvenes ya nos reíamos de ella, porque no podíamos imaginar lo amargo de los amores imposibles ¡Nosotros éramos tan felices! Debe ser una historia inventada…

Pero, ¿qué voy a decirle al Juez? Yo no soy una mujer maltratada… A mí, mi marido no me pega. Es cierto que yo le tengo miedo, sí… estoy atemorizada… Pero es que soy muy cobarde, tanto, que no me atrevo a replicarle, a veces, ni siquiera a contestarle y si no quiere que salga sola es porque es muy celoso. E incluso con él, también parece que le molesta que vaya. Hace ocho meses que no hemos salido juntos de casa. Yo lo hago sin que él lo sepa, que después se enfada. Quiero decir, aparte de las compras para la casa. Y a mi familia, tampoco puedo decirles nada. No voy a preocuparles por tonterías… No, no voy a preocuparles por nada…

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Él no sabe que veo por la tele los programas de maltratadas, que por eso me he decidido a ir al Juzgado, aunque, de momento, creo que pediré ayuda psicológica para ver si me aclaro. Y es que esta angustia permanente en la que ando, éste sinvivir, este ocultarlo todo, para que no se entere, para que no se altere, para que no me riña… Alguna amiga me ha dicho que esto es normal, que los hombres, una vez casados, son todos así. Mandones, presuntuosos, egoístas… Pero yo veo que otros matrimonios viven de otra manera. Y tengo algunas amigas que se van de vacaciones, solas y todo… Y sus maridos nunca se enfadan…Y, desde luego, no están angustiadas, sino que siempre están contentas y con ganas de broma… Yo, hace muchísimo que ni siquiera de los chistes me río…

Mi problema es el del trabajo. Si yo no hubiera dejado el empleo para cuidarle, otro gallo me cantaría… Al menos podría salir de casa todos los días y no como ahora, que si lo hago ha de ser con engaños y mentiras… Pero es que soy demasiado cobarde, no me atrevo a plantarle cara. Las hay muy valientes, como aquella americana, que… Uf, ¡qué horror, no quiero recordarlo! Aquella que le cortó a su marido…, por asuntos sexuales, creo. No lo entiendo. En estas cosas, siempre es mi marido el que manda… Bueno, también en las otras, ¿para qué vamos a engañarnos…?

Lo peor es cuando me critica. Que si no está buena la comida, que si no sé vestir, que si conduzco mal, que si le interrumpo cuando habla… Claro, yo no soy tan inteligente como él. Ni tan habilidosa. Aunque no es que él sea un “manitas”, que los trabajos caseros me los hago todos yo, hasta los que llamamos “masculinos”, esos de poner

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clavitos para colgar los cuadros y arreglar enchufes y grifos… No sé por qué me critica tanto. Y en lo del coche tampoco tiene razón, porque no me lo deja nunca. ¿Cómo sabe cómo conduzco? Está claro que no puedo conducir muy bien, porque el coche sólo lo lleva él. Más de una vez me ha dado una bofetada… Pero no es que me pegue… Sólo ha sido alguna bofetada… Y yo no digo que no tuviera razón él, al menos un poquito, que puede ser. Pero a mí no me gusta que me critiquen ni me peguen. Yo, en mi casa, estuve siempre muy mimada…

Bueno, es mi parada. Otra vez la cara del moro, mira ¡si ya no tiene nariz! No creo que sea por la erosión, que como dicen, la ha modificado. Yo creo que la verdadera historia es otra. El moro debió casarse realmente con la princesa y después ser un marido celoso y dominante como el mío, el espíritu de la princesa se ha puesto al día con el paso de los años, y ha decidido, al fin, darle su merecido.

MARÍA ISABEL CABANES MARTÍNEZ

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LA MAMÁ CIRCENSE

Le encantaba estar en esa habitación, era misteriosa, llena de cosas para jugar: una pelota roja, una especie de saxofón infantil de colores, unos zapatos enormes, la clásica flor de plástico que tira agua… Fernandín se pasaba todas las tardes allí. Su mamá era genial y hoy le iba a proponer si le ayudaba en un taller del colegio. Y es que se iba a seleccionar los trabajos más interesantes de las mamás de los niños de su clase, y la suya tenía el mejor. ¡Mi mamá es payasa! Sí, por increíble que parezca trabajaba en un circo. Es divertidísima, y lo sabía porque actuaba para él en casa. Un ruido muy fuerte sacó a Fernandín de sus juegos. -

Ya están ensayando otra vez- pensó el chico.

Su madre ya le había advertido que cuando escuchase todo eso era que papá le estaba ayudando a ensayar. Cuando terminaron, él esperó un rato y fue a contarle a mamá lo del “cole". Ella aceptó encantada. Fernandín quedó maravillado al comprobar que estaban practicando una obra dramática. Su madre, pintada de payasa, hasta había conseguido llorar de verdad. ¡Qué gran actriz es mamá! Se quedarán con la boca abierta sus compañeros. Pasados unos días, tocaba hora de tutoría para que la mamá y la profesora se conociesen. Tenían que acordar entre las dos cómo iban a presentar el trabajo y cómo enseñárselo a los niños.

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Lidia, “la seño", estaba bastante sorprendida del oficio de la mamá de Fernandín: “¿seguro que tu mamá es payasa?, “me extraña mucho porque estarías viajando todo el rato". -

¡Sí, claro que sí!- dijo con alegría Fernandín-. Mi mamá trabaja en el circo que hay cerca de la ciudad. Ellos están casi todo el año. Hay también acróbatas, animales de los más feroces y bonitos del mundo, equilibristas y hasta un teatro de marionetas.

Lidia puso cara de extrañeza, como si no se lo creyera. El chico le espetó que ya vería que es verdad, que su madre era la mejor payasa del mundo, él nunca mentía, sus compañeros de clase se quedarían muy sorprendidos de lo que ella es capaz de hacer y de todos sus trucos. Todos se iban a reír un montón. Está bien Fernandín. Lo tranquilizó diciéndole que seguro que su mamá es la mejor. Le invitó a marchase, era hora de comedor y él se quedaba en el colegio mientras hablaba con su madre. La profesora se quedó ordenando el aula y arreglando unos papeles mientras llegaba la mamá del chico. De pie a espaldas de la puerta escuchó unos pasos acercándose. Se abrió la puerta lentamente, un poquito al principio, luego del todo, como si la persona no supiera si entrar o no. Lidia se giró al escuchar la puerta y vio a aquella alta mujer, de mirada apesadumbrada y entonces entendió lo que el niño le decía, pero por desgracia no en la forma que él creía. Esa mirada rota, avergonzada, la postura a la defensiva que mostraba su cuerpo, y

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sobre todo, las obvias marcas y el cardenal morado en el ojo izquierdo y que, con toda seguridad, a su hijo le hacía creer de alguna manera que su madre se maquilla, o algo así y trabajaba como payasa en el circo. Le pidió que se sentase amablemente. Las dos se miraron. En esa mirada se dijeron todo, tanto una como otra sabían lo que pasaba y lo que, con toda probabilidad se dirían. O al menos eso creían. Le comentó lo que Fernandín creía de ella: -Se lo dije yo- dijo suspirando la madre-. No quiero que se entere de la verdad, no se lo diga, por favor. Le contó todo. Cómo hacía trucos y números de payasa que previamente veía en Youtube. Que cuando su marido la maltrataba, él creía que estaban ensayando, así que le suplicó que en el taller de clase ella hiciera de payasa por el bien del niño. Lidia se quedó pensativa un momento: -Está bien, lo haré. Pero me tiene que prometer que lo va a denunciar- se lo dijo mirándola a los ojos, más como una orden que como una petición-. La mamá de Fernandín rompió a llorar desconsolada, como cuando un niño se da un buen golpe. La profesora le agarró de la mano y se la apretó con firmeza. - No va a estar sola, se lo aseguro. Haré todo lo que esté en mi mano. Tiene a la policía, a los jueces y al colegio también. Le repito que no va a estar sola.

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Estas palabras provocaron que dejase de llorar, que la desesperación se convirtiese en esperanza, que su mirada dejase de transmitir pánico y se transformase en decisión. A los pocos días, su actuación en clase dejó a todos asombrados, Fernandín no cabía en sí de gozo al demostrar que tenía a la mamá más increíble. Ella brillaba, de energía, de fuerza y alegría, como la luz que comenzaba a asomar al final del túnel. JERGO

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EL BUEN PADRE

Elvira estaba preciosa el día de su boda, tanto que parecía una estrella de cine, de barrio, pero de cine. Todavía la recuerdo con el velo de su abuela puesto en la cabeza y mostrando de manera intermitente, cada vez que venía cualquier invitado pesado a dar los pertinentes besos, el zurcido de tul azul de la parte de atrás, que cubría la huella que el animal de su abuelo dejó en su noche de nupcias hace ya más de 50 años.

Tenía los tobillos hinchados de preñez y baile, y la veía llorar cuando su madre la abrazaba y reír con su primo que deseaba felicidad infinita a los novios mientras gorroneaba todo lo que estaba al alcance de su mano, incluido el culo de la tía Paquita.

Córdoba por Cólquida…me pregunto qué estará pensando en estos momentos…

El muy desgraciado luchó por la custodia. ¡Mírale! Allí como una mosquita muerta…. Que si era su padre, que si tenía derechos…, médicos, policías, abogados, juzgados…, ¡y ni se sabía su talla de zapatos! Era un mal presagio casarme con un remiendo, pero nada, “algo viejo, algo viejo” y aquí estoy vieja y arrasada como

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solo lo puede estar un campo quemado y vuelto a quemar y vuelto a quemar y vuelto a quemar. Gasoil, carbón y cenizas; carbón y huesos; carbón y pena, carbón negro sin más regalos de Navidad. Has sido malo, muy malo y solo me has dejado carbón, tizne y miseria. Te odio, te odio como al remiendo de mi abuela, como al reloj de nuestra cocina que nunca retrasaba los golpes, como solo me puedo odiar a mí misma, te odio, te odio como….

- Póngase en pie el acusado. LLANOS DEL MAR CANO OCHANDO

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“LA JENI”

—Juani —le dijo, visiblemente irritada— ¡Te juro tía, que d’eso na! Que na más tié ojos pa mi —gritó a la vez que colgaba y escondía el móvil en el bolsillo del uniforme del almacén, al oír la voz de su supervisor llamándola. —Jeni, otra vez hablando en el trabajo. Te lo he repetido mil veces, aquí no se habla. Me da igual que los críos no tengan colegio y que tu marido ande por ahí buscando trabajo. Si no hubiese estado trapicheando con drogas en sus descansos del almacén, aún trabajaría aquí. Parecía que le gustaba recordarle delante de todos sus compañeros, la miserable situación que vivía por la adicción de “Yonatan”, su pareja. Él se había fundido los ahorros de ella cuando se fueron a vivir juntos a raíz del primero de sus tres embarazos. Su trabajo de empaquetadora en el almacén era la única fuente de ingresos de la familia, y eso se lo recordaba continuamente Don Rafael. Gracias a que estaba prendado de ella desde que entró a trabajar allí, y a tolerar las asquerosas insinuaciones que le hacía, había conseguido evitar el despido por sus reiteradas ausencias. Su hijo pequeño no paraba de ingresar en el hospital por unos ataques que nadie sabía de dónde venían. Además, la trabajadora social que la venía supervisando desde cuando fue a pedir ayudas al ayuntamiento, constantemente, le echaba en cara su falta de responsabilidad por su reiterado absentismo laboral.

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—Mama, ¿te pues quedar al Josua y a la Carmen? La Juli se ha ido a la playa con sus amigos y yo tengo que ir indispensable a haser papele al eso sosial del ayuntamiento. —La madre le replicó como habitualmente: — ¿La Juli sola en la playa con los amigos? A ver si le van a haser un bombo antes de tiempo, como a ti— Jeni replicó suplicante como nunca antes lo había hecho con su madre: —Mama, de verdá que tengo que ir, es cosa de via o muerte. — La madre aceptó a regañadientes, no sin recordarle de nuevo su mala cabeza de siempre. — Tenía grasia, la mama se había casao con diesiséis años y tenía seis hijas de tres tíos distintos, y ensima desía siempre que ella, la “Jeni”, era la cabesa loca de la familia. Pasó por la sección de trabajo social del ayuntamiento, después de transitar por tres despachos, a los que, según ella, le había enviado el conserje cuando preguntó por primera vez. Por fin quedó claro. Acababa de garantizarse la protección de sus hijos ante cualquier circunstancia. Ahora tocaba lo que tocaba. No estaba segura de sí hacerlo o no. Finalmente se decidió y dirigió sus pasos hacia allí, sobre los tacones de charol desgastados que sólo se ponía para ir a sitios importantes como el ayuntamiento. Sí, caminaba hacia el bar que le había dicho la Juani. Se aproximó con miedo. Ella que nunca se arredraba ante nada. La vida no se lo había permitido.

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No le hizo falta entrar. Lo que vio por la vidriera fue suficiente para que el corazón se le viniese a la garganta y las venas de la cabeza le estuviesen a punto de estallar. —Miralo, con la tía puta esa, rubia oxigená. ¿Cómo le había hecho eso? Ella le había entregado toa su via. — Un futbolista guapo y famoso hasta la lesión, y una piltrafa desde entonces, y ella había seguido a su lado. Lloró en silencio, y cuando el sofoco de ira se fue aclarando, recordó que él fue el único hombre que, en un breve paréntesis de su vida, cuando las cosas iban bien, la hizo sentirse la única y más bella mujer amada en el mundo. Volvió sobre sus pasos llorando en silencio, con una mezcla de desesperación y de un dolor físico que le hostigaba desde hacía tiempo. Como pudo, reencontró el camino a casa, a la vez que iba comprendiendo a que punto había llegado. Sola, sentada en la cocina, dejó caer el papel encima de la mesa, manchándolo con los restos del desayuno por recoger. Era la tercera carta que recibía del hospital. Le apremiaban a que iniciase el tratamiento del cáncer de cuello de útero que padecía, y que no había empezado a tratar. Suspiró profundamente, ya más tranquila, de forma casi indolente, la plegó, y la metió en la caja de galletas donde guardaba sus objetos personales que consideraba importantes. —Seis meses dijeron. — pensó con la mirada perdida en el fregadero lleno de cacharros sucios —.

Sus hijos protegidos y

custodiados por sus hermanas; su marido, con suerte en la cárcel y en un programa de rehabilitación; y ella, en sólo seis meses se libraría

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de todo, y ya no estaría para que nadie, nunca más, le reprochase nada. RAQUEL CARRIÓN

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MATRIMONIO DE CONVENIENCIA

Me llamo Gustavo Marín y acabo de cumplir los veinticinco años de casado con Vicenta Brunet. Una fecha tan señalada había que celebrarla por todo lo alto. Era obvio que debería rascarme el bolsillo, pero la ocasión lo merecía, pese a nuestra maltrecha economía. ¡Menudo despilfarro! Pero un día era un día, así que nadie me acuse de rácano. Con motivo de las bodas de plata reservamos mesa en el restaurante Varadero, donde, en su día, también celebramos el banquete nupcial. Fuimos con nuestro hijo David y Amanda, su media naranja. Encargamos el menú de degustación para cuatro personas, que consistía en diversos platos a modo de aperitivo y entremés. Luego la mariscada de rigor, regada con un vino rosado del Penedés. De postre tartufo de chocolate para acabar con sendos chupitos de arroz, el licor tradicional de la comarca. ¿Todo iba sobre ruedas?

¡Ni hablar! Poco después, en cuanto los jóvenes se despidieron y nos quedamos solos, Vicenta empezó a increparme, como de costumbre. Yo no me quedé corto y le rebatí los improperios punto por punto. Durante el resto de la tarde, parecía que las aguas volvían a su cauce, pero más tarde, al despojarme de los calcetines, justo antes de meterme en la cama, se acabó la tregua y se lio parda. Me acusó de guarro. ¿Qué culpa tengo yo de que me huelan los pies? Como solía ocurrir, repasamos los defectos ajenos sin parar mientes. A tenor del cariz que tomaban los reproches se cernía sobre ambos una tormenta de órdago. Que si no recoges el pelo del sumidero

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cuando te duchas, pues tú siempre te dejas levantada la tapa del váter, que si eres una pánfila que vive enganchada al móvil, y tú un majadero que ronca como un hipopótamo… Reanudamos las recriminaciones y la discusión subió de tono. A continuación le tocó el turno a la familia: hermanos, cuñados y madre. Apaga y vámonos. Al mentar a su progenitora se destapó la caja de los truenos. Se armó la de San Quintín. La crisis se agudizó para desembocar en una terrible crisis conyugal. La bronca se desmadró hasta el extremo de tomar una decisión radical. Había llegado la hora de separarnos. Lo peor del caso es que como estamos sin blanca, hemos tenido que adoptar medidas poco convencionales. Yo seguiría trabajando en el taller y le daría la paga a Vicenta, quien a diario me prepararía un par de tuppers, uno con la comida y otro con la cena, a condición de que no apareciera por casa hasta la medianoche para okupar el cuarto que había dejado libre nuestro hijo cuando optó por emanciparse.

Así han transcurrido un par de semanas y debo confesar que estoy harto de semejante apaño. Trato de dormir, pero no puedo conciliar el sueño. Una lujuriosa idea me ronda por la cabeza. Me imagino a Vicenta en la cama, sola y desnuda. Esa imagen tan voluptuosa despierta oleadas de lujuria en mi interior. Tengo la boca seca. Necesito un trago. Me levanto y me dirijo a la cocina con intención de beber un vaso de agua. La mala pécora parecía haber adivinado mis intenciones y me la encuentro en la puerta de la habitación, en traje de Eva. Sí, eso mismo, tal como Dios la trajo al mundo. Con un mohín picardioso indica que me acerque y señala hacia el interior del dormitorio. Nos tumbamos en la cama. Le acaricio el pelo y una cosa conduce a otra. Acabamos echando un

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polvo salvaje. Lo cierto es que un revolcón termina resolviendo nuestras diferencias. Ya se sabe que el sexo es el mejor aliado para combatir el tedio conyugal. El placer carnal es un bálsamo que apacigua los ánimos, alivia las tensiones y ahoga los sinsabores cotidianos, además tiene la virtud de reavivar las relaciones apagadas. Yo recomiendo encarecidamente practicarlo de forma habitual y recurrente.

Conclusión: está claro que la parienta y yo no podemos vivir juntos, pero tampoco sabemos dormir separados.

DAVID VAN BEUSEKOM

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AFÁN DE FELICIDAD

Lamentablemente tengo que confesar que he sido una víctima más de un delito cometido en la intimidad y la impunidad del hogar. He aquí de forma resumida mi historia.

AYER Hace años, cuando sólo era una joven risueña y vivaracha, abrumada por la felicidad, me sentí orgullosa al advertir la mancha de sangre en las sábanas después de yacer por primera vez con la persona que amaba. De hecho, perdí la virginidad porque deseaba entregarme a mi novio en cuerpo y alma. Resulta lógico que entonces, con la ingenuidad propia de la juventud, por mis mejillas arreboladas resbalaran lágrimas de gozo. No podía imaginar que en el futuro volvería a derramar lágrimas y sangre, pero no ya de felicidad, sino de angustia y dolor.

HOY Una vez descubierta la naturaleza violenta de mi marido, no es de extrañar que le tenga miedo. Un temor que me roe las entrañas hasta dejarme sin aliento. Mi cuerpo está repleto de cicatrices, magulladuras y contusiones. Los cardenales, los labios hinchados, la cojera... demasiadas palizas para negar la evidencia: me he convertido en otra víctima machista. No soy la primera, ni tampoco seré la última de una lacra llamada violencia de género, un nombre demasiado suave para designar las agresiones y abusos a los que muchas mujeres se ven sometidas a lo largo de sus vidas.

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Pese a que la muerte sería una forma dulce de liberarme del sufrimiento, quizá debería reaccionar antes de que fuera demasiado tarde, antes de que la cocina sea mi sepulcro, un sepulcro de mármol, sí, pero tumba al fin y al cabo. Es fácil decirlo, sin embargo... reconozco mi cobardía. Mi marido es tan grande y tan fuerte que me hace estremecer. Os aseguro que le tengo mucho miedo. Un pánico cerval.

Disculpadme un momento... Oigo el ruido de la cerradura de la puerta... Mi marido acaba de llegar, huele a alcohol y viene de mal humor... Aguardo agazapada en el sofá del comedor. Grita enfadado... Se me aproxima y yo lo observo con ojos angustiados, horrorizados como sólo puede tener una mujer que sabe que está a punto de ser maltratada... Su sonrisa me estremece... Levanta la mano... ¡Oh, Dios mío! ¡Otra vez no, por favor, no!

MAÑANA Al final he podido librarme de esa sensación tan ignominiosa, aunque aún sufro pesadillas. He conseguido romper las cadenas que me mantenían ligada a un matrimonio ominoso. Gracias a Dios he logrado enderezar mi vida junto a un hombre que me respeta y me quiere por encima de todo. A pesar de la tortura de un pasado desdichado, a estas alturas mi corazón late de nuevo henchido de júbilo en un frenético afán de felicidad.

ANEXO: ¡Basta de demagogia! ¡Tolerancia cero contra la violencia de género! La educación en la igualdad de sexos y el respeto por los

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derechos humanos son los pilares fundamentales en los que tiene que basarse la convivencia entre personas para vivir en paz y armonía. Todo el mundo debería colaborar en erradicar de una vez por todas esa lacra que degrada la sociedad a fin de encarar con renovadas esperanzas un futuro más justo y halagüeño.

DAVID VAN BEUSEKOM

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UNA LLAMADA TELEFÓNICA

Hoy he vuelto a ir a la boca del lobo. Quiero decir, a nuestro lugar de peligro. Bueno, a mi lugar de peligro, cerca de tu casa. Todo por allí es distinto ahora, lo he notado hasta en las baldosas del suelo. Apuesto a que también tú te has fijado en eso. El caso es que llevaba tiempo sin ir, ya lo sabes, y no te voy a mentir, me ha podido la nostalgia. Después del paseo, que ha sido por mi parte un hazaña, arriesgando mucho,

incluso me permitido la imprudencia de

sentarme en uno de los bancos en los que te solía esperar. Concretamente en el banco predilecto, justo enfrente de tu ventana. Cuántos recuerdos ligados a esa madera. No creas que he estado mirando todo el rato por si aparecías. Había muchas distracciones, esa calle siempre ha sido muy transitada. El hombre peludo que tocaba la guitarra me ha saludado con la barbilla, de muy buen humor. Claro, las personas tienen memoria. Y después la dependienta del kiosco se me ha quedado mirando un buen rato. Yo me he hecho el loco, por supuesto, pero sí que me estaba mirando, la veía por el rabillo del ojo. A las cinco han salido los chavales del colegio, y como una estampida me han pasado por delante y por detrás, hasta desaparecer por completo. He aprovechado para escuchar las conversaciones fugazmente, por alejar mis pensamientos de los lugares prohibidos a los que ese lugar me transporta. Un acto prudente. Todavía no logro vencer esa obsesión por completo. Pero no te asustes, querida, lo tengo todo bajo control. Aunque por algo llamo a ese sitio la boca del lobo, porque no debo ir, porque allí tengo que defenderme. Pero no, no voy a entrar en eso ahora. No te he

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llamado para reprocharte nada, no te preocupes. El caso es que has abierto la ventana en mitad de la tarde. Sé que lo has hecho porque a esa hora la luz de la calle es digna de admiración y sigues siendo sensible a ese tipo de cosas. ¿Sabes? Te he proyectado sentada en la cama, mirando la ventana abierta como si fuera un cuadro. Sin imaginarme abajo. Sin imaginarme a mí justo abajo. Qué ironía. Antes siempre eras tú la que me proyectabas en el banco justo abajo; me lo decías enfadada, y discutíamos. Y ahora sé que no sospechas tenerme tan cerca. He estado allí toda la tarde, hasta que ya no había luz. Entonces he sido una sombra más en el mapa de sombras que componen las farolas a esas horas crueles en esa parte concreta de la ciudad. Al volver, he tenido que llamarte. Durante todo el tiempo en el banco no he dejado de temer que te asomases. Y, sin embargo, cuánto lo habría deseado. Te habría cantado todos los versos que aprendimos de memoria, me habría dejado la voz allí si tú quisieras. Pero tú no quieres. Ahora no quieres verme. Y lo entiendo, crucé la línea. Sí, escúchame, reconozco que crucé la línea. No cuelgues. No estábamos preparados para algo así. Me obsesioné contigo. Lo admito, me obsesioné. Te veía en todas partes. Te necesitaba como el oxígeno. Te lo juro, al final era tanta la fijación que incluso te tenía miedo. Todo aquello que atrajera tu atención era una amenaza, una competencia. Sí, competía con todo y con todos por ti. Acabé batiéndome en duelo por ti incluso contra ti misma. Disputándome un corazón con su propia dueña. Sé que es de locos, pero fue así. Y te lo digo no porque no lo sepas, sino para que veas que soy capaz de decirlo. Es decir, que me doy cuenta de todo. Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Pero tengo malas noticias. Hoy el paseo por la boca del lobo me ha devuelto todos los demonios a su lugar de

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residencia, que por supuesto es mi cabeza. Y te hablo así, con uno a cada lado del micrófono, para decirte que mires por la ventana, que la abras sí, que dejes entrar las sombras porque el mapa de farolas que alumbra tu calle me ha devuelto a este lugar y no voy a largarme sin satisfacer a esta manada de diablos que me gritan y se alojan dentro de mí. Esta vez no. No se van a callar. Esta vez he vuelto a la boca del lobo y no me voy a ir. ANA BASCUÑANA SORIANO

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NEGRO POR DENTRO

Se acercaba a darle un beso en son de paz, el día era hermoso y largo y no merecía la pena empezarlo con un traspié. Un pequeño malentendido, o a lo mejor él tenía razón y ella tenía la culpa de que las cosas se torcieran de buena mañana. De cualquier manera, un beso cariñoso serviría para pedir perdón y solicitar la paz en ese día de relax y descanso. Escupió aquellas palabras con desprecio y sin mirarla, y ella las recibió como un autentico puñetazo en la cara: - ¡Vete! Ni me toques. De nuevo ese dolor que ya ni percibe, pero reconoce sus síntomas: aislamiento, tristeza, desorientación, confusión y vacío inmenso. Quizá la viste paseando tranquila al tibio sol de otoño. Fíjate bien, no pasea, deambula sin rumbo y sin sol, su negritud es tan profunda que no hay sol que la ilumine, su dolor es tan intenso que hace tiempo que no lo siente. En ese negro vacío que hace años es su espacio de confort no tienen cabida ni alegrías ni tristezas, se conforma con permanecer en estado neutro. Es lo que realmente prefiere y a lo que se ha acostumbrado, a la indiferencia absoluta, haga lo que haga o diga lo que diga, él reacciona con esa actitud.

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Al principio se sentía molesta por esa falta de atención, todavía tenía sensibilidad para percibir aquello de “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. Ahora ya no siente, solo de vez en cuando esas cosas que él lanza por la boca y ella recibe como auténticos golpes en el alma y el corazón. Sin gritos, sin estridencias ni jaleo, ese deprecio verbalizado, la hunden en su negritud, en ese espacio de confort que no es otro que el aislamiento y entonces deambula bajo el sol y recuerda que aun sigue viva en el mismo sitio donde fue feliz, en ese lugar al que se aferra ya sin esperanza y sin fuerzas ni ganas para cambiar nada. KUKA

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UNA HISTORIA DE MUJERES

En una familia de los años cuarenta, una pareja se casa y posteriormente tiene un hijo. Como consecuencia del parto, la madre fallece y al quedar solo el esposo con un niño recién nacido, se produce el

hecho que determinará toda la vida futura en los

siguientes años. El padre, incapaz de asumir sus responsabilidades, solicita en matrimonio a la hermana de la esposa fallecida, llevándose a efecto el mismo. De este matrimonio, nacen 3 hijos, 2 chicas y 1 chico, por lo que este padre y esposo, ya tiene 4 hijos, de los que no asume más responsabilidad que el maltrato a toda la familia. No tanto físico, como psíquico, económico y de atención y respeto humano. A lo largo de los años, la madre como buenamente puede, se hace cargo de todas las tareas y de educación de los hijos, creándose un entorno familiar en el que lo más importante a tener en cuenta es el respeto y temor al padre, a ese padre que nunca los atendió. Así crecieron estas criaturas. Gracias a la educación pública, estudiaron y consiguieron formarse para su futuro laboral. Como eran años en los que había trabajo, no tardaron en situarse laboralmente ayudando en la economía de la casa, como se les exigía, aunque la madre a hurtadillas les facilitara dinero para poder relacionarse con otros amigos y compañeros.

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Esta situación es un esbozo de lo que ha sucedido y en algunos casos viene sucediendo todavía en algunos hogares, donde el patriarcado ejerce su poder absoluto sobre el resto de familiares, tanto esposa, como hijos y sobre todo, hijas. Es una violencia de género que subyace y se consiente, ya que la primera afectada por dicha violencia es la madre y esposa, a la que los hijos e hijas, con el ánimo de ayudar a que no hayan problemas se someten de forma “en cierto modo voluntaria”, aunque a veces los hijos por su propio interés se suman a la barbarie de la violencia de género ejercida por el patriarca. Ante estas situaciones dadas, se debería promover como ya se hace en muchos casos, las enseñanzas en primer lugar a las madres para que sus hijas perciban de primera mano y en el propio hogar los derechos que tienen y el respeto que se debe exigir del resto de la familia. Las organizaciones locales, por ser las más cercanas a la ciudadanía y a la mujer, deben impulsar movimientos y grupos en los que se enseñe a ésta, que siempre debe tener tiempo y ayuda para realizar sus ideales. Está comprobado que la mujer tiene la fuerza necesaria para llegar a coronar cualquier cumbre, por alta que esta sea, y que pone en todo lo que hace, ilusión, pasión, vida...

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El tiempo no se detiene, ni espera por nadie, así que hay que impulsar a las mujeres a que no detengan tampoco su vida, tienen derecho de iniciar su vuelo hacia sus propios sueños. La premisa para ir despojando a las mujeres de las condiciones de violencia de género conocidas, es que debemos ser más visibles, tenemos el derecho y la obligación de hacernos ver y oír, tenemos mucho que aportar al futuro, así como sueños que conseguir. Ante los casos que actualmente se vienen produciendo contra las mujeres, considero que es consecuencia de lo expuesto anteriormente sobre la educación machista en el entorno familiar que se traslada a los Centros de Enseñanza, donde los profesores se ven desbordados ante situaciones de maltrato entre los jóvenes. Las redes sociales son una fuente importante de información, tanto para familiares como para amistades que pueden detectar quizá en sus inicios los posibles brotes de violencia de género. Pero, a la vez, las mismas redes entre adultos pueden, en algunos casos, potenciar la violencia de género. De algún modo, legal, se debe informar y comunicar, sobre todo a las mujeres y a las jóvenes en particular, sobre los medios y como percibir la posible violencia de género a la que pueden estar sometidas, a fin de que actúe y haga visible su impresión entre compañeros y profesores.

ROSA JUAN REGALADO

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TU CUNITA VACÍA

Me sentía la mujer más feliz del mundo. Pronto estarías con nosotros. Junto a tu cunita, aún por llenar, era capaz de sentirte.

Cogía tu arrullo y lo mecía entre mis brazos. En pocos días te albergaría. Casi estabas ya con nosotros. Tu papá llegaría a quererte igual que yo. Era cosa de hombres. Le costaba expresar sus sentimientos pero todo cambiaría con tu nacimiento.

Mi familia y mis amigas no me acompañaban más que cuando él no estaba. No lo comprendían. No se daban cuenta de que todo lo hacía por mi bien. Quiso que no trabajase para disfrutar del embarazo y de los primeros años de tu vida. Se encargaba de todo. No dejaba que ningún problema nos pudiera afectar. Ni siquiera me preocupaba con las cuentas de casa. Me dio pena dejar mi carrera, pero ya la retomaría cuando estuvieses crecidito.

Con la alegría de tu nacimiento todo se solucionaría.

Cuando aquél día me empujó, tras una fuerte discusión en la que hablaba de ti como si no fueras a ser también su hijo, caí rodando por las escaleras. Mi felicidad se derrumbó.

Desperté en un hospital, donde me dijeron que ya no podría ser madre. Todas mis ilusiones se vinieron abajo. Mi familia intentó

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acusarlo de lo sucedido, pero no hubo testigos y fue absuelto. Tu entierro fue el momento más duro de mi vida.

Al regresar a casa, me abracé de nuevo a tu arrullo y te prometí que nunca dejaría de pensar en ti. Durante algunos años no me di oportunidad de emprender una nueva vida.

Al cabo del tiempo, nos divorciamos y comencé a trabajar. Él ya no me protegía. Años después, conocí a un compañero de trabajo que se enamoró de mí al poco de conocerme. Yo no deseaba tener ninguna relación. Sólo tenía pensamientos para el hijo que nunca llegó a nacer.

Una amiga había pasado por lo mismo. Me recomendó una terapia que seguí durante algún tiempo y gracias a la cual me di cuenta de que algo obstaculizaba mi vida.

No supe lo que era hasta algún tiempo después. Creía que era mi añoranza del hijo perdido lo que me imposibilitaba para emprender una relación, pues ya empezaba a sentir sensaciones que no sabía muy bien cómo definir. Mi compañero tuvo infinita paciencia tras conocer mi pasado, pero a la vez insistía en que le diera una oportunidad.

Hasta que un día supe cuál era el obstáculo. Era tu cunita vacía. La saqué del trastero, la vestí con tus sabanitas, tu colchita, tu almohadón, tus juguetes musicales y todo aquello que tenía preparado para ti.

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Era consciente de que tu cunita vacía era lo que me impedía afrontar el futuro.

Recordaba con amargura la ilusión que me proporcionó sentirte dentro de mi vientre hasta aquél fatídico día. Me despedí de todo ello mientras mis ojos no cesaban de derramar lágrimas. Otro bebé disfrutaría de aquellos objetos que fui recopilando para ti con todo mi amor.

Fue un día muy amargo pero al mismo tiempo me permitió despedirme de ti. Siempre tendrías un lugar en mi corazón, pero de forma que hubiera sitio para otras personas. Para otra vida.

Días después, acepté una relación formal con mi compañero. Le confesé que no podría tener hijos. No pareció importarle demasiado. Me demostró que yo era lo más importante para él.

Con unas palabras llenas de ternura y comprensión, me dijo que en algún lugar del mundo un pequeñín estaría esperando recibir nuestro cariño. Era un camino complicado pero lo íbamos a afrontar juntos, con amor y respecto.

La vida me daba otra oportunidad.

ALICIA ORTS MIRALLES

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EL PUENTE DE LOS DOS CANTOS Hoy me atrevo a escribirte para decirte que nunca más pronunciaré tu nombre. A partir de este momento, siempre que me refiera a ti, te llamaré MAL TRA TA DOR, en mayúsculas, sí, en mayúsculas y con las sílabas bien separadas. También pronunciaré esta palabra con odio. Si recapacitas, que no te creo capaz, ¿de qué otra forma podría hacerlo? Me casé contigo. Nunca hice caso de los consejos de mi madre. No por rebeldía sino porque el amor me puso gafas en los ojos y vi con las dioptrías del enamoramiento. Ella, en mi relación de noviazgo me repitió muchas veces: ¨Hija sus ojos no engañan, son fríos y distantes, de sabor a vinagre. Sus ceños de acero indican que su cabeza piensa cosas que oculta. Sus palabras están llenas de hipocresía y de dobleces. No es santo de mi devoción. Este hombre no te conviene. Piensa en tu futuro antes de dar el paso. A su lado sé que no vas a ser feliz¨. Yo desoí sus palabras y eso que, en materia de maltrato, mi madre ya tenía experiencia con la vida que le hizo pasar mi padre. Y hoy, con frecuencia vuelvo a acudir allí, —a donde acudía mi madre—, donde cantan los zorzales. Sus gorjeos tristes se embuten por mis oídos, y, a veces, se unen con mi llanto; otras, como si ellos comprendieran mi ánimo, me miran y dejan de cantar. Entonces lloro en soledad en esta orilla del río. Mis sollozos se unen a su rumor que también parece comprender mi dolor. Siempre que me encuentro destrozada por tus maltratos, acudo al puente, y aunque a veces los pensamientos me impulsen a atravesarlo, nunca lo hago.

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Allí, a las aguas del río, cuando sé que nadie me está observando, lanzo piedras con fuerza, intentando sacar todo el dolor y la rabia que llevo acumulados. A este mismo lugar acudía mi madre cuando también era maltratada, yo era pequeña y la seguía. Entonces yo todavía no entendía nada. Sólo sabía que venía a este puente cuando mi padre chillaba, o la golpeaba, o le increpaba con su lengua de veneno. Ese lugar era su refugio y su llanto se unía con el canto triste de los zorzales. Ahora, soy yo la que acude. Parece que el destino nos hubiese cosido con los mismos hilvanes negros.

Hoy has vuelto a pegarme. ¡Tus puños encerraban tanta violencia! Hoy he visto tus ceños de acero y tus ojos de vinagre. ¡Ésos ojos que ya vio en ti mi madre! Tu boca soltaba palabras envenenadas. Hoy me has recordado la crueldad de mi padre y el miedo de mi madre. Pero yo no tengo hijos. ¿A qué espero pues? ¿Y si los tuviera? Si los tuviera iba a sacarlos cuanto antes de tus garras. ¿Es que te necesito para algo? Me das asco, repugnancia. No soporto volverte a ver.

Por eso, hoy he pensado que debo perder el miedo y que voy a cruzar el puente. Pasaré del lado de los zorzales de canto dolorido, al otro lado, al de los jilgueros que con su canto alegre elevarán mi ánimo. Lo he decidido. Hoy, por fin y para siempre, voy a dejarte.

AURORA BOREAL

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YO, ANULADA

A veces en la vida no nos damos cuenta de lo que tenemos en casa. ¡Sí, eso es! La persona con la que vives, nunca llegas a conocerla del todo. Al principio todo es muy bonito, como un cuento de hadas y más cuando eres muy joven y estás tan ilusionada que le cuentas a todo el mundo que tienes novio y es mucho más mayor que tú, te regala flores, te invita a cenar… Pero la cosa empieza ahí, cuando va pasando los meses y ves que el comportamiento va cambiando, ya no puedes llevar faldas y que si te pintas mucho ahí, ya empieza a que la cosa no va por buen camino y también cuando no puedes tener amigos, sólo amigas, cuando pregunta mucho por tu pasado, etc. Hace ya muchos años, un día, una niña siendo ella se casó feliz y enamorada, pero ese amor y esa felicidad pasó a ser rabia e impotencia de no poder hacer nada, ni hablar con nadie, es decir, nada, pero el día ya era insoportable como “PUTA , HIJADEPUTA, GUARRA”. Que asimismo, en más de una ocasión, le ha coaccionado, diciéndole cosas como “SI NO HACEMOS UN TRÍO, TE MATO”, “CONOZCO A MUCHA GENTE”. Aquella chica sabía que él no se iba a manchar las manos. Ella sabía que, si él quería hacerle daño, contrataría a alguien. Mientras, le dio un empujón contra la pared y sujetándola del pelo diciéndole “COJO LA ESCOPETA, ¿QUIERES VERLO CÓMO LA COJO?” y ella lloraba y lloraba mirando a sus hijos como estaban llorando (se le rompía el alma) y pidiendo a Dios

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y a sus seres queridos que les protegieran, pero sobre todo a sus hijos, es lo que más quería en el mundo, que no les pasara nada a ellos y le ayudara a salir del calvario de vida que aquella chica tan joven comenzó a vivir con tan sólo 19 años . La chica no paraba de darle vueltas a la cabeza, qué era lo que hacía mal en casa que ni salía con amigas ni a un café, porque se ponía celoso y agresivo. Por eso nunca le dijo que le apetecía salir con amigas, bueno, amigas… Poco a poco él hizo que se alejara de la gente. Todo lo que ella es extrovertida él es antisocial, por eso ella no entendía tanta agresividad si no le daba problemas nunca, como no podía decir las cosas que realmente pensaba, porque no sabía cómo iba a reaccionar. Por eso su vía de escape, mejor dicho, su refugio, era su trabajo. Pasaba días y días trabajando sin ir por casa, era su liberación, era ella misma, no tenía que actuar ni fingir nada como decía ella, SU BALNEARIO. Su marido en aquel entonces siempre le decía que iba a cambiar, que le perdonase por todo, que la quería mucho, que no iba a volver a pasar, pero nunca llegó el día que fuera a un especialista. Ella se convirtió más en una mujer más que no denunció, que se sometió a la manipulación de un hombre y así tantos años por miedo, una por las armas en casa que estaban cargadas y escondía cuchillos y otra por el miedo, pánico del qué dirán tanto en familia como en trabajo y por eso aguantaba su violencia , sus golpes fuertes, su egoísmo del dinero y sus vicios. Suspiraba mientras pensaba en la primera vez que empezó todo cuando tiró su ropa por el balcón y la foto de boda grande la rompió o cuando empuñaba un cuchillo de

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cocina y él decía “COMO SE TE OCURRA SALIR DE LA HABITACIÓN, TE LO CLAVO, Y AQUÍ LO DEJO PARA QUE VEAS”. Pero lo peor fue una vuelta a casa del trabajo cuando entró en el domicilio sin mediar palabra le pegó con fuerza en todas las costillas, cara, que le empezó a sangrar la nariz, más puñetazos que le dejaron sin aire y cayó al suelo sin apenas aire, costándole respirar. Vio cómo sus hijos se ponían delante del padre para que dejara de pegar a su madre, llorando las criaturas, pero ni eso le hizo parar de pegarla con tanta rabia e ira que quitó a sus hijos, cogió un almohada para taparle la cara y, mientras escuchaba los llantos de sus hijos, ella notaba que se le apagaba la luz sin poder quitárselo de encima y sus hijos viendo cómo se iba su madre. Por más que intentaba no podía, pero algo dentro de ella consiguió quitárselo de encima, sacó fuerzas de donde no tenía porque le faltaba el aire, sangraba, pero aún así se levantó, le empezó a pegar con toda su fuerza, no sabía ni cómo pero fue inútil, él le podía, tenía más fuerza y ella estaba débil de cómo la había dejado él de aspecto y lesionada. Esta pobre chica sólo pensaba que sus hijos estaban viendo mucha agresividad por culpa de este señor, por llamarle señor, y veía cómo sus hijos se pegaban entre ellos, se insultaban, se habían perdido el respeto tanto ellos hacia a mí como entre ellos y eso era lo que ella no quería que se hiciera como el padre con esa forma de ser y esa agresividad con todo el mundo porque él contestaba a quien fuera siempre buscando pelea y vacilando al que se le pusiera por delante con chulería como que se creía el más chulo de todos y nadie le podía ni hacer ni decir nada.

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Hasta que un día esta chica se encontró con un familiar y explotó a llorar y le contó algo, no mucho pero algo, y este familiar y muy amigo de un hermano suyo le contó a uno de sus hermanos lo que pasaba. Y ahí empezó todo, cuando fueron al trabajo de la chica todos sus hermanos, le dijeron que había que denunciar, ella no quería denunciar porque para qué, si luego en la tele se ve cómo las matan, porque todos acaban saliendo y van a por ellas. Ella solo pensaba que acabaría uno de los dos vivos, esa batalla era de ellos y era la guerra, el más fuerte sobrevivía. Pero no, al final después de todo el día, en la madrugada fue a comisaria a contar la vida que había llevado delante de uno de sus hermanos que, cuando empezó hablar, veía cómo a su hermano le caían las lágrimas de escuchar cómo su única hermana estaba viviendo eso y él no se había dado cuenta de nada. En la comisaria la policía nacional muy bien, le escuchó y supuestamente salió de allí con protección policial, orden de alejamiento. Iba a ir a por él para llevarlo a comisaria, pero la chica le pidió que, por favor, estaba con sus hijos, que fuera a la salida de la casa y se lo respetaron y, aun así , viendo sus llamadas en la mañana se puso nerviosa y por wasap acabo diciéndole por miedo lo que había hecho. Entonces se presentó en comisaría y se libró de los días del calabazo e hubo un juicio rápido, donde una juez mujer le denegó todo y dijo que era una riña familiar, que no hacía falta ni policía ni orden de alejamiento ni nada. Ella se quedó paralizada, no pudo evitar contestar y decir que entonces para qué se denuncia, para poner más agresivo a él y venga con más rabia y le dijo, me va a matar, lo sé,

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pero usted vivirá con eso toda la vida, que pudo haberlo impedido y no lo hizo. Se recurrió y hubo otro juicio donde sí le concedieron todo, porque se vio que tenía razón, que no mentía en nada, pero ella se desilusionó mucho, porque vio que aún queda mucho por hacer. Habrá testimonios falsos y verdaderos pero para eso están los jueces y las pruebas y testigos, para averiguar todo lo ocurrido y ver qué clase de vida ha llevado y encima cuando los hijos lo saben todo y lo dicen sin reparo a quien le pregunte. Y ustedes que están leyendo esta historia se preguntaran cómo conozco esta historia tan bien, ¿verdad? Porque es la mía.

LUNA

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MÉDICA

-¿Está ya listo el paciente? Mira a los estudiantes, qué tiernos, aprendiendo a lavarse para entrar en quirófano. Las mujeres somos mayoría, no hay nada que demostrar, prefiero que sigamos siendo médicos, no médicas, me suena tan mal… Cuando entré en la facultad ya éramos la mitad y después muchas han sido jefes de servicio. Qué quieres que te diga, a mí me han puesto más zancadillas las compañeras que los hombres, y cuando era residente, no te ofendas pero las enfermeras erais las peores, parecía que os gustase vernos meter la pata. Es más fácil trabajar con hombres. Nunca tuve la ambición de Felipe, y admitámoslo, él era el mejor de los dos. ¿Quién está de anestesista? La intervención va a ser larga, que se prepare-. Blanca miraba fijamente el monitor mientras hablaba, sin ser consciente de que esta vez el hilo verde que rompía el fondo negro era el suyo, acostada en una cama de Urgencias.

-¡Vaya charla nos está dando la del Box 8! Qué malo es chutarse alcohol y pastillas- bromeó el residente de enfermería buscando la complicidad de su tutora. Por el contrario recibió una mirada fulminante que le hizo palidecer. -¡Qué sabrás tú, niñato!- le espetó furiosa y salió del control dirigiéndose hacia el cubículo en el que se encontraba Blanca. Uno de los médicos que había presenciado la escena se dirigió al joven con tono aséptico, -la paciente era compañera del hospital, ginecóloga, una promesa hasta que todo se le vino abajo. Beatriz la conoció cuando trabajaba con ella de

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instrumentista y se hicieron muy amigas. No tenías por qué saberlo, pero sí cuidar lo que dices- giró su silla y se puso a escribir en el ordenador. Beatriz corrió la cortina y sintió un escalofrío al encontrarse con el frágil cuerpo de la que fue su amiga enredado entre las sábanas, las vías y los barrotes de la cama. Se acercó rápidamente, bajó la barandilla y comenzó el rescate liberándola de la maraña en la que había quedado atrapada involuntariamente. Entonces Blanca pareció reconocerla esbozó una tímida sonrisa y mostrándole sus manos huesudas le dijo -mira como tiemblo, debe ser la emoción de volver. He estado fuera de la circulación mucho tiempo-. Beatriz le acarició el pelo pero Blanca apartó su mano bruscamente, desvió la mirada hacia la cortina y asustada cerró los ojos. El quirófano se había desvanecido y ahora se encontraba en casa, negando con la cabeza, Felipe, estoy confusa, tú me conociste en la residencia, sabías que mi profesión era importante para mí, ¿acaso el niño es solo mío? ¿Acaso no tengo derecho a dormir también…? Felipe no me grites. Felipe, ¡no me grites! ¡No soy ninguna loca, estoy agotada! ¡No te vayas Felipe, no me dejes con la palabra en la boca te digo!- Blanca empezaba a agitarse y Beatriz le puso las manos sobre los hombros ejerciendo una ligera presión mientras la calmaba susurrándole suavemente -ya está, ya está-. La expresión de Blanca se transformó nuevamente y continuó su no-conversación, esta vez abatida,

-

Mamá, estoy bien, solo cansada. Tú tuviste cuatro, ya lo sé, pero no trabajabas. No te echo nada en cara, solo digo que eran otros tiempos, creí que me entenderías…Él no es como papá, mi marido quiere ver crecer a sus hijos pero trabaja mucho, ¡no compares, mi padre se fue

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a celebrar mi nacimiento con sus amigos mientras tú empujabas!-. Beatriz seguía sujetando a Blanca, inclinándose hace ella cada vez más. Sabía que no servía de nada interrumpirla, sabía lo que iba a escuchar, desde hacía años, Lo Sabía y no pudo hacer nada, no supo. La dejó hablar, -hace meses que no veo a Beatriz ni a nadie del trabajo. ¿Que me paso el día hablando con ellos? ¿Que me has mirado el móvil? Entonces sabes que no es verdad. Te quiero, no estoy distante, estoy cansada. Creía que había quedado claro, quiero volver al quirófano, tener conversaciones de adulto. No te pongas así otra vez, claro que la familia es importante pero necesito realizarme. Está bien, esperaré a terminar el año de excedencia… ¿Qué dices Mamá? Solo me he tomado unas cervezas. ¡Por Dios, deja de dramatizar!... Felipe, ¿otro viaje? Podías haberme consultado. No es por eso. ¡No estoy celosa, maldita sea! No soy yo la que vigila cuántos minutos paso fuera de casa. ¡Horas!, eso no te lo crees ni tú. Suéltame y baja la voz, vas a despertar a los niños. ¡Que me sueltes te digo…! Mamá, ¿puedes ir a buscar a los niños al cole? No me encuentro bien. No, no vengas, Felipe irá a tu casa a recogerlos después del trabajo. Gracias. Adiós. Vale, bien… Bebo lo que me da la gana, ¿ahora vas a controlar también eso? Sí, venga, llámame loca, me da igual, ya me da igual todo. Vete si es lo que quieres ¡No me amenaces con los niños…! Háblame. Felipe, por favor, háblame. Ya te he pedido perdón, pensé que… no estoy borracha, ¡te digo que no estoy borracha!, no cambies de tema, ¡no metas a los niños en esto! ¡No les digas eso de mí! Carlos, Marta, volved a la habitación. ¡No te los llevas! ¡Te digo que no te los llevas! ¡Felipe!- . Beatriz no pudo más y la abrazó. Quería sacarla de aquella pesadilla. Blanca pareció recobrar la lucidez unos segundos, sus músculos se relajaron y, dejándose esta vez acariciar

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por su amiga, dijo con un hilo de voz, -perdí el juicio, Beatriz, perdí el Juicio, me los ha quitado. Beatriz la apretó fuerte contra sí, balanceándose como si consolara a su propia hija., con la mirada fija en el monitor. –Ya esta, ya está…-.

ROSALÍA PREJUICIO

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LLEGARÁ

Llegará el día en que el amanecer alcance al ocaso. Quizás ese día, ella pueda salir del mercado, llevando la compra en sus manos y sin cargar el miedo sobre la espalda; miedo a que los fantasmas del pasado aparezcan en una esquina, en un portal… y se cumplan las amenazas que él pronunció como la firma del fin de un capítulo llamado vida. Tal vez un día se verá capaz de todo; tal vez, abra las puertas con la seguridad de ser ella y haber abandonado el ello. Pisará las aceras marcando el ritmo de su vida, el que ella siempre quiso, con la ropa que se le antoje cada mañana, sin peros, sin pensar si va a ser juzgada, o marcada. Las señales de amor que se graban en los troncos de los árboles o se abandonan en los candados que amarran puentes, ya se esfumaron, dejando paso al desahogo diario, al llanto abortado y a las falsas excusas para los amigos. Pocas cosas podrían hacerle más feliz que ser invisible a los ojos de quien no quiere que vea, sienta, viva o se quiera. Pocas cosas le ofrecen más miedo que su sombra, que quien opina o duda si es verdad; porque no es suficiente con ser noticia cada día, en muchas familias, y en cada rincón del mundo. Ella camina entre las calles, leyendo los ojos de la gente, pensando si estará en medio del concierto al que le invitó su amiga, en el parking o si quizás se haya atrevido a ir a su trabajo. Siente

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pánico cuando ve aparecer un número desconocido en su teléfono móvil o si alguien le roza al subir al metro. Pero pisa a cada rato más libre, con la confianza de que es la decisión correcta y la forma de demostrar que no era cierto el futuro que un día un hombre quiso para ella.

AZUL

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PUEDO SER YO

Cuando desperté en aquella cama de hospital, estaba confusa, preocupada, no recordaba las razones que me habían llevado allí, pero de pronto, cuando atravesó la puerta de la habitación mi marido, toda la memoria se acumuló en mi cerebro. Fue el quien me encontró en casa, tendida en el suelo y con una gran cantidad de barbitúricos en mi cuerpo. Dosis que yo me había suministrado para poder desaparecer de este mundo, un mundo que me parecía hermoso cuando aquel hombre entró a formar parte de mi vida y que en principio me hizo creer que yo era la mujer más feliz del mundo, pero esa sensación fue desapareciendo en la medida en que la convivencia iba convirtiendo a mi marido en el verdadero protagonista de nuestra historia ¿de amor? y a mí en la persona que solo había llegado a su vida para complacerle, no solo en cuanto a los afectos personales, sino para mantener la casa limpia y en orden, la comida en la mesa cuando él llegaba, la ropa lavada y planchada y hacerme cargo de todo aquello a lo que una mujer debe aspirar para ser una perfecta “ama de casa”. A partir de aquel momento lo vi todo claro y en cuanto salí del hospital pronuncie aquella frase que debí haber pronunciado mucho tiempo antes – quiero que nos separemos-, por mucho que el insistió en que el matrimonio era para toda la vida y que todo lo que teníamos lo había conseguido él con su trabajo, yo continuaba recogiendo mi ropa y cosas personales para poder salir de casa.

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Estuve buscando trabajo y lo conseguí, pero continuaba recibiendo llamadas de mi marido, rogándome que volviera a casa con él, pero mi respuesta siempre era la misma. Yo había conseguido, a pesar de mi soledad, ser yo misma y estaba empezando a valorarme como persona, pero un buen día sonó el teléfono nuevamente y esta vez no era mi marido, era un agente de la policía que me comunicaba que mi marido había sido hallado en su casa sin vida, con la cabeza introducida en el horno de la cocina. A partir de recibir aquella noticia estuve durante un tiempo sintiéndome culpable, pero hoy toda esa culpabilidad va desapareciendo, en la medida en que voy confiando en mí misma y sabiendo que llegará el día en que podré demostrarme que soy capaz de ser lo que quiero ser, sin tener que depender de nadie.

PENÉLOPE DE ÍTACA

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UNA TRIUNFADORA

En Psicología ya me había ido bien, bueno muy bien, hasta el punto de que no pocos profesores habían pretendido que enfocara mi futuro profesional a través de sus departamentos, tanto en investigación como en la propia docencia. Ahora, en Antropología estaba disfrutando y haciendo disfrutar; mis compañeros me miraban entre envidiosos y admirados, y mis docentes, al tiempo que seguían la senda de sus colegas de Psicología, es decir intentar ficharme, premiaban mi capacidad y mi esfuerzo con lo que mejor tenían y podían: unas excelentes calificaciones. Tras ambas experiencias académicas universitarias accedí a estudios de post-grado en prestigiosas Escuelas, tanto europeas como norteamericanas. Con este expediente y con mi facilidad para las relaciones personales, mi inmejorable habilidad social y mi gran empatía, he de reconocer no sin rubor que no me costó entrar en la vorágine con la que siempre había soñado: la motivación para colectivos, el coaching para grandes grupos y en foros de relieve, tanto desde el punto de vista social como intelectual. Me desplazaba tanto por el territorio nacional como fuera de él. Recuerdo mi primera intervención en una universidad estadounidense, algo atenazada por la diversidad cultural de la audiencia que siempre se acrecienta por la distancia que por sí crea un idioma distinto al materno. Fue un éxito clamoroso; entusiasmo y pasión fue la respuesta del público a mi intervención. Una triunfadora, sin duda, es en lo que me había convertido. Y eso

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sin mencionar el alto rendimiento económico que todo ello me producía. Pero en mi vida también existía una sombra que me acompañaba por allá por donde me movía. Cuando al finalizar cada intervención me separaba del gentío y toda la parafernalia social, cuando ya me acompañaban a la soledad de mi hotel, era cuando el espejo me mostraba las heridas de mi realidad. Esa batalla que mi fortaleza intelectual, emocional y psicológica no había conseguido vencer. Y las marcas que descubrían las toallitas desmaquilladoras no eran las peores; eran las que mi almohada me susurraba al oído y que me hacían temer por mi vuelta a casa: mi regreso a la cuna del odio. Me esperaba para insultarme, pegarme y humillarme. Mi ego, omnipresente a la vista del resto de la sociedad, era insignificante y sin valor ninguno para él y su brutalidad animal. Aún me pregunto cómo tardé tanto en acabar con esa prisión tan ingrata y cruel, yo que tanto sabía sobre la conducta humana, y los mecanismos que actúan sobre ella… ¿Y si no hubiera ido a presentar esa ponencia a aquella Comandancia? ¿Y si hubiera tardado en cruzarme con aquella gente especializada a ver en la oscuridad y descubrir aquello que parece tan escondido?

MOSÉN

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UNA NUEVA VIDA Estaba tan acostumbrada a ver las gotas caer que ya no sabía si eran las de siempre, llenas de tristeza resbalando por mi mejilla, o efectivamente las estaba viendo en el cristal al que ahora pegaba mi nariz, acariciando la humedad de los charcos que había dejado la lluvia reciente; y, mientras soñaba con una nueva vida, esa que empezaba de nuevo, la que me hacía recuperar la ilusión y la esperanza de sentirme amada porque creía merecerlo, creía habérmelo ganado… Se había repetido tantas veces esa escena, como si esperara la llegada de no sé qué tipo de salvador, o de ángel de la guarda, o sencillamente que se produjera algún milagro que me sacara de aquel infierno que se había construido a mi alrededor casi sin darme cuenta; por eso, esta vez me encontraba extraña, ajena a lo que ocurría afuera, como si realmente fuera la primera vez que me acercaba a ese ventanal; lo veía pero no lo sentía. Como si no hubiera llorado mares frente a ese parque… Recuerdo que compramos la casa con esa orientación concreta por las buenas vistas que tenía hacia ese pulmón de la ciudad, ese frondoso pero cercano bosque totalmente integrado y adaptado a las necesidades urbanas. Moderno, con columpios para llenar de alegría y jolgorio las tardes, como si de unas extraescolares se tratara, y dotado también de esos circuitos de ejercicio físico para los mayores que se atrevían, a sabiendas de que con ello estaban ganando tiempo al cronómetro de sus vidas.

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Cuánto tiempo perdido y cuántos reproches a mí misma, a mis decisiones, a mi inutilidad e incapacidad de dar la vuelta a esa situación que tanto daño me hacía, y con una frecuencia cruel e insostenible. Y sí, ya lo sabía, me irritaba que me lo estuvieran repitiendo sin cesar a cada minuto, y que los demás intentaran juzgar lo que ya hacía mucho tiempo estaba juzgado y sentenciado: el culpable era él y sólo él. Pero yo también era consciente de que la única culpable de mantener mi participación en esta película de terror era yo. En mis manos y no en otras estaba el poder de revertir esta situación y acabar con este camino de espinas al que en absoluto yo había contribuido a poner en mi ruta vital. Pero lo quería, o creía que lo quería. ¿Cómo había cambiado tanto? ¿O era yo quien había cambiado? Pero por fin llegó el día. Se acabó el maquillaje de camuflaje, las gafas de sol en días oscuros y las excusas por accidentes inexistentes. Llegó el momento en que he comprendido que lo más importante que puedo extraer de este calvario es que merece la pena reciclar mi espíritu al completo, sin reservas ni resquicios,

y

sobre

todo

inocente,

limpio

y

exento

de

responsabilidades y culpas. Y que el teléfono de denuncias no deja rastro, ni siquiera en la factura. Cuando se lo llevaron esposado no sentí nada, ni alivio… nada. Con lo que yo lo quise…

MOSÉN

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POSITIVO -

Positivo

Llevo toda la mañana sin poder dejar de mirar una y otra vez la prueba de embarazo: Positivo. Eso significa que estoy embarazada. ¡No me lo puedo creer! ¿Por qué no dejo de llorar? Desde que me casé con Tomás no hay otra cosa que haya deseado más. Y… ahora estoy embarazada, el test de embarazo lo confirma. Dentro de mí va a crecer un nuevo ser. No me imagino la cara que pondrá Tomás cuando le dé la noticia. Él siempre ha querido ser padre y después de tantos años de relación era de esperar que me quedase embarazada. Recuerdo cuando de novios hacíamos planes. Nos íbamos a casar en la vieja iglesia de mi pueblo, Don Vicente nos iba a casar. Íbamos a vivir en una casa a dos calles de la de mis padres y por supuesto íbamos a tener hijos: dos. Él quería al menos un varón, a mí me daba igual, mientras naciera sano..., aunque, sinceramente, deseaba una niña. -¿Qué será, niño o niña? Demasiado pronto para saberlo, pero a pesar de que me hace ilusión una niña, será mejor que sea un niño. Tomás querrá un niño y mejor que lo sea. A Tomás le gusta que las cosas salgan como él las planea y si algo no sale como él espera… se pone muy furioso.

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¿Qué nombre le pondremos?

Qué pregunta más tonta,

¿cómo se va a llamar? Pues igual que su padre: Tomás. Nunca llegaré a entender a las personas que les ponen a sus hijos los mismos nombres que los padres, ¿por qué? Varias generaciones con el mismo nombre, qué lio. Llamas a uno y se giran todos, pero bueno, a estas alturas no creo que le convenza a Tomás de que le ponga otro nombre. Bueno, no importa su nombre, lo importante es que nazca sano y ante todo que tenga un buen embarazo. Con este embarazo tal vez consiga salir más a pasear, hace mucho que no salgo a pasear. Me paso el día en casa limpiando y limpiando y las pocas veces que salgo es para ir a comprar con Tomás. La vecina de al lado también está embarazada, cuando tengamos nuestros peques los sacaremos al parque juntas. Estoy embarazada y no sé, creo que tal vez sea un error. -

¿Error? Para nada - me diría mi amiga Marta – es una gran noticia, es algo maravilloso. El error ha sido el casarte con un hombre que te tiene todo el día encerrada en casa, que no te permite ni siquiera hablar con tu familia. Te tiene alejada del mundo y no sé cómo se lo permites. Le has permitido todo: que se encargara de los preparativos de la boda, de la lista de invitados (excluyó a tu familia y amigos), no quiso que volvieses a trabajar. ¿Pero no te das cuenta? Te tiene todo el día encerrada en casa, sólo sales para hacer la compra y de su mano. No te permite hablar con nadie, ¡pero si hasta le molesta que le dirijas la palabra a la carnicera para decirle cómo quieres que te trocee el pollo!

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¡Abre los ojos!, ¡espabila! Es verdad, no sé por qué aguanto esta situación. No debí permitir que Tomás me manejara a su antojo. Soy mujer y como tal tengo derecho a que me respete y me deje vivir. No, no me voy a quedar el resto de mi vida encerrada en casa limpiando y cuidando de mis hijos. Quiero salir a la calle, poder hablar con la gente, con mis amigos, con mi familia libremente, quiero poder volver a trabajar, ser independiente económicamente, quiero que mis hijos crezcan junto a sus abuelos y tíos maternos. No quiero que mi hijo se llame Tomás, ¡basta ya! Por este bebé que llevo en mis entrañas voy a luchar por mi libertad, por mis derechos como mujer. No puedo seguir viviendo así. Este bebé que va a crecer dentro de mí me acaba de abrir los ojos. Debí haberlo hecho antes… No sé si mis padres y mi amiga Marta querrán ayudarme después de haberlos dejado de lado durante tanto tiempo, pero sé que no estoy sola. Lo dicen en la tele y los pocos carteles publicitarios que veo en la calle. Antes de que venga Tomás voy a llamar a ese teléfono, lo voy a hacer por mi bebé. -

¡Y por ti! – diría mi amiga Marta CARMEN ORTOLÁ TELLO

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TRASFONDO FAMILIAR

No sé cómo empezó todo, era una relación aparentemente normal, cada una de nosotras había tenido una trayectoria muy parecida. Habíamos salido con chicos, nos llegamos a casar e incluso a tener hijos, pero en un determinado período de nuestra vida todo cambió. Nos dimos cuenta de que realmente nos sentíamos atraídas por nuestro mismo sexo, por qué no intentarlo. Ella empezó ese cambio mucho más pronto, yo sin embargo con 40 años me decidí a dar el paso. Fue maravilloso conocerla, las experiencias fueron fantásticas, y la convivencia también. Llegó un día en que empezaron a aparecer los celos por parte de ella, sobre todo cuando al salir de trabajar no iba a la hora que ella quería, ya que algunas veces el trabajo se liaba o no me podía escapar antes. Sus recriminaciones siempre eran las mismas: “con quién has estado”, “ya te habrás tirado a algún o alguna compañera/o”, “te has tirado a todas las lesbianas de Alicante”. Por más que intentaba hacerla entrar en razón no había manera. Ella mantenía sus amistades heteros y ante ellos era hetero, me llegó a apartar de todas mis amistades, quería que estuviera a su disposición y a la de sus amistades. El machaque psicológico era constante.

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Las

riñas

eran

constantes,

insultos,

malas

caras,

descalificaciones de todo tipo. Hasta que un día quise hablar con ella para aclarar las cosas en una zona neutral, en tierra de nadie. Lo que sucedió fue lo más inverosímil, nos encontrábamos en un parque, sentadas en un banco, hablando de lo que estaba sucediendo, al menos era lo que yo pretendía, de buenas a primeras su reacción fue levantarse y dejarme con la palabra en la boca. No se me ocurrió otra cosa que cogerla del brazo y decirle que se sentase. Dios mío cómo se me ocurrió eso. Empezó a decir a grito pelado que la estaba pegando, que la maltrataba, que la iba a matar. La gente que estaba por allí se empezó a acercar y llamaron a la Policía, me detuvieron. Maldita la hora en que se me ocurrió querer hablar con ella. Mi vida se acababa de venir abajo, en el calabozo unas horas y al día siguiente un juicio rápido. ¿Qué estaba pasando? No me lo podía creer, esto era una verdadera pesadilla. Llegado el momento del juicio, todo estaba decidido de antemano, la primera que pone la denuncia es la que tiene más credibilidad, aunque lo que se diga sea todo falso. La víctima era ella o yo. ¿Por qué se tiene que creer más en la palabra de una que de otra? Intenté que me escuchasen, que me creyesen, pero me encontré con una sanción, una orden de alejamiento, una inhabilitación y encima un curso de maltratadores. Durante más de dos años mi vida quedó marcada, no pude recurrir a todo aquello.

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Lo

consideraron

VIOLENCIA

EN

EL

ÁMBITO

FAMILIAR, pero, ¿por qué, si realmente éramos una pareja? De todas formas eso me benefició, si hubiese sido VIOLENCIA DE GÉNERO, la Justicia hubiese sido mucho más dura. Tras esto tuve que acudir a un Psicólogo para superar la dependencia emocional que tenía hacía ella. Mi familia estaba preocupada, ya que no sabían cómo podría acabar todo aquello, temían por mi vida. Tenía miedo de cruzarme con ella por la calle, empecé a encerrarme en casa, no quería ver a nadie. Tardé más de un año en poder estar libre. Pero libre de qué, tenía una mancha, que aunque judicialmente llegase a desaparecer, en mi interior no desaparecería. Este hecho en parte es verídico, no se dicen nombres ni fechas ni lugares exactos, pero al igual que se piensa que todas las denuncias son justificadas, también hay bastantes denuncias que son falsas. Considero que no deben hacerse distinciones en cuanto a los tipos de VIOLENCIA. VIOLENCIA es VIOLENCIA independientemente del ámbito en que se dé. ¿Por qué cuando la VIOLENCIA es entre parejas del mismo sexo se considera VIOLENCIA EN EL ÁMBITO FAMILIAR? ¿Realmente hay alguna diferencia entre parejas del mismo sexo y entre parejas de distinto sexo? ¿Por qué se considera que la

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VIOLENCIA DE GÉNERO es exclusivamente hacia las mujeres biológicas? ¿Y hacía las transexuales y las lesbianas por qué no? ¿Qué debe cambiar en nuestra sociedad para todo se contemple como VIOLENCIA sin adjetivos? Ahí queda esa reflexión.

SAGRARIO PERLADO ALLER

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ASESINATO TRANS

Arturo, como todos los días, salía de su casa, iba hasta el bar de un amigo y se cambiaba de ropa, cuando salía ya se había transformado en Marta. Todos los días igual. Se dirigía a sus tareas cotidianas, activista trans, portavoz de una ASOCIACIÓN LGTBI, locutora de radio, DJ, musa de fotógrafos y artistas, como ella se definía era una artista multidisciplinario. Un día tras otro ocultando a su familia cómo era realmente. Pero ese día iba a ser diferente, tras realizar diversas gestiones y pasar el día con sus compañeros, después de haber hecho su sesión de DJ y acabar agotada, se dirigía hacia la casa de su novia. Sí, su novia, porque Marta la tenía, estaba muy enamorada de ella. Pero esa noche fue distinta a todas las demás. Llegado a un punto de su camino, se dio cuenta de que había un grupo de 5 chicos que la seguían, comenzó a apretar el paso, ellos hacían lo mismo. Llegó a una calle y giró, mirando para atrás se dio cuenta de que ya no la seguían; sin embargo, se llevó una desagradable sorpresa, al girar la siguiente esquina se topó con 2 de ellos, al intentar dar la vuelta se dio cuenta de que los otros tres estaban cerrándole el paso. Dios mío, qué está pasando, todo se tornó gris fundiendo a negro, habían empezado a pegarle, le quitaron la peluca, le tiraron del pelo y empezaron a pegarle patadas, mientras proferían: “MARICÓN, TRAVESTI, DE QUÉ VAS VESTIDO, SÉ UN

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HOMBRE Y DEFIÉNDETE, ¿PERO CÓMO LO VA A HACER, SI ES UNA NENAZA?”. Mientras proferían todos esos insultos, por la cabeza de Marta pasaban muchas cosas que no podía asimilar: ¿por qué nadie hace nada? Estoy gritando y nadie me oye”. Sus chillidos eran mudos, solo ella los oía, nadie más. De repente, se dio cuenta de que empezaban a sonar sirenas, las oía a lo lejos, pero cada vez más cerca. Los 5 chicos empezaron a huir. Menos mal, todo estaba terminando ya. Pero cómo iba a reaccionar su familia cuando les avisasen de lo que le había pasado. No quería dar un disgusto a su madre, una mujer mayor y enferma, solo su hermana lo sabía. No quería pensar más en ello. Solo en cómo se encontraba, le preguntaban, le miraban, ella les contestaba pero nadie la oía. ¿Qué estaba pasando? Lo estaba viendo todo. La entubaban, le hacían una RCP, le daban descargas, que hacían si estaba viva. No, por favor, me vais a matar. De lo que no se daba cuenta es que realmente su cuerpo ya no existía, solo su alma. Al día siguiente, en la prensa, tanto escrita como televisada, la principal noticia fue: “MUERTE DE UNA MUJER TRANSEXUAL TRAS UNA BRUTAL PALIZA RECIBIDA POR 5 JÓVENES. HAN SIDO DETENIDOS Y PUESTOS DISPOSICIÓN JUDICIAL”.

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En ningún sitio apareció como VIOLENCIA DE GÉNERO, ¿por qué motivo no se podía considerar así? Simplemente porque era una mujer trans y no una mujer biológica. ¿Cuándo se podría acabar con esta diferencia, si todo es Violencia?

SAGRARIO PERLADO ALLER

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LA PONENCIA

El giro de sus cabezas al verme pasar, el descenso del estruendo de la sala hasta percibir un suave murmullo lineal, el asentimiento compungido, o el esbozo de alguna sonrisa lastimera, siempre se repite en cualquiera de los lugares que visito. Qué largo me resulta el pasillo hasta el atril, hoy además, me tienen que ayudar a salvar los tres peldaños del escenario, cómo noto sus ojos clavados en la silla sin perder detalle de mis movimientos, el público se siente víctima, me compadece. -Cuántas horas de rehabilitación mental y física, qué largo se ha hecho el camino, cuántas veces he pensado en abandonar, y aún así aquí estoy, ante ustedes para contarles lo que he sido, y lo que en estos momentos soy. La misma ovación cerrada una y otra vez, una palmada virtual de ánimo, que más parece la apertura de una válvula de escape grupal que una muestra sentida. -Es fácil, es predecible, una conferencia sobre la violencia de género y un ponente en sillas de ruedas, pero no me gustaría que sacaran conclusiones sin que antes les pudiera contar mi relato. -Siéntense en estos cómodos sillones a escuchar la historia de una desgracia, la desgraciada historia de una vida pensando que la cosa no va con ustedes, que no les puede pasar, una película de actores reales, para que una vez consumida, se vuelvan a casa y se consideren afortunados. A lo mejor esa es la mejor terapia, conocer

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las vilezas del ser humano y el sufrimiento, para reconfortarse uno mismo con sus circunstancias. -Pónganse en la piel de las víctimas, familias como las suyas rotas, vidas quebradas, todos los casos en mayor o menor medida con sufrimiento psicológico, en otros además moratones o heridas y por desgracia, en cada vez más ocasiones, secuelas graves como la mía o incluso la muerte. -Pero yo hoy, no estoy aquí como víctima, sino como verdugo, no voy a dar detalles de los abusos, el maltrato físico y psicológico que proporcioné a mi exmujer, simplemente les comentaré los celos irrefrenables que sentía cuando la miraban, le hablaban o simplemente la nombraban. -Pude aguantar mientras estudiaba Medicina, porque estaba totalmente ensimismada en su carrera, yo la cuidaba, y ella echaba horas, toda para mí. Cuando después del MIR llegó la residencia, más de una vez me presenté en su hospital fingiendo una dolencia, y cuando sacó la plaza, me volví loco. Horas de trabajo y guardia, mucho tiempo para pensar en ella, conforme se distanciaba, más agresivo me encontraba a su vuelta. Fue irremediable que sus propios compañeros me denunciaron cuando una mañana llegó reventada a su trabajo. -Por supuesto se separó de mí, el juez dictaminó orden de alejamiento, pero yo sistemáticamente me acercaba a donde ella se encontrara, la buscaba, la espiaba, mi presencia era incómoda pero a mí me complacía.

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-Fue en una sala de fiestas del Puerto, donde le esperé aquella noche, aún recuerdo nítidamente su sonrisa, cómo gesticulaba y disfrutaba en una de aquellas camas balinesas. Bebido, sin control alguno,

me

acerqué

queriendo

respuestas,

respuestas

que

sobradamente conocía, su cara de terror, sus gritos, su odio, fueron segundos, nunca la había visto así, no me quería, era la primera vez que había interiorizado que la había perdido. Sujetado por dos porteros, fui conducido a la calle, me retenían esperando la llegada de la Policía. En un descuido, salí corriendo, totalmente turbado, entre lloros y sollozos. Quizás por eso no salieron detrás de mí, a pocos metros tenía mi moto, me subí sin ningún rumbo fijo, no sé cuántos kilómetros hice consumiéndome en mi rabia, hasta que las luces se apagaron, y todo se fundió a negro. -Me desperté, después de que me hubiesen salvado la vida; parada cardiorrespiratoria, diferentes contusiones, traumatismos, y tetrapléjico a nivel de la C7, me mandaron al Hospital nacional de Parapléjicos en Toledo, allí realmente me encontré de nuevo con la vida, luché por recuperarme, olvidé a aquel muchacho que fui, y me propuse intentar explicar lo que había vivido para concienciar o ayudar si ello era posible. -Recuperándome en Toledo, mi familia me contó que fue mi propia mujer la que me había salvado la vida, esa noche estaba de guardia localizada y acudió a su puesto en urgencias. -Muchas gracias. EL PONENTE

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Relato fuera de concurso FUERA DE MI VIDA

¡Basta! Acababa de decidir que esa había sido su última lágrima, el último reproche, el último insulto… un instante antes se había sentido realmente maltratada. Se levantó del sofá donde se había protegido de la humillación, y miró a los ojos con determinación a esa persona que alguna vez formó parte de su mundo. Aún oyó como en cámara lenta alguna palabra…tal vez un perdón. Él estaba perplejo, no había previsto una reacción así, ahora parecía débil, confuso… En ese momento ella dejó de tener miedo. En ese momento empezó una nueva vida sin él, sin cadenas.

FRANCISCO MARTÍN ARÉVALO

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PRIMER PREMIO ABRE LOS OJOS María Consuelo Serra Verdú. Alicante.

SEGUNDO PREMIO EL MONSTRUO DE LAS DOS CARAS Raquel Zaragoza Durá. Alicante.

FINALISTAS

NO MIRES A OTRO LADO Isabel Sánchez Puga. Alicante

LÁGRIMAS EN EL TIEMPO José Juan Alcaraz Tortosa. Alicante

SEÑALES INVISIBLES. Alicia Adrover Calzada. Alicante

EL DÍA QUE EL DESPACHO OLÍA A CHICLE DE FRESAS José Juan Alcaraz Tortosa. Alicante

QUERIDO MIEDO Yolanda Sala Pastor. Mutxamel.

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