Una mirada al fondo de la historia

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colección

Ahuehuete

Una mirada al fondo de la historia Reflexiones sobre la historia en la actualidad MARCELA DÁVALOS, GERARDO NECOECHEA, LETICIA REINA, GUILLERMO TURNER Coordinadores

Yeuetlatolli, A. C.



Una mirada al fondo de la historia Reflexiones sobre la historia en la actualidad

MARCELA DAVALOS, GERARDO NECOECHEA, LETICIA REINA, GUILLERMO TURNER

Coordinadores


Primera edici贸n: 2003

No puede reproducirse, almacenarse o transmitirse por medios electr贸nicos o por cualquier otro medio sin el previo permiso del editor. D.R. 2003, Marcela D谩valos, Gerardo Necoechea, Leticia Reina y Guillermo Turner (Coords.). D.R. 2003, Yeuetlatolli, A.C. ISBN 970-9049-07-0 Impreso en M茅xico.


Prólogo El presente libro es el resultado del coloquio “Una mirada al fondo de la historia: reflexiones sobre la historia en la actualidad”. La idea de realizar este encuentro nació de una propuesta de los investigadores de la Dirección de Estudios Históricos durante un foro realizado en febrero de 2000 con el propósito de dinamizar la discusión interna a partir de la reflexión historiográfica. La intención ta mbién era recapacitar sobre nuestros enfoques y presupuestos de investigación y cotejarlos con los de diversas escuelas y líneas de análisis. Así mismo y considerando nuestra propia experiencia como historiadores, nos propusimos plantear nuevos retos, al menos para la realización de nuestras futuras investigacio nes. Esta iniciativa pudo materializarse en dicho coloquio, el cual se llevó cabo en esta institución del 6 al 8 de marzo del siguiente año. El comité organizador convocó a toda la comunidad de investigadores y la respuesta fue realmente entusiasta. No tardaron en aparecer los trabajos de 18 ponentes, quienes estaban dispuestos no sólo a elaborar un ensayo que mostrara algunas presunciones y supuestos básicos con los que los investigadores elaboraban sus trabajos de historia, sino que también estaban dispuestos a confrontar ideas y a que el resto de la comunidad de investigadores descubriera a su vez otros supuestos presentes, no reconocidos explícitamente por los autores en dichos trabajos. En fin, dialogar ampliamente entre compañeros y colegas. La experiencia de la discusión que tuvo lugar en torno a los trabajos presentados fue sumamente interesante y sorprendentemente rica en


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polémicas, argumentos y posibilidades. La asistencia al coloquio fue nutrida; buena parte de los investigadores de esta Dirección hizo ver su interés por oír y conocer los puntos de vista desde los cuales los demás colegas pensaban sus propios temas de trabajo. El que cada historiador logre echar una mirada a los puntos de partida –a veces ciegos–, y presupuestos personales con los que construye sus trabajos historiográficos no es algo fácil. Un logro mayor aún es hacerlo al interior de una comunidad de historiadores, discutiendo, intercambiando y proponiendo vías y soluciones. Esto fue precisamente lo que se alcanzó en el coloquio “Una mirada al fondo de la historia: reflexiones sobre la historia en la actualidad”. Sobre la mesa se pusieron y examinaron, ambigüedades, escollos, inconvenientes y letargos que por diversas razones se habían apoderado de algunos recodos de la historia. Ahora tenemos mayor claridad sobre algunos de estos planteamientos iniciales; de otros puntos no encontramos respuestas. Con ello abrimos un espacio y un ambiente propicio para la discusión colectiva, al tiempo que desplegamos nuevas preguntas para seguir trabajando. Tanto el coloquio como la edición del libro fueron el resultado del esfuerzo y participación de muchos miembros de la DEH. Sin embargo, no queremos dejar de mencionar y darle las gracias por su apoyo a Salvador Rueda, Director entonces de la DEH, a Guillermina Coronado, quien desde el área de Investigaciones Históricas nos brindó ayuda en todo momento, tanto para la organización del foro, como durante el proceso de edición del presente libro. A Juana Inés Fe rnández y a Hermila Lira por su apoyo durante el desarrollo del evento, así como a Dolores Avila por realizar la ardua tarea de lectura y revisión de los trabajos presentados. A todas ellos nuestro agradecimiento. Marcela Dávalos, Gerardo Necoechea, Leticia Reina y Guillermo Turner.


Introducción Cada época y cada momento tiene sus propias preocupaciones en torno a lo que subyace y mueve a la historia y a nuestras historias o, como se decía hace ya algún tiempo, al “motor de la historia”. En este libro podemos ver más de cerca algunas de las preocupaciones de hoy. En este caso, nuestras inquietudes giran en torno a la crisis de la historia, a las diferentes interpretaciones de los acontecimientos históricos, que remiten al sentido de verdad y mentira en la historia, al múltiple manejo del tiempo y del espacio, así como al uso de la imagen en sus diferentes formas, como fuente para la reconstrucción del pasado. Estos tópicos se convirtieron en los ejes principales para elaborar nuestros trabajos y para guiar las discusiones que se desprendieron de ellos. Independientemente de las definiciones y respuestas dadas a esos “nudos” a los que se enfrenta la historia, fue especialmente significativo el que estos elementos fueran identificados como algo suficientemente importante para afectar la construcción historiográfica actual. En la primera parte del libro En torno a la noción de crisis y la interpretación se presentan ensayos con diferentes enfoques y preocupaciones, a veces incluso encontradas, pero que en conjunto nos permiten tener diversas interpretaciones y miradas sobre esta temática. En términos generales, los trabajos reflejan tres grandes inquietudes intelectuales: las cuestiones conceptuales relacionadas con su contexto ideológico y político, los diferentes enfoques en conexión con la intención en la historia en cuanto a su lectura y a su escritura


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y la valoración de las evidencias empíricas que usamos como materia prima para reconstruir un fenómeno. ¿Por qué o de dónde deviene la discusión sobre la crisis de la historia? El llamado “giro crítico” o “giro lingüístico” se dice que ha transformado en lo esencial nuestra percepción de la historia. Antes el historiador confiaba en que el documento histórico le brindaba hechos reales; hoy es consciente de que en principio tan sólo le ofrece un lenguaje. Entendido así este instrumento, es pertinente la siguiente pregunta: ¿qué encuentra el historiador en los acervos? ¿Falsedades, mentiras o realidad? La complicación estriba en que el documento nos presenta un relato cuya referencia es otro relato y no la realidad del pasado. La historia escrita, la oral, al igual que la estadística no reflejan exactitudes sino probabilidades y en consecuencia, no se puede aspirar a la neutralidad u objetividad de la historia, tan cara para los positivistas, sino que por definición ésta tiene una dimensión subjetiva. Es decir, está condicionada por los relatos de su tiempo. Tanto la fuente escrita como la numérica se someten al mismo tipo de examen ya que ambas son discursos construidos a partir de apreciaciones predeterminadas o subjetivas sobre algo que resulta digno de narrar o explicar. No obsta nte, la fuente numérica constituye un contrapeso a las fuentes cualitativas, porque muestran patrones que sugieren la probabilidad de comportamientos, sucesos o circunstancias. Es por ello que una opción sería equilibrar la fotografía aérea de la estadística con el close-up (acercamiento, a veces microscópico) de la fuente cualitativa. De la misma manera, en este apartado también está presente el asunto de la verdad y de la realidad pero desde la perspectiva de la lectura, en donde el problema consiste en que a medida que se especializa la disciplina, más se aleja el escritor del lector común. ¿Esto significa una crisis de la historia? ¿O se trata simplemente de que ahora coexisten


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varias historias y entre ellas la académica, la cual cuenta con un público limitado y especializado? Los estudios sobre códigos sociales, vida cotidiana y comportamientos que contravienen la práctica social tienen una fuerte influencia de la Escuela francesa de los Annales y de la Historia Cultural inglesa. Los ensayos de este libro tienen como punto de partida o como parámetro el reconocimiento tácito a estos grandes modelos ideales. Frente a éstos se abrirían dos formulaciones: la primera supondría la existencia de una estructura que superordena el pensamiento y el comportamiento, de manera que las prácticas fuera de ella se convierten en un problema de desviación. La segunda formulación abriría un panorama diferente, porque supone multiplicidad, contradicción y conflicto en las prácticas y las normas. En realidad, la hegemonía de un modelo de comportamiento resultaría de un proceso de encuentro, negociación o tensiones entre dos culturas diferentes y a la vez sería el producto de una época, tanto en el sentido de cosa vivida como en el de cosa reflexionada. El conjunto de planteamientos críticos sustentados en los ensayos en torno a las fuentes tendría una preocupación por la construcción de la fuente documental preguntándose sobre lo que hay de útil en el documento. Surgen de aquí dos posiciones enfrentadas y aparentemente irreconciliables, que exagerando sus diferencias, toman posición, una en el extremo de un “realismo”, la otra en el extremo de un “idealismo”. Otro planteamiento es el del carácter de la crisis de la historia. En este sentido se señala que ésta se ubica fundamentalmente en el Primer Mundo. Es decir, que más bien es un problema de deterioro de paradigmas en occidente y en particular, de su historiografía. En Latinoamérica los historiadores no se han ocupado, de manera central, sobre esta temática, si bien en la historia de las sociedades coloniales se presenta un problema peculiar: ¿Cómo hacer coincidir la práctica social informada por una cosmovisión no occidental con el anhelo de


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un modelo social conformado por una visión occidental? A propósito de la historiografía mexicana, se sostiene que hay una nueva historiografía, con propuestas y enfoques nuevos y que es producto, entre otras cosas, de situaciones sociales en construcción, que por lo demás, es un regreso a la vieja hermandad entre la historia y la antropología. La mayoría de ensayos dirigen su atención a los cambios en las formas de hacer historia, pero no por ello consideran que la disciplina se encuentre en crisis. Como tal, algunos de ellos la abordan aunque desde un diferente punto de partida. Para ellos, tanto el pensamiento evolucionista, como el antievolucionista tienen implicaciones en la existencia de la crisis. El primero es visto como un callejón sin salida al que ha llegado el sumario desarrollismo y el pensamiento occidental. O al menos, los intelectuales no han planteado alternativas, no han imaginado nuevos modelos y no hay nuevos paradigmas. Entre otra cosas, la falta de nuevas utopías en Occidente ha profundizado la crisis, particularmente entre algunos escritores angustiados por la situación y que producen obras donde manifiestan su preocupación y que después se han traducido como una corriente del pensamiento que suscribe la “crisis de la historia”. También dichos estudios hacen una crítica a la visión racionalista por considerarla como un factor importante en la supuesta crisis de la historia. Esta forma de ver y pensar el mundo presupone primero una dirección única, la del proceso civilizatorio –ya sea en su versión liberal o en la socialista– y segundo, que este proceso partía de Europa para gradualmente imprimir una dirección al desarrollo del resto del mundo. El desvanecimiento de esta certidumbre ha provocado una crisis que afecta no sólo a la historia, sino a toda la teoría social y a la práctica política. Frente a la crisis de occidente, se sugiere que el multiculturalismo, de manera crítica, puede orientar en parte la reflexión y las prácticas sociales


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actuales, que a su vez nos permitirían rescribir “las historias” de grupos o colectividades de diferentes maneras. El tiempo y el espacio es el tema central de los trabajos que integran la segunda sección del libro. Sobre este tema es necesario reflexionar para la reconstrucción de los hechos del pasado, especialmente porque quizá éste sea uno de los aspectos que más ha cambiado en la historiografía de las últimas tres décadas. O por lo menos, su uso diferente ha sido tan conspicuo que ha creado un nuevo género historiográfico, la historia regional. Si la medida del tiempo es cultural, y por ello se entiende que cada sociedad tiene su forma particular de medir el transcurrir de los acontecimientos, entonces la noción que se sustente de ésta se encontrará inmersa en un sistema de valores. Asimismo, la temporalidad no está desvinculada de los sentidos que las sociedades y las épocas le dan, ni del le nguaje. En este sentido es que se habla de arbitrariedad en cuanto a la medición del tiempo y se esboza que el historiador es un destazador y un tejedor del tiempo y que el historiador se convierte en constructor de historias. Así, surge en los ensayos el cuestionamiento sobre la posibilidad de una reconstrucción auténtica del pasado. La reflexión sobre la manera de aprehender el paso del tiempo lleva a los diferentes autores a reflexionar sobre los ciclos, los ritmos, las cronologías y las periodizaciones. En relación a estos conceptos y a las formas de aprehender el paso de los acontecimientos se señala que los historiadores no escogemos tiempos a investigar, sino procesos; y es en el análisis de este transcurrir de hechos que nos percatamos de las continuidades y de las rupturas. Estos “parteaguas” son los que marcan los periodos, que a diferencia del tiempo, están marcados por la propia lógica de la sociedad y época de estudio. Por conveniencia y comodidad, los hechos históricos de México los seguimos ubicando en las grandes divisiones o periodos convencionales: Prehispánico, Colonial, Indepen-


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diente (siglo XIX) y Contemporáneo (siglo XX), pero cuando se trata de investigaciones especializadas y sobre todo de un tema específico, se rompe con ellas. En la medida en que entendemos las particularidades de nuestros sujetos o temas de investigación establecemos nuevos periodos. Parecería que no hay más que periodizaciones funcionales para determinados temas específicos y que es a partir de éstos que se sugieren explícita o implícitamente nuevas formas de marcar los cambios o periodos de la historia de México. Varios de los trabajos de esta sección señalan y comparten la idea de que la interpretación que se hace del tiempo tiene también una presencia y un impacto político e ideológico en el presente. Señalan que aprehendemos el pasado desde nuestro presente y éste tiene sentido en la medida en que seamos capaces de explicarnos el pasado. Por otro lado, las investigaciones de larga duración señalan continuidades en el tiempo, las cuales permiten conectar los extremos cronológicos de la historia: el pasado con el presente, y se plantean la necesidad de ser más creativos e imaginar nuestros propios paradigmas. La forma como medimos el paso del tiempo, lo que sucede, el ritmo con el que transcurre y todo lo relacionado con el movimiento se ha trastocado con los nuevos resultados de investigaciones de primera mano. Asimismo, el espacio, antiguamente mesurable, ahora se vuelve relativo, dependiendo del objeto de estudio y del alcance que se le quiera dar. Así, obtenemos diferentes ritmos y dinámicas sociales del espacio que se estudia. Según el diccionario Le Petit Robert, el espacio es un lugar más o menos bien delimitado, en donde se puede situar alguna cosa. Sin embargo, cuando el historiador acota el espacio de estudio, lo hace más en el sentido filosófico que en el geométrico. Por ejemplo, lo define como el lugar ideal, caracterizado por la exterioridad de sus partes y en el cual se localizan nuestras percepciones. Por consecuencia, el espacio


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contiene todas las amplitudes finitas, determinadas y limitadas por las relaciones sociales y cambiantes en el tiempo. No obstante, por razones prácticas, se hacen recortes en el espacio y metodológicamente se ha optado por extensiones de territorios menores como son las regiones o las localidades. En la mayoría de los trabajos presentes se optó por una región de Méxicoen vez de estudiar el ámbito nacional. En las últimas tres décadas ha existido un interés creciente hacia la historia regional. Si bien ésta surgió como una respuesta ante la globalización, paradójicamente el concepto mismo nació en el centro del país y desde ahí se impulsaron políticas educativas en apoyo a los programas de diferentes estados de la República para instrumentar posgrados en historia regional. A largo plazo esta historia conlleva la función política de legitimar algo, como sería la existencia de las diferencias culturales y por tanto, las necesidades sociales y económicas distintas a las del centro de poder. En esta nueva concepción historiográfica, expresada en varios trabajos, se privilegian los espacios reducidos, para poder aprehender el todo singular y a profundidad. A la vez que cada región es singular, ésta se encuentra inmersa en el espacio-nación o ámbito nacional. ¿La historia regional repite el modelo de la historia nacional? Los ensayos plantean que el simple cambio de escala de espacios implica un cambio radical en el quehacer histórico. Y como consecuencia, no sólo hay cambio en las temáticas a estudiar, sino también en los enfoques y metodologías intrínsecas a los nuevos tópicos. Estas diferentes formas de investigar con mayor profundidad y cercanía los actores sociales implican rupturas m i portantes con la historia previa. La tercera parte de este libro “Lectura, escritura e imágenes” aborda la relación entre los hechos reales no objetivos y la interpretación que le damos, o dicho de otra manera, cómo se construye el significado de un determinado suceso. Esta inquietud está presente en los trabajos aquí reunidos, la cual


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remite a una vieja discusión abierta por algunos científicos duros, físicos, matemáticos y astrónomos quienes fueron los primeros en cuestionar la objetividad del método científico. Ellos se preguntaban sobre la relación del instrumental cie ntífico que los respaldaba para sostener sus hipótesis ¿hay mayor objetividad debido a la intervención de la técnica? ¿Son los objetos de estudio mejor interpretados gracias a los aparatos de medición? ¿Acaso el lente astronómico permite apartarse de la interpretación del sujeto histórico? Al menos dos horizontes se hallan en cualquier interpretación, el del autor y el del documento consultado. Los diferentes materiales, técnicas y fuentes, utilizados por el historiador en sus investigaciones, ya sea una fotografía, un óleo o un retablo, forma parte de un universo conceptual, de un contexto que debe ser explic ado. En los materiales antes mencionados, como fuente de información, se distingue una intención, un modo de representar el mundo, pero también se ven elementos comunes que no son producto de la imaginación. Entonces, los ensayos pla ntean que es la confrontación de los paradigmas de diferentes épocas lo que realmente permite un acercamiento a la información contenida en los materiales. Éste se hace de dos maneras: o se usan los mecanismos de sustitución de valores de una época a otra, lo cual implica enterrar hechos del pasado que en un momento habían sido dignos de recordarse o bien, se recurre a la mecánica de la memoria, que es el cambio del valor implícito de los objetos por una cuantía explícita del ayer pero vista desde el ahora. Una parte importante de los trabajos plantea que la reconstrucción del contexto histórico no puede separarse de la historiografía. Ésta nos remite a los escritos producidos sobre un mismo tema en diferentes épocas, los cuales van agregándose como capas geológicas. Así, los ensayos sugieren una serie de preguntas: ¿Hemos llegado a considerar a la historiografía como una suma de interpretaciones? ¿Qué encontramos al toparnos


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con distintos puntos de vista sobre un suceso? Se vuelve explícita la preocupación por la forma como han sido tratados los hechos históricos en distintos contextos. Pero entonces ¿dónde queda el auténtico hecho histórico? ¿Existe un hecho sin una narración sobre el mismo? Los ensayos del presente libro muestran un amplio espectro de cuestionamientos que hasta hace algunos años eran poco frecuentes.¿Cuáles son las diferentes formas de reconstruir el pasado en diferentes épocas? ¿Cómo podemos comprender la lectura alegórica hacia las diferentes fuentes históricas hechas en sociedades pasadas? Estamos inmersos en una discusión sobre las distintas percepciones y modos de comunicación que han existido. Referirse a las diversas lecturas de un mismo suceso nos lleva a desmontar formas de escritura y por tanto a distintas maneras de interpretación. Ahora bien, a manera de conclusión provisional podemos plantear lo siguiente: La llamada crisis de la historia puede ser entendida bajo diversas maneras: como conflicto, como perturbación, como un cambio de la historia –como cualquier otro–, ya de una situación objetiva, ya del pensamiento en la actualidad, de las representaciones o de las categorías de los historiadores. Entendida como algo real, la crisis parece ser un fenómeno generalizado por el que también pasa el pensamiento y en consecuencia, las historiografías en varios países. En otro sentido, la crisis puede ser el resultado del confinamiento de la historia en su torre de marfil, esto es, de la desvinculación del quehacer historiográfico por parte de los interesados y lectores no especialistas y de la sociedad en general con respecto a los temas investigados por los historiadores. En el fenómeno de la crisis de la historia parecería estar involucrado el pensamiento evolucionista, así como su opuesto, el propio pensamiento antievolucionista. En un caso, el evolucionismo ha llegado a una especie de callejón sin salida con el que se ha topado el proceso civilizatorio y el pensamiento occidental; en el otro, las posiciones y discursos


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anti-evolucionistas y nihilistas, en los que no tienen cabida posiciones ni mejores ni peores, han dado lugar a enfoques en contra de todo paradigma, si bien, paradójicamente, éstas últimas se han erigido a sí mismas como paradigma único que ha afectado profundamente a la historia. No fuera de toda injerencia ética, está el asunto fundamental del derecho a pensar, así como a la libertad intelectual del historiador para optar por el tema de estudio que él, como intelectual, por la razón que tuviera, considere pertinente. Sólo desde una conciencia de libertad intelectual, se pueden defender cabalmente las libertades y derechos de otros. De esta libertad se desprende la necesidad imperiosa de conservar todo tipo de fuentes para la historia. Por su parte, es importante destacar la inexistencia de una contradicción entre la esfera ética y la de la libertad de pensamiento del historiador en cuanto intelectual. Entre estos dos ámbitos no hay una contradicción insalvable, sino una tensión necesaria. La naturaleza del objeto de estudio de la historia sigue siendo un tema de interés entre los historiadores. La cultura está formada por el discurso de muchos otros discursos y la historia no es ajena a este fenómeno. El problema hoy en día no parece ser el carácter de realidad o no de lo que se conoce sobre el pasado, sino su veracidad. Los simulacros de realidad son condiciones obligadas de todo nivel epistemológico y éstos, desde la dimensión del conocimiento, se convierten en realidades. Son precisamente los discursos ante los hechos los que nos llevan a entender los porqués, los sentidos o bien, la necesidad de darles nuevos sentidos. En cuanto a los enfoques cuantitativos en la historia, éstos hablan en términos de probabilidad y no de certeza. Resulta importante el papel delimitador que juega la historia cuantitativa, lo cual permite conocer los contornos o perfiles de los fenómenos del pasado. Es notoria la cualidad enunciativa de los números, los cuales también pueden hablarnos de quienes han hecho uso de ellos. Pero lo más importante es


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que en esta área de la historia nuestros estudios siguen dependiendo de nuestras preguntas y de nuestros intereses personales, pues es imposible que se construya el pasado independientemente del ojo del presente. El tiempo y el espacio han sido reconocidos como las coordenadas del quehacer histórico pero ¿en qué consisten?, ¿de que están formados?, ¿cómo medirlos o caracterizarlos? Como oposición o como complemento a una idea de arbitrariedad del tiempo, se puede decir que hay también tiempos específicos, vinculados a algún tema o problema, por lo que éstos no son arbitrarios. Existen diferencias que puede haber al interior de las propias continuidades, en función de los sentidos que le dieron diversos grupos sociales o culturas. El presente es todos los tiempos, en cuyo interior se da una lucha de tiempos; lo crucial es la manera en que se ejercieron dichos tiempos. Es así que resulta conveniente ver al tiempo no sólo de manera cuantitativa, sino también cualitativamente. Habría tal vez que antropologizar más nuestro pensamiento sobre el tiempo y explorar el uso real y concreto que hacían de él los sujetos que aparecen en las fuentes y en nuestras historias, nociones que tendrían –y éste es el reto–, que ser claras y comprensibles para nuestros propios interlocutores y lectores. Se sabe que la historia ha estado estrechamente vinculada a la identidad, por lo que constantemente se busca reinventarla. En la actualidad, crear identidad no es –ni debe ser necesariamente– la intención única de la historia que se hace en México. No existe cabalmente la posibilidad de hacer una historia estrictamente mexicana. Nuestra forma de hacer historia tiene que ver directamente con lo que se hace en otros países. Si bien hay algunos rasgos propios, como los que distinguen a la historia que se hace en lo general en América, frente a la que se hace por ejemplo en Europa, no hay sin embargo una diferencia sustancial entre hacer historia en México y la que se hace en otros países. Los historiadores


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no podemos dejar de pensar como intelectuales; siendo mexicanos podemos y debemos interesarnos por conocer y leer cualquier autor, independientemente de su nacionalidad o cultura. Como historiadores mexicanos lo que nos queda es asumir que hacemos historia desde México. Por otra parte, es innegable que la historiografía mexic ana reciente se ha formulado nuevas preguntas, el problema está en lo poco conscientes que estamos los historiadores de ello. El no saberlo con certeza es lo que hace la diferencia con las historiografías de otros países. Resulta cada vez más evidente el que a los historiadores en México nos hace falta leer, pensar, escribir, discutir y teorizar en torno a la historia. En torno al tema del espacio en la historia está aún por discutirse el asunto de las relaciones entre las partes y el todo. No obstante, una noción amplia y multidimensional de la historia ve y concibe el campo de esta disciplina constituido por formas muy diversas, las cuales son simultáneamente parte y todo, por lo que historia regional y nacional no representan ni principios, ni prácticas excluyentes. Entre la historia regional y la historia nacional se puede suponer una pugna irresoluble, pero realmente se trata de una diferencia de dimensión y de enfoque. La selección de hechos y de aproximaciones implica diferencias, si bien en la práctica la diferencia sustancial está exclusivamente en el tamaño del espacio de estudio. A pesar de los desacuerdos o repeticiones entre la historia regional y nacional no hay necesariamente una fractura de fondo, llegando una a arrojar luz sobre la otra. Es decir, ambas son necesariamente complementarias. Por su lado, la microhistoria al reducir la escala de observación puntualiza las relaciones sociales y cuestiona las que aparecen como dominantes. Estas partes no se suman para hacer una historia mayor, pero a través de ellas se puede profundizar en su conocimiento. El estudio de las imágenes sigue ganando interés entre los historiadores. La imagen no es de naturaleza distinta al docu-


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mento escrito. Existe tanta invención en una fotografía como en un video o en una pintura, por lo que hay la necesidad de desarrollar una teoría para leer o interpretar las imágenes, así como la realidad misma, teoría que logre explicar los hechos históricos. Existen sin embargo, las interpretaciones fallidas de imágenes cuando no se consideran ciertos criterios, como la intención de las imágenes y su ubicación cronológica. Es un error pensar que al hacer historia se está escribie ndo la última versión. Hay que recordar que la historiaproblema de la llamada Escuela de los Annales no tuvo nunca como intención la búsqueda de una verdad absoluta, ni tampoco la de dar respuesta exclusivamente a los problemas abordados, sino que constantemente buscó plantear nuevas preguntas e interrogantes en el campo de la historia, princ ipios que no han dejado de ser vigentes. Por otra parte, es una necesidad imperiosa que los historiadores podamos ver y aceptar las mentiras de algunos sujetos, entendidas ahora como recursos o herramientas para vislumbrar algunas verdades o bien, para explicar ciertos discursos y acciones. La verdad depende de diversos factores, como la autoridad, la verosimilitud y de un proceso de producción de sentidos. La verdad implica algo o a alguien que la acredite, sie ndo éste un terreno de lucha de sentidos donde opera una suerte de tribunal o jurado desde el cual se aprueba o se descalifica. Si bien es cierto que se han derrumbado los paradigmas que había sustentado una verdad única y que hoy, vinculados a una posmodernidad, aceptamos varias verdades, existe un riesgo muy grande al hacer una crítica desmedida de la verdad. Ésta, después de todo, sigue conformando la intencionalidad y el horizonte de la historia. En este sentido, particularmente los historiadores, no podemos afirmar que la verdad no exista. Igualmente hay que señalar que un universo sin verdades o paradigmas únicos y hegemónicos no es un espacio necesariamente sin reglas ni criterio alguno donde todo es posible y


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válido. Lo más probable es que en esos casos las nuevas reglas no se hayan hecho explícitas o que aún estén sometidas a procesos de elaboración, explicitación y concientización. Es fundamental, desde la posición ética del historiador, la intención de verdad, desde la cual debe partir éste, al mismo tiempo que es necesario asumir la existencia de historias múltiples y no la de una visión única –maquillada o no– de la historia. Finalmente, podemos decir que para la sociedad, como la academia, es tan necesario investigar y escribir sobre el pasado, como reflexionar, criticar y repensar continuamente las maneras en que estamos produciendo y desarrollando la ni vestigación historiográfica, es decir, construyendo la historia. Marcela Dávalos, Gerardo Necoechea, Leticia Reina y Guillermo Turner.


Primera parte En torno a la noci贸n de crisis y la interpretaci贸n



Sobre la llamada crisis de la historia

Marcela Dávalos Si el título de mi texto se refiere a una crisis de la historia, es más en su sentido de desplazamiento o cambio profundo, que en el de declive. Creo que la mayoría de quienes escribimos historia, fuera y dentro de la DEH, hemos transformado de un tiempo para acá nuestros criterios de investigación; si al inicio de los ochenta era casi una herejía expresar que los talleres artesanales no podían ser explicados desde la lucha de clases, veinte años después se volvió un lugar común buscar las continuidades que tenían con los procesos de trabajo empleados desde más allá del siglo doce. Apenas hace veinte años se iniciaron en México los primeros estudios que vinculaban la antropología a la historia, así como aquellos que consideraban al “imaginario social” o a la historia de las mentalidades como un vector desde el que se explicaban los comportamientos sociales. Desde entonces se fueron generalizando las investigaciones en que se hallaba más similitud entre las sociedades medievales y las del siglo diecinueve que las tenía éste con las del siglo veinte; la larga duración se convirtió en un término de uso frecuente; el diálogo con el significado de historia hasta entonces vigente, “el relato de los acontecimientos y de los hechos dignos de memoria”, dio paso a las diferentes percepciones que se podían tener de una misma sociedad. Las guerras mundiales y los totalitarismos alertaron sobre la tentación de unificar los sistemas de vida; la historia como


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pedagogía destinada a formar ciudadanos y patriotas quedó señalada como el monolito de un único poder. El tiempo, fraccionado en tiempos dio paso a la historia de los hombres, de los vínculos, usos y costumbres tejidos por los hombres “sin atributos”. La antropología, la economía, la geografía o la sociología dieron mayor sentido a las temporalidades históricas, a las diferencias. Desde luego no pretendo resumir en un párrafo el recorrido de la historia de la última centuria, en primer lugar porque no sería capaz de hacerlo y en segundo porque hay mucho material escrito sobre el tema. El sentido de referirme apretadamente a esta trayectoria es en función de comprender el vuelco que está dando la historia en los últimos años y, sobretodo, de intentar ubicarnos como comunidad. Lentamente se ha vuelto un lugar común, con el que podemos o no estar de acuerdo, el que las cosas no significan lo mismo en las distintas épocas. Aquella idea de Foucault, plasmada en La arqueología del saber, de que “debajo de las grandes continuidades del pensamiento, de las manifestaciones masivas y homogéneas de un espíritu o una mentalidad colectiva, por debajo del terco devenir de una ciencia que se encarniza en existir y en rematarse desde su comienzo, debajo de la persistencia de un género, de una forma, de una disciplina, de una actividad teórica, se trata ahora de detectar la incidencia de las interrupciones”, nos ha llevado muy el jos. Si de cualquier acto o deseo era posible sospechar en términos de su genealogía, lo sorprendente hoy es que además podamos dudar de los textos escritos sobre los que se ha construido toda la historia. Considero que el punto nodal del vuelco en la discusión histórica tiene que ver con la manera de escribir historia. Desde luego que esta discusión podría remitirnos a Dilthey y argumentar, como algunos colegas lo han hecho, que tal enfoque no es ninguna novedad. Y estoy de acuerdo, sin embargo yo partiría de que esta discusión había permanecido casi latente y que, no hace más de treinta años, mientras que el estructuralismo ocupaba casi todas las vertientes cultura-


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les, una disidencia minoritaria nunca dejó de lado la pregunta de cómo se producía y reproducía el pensamiento histórico. Esta cuestión de la escritura de la historia ha sido puesta en discusión en coloquios, artículos y cursos impartidos, y cada vez aparecen con mayor frecuencia términos como signific ado e historia; la invención histórica; contextos y escritura de la historia; la función de la narración histórica; producción y recepción de los documentos; la nueva historiografía, etcétera, etcétera. ¿Es posible ubicar estos trabajos al interior de una discusión general? Recuerdo el cartel de aquel Coloquio realizado en la DEH en agosto de 1990 titulado “La ficción y los archivos”, en el cual preguntas como ¿cuál es la relación entre la imaginación y los archivos?, ¿cómo se construye el pasado a partir de ellos? La historia ¿es una ciencia o una ficción? o ¿qué diferencia hay entre la literatura y la historia? tuvieron cabida sin mayor extrañamiento. En varias ocasiones pusimos en tela de juicio nuestra manera de preguntar a los archivos, quizá sin socializar suficientemente entre nosotros tales interrogantes. Con esto lo único que pretendo resaltar es que muy seguramente hemos estado trabajando y leyendo a autores que en sus investigaciones se refieren continuamente a aquella frontera marcada en 1980 a la que la revista Annales denominó “giro crítico” o a cierta historiografía norteamericana que recientemente ha difundido el término de “giro lingüístico”, y sin embargo hemos permanecido petrificados ante la sorpresa del otro. Me parece útil revisar a grandes rasgos cómo llegamos a cuestionar a tal grado el papel de las fuentes documentales. No hace mucho aún era un lugar común suponer que la historia decía la verdad: los hechos pasados sucedieron y el investigador lo único que hacía era desempolvar los archivos para entregárnoslos tal como fueron. La mayoría de nosotros crecimos con la idea de que los archivos servían para ir resanando los huecos de esa pared llamada pasado, y que la historia


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debía investigar sobre lo que faltaba de averiguarse. Sin embargo hoy no resulta tan extraño escuchar una afirmación como la de Paul Veyne, de que la novela, al igual que la historia, es un simple relato. 1 Para este autor, como para muchos otros, la historia es la respuesta a los interrogantes de quien investiga, a las preguntas que cada época hace a su presente; la historia es pura narración y relato de acontecimientos que, al igual que la novela, no hace revivir nada del pasado: De la misma forma que la novela, la historia selecciona, simplifica, organiza, resume un siglo en una página, y esta síntesis del relato no es menos espontánea que la de nuestra memoria en el momento en que evocamos los diez últimos 2 años de nuestra vida...

La escritura histórica, en oposición a la literatura, ha creado un sentido de verdad absoluta hacia su público lector ¿quién se pondría a documentar si existen errores históricos en las batallas napoleónicas narradas por Tolstoi en La guerra y la paz? Hacer esto sería una pérdida de tiempo porque la verdad de la novela no depende de eso, sino de su propia capacidad de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia... porque decir la `verdad´ para una novela significa hacer vivir al lector una 3 ilusión y `mentir´ ser incapaz de lograr esa superchería.

Por el contrario, el lector de historia jamás espera encontrar emociones imaginarias, ya que de ella se ha esperado certezas incuestionables que supuestamente le brindan los datos. A diferencia de la novela, a la que nunca se le cuestionará si puso imaginación a sus narraciones épicas, a la historia se le exige que olvide todo lo novelesco; sin embargo, desde hace 1

Paul Veyne, ¿Cómo se escribe la historia?, Madrid, Alianza Universidad, 1978, p.10. 2 Ibidem, p.16. 3 Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Madrid, Seix Barral, 1990, p.6.


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aproximadamente dos décadas se ha cuestionado cuál es el tipo de verdad que construye la historia. La bella época de la historia ha pasado, aquella en que fue considerada como ciencia, y no cualquier ciencia, ya que al lado de la psicología era una de las ciencias fundamentales del espíritu... Fue también una bella época para los historiadores. Su prestigio nunca ha sido tan alto, como tampoco la opinión que de ellos mismos tenían. Algunos se consideraban espíritus puros, situados más allá del espacio y el tiempo...Casi todos creían en los hechos históricos, duros como piedras, a los que bastaba extraer del cúmulo de los archivos para que, catalogados uno a uno y cimentados por las leyes claramente establecidas del desarrollo, ellos reorganizaran la historia, la verdadera, y permitieran compren4 derla en todos sus detalles...

Para aquellos historiadores del siglo XIX los archivos encerraban una verdad objetiva que reflejaba las leyes del desarrollo y el progreso, en ellos no existía la pregunta de si la mirada del historiador influía en la construcción del pasado. Y ésta tradición llegó hasta nuestro días: poco se duda de que la historia mienta, debido a los documentos que la respalda. Y este es, aparentemente, el punto que hasta hoy la separaba de la novela, hasta antes de que pusiéramos en duda el papel de los datos, o dicho de otra manera, ya no creemos tan fácilmente que sean ellos los que decidan la verdad o mentira de la historia. Ranke opinaba que para hacer historia, el historiador lo único que debía hacer era abrirse a lo real, salir de él mismo, abandonar sus intereses y sus pasiones a fin de poder ver la realidad histórica tal como era. Se trataba, decía, de que su subjetividad fuera cancelada, ya que era un requisito indis4

Kristoff Pomian, “L´histoire de la science et l´histoire de l´histoire” en Annales. Economies. Sociétés. Civilisations, vol. XXX, núm. 5, p. 935.


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pensable para el conocimiento verdadero. Esto significaba alcanzar un estado de neutralidad y ver en el pasado los hechos “duros como piedras”, más allá de la biografía, sitio o postura desde la que se ubicaran los investigadores. Y aunque esta tradición aún sobrevive, el siglo veinte comenzó a cuestionar la selección elaborada por el historiador. Hace años Carr opinaba que “los datos hayan sido encontrados en documentos o no, tienen que ser elaborados por el historiador antes de que él pueda hacer algún uso de ellos; y el uso que hace de ellos es precisamente un proceso de elaboración”.5 Para nosotros es ya una evidencia que la elaboración implica añadir a los documentos la biografía de quien investiga, tanto como el contexto histórico desde el que habla, sin embargo desprenderse de la tradición decimonónica que enseñó a ver en los documentos enunciados constatativos, referenciales, olvidándose de que entre sus líneas existe un “conjunto de suposiciones” implícitas que eran compartidas desde los códigos propios de la otra cultura, es una tarea que aún está en proceso. Y aquí es donde una nueva fractura fragmenta la discusión. Si la percepción del historiador y el sitio desde el que hablaba fue aceptado con relativa facilidad, no ha sido lo mismo con la idea de que el único material con el que trabajamos los historiadores es lenguaje. Esto en parte porque el acto de hacer historia se complejiza hasta el infinito. Si no tenemos realidades, sino palabras para crear nuevas interpretaciones, entonces ¿cómo relacionarnos con los documentos? Las múltiples respuestas a esta pregunta van desde explicitar el contexto cultural en el que fueron producidas las fuentes, hasta ubicar de qué tipo de escritura se trata. El texto no habla por sí solo, pues de él se hacen lecturas diferentes. Por esto nos hemos topado una y otra vez con autores que hablan del proceso de producción, circulación y recepción de los 5

Jorge Lozano, El discurso histórico, Barcelona, Alianza Universidad, 1987, p. 81.


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textos; que remiten a géneros escriturísticos, o bien con quienes sostienen que todas las ciencias sociales han terminado en la misma encrucijada, al cuestionar el sentido de sus quehaceres. En historia el sentido nace de la relación entre los textos y los lectores y siempre marcados por una frontera que separa los horizontes desde los cuales cada uno habla: desde aquí se entiende el por qué se han producido tantas investigaciones sobre la historia de los lectores, sobre la circulación y hechura de los libros, sobre la historia de las bibliotecas, de las aptitudes biomecánicas al escribir, etcétera. No es lo mismo relacionarse con un libro de pergamino de un metro de alto que debe ser colocado en un atril ante el cual el lector se mantiene de pie, que sentarse a continuar la lectura de una edición desechable. Igualmente no es posible esperar la misma recepción de un público iletrado al que se le leía en voz alta, que la recibida por la élite ilustrada a finales del siglo dieciocho. Tanto la producción de los escritos como las maneras de leer poseen una historia particular que nos remite a las maneras de escribir, y que, sobretodo, nos obliga a distanciarnos de una lectura referencial de las fuentes documentales. Del mismo modo que la historia de los ochentas terminó con la idea de un único tiempo, la historia de la última década del siglo veinte ha cuestionado la idea de que el libro, el escrito, pueda ser considerado siempre el mismo libro. Todo texto se halla en relación con un lector, con el “público de lectores” al que se referían tanto Robert Darnton como Roger Chartier cuando estuvieron entre nuestra comunidad; no se trata de decir que sin lector no existe el libro, sino de subrayar que los escritos no tienen significado en sí mismos, sino sólo en relación con los lectores, con la época en la que son leídos. Los legajos tuvieron una función específica al ser escritos: desde los pleitos por propiedades hasta las denuncias por amancebamiento que quedaron en los juzgados fueron parte de un conjunto de documentos producidos en un momento determinado, y tienen sentido en cuanto se les pone


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en relación con los personajes que los rondaron. Por ello no hay escrito que pueda ser tratado como sustancia, sino que exige ubicar su “horizonte de expectativas”, es decir la densidad temporal a la que corresponden el libro, el escritor y el lector. El contexto desde el cual fueron elaborados. Ninguna frase escrita en otros tiempos fue inocente: todas guardan un conjunto de reglas implícitas que eran comprendidas al menos por un grupo de contemporáneos. Desde que se descubrió el papel de los lectores, los libros y los escritos en general, dejaron de ser para siempre el mismo texto, ubicándolos por tanto en su función y no en un significado eterno; por ello reconocer la historia de las interpretaciones de un escrito dado se ha vuelto primordial, bajo el supuesto de que cada época posibilita formas de leer distintas. Por todo esto se ha afirmado que el documento aislado no existe, sino que es en relación con la comunidad que lo emplea para configurar cierta trama. De modo que la historia es escritura, narración impresa, lenguaje escrito mediado por la comunicación simbólica de su tiempo, tanto como las fuentes documentales son signos escriturísticos que remiten a otra época. El investigador “ha quebrantado las viejas certidumbres: la toma de conciencia de los historiadores de que su discurso, cualquiera que sea la forma, es siempre una narración”,6 ha permitido tratar con enunciados de un lenguaje mediado culturalmente, antes que con palabras referentes a lo factual. Al referirnos a la importancia de enaltecer el entorno del escrito, a lo que estamos apuntando es a tratar al texto con mayor flexibilidad: no hay una única lectura, como no hay una única sociedad, ni hay un solo hombre. Los textos se leen de acuerdo a las convenciones que rigen ya sea a una colectividad o a un individuo, tal como lo mostró Ginzburg con su molinero en el siglo XVI. Los límites de la interpretación son 6

Roger Chartier, “La historia hoy en día: dudas, desafíos, propuestas”, Revista Historias (Revista de la Dirección de Estudios Históricos del INAH), 31, Oct 1993-Marzo 1994, p. 7.


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posibilidades de lectura dadas por sus referencias: por ello se ha dicho que el texto no existe, que solo tenemos al texto mediado por un cúmulo de saberes que pueden ser implícitos o explícitos: al historiador le toca reconstruirlos, reconocer cuáles fueron las formas de construir el escrito. Aquí toman sentido los tropos de los que habla Hayden White: su idea es aportarnos una teoría de los géneros acordes con obras específicas del siglo diecinueve, Michelet, Ranke, Tocqueville y Buckhardt, que sirva para explicitar las referencias de verdad, escritos desde una trama realista, desde las cuales se fundó el sentido de historia en la modernidad. Y aunque su tipología deja fuera la preocupación por las sociabilidades, por la “experiencia de pertenencia”, en las que se desplaza el lector, en términos generales su propuesta se inserta en la inquietud por crear modelos, paradójicamente cercanos a la narración literaria, que permitan volver inteligible a los textos históricos. De un discurso sobre el pasado que se fundaba en la fe, en esa compleja relación que hay entre el conocimiento y la percepción en la que se fundó la historia a lo largo de la Edad Media, pasamos a otro que justificó su autenticidad gracias a la validez de técnicas y métodos, de los que nos hablaba por ejemplo Ranke, para luego finalmente llegar a distanciarnos de ambos. Si en las últimas décadas ha surgido interés por el conocimiento en las sociedades tradicionales, en buena medida se debe al criterio de verdad en que se respaldaba y a que su contraste con la verdad construida desde el conocimiento objetivo, instrumental, abrió posibilidades para reflexionar sobre el quehacer histórico. Luego de que la verdad de la historia dejó de asentarse en la percepción visual, en el testimonio del testigo ocular como incuestionable, se gestaron los fundamentos epistemológicos de la ciencia histórica: por un lado la narración de los acontecimientos y por otra la investigación en sí misma. A partir del siglo diecinueve, como dice Paul Veyne, se hallaron el historiador escritor por un lado y por el otro el historiador científico. La filosofía de la


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historia, apartada de ambos, quedó como la única capaz de reflexionar sobre el quehacer histórico: pensar en el pasado, en la verdad, en el tiempo, en los hechos históricos, la paleografía, la diplomática, etcétera, pero nunca tuvo por qué detenerse a reflexionar sobre cómo se reconstruye la escritura histórica. Aún en algunos documentos del siglo diecinueve, por ejemplificar lo anterior, la verificabilidad de cierto suceso se respalda en la palabra del testigo ocular: de los que vieron. Esto nos habla de una verdad basada en la percepción, en la vista como fuente de primera mano, y no en la corroboración de los hechos a través de criterios objetivistas. En aquel entonces quien había visto era fuente de primera mano, quien hubiese escuchado era de segunda mano y así le seguían quienes narraban del relato hecho por quien había visto o bien de quien narraba por las palabras de quien había escuchado de fuentes de primera mano. Los testigos formaban parte de la verdad por medio de la palabra: el pasado, lo sucedido era parte de la credibilidad como acto de fe. Por ello el sentido de la historia escrita tenía más la función de ser ejemplo hagiográfico o de reafirmación de la palabra y tie mpo bíblicos, que de mostrar que por medio de indicios y técnicas apropiadas se podría demostrar lo auténticamente sucedido en el pasado. La función de la historia hasta el siglo diecinueve no fue la de comprobar que el conocimiento estaba mediado y que la verdad dependía de la racionalidad instrumental, en tanto nadie la leía para conocer cómo habían vivido o sucedido las cosas en otras épocas; la historia premoderna se asociaba más a ejemplos de vida o a lectura placentera que a una verdad que debía ser aprehendida como sucesos cronológicos incuestionables. Los textos tenían mucho más que ver con conocer las reglas y saber aplicarlas, es decir saber qué hacer en una cierta situación o encontrar una enseñanza moral, que reconstruir mentalmente lo sucedido como resultado del laboratorio de un historiador. Las anti-


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guas historiografías poseían “marcas de historicidad” 7 ajenas a las de “he constatado estudiando en las fuentes”: la verdad de lo que se cuenta, se convierte, en efecto, en el criterio fundamental para definir un texto como histórico si se le opone al texto de ficción en el que se supone que lo 8 que se cuenta es inventado y, por lo tanto, falso.

Las marcas de historicidad, tales como las citas de pie de página o las referencias a los legajos archivísticos, son entonces símbolos de un sistema cultural que revela cuál es el sentido de la verdad contemporánea. Se trata de rasgos, gestos, que pueden ser comprendidos por un lector específico que se halle inmerso en el significado que poseen dichas referencias, es decir, implícita o explícitamente esa semiología de símbolos son un sistema de comunicación que no podrían haber sido comprendidos por los griegos como hoy día los interpretaría cualquier lector mínimamente enterado. De modo que el historiador forma parte de un sistema comunicativo que presupone que el pasado es una experiencia ajena, no sensible, pero alcanzable por medio del razonamiento que ha cosificado las fuentes documentales. Ambos, las marcas de historicidad y el pasado entendidos como enunciados que podrían constatarse, apuntan al contexto en el que fue creado el texto histórico; estos son dos axiomas que nos hablan de una forma de comunicación, de una sociedad que trata al pasado y a la verdad desde presupuestos específicos. Hay por tanto un lector capaz de aprehender el texto de comprender sus mecanismos internos: por ello no es evidente que un le ctor del siglo veinte sea capaz de leer las obras teatrales de Moliére como lo haría un “lector implícito”, un hombre del siglo diecisiete. Los textos son siempre distintos a los lecto7

Cfr. Anthony Grafton, Los orígenes trágicos de la erudición. Breve tratado sobre la nota al pie de página, Buenos Aires, Siglo XXI, 1999. 8 Jorge Lozano, op. cit., p. 129.


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res, en tanto su sentido está en su relación y esta depende del horizonte en que se halle cada cual situado: de aquí la importancia que la historiografía moderna ha dado a la construcción del lector. Los motivos para responder por qué en las últimas décadas se ha cuestionado a tal grado la escritura de la historia seguramente son inabarcables, sin embargo una duda sobre el presente, un “descentramiento” del horizonte, de poder distanciarse y reflexionar sobre la “tradición” ha resultado ser una crítica al presente, al peso de la tradición, al lenguaje, que nos daba pertenencia a una comunidad. 9 Por consiguiente el lenguaje está en el centro de la discusión: la retórica que estructuró nuestro pasado por casi dos siglos se ha cuestionado. La experiencia del hombre sin atributos, el de la experiencia cotidiana se ha confrontado a la unicidad de un quehacer científico: por ello hoy es posible revalorar al testigo como portador de la verdad o a la oralidad como sistema de transmisión comunicativa. El hombre, el lector, se ha confrontado a un único fundamento de la verdad en tanto busca en los escritos una función y no una sustancia; como si la tarea moral que tenían los antiguos textos de historia hubiese renacido para dar lugar a una estética capaz de brindar funciones, de asumir que el lenguaje se traduce en actos que bien pueden servir para resolver situaciones cotidianas.

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Esto es expuesto por Gadamer G. H. en “Sobre el círculo de la comprensión” (1959), Verdad y Método II, Salamanca, Ed. Sígueme, 1992.


Algunas reflexiones sobre la historia de la familia Mario Camarena Ocampo Lourdes Villafuerte García Tradicionalmente los historiadores hemos caracterizado a una sociedad a partir de los factores económicos, sociales, demográficos y políticos; a través de nuestra experiencia hemos encontrado que la familia y las relaciones familiares están presentes en todos estos aspectos en los diferentes periodos de la sociedad mexicana, la pregunta que surge es: ¿cómo entender y caracterizar a la sociedad mexicana a partir de la familia? La institución familiar es un factor fundamental para la reproducción de las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales. Es dentro de esta institución donde se perpetúa la estructura social, y es ella misma la que da las posibilidades de cambio de la sociedad. Así, la familia tiene un papel fundamental para la reproducción de la sociedad en todos los niveles: económico, político, social y cultural. ¿Qué importancia tiene el factor familiar en los cambios que ha sufrido la sociedad mexicana? ¿Cuáles son los cambios y continuidades que hubo a lo largo del tiempo en la familia y en la sociedad? Creemos que el estudio de la familia nos sirve como elemento de caracterización de las relaciones sociales en cada momento histórico y para cada grupo, estamento o clase que conforma la sociedad. Así, partimos del supuesto de que, aunque hay una idea generalmente aceptada de lo que debe ser una familia, cada grupo social en cada momento histórico introduce ciertos matices; por lo cual es necesario proponer una noción de familia con la flexibilidad suficiente para per-


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mitirnos entender los matices particulares de cada grupo social en cierto momento histórico y el concepto general que esa sociedad tiene, así como los cambios de este concepto a lo largo del proceso histórico. ¿Qué es la familia? El concepto de familia es muy complejo porque implica varios niveles, de los cuales nos referiremos a tres: 1) caracterización del grupo social, 2) mecanismos de reproducción y 3) elementos de cambio. Caracterización de la familia El término familia, por lo general, designa a un grupo de personas que están unidas por lazos consanguíneos y de parentesco, reforzados por una serie de normas y costumbres culturales que los identifican entre sí. El término familia supone un espacio físico, aunque no necesariamente, en donde se identifican los miembros de la misma, que puede estar dado por el lugar en donde habitan o trabajan juntos, así como sus espacios de convivencia, como puede ser el vecindario. Familia también presupone un sentimiento de pertenencia; es decir, que sus miembros se sientan parte de ella, no pueden ser parte de una familia personas que no se sientan identificados con ella a pesar de que tengan lazos consanguíneos. Lo anterior supone que cada grupo social tiene sus propios significados de lo que la familia es o lo que debía ser, de acuerdo al contexto histórico y al ciclo familiar. Así, en un mismo periodo histórico pueden coexistir diferentes concepciones de familia. Un ejemplo de ello es el de un grupo de parientes consanguíneos que viven en espacios físicos totalmente separados, en ciudades distintas o en países muy alejados, no obstante lo cual se identifican como una familia. Otro caso es el de una familia nuclear que adopta (legalmente o no) un niño, a quien reconocen como hijo y hermano y él mismo, aun


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cuando sepa las circunstancias de su integración a esa familia, la reconoce como propia. Los miembros de una familia, en un cierto grupo social y en un momento histórico determinado, comparten ciertas costumbres y tradiciones, como puede ser una devoción, ciertas fiestas, ciertas costumbres culinarias o la celebración especial de alguno de los miembros de la familia reconocido como prominente. Como puede verse, no necesariamente aparecen todos los elementos señalados al mismo tiempo. Mecanismos de reproducción La familia implica la reproducción, pero ésta es no sólo biológica, sino también social y cultural, es decir, la función reproductiva de la familia permite ver los elementos de continuidad y de cambio tanto en su estructura como en sus funciones. Un elemento central en este asunto es el acuerdo que celebran las personas para convivir; generalmente se hace dentro del matrimonio, pero no necesariamente es así, ya que la institución matrimonial coexiste con otras formas de vida conyugal (amancebamiento, adulterio, etcétera). Por otra parte, no debemos olvidar que existen también ciertas formas de convivencia familiar no conyugales, como los grupos de hermanos o primos que viven juntos, o un abuelo con su nieto, un padrino con su ahijado, etcétera. La convivencia permite a las personas continuar con las normas y estructuras ya establecidas, pero a la vez generar cambios al establecer nuevos lazos de parentesco y alianzas entre las familias de los acordantes, lo cual hace posible tejer amplias redes de poder en los grupos de élite; entre los grupos subalternos, la solidaridad que implica el nuevo parentesco permite no sólo la sobrevivencia, sino tener un mejor nivel de vida; en esta convivencia se pueden generar nuevas formas y normas de comportamiento. Así, nos encontramos que en el acuerdo


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para convivir hay mecanismos de continuidad pero también de cambio. Elementos de cambio La familia es una institución dinámica, que se va trasformando a lo largo del tiempo, tanto dentro de su propio ciclo de vida como del proceso histórico. Los primeros tienen que ver con el matrimonio u otro tipo de unión conyugal, la llegada de los hijos y su educación, la salida de los hijos de la casa familiar para trabajar, estudiar o casarse, la emigración y los momentos de crisis tales como la enfermedad, la muerte, la cárcel y los desastres naturales o la crisis económica. Los segundos se refieren a los cambios en las características de la familia: las funciones de cada uno de los miembros, las relaciones entre los cónyuges y entre padres e hijos, las relaciones de parentesco, la concepción de la familia, del niño, de la mujer, del padre, de la madre, de los hijos y de la educación dentro de la familia. La familia es la base de la sociedad entera, es la clave de la reproducción y de los cambios de la sociedad. ¿Cómo caracterizar la sociedad a partir de la familia? ¿Qué es la familia para cada momento histórico y para cada grupo social? ¿cuáles son los cambios y continuidades en las estructuras familiares? Principales temas sobre historia de la familia Veamos a grandes rasgos los temas que se han abordado en la historiografía mexicana, con el fin de proponer algunos caminos posibles para avanzar en el estudio de tan importante institución.


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Entre los temas que han sido abordados por los estudiosos de la historia de la familia en México está la demografía:1 las tendencias sobre edad al matrimonio, natalidad, mortalidad en general y mortalidad infantil en particular, lapsos intergenésicos, morbilidad, viudez, segundas nupcias, etcétera. Junto con estos estudios encontramos los elaborados por la antropología y la sociología,2 que han centrado su atención en la función social de la familia y que han aportado conceptos y preguntas útiles a la historia, quien le ha dado su debida dimensión temporal. Los resultados aportados por estas disciplinas han despertado el interés de los historiadores para hacer otro tipo de preguntas y entrar al campo de la historia social y de las mentalidades.3 En la historiografía mexicana (y latinoamericana) se han emprendido estudios sobre la estructura de la familia, llegando a diversas clasificaciones; algunas siguen fielmente a 1

Thomas Calvo, Acatzingo. Demografía de una parroquia mexicana, México, INAH, 1973; Cecilia Rabell, La población novohispana a la luz de los registros parroquiales (avances y perspectivas de investigación), México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM (Cuadernos de Investigación Social, 21), 1990. De la misma autora, El patrón de nupcialidad de una parroquia novohispana, San Luis de la Paz, México, CONACYT, 1978. Robert McCaa, “Calidad, Class and Marriage in Colonial Mexico: The Case of Parral, 1788-1790” en Hispanic American Historical Review, núm. 64, 1984, pp. 477-501. 2 Orlandina de Oliveira; Marielle Pepin Lehalleur y Vania Salles (comps.), Grupos domésticos y reproducción cotidiana, México, Coordinación de Humanidades, UNAM, El Colegio de México, Miguel Ángel Porrúa, 1989; Florencia Peña Saint-Martin, Discri minación laboral femenina en la industria del vestido de Mérida, Yucatán, México, INAH (Colección Científica. Serie Antropología Social, 328), 1996. 3 Véanse los trabajos del Seminario de Historia de las Mentalidades en la bibliografía publicada en Vida cotidiana y cultura en el México virreinal. Antología, México, INAH (Colección Científica, 401), 2000.


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Laslett,4 mientras que otras proponen clasificaciones y conceptos originales y aplicables a Iberoamérica.5 Una de las aportaciones más importantes de estos estudios es que terminaron con la afirmación de que la familia de estructura nuclear (padre, madre, hijos) era producto de la industrialización, y encontraron diversas formas en las que las personas se organizaban para vivir. Cabe aclarar que estos resultados son válidos para las áreas urbanas. Podemos decir que ha habido un interés por la caracterización de la familia y por el planteamiento de una tipología. Si bien es aceptable aprovechar la experiencia de los investigadores que han abordado el asunto, en especial la de Laslett, cuya aportación es innegable, no es aceptable calcar la tipología y aplicarla directamente en las investigaciones sobre la familia en Iberoamérica, ya que al proceder así, sin tomar en cuenta la especificidad de nuestro continente, se convierte en una camisa de fuerza. En el estudio de la familia, ha sido necesario estudiar el discurso normativo de la Iglesia Católica quien ha tenido un importante papel en la conformación del modelo familiar prevaleciente en las sociedades occidentales, por lo que ha sido un tema importante de tratar en toda investigación histó4

Pablo Rodríguez, Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada, siglo XVIII, Santafé de Bogotá, Ariel, 1997. Juan Almécija, La familia en la provincia de Venezuela, 1745-1798 , Madrid, Mpfre, 1992. Véase también el importante trabajo de Peter Laslett y R. Wall, Household and Family in Past Time, Londres, Cambridge University Press, 1972. 5 Sobre este punto véase Seminario de Historia de las Mentalidades, Comunidades domésticas en la sociedad novohispana. Formas de unión y transmisión cultural. Memoria del IV Simposio de Historia de las Mentalidades, México, INAH (Colección Científica. Serie Historia, 225), 1994; y de los mismos autores, Casa vecindario y cultura en el siglo XVIII. Memoria del Sexto Simposio de Historia de las Mentalidades, México, INAH (Colección Científica. Serie Antropología Social, 349), 1998.


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rica sobre la familia. El discurso católico ha sido analizado en sus diferentes modalidades desde la teología hasta los documentos normativos (textos conciliares y códigos); 6 sin olvidar, por otra parte que la legislación civil era congruente con los preceptos católicos, hasta que, a mediados del siglo XIX, dentro del proceso de secularización que entonces se inicia, comienzan a modificarse los preceptos católicos y a tomar una posición de Estado laico. En los estudios históricos en México y América Latina se ha procedido a la comparación 6

De Sergio Ortega Noriega véanse los siguientes textos, “El discurso del Nuevo Testamento sobre el matrimonio, la familia y los comportamientos sexuales” en Solange Alberro, et al., Seis ensayos sobre el discurso colonial relativo a la comunidad doméstica. Matrimonio, familia y sexualidad a través de los cronistas del siglo XVI , el Nuevo Testamento y el Santo Oficio de la Inquisición, México, Departamento de Investigaciones Históricas, INAH (Cuadernos de Trabajo, 35), 1980; “El discurso teológico de Santo Tomás de Aquino sobre el matrimonio, la familia y los comportamientos sexuales” en Seminario de Historia de las Mentalidades, El placer de pecar y el afán de normar, México, Joaquín Mortiz, Dirección de Estudios Históricos, INAH (Contrapuntos), 1987. Este artículo se publicó nuevamente en Vida cotidiana y cultura.... op. cit; “Teología novohispana sobre el matrimonio y los comportamientos sexuales, 1519-1570” en Sergio Ortega (Ed.), De la santidad a la perversión. O de por qué no se cumplía la ley de Dios en la sociedad novohispana, México, Barcelona, Buenos Aires, Grijalbo (Enlace/Historia), 1986; “Los teólogos y la teología novohispana sobre el matrimonio, la familia y los comportamientos sexuales. Del Concilio de Trento al fin de la Colonia” en Seminario de Historia de las Mentalidades. Del dicho al hecho… Transgresiones y pautas culturales en la Nueva España, México, INAH (Colección Científica. Serie Historia, 180), 1989; “De amores y desamores” en Sergio Ortega Noriega, Amor y desamor. Vivencias de parejas en la sociedad novohispana, México, INAH (Colección Divulgación), 1992; Daisy Ripodas Ardanaz, El matrimonio en Indias, realidad social y regulación jurídica, Buenos Aires, Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 1977.


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entre este discurso y la práctica de las personas, buscando dilucidar la manera en que la gente concebía estas normas.7 Un tema estudiado por diversos investigadores es el del matrimonio, por ser un momento clave para la reproducción biológica, social y cultural. La manera en que se forman las parejas responde a la cultura prevaleciente en una sociedad, con lo que queremos decir valores y costumbres socialmente aceptados, y apoyados en conceptos religiosos. Dentro de este gran tema se han estudiado tópicos como el noviazgo, la concertación de parejas, la dote, el libre consentimiento, el discenso paterno, los matrimonios interraciales o no, los papeles de los miembros de la familia (la mujer, el niño); así como algunas transgresiones a la normatividad como la bigamia y el adulterio. 8 Diversos autores han abordado las características de la familia en diferentes grupos sociales como las élites (la aris7

Véase en especial Del dicho al hecho..., op. cit. De Lourdes Villafuerte García véanse especialmente “Casar y compadrar cada uno con su igual: casos de oposición al matrimonio en la ciudad de México 1628-1634” en Del dicho al hecho…, op. cit.; “Relaciones entre los grupos sociales a través de la información matrimonial. Ciudad de México, 1628-1634”. Tesis profesional. México, Facultad de Filosofía y Letras, Colegio de Historia, UNAM, 1991, 143 p.; “Entre dos amores. Problemas de novios en el siglo XVII” en Ortega, Amor y desamor... op. cit.; Pablo Rodríguez, Seducción, amancebamiento y abandono en la Colonia, Bogotá, Fundación Simón y Lola Guberek, 1991; del mismo autor, Sentimientos y vida familiar... op. cit.; Patricia. Seed, Amar, honrar y obedecer en el México colonial. Conflictos en torno a la elección matrimonial, 1574-1821. México, Consejo Nacional par la Cultura y las Artes, Alianza (Los Noventa, 72), 1991. Véanse los trabajos de Dolores Enciso Rojas sobre la bigamia en la bibliografía publicada en Vida cotidiana y cultura... op. cit.; sobre el adulterio véase Sergio Ortega Noriega. “Reflexiones sobre el adulterio. Ciudad de México, siglo XVIII” en Seminario de Historia de las Mentalidades, Comunidades domésticas en la sociedad..., op. cit. 8


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tocracia, los políticos, las oligarquías), quienes a través de alianzas matrimoniales unen fortunas e influencias políticas, generan redes de poder;9 otros han abordado los grupos subalternos como los campesinos, los obreros, los artesanos, en donde se concibe la familia como unidad de producción, de consumo y de relaciones de parentesco; ejemplo de ello son los artesanos que integran a la familia al trabajo y generalmente el lugar de trabajo es el mismo espacio de residencia.10 Al transitar de artesanos a obreros, en la industria textil, los trabajadores se incorporan a la fábrica junto con su esposa y sus hijos, trasladando la lógica familiar artesanal al seno de la fábrica. Los dueños de las factorías retoman la costumbre de que los trabajadores deben de vivir en el mismo lugar en el que se trabaja. Así, las fábricas son una unidad de producción y de residencia.11 Otros estudiosos han abordado la familia a partir de modelos teóricos preconcebidos (y rígidos) los cuales son simplemente rellenados de datos, ejemplo de ello es que algunos autores latinoamericanos retoman el modelo teórico de Laslett para aplicarlo al caso local, sin mayor crítica, generando serias distorsiones sobre la investigación histórica propia de nuestro continente. No proponemos desechar los modelos teóricos de la investigación, sino dotarlos de la flexibilidad necesaria y hacer de tales modelos una guía en el estudio y no un grillete que nos lleve incluso a forzar los datos, sin tener un diálogo con las fuentes. Creemos que una lectura 9

Larissa Lomitz y Marisol Pérez Lizaur, Una familia de la élite mexicana. Parentesco, clase y cultura 1820-1980, México, Alian za, 1993. 10 Jorge González Angulo Aguirre, Artesanado y ciudad de México a fines del siglo XVIII, México, SEP, FCE (SepOchentas, 49), 1983. 11 Mario Camarena Ocampo e Hilda Iparraguirre, “La familia artesanal: del taller a la fábrica” en Cuicuilco. Revista de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Nueva Época, vol. 4, núm. 9, enero-abril, 1997, pp. 19-30.


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cuidadosa de las fuentes puede darnos elementos para la construcción de un modelo general y para la elaboración de conceptos y métodos de trabajo originales. Los caminos para construir una nueva forma de investigar la familia a lo largo de la historia de México están determinados por los temas de investigación, por la concepción teórico-metodológica y una forma de interrogar la fuente. ¿Qué hay hacia delante, en lo que se refiere al estudio histórico de la familia? Existen diversos temas pendientes en la historia de la familia que nos permitirán abordar los diferentes aspectos que es necesario conocer en una sociedad: los diferentes conceptos sobre la familia a lo largo de la historia de México; el uso y el simbolismo del espacio dentro y fuera de la casa; los cambios y continuidades en lo que se refiere a los roles familiares y a las relaciones de poder dentro de la familia; la transmisión de la cultura en ella; ¿cómo aprenden los niños los valores, costumbres, tradiciones y demás elementos de la cultura?, ¿cuáles son los mecanismos mediante los cuales los niños aprenden y aprehenden los elementos culturales? Por otra parte, la familia es una institución jerarquizada donde cada uno de sus integrantes tiene un lugar en la jerarquía y un papel que debe cumplir, pero, si bien se ha estudiado el papel de las mujeres dentro de la jerarquización, no se ha hecho suficiente énfasis en su papel como agente cultural; mucho menos ha sido estudiado el papel del hombre como representante de los suyos ante la sociedad, además de su papel como proveedor y jefe de familia. Otros de los temas pendientes son los de familia y las normas que impone la sociedad. A despecho de las normas positivas vigentes en nuestras sociedades, con todo y su carga ideológica y religiosa, existen normas de consenso social que rigen la vida de las personas; hasta ahora hay algunos intentos en ese sentido con temas como la simulación, la desarticulación del modelo familiar católico, el juicio y la


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condena social a través de la habladuría y el chisme.12 La lógica de las normas de consenso social no ha sido desentrañada hasta ahora y consideramos necesario abordarla. ¿Cuál es la razón por la que se aceptan prácticas condenadas por las normas positivas como el amancebamiento, el adulterio, la separación de los cónyuges por común acuerdo?, ¿por desconfianza en las instituciones?, ¿podemos dilucidar algunas normas generales para estos acuerdos? El interés que nos mueve es el de conocer tanto la manera de pensar como de actuar de los hombres y mujeres en las familias de un periodo histórico determinado, para dilucidar los procesos de transformación y de continuidad que vivieron; este interés determina de una manera importante las preguntas de la investigación, así como el tipo de lectura que hacemos y los datos en los cuales concentramos nuestra ate nción. Es por eso que al acercarnos a un periodo histórico nos hemos centrado en las vivencias y en la manera de pensar de las personas acerca de su vida familiar; ¿cómo se relacionan con su casa y con el barrio, el pueblo, la iglesia?, ¿cómo actúan las familias en momentos de crisis?, ¿cómo se relaciona la familia con la sociedad?, ¿cómo influye la concepción de familia en las relaciones sociales, en el poder, en la economía, en la religión? Mucho hemos afirmado todos los que hemos estudiado a la familia que ésta es la unidad social por excelencia, pero es necesario analizar con más precisión este asunto y preguntarnos sobre el papel que tiene la familia en la conformación de los grupos, estamentos o clases sociales y volver a una pre12

Lourdes Villafuerte García, “Lo que Dios manda. Dos formas de entender la vida familiar” en Casa, vecindario y cultura..., op. cit., pp. 153-166; de la misma autora, “Lo malo no es el pecado sino el escándalo. Un caso de adulterio en la ciudad de México, siglo XVIII” en Seminario de Historia de las Mentalidades, Senderos de palabras y silencios. Formas de comunicación en la Nueva España, México, INAH (Biblioteca del INAH), 2000.


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gunta ya planteada que debe estar en el centro de la discusión: ¿cuál es la influencia de la familia en la conformación de la sociedad y cuál la de la sociedad en la conformación de la familia? ¿cuál es el papel de la familia en ciertos ámbitos que tienen impacto social como el ejercicio del poder, por mencionar uno de los más evidentes? Sabemos que es necesario hacer una periodización pero ¿con qué criterio realizarla? Nosotros creemos que una primera forma de realizarla es a partir de las normas que dictan las instituciones encargadas de preservar el orden social a lo largo de la Historia de México. ¿Cómo poder comprender la sociedad mexicana sin un conocimiento claro de las normas que la rigen?, ¿cuáles son las continuidades de esas normas a lo largo del tiempo? La Iglesia se consideraba la encargada de velar por el orden social, de ahí que haya establecido con puntualidad las normas eclesiásticas que regían (y que rigen) el matrimonio católico. La Corona, a su vez, también pretendía ser la salvaguarda del orden social, no desde el punto de vista espiritual, ya que esto estaba reservado a la Iglesia, sino desde el punto de vista del contrato civil, pues de la alianza matrimonial y de la certeza de la paternidad, es decir, de la legitimidad de los hijos, derivaban diversas e importantes consecuencias sociales, tales como la distribución de las herencias, los derechos de sucesión en los honores y canonjías (mayorazgos, títulos de nobleza, etcétera), así como el acceso a ciertos cargos y oficios. Así pues, quien tuviera la jurisdicción sobre la institución matrimonial tenía en sus manos un importante instrumento de control social. Tanto la Iglesia como el Estado y los padres de familia, al controlar el matrimonio y tener la prerrogativa de imponer restricciones podían propiciar las alianzas entre ciertas familias o ciertos grupos, manejando a su arbitrio las dispensas y los impedimentos para favorecer sus intereses. Durante el periodo colonial ambas instituciones, aunque siempre en pugna, se apoyan mutuamente, pero a finales del


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siglo XVIII, comienza un lento proceso de secularización que culmina en el siglo XIX con la decisión del Estado de regular los efectos civiles del matrimonio, dejando el casamiento eclesiástico en el ámbito de las creencias de las personas, al promulgar la ley del matrimonio civil. Así, en los diferentes periodos de la historia de México coexisten las dos instituciones, pero en ciertos momentos una domina sobre la otra. Este proceso de secularización puede estudiarse a través de la legislación sobre el matrimonio que se ha dado a lo largo de la historia, desde el periodo colonial hasta 1917. De 1859 a 1928 el conflicto entre la Iglesia y el Estado se agudiza, y el desenlace es la instauración de normas que prevalecen hasta nuestros días. Familia y sociedad Nosotros sugeriríamos que para entender mucho de lo que sucede en la historia de México hay que estudiar la estructuración social a través de las relaciones familiares en un sentido amplio. Partimos del supuesto de que las estructuras familiares son una parte fundamental en la reproducción de los estamentos, grupos y clases sociales de los diferentes momentos históricos. La sociedad novohispana ha sido caracterizada como una sociedad estamental, en la que algunos autores, como Magnus Mörner, han señalado un orden jerárquico desde el punto de vista social: en el estrato superior estaban los españoles peninsulares, después los criollos y, en orden decreciente, mestizos, mulatos, indios, negros libres y al final los negros esclavos.13 En esta sociedad los grupos étnicosociales se diferencian por tres factores: lo étnico, lo socioeconómico y lo 13

Lourdes Villafuerte García, “Matrimonio y grupos sociales. Ciudad de México, siglo XVII” en Comunidades domésticas en la sociedad novohispana..., op. cit., pp. 39-48.


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cultural, donde tiene cierta pedominancia el primer aspecto. La familia dentro de cada grupo, como reproductora de la cultura, educaba a sus miembros dentro de los valores y prejuicios sociales propios de su grupo, de tal manera que a la hora en que la mayor parte de los miembros de un grupo étnicosocial escogían pareja, lo hacían dentro del propio grupo y formaban nuevas familias que compartían los mismos valores sociales y los mismos prejuicios, logrando así la reproducción del grupo social con todas sus características. Cada grupo étnicosocial compartía ciertos rasgos y difería en otros. Entre los grupos de élite los prejuicios socioeconómicos tenían gran importancia y se expresaban en el momento en que alguno de sus miembros pretendía contraer un matrimonio desigual, a lo cual se oponían los padres de familia u otros deudos expresando claramente que se trataba de personas pobres, o bien de un grupo étnicosocial inferior que ponía en peligro su honor y su hacienda. Los estudios de los grupos de poder político y económico sugieren que éstos se constituyen a través de los diferentes nexos familiares: matrimoniales o de parentesco, ya sea éste consanguíneo o ritual. Tal es el ejemplo de los descendientes del conde de la Valenciana, quienes a lo largo de varias generaciones hicieron matrimonios relacionándose con otros empresarios mineros o grandes comerciantes.14 Este y otros grupos de poder se constituyen a través de nexos familiares que llegan a tener un gran impacto regional formando cacicazgos. En el ámbito del trabajo sucede algo semejante; por lo que sabemos, entre campesinos, indígenas y artesanos las relaciones de trabajo están dadas por la familia y sus espacios. Así también estos nexos vinculan a unos con otros formando grupos más amplios, que con el tiempo se configurarán como clases sociales. 14

Eduardo Flores Clair (Coord.), Guía del fondo Rul y Azcárate, México, INAH, AGN (Serie Guías y Catálogos, 76), 1987.


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¿Cuándo se transforma una sociedad colonial en capitalista? Podemos ciertamente hablar de un proceso de formación de clases que quizás inicia muy a finales del XIX pero que ciertamente a mediados del siglo XX no ha cuajado en una reestructuración de la sociedad. Pensando exclusivamente en el proceso formativo de las clases, incluso, podríamos hablar de un proceso que inicia en distintos momentos del XIX en espacios localizados pero que se trunca e inicia nuevamente más tarde debido a que cada nuevo impulso de industrialización trae consigo una nueva oleada de trabajadores que por primera vez enfrentan el proceso. En donde las relaciones familiares y de parentesco van a estar permeando las relaciones fabriles: el ingreso a la fábrica; la transmisión del conocimiento, las formas de ascenso; las relaciones sindicales y de poder dentro de ellos. De esta manera es difícil hablar de clase obrera que no esté permeada por unas relaciones familiares y de parentesco a la vez que es una parte fundamental en la reproducción de la misma clase obrera. No podemos hablar de una sociedad de clases sin entender el peso que tiene la familia en su reproducción. ¿Cuál es el proceso para construir una fuente sobre la familia? Por lo general, no encontramos los archivos ordenados de acuerdo con nuestros intereses; es decir, no sólo hay un archivo para documentar la familia, por lo cual es necesario que nosotros mismos construyamos nuestra fuente con la documentación, generalmente dispersa, que encontremos en los archivos existentes. La construcción de la que hablamos es un proceso; es decir, requiere de varios o muchos pasos y elaboraciones para hacerlo; pero hay dos aspectos importantes que debemos tener presentes: la construcción de la fuente se hace con base en nuestro objeto de estudio y teniendo presentes las preguntas que guían nuestra investigación poniendo el acento en las personas.


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La lectura que hacemos tiene un proceso de transformación, ya que en un principio nos acercamos a la fuente con una idea o con una pregunta inicial, pero al leer los documentos vamos teniendo información sobre lo que nos interesa conocer, así como de la estructura de tales documentos, el funcionamiento de la entidad que los generó, etcétera, al mismo tiempo que pensamos en la utilidad que tal acervo tiene para el problema que nosotros analizamos. Todo este conocimiento nos lleva a afinar nuestra idea o pregunta inicial; lo cual nos conduce a una lectura diferente en donde buscamos a los hombres y su familia; las familias en términos de los cambios que sufren y los espacios en los que se desenvuelven, las concepciones de familia, la manera en que la familia reproduce la sociedad, las formas del poder político y económico que tienen su base en la familia, todo lo cual podemos analizar con una cuidadosa lectura de los archivos. Somos conscientes de que este trabajo plantea más preguntas que respuestas a la gran interrogante del estudio de la familia. Las reflexiones y propuestas vertidas aquí no pretenden ser sino una contribución para poner sobre la mesa cie rtas inquietudes que ayuden a centrar la discusión entre los interesados en la historia de la familia.


¿Nuevo régimen, nueva historia? La historia como discurso político en el México contemporáneo José Carlos Melesio Nolasco Desde mediados del siglo XIX, los liberales pensaban que existía una suerte de atadura del pueblo mexicano con sus antecedentes históricos. Los liberales negaban la tradición hispánica, indígena y católica; creían en la existencia de un indomable antagonismo entre los antecedentes históricos de México y su engrandecimiento futuro. 1 Autores como Alan Riding, Robert Pastor, etcétera, hablan acerca de la importancia que tiene en los mexicanos la concepción de su historia como parte de la identidad nacional. Estos autores pla ntean que los mexicanos ven hacia el pasado, convirtiéndose éste en un peso, un ancla insalvable que impide el progreso, casi de la misma manera en que lo veían los liberales decimonónicos. Hablar de la grandeza del pasado impide ver la grandeza del futuro: La clave radica en el pasado, un profundo pasado subconsciente que está vivo en los mexicanos de hoy. Se trata de un pasado continuo, pero no consistente. En él, los mexicanos deben conciliar el hecho de ser conquistados y conquistadores, de conservar muchas características raciales y rasgos de personalidad indígena, e incluso glorificar sus antecedentes

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Luis González y González, “La era de Juárez”, Todo es Historia, México, Cal y Arena, 1989, p. 103.


52 prehispánicos, al tiempo que hablan español, practican el catolicismo y piensan de España como la madre patria. 2

Muchos de los acontecimientos de ese pasado son de índole traumática; por ende la visión unificada de nuestra trágica y turbulenta historia común con los norteamericanos ha podido irse formando en México sólo muy lentamente, ya que todavía somos un país dividido. En México, las referencias históricas son muy frecuentes y tienen mucho peso, y por consiguiente la versión del pasado que se trasmite a los niños tiene gran importancia política. Arthur Schlesinger dice que los Estados Unidos son un país de abogados y los norteamericanos respetan tanto los textos legales porque esencialmente son “un país sin historia”. México es exactamente lo contrario: las leyes “se acatan pero no se cumplen”, y en cambio la historia y sus lecciones son objeto de veneración. Y lo mismo se refleja claramente en las diferencias entre los textos escolares mexicanos y norteamericanos: la visión mexicana es más universal, menos etnocéntrica.3 La lección que los jóvenes estadounidenses deben extraer de esa historia consiste en ser orgullosos, optimistas y llenos de confianza en el futuro de la nación. 4 Discutir las diversas funciones de la historia no es asunto nuevo. Desde la década de los ochenta el libro Historia ¿para qué? lo hace al ver las diversas funciones de la historia, el sentido de la historia, el juego de los tiempos, etcétera.5 Sin embargo, a partir de finales de los ochenta y principios de los noventa se replantea la función social de la historia. A partir de los años ochenta, con el advenimiento del neoliberalismo y la caída del muro de Berlín, aunados a los 2

Alan Riding, Vecinos distantes, un retrato de los mexicanos, México, Joaquín Mortiz, Planeta, 1985, p 14. 3 Jorge Castañeda y Robert A. Pastor, Límites en la amistad. México y Estados Unidos, México, J. Mortiz, Planeta, 1989, pp. 46 y 47. 4 Castañeda y Pastor, op. cit., p. 63. 5 Enrique Florescano et al., Historia ¿para qué?, México, Siglo XXI, 1982.


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procesos de globalización, se manifiestan nuevas crisis de identidad en las cuales se replantea la función de la historia. Pero más aún, el neoliberalismo en su versión mexicana, que implica entre otras cosas tanto una mayor apertura económica y política como un mayor acercamiento con Estados Unidos, trastoca o en todo caso cambia la percepción de lo nacional, se cuestionan el nacionalismo y la identidad nacional. El neoliberalismo, más que como un modelo económico, se plantea como una refundación del capitalismo, se presenta como opción única, con características genéricas y globales en todo o casi todo el mundo y de alguna manera se impone presentándose como único camino. Sus crisis van acompañadas por una suerte de desencanto del pasado, la decadencia de las utopías, el fin de la historia. En este discurso, el estado se compromete con el deber ser, abandonando la utopía con la que ya no se compromete, ya no hay alternativas sino dar la vista al futuro. El retorno al pasado impide la lectura del presente, pues mientras aquél representa lo irracional, éste es visto como un presente proyectual en donde el futuro ya está. El estado termina su compromiso con el presente proyectá ndolo al futuro que, discursivamente al menos, ya empezó con el cambio de partido en el poder a partir de julio del 2000. Con el cambio neoliberal en México, el discurso político cambia particularmente en el ámbito de la historia. El análisis de los discursos, particularmente el foxista, denota cambios importantes en la concepción de la historia, asunto sumamente relevante si lo relacionamos con la crisis de identidad nacional en el México contemporáneo. El uso político del discurso histórico no es nuevo, sin embargo representa un reto para el profesionista de la historia, pues hace énfasis en el presente. La historia contemporánea Existe la idea aún hoy en día de que la historia se ocupa de periodos alejados de nuestros días, atrás en el tiempo, lo sufi-


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cientemente separados de la actualidad como para poder comprender los sucesos sociales como procesos completos, con una fecha precisa de inicio y fin, que exista lo que se le llama la “distancia crítica indispensable”. En la primaria cuando empezamos a estudiar historia, una de las primeras definiciones que suelen darnos de dicha disciplina es la siguiente: “Es la ciencia que estudia el pasado para entender nuestro presente y prever nuestro futuro”. Extrañamente notamos en el transcurso de clases que lo que veíamos como el pasado trabajosamente podemos ligarlo con el presente. Esto sucede por varias razones, entre las que destaca la visión de la historia como la unión de muchos acontecimientos, más o menos documentados según el caso, y las diversas modas en boga, de forma tal que se ven periodos y hechos descontextualizados cultural, política y cronológicamente. Así que aquello que conocemos como historia es una suerte de viejo “museo del Chopo”, en donde suelen almacenarse cosas insólitas combinando héroes, fechas y “glorias patrias”, que sumadas aritméticamente de alguna forma, nos dicen, tendrán que explicarnos nuestro presente, o al menos “cultivarnos” en “cultura general” y alejarnos de la despreciable ignorancia. ¿Cuándo y dónde nació Benito Juárez? ¿En qué fecha fue fusilado Maximiliano de Habsburgo, el usurpador de la soberanía nacional del siglo XIX en México? ¿Cuáles han sido los presidentes mexicanos que más y que menos tiempo han detentado el cargo? ¿Qué presidente dictó la constitución de 1917, producto de la revolución mexicana? Preguntas que ya desde su planteamiento nos dan la visión más oficial de aquella disciplina, las más de las veces aborrecida por los alumnos del sistema educativo nacional. Si la aprendemos bien y con la orientación “correcta”, nos servirá (y con los sueldos profesionales actuales, creo que de repente no es mala idea) para ganar concursos en la televisión, o en todo caso, para impresionar a nuestras amistades. Pero aunque lo planteado anteriormente resultara cierto, podemos decir que el quehacer del historiador tradicional se


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hace necesario. El trabajo de buscar “el dato”, “la referencia”, “la fuente”, de manera meticulosa aunque restringida en su perspectiva, no implica que el pasado deba estar inconexo con el presente, con este presente en el cual, consciente o inconscientemente, nos presentamos como protagonistas y testigos, como sujetos y objetos. La historia comparativa abierta, tanto temática como cronológicamente, con grandes cambios en los actores que pasan de los héroes, las grandes batallas, los grandes acontecimientos, las grandes empresas, etcétera, a la vida cotidiana, los lugares ordinarios, la historia de los oprimidos, de los marginados sociales; todos éstos son temas cada día más comunes en el quehacer de los estudiosos de la historia. En algunas instituciones actuales, es común cuestionar la posibilidad de historiar sucesos contemporáneos; se argumenta que es coto de politólogos, sociólogos, economistas y no de historiadores. Alguna vez nos comentaba Héctor Aguilar Camín que al estar escribiendo su trabajo titulado La frontera nómada, éste no era muy aceptado como historiable. Se consideraba que el periodo de la revolución mexicana estaba demasiado presente y caía en terrenos de disciplinas sociales diferentes a la del historiador. Este quehacer podía calificarse a lo sumo como “periodismo ilustrado”, ya que el mismo ejercicio periodístico consiste en escribir (y describir) el presente. Aunque algo hay de cierto en esto, no implica forzosamente que los historiadores se restrinjan a describir “objetivamente el pasado”, las diversas disciplinas sociales día a día irrumpen en el acotado terreno del historiador enr iqueciendo en muchas ocasiones la comprensión de lo humano social con la perspectiva del tiempo. Es frecuente encontrar hoy historias sobre acontecimientos recientes. Ya no digamos el cardenismo, que rebasa los años cuarenta, límite tabú entre los historiadores, incluso los más atrevidos: llegar a la orilla de nuestro presente, la industrialización del México contemporáneo, la historia del partido oficial, de las ele c-


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ciones de 1988, de instituciones tan nuevas como pueden ser el INAH, el INI, la UAM, enriquecido con la vista hacia atrás en el tiempo, mirando hacia delante de manera multidisciplinaria, diferenciado del periodismo en virtud de jugar con los tiempos pasado y futuro de manera comparativa y analítica. Aunque es común encontrar estas historias hoy en día, diría que no es un invento reciente, lo novedoso en todo caso es que ahora sí se discute al respecto; los medios de comunicación, el acceso a los materiales de estudio indudablemente abren horizontes para escribir historia de otra forma. Historiar lo contemporáneo, jugar con los tiempos es pues un ejercicio no tan nuevo, tiene más de ciento cincuenta años, lo testifican trabajos como los de Marx, muy especialmente obras como Las luchas de clase en Francia de 1848 a 1850 o El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, así también La guerra civil en Francia, trilogía hecha en su momento como historia contemporánea y que nos dan una interesante visión de la Francia del siglo XIX. ¿Cómo podemos definir a Marx: como historiador, politólogo, economista, filósofo o como científico social? Creo que en realidad no vale la pena contestarlo, es un todo sintetizado en su misma obra. Primera conclusión Si la historia tuviese olor, su aroma seria rancio. Como de queso añejo. Los historiadores profesionales son un gremio muy cerrado, con un gusto especial por lo viejo, por los documentos añosos, por objetos sobrevivientes de siglos. De alguna forma tienen algo de anticuarios. En sus arranques más avant-garde se atreven a incursionar por los años cuarenta de nuestro siglo, en el caso mexicano, con el cardenismo, con serias objeciones por parte de la ortodoxia aún dominante en ese gremio. En estos tiempos de “fin de la historia” y de conversión del marxismo no sólo en teoría demodé, sino en inclinación


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de mal gusto, los apolillados estudios de Carlos Marx, como el tratado en esta ocasión sobre los avatares de Bonaparte el pequeño, resultan, a pesar de los novísimos prejuicios, de una transgresión emocionante. Escrito a escasos meses de los eventos, en la llama viva de la pasión política, Marx hacía, como gustaban decir otros, sin saberlo, un pasmoso ejercicio de historia contemporánea. En un reto aun impensado para nuestros historiadores profesionales, Marx introduce un conjunto de temas que aun ahora preñan el futuro de la historia contemporánea. La primera mitad del siglo XIX se puede caracterizar de varias formas. Es el periodo donde se gestan luchas nacionales contemporáneas. Podemos decir que es el periodo de la formación de los estados nacionales modernos. Una época de oro, producto de las revoluciones burguesas.6 Sus efectos: la lucha de las naciones europeas por la hegemonía mundial, el cambio del modelo colonial en América que pasa del dominio español y portugués al inglés y norteamericano. Se constituye en las naciones europeas a la burguesía como clase dominante y a su inseparable e indispensable acompañante, el proletariado, como clase subalterna y en constante lucha contra ésta. En esta primera mitad del siglo XIX se debate el liberalismo burgués en contra de las monarquías recién vencidas, pero con el peligro siempre latente y violentamente reprimido de que el proletariado le tomara la palabra en cuestiones como la democracia, la distribución más equitativa del ingreso y peor aún constituirse como clase hegemónica. La Francia posrevolucionaria era el centro de las luchas proletarias por su liberación reciente de la monarquía (la revolución francesa de 1789). Hay que matizar, sin embargo, que para este particular periodo, en casi todas las naciones hay un predominio demográfi6

Al referirme a revoluciones burguesas me remito fundamentalmente a lo que conocemos como: revolución industrial, la revolución inglesa y la revolución francesa de 1789.


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co de la población rural sobre la urbana, aspecto importante si pensamos que la mayor parte del proletariado es del medio urbano y el papel que desempeña el pequeño campesino en las luchas sociales nacionales no siempre es a favor del proletariado como lo menciona Marx en los trabajos citados anteriormente. Karl Marx nace en Alemania (1818), emigra a Francia (1843), donde conoce a Federico Engels. En Bruselas termina 1845 La ideología alemana. En 1848 y por encargo de la Liga de los Comunistas, a la cual pertenecía, escribe el célebre Manifiesto Comunista . Regresa a Alemania en donde participa en la revolución democrática de 1848, era director de la Nueva Gaceta renana. En este periodo es expulsado de Alemania y en 1850 se instala en Londres, lugar en donde escribe la mayor parte de su obra. Tiene una activa vida política en el consejo general de la Internacional Comunista y es en esta ciudad en donde finalmente muere en el año de 1883. Aunque El 18 brumario no es el primer ejercicio de historia contemporánea elaborado por Marx, 7 lo menciono por ser una de las obras más polémicas en su tiempo. Fue publicado por Marx en el primer número de la revista Die Revolution, en 1852, en la ciudad de Nueva York. Fue escrito de diciembre de 1851 a marzo de 1852. Sorprendentemente Marx nos menciona en su prólogo a la segunda edición de 1869: 7

El primero fue Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Este texto fue publicado por Marx en La nueva gaceta del Rin, revista de política y economía, núms. 1, 2, 3 y 5-6, 1850. En la introducción de Engels para la edición de 1895 nos dice: “El trabajo que aquí reeditamos fue el primer ensayo de Marx para explicar un fragmento de historia contemporánea mediante su concepción materialista, partiendo de la situación económica existente. En el Manifiesto Comunista se había aplicado a grandes rasgos la teoría a toda la historia moderna, y en los artículos publicados por Marx y por mí en la Nueva Gaceta del Rin, esta teoría había sido empleada constantemente para explicar los acontecimientos políticos del momento”. Karl Marx y Friedrich Engels, Obras escogidas, Moscú, Progreso, 1971, tomo I, p. 103.


59 Como se ve de estos datos, la presente obra nació bajo el impulso inmediato de los acontecimientos, y sus materiales históricos no pasan del mes de febrero de 1852... demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y 8 grotesco representar el papel de héroe.

Engels, en su prólogo a la tercera edición alemana de 1885, escribe: Y fue, en realidad, un trabajo genial. Inmediatamente después del acontecimiento que sorprendió a todo el mundo político como un rayo caído de un cielo sereno... se alzó Marx con una exposición breve, epigramática, en que se explica en su concatenación interna toda la marcha de la historia de Francia desde las jornadas de febrero, se reducía el milagro del 2 de diciembre a un resultado natural y necesa9 rio de esta concatenación...

La historia contemporánea vista como un proceso vivo, en donde el autor se involucra política y emocionalmente con la problemática a tratar, resulta de especial interés también para el lector, quien muy directamente se ve involucrado con la historia. Es un poco hablar de nosotros mismos en el juego de las temporalidades, si bien el tema es lo actual, lo cercano, en el transcurso del análisis nos transporta al pasado, para explicar nuestro mundo actual, que después de todo es lo que nos interesa. La historia contemporánea tiene varias virtudes, entre otras y como veremos, tiene menos posibilidades de simplif icación, de alguna manera hay más conocimiento vivo de los vivos. La visión que resulta de este tipo de trabajos seguramente será polémica. Tal vez en muchos casos serán critic ados por historiadores del futuro, cuando se tenga acceso a materiales que en su momento son inaccesibles (por ejemplo 8

Karl Marx, “Prólogo”, El Capital en Marx y Engels, op cit., p. 323. 9 Friedrich Engels, “Prólogo”, El Capital, Ibidem, p.228.


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archivos personales y en muchos casos documentos oficiales secretos o de restringido acceso al público), calificándolos como visiones ingenuas, pero que en todo caso son un punto de vista, un testimonio de la época misma y, en este sentido, un testimonio riquísimo. En el primer apartado, Marx presenta a grandes rasgos sus principales hipótesis, mismas que desarrolla en la narración de los acontecimientos en los siguientes apartados, la redacción corre la suerte de una especie de nota periodística,10 con una ironía genial: Hegel dice en alguna parte que todos los personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó agregar: una vez como tragedia y la otra co mo farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡Y la misma caricatura en las circunstancias que acompañan la segunda edición del Dieciocho Brumario!... y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolu11 cionaria de 1793 a 1795.

Y continúa: “El 2 de diciembre, la revolución de febrero es escamoteada por la voltereta de un jugador tramposo, y lo que parece derribado no es ya la monarquía, sino las concesiones liberales que le habían sido arrancadas por seculares luchas”.12 Continúa Marx con hipótesis-críticas de este tipo aventurando frases que en el contexto actual resultan al menos sorprendentes, pero que de alguna forma nos describen el siglo XIX: “Ni a la mujer ni a la nación se les perdona la 10

Manuel Buendía mencionaba en alguna ocasión que elaborar una nota periodística es como hacer una novela al revés, empezamos la nota con el final del acontecimiento, con el desenlace, y continuamos con el desarrollo de los sucesos previos. 11 Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte, en Marx y Engels, op. cit., p. 230. 12 Ibidem, p. 233.


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hora de descuido en que cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza”.13 Propone una periodización a grandes rasgos de tres periodos, el de febrero, el de la constitución de la república o de la Asamblea Nacional Constituyente y, por último, el de la república constitucional o de la Asamblea Legislativa (un lapso que va del 24 de febrero de 1848 al 2 de diciembre de 1851, con un total de tres años nueve meses y ocho días). Sin embargo, esta periodización formal se rebasa constantemente en el texto. “A la monarquía burguesa de Luis Felipe sólo puede suceder la república burguesa; es decir, que si en nombre del rey, había dominado una parte de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo”.14 En el segundo apartado empieza analizando el segundo periodo propuesto, el de la Asamblea Nacional Constituyente, como forma de dominación y de disgregación de la fracción burguesa republicana. No se trata de una fracción de la burguesía mantenida en cohesión por grandes intereses comunes... sino de una pandilla de burgueses, escritores, abogados, oficiales y funcionarios de ideas republicanas, cuya influencia descansa en las antipatías personales del país contra Luis Felipe... y sobre todo en el nacionalismo francés, cuyo odio contra los tratados de Viena y contra la alianza con Inglaterra atizaba constantemente esta fracción.15

Analiza las alianzas y las rupturas de las diferentes fracciones de la burguesía, plasmados estos intereses en la Constitución Republicana de 1848, del 24 de junio al 10 de diciembre. “Cada artículo de la Constitución contiene, en efecto, su propia antítesis... Si se repasa la Constitución, se verá que los únicos artículos absolutos, son los que determinan las rela13

Ibidem, p. 235. Ibidem, pp. 236-237. 15 Ibidem, p. 239. 14


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ciones entre el presidente y la Asamblea Legislativa”.16 El 10 de diciembre es electo como presidente Luis Bonaparte. “La época que va desde el 20 de diciembre de 1848 hasta la disolución de la Constituyente en mayo de 1849, abarca la historia del ocaso de los republic anos burgueses”.17 En la tercera parte Marx nos presenta el periodo que abarca la vida de la república constitucional o parlamentaria, hasta el golpe de estado del 2 de diciembre de 1851. La compara con la primera revolución francesa en donde las diversas fracciones se traicionan mutuamente y dice: En la revolución de 1848 es al revés. El partido proletario aparece como apéndice del pequeñoburgués-democrático... A su vez , el partido democrático se apoya sobre los hombros del republicano-burgués. Apenas se sienten seguros, los republicanos burgueses se sacuden el molesto camarada y se apoyan, a su vez, sobre los hombros del partido del orden.18

El partido del orden traiciona a los republicanos burgueses y se alía con las fuerzas armadas, quienes finalmente también los traiciona. Se forma el partido de oposición, la socialdemocracia que al interior de la Asamblea Nacional se conoce como “la montaña”. El partido está formado por obreros y pequeños burgueses. A las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dió un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se les despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia. 19 El carácter peculiar de la socialdemocracia consiste en exigir instituciones democráticas-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino pa16

Ibidem, p. 242. Ibidem, p. 246. 18 Ibidem, p. 250. 19 Ibidem, p. 256. 17


63 ra atenuar su antítesis y convertirla en armonía.... es la transformación de la sociedad por la vía democrática, pero una transformación dentro del marco de la pequeña burguesía.20

En los congresos de la internacional comunista, la socialdemocracia jugó siempre este papel, la definición política de este partido es válida hasta la fecha. En la cuarta parte se nos presentan las limitantes del parlamento, así como de la Asamblea Nacional para gobernar y enfrentarse al poder ejecutivo personificado en Luis Bonaparte; describe el manejo del gabinete, es decir los ministerios, y nos presenta la fragilidad de la constitución de 1848, a la cual no la defiende ni la propia asamblea ni por supuesto el ejecutivo. La compleja lucha entre las clases, las alianzas, los poderes e incluso las personalidades es descrita en una forma verdaderamente magistral, simplificando su aparente complejidad con un hilo conductor: la lucha de clases en el juego de la democracia burguesa, con todas las contradicciones que esto implica. Bonaparte juega al populismo, hace aparecer el aparato burgués de la Asamblea Nacional como el enemigo del pueblo, Bonaparte además adereza esta situación proponiendo medidas populistas como son: ...abrir al pueblo francés sus tesoros ocultos...Así, la proposición de decretar un aumento de cuatro sus diarios para los sueldos de los suboficiales. Así, la proposición de crear un banco para conceder créditos de honor a los obreros. Obtener dinero regalado y prestado.21

Esto pasa en un periodo previo a las elecciones parciales del 10 de marzo de 1850 en donde se elegirán algunos puestos vacantes que habían dejado algunos diputados que fueron encarcelados o desterrados después de los sucesos del 13 de junio. Casi dos meses después es abolido el sufragio universal con la ley del 31 de mayo, reduciendo a los votantes de 20 21

Ibidem, p. 257. Ibidem, p. 270.


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diez millones a siete, manteniendo, como antes de decretarse la ley, un mínimo de dos millones de votos para poder obtener la presidencia, en caso de no obtenerse esta votación será la asamblea quien lo elija. El apartado número cinco nos describe el principio del auge bonapartista y finalmente su establecimiento pleno, con la corrupción que acompaña a este proceso. Bonaparte impulsa secretamente la llamada “Sociedad 10 de diciembre” (que data de 1849). Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organiza al lumpenproletariado de París en secciones secretas, dirigida cada sección por bonapartistas y a la cabeza de ésta, un general bonapartista. Junto a roués (libertinos) arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto con vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, calderos, mendigos; en una palabra toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohéme... sociedad de beneficencia en cuanto todos sus componentes sentían, al igual que Bonaparte, la neces idad de beneficiarse a costa de la nación trabajadora... En su sociedad 10 de diciembre reunió a 10 000 miserables del lumpen, que habían de representar al pueblo...Las secciones de esta sociedad, enviadas por grupos a las estaciones, debían improvisarle en sus viajes un público, representar el entusiasmo popular, gritar: ‘Vive l'Empereur!’, insultar y apedrear a los republicanos, naturalmente bajo la protección de la policía.22

Esta sociedad se constituye como el ejército privado del ejecutivo, que la soborna constantemente y en especial a los soldados con: “los cigarros y el champagne, las aves frías y el salchichón adobado con ajo...el 10 de octubre una parte de la caballería dejó oír el grito de Vive Napoleón! Vivent les 22

Ibidem, pp. 276-277.


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saucissons! (¡Viva Napoleón! ¡Vivan los salchichones!)”.23 El partido del orden y gran parte de la burguesía temían el enfrentamiento con Bonaparte, con cierta cruda moral por la abolición del sufragio universal y con un constante terror al proletariado, optando como consigna por la tranquilidad ante la posibilidad de un cambio radical. Bonaparte sigue con sus corruptelas, entre varias se menciona la lotería. Analiza Marx la situación crítica de la economía francesa en estos momentos y así en este contexto, Bonaparte prepara el golpe final, el golpe de estado del 2 de diciembre de 1851. En el apartado número seis se describen las contradicciones legales entre los restauradores de la monarquía y los que defienden la república, que en este contexto implica, a pesar de no estar de acuerdo, la continuación de Bonaparte a través de una revisión y transformación de la constitución de 1848. Marx hace un análisis de la economía francesa y mundial, vinculándola con la situación política que estudia. Narra lo que podríamos describir como la crónica de un golpe anunciado. Ante la timidez de la burguesía que se sentía incapaz de controlar la situación política, ante un ejército corrupto y un poder ejecutivo ávido de poder, opta por dividirse y aceptar de alguna forma, un golpe de estado; después de todo es más fácil entenderse entre ella misma (incluyendo al corrupto de Luis Bonaparte) que ante su fundamental enemigo de clase: el proletariado. En este apartado Marx recapitula en una periodización, respetando la propuesta original pero ampliándola y afinándola antes de pasar al apartado último, el número siete, en donde presenta sus conclusiones. Segunda conclusión y final En el último apartado, Marx presenta lúcidamente las contradicciones fundamentales entre: la burguesía y el proletariado, la 23

Ibidem, pp. 278-279.


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burguesía y la monarquía terrateniente, el proletariado y el campesino pequeño propietario, los burgueses monárquicos vs. los burgueses republicanos, el populismo vs. el gobierno del pueblo, contradicciones que nos explican este periodo histórico en el momento en que sucede y que son, aún hoy casi 150 años después, una Lección de Historia y además contemporánea. El trabajo presenta varias características novedosas: a) El detalle de los acontecimientos; como ya mencioné al principio, hay más conocimiento vivo de los vivos, que de periodos anteriores y que son de alguna forma, ajenos. b) El hacer una historia comparativa, cronológica y temáticamente abierta, nos contextualiza los hechos y nos facilita su comprensión porque los sentimos verdaderamente más cercanos. c) Para hacer historia no basta narrar simplemente los hechos, sino problematizarlos, hacer más preguntas que respuestas, ésta es una interesante forma de hacer historia. d) Tener un hilo conductor, en este caso la lucha de clases como teoría social básica, nos conduce a una narración con sentido, es decir no tan abstracta como simplemente la narración inmaculada, erudita, pero estéril de los hechos mismos. e) El historiador suele buscar simplemente “el dato”, describir los hechos de la manera más verídica posible, al describirlos descubre una parte de la verdad, pero para hacer historia no basta con esto, hay que preguntarle muchas cosas al dato, además hay que saber preguntar. El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte es una excelente lección al respecto. El hacer historia contemporánea por supuesto no implica restringirse a la disciplina que tradicionalmente conocemos como historia, sino que involucra disciplinas como la economía, la ciencia política, la sociología, la psicología, la antropología, la medicina y en ocasiones hasta la historia.


Crisis, sociedad e historia

Leticia Reina La historia del hombre la podemos leer como un largo camino para engrandecerse y vivir cada día mejor, pero también hay una lectura pesimista y es la que está dominando en el balance de veinte siglos de “civilización”: frente a la crisis generalizada, a los recientes cambios geo-políticos que amenazan la paz mundial, al deterioro irreversible del medio ambiente y al ascenso de las diferentes manifestaciones sociales mundiales por la dignidad y el reconocimiento, se expresan ideas como la siguiente: la historia del hombre ha sido un corto camino hacia su destrucción. ¿Esta idea angustiosa de finales del siglo pasado (XX) refleja la existencia de una crisis de la historia o es una crisis de la sociedad? Hace veinticinco o treinta años, cuando veíamos lejano el fin del siglo XX, teníamos la esperanza, aunque no todos la convicción, de que entraríamos al nuevo milenio sin guerras entre países y mucho menos sin movimientos étnicos ni nacionalistas que pusieran en entredicho la existencia y sobrevivencia de los estados-nación. Albergábamos la confianza de que el estrepitoso desarrollo de la ciencia y la tecnología, en especial los medios de comunicación, acercarían a los pueblos y se crearían las condiciones para tener un mundo más justo, equitativo y menos confrontado. Queríamos suponer que las élites gobernantes habían aprendido de la historia y que la enseñanza legada, por lo menos del pasado reciente de las dos guerras mundiales del siglo XX, de varias revoluciones


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sociales y de diversas manifestaciones de protesta social rural y urbana (movimientos campesinos, obreros, feministas, gays y ciudadanos) harían reflexionar a los gobiernos tanto sobre sus relaciones internacionales, como del rumbo de las políticas económicas y sociales de sus propios países. Las economías nacionales no han crecido y están en recesión. Para modificar esta situación, se han formado grandes bloques económicos regionales a nivel mundial. No obstante la globalización de la economía, siguen existiendo graves problemas en la banca, en las relaciones comerciales y ni hablar del desempleo y la miseria. La crisis de los diferentes sistemas económico-políticos no sólo ha evidenciado su incapacidad de crear sociedades armoniosas, sino que también ha generado una crisis en las ideologías, en las formas de pensar y concebir el mundo. Por su parte, la ciencia y la tecnología, en las cuales se había apostado el futuro de la humanidad desde el siglo pasado, no han rendido los frutos que se esperaban. Lo paradójico de éstas es que si bien se han desarrollado de manera estrepitosa y han producido complejos y sofisticados métodos, aún sobreviven el hambre, las enfermedades y la pobreza. Rectificando, la ciencia y la tecnología sobrepasaron las expectativas en cuanto a su desarrollo; el hombre ha realizado todo lo imaginable 1 pero no ha habido la voluntad de los que las controlan, para ponerlas al servicio de todos los hombres. El fin de milenio, y sobre todo, la crisis generalizada, no sólo sacudió muchos esquemas, sino que inevitablemente condujo a recapitular sobre el acontecer histórico de las sociedades. ¿Cómo fue que llegamos a esta situación mundial y regional? ¿Por qué se destruyeron tantas sociedades cuando se intentaba instrumentar el progreso y la modernidad? Al reflexionar sobre el devenir histórico del hombre, nos viene a la mente la idea de homogeneidad y desarrollo unilineal que 1

Isaiah Berlin et al .., Fin de siglo, México, Mc Graw Hill, 1996.


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guió el rumbo del acontecer social, al tiempo que también inspiró la explicación de su pasado. La idea de civilización originada y promovida por la sociedad occidental hizo creer al resto de los pueblos del mundo que la civilización era un estadio superior al cual debían aspirar todos los pueblos. Se hizo sinónimo de grandiosidad, de esplendor. “El concepto ‘civilización’ resume más bien toda la arrogancia y todo el sentimiento de superioridad de occidente a los que nos enfrentamos cotidianamente; la palabra parece concentrar el desprecio europeo ante lo ‘no civilizado’”.2 Luego entonces, el discurso sobre la civilización se convirtió en una necesidad para justificar las conquistas, las colonizaciones y hasta los cambios más recientes que occidente ha impuesto a los “otros”, para poderlos usar como trabajadores y como consumidores de un diferente sistema productivo. 3 Hoy, los Estados nación están en crisis, en parte, por la falta de legitimidad. Y, aunque por otro lado se siguen fortaleciendo con la circulación contante de capitales y el crecimiento económico, experimentan las transformaciones internas más complejas e impredecibles del siglo XX. El ascenso del movimiento de las “minorías” también demuestra, entre otras cosas, el fracaso del proceso civilizatorio, del ideal de un rumbo único y “ascendente” de las sociedades, es decir, de los proyectos neoliberales instrumentados en diferentes partes del mundo y por ende, de la crisis de la interpretación. 2

Brigida von Mentz, “Notas en torno al ‘proceso civilizatorio’ de Norbert Elias”, en Papeles de la Casa Chata, año 1., núm. 1, México, 1986, p. 67; Norbert Elias, The Civilizing Process. The Develpment of Manners, New York, Urizen Books, 1978. 3 Según el diccionario, civilizar quiere decir sacar del estado salvaje a pueblos o personas. También tiene la acepción de educar e ilustrar. Es decir, que si leemos atrás de la definición, comprendemos que cuando alguna sociedad dominante “educa” a otro pueblo para tratar de sacarlo de su “estado salvaje”, de hecho está imponiéndole sus costumbres .


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No sólo fueron excluidas de las ventajas de la modernidad, sino que ciertas políticas y la instrumentación de algunos megaproyectos afectaron a la sociedad en su conjunto. Se rompieron viejos pactos y la injusticia junto con la pobreza llegaron al extremo. En el caso de los indígenas, la imposición de modelos extranjeros (léase extraños) a sus propios procesos los llevó a la posible extinción, al tiempo que su reacción de descontento ha puesto en jaque a los estados nacionales más intolerantes. Pensar en algunos paradigmas de las sociedades antiguas como civilización y progreso, o en aquéllos de las últimas cuatro décadas como crecimiento y desarrollo, nos lleva a reflexionar sobre algunos conceptos dicotómicos y aparentemente contradictorios como universal –plural, homogéneo– diverso, y mundo –región. En el siglo XIX, las ideas sobre el progreso y la modernidad constituyeron una de las preocupaciones más importantes de las élites científicas e intelectuales. “Según Compte y Spencer, el progreso era la máxima ley social, el nivel equivalente de la evolución y el desarrollo; y su mensaje era un mensaje de optimismo, de avance y hasta [en el caso del primero] de regeneración de la especie humana”.4 En México, estas ideas fueron ampliamente retomadas por los intele ctuales, que más tarde estarían abocados a instrumentar las “políticas científicas” para la “reconstrucción social”. La idea de la modernidad ha sido un tema permanente y cíclico en los Estados nacionales. Desde el siglo pasado, se ha intentado imponer en todas las regiones del mundo sin respetar la diversidad cultural. 5 Esto se explica en parte por4

Charles A. Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, México, Vuelta, 1991, p. 337. 5 “Surgida en Occidente, la modernidad hace referencia a una transformación: a un presente que deberá modificarse para adecuarse a las condiciones del progreso, mismo que resulta de cambios cuyos resultados son en parte imprevisibles, aun en aquellos países que


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que los científicos, intelectuales y políticos han tenido su sociogénesis en la Ilustración, sea Kant, Hegel o Marx, los cuales han inspirado el pensamiento más progresista del siglo XIX y XX y por lo tanto, en “todos subyace la tendencia a interpretar el proceso histórico como un proceso unilineal”.6 Tiempo después, conceptos como crecimiento económico y desarrollo económico, paradigmas del siglo XX, han estado “cabeza abajo” en algunos momentos de la historia. El pr imero de ellos, con raíces en el enciclopedismo del siglo XVIII y como tema central de la economía clásica, permitió derrumbar viejas estructuras, “pero cuando la razón y el estudio de la historia principiaron a revelar la irracionalidad, las limitaciones y la naturaleza meramente transitoria del orden capitalista, la economía (como parte del pensamiento burgués) se volvió contra su propio pasado, transformándose en un mero intento para explicar y justificar el statu quo”.7 En la década de los cincuenta y sesenta del siglo XX, las teorías del crecimiento y el desarrollo fueron puestas “cabeza arriba” por un grupo de intelectuales, entre los que destacan Paul Baran, Paul M. Sweezy y Celso Furtado. A esto se vino a agregar la reflexión y la polémica sobre las teorías de la dependencia, el subdesarrollo y la periferia, todo lo cual contribuyó a un nuevo análisis y a una nueva esperanza para el cambio en los países del Tercer Mundo. 8 Pero casi de insupuestamente representan su realización: las sociedades industriales avanzadas”. Véase Víctor Manuel Muñoz, “Elementos para el estudio de la modernidad y de la modernización”, en Estudios Políticos, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Coordinación de Ciencias Políticas, UNAM, tercera época, núm. 1, enero-marzo 1990, p. 91. 6 Von Mentz, op. cit., p. 73. 7 Paul A. Baran, La economía política del crecimiento, 4ª ed., México, FCE, 1969, p. 20. 8 Paul A. Baran, op. cit.; Celso Furtado, Dialéctica del desarrollo, México, FCE, 1965; Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, El capital monopolista, México, Siglo XXI Editores, 1968; y otros más como


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mediato, las naciones poderosas y algunos organismos internacionales, “preocupados” por la pobreza y el hambre de los países subdesarrollados, les vendieron a éstos paquetes tecnológicos y proyectos de desarrollo. Con ello se volvieron a desvirtuar los planteamientos teóricos, porque se tomó nuevamente como parámetro a los países desarrollados; el modelo a seguir continuó siendo el universal. Crisis global e identidad No basta con decir que “el despertar indígena” del último cuarto de siglo es el producto o la consecuencia de proyectos no acordes con la historicidad de cada región, sino que necesitamos analizar la incidencia de múltiples factores. Pero lo más grave, y hay que subrayarlo, es que esto significa la expresión de una crisis global. Este despertar representa la voz de todos aquéllos a quienes cerraron los canales de expresión, el conjunto de problemas no resueltos en décadas y la serie de agravios que los aquejan. Es el momento en que los conflictos no son sólo de orden económico (tierras o recursos), político o social: son todos al mismo tiempo. El male star es generalizado y se trata de un problema de dignidad, de pundonor, es decir, que apela al derecho de seguir existiendo; desean seguir siendo ellos mismos y sobrevivir como grupo. Lo que hoy subyace a la disputa por “bienes intangibles” como el respeto a su cultura, es en realidad la búsqueda del reconocimiento de la propia identidad minimizada, descalif icada y estigmatizada en el proceso permanente de etnización perpetrado por los grupos dominantes y el Estado. El “bien Ruy Mauro Marini, Samir Amí n y Gunter Frank que contribuyeron con las teorías del subdesarrollo, las economías periféricas y la dependencia; planteamientos novedosos, porque empezaron a mirar al mu ndo desde otras perspectivas y se convirtieron en una bandera política para los países del tercer mu ndo.


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intangible” por antonomasia que se halla en juego es la identidad, considerada como valor supremo, y todos los demás, como la dignidad, la autonomía y los derechos, no son más que atributos y derivaciones de la misma. La etnicidad como estrategia de lucha y ésta como la expresión de los grupos que se demarcan (o marcan) como diferentes, constituyen o representan una de las paradojas más importantes del neoliberalismo. No es fortuito que la pluralidad étnica y cultural sean reconocidas por algunos Estados. Lo importante es redefinir la relación dinámica entre Estado y sociedad. En los análisis políticos, se habla de la debilidad o fortalecimiento del Estado, que no es lo mismo que adelgazamiento, pérdida de funciones o cambio de éstas provocadas “desde arriba” por la transnacionalización y “desde abajo” por las movilizaciones indígenas en torno a la obtención de su autonomía. Entonces, ¿quienes son ahora los pueblos y las naciones? No pueden mantenerse estos conceptos para designar a los países, como rezan los tratados internacionales (por ejemplo, las Naciones Unidas), pues ante la desmistificación o el descubrimiento de la inexistencia de las naciones monoculturales y monoétnicas, el concepto retomará su vieja acepción y pueblo, nación y etnia volverán a ser sinónimos para designar lo local. Pasado reformulado por el presente La importancia del análisis de los procesos radica en la necesidad de conocer el devenir de los pueblos y de los estados nacionales para así formular propuestas para el futuro, pero que éstas se desprendan de la historicidad particular de cada país. Por otra parte, la historiografía clásica no había considerado a los pueblos como sujetos de la historia. La investigación sobre el mundo indígena es relativamente reciente y los resultados de los últimos años descubren una historia en don-


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de los grupos étnicos tienen una participación activa no sólo en los movimientos sociales, sino también en la construcción y fisonomía de los Estados modernos. Hay procesos jurídicos y procesos reales que tienen dinámicas relativamente independientes y que pueden llegar a ser contradictorias. En México, desde el siglo XIX, cuando se conformaron los estados nacionales, éstos dieron por resultado la apariencia de haber pasado, de las dos repúblicas (de indios y españoles) que se tenían en la época colonial, a una sola pero dividida. 9 Con ello Turer señala que las Repúblicas de Indios y Españoles quedaron integradas en una sola a partir de la Independencia, pero después, con las impos iciones de los gobiernos liberales, y en la práctica, se crearon dos Méxicos: el de los indios y el de los mestizos. La realidad tampoco se presenta como dicotómica, pero la metáfora nos sirve para designar y señalar los extremos de un proceso conflictivo y contradictorio. Por otra parte, hay una nueva corriente historiográfica denominada contracorriente histórica y en ella destaca el trabajo de Steve Stern, el cual plantea que hay una colonización tanto “desde arriba” por parte del Estado, como “desde abajo” hecha por indígenas mediante la colonización del Estado. En la misma línea de análisis metodológico pero con diferentes nombres, Tutino trabaja en el terreno de la partic ipación activa de los pueblos en la construcción del estado nacional; esto significa, a diferencia de las investigaciones clásicas, mirar la edificación del poder “desde abajo”. Asimismo, es abundante la literatura sobre la imposición de las instituciones españolas, pero ahora De Vos y Reina hablan de procesos novedosos que se descubren porque se ven las dinámicas sociales bajo otras ópticas. Se refieren a la apropiación o indianización de instituciones españolas. De Vos estudia la conformación de los pueblos y las cofradías. Por su 9

Mark Turner, From two Republics, one divided, Duke, Duke Un iversity Press, 1997.


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parte, Reina analiza el proceso de municipalización, la creación de las mayordomías y el sistema de cargos. Todos ellos, temas abordados desde la etnohistoria y que nos han acercado a la mejor comprensión de los procesos de transformación y adaptación de los pueblos mexicanos a los procesos nacionales. Crítica a la posmodernidad y a la antropología posmoderna ¿Parte de la crisis? Preocupada por el avance de la antropología posmoderna, en la que hay una pérdida del sentido de la historicidad del “otro” estudiado, Susana Devalle propone el regreso a éste para así poder comprender mejor y actuar ante el desafío que representa la etnicidad en el mundo actual. Al estudiar la “otredad” considera tomar en cuenta lo que denomina “el sentir y la experiencia o experiencia subjetiva de lo social”, algo parecido a la referencia de Giménez con respecto al reconocimiento de la propia identidad (abstracciones) por parte de las comunidades étnicas. Existen posiciones diferentes en cuanto a la participación del Estado en el fomento de identidades particulares. Nativ idad Gutiérrez plantea que el actual Estado-nación posee elementos que han permitido la irrupción identitaria. Mientras que Joan Joseph Pujadas se centra en una crítica a los Estados nacionales homogeneizadores que se han dejado avasallar por el postindustrialismo informacional, causa de su crisis y del no avance de la etnicidad que supuestamente rompería la “uniformidad” nacional. Para él la crisis de los estados nacionales poco o nada tiene qué ver con el avance de la etnicidad sino que ésta es un reflejo del posindustrialismo internacional.


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Indios y estado buscan sus identidades Para la autora, la época actual se caracteriza por la búsqueda de la identidad individual y colectiva; por ello, tanto la nación como la etnicidad contienen elementos similares. Sin embargo, no deja de reconocer que a una se le considera como producto de la modernidad, en cambio a la otra como producto del atraso dada la ausencia de Estado, como es el caso de los grupos étnicos. Actualmente se está viviendo una crisis del proyecto nacional-populista en América Latina, en torno a lo cual Gros parte para demostrar cómo la globalización y su impacto en las comunidades indígenas dieron como resultado una contradicción: si bien por un lado afectó a las comunidades, por el otro se proporcionaron recursos y herramientas que pudieron ser utilizados en su favor. Aquí hay una similitud de opiniones con Tutino, para quien desde la perspectiva histórica, los regímenes electorales y las ideologías de soberanía popular son las estrategias desarrolladas por las élites para mantener su poder. Gros considera esta “producción” de lo étnico y su autonomía desde el Estado, pero no lo ve como algo negativo, al contrario, considera a ésta como una etnic idad “abierta”, permeable al cambio y a la modernización y como único camino para la participación étnica dentro del mundo global. Otra posición sería la de Díaz Polanco, quien señala que a partir de la Segunda Guerra Mundial, hay un renacimiento del relativismo cultural frente a un liberalismo que admitía la diversidad política pero no la cultural. No obstante, el relativismo cultural cayó en numerosos excesos que lo equipararon con el liberalismo antagónico. Pero, por otra parte, nos podríamos preguntar: ¿si hasta hace algunos años se pensaba que los indios habían desaparecido, quién inventó lo étnico? ¿Quién puso en crisis al Estado y con ello a sus intelectuales historiadores? Gros argu-


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menta que la irrupción de la modernidad en América Latina trajo como consecuencia que las comunidades indígenas tuvieran que definir un nuevo proyecto. Al mismo tiempo, conforme fue avanzando la época modernizadora, con la idea de una sociedad homogénea, cohesionada alrededor de un proyecto colectivo-nacional, el proyecto nacional-populista entró en crisis. Frente a esta situación, las comunidades indígenas respondieron a través de una voluntad interna de cambio; se incorporaron a la democratización y modernización vía la construcción de una etnicidad “moderna”. Esto fue posible debido al carácter ambivalente de la globalización y su impacto en las comunidades indígenas: por un lado, las afecta pero por el otro, les proporciona recursos y herramientas para ser utilizados en su favor. De modo que actualmente, las comunidades tienen un capital simbólico nuevo, un capital a negociar en los mercados de la ayuda y de la cooperación internacional. De lo anterior, podemos derivar, y hasta cierto punto constituye una corriente de pensamiento, que el Estado es el creador del actor étnico en su búsqueda por tener sobre quién intervenir. Además, él mismo “produce” en apariencia a la comunidad indígena y su autonomía para controlarla y crear una etnicidad “abierta”, permeable al cambio y a la modernización. Con el tiempo, estas comunidades alcanzaron un grado considerable de legitimidad gracias a su adaptación ante un Estado latinoamericano sui generis como el que acabamos de describir y que le da dinamismo a las sociedades del Tercer mundo. El hecho de que las comunidades hagan uso de la modernidad para poder prevalecer, nos hace pensar en la posibilidad de la construcción de una sociedad multicultural en América Latina.


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Los acontecimientos rebasaron a las teorías Parece que en las dos últimas décadas los acontecimientos rebasaron a las teorías. Los cambios sociales van más rápido de lo que los podemos aprehender. Además, asistimos a la muerte del pensamiento evolucionista unilineal. Durante dos centurias, la Ilustración y el Liberalismo orientaron las teorías biológicas y sociales del hombre y por lo tanto, sus designios y pautas de conducta como individuo, especie y ente social. Siempre en una línea y con un único ideal. No importaba si se trataba de sociedades capitalistas o socialistas; la meta era llegar a un punto idealmente establecido. Todos sabemos que nunca hubo estados mononacionales y que fracasó el intento de los estados nacionales en homogeneizar a su población. Asimismo, se malogró la construcción de naciones: en ningún lugar se alcanzó un código simbólico único de identidad. Y lejos de eso, el balance al final del siglo XX es que se tiene no sólo una multiplicidad de identidades, sino que existe una tendencia al fraccionalismo y a la revaloración o reinvención de identidades aparentemente perdidas o desdibujadas ante la ilusión del progreso. En el ámbito económico, los estados nacionales hoy están más fuertes que nunca, sin embargo, están cambiando y hasta podrían desaparecer. ¿A quién interesaría mantenerlos? No hay respuesta sencilla, pues hasta las mismas burguesías que los formaron y han defendido su soberanía están aceptando integrarse a megacomunidades económicas. Por su parte, a las minorías, que amenazan con ser mayorías, les estorba y entran en conflicto con esta forma de Estado inamovible, homogeneizante e intolerante, por lo cual lo presionan para que se modernice y adapte a las nuevas circunstancias. La sociedad toda está cambiando y por supuesto, los Estados también tendrán que hacerlo en sus funciones y relaciones con la base de la sociedad y con los otros estados nacionales que están formando grandes bloques económicos y que ter-


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minarán por construir meganaciones, las cuales ¿constituirán los nuevos imperios del siglo XXI? Como posible escenario, formar meganaciones integradas por comunidades con diversidad cultural significaría que en ellas las élites nacionales o supranacionales no se disputarían ni los territorios ni los recursos naturales, ya que quedaría reglamentado que éstos son de los pueblos (concretos) y/o de las etnias. Así también pueblo, etnia y nación recobrarían su original acepción semántica y por lo tanto volverían a ser sinónimos. Con ello, también sería más fácil reglamentar y legislar los acuerdos tanto nacionales como internacionales. Lo anterior es sólo una posibilidad, pero mientras esto sucede las élites gobernantes deberían percibir que frente al proceso creciente de etnización mundial y de reindianización en América Latina, democratizar las instituciones existentes es salvar al Estado en vez de aniquilarlo. Que la renovación de la estructura política, la alternancia de partidos y la incorporación de nuevos sectores, es decir nuevas generaciones en el poder, significa modernizar al Estado para que no sucumba. Asimismo, el reconocimiento de las autonomías indígenas no es más que abrirles un espacio de lucha legal. Lo que sigue es el verdadero reto: reconocerlos como diferentes para incluirlos como iguales en las instancias de representación y de toma de decisiones. Quisiéramos volver a la pregunta inicial del por qué aparece un movimiento social con corte indígena en el último cuarto del siglo XX. Es indudable que existe un proceso mundial de reivindicación étnica, y en particular en América Latina aparece en poblaciones en las que se había perdido, desdibujado y/o estigmatizado lo indio y en regiones donde se pensaba que las políticas indigenistas habían asimilado a la población. La etnicidad ahí apareció con mayor fuerza que en épocas anteriores y se manifiesta, entre otras cosas, como una estrategia de lucha. Sí, esta fuerza aparece justo en la época de una globalización inusitada cuando a las minorías


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étnicas se les han cerrado los canales de interlocución sin otra alternativa que combatir desde lo propio, desde lo diferente. Estos movimientos étnico-políticos se desarrollan en medio de y son expresión de un desmantelamiento de viejas estructuras y pactos sociales, al tiempo que manifiestan la descomposición de la sociedad en todos los niveles. No cabe duda que los cambios acaecidos a nivel global y local han producido reacomodos profundos en el conjunto de la sociedad. En la enumeración de algunos de ellos habría que llamar la atención sobre la crisis del Estado benefactor. Durante las últimas décadas, los gobiernos neoliberales instrumentaron diversos proyectos de desarrollo. Unos fueron proyectos de “muerte” tanto para los hombres de la localidad como para la naturaleza. Otros quedaron inconclusos y al no estar acabados provocaron frustración y desarticulación de los grupos sociales. Ambos profundizaron las desigualdades sociales y produjeron la pobreza extrema hasta llegar al conflicto y al enfrentamiento por la sobrevivencia: la reivindic ación fundamental es la dignidad. Por ello, sólo desde lo étnico, lo diferente, puede demandarse el conjunto de agravios ancestrales no resueltos. La imposición acelerada de modelos de desarrollo diferentes a la historicidad de cada región también provocó una serie de tribulaciones en la estructura social. Una de ellas es la crisis de los modelos tradicionales de control paternalista, lo cual provocó el rompimiento de las viejas redes de intermediación y agudizado este proceso por la aparición de una nueva generación demandante de participación en el poder. Durante este tiempo, la educación formal se generalizó y contribuyó a la formación de una élite escolarizada que cuestiona el orden simbólico. De aquí surgieron los intermediarios étnicos que han fungido como dinamizadores de la reformulación étnica. Otro fenómeno relevante a destacar es la crisis del sistema de representación política (de los partidos) y la emergencia de la sociedad civil. Aquí ellos se acercaron


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al ámbito agrario con la consecuente politización de la población rural. En este punto existe una confluencia interesante: a la necesidad que tenía la comunidad de renovar su estructura política se unieron las viejas demandas agrarias, de modo que ambas quedaron subsumidas en la lucha por la democracia, expresada en lo electoral y en la remunicipalización de sus regiones. ¿El movimiento campesino constituye una nueva paradoja para la historia y la sociedad del siglo XXI? Lo signif icativo y diferente de estos años es que el movimiento campesino, de ser tradicionalmente un movimiento social, se transformó en un movimiento político: por primera vez pide participación política y reconocimiento jurídico. Los indígenas se convirtieron en las últimas dos décadas en actores políticos con un proyecto propio. La internacionalización de los movimientos indianistas no sólo se debe a la utilización de la tecnología –como lo es el Internet– que los comunica; a la demanda de autonomía se añadió también su politización creciente y su relación con nuevos actores sociales, que a su vez están planteando alternativas de convivencia, de producción y un paro al exterminio del planeta. Estos son las ONG’s; la iglesia en su corriente de Teología de la Liberación, articulada con representantes de iglesias de otros credos, pero todas ellas comprometidas con las demandas populares; y los ecologistas que defienden y alimentan el discurso étnico basado en los mitos y rituales que los grupos indígenas tienen en relación con la tierra. De ahí surge toda una corriente teórica muy interesante pero también el fundamento de nuevas políticas de desarrollo basadas en la sustentabilidad. El resurgimiento de la etnicidad con estas nuevas características persigue la desaparición del antiguo orden, trabaja ndo por una nueva forma de integración a la sociedad y a la modernidad. Estos nuevos movimientos trabajan por la construcción de una nueva forma de organización social, donde sí se les integre a la nación y reconozca con todo y sus


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diferencias. Esto nos obliga a pensar hacia atrás y hacia delante en las características de los siglos. Es decir, que si el siglo XIX fue de formación de los estados nación, el siglo XX fue el de los derechos ciudadanos, entonces el siglo XXI será el de los derechos culturales, el de las identidades o de las colectividades. Ayer lo moderno era ser igual, mañana lo moderno será ser diferente. Como dice Gros en su trabajo: “ser diferente para ser moderno”. Pero además, estos movimientos contribuyen a la transformación de las ideologías, de la lógica de pensamiento y por tanto, de las formas de repensar la Historia y de instrumentar una nueva nación que los incluya. Para empezar, aunque ya nadie considera la existencia y menos la posibilidad de construir naciones homogéneas, es necesario recurrir a nuevas formas de razonamiento para lograr incorporar lo no incorporable. Por ejemplo, la cuestión de la autonomía será irresoluble mientras se piense desde la lógica liberal. Ésta podrá ser regional o comunitaria, más social o menos, más flexible o más tolerante, pero no deja de ser un cáncer para la lógica de reproducción de los países con modelos liberales de desarrollo. Para éstos, el binomio Estado liberal-autonomía indígena es excluyente. Es más, se trata de un contrasentido desde que nacieron los estados: los corpus sociales no tienen aforo en donde el individuo es lo único y lo central; lo diferente no tiene cabida en un mundo que pretende homogeneizar a todos sus ciudadanos. La sobrevivencia de uno implica la muerte del otro. Por lo tanto, su solución debe pensarse desde otra lógica de reproducción social. No se trata de crear las famosas políticas de tolerancia, porque como dice el refrán: “los hombres se cansan de tolerar y de ser tolerados”. Aguantar, soportar o complacer a los grupos indígenas terminará por corromperlos o por crear a su propio monstruo, su Frankenstein . Porque tampoco quisiéramos crear una etnocracia y también quisiéramos evitar los esencialismos, los


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fundamentalismos y los nacismos. Tan sólo por ello, sería conveniente dejar libre la expresión de la diversidad Afortunadamente el nuevo milenio divisa el sepelio de las ideas universalistas. La historia reciente ha demostrado que los rumbos son infinitos y las posibilidades de organización social son tantas como la imaginación lo permita. Ya se empieza a vislumbrar que la gama de posibilidades de desarrollo social y humano es cada vez más amplia y todo parece indicar que cada pueblo (localidad o país) encontrará su propio camino por diferentes vías y llegará a distintas metas. Se terminó el siglo XX y con ello una forma de pensar, organizar y gobernar, pero afortunadamente no se han acabado los sueños y las utopías. Otrora éstas fueron la igualdad, la libertad, la no explotación. Hogaño ya empiezan a levantarse las banderas con la consigna de la unidad de lo diverso. Los nuevos paradigmas se enfilan hacia la diversidad cultural y hacia una educación de respeto al otro y a la naturaleza. Por suerte, cada época ha tenido sus propios paradigmas con los cuales rompió viejos órdenes y se construyeron nuevas sociedades. El liberalismo fue el conjunto de ideas con las cuales se luchó contra los privilegios del Antiguo Régimen y ayudó a garantizar los derechos individuales. En nombre del socialismo se hicieron las revoluciones del siglo XX, se construyeron alternativas contrapuestas al sistema capitalista, al tiempo que se defendieron los derechos de los trabajadores y se vivió toda una época de sindicalismo. Parte de esto terminó con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, pero al mismo tiempo resurge la etnicidad de los pueblos como forma de asociación colectiva de lucha y de sobrevivencia. ¿Esto significa que el socialismo es un proyecto que fracasó o que es un proyecto inconcluso? La respuesta corresponde a otro cuento, así que regresando a nuestro asunto, la etnización de numerosos núcleos de población que demandan el reconocimiento de los derechos colectivos nos conduce a pensar ¿con esto se inicia una


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nueva forma de corporativismo? ¿la secularización tan anhelada por el liberalismo antes de concluir, estará llegando a su fin? Podemos constatar desde ya que la teoría multiculturalista es la que está guiando; si no la construcción de nuevas sociedades, por lo menos en ella se apoyan quienes intentan formular propuestas para instrumentar las autonomías y la participación política de todos los ciudadanos y generar una relación diferente entre el Estado y los grupos indígenas. El camino no es fácil y para alcanzar esta utopía todavía se te ndrán que sortear muchos obstáculos. Cada época ha tenido sus propios retos. Para construirse, los Estados nación instrumentaron políticas sociales y educativas para estandarizar a los grupos étnicos y con ello ciudadanizar a la población. Es decir, formar mexicanos, peruanos, franceses o norteamericanos. Hoy asistimos a su desmantelamiento; tendremos que imaginar nuevos proyectos de nación en donde quepan todos, donde no se excluya a nadie. Pero no deja de ser un desafío para las etnias y para el Estado construir una nueva forma de organización social en donde hay fuerzas yuxtapuestas: globalización y etnización al mismo tiempo. El mundo del siglo XXI tendrá la tarea de que sus pobladores generen políticas de respeto a las diferencias para cimentar una ciudadanía multicultural, que en ese ambiente se respeten tanto los derechos individuales como los derechos colectivos. Antes se trataba de homogeneizar lo diferente. El nuevo reto es unir o reunir lo diferente, es consolidar sociedades construidas desde y en el respeto a las diferencias, es reeducarnos para asumir y aceptar lo diferente como algo ordinario. Únicamente incorporando la diversidad como parte intrínseca del componente social se podrá respetar, incorporar y hacer proyectos para todos. Parece que la nueva centuria será el siglo de los derechos culturales o de las múltiples identidades. Sólo en este sentido, o bajo estas condiciones, se


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podrá lograr la igualdad de oportunidades para todos y por lo tanto un mundo más justo. A la vuelta de veinte siglos nos encontramos que, a pesar de la globalización de la economía a nivel mundial y de la tendencia a la universalización de la cultura a través de los medios de comunicación, aún sobreviven regiones diversas, diferentes y plurales. Los pueblos conquistadores y sobre todo aquéllos de occidente dominaron porque, entre otras cosas, pretendían homogeneizar al mundo. En la antigüedad lo hacían “civilizando” a las “otras” sociedades, y en las últimas décadas lo han hecho por medio de la imposición de “modelos de desarrollo”. Como reacción algunos grupos sociales han expresado su descontento, no siempre como fuerza contraria, pero al menos de resistencia a desaparecer. De esta situación existen muchos ejemplos en diferentes regiones del mundo y resulta más claro cuando aparecen cada vez con mayor intensidad las luchas por la autonomía. A medida que pasa el tiempo los conflictos se exacerban y las contradicciones se agudizan porque se mezclan y confunden con la lucha por la democracia. De tal suerte que el problema ya no es sólo por intereses económicos y espacios de poder, sino que se trata de la lucha por un gobierno donde todos participen. De modo que, de la resolución que los Estados le den a los conflictos étnicos y a la demanda indígena por su autonomía, depende la construcción de nuevos proyectos de nación y de los nuevos Estados que habrán de conducir las sociedades del siglo XXI. Todo este nuevo planteamiento para América Latina, y para México en particular, implica una revisión de la interpretación del pasado y de la elaboración de un proyecto a futuro, que por cierto nada tiene que ver con la famosa crisis de la Historia de Occidente.



De certidumbres e incertidumbres: la historia y la estadística Delia Salazar Anaya Para Guillermo Turner por su entusiasmo

Recientemente tuve la oportunidad de conocer dos singulares ensayos del matemático estadounidense John Allen Paulos. Uno de ellos, titulado El hombre anumérico,1 llegó a mis manos por azar una tarde que curioseaba en una librería. Después de una revisión somera, supuse que aquel curioso libro bien valdría unas horas de lectura, pero debo confesar que el volumen sólo se sumó a mi lista de “pendientes” y ocupó un lugar en mis estantes. Hace unos días, buscando algún texto sugerente que me invitara a la escritura, el azar volvió a tocar mi hombro y apareció la segunda obra en cuestión, cuando encontré Érase una vez un número. La lógica matemática de las historias, del mismo Paulos.2 El hallazgo llegó en buen momento, puesto que la lectura de ambos ensayos fortaleció algunas de mis consideraciones sobre la estrecha vinculación entre historia y estadística, que a continuación intentaré delinear. 1

John Allen Paulos, El hombre anumérico. El analfabetismo matemático y sus consecuencias, Barcelona, Tusquets Editores (Metatemas, 20. Libros para pensar la ciencia), 4ª edición, 1998. 2 John Allen Paulos, Érase una vez un número. La lógica matemática de las historias, Barcelona, Tusquets Editores (Metatemas, 20. Libros para pensar la ciencia), 1999.


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Desde su especialidad en las matemáticas, Paulos llama la atención sobre la existencia de un supuesto equívoco, más o menos extendido en la sociedad estadounidense –incluso en la de alto nivel intelectual–, que plantea un abismo entre la estadística y la historia. Suposición que, en mi opinión, también se aplica al gremio de los historiadores, a pesar de los múltiples esfuerzos de la llamada historia social.3 Por el contrario, antes que un divorcio o un abismo entre la historia y la estadística –que incluso ha generado críticas de algunas historias cuantitativas producidas por la segunda generación de Annales–4 , la posibilidad de relacionar dos modos complementarios de pensamiento aún mantiene su vigencia y no dudo que también enriquezca las perspectivas de análisis de ambas disciplinas, a la luz de nuevas preguntas y nuevos problemas. ¿Qué historias se cuentan, sin relacionar la parte y el todo?, ¿Qué estadística sería comprensible, sin un contexto? Sobre esta cuestión, suscribo la opinión de Paulos cuando dice que Por desgracia, las personas no suelen reparar en las conexiones entre las ideas formales de la estadística y las interpretaciones informales e historias de las que han surgido. Creen que los números vienen de un reino distinto del de las historias, no los ven como síntesis, complementos o resúmenes de ellas. A menudo citan estadísticas a palo seco, sin el relato de apoyo ni el contexto necesario para darle sentido.5

Las ideas que a continuación trataré, antes que proponer una apología o un combate sobre una forma particular de analizar el campo histórico frente a otras corrientes de pensamiento –algunas 3

Véase Eric Hobsbawm, “De la historia social a la historia de la sociedad” en Sobre la Historia (1ª edición en inglés, 1997), Crítica Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1998. 4 Como ejemplo de esta crítica puede verse Francois Dosse, La historia en migajas, De “Annales” a la “nueva historia” (1ª edición en francés, 1987), 1ª edición en español, Editions Alfons el Magnànim, Valencia, 1998. 5 John Allen Paulos, Érase una vez... op cit., p. 20.


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de las cuales considero igualmente válidas–, pretenden poner sobre la mesa de discusión la existencia de un puente de relaciones complementarias entre el pensar el pasado y los métodos estadísticos. Relaciones que fortalecen nuestro conocimiento histórico y enriquecen su análisis, en particular en ciertos procesos que difícilmente podrían estudiarse desde otras ópticas. Si bien no creo que la parcelación del campo histórico característico del trabajo de algunos estudiosos vinculados a los saberes de otras ciencias sociales y aun naturales sea un mal necesario, sostengo que al iniciar el siglo XXI es inaplazable buscar nuevos paradigmas que, sin dejar atrás lecciones ya aprendidas, se muestren más abiertos a la incesante creatividad humana. Los historiadores anuméricos Actualmente las historias que cuentan “cuentas” parecen aterrorizar a ciertos historiadores. Los niveles del “terror” se manifiestan de múltiples maneras. Desde aquellos que rechazan a priori cualquier vínculo con el mundo de las matemáticas, la probabilidad y la estadística, hasta las posiciones más firmes de estudiosos que sostienen sistemas de pensamiento que dudan de la abstracción matemática de los hechos históricos y privilegian la historia biográfica, política, cultural o narrativa. Sobre los segundos hablaremos más adelante; por el momento quisiera concentrarme en los primeros: los anuméricos. Es bien sabido que cualquier negación apriorística se deriva de cierto grado de desconocimiento sobre una materia. Al parecer muchos historiadores llegaron a las aulas universitarias huyendo de las matemáticas; ya sea por las malas lecciones de álgebra elemental, geometría analítica o cálculo diferencial impartidas en el bachillerato o porque suponían un absoluto divorcio entre el mundo de las letras y el de los números. Tal situación no siempre se resuelve en las aulas universitarias; las curricula de las principales escuelas encargadas de formar pro-


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fesionales en la historia, pocas veces incluyen cátedras sobre probabilidad, estadística, historia económica o historia cuantitativa en su sentido más amplio. Durante mis años universitarios en la Facultad de Filosofía y Letras, los temas cuantitativos “pasaban sin verse”, frente al predominio de la formación teórica, aún en los cursos de un materialismo histórico que decía privilegiar la economía, la producción, la renta y la plusvalía, el comercio, las finanzas, los grupos sociales y todos aquellos conceptos que se traducen en números. Tan serio es el caso, que en alguna ocasión he oído comentar que “supuestos marxistas” difícilmente se explicarían matemáticamente un movimiento de la bolsa neoyorquina. El cálculo numérico, para ellos, es una consideración fantasmal. En ocasiones he sorteado más de un apuro, cuando un colega del gremio me ha hecho comentarios chuscos o irónicos con relación a mi interés por las estadísticas: –¡Qué pena, tanto tiempo desperdiciado viendo números, para escribir un sólo párrafo!–, –¡qué horror tantos números!, ¿por qué no te dedicas a la historia?. Otros hasta me han regalado novelas o poesías para estimular mi sensibilidad y promover mi abandono del mundo de los números. A veces, la presión ha sido tan fuerte –aunque más la de carácter teórico–, que yo también lo he considerado. Sin embargo, los números llegan por sí solos y me muestran su utilidad a pesar de mi resistencia y los efectos de algunas severas crisis de escepticismo. Tal vez me suceda lo que a Robert, personaje de El Diablo de los números, de Hans Magnus Enzensberger;6 el “diablo de los números” se aparece en mis sueños y me explica lo fácil que es aprender matemáticas utilizando el sentido común y la lógica. En otro orden de ideas, me atrevería a sugerir que el anumerismo de algunos también se traslada a las historias que leemos. A veces pienso que nadie del gremio le perdona6

Hans Magnus Enzensberger, El diablo de los números. Un libro para todos aquellos que temen a las Matemáticas (1ª. edición en alemán, Munich-Viena, 1997), España, Ediciones Siruela, 2000.


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ría a un historiador mexicano no haber leído Pueblo en vilo,7 pero se atrevería a justificar sin mayor recelo que hubiera obviado la lectura de los Ensayos sobre historia de la población, de Cook y Borah.8 Aunque tal vez podríamos entablar un amplio debate relativo a las posibilidades, perspectivas y resultados de la microhistoria y la historia demográfica, o sobre la calidad literaria de sus autores, sería poco acertado pretender ignorar la aportación de ambas obras al conocimiento de la historia nacional. Por tanto, obviar la lectura de alguna de ellas, por aburrida que fuere, debería resultarle penoso a aquellos que se vanaglorian de sus saberes historiográficos. Evidentemente, el problema también se deriva de la escasa pluma y del desmesurado tecnicismo empleado en la obra de historiadores cuantitativos. Sus textos suelen ser aburridos, excesivamente descriptivos y a veces dirigidos a un sector “de iniciados” en las técnicas seriales. Emplean gráficos y tablas incomprensibles para un lector común, una terminología compleja –importada de otras disciplinas– y por si fuera poco, dedican gran parte de sus escritos a la explicación de las minucias metodológicas sorteadas en la explotación de sus fuentes, mie ntras que narran los números que nos reiteran en tablas y suelen olvidarse del análisis histórico.9 Sin embargo, como en todo, hay buenos y malos textos de historia, sea ésta cuantitativa o cualitativa. Difícilmente podría haberse escrito Orígenes de la familia moderna, del célebre historiador Jean-Louis Flandrin, 7

Luis González, Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia, México, Centro de Estudios Históricos, El Colegio de México, 1979. 8 Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, Ensayos sobre Historia de la Población, México, Siglo XXI Editores, 1977-1980, 3 vols. 9 Estas opiniones se desprenden de una revisión más o menos exhaustiva sobre las aportaciones de la demografía histórica del periodo colonial mexicano, así como de otras lecturas referentes a la demografía histórica mexicana del siglo XIX y XX y de mis lecturas sobre demografía histórica francesa, inglesa y estadounidense.


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sin la aportación historiográfica de los pioneros de la demografía histórica francesa o inglesa.10 En el caso mexicano, más allá de los resultados de Francois-Xavier Guerra, en su México: del antiguo Régimen a la Revolución,11 esta obra debe mucho a las Estadísticas sociales del porfiriato,12 y más aún a las aportaciones de la Historia Moderna de México, vasta obra coordinada por Daniel Cosío Villegas.13 Pero el anumerismo es mucho más grave cuando se vuelve letra impresa. Yo también me he “aterrorizado” ante trabajos de historiadores –algunos de ellos bastante reconocidos– que emplean indiscriminadamente estadísticas en sus textos; pasan de una cifra a otra, mostrando contradicciones a diestra y siniestra, sin un mínimo principio crítico producto de una sencilla deducción lógica. Pero el caso más severo es el de aquellos que se envanecen de su sabiduría y afirman categóricamente que las estadísticas “no sirven para nada” en atención a “su inexactitud”, y luego pasan a confirmar sus asertos con la declaración numérica “exacta” de tal o cual testigo de época. Pero ese no tan sabio historiador ignora que la estadística jamás pretendió ser “exacta”, sino que ofrece un ejercicio “probable” –es decir, en términos coloquiales, se acusa a un alemán de no saber francés– y da por válida una apreciación cuantitativa que tiene muchas más probabilidades lógicas de ser equívoca, puesto que se basa en una apreciación simple. En más de una ocasión he visto a un autor tirar a la basura los datos censales que dan cuenta de la presencia extranjera en México, porque un periodista o algún otro informante afirma otra cosa. Estos historiadores jamás han pensado que los 10

Jean-Louis Frandrin, Orígenes de la familia moderna (1ª edición en francés, 1976), Barcelona, Crítica, Grupo editorial Grijalbo, 1979. 11 Francois-Xavier Guerra, México: del Antiguo Régimen a la Revolución (1ª edición en francés, 1985), México, FCE, 1995, 2 vols. 12 Moisés González Navarro (Ed.), Estadísticas sociales del porfiriato 1877-1910, México, Dirección General de Estadística, 1956. 13 Daniel Cosío Villegas (coord.), Historia Moderna de México, México, Hermes, 1955-1972, 7 vols.


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datos de un censo corresponden a un ejercicio de contabilidad que siguió un método estadístico razonado y que, aunque presente algún equívoco o sesgo, es mucho más probable que su resultado sea cercano a la realidad que la apreciación subjetiva de cualquier “testigo presencial”. Pero antes de sumergirme en la discusión sobre la arbitrariedad y la certidumbre de los relatos históricos y de sus múltiples posibilidades interpretativas, me interesaría pasar a un breve recorrido por la historia numérica que en cierta medida explica los porqués de sus críticas. Las cuentas en la historia de la historia escrita A pesar del escepticismo de algunos por “el reino de los números”, el interés del historiador por el análisis cuantitativo de los fenómenos sociales tiene su propia historia, iniciada en forma sistemática durante la década de los treinta, a consecuencia de la crisis económica de 1929, fuertemente influenciada por las ciencias económicas.14 Dos temas de estudio se desarrollaron con rapidez, la historia de los precios y la historia de la población. Los trabajos pioneros de Ernest Labrousse, en Francia, estimularon un amplio abanico de obras cuantitativas de la llamada segunda generación de Annales –a veces influidas por el marxismo–, entre los que destacaron Pierre Goubert, Jean Mauvret y M. Boulant, Pierre Chaunu, Emmanuel Le Roy Ladurie y Pierre Vilar. La obra del mismo Fernand Braudel constituyó una de las más amplias demostraciones del paradigma cuantitativo de la historiografía francesa, en su análisis de las estructuras económicas y sociales. Su influencia entre los historiadores españoles y latinoamericanos ha sido determinante. 14

Pierre Chaunu, “La historia serial. Balance y perspectivas” en Historia cuantitativa, historia serial (1ª edición en francés Librarie Armand Colin, París, 1978), 1ª Edición en español, México, FCE (Sección de obras de Historia), 1987, pp. 186-187.


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Una de las vetas más socorridas por los historiadores seriales franceses fue el estudio de la población. Después de 1956, con la publicación del método de reconstrucción de familias, desarrollado por Fleury y Henry, los archivos parroquiales se convirtieron en la fuente que ofrecía mayores expectativas; abría paso no sólo a los estudios sobre la estructura demográfica de las sociedades pasadas, sino también a los sistemas de parentesco y relación, así como a los comportamientos sociales y aún mentales. Mas allá de Francia, en las islas británicas también se conformó una escuela de historiadores y economistas interesados en los temas demográficos, conocido como El Grupo de Cambridge para la Historia de la Población, que realizó una labor exhaustiva en el acopio de todo tipo de fuentes demográficas y que produjo importantes trabajos como los de E. A. Wrigley, D.V. Glass y P. Laslettt. En el periodo de entreguerras, en los Estados Unidos surgió un grupo de investigadores interesados en la demografía latinoamericana –en particular en los factores de la despoblación a consecuencia de la conquista–, conocido como la escuela de Berkeley (Borah, Cook y Simpson).15 Este grupo explotó una multiplicidad de fuentes demográficas y produjo una amplia gama de ensayos y artículos en donde desarrolló una serie de métodos heredados de la economía retrospectiva, que más tarde serían cuestionados por los seguidores de Annales en América Latina.16 15

Un manual muy socorrido sobre estos temas puede verse en Cardoso, Ciro, et al., Tendencias actuales de la historia social y demográfica, México, SEP (SepSetentas, 278), 1976. 16 En México, a partir de la década de los setenta, el método de reconstrucción de familias empezó a utilizarse en los archivos parroquiales mexicanos, pero mediante una adecuación a las fuentes latinoamericanas, y generó un cierto auge de estos trabajos, entre los que destacan: M. Lebrún (Tula, 1971), Marcelo Carmagnani (Centros mineros del Norte, 1972), David Brading (León, 1973), Thomas Calvo (Acatzingo, 1973) , Elsa Malvido (Cholula, 1973), Claude Morin (Santa Inés Zacatelco, 1973) y Cecilia Rabell (San Luis de la Paz, 1975).


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Después de la Segunda Guerra Mundial, el auge de los trabajos cuantitativos interesados en rastrear “los destinos colectivos y las tendencias generales de sus movimientos” también se dejaron sentir en otros países, aunque en el caso francés se te ndió a privilegiar el estudio de la sociedad del antiguo régimen, antes que la historia social posterior a la revolución de 1789,17 mientras que los temas contemporáneos fueron mucho más socorridos por los historiadores británicos y estadounidenses. Los segundos, en algún momento extralimitaron sus expectativas sobre el alcance de la historia cuantitativa, adecuando sus métodos en extremo a las cie ncias matemáticas.18 Al finalizar la década de los setenta, algunos de los principales cultivadores de la historia social y demográfica francesa – como Le Roy Ladurie, Francois Fouret y André Burguière– manifestaban que la historia cuantitativa estaba “de moda” y le auguraban una larga vida.19 Muchos de sus trabajos combinaban las teorías de las estructuras de Braudel, la coyuntura de Labrousse y las aportaciones de la demografía histórica, pero cada vez se circunscribían a espacios geográficos más pequeños, lo que en cierta medida estimuló la historia regional y se fue aba ndonando la llamada Historia Total.20 Uno de sus representantes 17

Véase el ensayo de André Burguière, “La demografía” en Jacques Le Goff y Pierre Nora, Hacer la historia. II. Nuevos enfoques, Barcelona, Editorial Laia, 1979. 18 Véase: William O. Aydelotte, Allan G. Bogue y Robert William Fogel, The Dimensions of Quantitative Research in History, Princenton, University Press, 1972 y Jean Marczewski y Pierre Vilar, ¿Qué es la historia cuatitativa?, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión (Fichas, 15), 1973. 19 Emanuel Le Roy Ladurie, “Lo cuantitativo en la historia: la Sexta Sección de la Ecole Practique des Hautes Études”, en Ciro F. Cardoso, et al., Perspectivas de la historiografía contemporánea, México, SEP (SepSetentas, 280), 1976. 20 Peter Burke, La revolución historiográfica francesa. La escuela de los Annales: 1929-1989 (1ª edición en inglés, 1990), Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 60-64.


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más ambiciosos y tal vez el más cercano a los estudios de espacios geográficos más amplios, como Pierre Chaunu, mostraba una gran satisfacción al haber combatido todo el escepticismo de la historiografía tradicional, como mencionó al finalizar la década de los setenta Tuvimos que probar que éramos historiadores, que el peso de cada término de la serie era calculado con la balanza precisa de la historia..., que una serie de precios era una cadena de testimonios, que el valor monetario de un borrego o el cargamento de un galeón que navegaba de Sevilla hacia la tierra firme a través del Atlántico, era un testimonio que se criticaba como cualquier relato de la batalla de Waterloo, con una minuciosidad que habíamos heredado de los maestros de todos nosotros, los benedictinos de San Mauro. Y luego, de pronto, cesaron las resistencias; aprobado el alegato, la causa pareció defendida y bien defendida. Entonces ¿vale la pena recordar todavía debates que forman parte de una lejana arqueología de nuestro saber? 21

Pero durante la década de los ochenta “la causa de Chaunu” empezó a perder partidarios, por el embate de otros planteamientos historiográficos que cuestionaban los alcances y resultados de la historia serial y cuantitativa, a los que acusaban de haber traicionado las enseñanzas de Lucien Fevre, Marc Bloch y aún del propio Braudel. Sus críticas se dirigían sobre todo al método, en particular por la conversión del hecho histórico en series. Francois Dosse planteaba que Esta serialización, aún apoyándose en técnicas más científicas, como el ordenador, desemboca en estudios puramente descriptivos, empíricos, donde, a falta de investigar un sistema causal que haga inteligible la totalidad, se utiliza tal o cual causalidad de manera mecánica y arbitraria según el grado de inspiración del momento. Esta indiferenciación de los sistemas de causalidades es posible en la medida en que las series evolucionan independientemente las unas de las 21

Pierre Chaunu, Historia cuantitativa..., op. cit., p. 8.


97 otras; entonces la historia se jubila para ocupar el terreno de lo empírico... 22

La crítica a los Annales de historia económica y social había llegado algunos años antes desde el mismo territorio francés por algunos representantes del estructuralismo, quienes se inclinaban a favor del estudio de los tiempos cortos y no el de la larga duración braudeliano, como el propio Claude Lévi-Strauss. Por otro lado, hablaban de su ignorancia sobre los aspectos lingüísticos del discurso histórico. En este mismo sentido, llegaron críticas más fuertes del exterior, como la de Paul Veyne, quien simplemente ponía en duda la posibilidad de que la historia tuviera un método, más allá del que le confería la experiencia al historiador,23 con lo que negaba el carácter científico del conocimiento histórico. Más allá de los excesos de la crítica, nadie puede negar que esta amplia historiografía francesa y no-francesa tendió a privilegiar lo cuantitativo sobre los aspectos cualitativos de la historia, dejando a un lado algunos de los planteamientos de la llamada historia total o de la tradicional historia política y aún narrativa desarrollada por otras escuelas historiográficas. Al parecer, los problemas vinieron cuando “la sofisticación estadística se convirtió en un fin en sí mismo y no en un paso previo para la historia”, como más tarde lo reconocería el mismo Thomás Calvo. 24 Sin embargo, aún para la historiografía francesa, los métodos cuantitativos no se abandonaron del todo, sino que más tarde fueron llevados a los terrenos de la historia de la cultura, de las religiones y de las mentalidades.25 22

Francois Dosse, op. cit., pp. 193-194. Gèrard Noiriel, Sobre la crisis de la historia (1ª edición en francés, 1996), Madrid, Càtedra Universitat de Valéncia (Frónesis), 1997, pp. 103-108. 24 Thomas Calvo, “De certidumbres e incertidumbres: la historiografía del siglo XX y sus perspectivas”, ponencia presentada en la Feria Internacional de Libro del INAH, 1999. 25 Burke, op. cit. 23


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Algunos de los representantes más distinguidos de la tercera generación de Annales, incluso aquellos iniciados en métodos cuantitativos como Duby y Chartier, cuestionaron algunos principios del paradigma cuantitativo y se abocaron hacia la historia de las mentalidades o de la cultura.26 En el caso de Chartier el historiador Peter Burke destaca que La importancia de los ensayos de Chartier estriba en que ellos ejemplifican y discuten un cambio de enfoque, como lo expresa el propio autor, “desde la historia social de la cultura a la historia cultural de la sociedad”. Los ensayos significan que lo que los anteriores historiadores pertenecientes o no a la tradición de Annales suponían en general como estructuras objetivas deben considerarse como culturalmente “constituidas” o “construidas”. La sociedad misma es una representación colectiva. 27

Desde el otro lado del Atlántico y aun en Francia, las pos iciones posestructuralistas y las tendencias de la llamada nueva historia narrativa también tendieron a cuestionar los postulados de las escuelas cuantitativas. Se manifestaban contra la pretensión cientificista de estas corrientes que censuraban los aspectos políticos de la historia “bajo la égida de una búsqueda de la verdad puramente desinteresada o de una indagación de la naturaleza de las cosas”.28 Así, la historia, vista desde cualquier perspectiva o sistema de creencias y por rigurosa y metódica que sea, no dejaría de ser una construcción narrativa en sí misma, y como tal sujeta a una fuerte dosis de “imaginación histórica”.29

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Ibidem, pp. 74-85. Ibidem, p. 85. 28 Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992, p. 75. 29 Véase: Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, FCE (Sección de obras de historia), 1992. 27


99 Cualquier pasado, que por definición incluye acontecimientos, procesos, estructuras, etc., ¿cómo podría considerarse perceptible, tanto representado en la conciencia como en el discurso sino de forma “imaginaria”? ¿no es posible que la cuestión de la narrativa en cualquier discusión de la teoría histórica sea siempre finalmente una cuestión sobre la función de la imaginación en la génesis de una verdad específicamente humana?30

Si bien tal vez al finalizar el siglo XX pocos historiadores podrían descartar el papel de la narrativa y la imaginación en el discurso histórico o desechar el valor de la política, las tradiciones, las creencias o las mentalidades en el pasado, creo que menos aún la historia ha dejado de orientarse hacia un conocimiento certero del pasado, riguroso en sus pruebas y profundo en sus interpretaciones. Camino en el que las relaciones de la historia con otras cie ncias –sociales o naturales– no tendría por qué desecharse o descalificarse por la llegada de nuevas modas o formas de hacer la historia, en un momento en que no existe un paradigma único, suficientemente convincente. Una sensación –tal vez temporal– encarnada en el mundo actual, derivada de la falta de un paradigma historiográfico aglutinante, que algunos llaman la “crisis” en la historia,31 tal vez sea la de enorme libertad que ofrece la investigación histórica más como una cualidad que como una desventaja presente. Pero claro está, pocos estarían dispuestos a desembocar en una “imaginación desmedida” como ejercicio llano de su libertad de investigar e interpretar. Las cuentas arbitrarias y probables Recuerdo con frecuencia un decretum terribile –diría Juan Antonio Ortega y Medina– que nos señaló el profesor Eduardo Blanquel, en mis primeros días como estudiante de historia: “Lo único que ustedes aprenderán a lo largo de esta carrera es a du30 31

Hayden White, El contenido... op. cit., p. 74. Noiriel, Sobre la crisis... op cit.


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dar de todo aquello en lo que creen fielmente”. Esta lección la aprendí tan bien que me he convertido en una investigadora profundamente desconfiada, hasta que entendí que la lección también implicaba dudar de mi propia desconfianza. Esa relación ambigua ha marcado bastante mi trabajo con las estadísticas en los últimos trece años. De hecho, puedo asegurar que es su propio síntoma. He vivido con las estadísticas a la sombra de la incertidumbre, dudando de cada dato, hasta que terminaron dándome pruebas suficientes de sus certezas. Si algo he aprendido de los planteamientos historiográficos que han insistido en el uso de las estadísticas y la construcción serial como una de las vías para demostrar el carácter científico del conocimiento histórico es que las estadísticas no se alejan de las certidumbres y falacias de otras fuentes de la historia, generadas por hombres, susceptibles de equívocos, de inconsistencias, de engaños, pero también poseedoras de verdades. Quizá la principal razón que justifique el uso de la estadística en la historia, a mi juicio, es que limita la fantasía del historiador, acota “su imaginación desbordante”: es una brújula que guía el camino, un barómetro que estima los cambios, un timón que indica una dirección, una báscula que tasa su peso, un catalejo que amplía la mirada, un telescopio que ve más allá de los ojos del marino, una balanza que permite comparar. En fin, la estadística es un instrumental de primer orden, herramienta que coloca al historiador en el terreno de lo probable, de lo posible, pero también que le da señales fidedignas para ubicar fenómenos colectivos y procesos generales a largo plazo. Pero si bien limita la imaginación del historiador cuando intenta analizar el pasado, contar una historia también le es útil para evaluar otras fuentes, que en muchas ocasiones contienen números fantásticos o arbitrarios. No olvido un breve pasaje, citado por Friedrich Katz en La guerra secreta en México,32 referente al informe confidencial de 32

Friedrich Katz, La guerra secreta en México, Europa, Estados Unidos y la Revolución mexicana, vol. I, México, Ediciones Era (El hombre y su tiempo), 1982, p. 91.


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un cónsul alemán de apellido Wangenheim, que daba cuenta sobre una supuesta invasión japonesa a los Estados Unidos, preparada desde suelo mexicano. Aquel funcionario aseguraba haber visto ingresar al país a más de 12 mil japoneses en sólo tres meses en el año de 1907. De igual forma afirmaba haber visto a otros tantos con uniformes militares, realizando prácticas de entrenamiento. Aquellos números podían aterrar al Departamento de Estado norteamericano. Pero, en contraste, la estadística de inmigración sólo señalaba el ingreso de una veintena de japoneses al país y los funcionarios del censo de 1910 sólo habían logrado entrevistar a 2,216 japoneses, hombres y mujeres, a lo largo y ancho del territorio nacional.33 ¿Qué había pasado? Quizá aquellos japoneses desaparecieron por arte de magia o lograron pasar inadvertidos por los funcionarios de las aduanas o del censo; lo más probable es que sólo existieron en la interesada imaginación de aquel cónsul. Décadas después, claro está, el dato numérico pasó a la historia mediante un documento diplomático de incuestionable procedencia pero de más que cuestionable fiabilidad. Pasajes como éstos, o como aquellos que afirman la existencia de “una invasión de judíos polacos” en la ciudad de México durante la década de los treinta, los he encontrado en distintos documentos públicos o privados de la época. Pero la estadística, a pesar de sus fallas, me ha permitido evaluar el contenido político o ideológico de informes de este tipo. Lo único de lo que estoy convencida es de las limitaciones de algunos datos cifrados, sin que por ello niegue la utilidad de la estadística para el conocimiento cabal y verosímil del pasado. Como diría el historiador británico T.H. Hollingsworth: Todos los argumentos históricos tienen algo de falsedad, ya que nadie puede estar totalmente seguro o inseguro de nada. Los grados de certeza van desde “cierto” a “muy probable”, “pro33

Dirección General de Estadística, Tercer censo general de población, 1910, México, DGE, 1912; Anuario estadístico 1907, México, DGE, 1907.


102 bable”, “posible”, y de ahí a “no demostrado”, “poco confiable”, “improbable”, “probablemente equivocado” y “equivocado”. Por lo pronto la información estadística sobre el pasado debe de ser clasificada en algún punto de esta escala, y parte de ella deberá moverse de vez en vez a otra posición de mayor o menor seguridad. La escala es infinita; nunca alcanzaremos la certeza absoluta, únicamente práctica.34

Una de las cualidades del uso combinado de la historia y la estadística se encuentra en la posibilidad de vincular hechos aislados en el marco de comportamientos generales, o vic eversa. Esta relación, que constituye en sí misma una sinécdoque, figura que entrelaza binomios muy útiles para cualquier análisis histórico: “lo particular y lo general, lo subjetivo y lo universal, la intuición y la prueba, la emoción dramática y lo intemporal, la primera persona y la tercera, lo extraordinario y lo canónico. 35 El historiador que emplea estadísticas recoge muestras de la realidad social –analiza conjuntos, separa, ordena y compara– para penetrar en las regularidades y variaciones de los comportamientos colectivos, buscando referentes probables que le permitan explicarse la causalidad y las relaciones de los fenómenos sociales. La estadística se asemeja a una fotografía aérea de una sociedad en un momento dado. Muestra sus características, permite comparar cambios de fisonomía de estas imágenes en el tiempo. Por supuesto, nadie descarta interesantes análisis de caso de corte cualitativo –sean éstos regionales o circunscritos a un acontecimiento histórico particular o a un periodo coyuntural de la historia–, pero es igualmente cierto que las herramientas cuantitativas también permiten reforzar estas investigaciones. Así, en ocasiones encontramos estudios parciales, minimalistas, que no muestran vinculaciones con procesos históricos de ma34

T. H. Hollingsworth, Demografía Histórica. Cómo utilizar las fuentes de la historia para construirla, México, FCE (Sección de obras de historia), 1983, p.10. 35 Paulos, Érase una vez... op. cit., pp. 15-16.


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yor alcance espacial o temporal. ¿Qué sentido tendría estudiar a un pequeño grupo empresarial extranjero en una industria local, sin ubicar el peso de los empresarios extranjeros en el país y aun en Latinoamérica? ¿Acaso el estudio del éxito de una colonia agrícola en Chihuahua podría interpretarse como un hecho aislado y no como un proceso más amplio? Es precisamente en la ubicación de problemas generales en donde la estadística apoya a los estudios particulares basados en otras fuentes, mientras que a su vez los estudios generales, basados en estadísticas, poco podrían decir sin las aportaciones de trabajos singulares que ofrecen elementos cualitativos. Nadie niega que la abstracción de la estadística, que suele llevar a destacar los comportamientos generales o mayoritarios, también lleve a la construcción de imágenes estereotipadas de la sociedad; aquí, las biografías, memorias y estudios de caso son muy útiles. No sería adecuado concluir que todos los españoles en México han sido comerciantes –o incluso sólo panaderos, vinateros o muebleros, según el falso pero extendido modelo popular–, o que todos los inmigrantes franceses procedían de Barcelonnette, desechando las vidas de individuos diferentes que por sus orígenes y actividades pareciera que salen de la norma. Tal vez algunas de las historias que se distinguen de la media tiendan a ser más atractivas para algunos historiadores, como las historias de artistas, intelectuales, educadores o luchadores sociales, pero ¿cómo acercarse a los comportamientos de los hombres y mujeres del común, de los que poco se sabe? Claro está, si bien la estadística apoya al historiador y le ofrece ciertas certidumbres sobre la realidad social, también existen arbitrariedades en el uso de los métodos matemáticos y la suposición estadística. No olvido dos ensayos elaborados por demógrafos que, sin un ápice de conocimiento histórico, corrigieron los datos de sus fuentes censales de 1940 porque les parecieron “incongruentes”.36 Su método, aunque sofisticado, 36

Sergio Camposortega, “Análisis demográfico de las corrientes migratorias a México desde finales del siglo XIX”, María Elena


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resultó totalmente absurdo. Los autores estimaron una serie censal partiendo de la mezcla de conceptos tan disímiles como el lugar de nacimiento de los inmigrantes y su nacionalidad; ignoraron la existencia de estadísticas anuales de inmigración y emigración y prefirieron importar datos sobre la estructura demográfica de los extranjeros en Argentina, sin reparar en el hecho de que la composición nacional de los extranjeros en México difiere de Argentina. Pero, para colmo, jamás leyeron una nota al pie del censo de 1940 en donde se señalaba un cambio en la categoría legal de los “extranjeros” en México y que en buena medida explica la incongruencia de los datos, así como el contexto histórico –la Segunda Guerra Mundial y la vigilancia de los ciudadanos originarios de países del Eje, que los hizo “convertirse” en mexicanos–, factores que dieron circunstancia a dicho levantamiento estadístico y la aparente disminución de la cifra de alemanes, japoneses e italianos en nuestro país. El resultado de tan abusivo par de ensayos fue un conjunto de cifras inventadas, producto de la más grande sofisticación matemática, pero que cualquier historiador desecharía por improbable y arbitrario. Las cuentas y las narraciones A pesar del supuesto abismo entre la historia y la estadística, una venida del mundo de las letras y otra del mundo de los números, las estadísticas son también susceptibles de ser vistas en sus múltiples formas narrativas y en infinidad de representaciones. En primer lugar, las estadísticas deben ser analizadas como un discurso en sí mismo. Con todo el arsenal científico que Ota (coord.), Destino México, Un estudio de las migraciones asiáticas a México, siglos XIX y XX, México, El Colegio de México, 1997; Arriga Eduardo E., New Tables for Latin American Population in the Nineteenth and Twentieth Centuries, Greenwod Press, Publishers (Population Monograph Series, 3), 1976, pp. 163-216.


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puedan tener, un individuo o un conjunto de individuos encargados del diseño y elaboración de una estadística tomó una serie de decisiones antes de emprender un ejercicio estadístico; se preguntó: ¿qué era susceptible de contabilizar?, ¿a quiénes podía contar?, ¿qué deseaba contar?, ¿cómo debía contar? Es decir, a pesar de la dureza y la abstracción que pudiera existir en una serie, sus datos son también un discurso que no suele ser inocente, sino que implica una postura o un conjunto de posturas políticas al respecto.37 El historiador así también debe penetrar en el mundo de lo no contado; ¿por qué no contabilizó tal fenómeno proceso?, ¿por qué se hizo de una manera y no de otra?, ¿qué se quería decir con tal y cual dato? Cabe destacar que en sus lecturas del discurso estadístico, el historiador no debe quedarse en el órgano emisor, que muchas veces detenta el poder, sea este político, religioso o de otro tipo, sino que también debe tener en cuenta al sujeto susceptible de ser contado. Ya el historiador polaco Witold Kula, en su obra Las medidas y los hombres, ha llamado la atención sobre el temor que los hombres han sentido frente a los recuentos emanados de los órganos del poder.38 Si bien por innumerables razones pueblos enteros han rehuido cualquier intento de ser contabilizados, ocultándose ante los empadronadores o mintiendo a otros, los resultados de la estadística tienen que ser analizados en cada contexto histórico. En ocasiones el miedo o la duda ante una acción contable tienden a sesgar un ejercicio estadístico, pero ello no niega que el fenómeno disminuye y los datos tienden a ser más certeros. Personalmente, a diferencia de lo que podría suponer un demógrafo, creo que el historiador, antes que desechar los recuentos sesgados, debería acercarse a ellos 37

En relación a la elaboración de los censos de población mexicanos puede verse mi trabajo: La población extranjera en México. Un recuento con base en los censos generales de población, 18951990, México, INAH, 1996. 38 Witold Kula, Las medidas y los hombres, trad. Witold Kuss, México, Siglo XXI Editores, 1980.


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puesto que ofrecen más elementos de análisis sobre un momento particular. Así, los historiadores que han explorado archivos parroquiales han detectado que un través en las series obedece a un evento externo, como podría ser una epidemia; yo también lo he visto, en los informes sobre inmigrantes cuando se presentó tal o cual política nacionalista. No dudo que más de un historiador ha caído en la tentación de estudiar con detalle sus fuentes, como un paso previo para una investigación posterior, empleando por así decirlo el método de Langlois y Seignebos, en su Introducción a Estudios Históricos.39 La historia de una fuente de información también abre un interesante campo de investigación sobre el mundo de las ideas, la cultura, la ciencia y aun los comportamientos sociales, como podría ser el caso de las fuentes estadísticas. La perspectiva del historiador es por demás útil también a los estudios de estadística, nueva muestra de la vinculación entre ambas disciplinas. La segunda construcción, que también me atrevería a llamar narrativa, es obra del historiador en su laboratorio cuando se enfrenta a una “médium” llamada fuente, como diría Luis González. 40 Al seleccionar los datos que considera susceptibles de ser contabilizados o seriados, el historiador toma una serie de decisiones que necesariamente lo alejan de una supuesta “objetividad” en el manejo de sus fuentes. Habría que preguntarse ¿qué fue lo que seleccionó el historiador?, ¿qué método aplicó?, ¿qué no percibió?, ¿qué decidió ignorar?, ¿qué consideró verídico o falso? En fin, a pesar de los métodos matemáticos empleados, el historiador deja su huella personal en la construcción serial. En este proceso, el rigor metodológico como en otros casos permite evaluar los trabajos del historiador. 39

Charles Victor Langlois y Charles Seignebos, Introducción a Estudios Históricos, Madrid, Daniel Joro, 1913. 40 Luis González, “Respuestas de una médium llamada fuente” en El oficio de Historiar, México, El Colegio de Michoacán, 1988.


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En ocasiones he estudiado con detenimiento las series numéricas que ofrecen algunos trabajos cuantitativos y he diferido de ellas, a veces simplemente por el equívoco en el manejo de datos, pero otras por el sentido o la interpretación de los mismos. Sentido que, sin que se pretenda sorprender a nadie, tiene como objetivo convencer a un lector sobre una determinada verdad histórica. En los terrenos de lo convincente, los métodos estadísticos si bien limitan la fantasía del historiador, como mencionamos líneas arriba, también permiten evaluar los resultados de algunas investigaciones o simplemente detectar la presencia de un marco conceptual distinto. Es decir, me refiero a la posibilidad de encontrar distintas historias en que se utilice una misma serie de datos, empleada con el mismo rigor pero distinta en su interpretación. Citaré un ejemplo concreto. Es bastante conocida la polémica entre Francois-Xavier Guerra y Moisés González Navarro con respecto al número de haciendas del México porfiriano.41 Uno y otro ofrecen argumentos para afirmar que utilizaron rigurosamente una misma fuente, pero sus interpretaciones muestran diferencias considerables. Es decisión del lector aceptar o rechazar tales posturas. Pero es muy posible que uno y otro autor se encuentren convencidos de la suya, con lo que nos enfrentamos a dos verdades históricas, comprobadas a través de una fuente estadística y emanadas de dos maneras de interpretar la realidad. Por ello, a pesar del optimismo de algunos historiadores cuantitativos sobre el uso de métodos matemáticos en el análisis de sus hechos42 , actualmente sería un tanto errado suponer que el historiador no participó en la construcción de su discurso, aunque éste sea simplemente un cuadro con series numéricas. Abordemos ahora la tercera construcción narrativa. El historiador intenta explicarse un proceso o un problema a través de los datos de la estadística; es decir, se cuenta una historia a sí mismo, 41

Guerra, op. cit., vol. I. Véase por ejemplo a Chaunu, “Dinámica coyuntural e historia serial” en Historia cuantitativa... op. cit., pp. 15-27.

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para lo que hace uso, a pesar de todo el rigor de la metodología estadística, de un cierto esfuerzo imaginativo. ¿Cómo regresar a los hombres reflejados en una abstracción numérica al mundo real?, ¿cómo restituir los aspectos no contables del hombre, desechados en el laboratorio? El proceso no resulta sencillo. Para algunos, simplemente consistiría en anotar todos los resultados de laboratorio; para otros, los datos apenas abrirían nuevas preguntas por contestar o dignas de contrastar con otros referentes. Tal vez para el historiador cuantitativo, agobiado por el tiempo invertido en el acopio de datos y en el análisis de sus series, la verdad histórica ya esté entre sus manos, pero para otros –los cualitativos– aún faltaría otro paso, una nueva demostración. Los problemas, los puntos de contacto, los referentes necesariamente deben buscar otras explicaciones, que no necesariamente se encuentran en el cruzamiento de variables cuantitativas. En ocasiones un acontecimiento histórico singular modifica un comportamiento colectivo que no se transparenta a través de las series numéricas. Es labor del historiador rastrear nuevas pistas, tal vez con referentes más sólidos, para explicarse un proceso. Buscando una figura que me permitiera hablar sobre la interpretación histórica y las fuentes estadísticas, encuentro una cierta similitud con un rompecabezas. Los historiadores contamos con distintas piezas de múltiples tonalidades, diferentes en sus extremos y difíciles de articular en una imagen completa que dé cuenta del espacio y el tiempo en que han vivido los hombres. Sin embargo, la unión de las piezas no podría realizarse sólo mediante la evaluación del origen documental de las fuentes, sino que resulta indispensable compararlas, validarlas y comprobarlas mediante otros elementos. Así creo que las estadísticas en la historia, aunque una fuente fidedigna para la interpretación de ciertos fenómenos sociales, quedarían faltas de una explicación si sólo las observamos en el ámbito de la heurística y la hermenéutica. Si bien la fotografía aérea que ofrece la estadística muestra referentes probables de determinados comportamientos sociales,


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el historiador necesita de otros enfoques, de otras instantáneas mucho más delineadas, que le permitan comprender procesos coyunturales pero fundamentales para la explicación histórica. El análisis cuantitativo arroja pocos informes sobre muchas personas, mientras que los análisis cualitativos ofrecen muchos datos sobre pocas personas. ¿Cómo vincular lo estrictamente cuantitativo con lo cualitativo en la Historia?, ¿cómo llegar a un justo medio en el enfoque del pasado? En la búsqueda de este punto medio, la imaginación, el olfato y el talento del historiador muestran sus virtudes o sus limitaciones. El historiador nuevamente debería seleccionar asuntos, dignos de contrastar con otros referentes, o simplemente su labor no acabaría nunca. ¿Alguien se imaginaría una historia que analizara a un conglomerado social en todos sus aspectos cuantitativos y cualitativos? Considero que ni aquella historia profundamente cualitativa, como una biografía, lograría reunir todos los datos y todos los matices de un individuo estudiado. ¿Cuál es el justo medio? Sería una pregunta para dejar sobre la mesa y que difícilmente se podría responder ahora. El historiador tuvo que contarse una historia a sí mismo, luego debe contársela a otro. Cuarta construcción narrativa, que implica múltiples procesos de selección y de oficio. Tal vez para los historiadores cuantitativos el proceso de escritura de un texto de historia implique un proceso un tanto más complejo que el de aquellos cuyas fuentes del pasado los remiten al mundo de las letras. La exigencia de algunos le ctores por textos de historia mejor narrada coloca a los historiadores numéricos en más de un apuro. ¿Cómo deshacerse de los números, en los que basa muchos de sus alegatos, en atención a una forma narrativa más atractiva para el lector? En mi caso personal, suelo hacer uso de metáforas cuando escribo “historias con números”. Ello indica que asumo una posición consciente del papel de las figuras literarias en el discurso histórico, pero sin duda las estrategias narrativas de otros pueden ser igualmente válidas.


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Es precisamente en el terreno de las formas literarias o narrativas donde quisiera terminar estas breves reflexiones sobre la historia y la estadística. Aun cuando buena parte de las críticas que se hicieron o se hacen a las historias cuantitativas desconocen el carácter científico del conocimiento histórico y ubican a la historia como un discurso más, me parece que sus posiciones resultan demasiado radicales. Sin duda, el papel de la narrativa y la imaginación del historiador como autor de un texto tiene implicaciones sobre el discurso histórico, aun aquel profundamente riguroso, que adopta metodología analíticas de otras ciencias, como la matemática y la estadística. Hoy en día difícilmente supondríamos que hay historias inocentes, ajenas a las ideas de mundo de sus autores o a sus formas de politizar o de convencer a otros sobre tal o cual planteamiento, pero también existen historias que nos remiten al mundo de lo probable, de lo posible en el conocimiento del pasado. Un saber o una aproximación a un hecho o hechos históricos necesariamente lleva a un avance de la disciplina; se asemeja a un edificio que se construye lentamente, con distintas verdades, algunas de ellas más confiables que otras, pero cambiante como el mismo proceso histórico. Pero más allá del “médium” llamado historiador, sostengo que la Historia sigue siendo un conocimiento válido, un conocimiento útil, diferenciado en sus logros, riguroso en sus fuentes, aunque tal vez nunca alcance el carácter de un conocimiento “universal”, como algunos supusieron. Cierro estas breves líneas con una frase de Jean Bautista Vico: “Dado que lo único que el hombre ha hecho es la Historia, es ello lo único que puede verdaderamente conocer con alguna garantía”.43 En esta búsqueda incesante del historiador por encontrar alguna “garantía” sobre el pasado, tal vez se encuentre la aportación de la estadística a la historia. 43

Tomado de Josefina Vázquez de Knauth, Historia de la historiografía, México, SEP (Sep Setentas, 93), 1973, p. 10.


Historia de las mentalidades e historia cultural. Reflexiones en torno a dos corrientes historiográficas Jorge René González Marmolejo María del Consuelo Maquívar José Abel Ramos Soriano Lourdes Villafuerte García I. Peculiaridades de ambas nociones Como una de las tareas fundamentales que el Seminario de Historia de las Mentalidades de esta Dirección de Estudios Históricos ha desarrollado desde su fundación en 1978, se cuenta la de reflexionar sobre sus objetos, fuentes y métodos de investigación, tanto dentro del grupo como fuera de él; esto último, con la valiosa participación de nuestros colegas nacionales y extranjeros en diversos tipos de reuniones académicas. Dicho proceder nos ha sido muy útil para fijar los rumbos de nuestras investigaciones colectivas e individuales. Pero sobre todo en estos últimos tiempos, que coinciden con el cumplimiento del vigésimo aniversario de investigación ininterrumpida, nos hemos dedicado con mayor atención a reflexionar sobre el rumbo que han seguido nuestros estudios, particularmente en relación con la corriente historiográfica dentro de la cual fue fundado el Seminario. Por tal motivo y aprovechando la oportunidad de la celebración de este coloquio “sobre la historia mexicana en la actualidad”, nos pe rmitimos compartir con ustedes algunas de nuestras reflexiones.


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Para comenzar, en vista de que en la actualidad y desde hace algunos años se habla cada vez con mayor insistencia del concepto de “historia cultural” y muy a menudo en relación con el de “historia de las mentalidades”, nos propusimos acercarnos a ciertas particularidades de ambas nociones para tener una idea más clara de sus características principales, ya que los límites entre estas dos corrientes no son muy precisos. Un análisis de este tipo nos podrá ayudar a tener mayor conciencia de las peculiaridades de nuestro propio trabajo y nos dará elementos para afinar el desarrollo del mismo. Herederas en mayor o menor medida de una ya larga tradición que se remonta a la década iniciada en 1920, las nociones de “historia de las mentalidades” e “historia cultural” parecen estar actualmente en competencia con un dominio cada vez más marcado de esta última. En efecto, en cuanto a su origen, ambas se identifican en varios sentidos con la labor de Lucien Febvre y Marc Bloch, quienes por esos años, sobre todo por medio de la revista Annales fundada por ellos en 1929, comenzaron a combatir de manera sistemática una historia “empírica” y “positivista” que privilegiaba el estudio de las grandes obras de la humanidad, de las ideas trascendentales, de los acontecimientos políticos y militares relevantes, la biografía de los personajes destacados, obras literarias importantes; en términos generales, productos de trabajo intelectual realizado de manera consciente y reflexionada. Asimismo, estuvieron en contra de investigar los acontecimientos en el tiempo corto, y criticaron las lecturas anacrónicas de las fuentes y el establecimiento de categorías demasiado generales. En cambio, en el marco de la “nueva historia”, como también fue conocida esta corriente crítica, practicada por numerosos historiadores especialmente franceses durante las décadas posteriores, se analizaron temas relacionados con el subconsciente de los individuos y con grupos sociales enteros y no sólo con personas o estratos prominentes de una sociedad determinada. Se incursionó en las creencias, la religiosi-


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dad, el miedo, los comportamientos cotidianos, la vida familiar y varias materias más, lo cual propició una gran diversidad de objetos de investigación poco comunes dentro de los estudios de historia. En este sentido, se prefirió el estudio de lo colectivo a lo individual, de lo cotidiano a lo accidental, es decir, de fenómenos que tuvieron lugar en amplios grupos de personas y en largos periodos de tiempo. Pero ¿cómo se abordaron estos temas? ¿Es posible conocer los sentimientos, las creencias, los miedos o los gustos de gente “común” de sociedades pasadas que difícilmente deja constancia de su sentir, pensar y actuar cotidianos, al menos de manera directa en las fuentes utilizadas normalmente? Se recurrió entonces a testimonios que en historia no habían sido tomados en cuenta, que lo habían sido muy poco o, “simplemente”, se les dio un uso distinto a como se había hecho hasta entonces: inventarios de bienes, testamentos, archivos judiciales, series de documentos de un emisor común o sobre un mismo tema, etcétera. Pero no sólo eso, también se habló de lo limitado de la fuente escrita, sobre todo en sociedades donde su ausencia dificultaba la investigación, por lo que se revaloró la importancia de otro tipo de información como la arqueológica, la iconográfica y la que se podía obtener de la “cultura material” como el mobiliario religioso o los exvotos. Asimismo, se enfocó el análisis de los fenómenos en el tie mpo largo en su relación dialéctica con el tiempo corto; no se limitó a los periodos de duración de un evento determinado en su momento culminante, sino en el lugar que le correspondió en la lenta evolución, a menudo de varios siglos, de un grupo social específico. Tales características de las materias de estudio y de sus fuentes provocaron a menudo la acumulación de un gran número de documentos de diversa índole y se formaron extensas series de ellos que requirieron, además de los métodos utilizados en historia, los empleados por otras disciplinas como la psicología, la antropología, la sociología, la lingüística o la economía, métodos determinados principalmente por


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el tipo de fuente al que se recurría. Entre ellos, uno muy poco común fue el de la cuantificación, el cual consistió, para decirlo de manera simple, en reunir datos, contarlos, realizar cuadros y gráficas para deducir conclusiones sobre los fenómenos. Como es de suponer, un procedimiento que no necesita justificación para ser utilizado en análisis de crecimiento o descenso demográfico, de la variación de precios en determinados productos, de la frecuencia en el uso de ciertos vocablos en un grupo social determinado, etcétera, no dejó de suscitar severas críticas en cuanto a su empleo en estudios históricos. Esto último debido, entre otras razones, a lo limitado de su alcance para la explicación de fenómenos sociales o a lo contradictorio de algunas interpretaciones basadas en el procedimiento de contar. En todo caso, es un hecho que la diversidad tanto de los objetos de estudio como de las fuentes utilizadas y de los métodos de análisis constituyó una novedad en el ámbito de la historia y fue ganando terreno paulatinamente de tal modo que su apogeo puede situarse entre las décadas de 1960 y 1980. Dentro de estos márgenes se desarrolló la noción de “historia de las mentalidades” que, aunque incluía en sus estudios numerosos elementos “culturales”, se inclinaba mayormente por conocer el lado inconsciente de las sociedades, lo que no aparecía de manera explícita en los documentos, sino que había que buscar en las diferentes manifestaciones de todo tipo de fuentes y con la ayuda de métodos desarrollados por otras disciplinas. Pero, por otra parte, más claramente a partir de la década de los 80, venía cobrando cada vez mayor fuerza una tendencia que no se conformaba con este “nuevo” conocimiento y se interesó no nada más en el subconsciente, en lo mental, en lo psicológico, sino también en lo realizado de manera consciente. Nos referimos a la “historia cultural”, la cual no subordinaba lo colectivo a lo individual, lo aislado a lo cotidiano, las series de documentos a las fuentes únicas y no pretendía el conocimiento global de los grupos. Sin embargo,


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este regreso a la historia de los años anteriores a lo que Peter Burke ha llamado “la revolución historiográfica francesa” y que sitúa entre 1929 y 1989, es sólo aparente, pues aborda las manifestaciones culturales desde un enfoque muy distinto a ella y más de acuerdo con el de la historia de las mentalidades, pero también, a diferencia de esta última, tiende más hacia lo antropológico, hacia las formas de representación del mundo, estudia los fenómenos “aislados” como un individuo, un hecho, un relato o una red de prácticas específicas. Esto, en un tiempo corto y dentro de su especificidad; asimismo, lejos de pretender obtener una visión de conjunto de un grupo por medio de un estudio que cruce todas las capas de la sociedad, pretende internarse en el punto determinado, analizando la pluralidad de relaciones que tiene con su entorno, las múltiples articulaciones entre lo intelectual y lo material. Estas diferencias entre la historia de las mentalidades y la historia cultural, sin embargo, no siempre han sido tan claras, pues a la primera se le identificó a menudo con nociones como “tiempo largo”, documentos y métodos cuantitativos o “seriales”, con “memoria colectiva”, etcétera, pero dentro de esta corriente no siempre, o no nada más, se ha procedido así, sino también como se hace en la historia cultural. Es decir, se ha investigado sobre breves periodos de coyuntura, acerca de casos aislados en relación con su entorno y se han utilizado métodos cuantitativos teniendo en cuenta sus limitaciones para la interpretación de los fenómenos. Otro elemento que se debe tomar en cuenta en torno a las similitudes entre las corrientes históricas de las que estamos hablando es el hecho de que entre historiadores anglosajones e italianos, por eje mplo, el término “mentalidades” no tuvo la aceptación que tuvo en Francia o en algunos otros lugares como México. A este tipo de estudios se les identificó más bien como historia cultural, en tanto que en Italia se les relacionó con microhistoria o con “cultura popular”. Así pues, la historia cultural viene a ser continuación de la historia de las mentalidades en el sentido en que considera no


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sólo el lado inconsciente del individuo sino también el consciente y reflexionado, considera lo individual, pero en relación estrecha con lo colectivo, etcétera, al mismo tiempo que continúa ensanchando las temáticas de estudio y el uso de todo tipo de fuentes, así como la relación de la historia con otras disciplinas. Por lo tanto, se pueden encontrar peculiaridades muy claras, pero muy a menudo ambas nociones se confunden. Y en medio de esta situación, a veces clara y a veces confusa, conviene reflexionar un poco en un tema concreto: el desarrollo de los trabajos del Seminario de Mentalidades con algunas cuestiones elementales relacionadas con los temas que ha estudiado, así como con las fuentes y métodos que ha empleado en su recorrido por la historia novohispana. II. Los trabajos del Seminario de Historia de las Mentalidades En la época en que fue fundado el Seminario (1978) predominaba el interés por la historia económica y la historia social, por tanto, al surgir el grupo, hubo necesidad de explicar su proyecto. Así, el objetivo de los miembros fundadores Solange Alberro, Serge Gruzinski y Sergio Ortega fue, en un primer momento, difundir la nueva corriente.1 Al mismo tiempo, estos investigadores elaboraron un proyecto de estudio, el cual comenzó en 1979 con la incorporación de Jorge René González y José Abel Ramos. Este proyecto consistió en el análisis del discurso sobre las comunidades y relaciones domésticas en el virreinato novohispano; es decir, las ideologías, mentalidades y comportamientos. Además, el Seminario 1

Para dar a conocer la nueva corriente se llevó a cabo un ciclo de conferencias y como producto de estas reuniones aparecieron Solange Alberro y Serge Gruzinski. Ver: Introducción a la Historia de las Mentalidades, México, Departamento de Investigaciones Históricas, INAH (Cuadernos de Trabajo, 24), 1979, 266 p.


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se planteó que los objetivos de trabajo serían abordados en sucesivas etapas, siendo una de las primeras el estudio de los modelos prehispánicos, los modelos ibéricos y principa lmente los modelos cristianos impuestos por la Iglesia católica. Ahora bien, desde el punto de vista metodológico el trabajo se caracterizó porque varios ensayos se hicieron a partir de un método cuantitativo. 2 Por otra parte, en 1981, el Seminario realizó un primer Simposio de Historia de las Mentalidades. El interés fue hacer un balance de las investigaciones y problemáticas que hasta entonces se habían presentado; asimismo, se discutieron los primeros avances de investigación sobre la ideología eclesiástica y los comportamientos, ya fueran de carácter familiar, matrimonial o sexual de la sociedad novohispana.3 Así pues, a partir del año antes mencionado, el Seminario siguió publicando, en la medida de sus posibilidades, por lo menos un libro cada dos años e igualmente, cada dos años trató de realizar un simposio. Éste último orientado a cubrir los temas que nos parecían prioritarios para satisfacer las distintas fases del proyecto y para ello se procuró contar con la presencia de colegas extranjeros y nacionales, tanto de la Dirección de Estudios Históricos como de otras instituciones. Se puede afirmar que el común denominador de estos estudios fue que estuvieron orientados a desentrañar, por diferentes vías y enfoques e incluso materiales, ciertos aspectos para tratar de entender el comportamiento de la socie2

Solange Alberro et al., Seis ensayos sobre el discurso colonial relativo a la comunidad doméstica. Matrimonio, familia y sexualidad a través de los cronistas del siglo XVI, el Nuevo Testamento y el Santo Oficio de la Inquisición, México, Departamento de Investigaciones Históricas, INAH (Cuadernos de Trabajo, 35), 1980, 234 p. 3 La memoria de los trabajos presentados en ese evento se encuentra en Familia y sexualidad en Nueva España. Memoria del Primer Simposio de Historia de las Mentalidades: “Familia, matrimonio y sexualidad en Nueva España”, México, SEP, FCE (SepOchentas, 41), 1982, 327 p.


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dad novohispana. Se abordaron, por ejemplo, problemas relacionados con la memoria de grupos indígenas del México colonial; se trató la cuestión relacionada con la manipulación consciente o inconsciente de la memoria, se analizaron categorías como santidad y perversión, ya que éstas revelaban aspectos y valores de una sociedad hasta entonces poco conocidos y que en su momento se trataron de imponer en el mundo colonial; es decir, se continuó analizando la parte discursiva y práctica de algunos fenómenos que cada uno de sus miembros estudiaba de manera individual, pero siempre convocados por un proyecto general: comunidades y relaciones domésticas en la sociedad novohispana (ideologías, mentalidades y comportamientos), que comprendían a estas relaciones y comunidades en sus funciones productivas y reproductivas, así como el resultado de su transformación moderna, la familia.4 Por otro lado, se mostró cómo en ciertos casos una orden tenía muy pocas probabilidades de verse traducida en hechos y quienes la extendían no siempre abrigaron la esperanza de que tuviera un final feliz. Uno de los resultados más importantes fue comprobar que la norma, al ser aplicada en la vida cotidiana, en ciertas ocasiones realmente se acataba, pero en otras la respuesta era la evasión, la manipulación o la adaptación. Otros dos aspectos que percibimos durante la investigación fue la importancia del poder y la familia dentro de la sociedad novohispana y que por tanto era imprescindible analizarlos para cubrir otra etapa del proyecto general del Seminario. Así pues, optamos por mostrar algunas actitudes adoptadas por las personas ante el propósito normativo; esto es, desde la aceptación y el cumplimiento de la norma impuesta hasta su ignorancia más o menos solapada, sin dejar 4

Este hecho se puede constatar por medio del trabajo La memoria y el olvido. Segundo Simposio de Historia de las Mentalidades, México, Dirección de Estudios Históricos, INAH (Colección Científica, 144), 1985, 193 p.


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de lado que en muchas ocasiones la regla, teóricamente aceptada, fue manipulada para adaptarla a determinadas necesidades. Si el dicho parecía inequívoco e ineluctable en su forma discursiva, el pensamiento del gobernante sabía a qué atenerse por lo que se refería a su aplicación. 5 Asimismo, profundizamos en un tema que, aunque presente, había estado un tanto escondido: el de los sentimie ntos; esto es, que por primera vez a los materiales que habíamos estudiado de una forma específica les dimos un nuevo enfoque y los utilizamos para conocer las vivencias de nuestros antepasados, jóvenes enamorados a quienes por distintas circunstancias se les impidió casarse, parejas mal avenidas que dirimieron sus diferencias por medio de la violencia, cónyuges infieles que buscaron el amor venal, clérigos y religiosas que hicieron a un lado sus votos de castidad. 6 Hacia principios de los noventa, doce años después de que el grupo había sido fundado, nos planteamos una manera distinta de ver el tema de las comunidades domésticas en la sociedad virreinal; esto es, que el modelo familiar cristiano, uno de los temas del proyecto general, nos sirvió para analizar otras asociaciones que existieron y que hasta ese momento no se les había considerado, pues no encajaban dentro del modelo tradicional. En este sentido, quizá uno de los aspectos más interesantes que descubrimos fue la actitud –por cierto poco estudiada- de los individuos que no siempre se atuvieron en forma pasiva a los modelos de convivencia difundidos por las autoridades. Esta conducta se reflejó en la transgresión frecuente del sacramento del matrimonio y que hace dudar de la efic a5

Producto de estos ensayos fue el libro Seminario de Historia de las Mentalidades. Del dicho al hecho… Transgresiones y pautas culturales en la Nueva España, México, INAH (Colección Científica, Serie Historia, 180), 1989, 147 p. 6 Posiblemente este libro resulte ser uno de los más atractivos, ya que el tema en sí y la manera como se desarrolló también lo son.


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cia de la función normativa de la Iglesia en esa época.7 Otro hecho significativo fue que por primera vez el grupo compartió sus experiencias académicas con colegas de América Latina, en este caso un investigador de Colombia. Después de haber analizado las formas de unión decidimos que ahora era pertinente estudiar las principales características de las relaciones que se habían entablado en las distintas comunidades novohispanas y dentro de los vecindarios. En este sentido, tratamos de contestarnos cuáles habían sido las manifestaciones culturales que se daban en la casa y el vecindario y cuáles eran las particularidades de las relaciones sociales de las personas con los distintos estratos de la sociedad y qué papel tenían en la integración de ésta.8 Ahora bien, como muestra de la amplitud de temáticas que se han desarrollado en el Seminario de Historia de las Mentalidades, optamos por acercarnos a un tema que ha sido poco desarrollado en México: el escrito durante los siglos XVI al XIX. 9 Para estudiar esta materia contamos con la participación de varios colegas ajenos al grupo y los cuales, junto con los miembros del Seminario, se encargaron de abordar este asunto por medio de la censura, contenido, difusión y apropiación de los escritos. 7

Resultado de este simposio fue Comunidades domésticas en la sociedad novohispana. Formas de unión y transmisión cultural. Memoria del IV Simposio de Historia de las Mentalidades, México, INAH (Colección Científica, Serie Historia, 255), 1994, 160 p. 8 Los trabajos aparecieron publicados en Seminario de Historia de las Mentalidades. Casa, vecindario y cultura en el siglo XVIII. Memoria del VI Simposio de Historia de las Mentalidades, México, INAH (Colección Científica, Serie Antropología Social, 349), 1998, 224 p. 9 Con relación a esto último, véase El mundo del libro, siglos XVI al XIX. Memoria del Quinto Simposio de Historia de las Mentalidades en Historias, (Revista de la Dirección de Estudios Históricos del INAH), núm. 31, octubre de 1993-marzo de 1994. Este volumen contiene las ponencias presentadas en esa reunión.


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Para cerrar con esta breve reseña acerca de la historia del Seminario y las principales características de nuestra producción queremos referirnos al más reciente libro del grupo. Efectivamente, en Senderos de palabras y silencios. Formas de comunicación en la Nueva España el Seminario se interesó en demostrar que los recursos comunicativos no siempre han sido los mismos, ni se han usado de la misma manera en diversas épocas o situaciones. En suma, nos parece importante señalar que el Seminario durante su larga existencia no ha tomado posición en cuanto a la Historia de las Mentalidades o Historia Cultural. Ha recurrido a cada una de ellas de acuerdo con sus propias necesidades de trabajo. Permítasenos la siguiente analogía. Es como si el grupo hubiera actuado como un péndulo y en ese recorrido pendular de Historia de las Mentalidades a la Historia Cultural hubiéramos aprovechado todas las posibilidades metodológicas para lograr nuestros fines. III. Fuentes y métodos del Seminario La vagancia por los archivos y otros acervos, y la lectura avispada para perseguir un filón que la intuición nos dice que es interesante, son las cosas más disfrutables de la historia de las mentalidades. Para quienes nos interesa documentar la forma y los procesos de cambio del pensamiento de las personas que nos antecedieron, es imprescindible conocer muchos acervos y leerlos con unos ojos que penetren no sólo en lo que el documento, libro o imagen dice, sino en los intersticios de lo que no se dice y sin embargo constituye una información valiosa. La vagancia por los archivos, que menciona Darnton, nos ha proporcionado un amplio conocimiento de ellos, pero no sólo de su existencia, sino de las características de la documentación, con lo que podemos evaluar si estamos ante un documento o un grupo de documentos útiles para dilucidar el


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problema que nos hemos propuesto resolver, y al mismo tiempo evaluar si ese filón es rico o no y si nos da idea de otros acervos qué examinar. El examen minucioso de la documentación nos lleva también a conocer el funcionamiento de las instituciones y el tipo de documentos que genera. Mientras más sabemos del funcionamiento de las instituciones y de los tipos de documentos que generan, así como de la estructura de estos últimos, mejor podemos hacer nuestras búsquedas y de esa forma crear nuestra fuente. Es importante aclarar que distinguimos entre archivo o acervo y fuente . Los primeros son los archivos documentales, gráficos y orales, así como los acervos bibliográficos generados tanto por las instituciones como por las personas, y por fuente entendemos el corpus formado por el historiador, escogiendo unos documentos y desechando otros, los cuales va a clasificar y analizar para ensayar una explicación al problema que se propone de acuerdo con su objeto de estudio. La historia de las mentalidades pretende dilucidar cómo pensaban nuestros antepasados acercan de su entorno y acerca de sí mismos, conforme con la cultura prevaleciente. En la Nueva España no encontramos diarios ni memorias íntimos, donde la gente nos diga de manera más personal qué pensaba de sí misma y de lo que le rodeaba, salvo las crónicas, entre las cuales se ha examinado las de la Conquista y las de la Evangelización; si acaso encontramos en los acervos documentales algunas cartas que se conservaron gracias a que fueron presentadas en algún tribunal. Muy pronto nos dimos cuenta en el Seminario que debíamos recurrir a los acervos generados por las instancias de justicia, pues en ellos encontramos, aunque tengamos que atravesar por múltiples filtros, la sombra de los que nos precedieron, apenas un hilo de voz, cuando tenemos mucha suerte. Pero vistos en conjunto y captando la valiosa información que se vislumbra en sus intersticios, la documentación nos muestra las ideas, prejuicios, miedos, creencias, valores, en fin, la mentalidad de los hombres y mujeres del


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pasado; una operación semejante hacemos con los acervos bibliográficos y artísticos, que siendo productos culturales que tienen una intención y una función en la sociedad novohispana, son susceptibles de ser leídos y examinados para obtener valiosa información acerca de la mentalidad de los diferentes grupos sociales que los produjeron. El Seminario de Historia de las Mentalidades ha acumulado más de veinte años de experiencia en el trabajo de archivo y en la creación de fuentes. Se han examinado principalmente archivos de tipo judicial, ya que la información que en sus deposiciones dan los actores y testigos, así como los abogados y autoridades en sus alegatos y resoluciones, es de muy alta calidad. Entre estos acervos destaca el rico archivo del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, pero hemos recurrido también al generado por el Tribunal del Provisorato, los de la Real Sala del Crimen y de lo Civil, de la Acordada, de la Real Casa de Moneda y del Tribunal del Fuero Militar, entre otros como los archivos notariales, así como a acervos bibliográficos e iconográficos. 1. Métodos de trabajo Al crearse el Seminario de Historia de las Mentalidades, la primera pregunta que se formuló fue muy general (y no podía ser de otra manera, ya que se abordaba un aspecto nunca antes tocado por la historiografía mexicana): ¿cuál fue la influencia de la Iglesia Católica sobre las formas de pensar y sobre las actitudes de las personas de la sociedad novohispana? El primer problema que se nos presentaba era el de las fuentes, y fue el primero en ser abordado, de tal manera que una de las características de nuestro grupo, a contrapelo de lo que generalmente sucedía, fue comenzar por buscar y encontrar las fuentes para emprender el estudio. A lo largo de la vida del Seminario todos hemos recurrido a diferentes métodos para penetrar en las formas de pensar de los


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novohispanos, los cuales nos han dado frutos positivos que nos han permitido avanzar para proponer y ensayar nuevos métodos. Es necesario decir que a menudo usamos varios métodos a la vez; por ejemplo, al mismo tiempo que formábamos una serie y procedíamos al recuento, estudiábamos el discurso con el cual íbamos a comparar y escogíamos los casos que íbamos a presentar para detallar ciertos comportamie ntos. 1. 1. La cuantificación Se ha criticado a la historia de las mentalidades de abusar de la cuantificación; sin embargo, quisiéramos hacer una defensa de ella, ya que el hecho de contar ha sido para nosotros más un punto de partida que de llegada, más una manera de encontrar problemas de investigación que la solución de éstos. Al encontrarnos por primera vez con un objeto de estudio no abordado antes, comenzamos por hacernos preguntas muy generales. Por ejemplo, al abordar el tema del matrimonio la primera pregunta fue ¿cómo se concertaban las parejas para casarse en la sociedad capitalina novohispana? Al darnos cuenta, por el trabajo con las fuentes, de que el elemento étnicosocial era importante a la hora de concertar pareja, decidimos medir la frecuencia con la que las personas se unían con sus iguales étnicos. El recuento y la obtención de porcentajes altísimos de endogamia nos puso ante nuevas preguntas y problemas más puntuales qué resolver. Como puede verse a través de este asunto, la cuantificación es un medio para localizar problemas de investigación y no un fin en sí mismo, además de que, o bien tuvimos la fortuna de contar con acervos seriales de origen, o bien trabajamos con documentación no serial que fue elaborada por nosotros para hacerla comparable y cuantificable. 1. 2. La comparación y los estudios de caso Para responder a la primera pregunta general acerca de la influencia de la Iglesia Católica en la manera de pensar y de actuar de los novohispanos, era necesario conocer y analizar


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el discurso de la Iglesia Católica; así, se analizaron los textos fundamentales desde el Nuevo Testamento y los principales textos de la teología católica, hasta la documentación normativa eclesiástica y civil, utilizando diversas técnicas de análisis del discurso. Paralelamente, acudimos a la documentación generada por las instituciones impartidoras de justicia tanto eclesiástica como civil; es decir a los juicios o trámites judiciales donde encontramos los testimonios y declaraciones de las personas en su vida cotidiana. Era imprescindible la comparación entre el discurso y la práctica, lo cual nos llevó a documentar las diferentes formas en que la gente transgredía los mandatos de la Iglesia, aun cuando creyera en ellos. De manera que planteamos el matiz de que la influencia de la Iglesia Católica era innegable en el ámbito de las creencias y en la aceptación de un modelo de vida familiar, pero muy relativa a nivel de la práctica. Algunos miembros del Seminario han recurrido al estudio de caso cuando han encontrado personajes singulares; o bien, cuando han tenido que adaptarse a la escasez de la documentación como en el estudio de la prostitución. Tuvieron que tomar la decisión de hacer la investigación procediendo al análisis cualitativo o renunciar a hacerla; por fortuna eligieron el primer camino, que nos ha permitido asomarnos a la cultura popular --salvando el riesgo de estudiar rasgos esencialmente orales-- por medio de un personaje, y a las formas de pensar sobre la fornicación y la práctica de la prostitución, tomando en cuenta que la gente procura ocultarlo o usar un lenguaje críptico. Por otra parte, el estudio profundo de una sola crónica de la Conquista buscando, mediante una lectura minuciosa, los elementos culturales que los conquistadores trajeron consigo al Nuevo Mundo ha sido una tarea ardua, pues lo mismo hay que localizar y documentar los elementos provenientes de los libros, que de la tradición oral, de la tradición católica, que de la superstición popular, del rezo ortodoxo, que de la magia y la cábala.


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1. 3. Creación de fuentes En los últimos años, algunos miembros del Seminario hemos propuesto un nuevo método de trabajo para el estudio de la comunidad doméstica que consiste en examinar un volumen grande de documentación judicial dispersa que de alguna manera se refiera a la vida doméstica y formar nosotros mismos la serie que necesitamos y que no existe como tal en los archivos para lo cual necesitamos hacer una lectura muy atenta y localizar la información que se encuentra en los intersticios de la documentación, y así obtener información homogénea y comparable a partir de documentación heterogénea y dispersa, mediante la utilización de una ficha expresamente diseñada para el efecto y una base de datos que nos permita hacer los recuentos necesarios para encontrar nuevos problemas. IV. Los documentos no escritos A propósito de la diversidad de las fuentes de trabajo a las que recurre todo investigador interesado en la historia de las mentalidades, habría que señalar que no solamente puede trabajar con documentos escritos, sino que también los objetos y las imágenes le ofrecen un sinnúmero de temas susceptibles de estudio. En cuanto a los primeros, es innegable que, dependiendo de los fines de la investigación, pueden tomarse en cuenta desde los objetos más sencillos de la vida cotidiana, hasta aquellos a los que tradicionalmente se les denomina “artísticos”, bien sea por el tipo de materiales con los que fueron creados o, sobre todo, por la calidad de su manufactura. 1. Los objetos y las obras de arte Así como se lee un documento, de la misma forma se observa, se “lee”, una escultura o una pintura, un templo, una casa o un vestido. Bajo la premisa de que los inmuebles y los ob-


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jetos fueron producidos por “alguien” en un determinado lugar y en un determinado tiempo para satisfacer necesidades materiales y espirituales, al estudiarlos se estudia al “hombre mismo”, no sólo a quien los ejecutó, sino a quienes los solicitaron, quienes los costearon y cómo y con qué finalidad los utilizaron. Es innegable que las construcciones, las pinturas y las esculturas, las vestimentas y los objetos de carácter utilitario, por mencionar sólo algunos de ellos, pueden conformar “corpus” por medio de los cuales es factible llegar a valiosas interpretaciones históricas, de allí que se puede afirmar que las consideraciones que se hicieron con respecto a las fuentes escritas pueden aplicarse igualmente a los objetos y obras de arte. Por otro lado, el estudio del ámbito familiar y gremial de los individuos que participaron en la ejecución de los objetos –artistas y artesanos– nos permite llegar a interesantes conclusiones sobre las diversas formas en que se transmitían los conocimientos, esta es una manera diferente de comprender la reproducción cultural de un determinado lugar, en una determinada época. Así también, cuando en ciertas ocasiones los objetos permanecen en el sitio para el que fueron creados, es posible aproximarnos a la historia personal de quienes demandaron y sufragaron los costos de la obra. En pocas palabras, mediante los objetos se puede llegar a conocer mucho de la historia del hombre, de su forma de vivir y de pensar; de su entorno y de su tiempo. Ciertamente, quienes hacen historia a través de los objetos, cuando esto es factible, se apoyan en los documentos escritos para llegar a resultados fidedignos y completos. 2. Las imágenes Las imágenes que se encuentran en las pinturas, esculturas, retablos, grabados, fachadas de iglesias y aposentos civiles, mobiliario, etcétera, son fuentes muy ricas para la historia de las mentalidades ya que, por medio de su análisis iconográfi-


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co, se entra en contacto con las diversas formas de pensamiento de una persona o una comunidad de un determinado momento y lugar. Del llamado “poder de las imágenes” nos dan buena cuenta los movimientos iconoclastas que se han sucedido a lo largo de la Historia. En diversos momentos y por diversas circunstancias, bien políticas, bien religiosas, las personas han destrozado y hecho añicos pinturas y esculturas que representaban en ese momento cierto “riesgo” para sus intereses. David Freedberg apunta que las imágenes o lo que ellas representan pueden provocar vergüenza, hostilidad o rabia, de ahí que se den estas actitudes destructivas.10 No hay que olvidar que toda imagen es un vehículo de comunicación entre quien la observa y quien la propone, entre el remitente y el destinatario. Así por ejemplo, es un hecho bien conocido, que la Iglesia Católica de todos los tiempos ha defendido siempre el uso de las imágenes, ya que se ha valido de ellas para enseñar sus verdades fundamentales, inclusive ha utilizado las imágenes pintadas, grabadas y esculpidas para catequizar a los analfabetos y catecúmenos. A través de la “lectura” e interpretación de este tipo de imágenes, el historiador de las mentalidades puede investigar, entre otros asuntos, los diversos mecanismos de control y propaganda utilizados por el clero para imponer sus criterios con respecto “al bien y al mal”. No hay que olvidar tampoco que las imágenes de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos, servían para inculcar los ejemplos de vida que todo buen cristiano debía imitar. Por lo tanto, una vez identific ados los personajes representados, al investigar sus biografías se puede llegar a precisar quiénes y por qué fueron los modelos que rigieron la conducta de una comunidad en determinado tiempo y lugar.

10

David Freedberg, El poder de las imágenes, Madrid, Ediciones Cátedra, 1992, p.29.


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Asimismo, mediante un acucioso análisis iconográfico, es factible inferir sobre las formas establecidas para promover la religiosidad de una persona o de un grupo social, a la vez que es posible dilucidar de qué manera los creyentes interactuaban con las imágenes devocionales en los diversos ámbitos de su vida cotidiana, ya sea el templo, los espacios públicos o su núcleo familiar. Por otro lado, no sólo las imágenes religiosas nos brindan rica información. También los símbolos y los emblemas que suelen ornamentar algunos muebles que formaron parte del ajuar doméstico, además de que nos hablan de las modas y estilos de una determinada época, nos refieren qué tipo de “moralidad” se practicaba en determinado ámbito social o familiar. No cabe duda que para que un investigador pueda llegar a conclusiones acertadas debe contar con una formación e información adecuadas, de lo contrario no podrá interpretar correctamente los significados que encierran las imágenes, sean éstas religiosas o laicas. Además es necesario que sepa utilizar otro tipo de apoyos, como los documentos escritos y las bibliografías que le permitirán ahondar y precisar más en su tema de estudio. ******* En conclusión, observamos que nuestro Seminario ha estudiado variados temas relacionados principalmente con el ámbito de la familia, la Iglesia, el libro y las manifestaciones artísticas en diferentes contextos, por medio de fuentes de diversas características y siguiendo distintos tipos de análisis. Es decir, hemos enfocado temas y empleado fuentes y métodos socorridos tanto por la historia de las mentalidades, como por la historia cultural, de acuerdo con el rumbo que han ido tomando las investigaciones y sin hacer una división tajante en la manera de conocer el pasado. Por otra parte, podríamos decir de manera general que la noción de “mentalidades” se identifica más con una primera


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época de la “nueva historia” que inició y consolidó una corriente de estudios que se interesó en temas olvidados o poco frecuentes, en tanto que la segunda, con un periodo en el que se continuó en este sentido, al mismo tiempo que se abrió aún mas el abanico de posibilidades de investigación, sin despreciar temas “tradicionales” pero enriqueciéndolos con múltiples enfoques. Sería difícil ver lo anterior como un asunto de evolución, pues a menudo las dos maneras de hacer historia se cruzan entre sí; luego entonces, el dilema se vuelve una cuestión de conceptos, ambos ambiguos, y plantea los inconvenientes del uso de este tipo de categorías para etiquetar formas de trabajo que se salen continuamente de ellas. Con todo, tal proceder podría tomarse como un “mal necesario” pues, entre otras cosas, sirve para reflexionar sobre lo que estamos haciendo, acerca de cómo lo hacemos, el contexto en el que lo realizamos y sobre las posibilidades que nos ofrece el futuro.

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Los ojos de Clío. Un ensayo sobre el carácter y los enfoques de la historia en la actualidad Guillermo Turner R. Introducción Una de las razones por las que me he atrevido a poner por escrito diversas reflexiones, insuficientemente examinadas, en torno a la manera de hacer historia se basa en dos consideraciones. La primera (tomada de Thomas Kuhn), que sostiene la existencia de dos modalidades de ciencia: la normal y la extraordinaria. La “ciencia normal”, por un lado, formada, en términos muy generales, por los fundamentos básicos y más estables de la disciplina y por otro, la “ciencia no ordinaria”, formada por investigaciones que intentan hacer aportaciones novedosas y críticas. Mi segunda consideración es que la historia que hacemos los historiadores se ubica generalmente en el ámbito de la ciencia no ordinaria. Sólo la posibilidad de estas consideraciones podían justificar el atrevimiento. En la actualidad los historiadores, como otros científicos sociales, nos vamos transformando en especialistas de épocas, temas o problemas. En el caso de los historiadores, esta tendencia se vincula con la sensación compartida de que los temas, objetos de estudio, recursos, métodos, modalidades y tendencias nos separan cada vez más a unos de otros. En lo personal, como estudiante de la facultad, experimenté un cambio en el interés de la historia por nuevos objetos de estudio. Después de haber aprendido en clase de historiografía –con un profesor reconocido–, que la historia era el estudio del


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ser humano en el tiempo y que no podía haber historia de los objetos, me vi obligado a desaprender lo aprendido y a aceptar que cualquier tema podía ser tema de un estudio histórico, en el sentido en que implicaba necesariamente al ser humano. Desde este ángulo, la pregunta era ¿qué asunto podría no contar con una dimensión humana o histórica? Creo que somos muchos los que tenemos la impresión de que poco a poco han ido desapareciendo los ejes o focos que aglutinaban los problemas, los puntos de vista y los métodos. Posiblemente esta carrera haya comenzado desde antes de decaer el interés general por los grandes compendios de Historia Universal. Este tipo de producción historiográfica tenía una marcada intención de síntesis y su forma de expresión clásica eran los manuales. En contra de este tipo de elaboración, parece haber surgido la tendencia general de abordar asuntos y problemas más acotados, verosímiles y sobre todo, debatibles. No me parece que hoy en día hayamos rebasado esta inclinación. Cabe aquí la pregunta de si la historia se acerca cada vez más a un modelo casuístico de conocimiento o si los historiadores vamos adquiriendo un pensamiento con este mismo carácter. Para otros historiadores la pregunta apropiada es si la explosión de temas y de recursos metodológicos de hoy en día representa más desventajas que conveniencias y si es posible aún retornar a un universo de conocimiento más homogéneo. La especialización nos lleva a encontrar con dificultad a interlocutores con quienes intercambiar puntos de vista, información e intereses. El asunto del público general interesado en la historia no deja de ser preocupante. ¿Nos lee aún? ¿Estamos logrando que mantenga el interés en los temas históricos? Asimismo, ¿qué tanto nos leemos entre historiadores? ¿Lo hacemos sólo entre especialistas? ¿Qué impacto causamos en la sociedad o, mejor aún, en las generaciones de estudiantes de historia? ¿Se puede medir la influencia? ¿Es importante medirla?


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Por su parte, también hay que decir que la explosión de intereses y recursos en la historia, que tantos cuestionamie ntos ha generado, ha permitido que la curiosidad, el ingenio y la imaginación de los historiadores haya conquistado nuevos territorios del conocimiento. En este caso ¿hay algo que los historiadores estemos obligados a hacer o a cambiar? Se ha suscitado una pugna en la esfera filosófica y de la teoría entre planteamientos de tipo escéptico y relativista, por un lado, y anti-relativista y no escéptico, por otro. Los primeros son identificados como parte de la corriente llamada postmodernista;1 en la otra se sitúan sus opositores. La situación se vuelve más compleja en la medida en que a pesar de las críticas recíprocas de ambos grupos, algunos argumentos del primer grupo han alcanzado cierta trascendencia e influ ido de alguna manera también a los segundos. Esto, sin dejar de haber aportaciones valiosas de ambas partes. Algunas discusiones importantes entre las dos posturas parecen centrarse en los conceptos de realidad y ciencia, así como en la cuestión de la utilidad o no de la noción de verdad como parte del proceso de conocimiento. Independie ntemente de los resultados de estas discusiones, es evidente que los historiadores, junto con los estudiosos de otros campos del conocimiento científico, nos encontramos ahora frente a un espectro más complejo de conceptos como realidad, verdad, ciencia, etcétera, por lo que nuestra concepción del fenómeno histórico debe ser hoy, consecuentemente, más amplia y adecuada.

1

Una versión de postmodernismo, planteada en las ciencias naturales, señala que éste consiste en la reconsideración de ciertos conceptos, alguna vez considerados como naturales, como son el lenguaje, el tiempo, el contexto y en general lo humano, ahora como construcciones sociales. Cfr. N. Katherine Hayles, La evolución del caos. El orden dentro del desorden en las ciencias contemporáneas, (1993), Barcelona, Gedisa, 2000, p. 48.


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Para aclarar la complejidad y riqueza de la historia en la actualidad, no es necesario fundar nuevas definiciones, ni buscar nuevos consensos entre los historiadores. Estos últimos, fuera del ámbito teórico, en el terreno práctico de su quehacer cotidiano, han ido construyendo de muy diversas maneras sus trabajos de investigación, lo cual puede ser interpretado como un alejamiento o acercamiento con respecto a los planteamientos en abierta discusión en el campo teórico o filosófico. Una respuesta de carácter teórico, no a las discusiones filosóficas, pero sí a la amplia diversidad de enfoques, acercamientos, métodos y temáticas que de hecho han proliferado en el campo de la historia ha sido concebir el fenómeno histórico como una realidad compleja, poseedora de varias facetas, es decir caracterizada por diversas dimensiones (multidimensionalidad), las cuales no tienen por qué ser necesariamente infinitas, ni tampoco obligadamente abordadas, y mucho menos agotadas, por cada historiador. Este planteamiento de las muchas facetas o dimensiones de la historia se traduce, para el caso de un mismo objeto histórico, en la posibilidad de que éste pueda ser planteado y desarrollado cada vez desde puntos de vista diferentes, dando como resultado una amplia gama de aspectos de la realidad en el pasado. 2 Esto no significa, por otra parte, que todo resultado surgido de cualquier punto de vista, por absurdo que resulte, deba tener validez. Considero que sin haber sido discutida explícita y teóricamente una noción sobre la diversidad de dimensiones de cualquier fenómeno histórico, buena parte de la comunidad académica –en México y en otros países– se ha movido de 2

Peter Burke ha planteado al final de su libro Formas de historia cultural, para el caso particular de la historia cultural, la necesidad de escribirla desde varios puntos de vista, modalidad a la que, retomando a Mijail Bajtin, llama historia “polifónica”. Cfr. Peter Burke, op. cit., Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 264.


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hecho bajo un presupuesto de este tipo. La tolerancia a la diversidad de enfoques entre los historiadores, que se de sprende de tal presupuesto, ha sido la contraparte al distanciamiento surgido entre los historiadores, al cual nos hemos referido al inicio de este trabajo. Un elemento que ha sido decisivo en el campo del conocimiento científico actual es la presencia y reconocimiento, bajo ciertas circunstancias, de la incertidumbre en dicho proceso. Esta clara y precisa conciencia de la imprecisión y de la posibilidad ha permeado las hipótesis de estudio hasta llegar a los resultados mismos de la investigación en general. En el caso de la historia, el reconocimiento de la posibilidad y la incertidumbre tampoco desintegra o desvanece su objeto de estudio. Por su parte, la incertidumbre ha sido vinculada, según la teoría de Shannon-Weaver, a la información que encierra cualquier mensaje, relación que sostiene que a mayor incertidumbre, mayor cantidad de información. 3 ¿Este tipo de conciencia en la actualidad convierte a la historia en un campo relativista del conocimiento? Me parece que no. En la historia, así como en otros campos del conocimiento, la incertidumbre permanece vinculada sólo a cuestiones muy específicas, coexistiendo con evidencias, indicios, consensos y certidumbres. Podría aun afirmarse retrospectivamente –y en algunas ocasiones, probarse– que de alguna manera la incertidumbre ha estado presente en muchos actos de conocimiento del presente y del pasado; la diferencia estriba en que hoy la historia comienza a adueñarse del factor de incertidumbre y a asumirlo como parte de su propio proceso de conocimiento. Una concepción de la historia convencida de su riqueza intrínseca y de su diversidad, donde tiene cabida una gama amplísima de temas, fenómenos, percepciones, matices y manifestaciones humanas, no tiene porqué ser excluyente ni 3

Cfr. Hayles, op. cit., p. 81.


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contraponerse por principio a concepciones más particulares o demarcadas de la historia –recientes o no–, sino que al ser de un orden mayor, las considera y contiene. Esta concepción incluyente de la historia pone de manifiesto que vivimos una época de síntesis. Bajo dicha noción, carece de sentido el predominio de una práctica histórica frente a otra, tanto como hablar de oposiciones entre historias narrativas o de acontecimientos frente a historias explicativas, profundas o estructurales, de tiempos cortos ante los de larga duración o bien, entre agentes colectivos e individuales. Por otra parte, una concepción amplia y multidimensional de la historia puede dar lugar igualmente a una extensa multiplicidad de criterios y tipos de juicios y valoraciones en estudios sobre investigaciones históricas, es decir, de carácter historiográfico. El desarrollo concreto de los tipos de historia e historiografía que se practican depende en realidad de los historiadores, de sus conocimientos, de su manera de discurrir y de su ingenio, pero también, en cierta medida, de los lectores e interesados en la historia, de su deseo de conocimiento, su curiosidad y sagacidad. Aceptar una noción suficientemente amplia o multid imensional de la historia, y por ende de la historiografía, no significa estar a favor de calificar como verdadera o como histórica cualquier afirmación sobre el pasado; pero tampoco significa estar en contra de la factibilidad del conocimiento del pasado. El reconocimiento de las muchas caras de la historia tampoco tiene porqué dar lugar a un descuido de los criterios propios de crítica y autocrítica, ni al olvido de la intención de veracidad, de la verosimilitud y la coherencia, elementos vitales en el quehacer de la historia. Estas formas de control han de mantenerse entre los historiadores, así como en el diálogo constante entre éstos y sus interlocutores, sus lectores y público interesado en la historia. Con este tipo de concepción de la historia se asume en principio y de hecho la complejidad y extensión del fenómeno humano mismo.


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Concebir la historia compuesta por una multiplicidad de dimensiones y por tanto, no considerar necesariamente equívoca, contradictoria o reiterativa la diversidad de sus miradas y encuadres, no coloca en el mismo plano los diferentes resultados obtenidos en la investigación, esto es, no hace tabla rasa de la calidad, originalidad y aceptación con que han sido recibidas, al menos con posteridad, las diversas obras historiográficas y su aportación al campo de la historia en el momento. En estos casos no puede negarse su papel canónico. Es así que obras como las de Herodoto, Polibio, Michelet, Ranke, Mommsen o Febvre y Bloch, por sólo mencionar a algunos “clásicos”, tienen un lugar especial en el repertorio mundial de la producción historiográfica. Pero el canon, cualquiera que éste sea, no impide continuar ni con la producción, ni con la calidad y originalidad historiográfica; aquél más bien las aprueba y estimula. Al mismo tiempo, dicha concepción “macro” de la historia tampoco tiene porqué olvidar o hacer homogéneos los múltiples y diferentes caminos o procesos de investigación recorridos para arribar a los resultados obtenidos. Parecería que la manera en que se hace historia, la forma que ésta adopta y en que es presentada es sólo asunto de los historiadores. Pero esto no es realmente así. Una pieza clave en la manera en que se concibe la historia es el lector o público interesado en ella, quien a su vez depende en gran medida de los intereses y proclividad de toda una comunidad. En muchas sociedades –modernas o no– existen grupos que no tienen un interés directo por el pasado, mientras que otros se dedican a mantener una memoria de los tiempos. En el caso de los primeros, señalaría que aun en ellos muchas veces está presente, aunque de manera muy indirecta, algún interés por el pasado, en la medida en que en esa época se ubica el fundamento de fenómenos que dicho grupo ostenta o defiende, como puede ser una identidad, ciertos antecedentes


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de actos cruciales o rituales, el contexto específico de alguna afirmación o principio abstracto, etc. Si bien las comunidades académicas –nacionales o internacionales– de historiadores mantienen algunos rasgos propios que las distinguen de otras, también es cierta una vinculación de los historiadores con ámbitos culturales que son parte de las sociedades y épocas en que éstos viven y desde las cuales piensan y escriben, así como una relación con otras esferas, a las que no pertenecen directamente, pero de las que, de alguna manera, tienen un conocimiento. Por su parte, el peso del ámbito editorial en el cual se dan a conocer los trabajos de los historiadores es innegable en el desarrollo de la concepción de la historia, pero ese mundo de cierta manera responde también a las preferencias e intereses de un público perteneciente y arraigado a una comunidad en particular. Aunque la proliferación de posturas escépticas y relativistas nos invitan a mantener una actitud prudente en relación con las transformaciones e innovaciones en el campo de la historia, los desafíos que enfrentamos actualmente los historiadores ante la explosión de temas, problemas, intereses y recursos nos empujan a echar mano cada vez más de la “imaginación histórica” en el uso de fuentes, en su lectura e interpretación, así como en la concepción misma de la historia. Esta imaginación siempre ha estado presente en los trabajos más sugerentes o en los que abren brechas y senderos, pero este componente no ha sido suficientemente reconocido como parte del quehacer histórico, y mucho menos de la historia misma. Ya se trate de un instrumento lógico, de una sensibilidad o bien, de la trabazón de ambos, la imaginación histórica forma parte de la curiosidad, de la búsqueda de la explicación y de la voluntad de conocimiento del historiador. La imaginación histórica nos previene del anquilosamiento del saber histórico, de que nuestros conocimientos se rigidicen en exceso y de que la historia se convierta en un manual acartonado. El papel imaginativo del historiador no debe ser


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malentendido como algo que se contrapone a la indagación del pasado, ni a su criterio de verdad: no es posible seguir creyendo que la historia se desvanece o se derrumba si se discuten los contenidos o significados de conceptos como verdad o realidad. La imaginación histórica es parte del proceso de investigación y del conocimiento de la historia, por lo que, consecuentemente, es un tema que debe adquirir carta de naturalización en este campo. A continuación quiero hacer un breve esbozo de una visión y práctica historiográfica que representaría sólo una de las muchas dimensiones posibles de la historia entendida de manera amplia y polifacética: la microhistoria, la cual no se sustenta ni se ha convertido en una visión hegemónica, predominante o excluyente frente a otras prácticas o modalidades posibles de la historia. No me refiero aquí a la famosa acepción de historia desarrollada por Luis González (1968),4 sino a la versión desarrollada posteriormente en los setentas. Hay que reconocer, sin embargo, que la microhistoria en algún momento ha sido tachada por varios críticos como una corriente que representa a la historia postmoderna, por considerar que aquélla refleja el caos y la discontinuidad que se vive en la época actual, y también precisamente por lo contrario, por pretender escapar de nuestra realidad y caótico mundo actual. 5 Es, sin embargo, la vertiente de la microhistoria como respuesta a las posturas marcadamente relativistas o escépticas, que han caracterizado el llamado postmodernismo (como realidad y/o como virtualidad) la que considero fundamentada y que quiero retomar aquí. Comencemos por el lector, cuando menos el lector ideal, de la microhistoria. Empezar con este punto no significa que 4

Ver de este autor Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia., México, México, El Colegio de México, 1968. 5 Ver Matti Peltonen, “Indicios, márgenes y mónadas. Acerca del advenimiento de la ‘nueva microhistoria’, Prohistoria, núm. 3, primavera de 1999, p. 201.


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la lectura o el interés de la gente en este tipo de enfoque sea el motor o factor único que da razón de ser a la microhistoria. Simplemente quiero hacer énfasis en este asunto de recepción no siempre abordado, o que lo ha sido como un mero dato de poca monta. En cuanto a los lectores de historia, Giovanni Levi, uno de los primeros exponentes y defensores de la microhistoria, declaró, en una entrevista en 1998, que en un principio la microhistoria se planteó el problema de hacerse de más lectores, a través de un tipo de historia y de una relación más informal con el lector.6 Para algunos estudiosos de la microhistoria uno de sus recursos fundamentales es el empleo del relato. Justo Serna y Anaclet Pons estiman que aquélla toma distancia crític amente, no de los recursos, sino de la formalidad e impersonalidad de la “historia científica” del siglo XX, acercándose así a los historiadores clásicos griegos que transmitían y transmiten la historia con un gran poder de convicción y vitalidad, “dando carnalidad, profundidad y zozobra a los contendientes”,7 en su caso, debido a que hacían hablar a los protagonistas, escribiendo como testigos visuales de lo acontecido. Pero para la microhistoria la narración no es sólo una envoltura o forma de presentación estética dada a la historia, sino que es un elemento integrante de ella que resulta de someter el audaz “hallazgo” (más adelante me referiré a la operación lógica –la “abducción”– de los historiadores de esta modalidad historiográfica) al principio de verdad en el que se inscribe la microhistoria. Sólo la narración puede proporcionar la “fuerza persuasiva y verosimilitud” que no aporta la operación lógica que se sigue. 6

Darío Arnolfo, Darío Barriera, Ignacio Martínez y Diego Roldán, “Crisis y resignificación de la microhistoria. Una entrevista a Giovanni Levi” en Prohistoria, núm. 3, primavera de 1999, p. 189. 7 Justo Serna y Anaclet Pons, “El historiador como autor. Éxito y fracaso de la microhistoria” en Prohistoria, núm. 3, primavera de 1999, p. 257.


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Se ha mencionado que la microhistoria intenta construir lo general desde lo particular, es decir, ver lo macro desde lo micro. Esta visión se aleja de la filosofía y antropología francesa estructuralista que pone especial interés en el estudio de invariantes o universales, y se acerca a la antropología anglosajona, con sus estudios de casos concretos que toman en cuenta la historicidad. Es Clifford Geertz en su influyente libro La interpretación de las culturas quien apunta que si se escoge lo microscópico “es porque el investigador se propone analizar los mismos ‘megaconceptos con los que se debaten las ciencias sociales contemporáneas’ pero partiendo ‘de los conocimientos extraordinariamente abundantes que tiene de cuestiones extremadamente pequeñas’”.8 Como ha señalado Katherine Hayles, doctora en ciencias, “La observación de Einstein acerca de la física es válida también para la historia de la ciencia : Dios está en los detalles”9 . Habría que agregar por nuestra parte, que igualmente se aplica a la microhistoria. Otro estudioso del tema ha señalado que en los trabajos de Carlo Ginzburg en particular está presente una tensión entre los tiempos, entre el acontecimiento excepcional y las estructuras, es decir, entre los acontecimientos de corta duración y las estructuras de largo plazo, como es en su caso la cultura popular.10 Giovanni Levi, respondiendo a una pregunta que se le hace sobre cuáles serían los principios metodológicos del análisis microhistórico, señala que éstos se resumen en uno solo: en una cuestión de escala. Sostiene que “La microhistoria no es estudiar cosas pequeñas sino mirar en un punto específico pequeño, >y@ proponer problemas generales”.11 Retoma el símil que hace Revel entre la microhistoria y la película inglesa Blow Up, en que la reducción 8

Serna y Pons, op. cit., p. 244. Hayles, op. cit., p. 59. 10 Peltonen, op. cit., p. 197. 11 Arnolfo, Barriera, Martínez y Roldán, op. cit., p. 187. 9


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de escala juega un papel importante, de tal manera que mientras más se reduce ésta, más preciso resulta el detalle, sin dejar, por supuesto, de vincularse éste con un universo infinitamente más amplio. En términos del investigador, la escala es la modificación de la óptica o grado de acercamiento desde donde éste observa, por lo que destaca Levi “en este sentido es muy importante el historiador, no el documento”.12 Parecería que este interés por el microcosmos, surgido del gran zoom microhistórico, se relaciona no sólo con un deseo de mayor flexibilidad y variación ante los grandes planos de la historia, sino con una reservada intención de captar el lugar donde habita el propio demonio de Maxwell. Por su parte, a propósito de los historiadores y las novedades en la historia reciente, y respondiendo a una entrevista en 1982, Ginzburg declaró:13 “Muchos historiadores no han advertido para nada que su oficio ha cambiado; otros piensan que basta con cambiar su objeto de estudio; cuando >que@ de lo que en realidad se trata, es de que ahora existen nuevos temas, nuevos métodos, un nuevo estatuto de la prueba, y un nuevo público, y todos ellos vinculados entre sí como un solo conjunto”.14 La base que sustenta a la microhistoria ha sido descrita como un soporte de tres puntas, compuesto por: la explotación intensiva de la(s) fuente(s), la reducción de la escala de análisis y un modelo de exposición de tipo explicativo, ya sea bajo el paradigma indiciario o la descripción densa.15 Tam12

Idem. Si bien en esta entrevista no se alude directamente a la microhistoria, esta declaración es importante tratándose de uno de los principales exponentes de ella. 14 “Una entrevista a Carlo Ginzburg (Carlo Ginzburg conversa con Adriano Sofri en febrero de 1982)” en Prohistoria, núm. 3, primavera de 1999, p. 268. 15 Darío Barriera, “Las ‘babas’ de la microhistoria. Del mundo seguro al universo de lo posible” en Prohistoria, núm. 3, primavera de 1999, p. 180. 13


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bién se ha intentado definir a la microhistoria en términos de fuentes, objetos de estudio y de método: se ha señalado que sus documentos no sólo no están conformados por series, sino que sus contenidos son particularmente significativos o reveladores; que sus objetos tienen un carácter excepcional pero que a la vez están conectados con acontecimientos o procesos históricos normales –de allí el oxímoron lo “excepcional-normal”–; y que el indicio da pie al desarrollo metodológico de la microhistoria.16 En cuanto al indicio, éste consiste en un signo o rasgo aparentemente aislado, un sutil vestigio que apunta a nuevos datos, el cual es adoptado por un modelo epistemológico que parte de conjeturas probables, más que de evidencias rotundas.17 La operación lógica que corresponde al indicio es la abducción, la cual nace del silogismo en que la premisa mayor es evidente y la menor, probable. El indicio, huella apenas perceptible de algo no evidente, es lo que lleva a una explotación intensiva de las fuentes, a través de una lectura igualmente intensiva de sus textos. El modelo indiciario resulta especialmente útil cuando, por diversas razones, es necesario trabajar con testimonios marcadamente indirectos. Este modelo es característico de la práctica médica, donde la mirada basada en la sintomatología (o “semiótica”) médica transforma el dato en indicio, el cual permite descubrir nuevas situaciones o amplios cuadros patológicos. Este modelo de conocimiento, basado en el indicio, ha sido utilizado también en otros campos, como es la crítica de arte, en el de indagaciones policíacas o detectivescas y en el ámbito del psicoanálisis. Aunque no referida a propósito de la microhistoria, una declaración que tal vez expresa el sentido novedoso que este enfoque quiere transmitir a los lectores de historia es la que 16

Serna y Pons, op. cit., p. 253. Cfr. Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios, Barcelona, Gedisa, 1989. 17


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hace en 1982 Carlo Ginzburg. Considera que no darle al le ctor el panorama completo del quehacer histórico, presentándole sólo los resultados de la investigación sin el proceso seguido por ella es de alguna manera falsear las cosas.18 Por otra parte, este historiador italiano estima necesario hacer una distinción entre el sentido de la obra literaria y el sentido de la obra de carácter histórico. Señala que para el sentido literario son las obras maestras o singulares las que merecen atención, mientras que para las obras de historia lo importante, como en el caso del humus, es la acumulación y sedimentación de sentidos, los cuales se van transformando en cultura.19 No obstante las diferencias, este autor destaca la importancia del género novelístico para los historiadores, en la medida en que éste resulta ser una fuente privilegiada para desarrollar una “imaginación moral”, cuestión que considera fundamental en el campo de la historia.20 A manera de conclusión Bajo una noción amplia de la historia, capaz de cobijar una diversidad de miradas y enfoques, tal como he intentado defender en este trabajo, no habría una razón de peso por la cual nuestros estudios históricos de tema mexicano deban alejarnos de lo que se elabora en otras partes del mundo. 18

“Una entrevista especial a Carlo Ginzburg ...”, p. 279. Estas dos dimensiones de la historia a las que se refiere Ginzburg tienen relación con las llamadas “historia externa” e “historia interna” a las que se ha referido Thomas Kuhn. Cfr. Las estructuras de las revoluciones científicas, México, FCE, (1962), 1975. 19 “Una entrevista especial a Carlo Ginzburg ...”, p. 270. 20 Esta declaración de Ginzburg es una respuesta que da a propósito de una pregunta en torno a lo que recomendaría hacer a los jóvenes que piensan dedicarse a la historia. Cfr. “Una entrevista especial a Carlo Ginzburg...”, p. 279.


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Tampoco hay razón alguna por la que no debamos estudiar temas y asuntos de otros ámbitos y países. El obstáculo, lo sabemos, es ahora de carácter práctico, no de interés, ni mucho menos de tipo historiográfico. Tal vez la historia en el fondo, más que expresar la diversidad de las miradas y las explicaciones, muestra la riqueza del pensamiento y del ser humano. En este sentido, se puede afirmar, como declaraba Emerson: “El genio de la humanidad es el verdadero punto de vista de la historia”.21 En cuanto a la disminución de escala, de la cual echa mano la microhistoria, me parece que en el campo de la historiografía se ha dado algo similar, cuando se aplica una mirada analítica y puntual sobre acervos bibliográficos de diversas extensiones, a diferencia de estudios historiográficos con enfoques de tipo “macro” y un carácter más bien reflexivo, teórico o especulativo. Para finalizar, quiero decir que resulta asombroso leer unos párrafos sobre la crisis por la que pasaba la Historia en 1941, que escribiera Lucien Febvre; pero más sorprendente es aún la manera en que la explicaba y lo vigente de ese pensamiento. No es ocioso recordarlo aquí: ...la crisis de la historia no fue una enfermedad que atacara únicamente a la historia. Fue y es uno de los aspectos, el aspecto propiamente histórico de una gran crisis del espíritu humano. Dicho más precisamente: tal enfermedad no es más que uno de los signos y, a la vez, una de las consecuencias de una transformación muy clara y muy reciente de la actitud de los hombres de ciencia, de los científicos, frente a la ciencia. En realidad es muy cierto que en el punto de partida de todas las nuevas concepciones de los científicos (o mejor, de los investigadores, de los que crean, de los que hacen progresar la ciencia y >de los que@ con frecuencia se preocupan 21

Ralph Waldo Emerson, Hombres representativos, México, CONACULTA, 1999, p. 242.


148 más de operar que de hacer la teoría de sus acciones) es muy cierto, repito, que en ese punto de partida hay el gran drama de la relatividad que ha llegado a sacudir, a socavar todo el edificio de las ciencias tal como se lo figuraba un hombre de mi generación en los tiempos de su juventud.

Más adelante agregaba: ¿No es posible sustituir las viejas nociones caducas por nociones nuevas, más exactas, más cercanas? Y al menos, ya que las ciencias de hace cincuenta años no son más que recuerdos y fantasmas ¿no es posible renunciar de una vez a apoyarnos sobre las “ciencias” de hace cincuenta años para apuntalar y justificar nuestras teorías? Ése es el problema. Y responder, significaría resolver la crisis de la historia. 22

En cuanto al rumbo que había de seguir el quehacer histórico, sería útil recordar lo que señaló este mismo historiador ocho años después, en un artículo en el que a propósito de la obra de Marc Bloch, El oficio del historiador, prevenía: ... no conviene imponer desde fuera direcciones proféticas a una disciplina en trance de organizarse o reorganizarse. Dejemos que realice sus propias experiencias. Sus escuelas. No intentemos trazarle por adelantado programas didácticos que quizá la obstaculizarían, la molestarían en su avance y serían prontamente desmentidos por los hechos. >....@ Sobre la tendencia general de la historia hacia otros objetivos, hacia otras realizaciones, podemos hablar. Sobre los detalles de sus conquistas o de sus fracasos, decidirá la vida.23

22

Lucien Febvre, “Vivir la Historia. Palabras de iniciación”, en Combates por la historia, México, Planeta, (1953), 1993, pp. 49 y 54. 23 Febvre, “Hacia otra historia”, en Combates por..., op cit., p. 246.


Segunda parte El tiempo y el espacio



Cuatro conceptos acerca de la investigación Guillermo Beato Entre los problemas relevantes que pueden presentarse al investigador interesa abordar las siguientes cue stiones de fondo: 1. Los estudios de dimensión monográfica, en profundidad, que nacen y permanecen desvinculados de una temática mayor que los integra íntimamente. 2. ¿Es posible realizar análisis comparativos de sociedades de distintas regiones del país y aun de otros países, en la medida que existan afinidades en sus procesos formativos suficientemente fundamentadas? 3. Las investigaciones de problemas estructurales a través del tiempo. 4. Si a la vieja pregunta ¿para qué sirve la historia?, contestamos, entre otras cosas, que nos es indispensable para entender y conocer mejor nuestra sociedad, y en consecuencia, actuar adecuadamente según nuestras convicciones, ¿es coherente dejar sin respuesta las interpretaciones comparativas entre países disímiles, como los de Gran Bretaña y Estados Unidos norteamericanos, por una parte, y México por la otra? Esto además, sobre la base de un aislado e hipotético elemento como el ingreso nacional per cápita desde el año 1800 hasta fines del siglo XIX. 1. Los estudios de dimensión monográfica Es conocido que en las investigaciones, a veces, por una falta de proporciones se jerarquizan los detalles más allá del apro-


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vechamiento transitorio a que pueden dar lugar, en tanto herramientas o medios para acceder a niveles más significativos y, en consecuencia, se corre el riesgo de, a la par de jerarquizar lo minúsculo (si bien aprovechable), ahogar lo relevante, es decir, desjerarquizar. Lo dicho no niega la conveniencia de conservar lo min ucioso en el lugar apropiado cuando se trata de etapas o ava nces de los estudios a condición de proceder a la selección de lo más sustancial una vez superada la prueba de solidez de las bases de nuestra construcción. Sin necesidad de caer en tales extremos, también es cierto que hay una tendencia presente en muchas investigaciones: la de sobredimensionar las cuestiones que se están trabajando desvinculándolas de problemas decisivos para su mejor comprensión. Otra cosa es ajustar nuestro enfoque y en la aproximación dejar de lado, por el momento, otras perspectivas porque así lo requiere el estudio detenido del tema en su dimensión íntima, capaz de dar pie a interrogantes –y también a respuestas– que escapan a las posibilidades de visiones de magnitudes de diferente escala o de distinto sesgo. Los estudios así encarados son válidos en sí mismos, y adquieren proyecciones mayores por el natural hecho de que, en la oportunidad, se concentra la atención en la cuestión abordada, sea por una elección más o menos circunstancial, o bien, por ser del interés del investigador especializado. Está claro que –individualmente– no le es posible al científico estudiar en profundidad todo de todo. Nos ha interesado aproximarnos al estudio de los procesos formativos de nuestra sociedad con el implícito propósito de rescatar la especificidad de dichos desarrollos. Existen relevantes investigaciones basadas, en buena medida, en el macroanálisis social y económico de distintas sociedades latinoamericanas que ayudan a conocer mejor sus respectivas estructuras. Asimismo se cuenta con importantes estudios de problemas superestructurales, entre los cuales el tema del estado, y por tanto del poder, ha reclamado la atención de los científicos sociales.


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El oficio de historiador nos indujo a investigar cómo se forma, cómo se gesta históricamente nuestra sociedad, y debido a que no podíamos encarar el estudio en conjunto de una estructura tan compleja, optamos por dirigir nuestra atención a una “parte” de lo que en sí era una totalidad, la Formación de Grupos Sociales Dominantes en México, a uno de cuyos grupos, una vez suficientemente avanzadas las investigaciones, califiqué como burguesía capitalista. Esta parcialización, emergente de la incapacidad de aprehender la globalidad, además de ser un recurso al que frecuentemente se ven obligados los investigadores, implicaba una distorsión de la naturaleza dialéctica del objeto de estudio, y por ello importó mantener conciencia plena de las limitaciones de nuestros trabajos y la necesidad de integrarlos hasta donde fuera posible, con aquellas temáticas de su entorno inmediato que ofrecieran una relación más entrañable y, en consecuencia, con recíprocas necesidades de explicación complementaria. Por otra parte, para caracterizar y definir al grupo social investigado era necesario, aunque no totalmente suficiente, historiar su formación en relación con los principales medios de producción y de cambio, lo que suponía el análisis de generosas –en contenido y cantidad– fuentes primarias, entre otras, los protocolos de archivos notariales. Tal ruta de trabajo es una alternativa distinta a la del aislado macroanálisis económico y social, cuya visión sincrónica el historiador aprecia pero a menudo la ve carente de espesor temporal. Las investigaciones regionales sobre fuentes primarias han revelado su riqueza y permiten tanto el microanálisis de unidades productivas (haciendas, minas, etcétera) como la pesquisa de historias de vida y, asimismo, investigaciones sobre diversas actividades económicas, e inclusive el seguimiento, por largo tiempo, de casos representativos entendidos como constituyentes de un diferenciado grupo social dominante en la región. Todos esos temas tienen validez en sí mismos, pero pueden a veces brindar otras posibilidades si su tratamiento varía no sólo cuantitativa sino cualitativamente. Así, al margen de la importancia que puedan adquirir, por ejemplo, los estudios mo-


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nográficos de infinito número de haciendas, es posible plantearse la factibilidad de elaborar un modelo general, una tipología que rescate los rasgos esenciales que hacen a la estructura básica de esas unidades de producción como asimismo de las diferencias por especialización, zonas, etcétera. A su vez, se abre la perspectiva de confrontar a través del tiempo las permanencias y los cambios de tales estructuras y también de problemas vinculados, como por ejemplo, las distintas formas, a través del tie mpo, de la comercialización de las mercancías de la hacienda, y otros. Se trata, en suma, de reconocer en la multiplicidad de lo singular a lo representativo, a lo general. Guardando las distancias recordamos a Marc Bloch cuando hablaba de la bondad del microscopio, pero advirtiendo que una gran cantidad de imágenes microscópicas (o si se quiere, una gran cantidad de visiones monográficas aisladas) nunca nos daría una obra científica. O bien, respecto al manor inglés y sus particularidades locales, señalaba la necesidad de destacar con vigor las principales direcciones de la investigación pero con una mirada arrojada sobre el continente europeo, ya que el problema de esa organización rural no era específicamente inglés, y las razones que explican la infinita variedad de tipos locales – dominados por algunos caracteres comunes muy simples– se encuentran asimismo en los señoríos de toda Europa Occidental y Central. Y aquí, Bloch destacaba la significación de reconstruir, a partir de una realidad maravillosamente diversa, una imagen de conjunto, pero con la condición –decía– de seguir inmediatamente el camino inverso: antes de ir de lo particular a lo general demandar en un amplio recorrido del horizonte los medios de clasificar e interpretar los pequeños accidentes del paisaje. 2. Análisis comparativos de sociedades de distintas regiones Interesa cuestionarnos si además de rescatar las especificidades propias de la región no hay ciertas correspondencias en-


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tre fundamentales procesos formativos que tienen lugar en ése y otros medios, es decir, que la especificidad puede trascender lo regional. Estas correspondencias no se detectan por sí solas sino a partir de un planteamiento cualitativamente distinto, como producto de ese método de la construcción de interrogantes a propósito de los rasgos sustanciales de los procesos formativos en cuestión, que hayamos sido capaces de observar en diversos medios. Y cuando decimos medios debe entenderse en el sentido de sociedades afines –lo que no niega las singularidades– es decir protagonistas de un mismo proceso histórico o de procesos históricos convergentes. En el seno de tales estructuras históricas afines podemos confrontar diversas formaciones y destacar las semejanzas y las disimilitudes. No hay que esforzarse demasiado para recordar la serie de exabruptos históricos a que han dado lugar los intentos de comparación equiparando estructuras extrañas. Esa es una vía –no única– para colaborar en la construcción de una historia nacional que revele la especificidad de sus procesos fundamentales a partir de estudios regionales encarados desde una perspectiva más ambiciosa, aunque no excluyente de las singularidades parciales. Pero por lo que se ha dicho esa historia nacional no implica la “suma” de las historias regionales (y por aquello de que el todo es más que la suma de las partes). Develar la existencia de especificidades en los procesos nacionales significa, también, ayudar a descubrir, reconocer, y comprender mejor la identidad nacional. Significa no excluirnos de nuestra propia historia nacional, lo que no niega la posibilidad de hallar, ulteriormente, semejanzas con otros pueblos. La urgencia de colaborar con la historia nacional rescatando la especificidad de procesos sustanciales, y aportar al conocimiento de su identidad, es una necesidad común para los pueblos latinoamericanos. Y dichas historias nacionales, a su vez, podrían facilitar la construcción de una historia latinoamericana, más allá de la imposible suma de esas separadas historias nacionales que a duras penas pueden apilarse


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nominalmente en algunos programas de Historia de América, con las excepciones del caso. Entre otras destacan dos cuestiones de fondo a propósito de las vicisitudes de una renovada historia latinoamericana en construcción. Una de ellas es el tratamiento histórico con criterios de regionalización latinoamericana no limitados por las fronteras nacionales. Otra, es desarrollar el estudio sobre la base de tipos de problemas y procesos principales similares o comunes en distintos países latinoamericanos; es decir, se trata de una agrupación de cuestiones de naturaleza semejante. Cualquiera de esos casos, y otros también, serían compatibles con el pla nteamiento formulado sobre las investigaciones de las especificidades de los procesos sustanciales de las sociedades nacionales si pudiera llevarse al nivel del conjunto de todos o de parte de los países latinoamericanos. El problema es nada menos que el desafío representado por indagar si las especificidades de los mencionados procesos de diferentes historias nacionales –todavía en construcción– encuentran semejanzas estructurales sobre las modalidades particulares. Ello supondría, entonces, que las especificidades de distintas sociedades latinoamericanas podrían encontrar dimensiones supranacionales, tendrían alcance parcial o total latinoamericano. La construcción de una historia latinoamericana que rescate la común especificidad de formaciones estructurales, sobre las distinciones particulares nacionales y regionales, estaría erigida sobre la base de un contexto histórico amalgamado, homogeneizado, en sus rasgos principales, por el pasado más que secular de las culturas prehispánicas americanas, del proceso de la conquista y de la colonización impuestos por la misma potencia, y ulteriormente por los fuertes condicionamientos que en los siglos XIX y XX tuvieron que afrontar los países latinoamericanos jaqueados por las políticas de los países más poderosos de la época. Una historia latinoamericana atenta a su propia especific idad respondería más auténticamente que la tendencia de muchos estudios que priorizan la perspectiva de la expansión de las potencias de turno sobre el área desplazando así una considera-


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ción interna y dialéctica de esos y otros problemas. El resultado apunta a la exclusión de la visión de nuestra propia historia a favor de un enfoque marcadamente exógeno, es decir, una suerte de negación de la historia latinoamericana. A pesar de los aportes que puedan suponer, no dejan de constituir una distorsión los tratamientos eurocentristas afectados por la carencia del rescate de especificidades de nuestro medio lo que, por ejemplo, conduce a sostener la no existencia de grupos burgueses en Latinoamérica hasta tiempos recientes. Tales posiciones pueden ser superadas en el sentido que veníamos señalando, o sea con la construcción de una más renovada y específica historia latinoamericana. Y, nuevamente, pero en otra medida más general, develar la especificidad latinoamericana también puede contribuir a un reconocimiento menos difuso de una identidad afín. Una tarea de esa índole supone la comprensión dialéctica de los procesos históricos latinoamericanos respecto a determinados desarrollos internacionales, con los cuales están particularmente vinculados, lo que difiere sustancialmente de la llamada Historia Universal, eminentemente eurocentrista, que excluye, entre otros, a los pueblos latinoamericanos del protagonismo que les corresponde en lo que hace a un pasado parcialmente común. 3. Problemas estructurales a través del tiempo Una investigación sobre grupos sociales dominantes supone el tratamiento de un problema de índole estructural y por lo tanto de una globalidad integrada por miembros articulados en un juego de vinculaciones condicionadas en función del todo. Cuando decimos estructura, desde la perspectiva histórica, aludimos a una totalidad aparentemente detenida, y sin embargo con movimientos internos, con oposiciones y lentos cambios que requieren de un largo tiempo para manifestarse. Hablamos pues, de la estructura como sostén que se desplaza pesadamente en el tiempo, y como decía Braudel, por el


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tiempo lentamente desgastada. Agregaríamos: estructura construida y desgastada por los hombres en sociedad, producto histórico que como tal se va conformando a través del tiempo perfilándose subterráneamente, dificultosamente, inadvertidamente, hasta llegar a una madurez –costosa en términos temporales– recién en la cual sus elementos sustanciales alcanzan una definición que nos permite distinguirlos más nítidamente. Es entonces cuando nos es más accesible denominar con mayor precisión el producto histórico, cuando nos son menos dificultosos los análisis sincrónicos, ya que la construcción puede parecernos más “lograda” aunque no necesariamente detenida. En cambio, cuando el estudio se ocupa de un proceso social en formación –como el de la burguesía capitalista en el siglo XIX, en México, Argentina, y otros países latinoamericanos– durante el cual aquellos elementos sustanciales de la estructura (y la estructura misma) no se distinguen con facilidad, aparece a nuestros distantes ojos como un desfile de difusas figuras superpuestas, ambiguas, en un mundo de heterogeneidad. Siempre está a mano el cómodo término de transición que alude a una situación en la cual perduran formas de viejas estructuras coexistiendo a pie firme con formas de otras nuevas. Cabe destacar que para el caso latinoamericano frecuentemente la heterogeneidad es de índole distinta, históricamente, a la de la generalidad de otros países capitalistas altamente industrializados y como tal resulta más obvia la necesidad de rescatar la especificidad de los procesos históricos de sus formaciones estructurales. Una manera de responder al desafío que supone abordar estas investigaciones es tratar de reconstruir el proceso a lo largo del tiempo, precisando cómo se van transformando los diversos elementos esenciales y reflexionando sobre ello. De allí que para estudiar, por ejemplo, la conformación de grupos burgueses capitalistas importe conocer –entre otras cosas– las formas de propiedad; de acumulación; de asociación; de procedimientos y conductas; de vinculaciones matrimoniales; de


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organización corporativa (bolsas y cámaras de “comercio”); de usufructo y aún de forjamiento de leyes, estatutos y reglamentos formales e informales; de relaciones económicas y sociales inter y extra grupo; de proyección en la sociedad a través de clubes, asociaciones de beneficencia y de socorros mutuos; de conexión y/o participación política; de perduraciones, deserciones e ni corporaciones de nombres de familias y firmas en el seno del grupo en estudio, ya que el grupo como tal trasciende por su propio sentido y por su prolongada temporalidad las vicisitudes –éxitos, quiebras, divisiones de herencias, etcétera– de familias, empresas, etcétera. En México y Argentina, durante el siglo XIX, los grupos burgueses capitalistas se estaban conformando regionalmente, y aunque hubiera vinculaciones suprarregionales e internacionales, no existía una clase burguesa a nivel nacional como tal –concepto que implica una connotación cuantitativa- sino pequeños grupos burgueses en formación en diversos espacios. Estas áreas geográficas no integraban aún un mercado nacional, aunque particularmente para fines de siglo, hubiera elementos en el proceso formativo que apuntaran en ese sentido, lo que nos permite hablar de conformación o gestación de la burguesía capitalista sin suponer con ello que dicho desarrollo ya estuviera dado plenamente. Menos claro aún es el panorama que podemos hacernos para mediados del siglo XIX, lo que sin embargo no nos descalifica para comprender esos tiempos en el largo proceso de la formación histórica de la burguesía. Como se dijo, para ese entonces tal proceso se circunscribía a nivel de la moderada pero signif icativa formación de jóvenes grupos burgueses capitalistas regionales. Entre otros protagonistas ayudan a disipar parte de las ambigüedades los propietarios de varias decenas de fábricas textiles esparcidas por diversos estados de México que, con modernas máquinas importadas, producían baratos artículos de algodón (y de lana) –piezas de manta– dirigidos a cercanos mercados de sus respectivas localizaciones.


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Al llevar a cabo las investigaciones sobre el tema en México y Argentina (Córdoba y anteriormente parte de Patagonia) si bien hemos partido de una concepción general de la sociedad en estudio, hemos formulado las hipótesis (suposiciones suficientemente fundamentadas) después de haber efectuado prospecciones en diferentes fuentes primarias, bibliográficas, y otras. Como el propósito era rescatar la especificidad de nuestros procesos históricos necesariamente dejamos de lado una serie de recitativos supuestamente teóricos, que son copia de reflexiones o abstracciones a propósito de sociedades ajenas, muy comúnmente de países capitalistas altamente industrializados. Hemos optado por ir reflexionando sobre la marcha de la investigación, es decir combinando la reflexión teórica con la investigación empírica. Se trata del análisis sobre nuestra propia reconstrucción del proceso en sus diferentes momentos formativos cargados de supuestas “impurezas” y ambigüedades hijas de su especificidad histórica. Es decir, es la vía del análisis diacrónico, que forma parte del método teórico pragmático de la investigación histórica. Dicho procedimiento trata de rescatar la especificidad histórica, en lugar de negarla o sustituirla mediante el trasplante, a priori, de conclusiones preanunciadas tomadas de estudios de realidades diferentes o de abstracciones puras. En un trabajo pionero en nuestro tema, en el que inicialmente esperaba distinguir fraccionamientos de clase en la burguesía mexicana, hube de señalar la diversificación de actividades como antecedente y como práctica coetánea de los grupos burgueses en cuestión y lo engorroso e inoportuno de plantear hipotéticos fraccionamientos de clase en un proceso histórico que no se ajustaba a patrones clásicos.1 Asimismo, en “La gestación histórica de la burguesía y la formación del Estado en 1

Guillermo Beato, “La Casa Martínez del Río: Del comercio colonial a la industria fabril. 1829-1864”, en M. Urías, G. Beato et al., Formación y desarrollo de la burguesía en México. Siglo XIX, México, Siglo XXI editores, 1978.


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México, 1750-1910”2 después de sustentar que la burguesía capitalista mexicana fundamentalmente se constituyó con elementos desprendidos de diversos sectores de la clase dominante “en cuyo seno se desarrollaron y llegaron a distinguirse...”, pasaba a establecer las diferencias con algunas de las interpretaciones más connotadas de los procesos clásicos europeos. Así, negaba la similitud con el paso de pequeños productores prósperos campesinos y artesanos al de burgueses capitalistas (interpretaciones para el caso inglés y francés –Dobb, Soboul–), o el de la burguesía mercantil que pasaba a burguesía industrial bajo la política del estado autoritario de Prusia o Japón. O sea, que a partir del rescate de la especificidad del problema investigado procedía a confrontar las conclusiones propias con otras referidas a una realidad distinta. Este es el camino inverso al criterio, ya señalado, mediante el cual se aplica la premisa de incorporar a modo de aparato teórico una suerte de catecismo previo y foráneo, donde se disponen las obligaciones a cumplir por parte del objeto histórico a estudiar, aunque éste sea del pasado. Otro tipo de problemas que suele plantearse es el de la tendencia a desembocar en la pequeña huerta, no obstante que la investigación general enfoque una amplia y compleja dimensión temática como la formación de grupos sociales dominantes. En particular me refiero a los trabajos en equipo, desarrollados en distintas partes de México y Argentina. Será pertinente hacer algunas observaciones a propósito de procedimientos de trabajo y de tratamiento de fuentes. El trabajo en equipo corresponde entenderlo como una tarea integrada, con una visión globalizante por parte de todos los miembros a través de los distintos momentos de la investigación. Esto supone el tratamiento colectivo y rotativo de las fuentes y temas, lo que crea en el grupo mayor familiaridad con los problemas particulares y globales y propicia la preparación homogénea del equipo. Esta visión de conjunto 2

En A. Alvarado, G. Beato et al., La participación del estado en la vida económica y social mexicana. 1767-1910 , México, INAH (Colección Científica), 1994.


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aventaja a la más desguarnecida que se posee cuando el estudio está parcelado desde un principio, cuando nace desvinculado. Por otra parte el estudio de un problema de índole estructural permite a su vez abordar otras dimensiones por él comprendidas, como aspectos sectoriales (comercio, finanzas, industria), al igual que de otras dimensiones como ramas productivas, también unidades de producción o empresas individuales, e incluso historias de vida de casos representativos. Se trata del tránsito desde una visión temática de generosa dimensión, hacia problemas de escalas más limitadas para investigarlos en profundidad, sin perder la conciencia de su pertenencia a una “totalidad” de la cual se tiene un conocimiento aproximado. El tratamiento de las fuentes podrá dar lugar a la conjugación del macro con el micro análisis; a apreciar el juego de las diferentes actividades entre sí, más allá de sus fronteras sectoriales; a la construcción de tipologías de unidades productivas; al seguimiento de conductas y procedimientos individuales que dejan de serlo al ser compartidos en forma regular y reiteradamente. La comprensión de los aspectos individuales se beneficia al haber considerado las circunstancias de múltiple dimensión en la que se desenvuelven. Este camino de lo general a lo particular es distinto al de la infructuosa suma de monografías aisladas que aspira a ir de lo particular a lo general. El entrecruzamiento de los problemas, con el necesario entrecruzamiento de las fuentes, posibilita al investigador estudiar lo social con las perspectivas de lo económico, de lo político, etcétera, y lograr una comprensión de conjunto o de conjugación de esos “aspectos” (culturales, sociales, económicos, políticos) en que dividimos a los problemas por nuestra incapacidad de aprehenderlos en su dimensión total, tal cual como se brindan en la vida real, que se supone es la materia prima de lo histórico. Por esa razón decía en otra


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oportunidad3 que no era una historia económica, sino social, aunque hubiera abordado lo social a partir de la vía económica que es necesaria pero no suficiente en sí misma. En otro sentido también hemos reconocido las limitaciones de esos estudios dado que encaramos una temática estructural (un grupo social) sin investigar con el mismo énfasis cuestiones superestructurales, y explicábamos que elegíamos el camino de lo estructural para poder arribar mejor pertrechados al esquivo y complejo campo de lo superestructural. Así, la consideración de leyes, códigos y reglamentaciones oficiales también puede ser encarada reconstruyendo, con diversas fuentes, los procedimientos de los grupos vinculados a actividades mercantiles, industriales y otras, y constatar que dichas leyes a veces existían en la práctica con anterioridad al establecimiento formal de las disposiciones que los regulaban. Estas son formas complementarias de estudiar la legislación ya que se la vincula a lo que está sucediendo en la sociedad, en lugar de entender que la ley en sí siempre es la creadora de lo que ha de suceder. Puede así interpretarse, según el caso, que la ley es una herramienta que responde y estimula, a lo que en la sociedad se está requiriendo, lo que es un criterio menos lineal que el estudio de la legislación ordenada sucesivamente y campeando siempre autónoma sobre el contexto histórico. La convergencia o entrecruzamiento de documentos de diferentes fuentes, a propósito del estudio de firmas e instit uciones privadas y oficiales, suelen ser aptos para husmear motivaciones y aspectos ocultos (pleitos en archivos) porque posibilitan dar acceso a un tipo de realidad interna que sustituye la apariencia formal obtenida en un principio, con una imagen de mayor dimensión conceptual. 3

Guillermo Beato, “La constitución de grupos sociales dominantes en Jalisco” en Guillermo Beato, Grupos sociales dominantes. México y Argentina, Córdoba, Dirección General de Publicaciones, Universidad Nacional de Córdoba, 1993.


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Al estudiar a ciertos miembros de los grupos dominantes, y conocer la trayectoria de los principales empresarios, se enriquece la comprensión de las organizaciones corporativas (Cámaras y bolsas de Comercio, entre otras), creadas por los mismos. Se entiende, pues, más acabadamente su desempeño. Asimismo ese conocimiento de la naturaleza del grupo nos habilita de otra manera para saber cómo se expresaba políticamente. Es el caso de los empresarios de la Bolsa de comercio de Córdoba que a través del Centro Electoral Municipal del Comercio participaron en la disputa y obtención del poder municipal en la Córdoba de comienzos del siglo XX. Es decir, accedemos a un problema de carácter superestructural, el político, descubriéndolo teñido con el color de los humores socioeconómicos de sus protagonistas (el grupo empresarial y los individuos) lo que dista de percibir la totalidad de su policromía. 4. Interpretaciones comparativas entre países disímiles A mediados del siglo XX el famoso libro de Maurice Dobb Estudios sobre el desarrollo del capitalismo además de explicitar las definiciones de feudalismo y capitalismo en tanto modos de producción, planteó el largo proceso de la conformación del capitalismo en Inglaterra desde el seno mismo de la sociedad feudal, al punto que en algún momento histórico de la transición se había dado cierta equilibrada coexistencia de las dos formas de producir. 4 Es conocida la enconada polémica en la que participaron muy connotados autores, entre los cuales un buen número de marxistas de posiciones discordantes. Una de las cuestiones más discutidas estuvo referida al hipotético protagonismo que habría tenido la comercialización de la producción feudal como disolvente de dicha sociedad. 4

Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, 5ª ed., México, Siglo XXI editores, 1975, Apéndice, pp. 465-ss.


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A posteriori de los debates que provocó su estudio, Dobb incorporó –como apéndice– en ulteriores reediciones su respuesta definitiva cerrando así el debate. Trajo a colación el viejo concepto sobre la vía revolucionaria –en el sentido de su trascendencia transformadora– que siguió el caso inglés en el cual de las mismas filas de los productores (campesinos y artesanos) surgieron ciertos grupos más prósperos que a la postre constituirían el embrión de la burguesía capitalista. Desestimaba así a la vía seguida por los comerciantes que penetraron el campo de la producción convirtiendo de esa manera el capital mercantil en capital industrial. Este proceso, que sí existió, sin embargo no tuvo el efecto transformador revolucionario que habrían logrado los productores campesinos y artesanos que prosperaron. Así: a) entre los campesinos, se enriquecieron explotando mediante una paga a trabajadores pobres o sin tierra y comercializando la producción; b) entre los artesanos, acumularon beneficios colocando en el mercado la producción obtenida con el sistema de trabajo a domicilio organizado por ellos mismos, o sea que pasaron de pequeños productores a prósperos organizadores del trabajo ajeno y a comerciantes. El tránsito de esos pequeños grupos más favorecidos de productores campesinos y artesanos (a y b) a una condición social enriquecida (burguesa) no fue rápido sino que resultó de un prolongado proceso durante el cual tuvo lugar la disolución del orden feudal establecido, como asimismo la transformación de la joven manera de producir burguesa que culminaría con la consolidación de maduras formas de pro5 ducción capitalista.

Este es un concepto particularmente rico para una interpretación de cómo se constituyó la burguesía capitalista y revolucionaria inglesa. Revolucionaria porque fue producto y productora de la transformación estructural de la sociedad a la 5

Guillermo Beato, “La gestación histórica de la burguesía y el estado en México. 1750-1910” en Alvarado, Beato, et al., op. cit.


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vez que protagonista de las revoluciones políticas burguesas en Inglaterra, y que, ya en el poder, en buena medida contribuyó conscientemente a culminar un proceso que desembocaría en la primera Revolución Industrial a nivel mundial. Albert Soboul distinguía la mencionada “vía revolucionaria” para los casos de las revoluciones inglesas y francesa encarnadas por sus respectivas burguesías protagonistas de la nueva forma capitalista de producir, mientras que las burguesías vinculadas a actividades especulativas mercantiles y financieras eran conservadoras, no revolucionarias, en los clásicos casos inglés y francés.6 En cambio en procesos posteriores –más allá de la mitad del siglo XIX– en Prusia y Japón se siguió la “vía del compromiso”, el estado feudal y absolutista impuso desde arriba la transformación de la sociedad en capitalista industrializada, en parte apoyándose –según algunas interpretaciones– en sus burguesías conservadoras. Tales esfuerzos de transformación capitalista impulsados por estados no burgueses obedecían a la urgencia de industrializarse ante el contemporáneo fenómeno del avance tecnológico de la primera potencia mundial –Inglaterra– con su consiguiente expansión internacional, y a la carrera para lograr la revolución industrial que otros países ya habían emprendido y alcanzado o estaban a punto de hacerlo. Importa señalar que tanto Prusia como Japón, no obstante sus diferencias, eran seculares y maduras sociedades feudales, y como tales contaban con sus desarrolladas fuerzas productivas dentro de las limitaciones estructurales tradicionales. Si el reto del cambio de las estructuras económicas era formidable ya que implicaba la disolución y sustitución de las viejas relaciones de producción por otras nuevas, por otra parte las diferencias no eran tan abismales como hipotétic amente podrían serlo en otras sociedades de desarrollo más 6

Albert Soboul, “Del feudalismo al capitalismo. La Revolución Francesa y la problemática de las vías de transición”, en AA.VV. Estudios sobre la Revolución Francesa y el Antiguo Régimen, Madrid, Akal, 1980.


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precario como las latinoamericanas del contemporáneo siglo XIX. Uno de los interrogantes que suelen plantearse es ¿porqué Prusia y Japón –que a mediados de ese siglo se encontraban rezagados respecto al proceso de industrialización, no solamente de Gran Bretaña sino también de Bélgica o Francia– pudieron lograr su transformación en potencias altamente industrializadas y en cambio México no pudo hacerlo? Sin necesariamente pretender parangonar el caso mexicano con el europeo o el japonés a propósito de la “vía revolucionaria” o la “vía del compromiso” ya adelantamos que la burguesía capitalista en México no surgió de las filas de pequeños productores campesinos y artesanos prósperos transitando hacia una condición social enriquecida sino que en general provino de la heterogénea clase dominante ya constituida, y en particular de comerciantes y especuladores financieros aunque también de otros sectores de dicha clase. La temprana industria textil fabril –años treinta del siglo XIX–, de grande pero no absoluta m i portancia en la conformación de grupos sociales burgueses capitalistas regionales, no fue producto de una paulatina transformación de la industria textil artesanal en industria fabril. No se dio un general perfeccionamiento endógeno técnico ni de los productores artesanos ni de los instrumentos para producir, es decir, no hubo internamente un proceso de desarrollo propiamente dicho del nivel de la fuerza de trabajo y de los medios de producción o –en otros términos– no tuvo lugar un incremento del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Se importaron técnicos y máquinas, mientras la industria artesanal continuó sobreviviendo como pudo. Al no realizarse el proceso interno referido no existió tampoco el efecto revulsivo de dicha transformación en el seno de la sociedad. No se creó la capacidad de producir conocimiento científico y técnico más avanzado, ni medios de producción adelantados, ni personal técnico idóneo. También entre historiadores de América se desarrollaron discusiones a propósito de la existencia del feudalismo, del capitalismo, o de procesos autónomos en Latinoamérica, llegando algunos a sostener que ya desde el siglo XVI la


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sociedad colonial era capitalista. Algunas de estas últimas posiciones fueron criticadas porque la condición de capitalista no surgía del análisis de los fenómenos de la producción sino de los de la circulación; alegaban que se confundía economía mercantil con capitalismo; objetaban que la acumulación de capitales mediante la explotación de los productores directos –sin definición de relaciones capitalistas– y la comercialización de excedentes, en sí mismas no eran índices de la existencia del modo de producción capitalista. Marcelo Carmagnani, por su parte, afirma que las sociedades latinoamericanas permanecieron feudales inclusive hasta el advenimiento del siglo XX.7 El autor no define qué entiende por feudal, no precisa a la servidumbre (tributación en dinero, especie, o trabajo) como relación social fundamental del feudalismo, aunque sí señala la existencia de la compulsión (coacción extraeconómica) sobre los productores, sin embargo le observamos que la coacción no es un rasgo privativo de las relaciones feudales. Podemos objetarle que en la mita o el coatequil hay coacción, pero esas formas de trabajo forzado implican el pago (frecuentemente bastardeado) al trabajador, y consecuentemente no es un tributo –a diferencia de la encomienda– por lo que la calificación feudal no es correcta. El mencionado autor, por otra parte, afirma que para el siglo XIX no hay “fundamento histórico concreto” que haga suponer la existencia de una burguesía en formación. Desde nuestra perspectiva no podemos olvidar que en 1877 ya existía en México un centenar de fábricas textiles de propiedad privada, distribuidas en numerosas regiones del país, con maquinaria importada relativamente moderna, cuya fuerza de trabajo percibía un salario a cambio del tiempo laborado. Dichas fábricas fueron, entre otras, bases para la formación de burguesías capitalistas regionales que formaban parte de 7

Marcello Carmagnani, Formación y crisis de un sistema feudal. América Latina del siglo XVI a nuestros días, México, Siglo XXI editores, 1976.


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una heterogénea clase dominante en un medio donde coexistían distintos modos de producir. Más recientemente, John Coatsworth, reconocido historiador norteamericano especializado en temas de historia económica mexicana, publicó una serie de ensayos de su autoría bajo el sugestivo título Los orígenes del atraso8 centrando su preocupación en el interrogante de por qué México no había alcanzado la condición de país adelantado al nivel de las naciones más avanzadas del mundo contemporáneo. A riesgo de sacar de contexto las apreciaciones de Coatsworth, sintetizamos algunas de ellas. El ingreso nacional per cápita en México estuvo más cerca del de Gran Bretaña y los Estados Unidos en 1800 que en ningún otro momento posterior. La brecha entre la economía de México y la de los países avanzados del Atlántico Norte nunca después fue más pequeña que entonces. Esta brecha respecto a los países industrializados se fue ampliando entre 1800 y el último cuarto del siglo XIX. Si México hubiera mantenido la marcha de su economía al ritmo del desarrollo en Estados Unidos durante toda la centuria habría llegado a su nivel de ingreso per cápita de 1950 antes de la Revolución de 1910. Si la brecha entre México y Estados Unidos hubiese sido igual desde 1800 hasta nuestros tiempos hoy México sería una de las potencias industrializadas del mundo. En otro orden de cosas el autor plantea: ¿cuánto habría ganado económicamente México si se hubiera independizado a fines del siglo XVIII en lugar de 1821? Por otra parte, México habría podido eliminar a principios del siglo XIX uno de los grandes obstáculos para su desarrollo económico: el pr oblema de las dificultades para el transporte, cuestión que la tecnología de los ferrocarriles desarrollada en la década de 1830 permitía superar y que “fácilmente habría podido ser importada en la década de 1840”. Los análisis de Coatsworth se corresponden con una concepción histórica, y una metodología, afín a la corriente cuanti8

John Coatsworth, Los orígenes del atraso, México, Alianza Editorial Mexicana, 1990.


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tativista de la Nueva Historia Económica norteamericana, proclive a la elaboración de cálculos económicos retrospectivos y al planteamiento de qué hubiera podido suceder en el pasado (frecuentemente lejano) si se hubieran seguido otras hipotéticas alternativas en lugar del proceso tal cual se dio. Las cuestiones sobre el ingreso nacional per cápita y la brecha entre México respecto a Estados Unidos y Gran Bretaña se basan en estimaciones en dólares de 1950 para los años 1800, 1845, 1860, 1877, 1895 y 1910. Los cálculos –extrapolaciones mediantes– se basan en especulaciones de diversos autores como asimismo del propio Coatsworth, si bien éste señala que es un esfuerzo que aguarda futuros aportes más precisos. Este y otros tipos de ejercicios cuantitativistas han sido objetados por científicos sociales cuya concepción de la historia difiere notoriamente del cuantitativismo cuando éste sobrepasa ciertas fronteras temporales o prescinde de las especificidades estructurales comparando sociedades de naturaleza distinta. Ya el legendario maestro Marc Bloch, que rescataba las similitudes (y diferencias) de las estructuras feudales subyacentes en sociedades europeas, prevenía sobre el equívoco de pretender llevar el análisis comparativo histórico a medios no afines estructuralmente. W. Kula censuraba los intentos de uniformar mediante valores monetarios las economías de medios no semejantes. P. Vilar calificaba de economía retrospectiva a los análisis cuantitativistas que aplicaban criterios de la economía contemporánea a un pasado en el cual la sociedad aún era eminentemente agrícola (e incluso feudal) en lugar de industrial. La interpretación del proceso histórico mexicano (y por extensión latinoamericano) subyacente en el tratamiento de los problemas que aquí hemos considerado, difiere de la concepción del connotado historiador Coatsworth. En cierto sentido nuestro planteamiento es inverso ya que el caso de Estados Unidos carece de afinidad con el de México y éste, a su vez, es muy similar al del resto de Latinoamérica. Mayor diferencia aún existía en 1800 respecto a Gran Bretaña, que hacía ya un cuarto de siglo protagonizaba la primera Revolución Industrial a nivel mundial.


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La independencia de Estados Unidos (medio siglo antes que la de México) había contado con el apoyo de Francia, y en menor grado de España (política antibritánica de los Borbones). Los levantamientos hispanoamericanos previos a 1810 –aislados dentro de la inmensa vastedad del poderoso imperio colonial español– fueron todos sofocados. El de mayor relevancia fue la sublevación indígena de Tupac Amaru a fines del siglo XVIII que espantó al sector de los criollos, como sucedería en cierta medida décadas más tarde con el levantamiento popular dirigido por Hidalgo, igualmente derrotado. La simultaneidad de las revoluciones por la independencia hispanoamericanas en 1810 y años próximos evidencia la existencia de una coyuntura histórica propicia y, por oposición, la carencia de condiciones favorables en las décadas anteriores, lo que contradice la alternativa histórica de una independencia posible a fines del siglo XVIII como imagina Coatsworth. Aún en 1816 las perspectivas eran muy obscuras para los patriotas latinoamericanos, con la excepción del triunfante caso argentino. De allí que sí es válido rescatar el handicap que tuvieron las comparativamente pequeñas trece colonias norteamericanas al independizarse a comie nzo del último cuarto del siglo XVIII, a la vez que impensable que sucediera algo semejante en el imponente imperio hispanoamericano de esos tiempos. En lo que hace a la brecha de productividad de México respecto a Gran Bretaña y Estados Unidos ¿de qué sociedades hablamos? Gran Bretaña, al frente de una industrialización galopante, era una sociedad donde hasta la fuerza de trabajo se había convertido en una mercancía. Estados Unidos protagonizaba un proceso de expansión territorial extraordinario que no tardaría en despojar a México de más de la mitad de su extensión, y a todo esto, la composición de la sociedad norteamericana era absolutamente distinta de la mexicana. México, cuya población en su inmensa mayoría se dedicaba a la actividad agropecuaria, era una sociedad escasamente mercantilizada, con fuerte porcentaje de indios que conservaban una manera de producir e intercambiar comuni-


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taria (en gran medida trueque). Los “cálculos o aproximaciones” del número de habitantes, con las reservas del caso, para 1810 acusan una población de indios superior a la de blancos en una proporción mayor de tres por uno, y la de castas un 20% mayor a la de blancos. Si los datos poblacionales inspiran cautela, los de una producción que no pasa por “el mercado”, pues se destina grandemente al autoconsumo y al trueque, escapan a la aplicación de criterios económicos propios de una ajena y moderna sociedad capitalista hipermercantilizada, cuya racionalidad económica no es transferible a otra sociedad de pautas culturales específicas. Los esfuerzos y enfoques de Coatsworth son respetables y meritorios, pero condicionados por la perspectiva de nuestra interpretación histórica no podemos concebir los problemas económicos de la particular sociedad mexicana de aquella época en términos de ingreso per cápita en dólares de 1950. Ni México ni otros países latinoamericanos figuran hoy entre las mayores potencias industrializadas del mundo, su común proceso histórico tuvo que ver con sus raíces estructurales y con el acentuado condicionamiento externo. Acorde con ello a ninguno de estos países les fue fácil importar la tecnología de los ferrocarriles en la década de 1840, antes bien, y salvo casos ale ntados por conveniencias económicas puntuales, los “ferroc arriles llegaron tarde” a Latinoamérica, en general a fines del siglo XIX y comienzos del XX cuando las urgencias económicas externas así lo aconsejaron. La falta de capitales fue una de las tantas carencias compartidas por los países latinoamericanos; desde los inicios de la independencia tuvieron lugar los préstamos foráneos dando comienzo a la historia larga y agobiante de la deuda externa que hoy más visiblemente hermana a Latinoamérica. Los orígenes del “atraso” trascienden al siglo XIX pues tienen raíces estructurales seculares que se hunden en el pasado prehispánico y colonial y condicionan hasta el presente al desenvolvimiento histórico mexicano y latinoamericano.


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Entre los objetivos compartidos por la generalidad de los países colonizadores predominó el explotar los territorios de ultramar mediante la extrema expoliación de la fuerza de trabajo también de ultramar. Cuando existía interés de trabajar áreas carentes o escasas de recursos humanos locales solía apelarse a la incorporación compulsiva de esclavos traídos de otras zonas de ultramar. La mano de obra local o foránea debía corresponder a culturas con una tradición secular del trabajo con capacidad de producir excedentes, aunque su nivel de desarrollo técnico de hecho fuera inferior al de las fuerzas productivas de las metrópolis, lo que implicó enorme deterioro para las poblaciones sometidas a la obligación de adaptarse a los requerimientos de los colonizadores. Si para las altas culturas americanas el costo de adaptación a las exigencias productivas fue altísimo, en cambio para las comunidades de menor desarrollo (cazadores, pescadores, recolectores) implicó prácticamente su exterminio ya que se trataba, casi, de un imposible cultural. En general las áreas que para las demandas internas o externas del momento no ofrecían mayores atractivos para su explotación y que estaban débilmente pobladas por culturas indígenas nómadas, o seminómadas, o de agricultura poco avanzada, quedaron marginadas de la ocupación efectiva de los colonizadores. Habría que esperar a la segunda mitad del siglo XIX para que ante la gran demanda internacional de alimentos y materias primas y el fuerte condicionamiento externo que la acompañó, los espacios “vacíos” (territorios del oeste norteamericano, del norte de México, del sur de Argentina, y otros) fueran ocupados en una “segunda colonización” que conllevaría el genocidio de los remanentes indígenas en ellos ubicados. En el contexto de la colonización americana, no obstante los objetivos en parte compartidos, existieron radicales diferencias entre la experiencia de España y la de Inglaterra. España estructuró su imperio con un siglo de antelación a la expansión inglesa del siglo XVII, y fue la única potencia colonizadora que desde temprano buscó, encontró e incorporó a su dominio


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(aparte de los ingentes recursos de minerales preciosos) a las grandes civilizaciones americanas, lo que implicaba la disponibilidad de los más vastos contingentes humanos del continente posibilitados precisamente por el nivel relativamente elevado de dichas sociedades, aunque comparativamente el desarrollo técnico distaba enormemente del alcanzado por los europeos. Un ejemplo contundente es la ausencia de la rueda. No obstante la debacle demográfica, esos recursos humanos formarían la base principal de la fuerza de trabajo en el espacio del mapa indígena y mestizo que con altibajos, transformaciones y perduraciones ha llegado hasta nuestros días. A ellos se incorporarían compulsivamente los esclavos traídos principalmente para explotar aquellas áreas de interés en las que no existían o había carencias de recursos humanos. La disponibilidad de una fuerza de trabajo barata facilitó, en términos generales, economizar en instrumentos, técnicas y equipos de trabajo costosos, aunque más raramente tuvo lugar la asociación de diversas formas de fuerzas de trabajo de escaso nivel de desarrollo con técnicas y medios de producción avanzados para la época (trabajo forzado indígena y técnica de amalgama de mercurio en explotaciones mineras; esclavos y usinas de vapor en haciendas azucareras; etcétera). La mencionada “economía” (en general de capital fijo) implicó un escaso desarrollo de las fuerzas productivas –trabajadores y equipos– tanto por la imposición de precarias formas de fuerza de trabajo (a veces creadas) como por la aplicación de rudimentarios o toscos medios de producción. Este rasgo estructural sería uno de los factores de gran relevancia que incidiría negativamente durante siglos en las perspectivas de desarrollo técnico de la región. Incluso no se estimuló suficientemente la conservación y perfeccionamiento de conocimientos, métodos y procedimientos de producción indígenas que hallaron relativo refugio en las comunidades que lograron perdurar aunque comúnmente en medios desfavorecidos. No obstante los cambios habidos a lo largo del tiempo, a la hora de la independencia los mencionados rasgos estructu-


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rales de la heterogénea sociedad de diversas regiones latinoamericanas diferían notoriamente de las más avanzadas estructuras económicas de distintos países europeos –en especial de Gran Bretaña que ya aquilataba aproximadamente medio siglo de revolución industrial– como asimismo de Estados Unidos (y en especial de las regiones no esclavistas) independizados hacía ya casi media centuria atrás. La experiencia colonial inglesa del siglo XVII en los territorios que darían lugar a las trece colonias que a la postre se independizarían al inicio del último cuarto del siglo XVIII, además de ser más tardía que la española, no se erigía sobre vastas comunidades indígenas de altas culturas (aptas para ser explotadas), sino que la estrecha franja costera, comparativamente , era un “vacío” demográfico. Se introdujeron esclavos en parte de estos espacios y con ello se fue constituyendo la estructura económica de una sociedad esclavista cuyas diferencias con las otras áreas vecinas conducirían a la guerra civil a casi un siglo después de la independencia. Después de la derrota el área esclavista norteamericana arrastraría pesadamente sus rasgos distintivos como un lastre en su transformación en una sociedad que, aunque plenamente capitalista, conservó hasta la actualidad una fisonomía acusadora de su pasado. En la zona no esclavista se habían asentado colonos inmigrantes que, más allá de los contratos de siervos temporales, echaron las bases estructurales de una sociedad que no tuvo que superar los condicionamientos implícitos de la producción sobre la extrema explotación de una fuerza de trabajo local o importada menos desarrollada. Esos colonos (ingleses, escoceses, alemanes) trasladaron con ellos sus hábitos, experiencias, conocimientos, creencias religiosas e ideológicas, oficios, técnicas; en fin, su mundo cultural, según la diversa formación que habían desarrollado en Europa, en el seno de la estructura de la sociedad a la que pertenecían. A pesar de prohibiciones y limitaciones formales dispuestas por la Corona también trasladaron –en cierta medida– instrumentos y equipos con los que laboró la propia fuerza de trabajo migrante europea. La estructura eco-


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nómica que se fue constituyendo en estas colonias no esclavistas no fue un escollo sino un factor favorable –aunque no suficientemente en sí mismo– en el proceso de formación y desarrollo del capitalismo en la sociedad norteamericana que culminaría siendo, a fines del siglo XIX, una de las potencias más industrializadas del mundo. A todo esto, y como elemento relevante en dicha transformación, fueron anexados inmensos y poco poblados territorios dotados de enormes recursos adonde se dirigieron otras oleadas de migrantes y considerables inversiones de capital foráneo para su explotación. En esa avasalladora marcha expansionista, México, a pocas décadas de su indepe ndencia y en una situación de gran inestabilidad propia de los jóvenes países latinoamericanos que aún estaban lejos de establecer y consolidar un nuevo estado, fue despojado de gran parte de su territorio, y con ello, de la enorme riqueza potencial de sus recursos. Afines a la mencionada forma de colonización de territorios potencialmente ricos pero “vacíos” demográficamente, que no requirieron disolver masivamente las relaciones de producción de grandes comunidades preexistentes, o incorporadas como esclavos, fueron también los casos de Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En cambio, otras colonias británicas establecidas sobre las vastas poblaciones precapitalistas de India, y diversos territorios de Africa, fueron ejemplos opuestos a los anteriores (en los que se había dado el traslado de fuerza de trabajo y equipos desde la metrópoli) ya que entre otros factores, la explotación y deformación de las estructuras preexistentes o esclavistas condicionaron considerablemente el particular proceso de transformación capitalista. La generalidad de este tipo de ex-colonias, británicas o no, forma parte del llamado tercer mundo y mantienen en general singularidades estructurales que frecuentemente no son consideradas al analizarlas como así tampoco al aplicar cíclicamente fórmulas internacionales para el pretendido y nunca alcanzado desarrollo de dichos países.


Los primeros pasos en las historias regionales de Las Californias dentro de la Historia Universal Felipe I. Echenique March Uno de los temas historiográficos es determinar si estas dos palabras “humanidad” –en sentido ecuménico– y “universalidad” o “mundialidad”, son formas efectivas de realidad histórica o meras idealizaciones. José Ortega y Gasset

Hace algún tiempo vengo preguntándome por los sentidos tanto de la historia Universal como por los de las historias regionales. En principio he de decir que estas reflexiones poco tienen que ver con las que emanaran del ya célebre libro de don Luis González y González: Pueblo en vilo1 y no porque lo desprecie, sino simplemente porque de su lectura –que ocurrió ya hace algunas décadas– no se desprendieron los cuestionamientos que ahora me estoy haciendo. Sin embargo, en esta recapitulación de reflexiones y le cturas sería imposible dejar de lado a dicho historiador y sus empeños por la denominada “microhistoria”, porque seguramente en México, y quizá en el mundo de nuestros días,2 él 1

Luis González y González, Pueblo en vilo. Microhistoriografía de San José de Gracia. México, México, El Colegio de México, 1968. 2 No tengo un referente preciso de quién fue el que inició en nuestros días ese renovado impulso académico por las historias regionales, que para diferenciarse de una larga tradición de historias provincianas a las que no se les reconocía academia, aunque sí una erudición abusiva y


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fue de los primeros en poner un renovado acento académico en los estudios regionales y más en concreto de sus familias, en contraposición con las tendencias historiográficas en boga de elaborar historias nacionales y las de los grandes héroes; luego incluso llegaría a proponer con más detalle la realización de historias-matrias para continuar en su contrapunto con las historias patrias.3 Así, lo regional y lo familiar, como sujetos concretos y dignos de ser historiados desde la academia, obtuvieron un peso dentro del renovado discurso de la disciplina para sostenerla e impulsarla. A partir de entonces la historiografía regional y familiar o “microhistorias”, con más o menos éxito, se ha venido elaborando en el medio de los historiadores e inclusive por sociólogos, antropólogos y economistas. Pero ese no fue mi camino; el mío, sin desconocer el de otros, ha sido distinto. Llegué a la historia de las denominadas Californias no con el ánimo de estudiar mi terruño, ni mi patria chica, que no lo es por desgracia, como tampoco los son otras tantas regiones de nuestro país a las cuales quiero como si fueran propias. Cuando comencé a estudiar la región no me interesó mucho los hechos ya asentados desde el tiempo de los primeros misioneros: la ratificación de la barbarie de los aborígenes; la gesta y avatares de los evangelizadores; el establecimiento de las misiotediosa, se le terminó bautizando –para justamente establecer la distancia y diferencia que nacían de sus propuestas metodológica y de tratamiento de hechos históricos– como microhistoria. Concepto que, por lo que sé, no sólo lo aplicó Luis González a su trabajo, sino que inclusive al parecer lo utilizó un poco antes el italiano Carlo Ginzburg a finales de los sesenta o ya propiamente en los setenta, quizá en forma contemporánea a don Luis González. Cfr. Roger Chartier, El juego de las reglas: lecturas, México, FCE, 2000, pp. 147-157. 3 Una serie de reflexiones y recomendaciones para un recorrido historiográfico por las historias regionales y la propuesta de la microhistoria e historias matrias realizadas por Luis González y González puede consultarse en Invitación a la microhistoria, México, SEP (SepSetentas, 72), 1973.


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nes; las formas de vida misional; la caída demográfica de las poblaciones nativas; los “pequeños levantamientos” de los ni dios insumisos que pretendían regresar a su costumbre poligámica; el fracaso de las misiones meridionales de la península como consecuencia de la expulsión de los jesuitas; los grupos de criollos y mestizos que desde sus ranchos comenzaron a renovar toda la vida peninsulocaliforniana; o la de las grandes deslindadoras que dieron origen a nuevos poblados y a nuevas actividades como la minería en Real del Castillo o la agricultura en Valle imperial con la industria algodonera.4 No, ahí no están mis intereses, sino en ir entendiendo y explicando las formas, contenidos y sentidos de los discursos que se establecieron sobre la realidad peninsular y a sus habitantes y dominadores autóctonos. La región y las historias de sus hombres se convirtieron en un pretexto, en un caso concreto para reflexionar y estudiar cómo operaron los representantes de occidente en la conquista y dominación de un territorio y pueblos concretos, que desde el punto de vista tradicional forman de una u otra manera una unidad territorial e inclusive humana.5 Lo importante para mí no es entonces reescribir y matizar los hechos y circunstancias ya muy sabidos y repetidos, sino investigar y reflexionar sobre lo escrito y sus sentidos; ir descubriendo los hilos finos del sistema de observación, recopilación de información, sistematización de la misma y finalmente, como suele suceder en cualquier narrativa histórica, el engarce de las tareas anteriores en sistemas interpretativos. 4

Un buen repaso de esta tradición historiográfica puede encontrarse en Pablo L. Martínez, Historia de la Baja California, 1a. reimpresión, México, Consejo Editorial del Gobierno de Baja California Sur, 1991, y Alfonso Teja Zabre. Lecciones de California, México, Instituto de Historia, UNAM, 1962. 5 Espero que al final de este pequeño ensayo esa percepción se haya quedado atrás como parte justamente de un pensamiento tradicional que se impuso sobre las realidades concretas de ese extenso y diverso territorio y sus pueblos nativos y cuyo descubrimiento y reconstrucción seguirán siendo un reto y una propuesta a construir para nuestro intelecto.


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La revisión y cuestionamiento de todo lo anterior no sólo es necesario sino indispensable por cuanto se pueden llegar a explicar los pesos y contrapesos que impusieron los esquemas preexistentes así como entender la preservación de partes de aquellos discursos como sistemas interpretativos y de valoración que nítidamente se aprecian en la historiografía de nuestros días, en franco detrimento de la crítica documental e historiográfica y a favor de un estancamiento en la comprensión no sólo del pasado sino también del presente.6 Ya he presentado y se han publicado algunos trabajos que tienen que ver con la propuesta enunciada;7 pero ahora quisiera tratar muy puntualmente algunos aspectos relacionados con la escritura de los libros de historia que realizaron los jesuitas sobre Las Californias y sus Pueblos, porque si bien hay algunas referencias en los trabajos anteriores creo que este aspecto debe de ser tratado como un tema específico, para despejar toda duda y dejar bien sentados los hechos y las interpretaciones. Lo primero que hay que hacer notar es que la escritura no fue algo que les faltase a los jesuitas, como tampoco a ninguna otra orden mendicante. Los informes, las correspondencias, los diarios personales de los misioneros o clérigos no fueron casuales o extraños a la llamada y prolongada conquista espiritual 6

Para apreciar en forma extrema cómo se ha mantenido el discurso jesuítico se puede consultar Miguel León Portilla, “Loreto: madre de las Californias, Epopeya y tragedia en tierra de fronteras” en Camino real misionero de las Californias, Revista de la Fundación Camino Real Misionero de Las Californias, año 1, núm. 1, eneromayo 2001, pp 44-49. 7 Un primer ensayo que refleja esta propuesta se publicó con el título de “Sociedades prehistóricas o históricas en las Californias. Ensayo de un momento de su historicidad” en Estudios Fronterizos, Revista del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Autónoma de Baja California, núms. 24-25, 1991, pp 161-215; “La conquista espiritual de las Californias. Un ensayo de sus principales paradigmas” en Estudios Fronterizos, 1993, pp 101-133, y “Algunas reflexiones y precisiones en torno a la temprana historiografía de las pinturas rupestres en las Californias” en Estudios Fronterizos, núms. 35-36, 1995, pp. 51-72.


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del continente americano. Escritos de todo tipo llenaron los libreros de las bibliotecas de conventos y colegios de la Nueva España, al igual que los estantes de los archivos de las instituciones novohispanas o metropolitanas. Sin embargo la escritura de historias elaboradas ad hoc era algo más delicado, premeditado e inclusive realizado bajo pedido o acuerdo de comunidades religiosas o de instancias de gobierno, ya que dicho trabajo requería de dedicación y paciencia de tiempo completo; una mayor preparación, talento, entendimiento y prudencia de quien la preparaba, tal como se refiere en los documentos que dan cuenta de ese tipo de encargos, por lo cual sólo a ciertas personas se les encomendaba su realización.8 Los referentes de estas historias o como diríamos hoy en día, las fuentes de las mismas, eran justamente las cartas, los informes, los diarios y toda aquella información, incluyendo la oral, que se generó a lo largo del territorio y durante todo el tiempo en que se prolongó la llamada conquista espiritual. 9 Desde los primeros intentos de la conquista de las Californias se comenzaron a escribir documentos que hacían referencia a ella, ya fuese en términos míticos o fantásticos o como pequeños reportes de los avances expedicionarios. Ninguno de los novohispanos o de los habitantes de allende el océano, podríamos decir parafraseando al padre Venegas, hasta antes de la 8

En todos los estudios introductorios de las consideradas como fuentes de historia se encuentran algunas disertaciones al respecto, por ejemplo puede verse Ernest J. Burrus S. J. y Félix Zubillaga S.J., Historia de la Compañía de Jesús de Nueva España, 3 vol., Roma, Institutum Historicum S.J., 1956, vol. I, p. 6. 9 Si escribo esto así es para dejar bien claro mi desacuerdo con la interpretación de Robert Ricard (La conquista espiritual de México, México, FCE, 1986) quien a lo largo de su trabajo parece ir sugiriendo que la conquista espiritual se prolongó cuando mucho hasta el último tercio del siglo XVI. Yo creo que esa conquista espiritual no ha terminado y por otra parte la propuesta de Ricard menosprecia mucho el propio trabajo misionero no sólo de los jesuitas sino también de otras órdenes religiosas que se prolongaron en el tiempo y por distintos territorios más allá de esa fecha y de la audiencia de la Nueva España.


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conquista que iniciaron los jesuitas, conocía o tenía algún referente claro de aquel brazo de tierra y sus pobladores, aunque no por ello aquellas tierras y sus Pueblos quedaron fuera del imaginario de todos lo que podríamos considerar dentro de la tradición occidental. Dichas idealizaciones, de hombres y tierras, fluctuaron dentro de los esquemas tradicionales de satanización o de las utopías primarias.10 Escrituras ya más formales se inician, claro está, con las primeras ocupaciones de conquista que comenzaron realizando los 10

Roger Barta en sus dos excelentes libros El salvaje en el espejo y El Salvaje artificial (México, UNAM, Ediciones ERA, 1992 y 1997 respectivamente) trata de cómo desde los inicios de la llamada cultura occidental se establecieron estos parámetros para los otros, esto es, para los grupos humanos que no pertenecían a esa adscripción cultural, y cómo desde los inicios de esa tradición cultural existió dicha yuxt aposición entre lo que hoy podríamos llamar el salvaje bueno y el malo. Este último como referente no sólo de lo distinto, sino de lo que no se quiere ser. Este tema tiene que ver mucho con nuestro trabajo, por lo cual indicamos otras fichas bibliográficas que de una u otra manera nos han servido para estructurar nuestro punto de vista. Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, FCE, 1960; Michél Duchet, Antropología e historia en el siglo de las luces, México, Siglo XXI editores, 1975; Antonello Gerbi, La naturaleza de las Indias Nuevas, México, FCE, 1978; Urs Bitterli, Los “salvajes y los “civilizados”. El encuentro de Europa y ultramar, México, FCE, 1982, y por último el libro de Juan A. Ortega y Medina, Imagología del bueno y del mal salvaje, México, UNAM, 1987, que en buena medida discute y polemiza con los textos de Gerbi y Bitterli. Las polémicas españolas del siglo XVI sobre la forma de concebir a los pueblos con los que se estaban topando están expuestas en las disputas tanto jurídicas como teológicas, cuyos principales representantes fueron el padre Las Casas y Sepúlveda. No doy bibliografía al respecto porque es muy conocida, sin embargo permítaseme añadir una nota de un libro que no ha merecido la atención que requiere y me estoy refiriendo al de Vasco de Quiroga De Debellandis Indis, edición de René Acuña, México, UNAM, 1988 y también y del mismo autor: Información de derecho, edición de José Luis Soberanes, México, Miguel Ángel Porrúa-UNAM, 1986.


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jesuitas en lo que ellos dieron por llamar la misión de Loreto Concho, casi por los mismos años en que las expediciones del padre Kino por la contracosta establecían la certeza de que el territorio que estaban invadiendo sus hermanos de orden no era una isla como hasta entonces se creía sino una península.11 Las cartas de los primeros misioneros que arribaron a aquellas tierras con la firme determinación de sujetar el territorio y a sus pueblos al cetro español, así como a la iglesia católica, no tardaron mucho en ser publicadas, toda vez que daban cuenta desde la perspectiva del que ya había estado en ellas, del estado físico del territorio, del semblante, actitudes, conductas y disposiciones de los Pueblos nativos que iban a comenzar a ser sometidos a la cristiandad y con lo cual entrarían de lleno al mundo de tratos y contratos con los españoles y el resto del mundo. Quizá lo anterior explique en buena medida la positiva recepción que tuvieron las cartas publicadas de los primeros misioneros, como fueron las de Salvatierra y las del padre Piccolo.12 11

El padre Venegas expresaría esta diferencia de la siguiente manera: “Puede asegurarse con toda certeza, que hasta los principios de este siglo (XVII), nadie penetró en lo interior de la California y por consiguiente nadie pudo dar razón de sus calidades, sino guiados solamente por aquello poco que observase en las costas. Con todo eso, el deseo de recompensar con grandes y extrañas noticias el desconsuelo que producían las desgracias de las empresas para su conquista, avivado por aquella satisfacción que causa la suspensión y admiración de los oyentes, en quien refiere haber sido testigo de vista de extrañas novedades, hizo que muchos lograsen la ocasión de hacerse plausible, amontonando fábulas, al volver desairados de las exploraciones. Como éstas fueron tan repetidas, hubo lugar para que pudiesen pujarse unos a otros, empeñados los últimos en añadir algo más asombroso que lo referido por los primeros, sobre el seguro de no poder ser fácilmente desmentidos”. Miguel Venegas, Noticias de la California y de su conquista temporal y espiritual, 3 vol., México, Editorial Layac, 1943-1944, vol. I, pp. 41-42. 12 Juan María de Salvatierra, Copia de cuatro cartas de el padre Juan..., Imprenta de Juan Joseph Gillen Carascso, 1698, reproducidas y edición facsimilar en Loreto, capital de las Californias. Las Cartas


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Desde la circulación de aquellas cartas no dejó de correr información sobre aquel territorio y sus Pueblos. En aquellas misivas impresas encontraremos el establecimiento de los principales paradigmas de la conquista espiritual, esto es, que ésta se realizó en forma por demás rápida, sin violencia y sin resistencia por parte de los conquistados.13 Ninguno de nosotros podría esperar otra forma de escribir en esos momentos donde, justamente, lo que había que hacer era alentar la obra misionera, que si bien podría verse restringida por cuestiones materiales propias de la empresa conquistadora: escasez de recursos para financiarla, como por las propias características del territorio que se estaba conquistando; no podía decirse o aceptarse de la misma manera que hubiese una resistencia activa e intolerante de los que iban a ser sometidos a “la palabra del único dios verdadero”, ya que este último por medio de la Virgen María estaba actuando para hacer realidad el mandato que él mismo había establecido para toda la humanidad. 14 Fundacionales de Juan María de Salvatierra, estudio introductorio de Miguel León Portilla, Universidad Autónoma de Baja California, 1997, 127 pp.; y F. Francisco María Piccolo, S.J., Informe del Estado de la Nueva Cristiandad de California, 1702 y otros documentos, edición, estudio y notas por Ernest J. Burrus, S.J., Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1962, 418 pp., ilus., mapas. 13 Esta parte la he analizado en el trabajo “La conquista espiritual de las Californias...” 14 Por ejemplo veáse la primera carta de Salvatierra en donde escribe: “Fuimos asaltados en un tiempo de cuatro naciones por cuatro lados de nuestra trinchera, y peleando desde medio día hasta ponerse el sol, finalmente, con el favor de María quedaron vencedores estos (o sea él y su hueste militar) pobres conquistadores”, op. cit., pp. 87-88. En la carta al padre Juan de Ugarte escribió: “Ha obrado la Señora de Loreto grandes maravillas en el viaje de la goleta y de la lancha Y aquí, de suerte que toda la gente de mar que viene en ellas le llaman el viaje de los milagros, habiéndose visto perdidos muchas veces... pero invocando a nuestra señora de Loreto, quedaron libres”, (Ibidem, p. 95). Otras expresiones más se pueden citar


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Tener en las manos y a la vista esas narrativas de vida de los misioneros y de su obra de conquista no era más que el establecimiento de noticias y hechos que se podían considerar como más apegados a las realidades; pero en modo alguno y por edificantes que resultaran, o quizá por ello mismo, establecían la coherencia y explicación de todo lo sucedido u ocurrido dentro de un esquema mayor de explicación, que terminara validando tanto lo narrado como las acciones llevadas a cabo. Las cartas y diarios eran invocaciones y referencias concretas pero faltaba estructurar esos dogmas primordiales en la suc esión de los hechos tanto locales como universales para que se cumpliera otra de las características de la acción cristiana universal, tal y cual ya lo notó hace mucho tiempo Marc Bloch.15 Lo anterior no quiere decir, ni para aquellos tiempos ni para los nuestros, que aquellas cartas, diarios e informes hayan pasado, para decirlo de algún modo, a un segundo término. Todo lo contrario. Todo ese material édito o inédito que se iba generando durante la conquista espiritual se fue constituyendo en el corpus documental necesario e indispensable para la formación de la tan anhelada historia escrita. Así los alientos por lo menos intelectuales para la redacción de una historia local –además de los que se puedan argumentar como consecuencia de la propia adscripción a la prédica universal del cristianismo y sus consecuencias dentro de la orden de como “quiso la Virgen tomar posesión de esa su bahía”; “lo que me consuela mucho es ver como la palabra de Dios va entrando, como la lluvia en la tierra” (ibidem, p. 105). “Y quiso la Virgen Santísima pagar el buen afecto de estos pocos soldados cristianos de no desamparar sus tierras” (ibidem, p.117), y termina diciendo: “Esto es cuanto puedo referir de lo sucedido hasta ahora. Y así aliente Vuestra Reverencia a los fieles cristianos, en especial a los liberalísimos republicanos de la imperial ciudad de México, para que nos socorran en estos primeros años para la fundación permanente de la santa fe en este reino, declarado por reino de María, siendo ella la conquistadora y juntamente pobladora” (ibidem, p. 121). 15 Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiar, México, FCE, 1996, p.144.


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los Jesuitas–16 estaban puestos en las cartas publicadas, junto con otros materiales no necesariamente impresos. Los trabajos de Venegas-Burriel y de Clavijero dan una clara muestra de lo que venimos diciendo cuando refieren los materiales de que se valieron para sus noticias o historias, así como de la propia utilización que hicieron de algunos de ellos para validar sus propios asertos.17 16

Recuérdese tan sólo, para entender esta última frase, la expulsión de los jesuitas de todos los territorios de América y sus motivaciones. 17 Cfr. lo dicho por el padre Burriel en el prólogo de Noticias de la California y de su conquista temporal y espiritual, hasta el tiempo presente, Madrid, en la imprenta de la viuda de Manuel Fernández, y del Supremo Consejo de la Inquisición, 1757. Allí se lee: Documentos de que se valió Venegas: “varias relaciones, escritas por el venerable padre Juan María de Salvatierra, padre y fundador de la misión califórnica. Otras de los padres Francisco María Piccolo y Juan de Ugarte, primeros misioneros. La Historia manuscrita de las misiones de Sonora por el P. Eusebio Francisco Kino. Un diario de D. Esteban Rodríguez Lorenzo, primer capitán del presidio califórnico. Los autos y papeles sobre la California, archivados en la Secretaría del Superior Gobierno del virrey de México. Muchas cartas de los misioneros de la California a diferentes sujetos en diversos años. Los papeles de la Procuraduría de la misión de California en México. Y finalmente los apuntamientos y memorias, que el padre Sigismundo Taraval, hábil misionero de la California, recogió desde el año de 1732 de orden del padre Juan Antonio de Oviedo, provincial de Nueva España, para la formación de la Historia de la California” (p. 18). Documentos de que se valió Burriel: “Muchos de estos papeles se hallan duplicados en el Archivo de la Procuraduría General de Madrid, donde también hay otras muchas relaciones, testimonios, cartas, informes, copias de las consultas, cédulas reales y otros documentos sobre la California. De todos estos materiales auténticos y sinceros, se ha compuesto con el candor y verdad debida la presente Noticia, ayudándonos también de los libros y autores, que en ella van citando. De los apéndices añadidos en la parte IV damos en ella particular razón” (p. 19). Para una edición “reciente” véase la de México, Layac, 1943, 3 vols. Las palabras de Clavijero no son muy distintas. Cfr. su prefacio a la Historia de la California, en Francisco Xavier Clavijero, Historia de la


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Así la escritura de una historia local de las Californias se inicia cuando se sabe que ya están totalmente consolidadas las misiones establecidas en aquel territorio y se piensa y siente que ya hay suficiente material para difundir aquella obra, o cuando hay que corregir las deficiencias e inexactitudes. Por desgracia hasta el momento no tengo juntos ni presentes los materiales que den cuenta del por qué se le encomendó al padre Miguel Venegas la escritura de dicha historia o compendio histórico. Burrus ha publicado algunas cartas del padre Burriel en donde se da cuenta que estaba trabaja ndo el escrito de Venegas. Inclusive en una de ellas queda claro que se queja un tanto de la forma en que Venegas recopiló y sistematizó la información concerniente a los reinos de la naturaleza y de los animales. Hay otros datos que son importantes para la reflexión, sin embargo ni las cartas editadas por Burrus ni el análisis que hace de la correspondencia de Burriel con provinciales mexicanos de la orden de los jesuitas y otras cartas, dejan del todo Antigua o Baja California, México, Porrúa (Sepancuantos, 143), 1975. De manera diferente dice que actuó el padre Juan Jacobo Baegert que señala “no haberse valido de ningún libro..., sino que se ha servido sólo de su experiencia”, Cfr. Noticias de la Península Americana de Califo rnia, por el Rev. Padre Juan Jacobo Baegert, con una introducción de Paul Kirchhoff, primera edición española, traducidas directamente de la original alemana, publicada en Mannheim en 1772 por Pedro R. Hendrichs, México, Antigua librería Robredo de José Porrúa e Hijos, 1942, 262 pp., p 5. Un ejemplo de utilización de esos documentos escritos pero no impresos como tales lo tenemos en cartas del padre Kino y en el diario de Fernando Consag, que a pesar de no haberse publicado en su tiempo fueron utilizados por el padre Ortega en Apostólicos afanes de la Compañía de Jesús, Barcelona, España, imprenta de Pablo Nadal, 1754, Cfr. edición Layac, 1944. Para tener más información sobre este part icular se recomienda el libro de Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, El norte de México, documentos sobre las misiones jesuíticas, 1600-1769, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM (Documentos, 18), 1986. También debe verse Eusebio Francisco Kino, Las misiones de Sonora y Arizona, “favores celestiales” y Relación diaria de la entrada al noroeste”, México, Porrúa (Biblioteca Porrúa, 96), 1989.


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claro los motivos por los que uno y otro se dieron a la tarea, el primero de escribir Empresas apostólicas de los padres misioneros de la Compañía de Jesús de la Provincia de Nueva-España, obradas en la conquista de Californias, etcétera y el otro de corregirla y enmendarla hasta publicarla bajo el título de Noticias de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente, sacada de la historia manuscrita, formada en México año de 1739 por el padre... , de la compañía de Jesús; y de otras Noticias y Relaciones antiguas y modernas.18 Pero si bien no podemos construir certezas como las que reclamamos con las cartas de Burriel, por lo menos si podemos advertir de su lectura que, por aquellos años en que sostenía su correspondencia, después de la cuarta década del siglo XVII, le hace ver al padre Francisco Ceballos que en Europa por ese tiempo se estaban publicando historias elaboradas por jesuitas y que tenían que ver con Canadá, la isla de Santo Domingo, del Japón, China tartaria Chinesa.19 Por lo cual lo instaba a que le enviara documentos que permitieran continuar con la corrección de la de Venegas. No lo dice Burriel, y Burrus señala una fecha posterior, 1756, para la obra El cristianismo feliz en las misiones de los padres de la Compañía de Jesús en el Paraguay, que debió haberse estado preparando a finales de la tercera década del siglo que venimos refiriendo o a lo más a los principios de la siguiente ya que su primera edición apareció en Venecia en 1743, según apunta Alberto Armani. 20 Todo lo antes dicho valga para señalar que había una labor febril entre los misioneros jesuitas del siglo XVIII por escribir historias locales; tanto porque habían consolidado en casi todo el globo terrestre su labor de conquista espiritual, 18

Op. cit. Por lo que hace a las cartas de Burriel véase Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga, El norte de México, documentos sobre las misiones jesuíticas, 1600-1769, pp.67-82 y apéndice IV. 19 Idem, p. 68-69 20 Alberto Armani, Ciudad de Dios y Ciudad del Sol. El “Estado” jesuita de los guaraníes (1609-1768), México, FCE, 1982, p. 10.


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como porque ya contaban con la información suficiente de la misma y por último porque es muy probable que hayan considerado que con dichas publicaciones contrarrestarían la percepción que muchos hombres de ambos continentes tenían de ellos, en el sentido de ser una élite adinerada y educada, dedicada más a los arreglos políticos en las cortes que a la labor misional. 21 Hay que hacer notar que el epíteto de noticias, con el que se inicia el título de la obra –que por razones de composición y edición se puede mencionar como– de Venegas-Burriel, quería decir tanto, por aquellos años, como historia, y así se nota en su composición y en el parecer que dio el padre Bernardo Lozano Vélez para justificar su publicación. 22 21

Para el ambiente de esa época recuérdese lo escrito por Edmundo O´Gorman en la Crisis y porvenir de la ciencia histórica en México, México, Imprenta universitaria, 1947: “El gran Gibbon, por su parte, declara que escribió su celebrado Decline and Fall of the Roman Empire (1776-1788) como amonestación a las edades del futuro de lo que fue el ‘triunfo de la barbarie y de la religión’. Este libro es piedra angular de la visión hoy todavía muy vigente de la Edad Media como the dark ages, y es, en definitiva, un gran escrito polémico contra el cristianismo y señaladamente contra el catolicismo”, p 55. Además puede verse lo dicho por David A. Brading, Orbe indiano, de la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México, FCE, 1991, p. 190. 22 Dicho jesuita escribió: “De orden de vuestra señoría he visto la Historia de la California, sus Misiones, y Espiritual Conquista, que desea dar a luz la Provincia de la Compañía de Jesús de NuevaEspaña: y no sólo no hallo en ella cosa alguna opuesta a nuestra Santa Fe, buenas costumbres, ni a las regalías de Su Majestad, sino que juzgo, que será muy provechosa, útil, y agradable su leyenda. Agradable, por que encontrarán en ella los lectores muchas gustosas noticias, que hasta ahora no sabía el público. Útil, porque con las relaciones, mapas y cartas, que trae de navegaciones nuevas, rumbos y descubrimientos, hasta aquí ignorados, se hallan diferentes averiguaciones, que deseaban los eruditos con ansia, que se hiciesen. Provechosa, porque en los oportunos lugares de su narración, trae entretejidos tales y tantos casos de edificación, que a los


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Este primer libro de historia regional, a pesar del éxito que se dice alcanzó en Europa, no satisfizo a los jesuitas que fueron expulsados de los territorios americanos; así que el padre Juan Jacobo Baegert, queriendo hacer valer su experiencia y largos años que paso en la misión de San Luis Gonzaga, publicó en alemán otras Noticias de la Península Americana de California, en la ciudad de Mannheim en el año de 1772. 23 Clavijero señaló que no pudo consultar este nuevo texto californiano y dado que sentía que la obra de VenegasBurriel no estaba del todo actualizada y que carecía de otros tantos datos que él pudo reunir durante su estancia en Bolonia, sobre todo a partir de las pláticas y materiales que le proporcionaron los también jesuitas Miguel del Barco24 y Lucas Vetura, se dio a la tarea de escribir una historia de las Californias que fue publicada en Venecia cuatro años después de que él ya había muerto. Podemos decir que al finalizar el siglo XVIII, por modestos que hubiesen querido ser Venegas-Burriel y Baegert, sus ánimos y empeños estuvieron encaminados a recabar información o revivir sus experiencias, para confeccionar, celosos de la propagación de nuestra Santa Fe católica, hace con ellos visibles aquella continuada serie de medios, y de circunstancias, con que en todas edades, y tiempos sabe la Divina Providencia ir agregando a la verdadera religión, nuevos hijos, que acrecienten las reclutas de escogidos y predestinados” (p. 7). Por su parte Clavijero apuntó sobre el libro que nos estamos refiriendo que salió éste con el modesto título de Noticias.... porque aquel docto español (Burriel) no creyó tener los materiales necesarios para una historia; pero el traductor inglés, imitado después por el francés y por el holandés, la intituló Historia natural y civil de la California, Londres, 1759, cfr. p. 1. 23 Op. cit. 24 El escrito de este jesuita lo publicó y editó Miguel León Portilla bajo el título de Historia natural y crónica de la antigua California, adiciones y correcciones a las noticias de Miguel Venegas, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1973.


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armar, elaborar y difundir historias particulares, circunscritas a un solo territorio. En estas tres historias regionales encontramos, como en casi todas las que se escribieron en la Nueva España o inclusive en la metrópoli, ya fuesen de territorios restringidos y que hoy diríamos regionales25 o las que se dedicaron a las grandes reflexiones teológicas o a las de los llamados grandes imperios,26 intenciones entremezcladas y por cierto no eran muy originales.27 25

Pienso por ejemplo en Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre gentes las más bárbaras, y fieras del nuevo orbe: conseguidas por los soldados de la milicia de la Comp añía de Jesús en las misiones de la Provincia de Nueva España, refiérense así mismo las costumbres, ritos, y supersticiones que usaban estas gentes: sus puestos, y temples. Las victorias que de algunas de ellas alcanzaron con las armas los católicos españoles, cuando les obligaron a tomarlas. Y las dichosas muertes de veinte religiosos de la Compañía, que en varios puestos, y a manos de varias Naciones, dieron sus vidas por la predicación del Santo Evangelio, ed. facsimilar, estudio introductorio, notas y apéndice de Ignacio Guzmán Betancourt, México, Siglo XXI editores, 1992. 26 Me refiero a obras como la de fray Toribio de Benavente o Motolinía, Historia de los indios de la Nueva España, estudio crítico, apéndices, notas e índices de Edmundo O´Gorman, México, Porrúa, 1969; fray Juan de Torquemada, La Monarquía Indiana, 7 vol., México, UNAM, 1975, o fray Bartolomé de las Casas, Apologética Historia Sumaria, 2 vol., edición preparada por Edmundo O´Gorman, con un estudio preliminar, apéndices y un índice de materias, México, UNAM, 1967. 27 En el texto que sigue, el lector avezado en los temas que refiero podrá encontrar que me estoy refiriendo a lo que ya ha quedado más o menos establecido entre los historiadores que se han dedicado a dilucidar la interpretación de los principales escritores de las llamadas historias de la Nueva España y que aparecen por lo menos y en forma general en los siguientes libros: Edmundo O´Gorman, Cuatro historiadores de Indias, México, SEP (SepSetentas), 1972; Luis Villoro, Los gra ndes momentos del indigenismo en México, México, El Colegio de México, 1950; Silvio Zavala, La filosofía política en la conquista de América, México, FCE, 1977; John L. Phelan, El reino milenario de


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No sería una inferencia apresurada ni insensata señalar que dicha elaboración, como otras tantas que se hicieron en la Nueva España, se sustentaba en los criterios y paradigmas de la llamada cultura occidental de la Edad Media y aun del renacimiento europeo. Durante dichos periodos se había establecido el principio de que la historia de la humanidad era una y que esta unidad estaba dada porque había un solo Dios Verdadero que creó todas las cosas, terrenales y celestes; todas las cuales tenían asignado su tiempo y su espacio conforme a un plan divino, que sólo era conocido por el mismo creador. Las incertidumbres de los hombres estaban dadas por la ignorancia de esa premeditación exclusivamente div ina, que siéndolo, dejaba “rendijas” abiertas para que los hombres descubrieran sus designios y en consecuencia actuaran bajo los mismos, tanto para su salvación personal como para el incremento de la gloria divina.28 Bajo ese esquema sólo serían dignos de ser tomados en cuenta los que se comportaran en el servicio y gloria de ese Dios único, omnipresente y omnipotente. Los que no estuviesen dentro de esas creencias y consecuentes formas de vida serían tratados como gentiles, apóstatas, herejes, infieles, bárbaros o salvajes, faltos de la gracia de Dios. Cualquiera que haya sido el calificativo que se usara, además de las implicaciones jurídicas, quería decir tanto como que estaban

los franciscanos en el nuevo mundo, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1972; Robert Ricard, op. cit.; David A. Brading, op. cit. Mención aparte merece el libro de O´Gorman La invención de América. El universalismo de la cultura de occidente, México, FCE, 1958, sobre todo en su capitulo “Revisión histórica”, donde plantea las grandes líneas interpretativas en que se movía la cronografía medieval y la historiografía renacentista. 28 Cfr. Phelan, op. cit., sobre todo el primer capítulo: “La monarquía universal de los Habsburgos españoles”. Por otra parte los escritos de Motolinía, Las Casas, Torquemada, Acosta, etcétera, son muy elocuentes en esta prédica.


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totalmente fuera de la historia de la humanidad y por lo cual muy poco tenía que contarse de ellos. La anterior afirmación debe matizarse en algunos casos. Para algunos cronistas de la primera época de la conquista, ese expreso criterio quedó nítidamente expuesto por los jesuitas que escribieron noticias o historias de las Californias, tal y cual se puede ver en el siguiente texto del padre Baegert: Debido a la excesiva aridez del país, a su estrechez y a su muy reducido número de habitantes, los californios, ni aun aquéllos que hablaban una misma lengua, han podido establecer, entre sí, un CORPUS NATIONALIS o verdadera república, sino que siempre han vivido aislados en grupitos muy reducidos, habitando, como en una larga sarta de Sur a Norte, muy distintamente los unos de los otros, sin autoridad, sin comercio y sin ninguna comunicación entre sí, con la única excepción de las vistas entre vecinos inmediatos. De igual manera como hay que decir muy poco, en lo particular, de lo que puede ocurrir en cada una de las –como quien dice– familias; así hay también muy poco o nada de notable de qué informar con respecto a todos los californios en conjunto. Igualmente, poco ha de apuntarse aquí de ellos en cuanto pudiera servirnos de edificante, porque los frutos que se alcanzaron, concuerdan poco con el empeño y las fatigas prodigadas y habidas; la causa de lo cual hay que imputarla en parte y no sin justificación, al carácter de este miserable país. No costó mucho trabajo inducir a los californios ha dejarse bautizar, después de haberlos enseñado en el catecismo; tanto más fácil fue, porque no tenían otra religión opuesta a la cristiana; pero para poner en práctica lo que habían prometido en el bautizo, para esto no era suficiente, entre la mayoría de ellos, ningún esfuerzo humano.29

En dicha apreciación y juicio queda perfectamente establecido el lugar que les asignaron los jesuitas a los Pueblos nati29 Baegert, op. cit, p. 6. No es de menor importancia lo dicho por los padres Venegas-Burriel y por ello al final de este pequeño ensayo se introduce el capítulo VI. Por lo que hace a Clavijero, en este tipo de conceptuación ya lo hemos tratado en un trabajo anterior: “Sociedades prehistóricas históricas”.


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vos dentro de lo que iba a ser la narrativa de sus historias y consecuentemente de la historia Universal: simples objetos sin historia, a lo sumo potenciales conversos con posibilidades de integrarse a la historia necesariamente y exclusivamente de los pueblos cristianos. Sus tiempos anteriores no eran más que nefandos recuerdos de los engaños y argucias de Satanás.30 Así encontraremos que, en estas historias locales de Las Californias, para marcar algunas diferencias con otras que se escribieron en la Nueva España,31 los seres humanos y la naturaleza toda fueron convertidos en objetos, en simples receptáculos o posibilidades de vidas futuras, mientras que los jesuitas y sus obras eran los sujetos dinamizadores de la realidad y, en este sentido, posibilitadores de la propia historia.32 30

Esa no es una postura nueva para la historia de la llamada Nueva España. Phelan arroja cierta luz sobre esto en su capítulo III, op. cit. Por su parte Luis Villoro en Los grandes momentos... después de recordar las consideraciones que hiciera Sahagún sobre el pueblo azteca, termina indicando: “América queda así incluida en la universal historia del género humano. Su primera entrada en la escena universal la presenta en el papel de acusado, de reo contra Dios y contra el hombre... El papel y destino de América en la historia universal quedan marcados por su falta y expiación, por su estado sobrenatural. Su relación con otros pueblos tomará significado sólo dentro de otras más importantes relaciones: su vínculo con Dios” (p. 46). 31 Sigo pensando en La Apologética Historia Sumaria, de Las Casas, en la Monarquía Indiana, de Torquemada, y tantas otras que sería imposible enumerar aquí. 32 Cfr. el decir por ejemplo de Clavijero: “También habría omitido los elogios de algunos misioneros, que se hallarán en esta obra, si no los exigieran las leyes de la historia, la justicia hacia ellos y la fidelidad para con el público; porque ciertamente no sé cómo pueda escribirse la historia imparcial y sincera de cualquier país, sin alabar a aquéllos a quienes se debe cuanto bueno hay en él. Si hoy es adorado en casi toda la California el Redentor crucificado, que antes no era conocido en ella; si aquella península en que no se veía más que salvajes, desnudos, desenfrenados y embrutecidos, es ahora habitada por ciudadanos bien educados y de buenas costum-


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Ese era pues el andamiaje intelectual, los preceptos historiográficos, diríamos hoy en día, de los cuales partieron aquellos hombres de letras para elaborar sus historias. Lo anterior entonces explicaría porqué Venegas-Burriel, Baegert y Clavijero dejaron bien claro en sus textos y, en orden de prelación, la ubicación y descripción del espacio natural donde se desenvolvió el drama, no el de la conquista militar o espiritual como había sucedido en otras regiones de la Nueva España, sino el de las formas de vida que practic abres...” (p 6), op. cit. Este sentir era general entre las órdenes mendicantes, por ello permítasenos referir otra parte del dictamen que hiciera el padre Bernardo Lozano que ya referimos en una nota anterior: “Esta dichosa suerte les cupo a los Indios Californianos, reducidos a la Fe por la predicación de los Jesuitas, que hacen ver en sus Reducciones, como en las demás de la América, que se logran por su medio, un diseño y un remedo, (digámoslo así) de lo que en tiempos de los Sagrados apóstoles se practicaba en la Primitiva Iglesia, en la cual, la claridad, y curación de los fieles, hacía que se proveyesen de sustento a los desvalidos y necesitados. Porque para mantener a los indios gustosos y contentos en la nueva religión que recibieron, no sólo les predican e instruyen en la fe y buenas costumbres y los aficionan y enseñan una buena sociedad y policía, sino para que nos les falte con qué mantenerse, a los que nada tienen, hacen que se empleen en el laborío y cultivo de las tierras a todo el pueblo en común; y que con los frutos que producen, no sólo se mantengan dichos operarios, en vez de estar ociosos y hambrientos, más también los niños, ancianos, enfermos e impedidos; y en años de carestía, otro cualquiera del pueblo que lo necesita, porque saben los indios del pueblo, que del Pocoto o Pocitos del común les han de dar de cierto, lo que necesitan los indios fiscales, que los cuidan y llevan la cuenta y razón de lo que dieron y a los que lo dieron, para que ninguno se vea precisado a ir a buscar a otra parte que comer con riesgo de entibiarse en la Fe o buenas costumbres. Y así se repara bien en la Historia, todo esto y mucho más lo da a entender, aunque en bosquejo, con el bello estilo lacónico, corriente, claro y sin afectación con que está escrita. Por todo lo cual la juzgo digna de la Prensa y de que vuestra señoría dé su licencia para que la imprima” (p. 7-8). Cfr. Venegas, op. cit.


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ban los pueblos y comunidades autóctonos, para luego dar paso a las historias, en plural, no por las diferencias sino porque mucho tienen que ver con las vidas de cada uno de los misioneros.33 Ya hemos dicho que esos esquemas y formas de escribir en sí no eran nuevos. Quizá la novedad y la distancia se encuentren en el énfasis y subsecuente desarrollo de los pla nteamientos y observaciones primarias de los franciscanos; el llevarlas mucho más lejos en forma radical, como hemos visto, con lo cual se acentúa muchísimo más la labor misional de los jesuitas, aunque ello quede más o menos oculto tras las secuencias que plantean las historias.34 Tan es cierto lo anterior que por ejemplo Robert Ricard se duele de los intentos comparativos entre el periodo misional franciscano en la primera mitad del siglo XVI con el de los jesuitas en tierras californianas.35 Si más de un historiador en nuestros días puede llegar a pensar en el establecimiento de tal analogía, podría resultar que ella no estuviera del todo ausente, inducida por quienes 33

En un puro recuento de páginas hoy impresas de cualquiera de esos tres libros uno termina percatándose de que mucho menos del 30 por ciento de cada uno de ellos está dedicado a la naturaleza y a los pueblos y comunidades nativas y que el restante 70 por ciento de sus noticias o historia está dedicado a la presencia española y a la gesta misionera que son propiamente las presencias actuantes que permiten la existencia de una historia. 34 Se inician con una descripción de la geografía, luego vienen algunas descripciones de plantas y animales propios de la tierra y el mar, y de las que se aprovechan o se sirven los hombres para su diario mantenimiento como se diría en aquel entonces. Después pasarán una breve revista a los seres humanos que habitaban dicho territorio y luego, lo más de lo escrito y publicado se dedicó a prolijas narrativas de la gesta misionera, sin que por ello se omitiesen o dejasen de lado las anécdotas de los intentos militares por conquistar aquel brazo de tierra que desde los tiempos de Cortés era una posibilidad deseada aunque postergada. 35 Cfr. op. cit. pp. 35 y 36


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escribieron esos textos, que querían ser narrativas de historias creíbles y no puras apologías de las hazañas y padeceres de los misioneros.36 El género narrativo de la historia regional que impusieron esos tres jesuitas no sólo marca la existencia de objetos y sujetos sino también los sentidos y las posibilidades tanto materiales como de narrativas que por obvias razones, hay que decirlo, no son más que la extensión de una historia de la Nueva España y consecuentemente de la universal preconcebida.37 Antes de ellos no hay ni una ni otra. No sólo faltan realidades dignas de ser historiadas sino también memoria del pasado entre aquellas gentes. Esta ausencia es algo que repiten y de lo cual ellos mismos dicen dolerse, y no por lo que hubiera implicado para los pueblos, sino para los mismos misioneros.38 36

La obra de Pérez de Ribas puede ser un referente de esa narrativa que cayó en desuso en el siglo XVIII por edificante que resultara. Hay muchos más ejemplos de este tipo, ahora sólo recuerdo el de fray Matías de Escobar, Americana Thebaida, primera versión completa, prólogo de fray Nicolás P. Navarrete, Morelia, Michoacán, 1970. 37 Cfr. lo escrito por Miguel León Portilla en el estudio introductorio a Clavijero, p. XII. 38 En las narrativas de los tres hay párrafos completos donde se muestran inclusive dolidos por la ausencia de memoria. Por eje mplo el padre Venegas escribió: “No se ha encontrado hasta ahora, que los californios hayan sabido el artificio maravilloso de las letras, con las cuales hablamos a los ausentes, y con que pueden conservarse las memorias de los siglos pasados” (op. cit., p. 67). “El uso de las letras en los californios sería un hallazgo de mucha consecuencia, para rastrear si pasaron o no del Asia al continente que hoy pueblan las naciones americanas, antes o después de la invención de los caracteres en Asia y en Europa y para conjeturar a qué raza de las gentes conocidas pudieron pertenecer los primeros pobladores. Los californios son los más vecinos al Asia de todos los americanos en lo descubierto y reconocido... Pero por lo que toca a los californios, si alguna vez tuvieron semejante modo de perpetuar sus memorias, lo perdieron del todo, sin haber hallado entre ellos más que aquellas tradiciones débiles, que pasando de


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Liberados de los testimonios de pasados complejos ampliamente constatados, a diferencia de lo existente en lo que los mismos misioneros llamaban imperio azteca y peruano, su discurso histórico se impuso como realidad total irrefutable. Siendo pues la realidad precaliforniana una extensión de la ocurrida en el macizo continental precortesiano, 39 así como de la obra misional, es fácil comprender que descripciones y apreciaciones de uno y otro lado se transmutaran dentro de las narrativas con la misma facilidad con que se pensaba que la historia era sólo una. Por cuanto a la acepción genérica que se usó para identificar a todos los pueblos y comunidades que diferían de las formas de vida que llevaban los que estaban inmersos en los llamados imperios (Azteca y Peruano, en donde no deja de haber grandes silencios), o eran bárbaros y salvajes, o simplemente se les denominaba Chichimecas, que de una u otra manera, para el caso de la Nueva España, quedaron perfectamente estereotipados a partir de la llamada guerra del Mixtón y de las campañas de conquista hacia el norte de los territorios de la Audiencia de la Nueva España.40 En ese mismo sentido de extensión histórico-natural hay que ubicar los trabajos de evangelización sobre las comunidades y Pueblos nativos y su incorporación a la vida cristiana. Esto último quiere decir su inmersión en la única historia padres a hijos por sola la viva voz, se desfiguran de unos en otros con facilidad. No conservaban noticia alguna del paraje determinado, de donde vinieron a poblar la California” (op. cit., p. 68). 39 Sirvan estas acepciones para identificar tierras y pueblos no sujetos a la acción de grupos conquistadores venidos de fuera de la propia península o del continente. 40 Véase Philip Wayne Powell, Capitán mestizo: Miguel Caldera y la frontera norteña. La pacificación de los chichimecas 1548-1597, México, FCE., 1980. Ese fue el estereotipo, esto es, la media, pero podía haber pueblos que todavía estuvieran por debajo de ese nivel, tal y cual sucedió con los denominados genéricamente como californios, véase Clavijero, Venegas, Baegert .


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universal concebida por los conquistadores, esto es, la cristiana que tiene el derecho y la obligación de universalizarse en acción y en todas direcciones. Lo que los otros, los nativos, pensasen, sintiesen, recordasen o tuviesen de propio en sus trabajos y formas de relacionarse socialmente, poco les importó a los misioneros y a su hueste militar porque de suyo, todas esas prácticas y sus derivados intelectuales y espirituales estaban condenadas de antemano como parte de la historia del paganismo y apostasía mundial por la que ha debido transitar toda la humanidad y que sólo servía para recordar aquellas épocas obscuras y de tinieblas donde reinaba el pecado y la desdicha por el desconocimiento del único Dios verdadero. Periodo de tiempo transcurrido que se salvará41 y se iluminará con la nueva prédica y aceptación de la palabra de dios y la subsunción en las formas de vida cristiana. No hay muchos reparos en las distinciones, en las diferencias que debieron existir entre comunidades y pueblos que habitaban y dominaban toda aquella extensa lengua de tierra. Inclusive lo particular y específico para designar a los pueblos o comunidades se fue borrando bajo el “bautismo” genérico de californios.42 Aunque hay que decir que cuando se establecen las mínimas diferencias, como entre Cochimíes, Guaicuras y Pericúes, tiene mucho que ver con el carácter que guardan unos y otros; con ciertas diferencias menores que son claramente visibles entre sus prácticas, y, lo inevitable, entre sus lenguas. Pero aun con estas mínimas diferencias notadas y anotadas, se privilegia al hablar de ellos el término genérico de californios.43 41

El nuevo y promisorio presente redimirá al condenado pasado Cfr., entre otras páginas de Venegas (op. cit., p. 67). 43 Este tipo de inscripción dentro de modelos muy genéricos provocó que aun dentro de las disciplinas antropológicas se les tratara como si verdaderamente fueran pueblos o conglomerados humanos que tenían las mismas prácticas, usos y costumbres. En años recientes las investigaciones arqueológicas han demostrado por me42


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Lo específico queda reservado más bien a la identific ación de lenguas, reconocimiento importante, no tanto por el pueblo sino por los advenedizos misioneros, toda vez que será una realidad sobre la que tendrán que trabajar y aprender para lograr con éxito la conversión de los infieles. Es de llamar la atención, ahí sí como una continuidad de la tradición misionera, el que todo fue rebautizado con la nomenclatura cristiana. Muy pocos lugares se salvaron de recibir otros nombres; parecería que la mentalidad exorcizadora de los conquistadores hubiese intentado borrar todas las señas o identidades paganas. Por ello con el tiempo se fueron omitiendo las designaciones particulares que inteligieron los primeros misioneros, salvo algunos cuantos casos como el de Comondu y Velicata, que no por ello dejaron de recibir los apellidos cristianos, testimonio de su pertenencia a la ecumene cristiana. Sea lo que fuera, queda claro que esas primeras historias regionales, al no ser más que extensiones de otra historia que podía ser la que se estaba llevando a cabo en la Nueva España, que a su vez a fin de cuentas no era más que parte de esa historia universal que ya dios le había deparado a la humanidad toda cuando la creó para su propio servicio y gloria, se fueron simplificando, constriñendo a imágenes simples y edificantes. La propia práctica misionera era de suyo reduccionista porque trabajaba en una sola dirección: la salvación de las almas por medio de prácticas probadas que se aplicaban en forma general, aunque existieran algunos matices de acuerdo con los sexos y edades; pero no hubo indicativos específicos para otra serie de circunstancias que pudieran serles propias o sustantivas a pueblos o comunidades concretas. Así, lo que podríamos llamar los primeros pasos de la historia regional de “las Californias” dentro de la historia dio de las evidencias que dentro de ciertas áreas que se podrían considerar como unidades bióticas, se encuentran diferentes utensilios y rastros de aprovechamiento diferenciado de la naturaleza, lo que hace sospechar que se trataba de distintas tradiciones culturales, si así pudiese llamarse a las diferencias entre unos y otros.


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universal significó la pérdida de las historias propiamente locales precalifornianas. Lo sustantivo, lo específico de ellas, se perdió en un discurso que se presentaba como lógico y natural dentro de la práctica conquistadora y avasalladora de una iglesia que se quería mundializar. Lejos estamos, todavía hoy en día, de habernos separado suficientemente de aquel discurso ecumenicista que se quiso imprimir como realidad; aunque según quieren muchos, cada vez nos encontramos más cerca de aquella anhelada globalidad de la humanidad. Epílogo Lo que vale más en el hombre es su capacidad de insatisfacción. Si algo divino posee es, precisamente, su divino descontento, especie de amor sin amado y un como dolor que sentimos en miembros que no tenemos. José Ortega y Gasset

Después de lo expuesto en páginas anteriores y de este nuevo epígrafe no estaría nada mal que citáramos otro párrafo de Ortega y Gasset para que se entienda muy bien esta última parte. La humanidad, al avanzar sobre ciertos hombres y ciertas obras, no los ha aniquilado y sumergido. No se sabe qué extraño poder de pervivencia, de inexhausta vitalidad, le permite flotar sobre las aguas. Quedan, sin duda, como un pretérito, pero de tan rara condición, que siguen poseyendo actualidad. Esto no depende de nuestra benevolencia para atenderlos, sino que, queramos o no, se afirman ante nosotros y tenemos que luchar con ellos como si fuesen contemporáneos. Ni nuestra caritativa admiración ni una perfección


202 ilusoria y “eterna” hacen al clásico, sino precisamente su aptitud para combatir con nosotros.44

A lo largo del trabajo, el lector constatará una actitud combativa contra los autores que hoy muchos historiadores consideran como clásicos para historiar aquellos pueblos. Pero hay que entender bien. El combate no es contra los jesuitas y su obra misionera, que de por sí era muy suya, muy de su intimidad, muy de sus creencias, convicciones y ofrenda de vida. ¡Quién puede dudar de esos compromisos de vida! Así pues, aquí no cuestionamos la obra misionera ni inclusive sus resultados, ellos tendrán que ser objeto de otros estudios y reflexiones. Lo que aquí se cuestiona y combate es el discurso historiográfico, si así pudiese decirse, o, mejor dicho, la percepción histórica con la que se trató y maltrató a los pueblos que habitaban y dominaban por varios cientos de miles de años aquella extensa porción de tierra. El combate frontal no es tampoco y por sí solo contra los estereotipos, paradigmas, verdades, analogías y forma discursiva que ellos impusieron sobre aquellas realidades, sino contra la forma acrítica en que todo aquello es mantenido por las siguientes generaciones de historiadores, hasta alcanzar a muchos de nuestros contemporáneos. Los estereotipos, paradigmas, valoraciones, analogías y formas discursivas se han mantenido como tales, más por la repetición irreflexiva que por la crítica interna de la propia documentación. La verosimilitud del discurso y sus contenidos se pretenden hacer vigentes a fuerza de machacarlos hasta el cansancio y la saciedad, nunca por el desmenuzamiento de su lógica interna. Tal discurso tuvo que ver tanto con las posibilidades de su actuación en los momentos en que llevaban a cabo su labor misional, como con la justificación que requerían ante el resto de la humanidad no sólo de su tiempo sino también del porvenir. 44

G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid, Revista de Occidente, 1974, p.16.


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Así los jesuitas establecieron un discurso con precedentes y consecuentes, en el que se tramó más una exposición verosímil, que reflejos más o menos apegados de las realidades premisionales, para denominarlas de alguna manera. Los “hechos” y circunstancias que presentan los jesuitas apuntan más a justificar su acción misionera que a intentar entender o explicar las realidades que les antecedieron. Su acción misionera era realmente lo importante, el resto, las realidades premisionales podían ser adulteradas, tergiversadas o mal entendidas porque a fin de cuentas no servirían más que como un telón de fondo, una parte accesoria o de multitud de accidentes que para bien o para mal permitía su accionar. Las realidades fácticas premisionales podían desdibujarse, adulterarse o inclusive negarse, porque de cualquier forma no afectaba en nada su construcción discursiva y sus prácticas cotidianas. De una u otra manera las realidades tenían que apegarse a sus acciones y si no, pobres de aquellas realidades. Esa fue una manera y forma de actuar que indiscutiblemente tenía que ver y estaba totalmente inmersa en la tradición cultural a la que los propios misioneros pertenecían. ¿Quién hoy en día pudiera regatearles o exigirles actitudes contrarias a esos patrones culturales? ¿Quién se puede pelear con los muertos por lo que creyeron, pensaron y actuaron? El combate con los muertos es de necios, no así el que se lleva a cabo con los vivos. Muchos vivos, por razones que no viene al caso exponer aquí, insisten en mantener presentes y actuantes los discursos y documentos producidos por los misioneros jesuitas de la manera más irreflexiva y de una forma totalmente repetitiva. Los historiadores que actúan así sólo persiguen mantener como “verdades” lo que en su tie mpo fueron discursos que propiciaban la verosimilitud en el entramado de la lógica discursiva con los actos que se practicaban. Pero donde a final de cuentas, y pese a que se dijese que se perseguía contar, narrar o exhibir la historia de aquellos habitantes, lo que menos se hizo fue justamente eso.


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Sin embargo, esa lógica y sus contenidos no resisten hoy en día la propia crítica interna, no sólo por las visiones y exigencias que impone nuestro tiempo, que mucho tienen que ver con las nuevas circunstancias en que nos hallamos como humanidad –de por sí muy distinta a la de los tres siglos de coloniaje español–, sino por las circunstancias de nuestra redimensión como país o como proyecto de nación; también por la franca refutación que hacen los vestigios de realidades que quedaron sepultadas bajo tierra que acumula tan sólo el tiempo meteorológico. Hoy las investigaciones arqueológicas, etnográficas, lingüísticas e historiográficas ponen a la luz pública pueblos y sociedades mucho más complejos, dinámicos, poseedores de múltiples capacidades intelectuales y morales para enfrentar a la naturaleza y a sus propias creencias, para seguir adelante con sus propias historias. Pero ellas fueron cortadas y negadas de tajo. Aún en la actualidad se sigue repitiendo que aquellos pueblos tuvieron prehistoria, no historia; que eran prehistóricos, no históricos; que eran tribus y no pueblos; que hablaban dialectos, no idiomas; que eran elementales o muy simples, no complejos o dinámicos; que vivían como animales porque recolectaban y cazaban, etcétera. En fin, el sistema valorativo que impusieron los jesuitas sigue en pie como verdades absolutas, aun entre quienes han comenzado a mostrar y exhibir que el mundo que se desentierra, el que está por debajo de densas capas de tierra o de discursos construidos bajo la lógica de la acción, exhibe o sugiere por lo menos otros mundos u otras formas que no están descritos o percibidos por quienes dijeron que trataron de ellos. El combate hacia ese discurso se da porque siguen presentes y casi intactos los paradigmas que lo sustentaron, así como las valoraciones, analogías y “verdades” que los jesuitas establecieron; eficacia de verosimilitudes y de convencimiento que está constatada en el discurso de muchos de los actuales historiadores.


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El establecimiento de “la verdad” a partir del autoconvencimiento de lo que se predica y siente, es sin duda una parte de lo que explica el éxito en el mantenimiento de una sola prédica y predicado sobre aquellos pueblos. Al paso del tiempo, se constituyó en el discurso de autoridad, el único verdadero. Pero ahora, visto a la luz de la crítica documental y de su confrontación con las huellas materiales de los antiquísimos pasados de aquellos pueblos, sólo exhibe la prédica preestablecida por los misioneros jesuitas, cargada hasta la saciedad de centrocristianismo, intolerancia, incomprensión, autoritarismo y también de misticismo. La lectura de los prólogos, estudios introductorios o estudios concretos sobre la obra misional muestran y demuestran que no se ha desplegado, desde la academia, una actitud crítica hacia los escritos de los jesuitas. Los historiadores de nuestros días no han hecho otra cosa más que seguir ensayando una y mil veces más, bajo el mismo esqueleto, bajo los mismos paradigmas, bajo el mismo hilo conductor, lo dicho y expresado por los misioneros jesuitas sobre aquellos pobladores y dominadores de un territorio que aun con los avances tecnológicos sigue mostrando y demostrando su naturaleza indómita. Bajo esa actitud no hay problemas, el discurso se enriquece, la poesía surge, la estrofa resplandece, la buena escritura alcanza cimas nunca imaginadas y aún menos soñadas. La gramática y las reglas de composición se hacen y rehacen, para eso están hechas, para actualizarse día a día, hombre tras hombre, quién lo duda; pero a fin de cuentas, no hay nada nuevo y ni un gramo de inquietud, inconformidad o de asomo a la crítica con lo dicho y expresado. Pero la historia no es sólo cosa de escritura, sino también de conjetura; de confrontación no sólo de lo escrito sino de lo vivido y lo por venir o por vivir. La confrontación, a pesar de que sea necesaria e indispensable, no debe quedarse en los puros textos y sus intertextos, sino también debe alcanzar a los vestigios de aquellas realidades. Ellos también hablan y dicen algo; no son piedras


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mudas, esqueletos inertes, manifestaciones accidentales de otras culturas que sucumbieron por el tiempo y por el olvido, adornos en desuso, aunque puedan ser actualizables. Los vestigios del pasado, por simples que parezcan, también pueden llegar a ser clásicos, hablar como tales, expresar discursos todavía no escuchados o aprehendidos. Ellos tienen esa capacidad que muchos les niegan, porque los ven como piedras, como restos sin sentido y sin contenido. Descubrir sus sentidos y sus contenidos es actualizarlos, traerlos aquí, no para que nos digan su verdad, sino para que nosotros se las encontremos; para actualizarlos, no en esa historia pasada sino en la del porvenir, tal y como se hace con cualquier clásico que ya no sirve para su época, sino para la que viene, para la que se desea construir y heredar, no como pasado sino como futuro. Todo esto me ha surgido de leer y releer a los jesuitas que primero escribieron sobre esos pueblos, a nuestros historiadores, pero sobre todo los artículos de los arqueólogos, lingüistas, etnólogos, antropólogos que durante muchos años han trabajado el territorio peninsulocaliforniano. Estos últ imos, a diferencia de los primeros, no han encontrado lo homogéneo y simple en el comportamiento de los pueblos. Lo único y lo simple, una propuesta a futuro de una sola cultura –pese a que hoy se quiere insistir en que estamos cada vez más cerca de esa tan ansiada unidad–, la realidad cotidiana lo desmiente porque la diversidad aflora y se renueva; tal y cual parece que sucede cuando cada vez más se investigan los pasados remotos no del pueblo de Dios, sino de los Pueblos que han construido esta naturaleza humana distinta y diversa, pese a todos los esfuerzos que se hacen en contrario. Aunque a ciertos intereses sólo les importa esa homogeneización impuesta, por lo que les deja.


El abrazo de los tiempos. Territorialidad y autonomías políticas en el Valle de Toluca (1474-2001) Margarita Loera Chávez y Peniche I. El porqué y los extremos del abrazo Consideramos que uno de los más grandes aciertos que se han tenido en la Dirección de Estudios Históricos del INAH en los últimos dos años ha sido la preocupación por revisar a fondo las posibilidades, características y orientaciones de la Historia en la actualidad. Esta ha sido expresada en un Foro llevado a cabo en el año 2000 y en el Coloquio “Una mirada al fondo de la Historia” del mes de marzo del 2001. Entre el mar de ideas que afloraron en las pláticas entre los cerca de ochenta historiadores que trabajamos en la Dirección, nos impactó mucho la siguiente observación que hizo Ruth Arboleyda: “a pesar de que los historiadores mexicanos nos enfrentamos a procesos sumamente complejos de reconstrucción histórica, no nos atrevemos o no nos ocupamos en teorizar sobre los criterios que aplicamos al abordar la ciencia que es materia de nuestro trabajo”. Como respuesta a esta ni quietud tan acertada, pensamos en empezar a reflexionar, en los casos concretos en que nos encontramos trabajando, sobre cómo incide la complejidad de la realidad mexicana en el establecimiento de criterios para manejar las dos coordenadas básicas de la ciencia histórica: el tiempo y el espacio. Sin embargo, aunque parece imposible pensar en una sin la otra, el propósito de estas líneas es poner nuestra atención de manera prioritaria en cómo manejamos el tiempo.


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Nuestra reflexión deriva, por lo tanto, de la reconstrucción histórica que estamos llevando a cabo para la elaboración de un libro que tendrá el mismo título con que hemos bautizado esta ponencia, es decir, El abrazo de los tiempos. Territorialidad y autonomías políticas en el valle de Toluca (1474 a 2001). Como se desprende de él, se trata de una temática concreta, que se está estudiando en una micro región durante un periodo de larga duración. Empero, al hablar del tiempo, la propia temática del trabajo nos hace constantemente aludir al espacio y al territorio. Sobre estos últimos, los actores históricos, o sea los habitantes de los poblados en estudio a través del tiempo, poseen una variedad de concepciones que deben ser consignadas. Por eso creemos que, como principio, en este estudio breve es indispensable dejar asentado que nuestro criterio base de ubicación espacial coincide teóricamente con el antiguo planteamiento de Alejandra Moreno Toscano y Enrique Florescano quienes, siguiendo a Castells, indican que “todo espacio concreto es resultado, a la vez, de los nuevos determinantes sociales que se desarrollan en su seno y de las formas cristalizadas del espacio históricamente constituido”;1 a lo cual añadimos que la preeminencia de los nuevos 1

Por influencia de Vidal de la Blanche, fundador de la escuela geográfica francesa, varios historiadores de años posteriores se reunieron en torno a la revista Annales para integrar al espacio y a la larga duración como componentes básicos de su análisis. La obra maestra de este tipo de estudios fue El Mediterráneo en la época de Felipe II de Fernand Braudel, publicada en 1949 y dedicada con justicia a Lucien Febvre, el primero que introdujo con rigor a la geografía en el marco de las preocupaciones de los historiadores en La terre et l´évolotion humaine, de 1922. Otros historiadores que manejaron con destreza la temática fueron Yves Lacoste, en La geographie, ca sert d’abord á faire la guerre y M. Castells, La question urbaine. En México seguidores de esta escuela y que todavía influyen fuertemente en la temática son Alejandra Moreno Toscano y Enrique Florescano en El sector externo y la organización espacial y regional de México (1521-1910), Puebla, Universidad Autónoma de Puebla, 1977, p.11.


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determinantes sobre las formas cristalizadas del espacio previamente constituido depende también del grado de desarrollo de las fuerzas productivas.2 En cuanto a los criterios de medición del tiempo, éstos en primera instancia derivan de la selección de la temática. Es decir, se ubican en el proceso de la reconstrucción histórica de la lucha por la definición territorial y el reconocimiento de las autonomías políticas de varios pueblos de origen indígena ubicados en el Valle de Toluca, hoy territorio del Estado de México. 3 Estos poblados, que en la actualidad suman alrededor de quince, pertenecieron política, religiosa y territoria lmente durante la época colonial y el siglo XIX al sitio donde hoy se ubica la cabecera municipal de Calimaya de Díaz González en las faldas orientales del Nevado de Toluca. Con la separación de aquel conjunto de pueblos y su territorio, se logró que hoy existan cinco municipios con sus dependencias políticas y delimitaciones geográficas, que además de Calimaya son: Mexicalzingo, San Antonio la Isla, Chapultepec y Santa María Rayón. En estos sitios, la lucha por la tierra sigue siendo una constante y el argumento a su derecho es el mismo que se enarbolaba en el siglo XVI cuando los españoles llevaron a cabo la congregación o unión político territorial de los pueblos: así, lo que se demanda es el derecho a un espacio territorial hecho sobre el recuerdo (verbal y escrito) de la delimitación prehispánica llevada a cabo después de la conquista azteca de la zona. En este último tiempo, según se argumenta en algunas fuentes históricas, los pueblos que lograron la independencia política y se convirtieron en muni2

Lidia Espinosa, Margarita Loera Ch. et al., “Consideraciones sobre el espacio social colonial y la formación de regiones en la Nueva España”, Jornadas de Historia de Occidente, México, Centro de Estudios de la Revolución Mexicana, Lázaro Cárdenas, A. C., 1986, p. 215. 3 En el centro este de la República Mexicana, en la parte occidental del Estado de México, se localiza el Valle de Toluca conocido en la época colonial como Valle Matlatzinca.


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cipios en el siglo XIX tenían un linaje de gobernantes propio aunque subordinado a esferas de poder más amplias dependiendo de la etnia a la que se perteneciera, ya que en la región vivían matlatzincas, nahuas, mazahuas y otomíes. El motor de la historia fue pues la permanente actitud separatista en los poblados. En el presente esa posición sigue. Varios de los pueblos que quedaron como sujetos de algunos de los cinco municipios mencionados han cambiado de cabecera o intentado el cambio en el siglo XX y la pugna por la delimitación territorial está vigente en el siglo XXI. La memoria colectiva habla de ello en los rituales de cada una de las localidades y en relatos que todos cuentan. Se trata de una transmisión que remite a los orígenes e impregna actualmente en el subconsciente colectivo la antigua forma de entender la relación entre el grupo y el territorio. Los extremos temporales de la historia son en consecuencia fácilmente captables: por un lado el hoy donde en realidad parecen estar presentes todos los tiempos, y por el otro, el regreso a dos momentos remotos: el siglo XVI (uno) cuando fue rota la dinámica territorial y política del siglo XV (dos). Si bien entre los extremos hay una continuidad, que es la permanente actitud separatista, al buscar lo que sucedió en el centro de esos tiempos inicialmente captados, nos vamos a encontrar con una realidad sumamente compleja y en continua mutación. Para empezar, existen dos formas de entender la historia con dos lógicas distintas para medir los tiempos y los espacios. Por un lado, la externa, aquella que corresponde a las estructuras dominantes o hegemónicas en las que a lo largo de los seis siglos de estudio se encontraron insertos los pueblos, y por otro, la interna, que otorga otra racionalidad al devenir del mosaico pluriétnico de carácter subalterno con relación a la anterior. Obviamente una no puede entenderse sin la otra, por eso los vestigios que ambas han legado al presente deben ser estudiados desde estas dos ópticas diferentes aunque complementarias. Por ejemplo, los marcos legales y las concepciones externas o dominantes para medir


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el territorio y las divisiones políticas de los poblados son muy distintos a los expresados por los grupos indígenas y posteriormente mestizos que los han habitado. En ese contexto un buen inicio para la reconstrucción histórica es el establecimiento de criterios que sustenten la medición del tiempo largo, en el que deberán aflorar las múltiples concepciones del tiempo concebidas por los actores históricos hacia el interior y hacia el exterior de los pueblos. Solamente así podrán aplicarse las técnicas de investigación y los enfoques hermenéuticos más adecuados sobre la variedad de fuentes históricas con que contamos. II. Un cuento para el encuentro Después de veinticinco años de buscar y estudiar los vestigios del pasado del Valle de Toluca, regresé al primer día de mi llegada allí. Momento aquel cuando los habitantes de la cabecera del municipio de Calimaya, sabiendo mi interés por el ayer, me llevaron frente a sus santos patrones San Pedro y San Pablo, para contarme que hacía mucho tiempo (no indicaron cuánto) esos santos que antes estaban unidos por la espalda formando un bulto de madera policromada se pele aron y se pelearon. Esto ocurrió, lo supe tiempo después, porque los españoles habían obligado en 1560 a convivir a dos señoríos prehispánicos (altepeme) en el mismo sitio urbano que rodeaba a la iglesia.4 Uno era San Pedro Calimaya y el 4

Véase para la definición de altepeme a René García Castro, Indios, territorio y poder en la provincia Matlatzinca. La negociación del espacio político de los pueblos otomianos, siglos XV-XVII, El Colegio Mexiquense, CONACULTA, INAH, CIESAS, 1999, pp. 22 y 23. “Los nahuas del centro de México llamaron a estos señoríos u organizaciones básicas altepetl (plural altepeme); los matlatzincas se referían a cada uno de ellos como inpuhetzi, mientras que los españoles los denominaron “señoríos”, “pueblos de indios” o simplemente “pueblos”. Para el caso de la unión de los


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otro San Pablo Tepemaxalco. Entonces, según narra la gente, cuando entraban al templo los de Calimaya ponían a San Pedro dando la cara al frente en el altar central; en cambio, cuando entraban los de Tepemaxalco hacían lo mismo pero con San Pablo. Así que un día el párroco (nadie sabe su nombre ni su tiempo) se molestó tanto con los pleitos que tomó un serrucho y partió a los santos. Después colocó a cada uno en los nichos laterales del Templo de la Tercera Orden, el primero construido por aquellos lugares.5 Y en efecto, los santos aún están allí (hoy en el siglo XXI) compartiendo el mismo espacio, pero eso sí, cada uno en un lugar, ninguno en el centro. Están juntos pero no revueltos y los dos tienen la misma jerarquía, porque allá en el origen, en el principio de la historia que en sus mudas figuras esconden, ambos eran cabezas, ambos dirigían a un gran conjunto de pueblos y santos que compartían el mismo territorio. El espacio sagrado de Calimaya, de Tepemaxalco, de San Pedro, de San Pablo, de sus pueblos sujetos, de sus barrios, de los otros santos que representan a cada uno de ellos. ¿Cuántos pueblos, cuántos barrios, cuántos santos? Casi quince y todos estaban confusos, todos estaban de pleito, todos reclamaban su tierra, todos lo recuerdan, todos lo guardan en la memoria, en los papeles antiguos; lo dicen San Pedro y San Pablo allá en sus nichos, lo dicen los otros santos allá en sus capillas, allá en “la costumbre” de cada uno de ellos, allá en las piedras inscritas en sus templos. Porque todo eso ocurrió, San Pedro y San Pablo fueron cortados, fueron separados, pero aún están allí. Cuando se miran, ellos piden altepeme de Calimaya y Tepemaxalco, véase Archivo del Comis ariado Comunal de Calimaya (ACCC), copia certificada por el Archivo General de la Nación (AGN) en 1891 de Las Ordenanzas dadas por el Virrey Luis de Velasco para que se llevara a efecto la congregación de Calimaya y Tepemaxalco, 1560. 5 José Manuel Caballero Bernard, Los conventos del siglo XVI en el Estado de México. Toluca, Dirección de Turismo del Gobierno del Estado de México, 1970, p. 52.


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tocar sus espaldas para que todos lo sepan, porque hoy, principios del siglo XXI, cuando uno pasa la mano atrás de ellos, se siente el corte imperfecto de la madera que, tal vez, pudiera haber sido cortada por algún serrucho. ¿Cuándo? Parece ser que nadie lo sabe, pero es que eso fue siempre, porque desde que los españoles los juntaron, ellos quisieron separarse, sie mpre estuvieron de pleito, querían regresar al principio, allá en el siglo XV, cuando los mexicas delimitaron la tierra, cuando no estaban juntos. Hay que decirlo, hay que recordarlo, porque todavía hay “otros”, “otros que no son nosotros” que han aprovechado la confusión, que siguen peleando la tierra, que quieren que nadie se acuerde, que se borre la historia, que se seque la raíz, que nadie lo diga. Por eso hay que repetirlo, por eso hay que recordarlo, por eso lo guardan los santos. Quizá el relato anterior pudiera hacernos evocar muchas otras historias pueblerinas donde los protagonistas son los santos patrones. Sin embargo esto es obvio, porque en todos los pueblos de origen prehispánico los santos cristianos son nada menos que los símbolos que identifican a sus habitantes hacia afuera y los cohesionan hacia adentro. Denotan la relación que cada comunidad guarda con la tierra, con el espacio sagrado, que les da la vida, que les permite la reproducción y el sustento, que guarda en su seno los restos de los antepasados. Son nada menos que lo que explica su raíz, su identidad, su transcurrir cotidiano. Por eso ahora, a principios del siglo XXI, cuando surgen nuevamente las demandas de los pueblos indígenas por lograr a nivel nacional el respeto a su cultura, a su autonomía a su autodeterminación y a su territorialidad, encontramos reflexiones como la siguiente: Los indígenas de diferentes partes del mundo que hemos tenido la oportunidad de escucharnos, coincidimos en que la relación que guardamos con la Tierra no es tanto que la consideremos de nuestra propiedad, sino porque nosotros somos parte de ella; por eso decimos que es nuestra Madre, aquella que nos da la vida, aquella que nos recibe entrañablemente cuando nos perdemos de la vista de este mundo. Aquí más


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que una relación de propiedad existe una relación filo materna, una relación sagrada. Existe la claridad de un origen de una historia común. Es en términos de comunidad como se explica esa relación, en la cual realmente encuentra su sentido el individuo... ... no es posible separar a la atmósfera del suelo ni a éste del subsuelo: es la Tierra como un espacio totalizador... Cuando los seres humanos entramos en relación con la Tierra, lo hacemos de dos formas: a través del trabajo en cuanto territorio y a través de los ritos y ceremonias comunitarias en cuanto Madre. Esta relación no se establece de una manera separada en sus formas; se da normalmente en un solo momento y espacio. Sin la tierra en su doble sentido de Madre y territorio ¿de qué derechos podemos hablar los indígenas?...6

Esta doble relación con la tierra ha sido captada, para los siglos XVII y XVIII, por Marcello Carmagnani en su libro sobre Oaxaca El regreso de los dioses (nosotros diríamos de los santos) de la siguiente manera, que en buena medida coincide con la anterior exposición indígena: ... el territorio es concebido como algo que es al mismo tiempo sagrado y terrenal: sagrado porque es la dimensión espacial concedida por la bondad divina a sus hijos y terrenal porque es el espacio geográfico y humano susceptible de sintetizar la satisfacción de las necesidades cotidianas y la reproducción de las generaciones venideras. Se trata de una concepción del territorio que presenta la característica de enraizarse en el pasado –en un pasado despojado de lo inerte e inútil– que proporciona al presente el utillaje mental básico para poder controlar todos los aspectos relativos a la territorialidad. Esta interacción entre pasado y presente es la que, renovando constantemente el bagaje intelectual indio, proporciona los instrumentos ne-

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Floriberto Díaz Gómez “Derechos humanos y derechos fundamentales de los pueblos indígenas” en La Jornada, Suplemento Cultural Semanal, núm. 314, 12 marzo 2001.


215 cesarios para poder enfrentar un futuro no fácilmente predecible, pero tampoco totalmente incierto. 7

Igualmente en Calimaya los santos simbolizan la tierra, pero también lo sagrado, el origen, la raíz y la historia. Horas de hoy, horas de antaño, en las que todos los miembros de las comunidades, de los pueblos, trabajan a diario sin saberlo, para reconstruir cada día el retrato de sí mismos. Retrato que obviamente es colectivo, no tiene más nombre que el de los santos y sus feligreses anónimos. Pero varias veces lo cole ctivo y la lentitud temporal del tiempo lineal de repente se rompe, se torna cíclico, se regresa al origen y se evoca de manera mítica a algún personaje. Así fue por ejemplo con Axayácatl, el tlatoani o gobernante azteca, cuyo nombre fue escrito en el siglo XVIII sobre el lienzo de un códice y sobre los arcos coloniales de un templo local para recordar la ascendencia, para exigir el derecho al territorio, al espacio sagrado. 8 Igualmente aparece en la memoria el recuerdo de aquel Juan cacique, “el primero”, el matlatzinca, el anterior a la conquista azteca, el que antes, allá por el principio del siglo XX tenía una escultura en la plaza, el que desaparece entre los polvos del tiempo y no se sabe quién lo quitó ni cuándo. 9 O los condes de Calimaya, simplemente los condes, 7

Marcello Carmagnani, El regreso de los dioses. El proceso de reconstitución de la identidad étnica en Oaxaca. Siglos XVII y XVIII, México, FCE, 1988, p. 103. 8 Códice San Antonio Techialoyan, Manuscrito pictográfico de San Antonio la Isla, estudiado por Nadine Béligand, México, Instituto Mexiquense de Cultura, 1993. 9 Todavía por el año de 1985 se encontraba la escultura de Juan Cacique en la plaza central de Calimaya. Los habitantes repetían que se trataba del primer gobernador de Calimaya que había luchado por sus tierras. En alguna reconstrucción a la plaza la escultura se perdió y con ello el recuerdo poco a poco se va olvidando. Pero existen datos escritos en los que quizá pueda saberse algo de aquel personaje en AGN, Tierras, v. 2400, exp. 4, f. 16, donde se habla de un Juan Cortés, cacique “matalzingo”.


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porque sus nombres, en el transcurso de los tres siglos de coloniaje, nadie hasta donde hoy nos dice la memoria cole ctiva los supo. Sí, todavía se recuerda que “antes”, “aquí en Calimaya, hubo condes” y hasta existen las casas donde “se dice que vivieron”, pero no tienen rostro, ni tiempo, son fuereños y no lo son cuando se trata de encontrar un significado, un antes de importancia.10 Pocos entienden, sin embargo, que la casa nobiliaria de los Condes de Santiago Calimaya está relacionada con la canalización de excedentes productivos hacia fuera de los pueblos, vía la existencia de una de las pocas encomiendas de indios entregadas a perpetuidad por el gobierno colonial, y que la demanda interna de la tierra también está relacionada con el acaparamiento de tierras por los españoles y los caciques locales.11 Ahora bien, los santos se pelearon, pero no se fueron, permanecen compartiendo una casa, un espacio, un templo y un territorio: el del Templo de la Tercera Orden; sí, ese que se construyó primero, en el siglo XVI, allá cuando se hizo el pueblo cabecera, cuando se congregó a Calimaya, a Tepemaxalco y a sus pueblos sujetos. Cuando se levantó la iglesia también para ubicarla como la mojonera entre el territorio de ambas cabeceras.12 Pero ese territorio fue el que los aztecas habían delimitado desde antes, desde los tiempos de “la gentilidad”.13 Ese territorio que los pueblos sujetos también pelearon y pelearon “durante muchos siglos”, ese que se describe en los títulos primordiales del siglo XVI,14 el que se 10

Margarita Loera y Alejandro López, Calimaya, Audio historia, Gobierno del Estado de México y H. Ayuntamiento Constitucional de Calimaya, 1996. 11 Margarita Loera, Breve historia de Calimaya (segunda edición actualizada), H. Ayuntamiento Constitucional de Calimaya, 1997, pp. 97-109. 12 AGN, Las Ordenanzas... 13 ACCC, Manuscrito del Testimonio de los Títulos Primordiales de Tierras de Tepemaxalco, 1562, 77 f.rv. 14 Idem.


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entregó a los santos en el siglo XVIII,15 el que se cercenó en el siglo XIX cuando los pueblos sujetos, “los separatistas”, lograron su autonomía política.16 Ese del que aún queda una parte como patrimonio de Calimaya y de los pueblos separatistas.17 Ese que en los documentos de tierras aparece como el hoy desaparecido Tepemaxalco. 18 Ese que los de Tlacotepec están peleando desde el siglo XVI hasta la actualidad contra los de Tepemaxalco, perdón, contra los de Calimaya, porque Tepemaxalco ya no existe,19 pero cuyos orígenes y delimitación es indispensable recordar, porque allí está la raíz, porque allí se erige el pueblo, porque allí está aún parte importante del sustento, porque allí están los santos, porque allí “estamos nosotros”, los de ahora, nosotros “hijos de aquéllos”. “Nosotros los que seguimos peleando, los que seguimos atendiendo y respetando a los santos. Sí, a los santos, los que antes se pelearon, los que todavía están allí, en su lugar, en su mismo espacio”.20 San Pedro y San Pablo, los poseedores de la parte orie ntal del volcán del Valle de Toluca, del Xinantécatl, el Nueve Cumbres. Santos que en el discurso occidental simbolizan “la 15

Véase Margarita Loera, Calimaya y Tepemaxalco, tenencia y trasmisión hereditaria de la tierra en dos comunidades indígenas. Época Colonial, México INAH, 1977. 16 Véase Margarita Loera, “Cambios y continuidades a lo largo de una Historia pueblerina”, Revista Convergencia, año 1, núm. 4, octubre de 1993, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, Revista de Ciencias Sociales, pp. 209-250, y Margarita Loera y Federico García, Calimaya, Monografía municipal, Gobierno del Estado de México, 1999, 150 p. 17 Véase Nadine Béligand, “Des terres en questión: le cas de San Antonio Techialoyan au XVIIe et debut XVIIIe siècles”, Trace Travaux et Recherches dans les Ameriques du Centre, núm. 10, México, Centre d´Etudes Mexicaines et Centroaméricaines. 18 Idem. 19 Idem. 20 Pensamiento común entre los habitantes de Calimaya, que repiten el relato sobre que San Pedro y San Pablo se pelearon.


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piedra” donde se edificó la Iglesia Católica: punto angular de lo sagrado, de la explicación o “justificación” de la conquista hispana. Santos que también son pescadores y que desde la lógica interna de los pueblos dicen que antes, allá desde lo alto del volcán eran cabeza, pero de muchos pueblos ribereños del Chignahuapan (Nueve Aguas) o Laguna del Lerma, pueblos básicamente de origen pescador.21 Santos “tiemperos” que evocan en el pensamiento prehispánico a la familia de los tlatoque, señores del agua, porque desde arriba hacen la lluvia y los veneros que antes nutrían la zona de ciénegas.22 Y aunque la Laguna murió en el siglo XX, los santos viven en el siglo XXI y el relato de sus orígenes y su simbolismo siguen viviendo en la memoria de los calimayenses, en la de los pobladores de los lugares antes sujetos y ahora separados de Calimaya; en los de otros sitios en otros tiempos separados y hoy dependientes de esa cabeza. Siguen viviendo en el culto, en los ritos y las celebraciones cristianas, en los que recuerdan las tradiciones prehispánicas del calendario agrícola y en el centro de la historia de la territorialidad y la búsqueda de autonomías políticas de cerca de quince pueblos

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Véase Beatriz Albores, Tules y sirenas. El impacto ecológico cultural de la industrialización en el Alto Lerma, Toluca, El Colegio Mexiquense, Gobierno del Estado de México, Secretaría de Ecología, 1995, 478 p. 22 Es común en zonas ligadas a entornos geográficos de lagos y volcanes la realización de una gran variedad de ritos relacionados con el agua, la solicitud de lluvias y el control de los rayos y el granizo, véase Beatriz Albores y Johanna Broda (coords.), Graniceros, Cosmovisión y meteorología indígenas de Mesoamérica, El Colegio Mexiquense, UNAM, 1997, 563 p. En el contexto de todos estos rituales, cuya práctica en el Valle de Toluca ha sido muy importante, no creemos que fue fortuito el hecho de que los santos que los españoles impusieron a las cabeceras de Calimaya y Tepemaxalco sean en el pensamiento cristiano de origen pescador, pues la gran mayoría de los pueblos que quedaron sujetos a ellos eran precisamente ribereños a la Laguna del Lerma y por lo tanto sus habitantes eran mayoritariamente pescadores.


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ubicados en el centro del Valle Matlatzinca.23 Valle aquel que antes de la conquista azteca fue cuna y asiento de cuatro etnias: otomíes, mazahuas, nahuas y matlatzincas. Etnias que los españoles quisieron unificar bajo el manto de un mismo territorio y autoridad político religiosa; aquellas que en respuesta siempre manifestaron la resistencia, y la conservación de “la costumbre” fue el eje conductor más sólido de su historia local. 24 Santos “tiemperos” porque cíclicamente producen la lluvia, nutren los veneros allá en el volcán en el “Nueve Cumbres”, acá en la laguna en las “Nueve Aguas”; santos “tiemperos” porque suman los tiempos, porque guardan la historia...25 Sin embargo, para ordenar el relato anterior desde la perspectiva occidental de la ciencia histórica, hay que trascender la voz de los santos y consultar otras fuentes históricas. Hay que ordenar los ritmos de medición del tiempo. Hay que detectar los cambios y las continuidades en el largo plazo. De aquí observamos que lo que es continuo es lo que en realidad ayuda a ligar o abrazar los extremos cronológicos de la historia. Se trata, lo repetimos nuevamente, de la permanente lucha por redelimitar el territorio, de la sacralización del espacio y de la colocación de esto último como eje de la cohesión grupal. 26 Estas verdades que resultan una expresión constante en el tiempo lineal, que aparecen siempre en la 23

Véase adelante el apartado Todo en tiempo presente; la trasmisión oral de la historia, los ritos y las costumbres. 24 Véase adelante el apartado Fuentes históricas para la delimitación territorial y política y la cita número 54. 25 Las prácticas para la solicitud de la lluvia en el Valle de Toluca y los ritos relacionados con ellos, incluyendo las danzas, tradición oral y los cantos, son comunes en muchos poblados. En el caso concreto de Calimaya los rituales que se hacían en las lagunas del Xinantécatl cada mes de mayo se han ido perdiendo, aunque no se ha dejado de hacer a los santos los depositarios del tiempo en la doble connotación anotada. Véase Beatriz Albores, op. cit., y Beatriz Albores y Johanna Broda (coords.), op. cit. 26 Véase Marcello Carmagnani, op. cit.


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lentitud de la cotidianidad local, de pronto, de tiempo en tiempo, afloran en forma explosiva y hacen nuevo registro “de los orígenes” (el siglo XV y el siglo XVI); como si la concepción del tiempo histórico fuera cíclica con fuerte herencia del mundo prehispánico. Aquí entonces el relato de los santos se nos puede presentar como un mito de fundación. 27 Pero los ciclos temporales de reaparición de los orígenes, si bien obedecen a esa constante interna ligada a la necesidad de delimitar el territorio, paralelamente se hacen expresos con detonantes que imponen los procesos históricos más amplios en los que se encuentra inscrito el desarrollo local. Estos últimos tienen, como veremos adelante, causales muy diversas como pudieran ser las conquistas azteca e hispana, la independencia, la aplicación de determinadas leyes, o sea, sucesos que en el devenir mexicano pudieran catalogarse en el seno de una cronología “tradicional” o en otra directriz, como sucesos producidos por impactos demográficos, económicos, etcétera, que a nivel macro histórico exigen mediciones propias del tiempo. En otras palabras, lo que requerimos es una concepción múltiple de tiempos, que deberán cohesionarse en el eje conductor temático porque éste irrumpe en la dinámica social de cada tiempo. Y aquí las fuentes históricas son un gran auxilio. 27

Enrique Florescano, Memoria mexicana. Ensayo sobre la reconstrucción del pasado: época prehispánica–1821. México, Contrapuntos, 1987. “...el mito y el ritual no buscan situar los acontecimientos dentro del marco temporal, sino crear una experiencia religiosa mediante la cual sea posible alcanzar el fondo mismo del ser, descubrir el original, la realidad primordial de la que ha salido el cosmos y que permite comprender el devenir en su conjunto. (...) Más que una temporalidad o una cronología, el pensamiento mítico propone una genealogía, una continua filiación del presente respecto al pasado. (...) Como dice Malinowsky, el mito “hace revivir una realidad original (...) El mito es (...) una realidad viviente a la que no se deja de recurrir” pp. 42, 43 y 45. Véase también Luis Barjau, La gente del mito, México, INAH (Divulgación), 1988.


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III. Atando y ordenando tiempos La visión dual sobre la historia y la medición del tiempo de la que hablamos en los apartados anteriores deriva naturalmente de la condición pueblerina. Esta forma parte de un entorno político, económico, cultural y hasta territorial más amplio de carácter hegemónico. Por ello la historia de un pueblo, como algo diferente de sus atributos físicos y geográficos, es la suma de todas las relaciones sociales y personales que existen en él más las relaciones sociales y económicas – normalmente opresivas– que lo vinculan al resto del mundo. 28 Esta realidad dual es simbiótica aunque asimétrica y siempre a favor del mundo externo. No puede entenderse una sin la otra, pero es importante, como ya lo anotamos antes, tomar en cuenta la dualidad cognoscitiva y metodológica para entender los procesos y los tiempos históricos que encierra. Desde lo externo obviamente puede medirse el tiempo con el ritmo propio de la vertiente con la que se quiera entrar al ayer, por ejemplo, la cronología “tradicional u oficial” con la que se conoce la historia de México o el devenir político, el ideológico, el artístico, el económico, etcétera; sin embargo, lo que mejor puede explicar la función pueblerina o local a través del tiempo largo desde la visión macro histórica, es la comprensión de la dinámica social o del todo social en movimiento de las distintas estructuras mayores o dominantes de las que ha formado parte el poblado a historiar, en las distintas etapas. Desde la óptica interna pueblerina o micro histórica, los tiempos están primordialmente sellados por la lentitud de la vida cotidiana. En ella los sujetos sociales de todos los tie mpos suelen tejer a diario y en forma colectiva su identidad o el retrato de sí mismos. Esta labor viaja despacio, parece intemporal, nunca para, es subconsciente. Todos son retratados, todos son retratistas. Los mensajes tienen por base la 28

John Berger, Puerca tierra, Madrid, Alfaguara (Literaturas), 1989, p. 24.


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palabra y por lo tanto son informales.29 La formalidad aparece no obstante cuando se plasman en la ceremonia, en el ritual. Entonces el discurso aparece en la temporalidad marcado por los ritmos de los calendarios locales (los agrícolas o religiosos por ejemplo), pero los hechos históricos aquí siguen siendo sin fechas, atemporales y repetitivos.30 Únicamente se petrifican o ubican en el tiempo cuando se escribe sea cual sea el mecanismo que se use para ello. Verbigracia, en los poblados de origen prehispánico como los que estamos estudiando, por lo general los escritos varían en cuanto a sus caracteres, los sitios donde se plasman y el idioma. Encontramos así códices hechos sobre corteza de árbol donde los caracteres pictográficos de herencia prehispánica se mezclan con los del alfabeto latino y la lengua española convive con la náhuatl. Lo mismo ocurre en los muros y las fachadas de los templos y otros edificios civiles, donde está inscrito algún hecho histórico local y su fecha; donde alguna piedra prehispánica se localiza sobre los muros coloniales en forma tan ostentosa que es imposible pensar que sólo es parte de la reutilización de materiales constructivos llevada a cabo por los españoles. Por último, en el mar de papeles escritos que existen desde el siglo XVI hasta la fecha sobre los poblados encontramos muchos redactados en lengua indígena en los cuales el mensaje comúnmente se plasma en signos del alfabeto latino y los formatos son totalmente occidentales.31 Siguiendo la óptica de análisis interno y externo como punto de arranque para acceder a la historia local y la sele cción documental sobre la base de la temática que nos ocupa, 29

Idem. Véase adelante el apartado Todo en tiempo presente..., en especial el caso del ritual del jueves santo en el poblado de Mexicalzingo. 31 La mayor parte de la documentación escrita en náhuatl la hemos localizado en el Archivo Parroquial de Calimaya, véase Margarita Loera, Calimaya y Tepemaxalco. Tenencia..., y Margarita Loera, Economía campesina indígena en la Colonia. Un caso en el Valle de Toluca, México, Instituto Nacional Indigenista, 1981. 30


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o sea la demarcación territorial y política, hemos podido encontrar un buen camino para manejar nuestro objetivo en el tiempo largo en que nos lo proponemos y es dejar que los documentos ayuden a aflorar los tiempos. Vemos muy conveniente anotar aquí que al referirnos a problemas de tenencia de la tierra estamos enunciando a individuos, asociaciones o corporaciones, y cuando aludimos a los territoriales ponemos nuestra atención en entidades políticas.32 Hacemos hincapié en esta diferenciación conceptual porque a partir de ella afirmamos nuestro objetivo y organizamos el inmenso conjunto de documentos históricos con que contamos. Como el hilo conductor temático con el que atravesamos los largos tiempos históricos de Calimaya, Tepemaxalco y “sus pueblos sujetos” es el de su territorialidad en tanto entidades políticas, la cuestión de la tenencia de la tierra será solamente un complemento informativo en tanto que ayude a delinear lo primero. 33 Fuentes históricas sobre la delimitación territorial y política En lo que se refiere a los puntos de apoyo empírico para efectuar la reconstrucción histórica de la delimitación territorial y política, contamos con un conjunto documental que para su estudio hemos dividido en dos grupos porque cada uno de ellos plantea claramente una de las dos temáticas a tratar: la territorialidad y la distribución política. Curiosamente sin embargo los dos grupos presentan importantes similitudes para efecto de la medición de los tiempos históri32

René García, op.cit., p. 28. La cuestión de la tenencia de la tierra la hemos trabajado ampliamente en los libros anotados en la cita número 31, cuyo contenido en esta investigación será sujeto a una nueva interpretación que ayude a profundizar en los problemas de territorialidad y organización política.

33


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cos. Tienen en común el que fueron redactados como respuesta a alguna situación conflictiva derivada de situaciones externas. Esto lleva a que haya concentraciones documentales en tiempos cortos, luego hay vacío de información y se vuelven a concentrar en otro momento. Los primeros son documentos que permiten captar de manera fundamental la cuestión de la territorialidad y su delimitación en el tiempo largo porque tienen la característica de hacer o citar la historia desde el origen hasta el momento en que fueron redactados. Cada uno de ellos, sin embargo, permite el análisis sincrónico del tiempo de su aparición; son cualitativamente hablando textos de carácter único y las fechas en que fueron elaborados coinciden con etapas de reacomodos de tierra a nivel macro histórico. Los segundos son documentos en donde se observa la constante actitud separatista de los habitantes de los pueblos, manifestada en solicitudes de los mismos por obtener el rango de cabecera política o por ser dependencia de otros sitios que no fueran Calimaya o Tepemaxalco. Esta serie documental se acompaña, por un lado, de quejas de las autoridades españolas “porque aquellos poblados insisten en ‘la costumbre’ de nombrar sus propios gobernadores”, y por el otro, de documentos que indican la relación y los desacuerdos entre pueblos sujetos y cabeceras.34 34

La serie documental que sustenta esta afirmación es numéricamente muy amplia y se encuentra en proceso de investigación e interpretación, pero citamos algunos ejemplos: AGN, Indios, v. 24, exp. 228 y exp. 82, f. 185 y v. 36. En estos documentos se percibe una seria pre ocupación por parte de la autoridad española por corregir la conducta de los indios tendiente a elegir gobernador en varios pueblos, sobre todo en Mexicalzingo. AGN, Indios, v. 33, exp. 100, f. 59, v. 35, exp. 41, f. 71 y v. 51, exp.x139, f.x149. En 1696 San Lucas Tepemaxalco y Cuauhtenco (Santa María Rayón) pidieron su separación de la cabecera de Tepemaxalco argumentando abusos de sus gobernadores en materia de tributos. Conducta que en 1701 copiaron los pueblos de Mexicalzingo, San Andrés Ocotlán y Santa María Nativitas respecto a la cabecera de Calimaya.


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El grupo documental que devela claramente la reconstrucción de la historia de la territorialidad parte del año de 1560 cuando se congregaron los pueblos; o sea el momento en que la conflictividad que había en estos últimos se manifiesta abiertamente en la documentación. La información anterior a esta fecha la vamos a manejar adelante para ubicar los orígenes de la cuestión a tratar, por lo que en este momento nos interesa solamente anotar su existencia. Ahora bien, el primer documento de 1560 es El Testimonio de las Ordenanzas de Congregación de Calimaya y Tepemaxalco.35 Gracias a él sabemos la forma como fueron organizados los pueblos en espacios urbanos y la jerarquía política que les otorgó el gobierno virreinal en el contexto de una misma demarcación territorial, obviamente dividida entre el conjunto sin considerar los repartos anteriores. Como muchas otras ordenanzas de congregación de pueblos de la Nueva España, en las de Calimaya se percibe el deseo de la autoridad española por solucionar un viejo conflicto de tierras entre los poblados que se citan en ella. Como complemento a esta fuente contamos con los relatos escritos de Fray Jerónimo de Mendieta, quien narra que antes de dictarse las Ordenanzas, los franciscanos que tenían a cargo la evangelización de la región habían mandado a hacer un pueblo en el sitio donde hoy se ubica la cabecera de Calimaya y así “donde antes era un yermo se construyó en menos de un año un pueblo de tres mil vecinos”.36 Pero a su vez cuenta que para lograrlo tuvo que mandar a quemar los viejos caseríos indígenas anteriores a la congregación, debido a que los indios de esos sitios, en el día construían los nuevos pueblos y por la noche los des35

ACCC, Ordenanzas... Peter Gerhard, “Congregaciones de Indios en la Nueva España”, en Historia Mexicana, v. XXVI (enero-marzo), núm. 103, México, El Colegio de México, 1977, p. 363; AGN, Mercedes, v. 5, ff. 143146 y Colección de Documentos para la Historia de México, publicada por Joaquín Icazbalceta, México, Porrúa, 1971, t. II, pp. 538539 (Fray J. de Mendieta). 36


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truían. Ante esta actitud, “cuando la revuelta llegó a los confines de esta tierra”, se tuvo que actuar en definitiva y la horca fue colocada varias veces hasta que al fin se logró la obediencia.37 En este mismo periodo histórico fueron otorgados (en 1562) los Títulos Primordiales de Tierras a Tepemaxalco.38 Este segundo documento es de singular importancia porque ofrece la delimitación territorial sobre la que incidirán todas las demandas territoriales posteriores, incluyendo las de Calimaya a quien no se le otorgó un documento similar, o hasta el momento no se ha encontrado, y lo es también porque en él aparecen menciones de la historia anterior, basadas en el recuerdo de testigos ancianos que servirán en lo sucesivo como punto de partida para las reconstrucciones históricas que posteriormente elaborarán los propios indígenas. Cabe señalar que este texto fue emitido también para resolver el “antiguo” conflicto de tierras contra Tlacotepec, poblado limítrofe pero independiente del conjunto de poblados ligados a Calimaya y Tepemaxalco, que no ha podido resolverse hasta la actualidad. En el mapa de la página siguiente podemos observar la demarcación territorial dada entonces a Tepemaxalco. Los nombres de los pueblos que están encerrados en cuadro son de los poblados sujetos a Calimaya, que como se ve quedan fuera de ese espacio delimitado legalmente. Obvio es que un año más tarde, bajo el argumento de que Calimaya no tenía títulos de tierras, pueblos como San Andrés Ocotlán (hoy dependencia política del municipio de Calimaya) lograron sus propios títulos de fundación y delimitación territorial, que servirán para hacer más conflictiva la relación entre ellos en fechas posteriores.39 Desde el siglo XVI hasta principios del siglo XVIII, tenemos un vacío de información en cuanto a textos que hablen concretamente sobre cuestiones de delimitación territorial. 37

Idem. Idem. 39 ACCC. Copia de los Títulos de Fundación del Pueblo de San Andrés Ocotlán, 4 fojas, recto verso. 38


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En este segundo periodo varios pueblos de la zona lograron obtener del gobierno virreinal la “Composición” de sus tierras, con lo que se dificultó todavía más el esclarecimiento de las delimitaciones entre pueblo y pueblo. De estas mismas fechas data uno de los documentos más importantes encontrados en la zona. Se trata del Códice Techialoyan de San Antonio la Isla, que fue elaborado por “tlacuilos” o escribanos indígenas por mandato del gobernador local, quien se dice ser descendiente de Axayácatl, el “tlatoani” o gobernante azteca que delimitó el valle de Toluca después de haberlo conquistado alrededor de los años setenta del siglo XV.40 Este peculiar registro, que contiene pictografías hechas a la manera prehispánica mezcladas con textos escritos en el alfabeto latino tanto en náhuatl como en español, expresa claramente que su elaboración tuvo por meta que las posteriores generaciones de San Antonio conocieran la historia y pudieran luchar por la tierra que por herencia les pertenecía. Además de describir la historia precolombina, cita una merced de tierras otorgada al poblado en 1539 por el virrey Don Antonio de Mendoza. Es importante matizar que no se indica el año en que fue hecho el códice, pero los “tlacuilos” que lo redactaron grabaron en las iglesias de los pueblos de San Antonio y San Lucas Tepemaxalco inscripciones con las fechas de 1703, 1707, 1714 y 1733 junto con nombres que también aparecen en el códice. Aunque las letras están grabadas en piedra en estos casos, son idénticas a las del códice, por lo que se ha pensado que son registros contemporáneos realizados por las mismas personas.41 Conviene comentar por último con relación a esta fuente, que uno de los nombres indígenas de San Antonio es Techialoyan, y que después de haberse localizado el códice en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, sirvió para poner el nombre del po-

40 41

Códice Techialoyan... Idem..


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blado a todo el conjunto de documentos similares localizados en otros muchos pueblos de México. 42 Hubo otras fechas en las que se llevaron a cabo nuevas acciones legislativas para descifrar el desorden de la delimitación territorial de los poblados en estudio. Entre 1798 y 1799 se tiene noticia de que las autoridades de Calimaya se encontraban reuniendo todos los textos anteriormente citados, seguramente para legalizar las delimitaciones territoriales de los pueblos frente a los efectos que las reformas borbónicas tuvieron en la conformación territorial general de la Nueva España. Casi un siglo más tarde, hacia 1890, un grupo de abogados encabezados por don Prisciliano María Díaz González, miembro de la oligarquía local criolla del siglo XIX, de quien deriva hoy el nombre del municipio de Calimaya de Díaz González, volvió a reunir toda la documentación previa para dotar de tierras a los poblados que lograron el rango de municipios en la última centuria señalada. Cabe aclarar que los litigios de delimitación entre ellos aún siguen vigentes a pesar de los esfuerzos referidos. Alrededor de 60 años más tarde, por el año de 1947, después de que se concluyera el reparto agrario que como consecuencia de la revolución de 1910 se llevó a cabo a partir de 1939, tenemos otro grupo documental . Uno de los aspectos que más llaman la atención en él es que la forma como se interpreta la historia local guarda enormes similitudes con las formas anteriores como se interpretó por los grupos indígenas locales. Nuevamente se suman a este grupo de documentos todos los anteriormente citados y conviene señalar que por primera vez encontramos ya por escrito la narrativa de los santos. Es decir, que la historia oral quedó formalizada y los fines de la misma se hicieron explícitos de manera sorprendente como se desprende del siguiente texto: ...el origen de la unión de Tepemaxalco y Calimaya, se debió a una causa puramente religiosa, la cual podemos com42

Idem.


229 probar con un documento titulado: “Las Ordenanzas de Don Luis de Velasco”: que al estudiarlo veremos que contiene doce ordenanzas, que datan del año 1560 y se refieren a la educación de los naturales en la educación cristiana.

La ordenanza número diez nos habla con claridad, que para mayor conformidad y unión, mandaba que Calimaya y Tepemaxalco se unieran para formar un solo pueblo llamado Tepenamiloyan... Dada la tendencia de los misioneros de cambiar los nombres autóctonos de los pueblos por nombres de santos, le llamaron a Tepemaxalco San Pablo y a Calimaya San Pedro; y aún más ordenaron construir un templo con dos torres exactamente iguales y las esculturas de San Pedro y San Pablo que les unieron por la espalda; con esto simbolizaban la unión espiritual, material y económica de los dos pueblos; es decir, que las propiedades comunales serían en lo subsiguiente para el bien común del pueblo que nacía. Después porque en la elección de los alcaldes en su mayoría resultasen de Calimaya o simplemente por el uso se conservó el nombre de Calimaya y jamás se pronunció el nombre de Tepenamiloyan ni el de Tepemaxalco... 43

Cabe aclarar que nada de lo que se cita anteriormente está dicho en Las Ordenanzas de Congregación, salvo lo del nombre de Tepenamiloyan. Lo interesante en el texto de 1947 es entonces la interpretación que se hace en él y que obviamente recoge la tradición oral sobre los santos unidos por la espalda y la relación de lo religioso con lo material y territorial, así como la alusión al uso o “costumbre” en las elecciones locales para definir la existencia de los poblados y su autonomía política. Curiosamente sin embargo, toda esta forma de interpretar las cosas parece subyacer en casi todos los textos documentales que conforman nuestra información y que de alguna manera resultan 43

Archivo Municipal de Calimaya, Memorándum que los miembros del Ayuntamiento de Calimaya enviaron a los abogados para litigar por tierras contra Tlacotepec, copia mecanográfica, 1947.


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los argumentos para apropiarse del territorio entregado a Tepemaxalco en el siglo XVI. Como colofón de la serie documental donde se debate por la cuestión de limites territoriales, están todos los documentos contemporáneos que en síntesis nos revelan que la problemática está vigente.44 Ahora bien, el conjunto documental relacionado con la bú squeda de las independencias políticas pueblerinas (que evidentemente llevan implícita la división territorial) complementa cronológicamente la información anterior, para ofrecernos dentro de la larga duración cortes de tiempos cortos, en los que la conflictividad con un ritmo marcado por fenómenos externos rompió el ritmo de la cotidianidad local para hacer expresa de manera más violenta la insistencia separatista relacionada o fundamentada en los orígenes históricos. Después de dictada la orden de congregación y de haberse pacificado aparentemente la resistencia a la misma, volvemos a encontrar nuevas actitudes separatistas en los años de 1603 y 1607. Primero la mayor parte de los pueblos congregados como San Antonio la Isla, Chapultepec, la Concepción y Mexicalzingo, se aliaron para solicitar la separación respecto a la cabecera de Calimaya y Tepemaxalco. Para ello lograron que el gobierno virreinal entregara merced de terrenos al cacique local de San Antonio la Isla, documento con el que más tarde solicitarían apoyo para desposeer a las cabeceras de los terrenos más fértiles.45 En estos años la autoridad española se quejaba de que los de Mexicalzingo insistían en “la costumbre”, de nombrar su propio gobernador, pero este 44

La gran mayoría de estos documentos que han quedado registrados en el Archivo de la Reforma Agraria se localizan en los archivos comunales, ejidales y delegacionales de cada uno de los poblados en estudio. 45 Archivo Municipal de San Antonio la Isla, archivo del síndico, exp. 23. Véase también Francois Chevalier, La formation des grands domaines au Mexique: terre y societé au XVIe-XVIIe siècles, Paris, Institut D’éthnologie, Université de Paris, 1952.


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pueblo pasó momentáneamente junto con todos los otros, incluyendo a San Bartolo, a San Andrés y a Santa María Nativitas, a ser sujeto de San Antonio la Isla.46 El asunto no pudo haber quedado resuelto ya que hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII, además de las demandas para componer las tierras y el códice Techialoyan de los que ya hemos hablado, se iniciaron nuevas acusaciones contra las cabeceras por el mal uso que venían haciendo de la recaudación tributaria del conjunto pueblerino y por ello pedían nuevamente la separación.47 Para ese momento San Antonio la Isla y Mexicalzingo tampoco aceptaban ser uno subordinado del otro. Ambos, igual que Chapultepec, apoyaban su posición en el argumento histórico de pertenecer a linajes diferentes ligados eso sí con la descendencia de la “nobleza mexica”. También de las primeras décadas del siglo XVIII data el fin del litigio entre el Real Fisco, los Marqueses del Valle y los Condes de Calimaya sobre la encomienda a perpetuidad de los pueblos en estudio. Al obtener el triunfo legal el Real Fisco sobre el condado, este último debió de dejar de tener interés e incidencia en que sus pueblos en encomienda se encontraran conformando una unidad político territorial. Situación que obviamente aprovecharon los habitantes de los poblados para seguir insistiendo en esa lucha separatista. En estos tiempos paralelamente también se empezó a propugnar por la desmembración de la doctrina de Calimaya y sus poblados de visita que antes siempre conservaron la misma disposición de la organización política original. Mexicalzingo por ejemplo logró de manera temporal en la primera mitad del siglo XVIII la categoría política de cabecera, casi al mismo tiempo en que alcanzó la categoría de parroquia.48 A mediados del siglo XVIII, tiempos cercanos a la secularización parroquial, un minucioso párroco tuvo a bien legarnos un documento al que bautiza como Directorio Parroquial, don46

Idem. Idem. 48 AGN, Bienes Nacionales, legajo 1521, exp. 30. 47


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de nos ofrece detalladamente la información sobre la división política territorial y religiosa de todos los poblados en estudio. Este documento igual que los otros nace de una causa externa: la secularización, y resulta de gran importancia para nuestro trabajo de reconstrucción histórica. Alrededor de 1820, después de ponerse en vigencia la Constitución de Cádiz en la Nueva España, nos encontramos con que no hubo prácticamente ningún pueblo de los inicia lmente sujetos a Calimaya y Tepemaxalco que no apareciera en los registros documentales del archivo municipal, con su propio cabildo. Esta situación transitoria concluyó en 1824 cuando se erigió el Estado de México y la cabecera política de Calimaya volvió a aglutinar de manera subordinada a todo el conjunto pueblerino. Con la muerte de la república de indios y la imposición del sistema municipal, desapareció Tepemaxalco como entidad política autónoma. Cabe resaltar aquí que desde la negativa a la congregación no se tiene más noticia escrita de pleitos entre los dos poblados cabecera, aunque sí verbal. Muy posiblemente esto se debió a que a pesar de que en ellos hubo durante todo el periodo colonial dos gobernadores, había un solo cabildo y una misma delimitación territorial (la reconocida en los títulos del siglo XVI como de Tepemaxalco). Hacia mediados del siglo XIX, en 1847 y 1867, los pueblos de Mexicalzingo, San Antonio la Isla, Chapultepec y Santa María (Rayón) obtuvieron definitivamente su reconocimiento como municipios independientes, por lo que no es de extrañar que con el fin de lograr su delimitación territorial definitiva se hayan reactivado los litigios de tierras entre ellos y con la cabecera, como lo atestigua la serie documental de 1890 antes comentada. Después del reparto agrario en el siglo XX, los litigios de tierras continuaron en forma constante y se dieron nuevas separaciones de la cabecera de Calimaya como la de San Francisco Putla y los intentos de Santa María Nativitas quien a lo largo de la historia narrada


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dependió de Calimaya, de San Antonio la Isla, de Mexicalzingo y nuevamente de Calimaya. Haciendo una primera reflexión sobre las características de estos dos conjuntos de fuentes documentales (uno sobre territorialidad y otro sobre organización política) podríamos matizar las siguientes cuestiones para apoyar los fines que nos ocupan: 1. Las fechas de aparición de cada uno de los conjuntos documentales mencionados coinciden con dos situaciones a nivel macro histórico. Altas o bajas demográficas que repercutieron en la necesidad de aplicación de leyes y medidas que propiciaron reajustes de orden territorial en el mundo rural en forma generalizada. Por eso en nuestro estudio de caso los conjuntos documentales aparecen cronológicamente con el siguiente comportamiento: 1560-1562 y 1603-1607, etapas en que las bajas demográficas llevaron al gobierno español a la aplicación de sus programas de congregación de pueblos de indios y a la mercedación masiva de tierras entre españoles y “repúblicas de indios”; finales del siglo XVII y XVIII, cuando el levantamiento demográfico en la población indígena generó presiones sobre la tierra y se llevó a cabo la aplicación de las políticas de “composición” territorial; fines del siglo XVIII, inmediatamente después de la aplicación de las reformas borbónicas sobre la tierra; finales del siglo XIX, después de la separación política definitiva de los pueblos separatistas y de la aplicación de las leyes de reforma en materia de tierras en la zona de estudio; 1947, después de haberse realizado el reparto agrario posterior a la revolución de 1910. 2. Quitando el Códice Techialoyan, el resto de los documentos son de corte occidental, o sea corresponden a la aplicación de medidas por las estructuras dominantes externas. Sin embargo, en gran parte de ellos la voz del indígena aparece subyacente y aludiendo a los orígenes o al principio de la historia de manera cíclica. 3. El conjunto documental presenta tres formas de medición del tiempo. La primera corresponde a una cronología


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lineal de larga duración que abarca de 1560 hasta la fecha actual; la segunda, tiempos de corta duración que corresponden con las etapas en las que los conjuntos documentales se concentran o se redactan, y la tercera, la del regreso cíclico a un origen hasta cierto punto mítico, que carece de fechas precisas, pero cuyo ritmo de aparición coincide con los periodos de concentración documental. 4. Interiorizándonos en la temática a tratar, la serie documental mencionada pone de manifiesto que la división política y territorial de Calimaya, Tepemaxalco y sus pueblos sujetos tuvo tres condicionantes; el primero fue el de la asignación a perpetuidad de su encomienda a los descendientes de Juan Gutiérrez Altamirano, o sea los Condes de Santiago Calimaya. A pesar de que para 1569 se consignan quince estancias o poblados sujetos a las cabeceras de Calimaya y Tepemajalco y dieciocho para 1580 y que el producto de sus sementeras de comunidad se manejaba conjuntamente, el pago por encomienda eximía en aquel entonces a Mexicalzingo. 49 Es muy posible que la unión de estos pueblos para fines de recaudación del pago de encomienda se haya centralizado en la cabecera de Calimaya, debido a que después de la conquista azteca y la llegada de los españoles al Valle de Toluca, el sistema de recaudación tributaria se hacía por tres calpixqui o recaudadores, cada uno de los cuales se encargaba de un conjunto de poblados. 50 Estos estaban en Calixtlahuaca, Atenco y Calimaya, por lo que podemos deducir que la unión posterior pudo haber tenido por base el que los pueblos sujetos de Calimaya fueran los que al iniciar el régimen colonial estuvieran asignados a ella en términos del tributo impuesto a la zona después de la conquista azteca. Esto por supuesto no quería decir que constituyeran un solo altepetl, es decir, un conjunto de habitantes que controlaban un espacio 49

AGN, Indios, VI, exp. 234, f. 96. Véase René García, op.cit., p. 394. Margarita Menegus, Del señorío a la república de indios. El caso de Toluca, 1500-1600, México, CONACULTA, 1994, p. 47.

50


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territorial unidos esencialmente por lazos políticos, como se pretendió en la ordenanza de congregación para 1560.51 Que la insistencia separatista y los movimientos que en este orden se dieron a lo largo de la historia influyeron en la organización tributaria, lo observamos en la tasación de 1700, cuando varios pueblos que entonces se ostentaban como sujetos de Mexicalzingo (San Andrés Ocotlán, Santa María Nativitas y la Concepción Coatipac) dejaron de tributar a los Condes de Calimaya, como también sucedió con San Antonio la Isla, que paralelamente peleaba a fondo su separación de Calimaya y Tepemaxalco.52 Naturalmente esto no hubiera sucedido sin el trasfondo del litigio entre los Marqueses de Valle, los Condes de Calimaya y el Real Fisco por la encomienda de Calimaya y sus pueblos sujetos que para entonces estaba en pleno apogeo. 53 El segundo condicionante de unión del conjunto de poblados objeto de nuestro estudio fue de carácter político y se define en las Ordenanzas de Congregación de 1560, época en que también quedó definida la república de indios de Calimaya y Tepemaxalco con sus dos gobernadores y el territorio asignado a ellos en los Títulos Primordiales de Tepemaxalco. Para efectos de mayor claridad reproducimos algunas partes del primer documento en materia de organización política y territorial: ...que todos los indios que están ya congregados y residen en la cabecera, así en la parte de Calimaya como de Tepemaxalco, continúen como dicho es la dicha su población y no se les permita desamparar sus nuevas casas y solares, sino que se con51

Idem. AGN, Vínculos, t. 226, f. 28rv e Indios, v. 36, exp. 119, f. 116. 53 Caja Fuerte de la Biblioteca Nacional de México, Fondo Reservado, Joseph Lebrón y Cuervo, Apología Jurídica de los derechos que tiene el Señor Conde de Santiago del pueblo Calimaya... para recibir los tributos del mismo pueblo y sus anexos, contra la parte del Real Fisco y del Señor Duque de Terranova, México, Imprenta Nueva Madrileña, 1779. 52


236 serven en ellos, y porque, muchos de los indios que estaban ya congregados se han vuelto a los lugares donde estaban desparramados... sean compelidos a que vuelvan a ellas y las habiten en adelante, con tanto que para guarda de sus sementeras, tierras e términos de los dichos pueblos, queden algunas estancias pobladas de gente en cada una hasta de cincuenta casas, hecha una población por buena orden y traza por defecto de no se poblar en la cabecera, conforme a cierta pintura y concierto hecho por los naturales De los dichos pueblos, el año pasado y por su Señoría confirmado...

Obvio es aquí que la autoridad española de alguna manera estaba aceptando su historia anterior, al mandar también a hacer pueblos en las estancias o sujetos, pero enseguida en el mismo documento intenta retirar a sus antiguos dirigentes políticos alejándolos de sus pueblos como se desprende del mismo texto: “...y que los principales de las mismas estancias se vengan a vivir a las cabeceras y solamente queden en las dichas estancias los Macehuales, y sean tenidos y habidos por tales los que en ellas estuvieren y vivieren...” Para que no hubiere reclamo por parte de ellos se les otorgó un pedazo de tierra por razón de terrazgo”: “...a cada uno de ellos se les den cien varas de tierra en cuadro lo más cerca que fuere posible de su casa, o a lo menos que sea dentro de las dichas estancias, las cuales tierras sean suyas propias e de sus hijos e descendientes, contribuyendo cada uno de ellos en cada un año con un real de plata para la comunidad de dicho pueblo, lo cual se les impone por solo el reconocimiento y para hacer este repartimiento de tierras...

En materia de lo político vale la pena consignar dos de las instrucciones en las que se niega primero a las estancias el tener gobernadores, con lo que se establece la base “para venir a contradecir” la orden hispana, o seguir “la costumbre” que para ellos era su propia ley de continuar año tras año, durante muchos años, nombrando a sus gobernadores. Y segundo, se reconocen como pobladores con derechos políticos solamente a los matlatzincas y a los mexicanos. Con estas medidas todos los pueblos quedaron subordinados a la


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cabecera y se desconoció la existencia de los otomíes y los mazahuas que tan importante fue en la zona que estamos estudiando, como está demostrado en otras fuentes y como si tan sólo con una ley pudieran desaparecer culturas tan antiguas.54 Las dos instrucciones a las que nos referimos se expresan en los siguientes términos: Porque la dicha visita su señoría entendió que todas las pasiones e diferencias que ha habido en el pueblo de Calimaya sean recrecido por la mayor parte de la misión e deseos de mandar de algunos que se hacen levantándose sobre esto bandas e parcialidades, como todo sea un pueblo e Gobernación e jurisdicción e que sola la dependencia y origen de los principales es una e por haberlos puesto algunas veces en concierto de sacar los Alcaldes y Regidores o ruedan según las divisiones que ellos entre sí hacen, ha crecido más el desasosiego y ambición; por tanto mandaba y mandó que no embargante lo que los Alcaldes y Regidores, por seguir las divisiones que ellas entre sí hacían e acostumbraban hacer en las elecciones, de aquí en adelante se tenga esta orden que los Alcaldes y Regidores sean elegidos siempre de todo el cuerpo de los vecinos de la cabecera, sin hacer cuenta ni distinción ... (Y que) para que haya orden y buen concierto en el Gobierno e regimiento de los dichos pueblos ordenó y mandó que en cada una de las calles de la cabecera... haya un tellacanque el cual tenga cargo de llamar y ordenar los tapizques que en su calle o barrio hubiera con sus macehua54

Véase Rosaura Hernández, “El Valle de Toluca”, (Tesis para optar por el grado de maestría en Historia), México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1954; Noemí Quezada, Los matlatzincas, México, INAH, 1972; Pedro Carrasco Pizana, Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana, México, UNAM, en colaboración con el INAH, 1950; Dick Papousek, Alfareros-campesinos mazahuas, México, Gobierno del Estado de México (Biblioteca Enciclopédica del Estado de México), 1982; y Fray Alonso de Ponce, Relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al Padre Fray Alonso Ponce en las Provincias de la Nueva España, 2 v., Madrid, Imprenta de la Viuda de Calero, v. I, pp. 33-35.


238 les, así para las cosas de la doctrina, como para los tributos y tequios y lo demás en que hubiese de entender, lo Mismo haya un tellacanque en cada una de las estancias que se encuentren en los barrios del pueblo ni más ni menos que una de las calles de la cabecera, sin otra diferencia ninguna y también se dé un alguacil en cada estancia, que ejecute los mandamientos de justicia y que por el Gobernador, Alcaldes y Regidores nuevamente electos, sean señalados en cada un año que han de ser tellacanques y alguaciles, así en la cabecera como en las estancias, con tal de que los que fueren señalados para las estancias sean de los vecinos de ella que se hubieren de poblar en la cabecera, que declaraba y declaró que, que sobre lo dicho de haber en cada barrio un tellacanque que tenga cargo de toda la gente que en ella hay se entiendan de los Matlatzincas, porque los Mexicanos han de tener sus tapisques, por sí y un tellacanque que tenga cargo de todos ellos, como si se hiciesen un barrio por sí y siempre sea uno de los cuatro regidores mexicano, porque no sean cargados ni agraviados en los tequios...55

En términos generales, Las Ordenanzas de Congregación en verdad parecen haber desconocido el orden previo o al menos aquellos aspectos que provocarían toda la rebeldía subsiguiente. Al igual que tiempo antes Hernán Cortés lo hizo, los matlatzincas de las cabeceras fueron favorecidos en el orden político, pero más tarde cuando se delimitó el territorio en los Títulos primordiales de Tepemaxalco, que supuestamente se hicieron sobre la base del recuerdo de los ancianos y de “pinturas antiguas” que ya no existen, se otorgó una unidad espacial para todos los poblados que era, de acuerdo a los textos, la impuesta por los aztecas en tiempos de Axayácatl. De todo esto podemos explicarnos esa insistencia de hacerse descendientes de los linajes mexicas cuando se trataba de reclamar derechos de propiedad territorial, sin importar la etnia a la que se perteneciera. Uno de los más claros eje mplos de esto es el Códice Techialoyan de San Antonio la Isla, poblado de origen otomí y matlatzinca, cuyo supuesto gober55

ACCC, Ordenanzas...


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nador se hace apellidar Axayácatl en el siglo XVIII para afianzar la descendencia náhuatl en el reclamo del derecho territorial. 56 En otras palabras, la rebeldía política tenía por argumento el origen étnico y el linaje original de cada poblado que se aprecia claramente en los rituales y las tradiciones, pero en lo territorial contradictoriamente se ostentaba la descendencia de los mexicas. A pesar de lo anterior, y más que un olvido del linaje o la etnia a los que se pertenecía, el hacerse descendiente de los mexica parece ser en algunos casos un mecanismo de resistencia y de defensa territorial, pero en cambio, la actitud separatista era un regreso al origen y al derecho de autonomía grupal que siempre estuvo vigente. En los cuatro pueblos que lograron convertirse en municipios autónomos en el siglo XIX, las causas de orden histórico relacionadas con sus orígenes étnicos parecen haber sido más convincentes frente al mundo externo y las fuentes históricas son abundantes en torno a ello. 57 El tercer factor para unificar al conjunto pueblerino fue la organización religiosa, que parece haber sido más consistente y menos cambiante que las anteriores. Desde el siglo XVI el convento de Calimaya y Tepemaxalco con sus santos patrones, San Pedro y San Pablo, fueron cabecera religiosa de todos los pueblos en cuestión. Allí cohabitaron las organizaciones que en “sistema de cargos” sostuvieron la liga entre los santos patrones de cada uno de ellos y su espacio territorial a través de las cofradías, las mayordomías, los terrenos asignados a los santos y a los feligreses de cada localidad. 56

Códice Techialoyan... Véase Adolfo Marcenobe Ortiz, Rayón, Monografía municipal, Toluca, Gobierno del Estado de México, 1999; Eladio Colindres, San Antonio la Isla, Monografía municipal, Toluca, Gobierno del Estado de México, 1999; A. Raúl Torres, Chapultepec, Monografía municipal, Toluca, Gobierno del Estado de México, 1998 y José Guadalupe Palacios, Mexicalzingo, Monografía municipal, Toluca, Gobierno del Estado de México, 1998.

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Las leyes de la herencia, la regulación de matrimonios para evitar que los terrenos de un poblado quedaran en manos de habitantes de otros por vía hereditaria, las compra ventas, donaciones, permutas de tierras y control del producto de bienes comunales se hacían desde allí: en la parroquia de San Pedro y San Pablo. Igualmente la vida cotidiana, los rituales, los calendarios litúrgicos y agrícolas, donde tanto se guardaban las tradiciones y las historias locales, cobraban vida en el convento sin que pareciera perderse la diferencia en “la costumbre” de cada barrio y localidad. Inclusive desde este lugar se ejercía el reconocimiento a las autoridades locales en el orden político, que estaban en relación directa con quienes ocupaban los puestos del sistema de cargos religiosos de cada localidad. En realidad el archivo parroquial en pleno da cuenta de la situación antes descrita; sin embargo, el documento de 1750 titulado Directorio de este Convento y Parroquia de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo de Calimaya nos ofrece la oportunidad de un análisis sincrónico de la realidad antes planteada. Baste por ahora reproducir la forma como describe el conjunto de los poblados materia de esta historia a mediados del siglo XVIII, justamente cuando se secularizó la parroquia: Pueblos de esta Feligresía 1.- La cabecera se compone de dos parcialidades: Calimaya y Tepemaxalco. Dos Gobernadores. Dos Fiscales. La mitad de la iglesia de unos y la otra mitad de los otros. Una semana sirven unos, y otra otros. Dos padrones de la cuenta. Cada parcialidad tiene sus pueblos anexos: la de Calimaya tiene: 2.- San Antonio de la Isla, y aquí hay gobernador y pila bautismal. 3.-La Concepción, con pila bautismal. 4.-San Lorenzo Cuauhtenco, con pila. La parcialidad de Tepemaxalco tiene anexos a: 5.- San Francisco Putla. No tiene pila. 6.- Santiago Cuaxustenco, con pila e inmediato a él un barrio que se llama la (roto) todo de españoles y mestizos...


241 7.- La Asunción de Nuestra Señora, con pila. 8.- San Lucas, con pila 9.- La ayuda de parroquia de San Mateo Mexicalzingo en donde asiste un religioso a quien mantienen los indios, tiene gobierno y pila bautismal, a éste están sujetos en cuanto a su gobierno los pueblos de: 10.- La Natividad de Nuestra Señora de Tarimoro, con pila. 11.- San Andrés, con pila. 12.- San Miguel Chapultepec, con pila y con un barrio: San Bartolomé.58

El orden que da este documento es diferente en cuanto a lo político y la relación de jerarquía y dependencia entre un pueblo y otro a la que dan los documentos de otros tiempos, tanto anteriores como posteriores, lo que nos indica que las únicas constantes en esta historia son los nombres de los pueblos; el que las cabeceras principales eran Calimaya y Tepemaxalco, y que los poblados de Mexicalzingo, San Antonio la Isla y Chapultepec argumentaron siempre ser cabecera y no dependencia de ningún otro, aunque hubo momentos en que aparecen como subordinados uno del otro, o mejor, como un bloque separatista actuante contra las cabeceras de Calimaya y Tepemaxalco. Desde una de las tantas perspectivas que caracterizan a la ciencia histórica, es lícito ubicar los años de 1560 y 1562 cuando se redactaron Las Ordenanzas de Congregación y los Títulos Primordiales de Tierras como el principio cronológico de esta historia. Esto en virtud de que en estos documentos quedaron asentadas por escrito las bases de la organización territorial y política de la República de Indios de Calimaya. Fue aquélla la época en que las bajas demográficas en la población indígena obligaban al poder español a redistribuir la tierra. De allí arrancó el proceso masivo de mercedación territorial a españoles y comunidades, o sea la redistri58

Archivo Parroquial de Calimaya, APC, Directorio de este convento y parroquia de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo de Calimaya, Manuscrito, 1750.


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bución de las fuerzas productivas favoreciendo el orden colonizador. En una idea fue la época en que las medidas políticas impulsaron de manera definitiva la imposición de las estructuras hispanas en todos los órdenes sobre las indígenas. Al definirse la República Indígena de Calimaya se inició también el proceso de desavenencia indígena contra lo estipulado en Las Ordenanzas de Congregación y en los Títulos Primordiales de Tierras. Aunque en forma contradictoria, ambos documentos empezaron a ser parte de la base legal que contribuyó a justificar las acciones separatistas. Digamos así, que los años de 1560 y 1562 fueron tiempos de inicio o de partida para escribir esta historia. Pero no fueron en ningún momento un tiempo primero. Dos conquistas previas, la azteca y la hispana, habían empezado la fractura territorial y política de los habitantes de la zona. Lo que subyace en la larga duración parece aludir en la búsqueda de los orígenes a estas tres etapas anotadas. Pero tampoco alguna de ellas fue realmente la primera, ¿dónde estaba la raíz de los otomíes, los mazahuas, los matlatzincas y los nahuas que ante esos momentos de ruptura o de supuesto inicio habían visto desgajarse su mundo y empezaron en algún cierto sentido a operar de manera similar contra los mundos dominantes?, ¿cómo los momentos primeros, los del origen de cada grupo étnico, impregnaron su huella en ese lento transcurrir del tiempo largo que llega a nuestro presente? Fuentes históricas anteriores a 1560 Todos los pueblos objeto de esta historia aluden a tiempos muy antiguos para obtener las bases históricas que les acrediten como comunidades autónomas. Finalmente es norma jurídica que “el que es más antiguo es el que gana” y aquí esto parece ser la regla de “la costumbre” en el tiempo largo. Las menciones anteriores a la fecha de 1560 sobre el tema que nos ocupa se dividen en dos etapas: la prehispánica, que


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inicia por 1474, y la del “antiguo régimen colonial”, desde la conquista española hasta mediados del siglo XVI. La primera etapa mayoritariamente se nutre “de la memoria de los abuelos o de los más viejos”, testigos ancestrales que un día bajo la autoridad del respeto que les otorgaban sus comunidades llegaron frente a la autoridad española para hacer que se reconocieran los hechos y se plasmaran en un escrito. Así lo dicen por ejemplo Los Títulos Primordiales de Tierras de Tepemaxalco, y así lo asienta también el Códice Techialoyan, donde además de Axayácatl se reconoce con la categoría de “padre” al virrey Antonio de Mendoza por haber delimitado y reconocido en una merced real las tierras del pueblo. 59 Otros títulos y fundaciones de pueblos otorgados sobre la base de testigos indígenas son los de San Andrés Ocotlán, los de Mexicalzingo, los de San Antonio la Isla y los de Cuauhtenco hoy Santa María Rayón.60 Prácticamente todos los poblados que alcanzaron, tal vez amparados por estos documentos, la categoría de municipio, bajo el argumento del antiguo linaje recordado en la memoria de los ancianos. Pero es obvio que la arqueología podrá ofrecernos datos que hagan más sólido el camino hacia el origen. Cabe aclarar que en los textos coloniales citados existe un hecho sorprendente: los linderos de mediados del siglo XVI no son los mismos que los que ofrece la información anterior. ¿Acaso por ello los pleitos sobre los límites territoriales siguen vigentes hoy en el siglo XXI? ¿Qué sucedería si llegáramos a encontrar los Títulos Primordiales de Calimaya, de cuya existencia habla alguna fuente, ya que toda nuestra historia y la consignada en los litigios de tierras se encuentra sustentada sobre los títulos entregados a Tepemaxalco? 61 ¿Falló la memo59

Códice Techialoyan... Los tres primeros los hemos citado anteriormente y los de Rayón se encuentran en Archivo General de la Nación AGN, Tierras, v. 1501, f. 6. Véase también Monografías de la cita número 57. 61 Pedro Carrasco Pizana, Los Otomíes. Cultura e historia prehispánica de los pueblos mesoamericanos de habla otomiana, México, UNAM, INAH (Instituto de Historia, Primera serie, núm. 15), 1950 p. 60


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ria a los ancianos, o los españoles no entendieron la memoria? Todo es asunto de tiempos, de poder reconstruir lo sucedido “en el viejo orden colonial”, allá cuando todavía no había sido todo trastocado, cuando los pueblos tenían incluso otros nombres, donde era más fácil detectar el origen de las cuatro etnias a historiar y donde la arqueología, las relaciones geográficas, los registros de tributo y las crónicas de religiosos y visitadores españoles mucho tienen que decirnos; no sólo para encontrar los cimientos, sino también el porqué de las tan largas desavenencias que llegan hasta el presente. Todo en tiempo presente: la trasmisión oral de la historia, los ritos y las costumbres Hacia mediados del siglo XX el Chignahuapan, la Laguna del Lerma, murió, fue desecada para llevar el agua a la ciudad de México. Entonces un manto gris cayó encima. El trinar de las aves y el chapucear de los peces dejaron de escucharse; las ranas, los atepocates, las culebras y hasta el tule que dio fama a los matlatzincas “como los señores de la red” por tantos años, dejaron de existir. La Clanchana y el Clanchano, sirena y sireno parientes de Tlaloc, señor de las aguas, que custodiaban el sitio para que nada faltara a los habitantes de los pueblos ribereños, dejaron de aparecer ante los ojos atónitos de los pescadores.62 Su recuerdo no obstante se revive desde allí en las manos de los artesanos de Metepec quienes día tras día, “es costumbre”, conforman y dan color a sus hermosas sirenas que recorren después lejanos lugares, en silenciosa oración que recuerda la historia, que regresa a los orígenes del valle de Toluca.

23. Anota que entre los códices pictóricos de la zona otomí más inmediatos a la conquista española, hay un mapa pictórico del pueblo de Calimaya cuya existencia conoce mencionada en el catálogo de la Ayer Collection en la Newbery Library de Chicago. Hace tiempo que intentamos acceder a este importante documento y aunque no lo hemos logrado tenemos ya algunas posibilidades de encontrarlo. 62 Beatriz Albores, Tules...


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Pero al ser agredida la madre tierra de aquella manera tan drástica, sus frutos más depurados, los seres humanos, se trasmutaron junto con todo el entorno natural. La pesca, las otras actividades lacustres y el cultivo de la tierra y la chinampa ya no pudieron ser su labor económica prioritaria. Hoy la gran mayoría se dedican a otras actividades y oleadas de ellos se dirigen a diario a laborar en las fábricas que conforman los grandes corredores de Toluca, la capital del Estado de México. Pero en la noche regresan al pueblo, a la madre tierra y siguen participando en un gran número de actividades comunitarias. Hay que aclarar, empero, que no todo permutó en el siglo XX. Las lenguas indígenas por ejemplo empezaron a callar poco a poco desde el siglo XIX, para hoy dejar oír el español en la boca de todos. Las antiguas vestimentas indígenas se dejaron de usar, la apariencia presente es de poblados mestizos, pero a diferencia de otros lugares de la entidad mexiquense, que han sufrido en las últimas décadas una masiva inmigración que ahoga y subordina sus identidades locales, los poblados de esta historia, de manera particular Calimaya, continúan siendo de pobladores autóctonos. Se saben hijos, descendientes de “aquéllos, de los de antaño”. El pueblo es el pueblo, es único, autónomo en la organización de sus usos y costumbres, es la madre cariñosa que cobija su existencia ante las adversidades externas. Por ello la memoria, la historia, se repite, se cuenta, para reforzar estas realidades que exaltan su origen, su identidad. Por eso en Calimaya todos saben que los santos se pelearon. Por eso la desaparición de Tepemaxalco se explica en varias narrativas que complican todavía más el trasfondo de esta historia. Por fuentes escritas sabemos que desde el año de 1824, cuando Calimaya adquirió la categoría de municipio, éste tomó exclusivamente su nombre y Tepemaxalco quedó solamente en el recuerdo. 63 Aunque no hay nada escrito sobre los pleitos entre 63

Información generalizada a partir de 1824 en el Archivo Municipal de Calimaya.


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los habitantes de las dos cabeceras, varios cuentos recuerdan que no había buena relación. Uno de ellos, sin embargo, es de particular importancia y en él se dice lo siguiente: “que un día los de Tepemaxalco, cansados de la actitud predominante de los de Calimaya, dejaron la cabecera y se fueron a vivir al poblado de San Lucas”. ¿Cuándo? No se sabe, pues como todo relato oral carece de fechas y es en cierta forma mítico. Lo que es cierto es que el pueblo a donde se cuenta que se fueron se llama San Lucas Tepemaxalco. ¿Por qué? ¿Los de Tepemaxalco entonces un día simplemente abandonaron a San Pablo y tomaron por patrón a San Lucas? Además, ¿por qué lo hicieron?, si es que en realidad lo hicieron, pues San Lucas siempre fue políticamente dependiente. Actualmente es dependencia del municipio de San Antonio la Isla (Techialoyan), justamente la localidad que se quedó con las mejores tierras de las entregadas en los Títulos Primordiales de Tepemaxalco (véase plano atrás). ¿Por qué de aquella dotación inicial Calimaya recibió la parte menos fértil y que además todavía está en litigio contra los del municipio de Tlacotepec? Para complicar más lo anterior en Santa María Cuauhtenco, hoy municipio de Rayón, hay quien asegura que el poblado fue asiento en la época prehispánica de Tepemaxalco. Se argumenta este dato supuestamente con información arqueológica, con una correlación entre el significado de Tepemaxalco (cerro dividido en dos) y alguna especificación de la geografía local. Pero sobre todo, en este poblado, donde la lengua otomí se conservó hasta principios del siglo XX, hay quien afirma que “en un documento del Archivo General de la Nación”, los de Santa María (Rayón) aseguran “que sus abuelos fueron los fundadores de Tepemaxalco, y por lo tanto, reclamaban derechos sobre sus tierras por sus antecedentes históricos”.64 Mexicalzigo por su parte, poblado que junto con San Antonio la Isla (Techialoyan) destacó en esta historia por su lucha separa64

Adolfo Marcenobe Ortiz, Rayón..., p. 66.


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tista, hoy guarda un especial orgullo de sus orígenes mexicanos. Por la historia escrita sabemos que Mexicalzingo fue fundado después de la conquista azteca en el siglo XV, con gentes traídas del Valle de México y después a principios del siglo XVII, se anexó en él un barrio matlatzinca y aunque el náhuatl fue la lengua predominante, también fue el lugar donde residieron los últimos hablantes de la lengua matlatzinca.65 Pero sobre el linaje mexicano, como el mayor orgullo de la localidad, habla el recuerdo del subconsciente colectivo, habla el templo donde se ostentan piedras labradas que lo indican, se repite en las canciones que se escuchan en festejos colectivos y familiares y que registran ideas como las siguientes: “Mexicalzingo es señores el poblado más gustoso de la región, envidiado por conservar sus costumbres, defensor de tradiciones que nuestros ancestros legaron y en cada pecho sembraron, como primera enseñanza, honrar a una imagen que guarda en su mirar la esperanza” , o aquella otra en la que se entona: “Mi raza de estirpe antigua, orgullo de los mexicas, Axayácatl el tlatoani, fundó esta villa que es tierra mía... De los recuerdos que tengo platicaban mis abuelos que el águila del emblema surcó por estos hermosos cielos”.66 De mucho mayor influencia resulta el ritual que acompaña al calendario agrícola religioso. Entre una gran cantidad de ritos, narramos aquí lo que sucede todos los jueves santos donde podemos observar todavía la interrelación que existe entre la esfera civil y religiosa en materia de organización de las costumbres internas, y cómo se continúa usando como símbolo de linaje y autoridad el bastón de mando. Recordemos que en la documentación colonial los habitantes de Mexicalzingo siempre estuvieron acusados de “la costumbre” de nombrar sus propias autoridades. Veamos la descripción de lo que allí sucede año tras año en uno de sus tantos rituales donde se pueden apreciar cuestiones similares: 65

Gustavo G. Velázquez, Quienes fueron los matlatzincas, México, Toluca, Gobierno del Estado de México (Biblioteca Enciclopédica del Estado de México), 1973. 66 José Guadalupe Palacios, Mexicalzingo..., pp. 91-92.


248 El jueves, a medio día, el primer fiscal y el presidente municipal ofrecen una comida a la comunidad, que se les denomina la unidad, ya que participan las autoridades civiles, religiosas y los representantes de las organizaciones del municipio, esta actividad se ha realizado desde tiempo inmemorial; por la tarde se realiza la misa en el lavatorio, en la que el presidente municipal, junto con el sacerdote y los fiscales besan los pies de los apóstoles allí representados, el presidente les obsequia una moneda y el fiscal un rosario, esto significa que las autoridades se comprometen ante toda la comunidad por velar y trabajar para el bienestar de la misma, en cada uno de los aspectos que les corresponde. En este acto porta cada autoridad la vara de mando, representación tradicional del mandato que la comunidad les confiere...67

Como podemos apreciar en los ejemplos anteriores, lo característico de este tipo de fuentes es que en la rememoración del ayer no hay fechas que indiquen cuándo sucedieron los hechos o de cuándo datan las tradiciones. Sin embargo, se observa un viajar de hechos antiguos que está guardado en la memoria colectiva y que siempre tiene que ver con el origen. La memoria oral es informal, su tiempo de aparición es cotidiano, puede suceder en cualquier momento, pero está siempre presente en cada miembro de la comunidad. El ritual en cambio, aunque tampoco habla de fechas históricas concretas, tiene formalidad y su ciclo de aparición lo marca el calendario agrícola religioso en el que gira la organización de la vida de los habitantes pueblerinos. Fuentes históricas sobre la tenencia de la tierra La forma como se distribuyó la tierra al interior de los pueblos para su uso y disfrute entre los individuos y las corporaciones ofrece en este estudio un plano secundario, pero que complementa ricamente las cuestiones de la territorialidad y de la organización política, sobre todo en el ámbito superestructural, es decir nos adentra en la historia de las mentalida67

Ibidem, p. 76.


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des. La documentación existente es tal vez la más rica y abundante y permite organizar series documentales temáticas continuas en el tiempo largo. Por ejemplo, contamos con mercedes de tierra, compraventas, donaciones, testamentos y permutas para conocer las formas internas de distribución de la tierra al interior de cada pueblo y que abarcan desde el siglo XVI hasta principios del XX de manera continua. La forma como los terrenos eran trabajados y como era distribuido el producto, la ofrecen las cuentas de cajas de comunidad, de las cofradías y las mayordomías y las listas de ingresos y egresos municipales. Los padrones, documentos de carácter demográfico, especialmente los libros de bautizos, defunciones y matrimonios y los archivos judiciales de carácter local ofrecen información complementaria de singular importancia. Y por último contamos con la lista de nombres de los gobernantes políticos y de los ocupantes del “sistema de cargos”, de manera regular desde el siglo XVI hasta la actualidad. En este conjunto de documentos escritos en español y en náhuatl indistintamente, podemos observar la cotidianidad local, la concepción que sobre la tierra existía entre los habitantes, los mecanismos de protección interna sobre la misma con relación a la costumbre de acaparamiento externo. Los documentos, igual que la mayoría de los citados anteriormente, fueron formulados conforme a modelos jurídicamente establecidos por el mundo externo, la voz del indígena aparece siempre en forma subyacente y las series documentales abarcan periodos largos, pero hay etapas en que el número de textos se concentra cuantitativamente debido a fenómenos de corte macro histórico. El manejo del tiempo exige nuevamente los puntos de vista micro histórico y macro histórico, tanto para el manejo del tiempo largo, como los de mediana y corta duración y hasta del tiempo cíclico que también puede apreciarse en ellos.


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IV. A manera de síntesis Las múltiples formas de manejar el tiempo para la reconstrucción de la historia que hemos propuesto no son en ningún sentido arbitrarias. Responden en primer lugar al proceso de evolución que demarca la problemática de la temática en cuestión; responden también al lugar que las comunidades pueblerinas ocupan en los procesos productivos de las estructuras mayores en las que se encuentran enmarcadas. Es un asunto en consecuencia que atiende en forma prioritaria el proceso evolutivo de las dinámicas sociales en el largo y en el corto tiempo. Una cuestión de hegemonía/subordinación, donde la voz que impone el mundo macro histórico no impide el derecho a la existencia del mundo micro histórico, con sus espacios reservados de dinámicas propias en contraste y diferencia, en las que el clamor a ese derecho individual se escucha con lógicas específicas. Es por lo mismo un asunto de manejo del pasado considerando la variedad de los actores históricos. En ello hay en principio dos puntos de vista: por un lado el externo al de los poblados en estudio, el dominante, que es variable en el tiempo largo de acuerdo a los procesos específicos de mediana duración que sellan a las distintas estructuras dominantes dentro de sus propios periodos y que obligan además de a la cuantificación temporal, al análisis cualitativo de los tiempos. Por otra parte, está el punto de vista del conjunto de los pueblos cuya respuesta histórica con relación al mundo externo lleva al manejo de comportamientos similares, pero que manejada desde el interior de cada pueblo, o mejor de cada grupo étnico, expresa esos comunes requerimientos de manera diversa a través de sus recuerdos, de sus rituales y de sus manifestaciones, en general, de sus usos y costumbres. Lo anterior porque: “La comunidad territorial aparece así como la depositaria última y absoluta de todos los derechos relativos al territorio. De esta forma, la territorialidad adquiere un significado concreto y efectivo en la vida cotidiana de


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todos sus integrantes y establece una síntesis entre visión del mundo y cultura material. O sea, de este modo, la identidad étnica no es solamente vivida como realidad de conciencia sino también como cotidianidad...”68 Por ello en esta última encontramos también un camino certero para acceder a la particularidad de cada etnia. Un factor que facilita de manera definitiva el manejo de los tiempos es la calidad de las fuentes históricas y la cronología que se manifiesta en ellas, especialmente en las escritas. Como hemos visto a lo largo de este estudio, éstas no sie mpre han llevado a una secuencia cronológica lineal, porque hay búsquedas históricas que cíclicamente exigen el regreso hacia la localización de un origen. Recordemos que ...el territorio indio no es un hecho geográfico inmutable en el tiempo, sino un hecho histórico, definido a partir de la interacción entre territorio y población y entre territorio y cultura. Estas dos interacciones básicas dan al territorio in dio un dinamismo capaz de adecuarlo, sea a las nuevas situaciones de origen interno, sea a las nuevas situaciones de origen externo... Esta flexibilidad surge del hecho de que el concepto de territorio, si bien es condicionado por el concepto de espacio y tiene por lo tanto una connotación sagrada, no es un simple derivado de aquel. En efecto, mientras el territorio es un concepto parcial –susceptible, por lo tanto, de fragmentarse y recomponerse para adecuarse a las necesidades cambiantes de los recursos naturales y los recursos humanos– el espacio, por su marcado carácter de pertenencia, no es susceptible de ser fragmentado ni recompuesto. En la visión del mundo indio el espacio condiciona el territorio exclusivamente porque éste es el lugar concedido por la voluntad divina a las acciones impuras de los hombres. De ahí, pues que la pluralidad de los territorios no sea un indicador de disolución étnica sino tan sólo un indicador de la capacidad india para organizarse, lo cual significa que el te-

68

Idem.


252 rritorio no es sólo una forma política, como generalmente se ha sostenido sino una conformación social, económica...69 ,

y sobre todo insistimos, marcadamente histórica, ligada a los abrazos y a las mutaciones de los tiempos. En el conjunto de los cambios y permanencias que se manifiestan a lo largo de la historia en proceso de reconstrucción, hay algunas que creemos conveniente resaltar a fin de poder centrarnos en la imperiosa necesidad de proyección del presente en la tarea de recuperación del ayer. El cambio más significativo es que actualmente cuando pensamos en los municipios de Calimaya, de Mexicalzigo, de San Antonio la Isla, de Chapultepec, de Rayón y del conjunto de poblados que depende de ellos, ya no se trata de comunidades indígenas. Son pueblos mestizos de origen prehispánico de diferente grupo étnico. Sin embargo, la concepción sobre el derecho al espacio es la misma que antaño, el pueblo y su delimitación territorial (sea cual sea) son cobija, madre y centro de identidad, por eso no es difícil escuchar dichos como el siguiente: “por mal que te vaya, mejor Calimaya”; la ubicación de los santos en las formas propias de organización interna continúan también siendo base de organización e identidad; es decir, hay un trasfondo cultural de origen muy antiguo que no ha cambiado, los litigios por delimitación territorial siguen ahora y en los ritos, “en la costumbre” y en la vida cotidiana se refleja este común continuo, en cuyas formas de expresión se encuentra el mejor camino para llegar a los tan buscados orígenes individuales derivados de la etnia. Es algo que lleva a afirmar que “raíces profundas difícilmente mueren” y que hoy en el año 2001, cuando en México se debate una vez más en materia de leyes y derechos indígenas, resulta imprescindible saber que es imposible avanzar en ello sin escuchar las voces de los tiempos.

69

Ibidem, p. 69.


La epidemiología, una manera de periodización histórica de México Elsa Malvido Introducción La preocupación por utilizar la epidemiología como una manera de periodización histórica surge de los resultados de las investigaciones sobre demografía histórica, que nos han proporcionado la riqueza de las fuentes y la combinación de los documentos y los espacios. Esta reflexión se inició hace ya algunos años y ha ido conformándose al paso de mis trabajos. ¿Por qué creo que esto permitirá ver a la población y a sus padeceres como un verdadero marcador histórico? La respuesta se verá en este pequeño trabajo. La idea que ronda mi planteamiento es que México, después de la conquista de los castellanos, ha ido pasando de mano en mano y que cada imperio inicia su control imponiéndole su patología, cambiando así las rutas de contagio, y una mortalidad que depende de la enfermedad misma y sus tasas más elevadas, la cual ha cobrado serias cantidades de habitantes hasta poder domesticarlas, lo cual no significa que se las haya controlado, simplemente que se ha podido convivir con ellas. Queremos aclarar que para este trabajo vamos a utilizar la palabra epidemia como un término generalizador de pandemia y epidemia.


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Así las epidemias que forman parte de la patología biológica y biosocial,1 como la viruela, el sarampión, la tosferina, las paperas, la varicela, la peste, el tifo murino, la fiebre escarlatina, el cólera morbus, la influenza española, el sida, en sus múltiples versiones y entradas a México, han venido del mundo externo y han encontrado en su primer momento a población virgen a la que han atacado de manera brutal. La viruela de 1521, el inicio de una nueva patología en América En 1521 la viruela marcó el parteaguas de la nueva patología europea importada a la Nueva España. Si bien no fue la pr imera incursión en el territorio continental, sí sería la que se diseminaría quedando endémica al paso de los conquistadores por un siglo. Su entrada por barco desde Europa, vía la Habana, al Puerto de Veracruz, determinó el camino casi natural, o sea el camino real que durante la colonia tuvo la vocación de introducción de hombres, animales y mercancías, junto con ellas de males. En el siglo que va de 1521 a 1621 la enfermedad cubrió casi todos los rincones y regresó para volver a diseminarse cien años después. Por su parte, las otras enfermedades de patología biológica hicieron su aparición y siguieron los caminos ya hoyados por la viruela, quedando de la misma manera endémicas mientras abarcaron a toda la población susceptible. Si bien el tifo murino nos demostró la lucha que hubo entre la rata ratus y la rata norvégicus, este cambio ecológico expulsó a la rata ratus de los ámbitos urbanos para refugiarse

1

Elsa Malvido, “Factores de despoblación y de reposición de la población. Cholula, (1641-1810)”, en Historia Mexicana, núm. 89, julio-septiembre, 1973, pp. 52-110


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en los campos.2 Este periodo lo circundan las zoonosis humanizadas. El cólera morbus, 1833 Un segundo periodo lo definió la globalización del siglo XIX, la que trajo con sus mercancías y hombres la nueva patología. Desde tierras más lejanas el cólera salió de su nicho natural el Ganges, para llegar a América por las nuevas rutas del comercio. El México independiente se definió ni más ni menos con un cambio en la patología, pasando de una mortalidad de entre el 90% y el 50% de los enfermos a una de sólo 10%, producida por el cólera morbus en todo el mundo.3 Lo importante de este punto es que a partir de entonces los contagios y sus enfermedades dejaron de ser zoonosis para ser exclusivos padeceres del humano por lo que las condiciones biológicas perdieron su fuerza para ser enfermedades donde las condiciones de vida van a ser las determinantes El camino de este mal demostró nuestra independencia de España y la dependencia de un nuevo imperio más ambicioso, los Estados Unidos, que pretendió invadirnos por la frontera norte tan mal delineada y la cual ya estaba habitada por los norteameric anos. Sin embargo como este padecer corresponde a las enfermedades llamadas hídricas, los ríos fueron los conductos de propagación e incursión y en nuestro caso el río Brazos dispersó la enfermedad. 2

Miguel Angel Cuenya y Elsa Malvido, “Una ciudad tomada por las ratas, la Puebla de los Ángeles 1813”, Ponencia presentada en el Congreso de SOMEDE, 1999, México. 3 Miguel Angel Cuenya y Elsa Malvido, “La pandemia del cólera de 1833 en la ciudad de Puebla” en Miguel Angel Cuenya, Elsa Malvido, Concepción Lugo, Ana María Castillo y Lilia Oliver, El cólera de 1833: una nueva patología en México. Causas y efectos, México, INAH, 1992, pp. 11-45.


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A partir de ese año toda la patología biológica y biosocial entra a México a pie y por Estados Unidos de América, es decir el país que nos explota. La influenza española, 19184 Sin embargo cabe destacar que entre el periodo imperialista y las etapas que le siguieron hemos detectado dos cambios en la patología, uno impuesto por la Primera Guerra Mundial y que definió la influenza española y otras dos más, el sida y la drogadicción. En 1984 se registró el primer caso de SIDA en nuestro país, es probable que cuando esto sucedió ya había un buen número de contagiados sin detectar por la secretaría de salud. Lo que resulta destacable del caso es la velocidad con la que muta el virus de inmunodeficiencia adquirida, para el cual, al igual que para el cólera y la peste, no han podido conseguirse vacunas eficaces El regreso de la patología biológica, el cólera, la tuberculosis Sobre la entrada del cólera a nuestro país, los datos son verdaderamente manipulados, se ha dicho oficialmente que entró con los enemigos del actual sistema político, los narcos, en un avión que aterrizó clandestinamente en Sultepec, y defecaron contaminando las aguas de dicho río, lo cual pare4

Enrique Florescano y Elsa Malvido, Ensayos sobre historia de las epidemias en México, México, IMSS, 1982, p 417. Hay dos vertientes de la entrada de la Influenza a México, la primera sale de documentos de Torreón, Gómez Palacios, donde la influenza estaba ya declarada y la segunda que regresa a la vía colonial, donde se dice que entró por barco en el litoral del Golfo vía España en los Trasatlántica Española.


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ce de película de Juan Orol y no un informe de la Secretaría de Salud. No obstante Estados Unidos se declaró libre del contagio, sólo algunos casos aislados de peruanos que venían a visitar a amigos y otros casos que se registraron en Miami, de personas que comieron ostiones, no se sabe de dónde. Lo que hay que destacar es el cambio en las cifras de mortalidad, también controlada por la OMS y la OPS: esta nueva cepa del cólera produjo un 1% de mortalidad sobre los contagiados, lo que obligó a los países que la padecen a cocinar sus datos para no rebasar la cifra. Conclusiones La epidemiología sirve para dar una cronología más exacta a los procesos sociales que los decretos oficiales, nos delimita la geografía de acceso y las rutas de invasión. Queda claro que la independencia de España no fue en 1820, sino en 1833, cuando el cólera morbus invadió a México, después de lo cual los intentos, la epidemia de violencia al colombianizar a México y convertirlo en el traspatio de Estados Unidos. Así los modelos de esta novedosa epidemia son generados por contagio televisivo, donde las condiciones de miseria ya no se detectan por falta de drenajes y atarjeas, sino por la emigración a Estados Unidos, ya no por cólera sino por drogadicción y corrupción. La epidemiología tendrá que revisar sus enfermedades para incluir a éstas en sus padeceres como infecto-contagiosas.



Espacio, parentesco y clase: problemas para la historia del México moderno, siglos XIX y XX Gerardo Necoechea En algún momento y por un largo tiempo, los historiadores mexicanos se enfrascaron en dos preocupaciones: cuándo podemos hablar de México como una nación y, más aún, cuando accede México a la modernidad. En la historia económica fue importante conocer los momentos y los modos en que la actividad económica interna estuvo ligada al mercado mundial, así como el momento en que se constituyó un mercado nacional que pudiera ser punto de arranque para la industrialización. También la historia política buscaba hasta por debajo de las piedras signos de lo moderno, persiguiendo a través del tiempo la formación del estado nacional y la participación política ciudadana. Asimismo, la historia cult ural se interesaba por la aparición de una cultura nacional y, muy en particular, de una cultura nacionalista. Aunque desde la historia social había ciertos rompimientos, las preocupaciones seguían siendo con la estructura social y la aparición de clases que tuvieran envergadura nacional y misiones históricas. Todo ello daba un sentido de dirección a investigaciones particulares enclavadas en periodos distintos. Tímidamente en los setenta, agresivamente en los ochenta, la historia regional apareció a la sombra de estas preocupaciones. Y desde el inicio caminó por dos sendas distintas. La propuesta de Luis González, concretada en Pueblo en vilo, esbozó un camino a seguir: la microhistoria en


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contraposición a la historia nacional. La apuesta era por que el terruño y los pequeños aconteceres modelaban la experiencia histórica de los mexicanos en mayor medida que los heroicos hechos patrios. Incluso, la historia local revelaría tipicidades y diferencias que llevadas a extremo cuestionarían la exactitud y relevancia de la historia nacional. El otro camino seguido fue el de reducir la dimensión geográfica para estudiar la variación local de los sucesos nacionales. En algunos casos la limitación espacial fue justificada por la trascendencia de los sucesos ahí gestados, como el caso de la revolución en Sonora estudiado por Aguilar Camín. En otros, porque la disminución espacial permitía la profundidad en el detalle, como la investigación de Gerardo Sánchez sobre el suroeste de Michoacán. Los menos afortunados fueron aquellos que redujeron espacio e investigación a mero estudio de caso que ilustrara proposiciones generales, como Tamayo sobre Guadalajara o Castellanos sobre Atlalcomulco. 1 Como quiera que fuera, la historia regional cuestionaba el afán generalizador y absoluto de la historiografía precedente. Hacia finales de la década del 70, la historia regional ocupó en la historiografía mexicana un lugar análogo al de la nueva historia francesa o la nueva historia social anglosajona. Efectivamente, la historia regional revitalizó la investigación sobre el pasado. En el transcurso del último tercio del siglo ha sido el ámbito predilecto y novedoso de la historia mexicana. El auge de los estudios regionales fue acompañado por una discusión respecto de sus alcances y significado. La ma1

Luis González, Pueblo en vilo, Microhistoria de San José de Gracia, México, El Colegio de México, 1969; Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada, México, Siglo XXI, 1977; Gerardo Sánchez, El suroeste de Michoacán: economía y sociedad, 1852-1910, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1988; José Alfredo Castellanos Suárez, Empeño por una expectativa agraria: experiencia ejidal en el municipio de Acolman, 19151940, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, Universidad Autónoma de Chapingo, 1998.


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triz de estas discusiones fue la contraposición de historia regional a historia nacional, en ocasiones a través de la contagiosa fórmula inventada por Luis González, historia matria vs historia patria. La preocupación desde entonces ha versado sobre la relación entre historia regional e historia nacional. Hay quien argumenta a favor de la complementariedad y hay quien a favor de la exclusión. También ha habido esfuerzos por definir la característica regional, limitados en su utilidad. 2 Por tentador que resulte apuntar las excentricidades e inexactitudes de esta discusión, es más provechoso reflexionar fuera de ella. Vale la pena retornar a dos escritos que aparecieron al mismo tiempo y en el mismo volumen de Historia Mexicana, uno de Luis González y otro de Alejandra Moreno. El escrito del primero se convertiría en el grito de guerra de una vertiente de historia regional, la microhistoria. El otro, en cambio, parecía anclado en una vieja dualidad, geografía e historia. Moreno Toscano, sin embargo, hace un planteamiento importante ahí sobre la historicidad del espacio. Invita entonces a reflexionar sobre el surgimiento y desarrollo de los espacios regionales. Junto con sus trabajos sobre las ciudades y el texto escrito con Enrique Florescano, espacio y mercado, Alejandra Moreno propone una particular manera de conce-

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Para los primeros, véase Carlos Martínez Assad, “Historia regional. Un aporte a la nueva historiografía,” en Horacio Crespo et al., El historiador frente a la historia. Corrientes historiográficas actuales, México, UNAM, 1992, pp. 121-129; para los segundos, véase Pablo Serrano Alvarez, “Historiografía regional mexicana: tendencias y enfoques metodológicos, 1968-1990,” Relaciones, 72, otoño 1997, pp. 47-58. Una revisión de definiciones y enfoques, en Brigitte Boehm de Lameiras, “El enfoque regional y los estudios regionales en México: geografía, historia y antropología,” en Relaciones, 72, otoño 1997, pp. 15-46.


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bir la historia regional cuyo centro es, repito, la historicidad del espacio. 3 Puestos a pensar sobre este punto, hay que regresar a un viejo texto de Eric Wolf sobre el Bajío. 4 En él, Wolf propone algo que es un punto de partida para entender la historicidad regional. Al final de la guerra de independencia y una vez roto el eje integrador de la minería y el estado colonial, el territorio se disgrega justamente porque surgen estructuras sociales y políticas que apuntan a la disgregación. Según Wolf, el ascenso de hombres fuertes a las cúspides de estas estructuras regionales resulta en una tensión entre un movimiento hacia la integración bajo la hegemonía de un solo hombre fuerte y otro en dirección contraria, hacia la conservación del poder y la estructura local. Visto desde esta perspectiva, la cuestión sobre historia regional para el XIX resulta lógica, en tanto no hay un espacio nacional del que se pueda hablar, menos aún estudiar. La dinámica histórica reside en esa tensión que es, por su naturaleza, regional. Resulta entonces importante preguntarse no por la opción regional o nacional sino cuándo aparece la posibilidad de una historia nacional. Ello por supuesto nos regresa a la anterior e inacabada discusión de la historiografía sobre la nación. Pero habría que voltear esta historia de cabeza. La antigua creencia de que la 3

Luis González, “Microhistoria para Multiméxico,” y Alejandra Moreno Toscano, “El paisaje rural y las ciudades: dos perspectivas de la geografía histórica”, Historia Mexicana, XXI, 2, 1971, pp. 225-241 y 242-268; Moreno Toscano, “Cambios en los patrones de urbanización en México, 1810-1910,” Historia Mexicana, XXII, 2, 1972, pp. 160-187; Alejandra Moreno Toscano y Enrique Florescano, “El sector externo y la organización espacial y regional de México (1521-1910)”, Ponencia presentada en el IV Congreso Internacional de Estudios Sobre México, Santa Mónica, California, octubre 17–21, 1973, México, INAH-DEH, Cuadernos de Trabajo. 4 Eric Wolf, “El Bajío en el siglo XVIII (un análisis de integración cultural),” en David Barkin, Los beneficiarios del desarrollo regional, México, SEP, 1972, pp. 63-95.


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historia mexicana se mueve a través del siglo XIX hacia la inevitable formación de la nación resulta, a la luz de investigaciones recientes, un mero artículo de fe desatinada. Más interesante resulta creer que a través del siglo hay dos orie ntaciones opuestas, hacia lo nacional y hacia lo regional, y que variados grupos sociales las comparten en momentos y espacios distintos. Visto así, el estudio de la diferencia o la variación no es ni puede ser la marca de la historia regional; sí lo puede ser, en cambio, el estudio de esa tensión en distintos ámbitos que por su geografía y sociedad la resuelven de manera diferente. Pero sin duda hay un proceso compartido. Este punto de partida nos aleja del callejón sin salida de cierto tipo de historia regional que ha preferido la banalidad de “en mi pueblo era así” a la densidad histórica. Implica también romper con una discusión que no augura nada nuevo. Nos lleva en cambio a otro tipo de problemas. Uno, por ejemplo, tiene que ver con los tipos de sociedad que emergen en estas regiones. Una buena cantidad de páginas se han dedicado al estudio de caciques y caudillos y sus distintas caracterizaciones. El asunto se había visto primero como una aberración típica de la anarquía decimonónica y como herencia o vestigio del pasado colonial. Posteriormente interesó la cuestión de los mecanismos que conforman esta particular manera de ejercer el poder e incluso dio pie a toda una industria editorial especializada en definir y diferenciar caciques y caudillos. El estudio se centró en las rivalidades y los intentos por establecer un poder hegemónico. Presuntamente el problema desaparece en las décadas inmediatas posteriores a la revolución con la presunta consolidación de un estado nacional. 5 Desde mi punto de vista, esta idea es muy discutible, incluso más si consideramos que la fragmentación regional permanece hasta bien entrado el siglo XX. 5

Véase David Brading, Caudillos y campesinos en la Revolución Mexicana, México, FCE, 1980.


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Una nueva vena de discusión sobre el asunto es la que se fija no en los grandes hombres fuertes sino en los dirigentes locales que se suman a ellos. Estos estudios voltean la cuestión para proponer que en esos espacios hay una apropiación de la ideología liberal y su consecuente resignificación, de manera que dan un contenido social o populista al liberalismo.6 La discusión es más compleja de lo que aquí digo. Sin embargo, lo que me interesa destacar es que una vez que el foco se dirige a los espacios locales y no a las supuestas disputas nacionales entre conservadores y liberales, aparece la pregunta de cómo son las sociedades locales. En otras palabras, qué tipo de sociedad sustenta este particular ejercicio del poder basado en relaciones clientelares.7 Aquí creo que es sustancial comprender que la sociedad en su conjunto está estructurada a partir del parentesco.8 Es el parentesco el criterio central de inclusión y exclusión en todos los ámbitos: político, económico y social. Otra vez regresamos a Wolf. Wolf plantea que en el Bajío en el siglo XVIII aparece un nuevo tipo de sociedad, distinto al del núcleo de la Nueva España. Su característica es que se organiza con base en clases sociales y no en etnias, es decir, que se rompe la dualidad de república de indios y república de españoles. Si bien esto último es cierto, la cuestión de las clases está por verse. Wolf argumenta la integración cultural de distintas clases —empresarios y trabajadores— en el Bajío. Sin embargo, si atendemos la definición que hace Thompson de clases sociales —y hasta la fecha no tengo porqué dudar de la validez de esta definición ni de su utilidad como catego6

Florencia E. Mallon, Peasant and nation. The making of postcolonial Mexico and Peru, Berkeley, University of California Press, 1995. 7 Véase Guy P. C. Thomson, “Pueblos de Indios and Pueblos de Ciudadanos...”, Bulletin of Latin American Research, 18, 1, january 1999, pp. 89-100. 8 Véase Francois-Xavier Guerra, México: del antiguo régimen a la revolución, v. I, México, FCE, 1988.


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ría de análisis histórico— entonces lo que Wolf define como clase no lo es. Thompson postula que la clase ocurre en el tiempo como un proceso de distinción y enfrentamiento, justamente lo contrario de lo que Wolf describe para el Bajío. Así que si en el Bajío la clase no es el criterio de estructuración social, y tampoco lo es la etnia, entonces cuál es. Yo sugeriría que para entender mucho de lo que sucede en el siglo y medio después de la Independencia hay que estudiar la estructuración social a través del parentesco. Los estudios de familia para los grupos de poder económico sugieren que éstos se constituyen a través de los nexos familiares —reales o ficticios. Lo mismo sucede, por lo que sabemos, entre campesinos y artesanos. Sabemos también que estos nexos vinculan a unos con otros, es decir, que el nexo de parentesco corta a través de diferencias económicas y sociales para constituir grupos de poder. En otras palabras, no hay clases sino frentes de parentela.9 Mucho de lo que se ha descrito como burguesía o clase obrera obedece más al deseo de encontrar la modernidad que a lo que las fuentes sugieren ocurre en la sociedad. ¿Cuándo se transforma este tipo de sociedad? Podemos ciertamente hablar de un proceso de formación de clases que quizás inicia muy a finales del siglo XIX pero que a mediados del XX no ha cuajado en una reestructuración de la sociedad. Pensando exclusivamente en el proceso formativo de la clase obrera en México, incluso, podríamos decir que inicia en distintos momentos del XIX, en espacios localizados, 9

Véase Stephen Haber, Industria y subdesarrollo: la industrialización en México, 1890-1940, México, Alianza, 1992; Gerardo Necoechea, "Empresas y empresarios en México en el siglo XIX", Cuicuilco, vol. 2, núm. 4, nueva época, 1995; Paul Friedrich, Agrarian revolt in a Mexican village, Chicago, University of Chicago Press, 1977; Patricia de Leonardo, “El impacto del mercado en diferentes unidades de producción. Municipio de Jalostotitlán, Jalisco,” en Patrica De Leonardo y Jaime Espín, Economía y sociedad en los Altos de Jalisco, México, Nueva Imagen, 1978.


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pero que se trunca e inicia nuevamente más tarde. Posiblemente en otras sociedades americanas ocurrió algo similar, debido a que cada nuevo impulso de industrialización trae consigo una nueva oleada de trabajadores que por primera vez enfrentan el proceso. De esta manera es difícil hablar de clase obrera hasta que este proceso no se generaliza y para ello es necesario un ámbito nacional. Ese ámbito apenas se empieza a formar hacia mediados del siglo XX.


Dos periodos del siglo XX Carlos San Juan Victoria Historia y arbitrariedad Pido permiso para preguntar sobre el objeto mismo de estas notas sobre el siglo XX. ¿Existe la historia contemporánea? Hay, entre otras, dos maneras de abordar el asunto. Por un lado, los criterios hermenéuticos de una disciplina cada vez más especializada, y por el otro, el ejercicio libre de, por ejemplo, políticos e intelectuales del siglo XIX que al describir sus días escribieron historia, o bien escritores y otros especialistas que advierten en la fragilidad del momento, rastros y huellas de un fluir, de una secuencia temporal, la sospecha de que somos parte de algo que se hunde en el pasado, pero también, que fuimos y somos contemporáneos de otros. “Me dicen que el presente, el specious present de los psicólogos, dura entre unos segundos y una minúscula fracción de segundos” comentaba Borges, y ahí, en ese pulso instantáneo, está la huella y la sincronía. 1 Historiar el presente con rigor hermenéutico es empresa difícil por la posibilidad limitada de verificar y cruzar informaciones en manos de protagonistas e instituciones que ponen en riesgo prestigios e intereses vigentes. Aunque parezca cruel, cada generación de muertos hace vivir nuevas luces sobre el pasado. Pero en el extremo, tras la muerte de todos, no estará al fin la verdad pura. Para desconsuelo del posit i1

Jorge Luis Borges, “Nueva refutación del tiempo”, en Otras Inquisiciones, 4ª reimp., Madrid, Alianza EMECE, 1989, p. 176.


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vismo reinante, aún contando con toda la documentación y todas las referencias, la “verdad” interna de hombres y procesos siempre encuentra puertas para escaparse. “Todo se nos escapa (...) la vida de mi padre me es tan desconocida como la de Adriano. Mi propia existencia, si tuviera que escribirla, tendría que ser reconstruida desde fuera, penosamente, como la de otra persona”. En esas palabras de una inteligencia desconsolada resumía Yourcenar su intento total, lúcido e Insuperable, por recuperar la sombra de un romano excepcional de siglos pasados.2 Y es que tras del prestigio como memoria válida de la Historia, se esconde una arbitrariedad que reposa en la misma condición humana. El enorme, masivo río de tiempo perdido e informe que nos constituye, “el tiempo que no aprendimos a retener, la sustancia mental, espiritual e ideológica de la que finalmente estamos hechos”, afirma Saramago.3 De esa masa inmemorial se recogen algunos hechos, se exhuman unos cuantos muertos y se arma la memoria de los vivos, se recrea un mundo dentro de muchos mundos posibles. Eso le ocurre a la gente, a los historiadores profesionales, a los escritores, a todo aquel que se pregunta sobre su pasado, eso me ocurre a mí ahora que intento hilvanar algunas ideas sobre los tiempos del siglo XX. ¿Qué hacer ante ello? Tal vez la conciencia plena del tiempo perdido, tal vez métodos que a lo más establezcan las reglas de una arbitrariedad controlada, o tal vez la ficción literaria que como atrevida luz de bengala ilumine la noche de los tiempos, según nos recupera Julio Moguel la enseñanza central que Saramago ofrece en los Cuadernos de Lanzarote. Desde esa certidumbre de nuestra naturaleza arbitraria, pero también, desde la urgencia de ver la huella y la sincronía en el soplo de cada instante, empezamos: 2

Margarita Yourcenar, Memorias de Adriano, 1ª ed., México, Hermes, 1981, p. 346. 3 José Saramago, Cuadernos de Lanzarote, citado por Julio Moguel en su ensayo inédito “Historia y ficción en la obra de Saramago”.


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2. El bisturí y la aguja Ante el tiempo, ante esa compleja naturaleza de fluidos lineales, circulares, en espiral, o bien, ante su impresión más aterradora, como masa informe e indiferenciada, necesitamos de sembrar referencias, marcas, señales, para dar forma al pasado. El llamado oficio del historiador trae dos inclinaciones y sus respectivas familias de herramientas. La de marcar las fronteras donde vidas y épocas cambian o terminan, pero también las mil maneras que encuentra la vida para saltarse todas las trancas y continuar aferrada al flujo del tiempo. Continuidad y discontinuidad, ruptura y permanencia, las grandes maneras de clavar referencias en el lomo de los siglos. Pido permiso para mostrar mi modesto eje rcicio, primero del bisturí, y después de la aguja, con respecto al siglo XX mexicano. 3. Un siglo de setenta años En un texto reciente, intenté argumentar mi placer por diseccionar en dos el siglo XX. 4 Resumo lo dicho: El siglo XX y el siglo de la revolución mexicana parecen iguales pero no son lo mismo. Sugiero que sus actores sociales se mueven en ese tramo cronológico en dos escenarios históricos distintos, en dos ciclos de ordenamiento mundial y nacional singulares, con fuerte continuidad pero intensas discontinuidades. El primer ciclo es el siglo de 70 años de la Revolución Mexicana. Ese fue un siglo marcado por el origen, la forja y las varias modificaciones del régimen surgido de la Revolución. (..) "fue el tiempo para una pluralidad de capitalismos , donde 4

La argumentación que sigue reproduce lo ya escrito en el ensayo: Carlos San Juan, “Historias paralelas: cinco hipótesis sobre indios y ciudadanos, actores marginales del siglo XX.”, en Pablo Serrano y Carlos Martíunez Assad (coords.), El Siglo de la Revolución Mexicana, México, INEHRM, 2000 pp. 363-372.


270 destacará la formula de conciliación entre movimientos sociales, estado interventor y desarrollo capitalista nacional que encarnó el estado de bienestar.

Esta oportunidad la aprovecha el régimen de la revolución para dar forma a un sólido sistema que evoluciona de la construcción de fuertes bases populares (agrarismo, sindic alismo, nacionalizaciones, sector estatal y social, educación socialista) hacia un régimen autoritario con pactos corporativos y promotor del desarrollo capitalista.5 En sus modific aciones varias, mantiene sin embargo una densidad popular en áreas estratégicas: a) En el mantenimiento y transformación de una tradición liberal republicana que establece derechos individuales y le añade, innovación del siglo, los derechos sociales; pero en un Estado de Derecho débil, con jurisdicciones y coberturas restringidas, que legalizan inclusiones minoritarias y exclusiones mayoritarias. Hay entonces una variante de ciudadanía corporativa con derechos a salvo, pero existe otra variante, socialmente mayoritaria, de ciudadanos no corpor ativizados, que viven en la ausencia de derechos sociales y sin acceso a coberturas estatales. b) En el trazo de una república que establece formalmente el sufragio efectivo, la división de poderes pero que controla el sufragio y gobierna con castas políticas, militares y burocráticas. Nace entonces un ejercicio del poder de manera autoritaria pero con pactos hacia las grandes corporaciones sociales, contrapesos no sólo al poder autoritario sino frenos a la extrema concentración de la riqueza. De ahí surge un matrimonio extraño: presidencia-lismo autoritario acotado por pode5

Enrique Semo, “La cuarta vía de la Revolución Mexicana”, en Solo Historia, Revista del INEHRM, núm. 7, enero-marzo de 2000, p. 13 y 14, donde se distingue entre un periodo 1917-1938, de ascensos y reacomodos populares que dan forma a un nuevo pacto social, y de 1940 en adelante, donde “una nube contrarrevolucionaria cubre el sol mexicano”.


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res factuales, formación de élites dominantes pero existencia de contrapesos sociales, la convivencia entre el autoritarismo y los consensos de los intereses creados, incluidos intereses de élite y de grupos populares organizados. c) En la promoción de un desarrollo capitalista con una fuerte presencia de “lo popular”, como legitimidad política, como sector social, como sistema abierto aunque clientelar de oportunidades, como inhibición a la oligarquización plena de las élites políticas y culturales respecto al ethos popular. Sin embargo, esa densidad popular se contrapone al Estado de Derecho: es discrecional, incluye a los leales, organizados y registrados; propicia el monopolio corporativo de los derechos, transforma los derechos políticos y sociales en pacto de inclusión y campo fértil a las clientelas. No sólo eso, sacrifica la autonomía y la individualidad del ciudadano y excluye a los pueblos indígenas, carentes de pacto corporativo. Con dos definiciones tajantes, condena a estos dos actores a sobrevivir en la periferia: por un lado masifica la cultura corporativa y clientelar que convierte los derechos políticos en pacto para la inclusión;6 y por la otra pregona una modernidad concentrada, industrial y urbana que desprecia a las comunidades dispersas y rurales. Nace un “pueblo organizado” contrario al indio y al ciudadano. Ese ordenamiento sistémico, bisagra entre el mundo y la sociedad nacional, muere en la década de los ochenta, aunque lo que le ocurre, como metáfora biológica, se acerca más a las mutaciones: cambios focalizados en su ordenamiento interno que 6

“(...) ha sido a través de las demandas de ciudadanía como el campesino y el sector informal han negociado con el Estado postrevolucionario, intercambiando votos y participación del discurso revolucionario por acceso a tierra, crédito, electricidad y servicios. Al mismo tiempo, esta ciudadanía pertenece a una masa anónima, no a un conjunto de individuos privados”. Cfr. Claudio Lomnitz, “La construcción de la ciudadanía en México”, en Metapolítica, núm. 15, vol., 4 julio/septiembre 2000, p. 145.


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coinciden con cambios de largo plazo en su entorno mundial. Se abre un tiempo donde estas fuerzas remodelan desde entonces a la nación y al mundo entero. “Se pasa entonces de la pluralidad de capitalismos hacia la homogeneidad globalizada”. 4. Desmembramiento del viejo régimen y construcción del nuevo orden Según mi muy particular visión y gusto por los tajos, desde los años sesenta hasta los ochenta emergen con mejor suerte muy diversos grupos de taladores, barreneros y descuartizadores del viejo régimen. Desde la gesta tan divulgada del 68, las rebeliones empresariales del 75 y el 82, las nuevas hornadas de intelectuales que dejaron de creer a pie juntillas en la revolución y demandaron la democracia, hasta el vertiginoso ascenso de nuevas élites empresariales y de tecnócratas que hermanaron intereses y proyectos y los nuevos ánimos de los vecinos del norte para poner orden en su patio trasero. Por el esfuerzo de todos ellos ocurrió una erosión silenciosa de la cortina de nopal. Hay entonces un cambio drástico que no requiere de que se derrumbe ningún muro de Berlín. En las dos últimas décadas hay una mutación del contexto mundial y nacional: termina la gran fase de los capitalismos plurales e inicia una nueva homogeneidad a escala mundial, donde soberanías, recursos naturales, población e identidades culturales de los Estados nación serán objeto de disputa para un nuevo orden integrador de bloques regionales y mundiales . En el país los cambios nacen además de tres procesos simultáneos pero con lógicas distintas: oleadas sociales por la inclusión y la democracia por un lado; la expansión económica y política empresarial que reordena la sociedad según su nueva hegemonía por el otro; y el surgimiento de un Ejecutivo tecnocrático que abre la economía, desmantela el Estado corporativo y erosiona los pactos sociales con las grandes corporaciones, sin afectar y por el contrario, aliándose a la enorme pirámide clientelar del par-


273 tido oficial. Es un cambio profundo donde la anatomía económica y social de la nación se transforma, aunque quede en pie la fachada del constituyente del 17, pero que fomenta la contradicción creciente entre promesa de equidad y expansión del mercado.7

Digo entonces que desde los años ochenta hasta los tiempos foxistas que nos asolan, hay en curso una transformación política sin precedentes, marcada por la lenta pero constante erección de un nuevo orden, cada vez más a la ofensiva, cada vez más sólido, cada vez más preciso; y a la vez, por la terca pervivencia, asociación y resistencia de partes desmembradas del régimen de la revolución mexicana. El nuevo orden, hasta entonces una constelación aislada de oposiciones, pasa a la ofensiva cuando gana la fuerza del Estado en 1982. De manera telegráfica, apunto algunos de los rasgos centrales de esa novedad en el ordenamiento político nacional: x

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Se afianza un presidencialismo en la conducción económica y en la integración de bloques regionales, pero se vive una novedosa pluralidad política en los gobiernos municipales y locales, hasta arribar a la federal. Avanza la integración del bloque regional de América del Norte, como iniciativa geopolítica de control de poblaciones, recursos naturales, energía, mercados y campos de inversión. A la vez, se crea una nueva regionalización interna que tiende a fracturar al país: el norte integrado al bloque, el sur como puente de colonización hacia el resto de América, el Pacífico y el Atlántico como plataformas exportadoras. Nación y soberanía entran en un proceso de cambio. La transición controlada desde el Poder federal y por coaliciones de intereses oligárquicos se reduce a la alternancia, a fortalecer cierta pluralidad partidaria y a lograr cierto equilibrio de poderes y de niveles de gobierno. Ocurre entonces una profesionalización de la política y de los políticos, cenCfr. “Historias paralelas”, op cit.


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trados en lograr mayor especialización y autonomía de la esfera de la política, dejando de lado la necesidad de reformular un nuevo pacto social, es decir, establecer los compromisos, los derechos, los recursos e instituciones que frenen la inercia de iniquidad en las relaciones sociales. Se crea entonces un divorcio creciente entre política y sociedad. El resultado de veinte años de esta manera de cambiar intenté resumirlo en otro trabajo hablando de las paradojas de la democracia mexicana: 8 x

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una promoción de instituciones, valores y actores democráticos sobre todo en el plano electoral y que concentra la democracia en la alternancia política. De manera paralela se acentúa la desigualdad social, económica y cultural y con ello se dificulta la construcción de una ciudadanía integral, que abarque las esferas cultural, económica y social e incluso se erosiona un marco ya adquir ido de derechos en esos aspectos. Crece un entramado democrático nacional y local pero decisiones estratégicas para afectar la desigualdad y la soberanía nacional quedan al margen de él. De no resolverse esa contradicción la democracia adquiere un vicio estructural: aparecer como fachada y escenografía de una nueva centralización de decisiones vitales. La emergencia de la pluralidad de actores micro sociales ocurre a la vez que los grandes actores históricos obreros y campesinos son desarticulados y desprestigiados y sus derechos e instituciones minimizadas. El conflicto y la movilización son rechazados como vías legítimas para atender demandas. Es una democracia vacunada contra los grandes actores sociales y ayuna de pacto social alguno.

Carlos San Juan, “Ciudad de Mexico: instituciones y sociedad civil, experiencias de una ciudad en transicion” en Cuadernos de la Sociedad Civil, núm. 4, Instituto de Investigaciones Sociales, Un iversidad Veracruzana, 2001, pp. 11-12.


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5. El raro tejido de las continuidades Las oleadas continuas de los cambios enfrentan sin embargo, como siempre, una constelación abigarrada de inercias, resiste ncias y asociaciones de tiempos pretéritos. Aparece entonces lo nuevo, sí, pero como un híbrido formidable, que debe probarse ante dos frentes, uno de resistencias y nuevas asociaciones con los sólidos fragmentos del antiguo régimen, otro de impensada competencia, la iniciativa de crear un nuevo orden plural, de equidad y de democracia participativa, que empieza a convocar a núcleos dispersos en el país a raíz de la rebelión zapatista. Uno amenaza con tragarse a lo nuevo en las inercias viejas, otro compite para hacerlo incluyente. Durante décadas, los núcleos del cambio combatieron contra un mar de redes de poder anidadas en gobiernos de los estados, en cámaras locales, en las representaciones del PRI a escalas estatales y regionales, en redes de clientelismo con grupos empresariales, obreros, campesinos y populares. La asociación entre gobiernos, partido y clientes organizados construyó la maquinaria política más sólida del siglo XX. Esta enorme maquinaria es la organización política actual más fuerte del país, y sin duda alimentará la pluralidad de la nación durante un largo periodo. Otra herencia viva del régimen de la revolución mexicana es altamente explosiva: la persistente asociación entre el poder legal y el ilegal. Riqueza y poder se asocian de diversas maneras, en los contratos y mercados públicos, pero también y de manera más riesgosa, en las fuentes de riqueza inmediata, el narcotráfico, la delincuencia organizada y el contrabando, los Hermanos de la Hoja pero a escala nacional y global. Esa explosiva telaraña de intereses que involucra a élites federales y locales de gobierno, decentes familias empresariales, poderes regionales y militares, es tal vez el punto más frágil de estos procesos de cambio, y a la vez, de su neutralización para dar paso a nuevas asociaciones.


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Desde otra lógica histórica, se abren paso otras continuidades, En 1995 tuve la oportunidad de realizar un largo viaje por la sierra norte de Oaxaca, la llamada Sierra Juárez. De su muestrario diverso de municipios indígenas me admiró la persistencia de otro tiempo, organizado según el sistema de cargos donde el “ciudadano” debe dar el “servicio” a la comunidad, la vigencia de la asamblea municipal y de las comisiones para todo asunto público, la plena aceptación del bien común, el goteo de recursos externos y la marcada autosuficiencia local para sobrevivir. La autonomía, que empezaba a debatirse como concepto, aparecía como realidad amarga y como presencia de un tiempo corporativo y medieval, asomo del municipio del “común” que arribó en el siglo XVI y se mezcló con tradiciones comunitarias prehispánicas, nuestra primera modernidad mestiza. 9 Visitando Amealco, en Querétaro, advertí la otra cara de la moneda, que este tiempo antiguo sabía mezclarse con maña y astucia al presente, no necesariamente estaba excluido, y como en San Juan Chamula, los cacicazgos locales mantenían un pié en el sistema de cargos, y otro en las redes municipales y regionales del PRI, a la vez que las economías locales se integraban a redes de comercialización extensas. Cuando en San Andrés Larráinzar a fines de 1995 e in icios de 1996 se discutieron los llamados Acuerdos, me llamó la atención cómo se formaba un nuevo híbrido, por un lado las exigencias indias para que se reconociera como legítimo e incluido a su tiempo antiguo (usos y costumbres, cosmovisiones,) y a la vez, en diálogo con asesores mestizos, se insertaban estas demandas en una propuesta de reforma de la Nación entera. Se ataban por eso cuatro mesas de diálogo, una para los derechos y cultura indígena, otra para las mujeres, y dos restantes para la reforma económica, social y política de la Nación. 9

Carlos San Juan Victoria, “El secreto de un gobierno gratuito y sin burocracia: el sistema de cargos en la Sierra Juárez, Oaxaca” en La Jornada del Campo, martes 6 de febrero de 1996.


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Con ello se abrían tres posibilidades históricas, que hasta ese momento una izquierda crecientemente parlamentaria no había logrado siquiera entrever. Por un lado plantarse de manera firme en el terreno de la construcción de un nuevo orden. El zapatismo recupera el debate sobre la democracia, la reforma del Estado, las políticas sociales y económicas del país, y lo enmarca en la lucha por un nuevo proyecto de Nación. Pero además el formato de sentar a gobierno y a rebeldes para negociar acuerdos, representa hasta el momento la experiencia más avanzada para que el acelerado trote del nuevo orden incluya de manera pacífica las demandas de los exclu idos que el sistema político en su conjunto no puede, y a veces no quiere, trasmitir y resolver. En otro trabajo intenté resumir este asunto fundamental de la siguiente manera: 10 en una escala real pequeña pero con indudable fuerza simbólica, San Andrés se erige por todos estos asuntos en el primer ensayo negociado y político para modular seis años de modernización galopante que introdujeron desequilibrios, agudizaron carencias y aumentaron la deuda social de la Nación con muchos mexicanos. Como lo muestran los largos ciclos de la historia, después de jornadas intensas de modificaciones vienen los periodos de ajuste y reequilibrio, generalmente de manera violenta, por los muchos intereses lastimados o disminuidos. Para el país, San Andrés muestra, más allá de sus interminables anécdotas, de sus escaramuzas y diferencias, que es posible si se quiere por ambas partes encontrar vías negociadas, pacíficas y políticas para realizar el ajuste imprescindible del proyecto de Nación.

En este contexto los planteamientos indígenas se proponen negociar, en serio, la plena existencia de otros tiempos, la pluralidad mestiza de nuestra sociedad, que las oleadas de modernidad insistentes desde 1983, pretenden reducir al

10

Carlos San Juan Victoria, “La novedad de los antiguos: promesas y retos del resurgir de los pueblos como actores políticos” en El Cotidiano, núm. 76, UAM, mayo-junio de 1996, p. 41.


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tiempo único del derecho, el mercado y la democracia como valores universales. El modo en que se negocian es a partir de una inflexión de fuerzas, la rebelión armada para hacerse ver y atender por un sistema político ególatra y complaciente consigo mismo; que además desde el inicio marca su terreno: no son demandas inmediatas, es el proyecto de nación el que se negocia. Pero además, la parte negociante no se reduce al EZLN que desde 1994 lanza iniciativas para crear una constelación de fuerzas marcada por la pluralidad y el encuentro de actores hasta entonces aislados: intelectuales urbanos, líderes de pueblos y organizaciones, activistas de la Iglesia progresista, representaciones de mujeres, militantes de partidos con inclinación a la sociedad movilizada, etc. De 1994 a la fecha esta constelación se engrosa en frentes y trayectorias diversas, como corrientes partidarias, como sectores de gobiernos electos, como organizaciones sociales y civiles, como una pluralidad de demandas de los excluidos. Con todo ello se abre otro frente al paso galopante del nuevo orden. No es el frente de las resistencias del viejo régimen, tampoco lo es el de la lucha y regateo de posiciones políticas y de intereses inmediatos que a veces parece representar la zi quierda electoral. Es la novedosa disputa por orientar la creación de un nuevo orden apegado a la pluralidad, a la equidad y a la democracia del “mandar obedeciendo”. Se trata de instalarse en la novedad desde el tejido persistente de ciertas continuidades. 6. Los tiempos del tiempo A lo largo de este ejercicio conscientemente arbitrario para ma rcar tajos y continuidades en el siglo XX, tal parece que hubiese algo como el lomo de un toro donde se pueden clavar, no sin riesgos, las banderillas de las periodizaciones. En parte es cierto, hay flujos que esbozan entidades unitarias, pero a la vez, estos flujos son plurales, tienen sus formas y ritmos especiales. En cierto sentido, el tiempo son los tiempos, capas complejas que


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nos habitan con sus encuentros y sus discordias. Eso pasa con cada uno de nosotros y también con las entidades colectivas. “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”.11 Diría, otra vez, Borges. Por ello me parece que cada persona obsesionada con la historia, a la vez que un destazador y un tejedor del tiempo, debe estar habitada por algo parecido al alma del geólogo: la paciencia y lucidez para distinguir en cada unidad de tierra la historia infinita que arroja las sucesivas e interminables capas geológicas que le componen, su estructura íntima, sus fracturas y apoyos, sus fallas y reacomodos. Concluyo por eso con la invitación a no tomar demasiado en serio las periodizaciones, los tiempos son demasiado complejos como para obedecerlas. El siglo XX se nos aparece entonces, más que como un río continuo y reposado, con quiebres claros y precisos; como el espacio de muy diversas luchas y complementariedades, como una competencia vis ible entre tiempos, que reposan sin embargo en un entramado geológico de ciclos largos. Es lucha entre la ambición de la modernidad que intenta convertir al fin los tiempos mexicanos en un fluido homogéneo y lineal, compacto, sin mayor atadura y contrapeso de los resabios históricos. Es el tiempo dominante del mercado, el derecho y la democracia, el monoteísmo laico que rompe con una sociedad polisémica. El tiempo lineal y hegemónico de la modernidad impuesta por el mundo, con episodios diversos a lo largo del siglo, con derrotas y suspensiones temporales (años veinte y treinta), y con fuerza ascendente en los años ochenta y noventa. Quiere ser el tiempo cotidiano de nuestros días, pero ese tiempo de las élites que se imagina dominante, en realidad navega cercado por el mar plural de los otros tiempos. Por ejemplo el de la modernidad plural, mestiza, que como construcción de poder hizo el PRI, el enorme híbrido que 11

Borges, op. cit., p. 187.


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surge con la Revolución y se constituye en régimen dominante hasta los años setenta, y que desde entonces sobrevive como forma cada vez más dependiente y subordinada al tiempo vertiginoso de la globalidad. Y también la modernidad “desde abajo”, socialmente construida, con sus tiempos cíclicos e intermitentes, una estela diversa y plural, fracturada y autogenerada, encuentro y simbiosis de diversas culturas. Caso más reciente, el diálogo entre tradiciones de pueblos indígenas y derechos humanos. Y el enorme lecho agrario de los fluidos repetitivos y circulares, el tiempo socialmente dominante en el campo, el ciclo de los climas y las cosechas, los calendarios circulares de fertilidad, de fiesta, de ritos propiciatorios y de identidades colectivas. Y la masa profunda apenas explorada de las sensibilidades colectivas, los valores y las éticas sociales, las relaciones íntimas. La vida del alma. Por eso creo que la pujante formación de un nuevo orden en el país inicia en realidad otra fase de los mestizajes. Unos marcados por la imposición de los valores universales que chocarán contra las inercias sociales, otros que resultarán de jornadas conflictivas contra los poderes factuales en búsqueda de sobrevivencia y reacomodo. Y también la exigencia plural de dar cabida a otros tiempos en el seno de una modernidad para todos. Esta competencia entre el tiempo puro y lineal de la modernidad acosado por los tiempos mestizos forjados en la historia mexicana; crean, desarticulan y regeneran la cualidad barroca del tiempo mexicano, 12 es decir, la contrariedad, la complementariedad y la autonomía de todos esos tiempos, en otras palabras, su incapacidad intrínseca para hacerse homogéneo y único. 12

Esta condición de aglomeración de tiempos con dinámicas de conflicto, transformación, complementariedad para pensar la modernidad es sugerida entre otros, por Irlemar Chiampi, Barroco y Modernidad, México, FCE, 2000; y de manera muy sugerente por Bolivar Echeverría, La Modernidad de lo barroco, México, ERA, 1998.


Tercera parte Lectura, escritura e imรกgenes



Notas de historiografía guadalupana mexicana 1 Rodrigo Martínez Baracs La historiografía guadalupana es particularmente rica y abundante; lo muestran las bibliografías,2 todas ellas rebasadas. Su relevancia se entiende al considerar la innegable importancia del culto guadalupano en México a lo largo de su historia. Y, como lo intuyeron los antiguos, el culto guadalupano es como un jeroglifo que da una clave para aproximarse a varios aspectos importantes de la historia no sólo religiosa, sino también económica, política, social, ideológica, intele c-

1

Este texto tiene como antecedentes la ponencia “Cincuenta años de investigación guadalupana”, que presenté el 23 de mayo de 1996 en el congreso “Los últimos cincuenta años de la investigación histórica en México”, organizado por Pilar Gonzalbo Ayzpuru y Gisela von Wobeser, en la Universidad de Guanajuato, para celebrar los cincuenta años del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM; y la ponencia que presenté el jueves 24 de febrero de 2000 en el Primer Coloquio Interno del Programa Integrado de Maestría y Doctorado de Historia y Etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia del INAH, por invitación de mi maestra Johanna Broda. 2 Ramiro Navarro de Anda, “Bibliografía guadalupana”, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda (eds.), Testimonios históricos guadalupanos, México, FCE (Sección de Obras de Historia), 1982, pp. 1379-1432; y Gloria Grajales y Ernest J. Burrus, SJ, Bibliografía guadalupana (1531-1984), Washington, D.C., Georgetown University Press, 1986.


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tual, artística y cultural de México. Lo importante, en todo caso, es abrir y no cerrar la historia guadalupana. La historiografía de las apariciones guadalupanas empieza en 1648, cuando el bachiller Miguel Sánchez, sacerdote criollo, poblano, publicó en la ciudad de México su libro Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente aparecida en la ciudad de México, celebrada en su historia con la profecía del capítulo doce del Apocalipsis.3 Esta es la primera narración impresa y fechable con seguridad de las apariciones guadalupanas supuestamente acaecidas 117 años antes en diciembre de 1531, aderezada con una pesada retórica teológica y un mensaje patriótico criollo y providencialista. Es notable que desde esta primera aparición pública en 1648 del relato de las apariciones guadalupanas, estuvo presente una necesidad específicamente historiográfica, la de fundamentar con documentos y testimonios la tradición. Y desde entonces, este requerimiento documental siempre fue problemático. En la introducción a su libro, el bachiller Sánchez dice que recorrió las crónicas publicadas, leyó manuscritos y utilizó la tradición oral, y que con gran dificultad logró encontrar unos enigmáticos papeles “bastantes a la verdad”. El problema de las fuentes estuvo igualmente presente el año siguiente de 1649, cuando el también criollo y bachiller Luis Lasso de la Vega, capellán de la ermita de Guadalupe, amigo del bachiller Sánchez, publicó en su Huey tlamahuiçoltica (“Muy maravillosamente...”, en náhuatl), el relato fundamental en lengua náhuatl de las apariciones guadalupanas a los indios Juan Diego y Juan Bernardino y al obispo fray Juan de Zumárraga (1476-1548). Este relato es conocido por su inicio en el libro, Nican mopohua, “Aquí se 3

Miguel Sánchez, Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente aparecida en la ciudad de México, celebrada en su historia con la profecía del capítulo doce del Apocalipsis, México, Viuda de Bernardo Calderón, 1648; en Testimonios históricos guadalupanos, pp. 152-281, entre otras reediciones.


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cuenta...” El bachiller Lasso de la Vega deja entender que él tradujo al náhuatl un texto que ya existía en español. 4 En los años siguientes, con los otros dos “evangelistas de la Virgen de Guadalupe” –como llamó Francisco de la Maza a los bachilleres Miguel Sánchez (1594-1674), Luis Lasso de la Vega y Luis Becerra Tanco (1603-1672) y el jesuita Francisco de Florencia (1620-1695)–, fue casi nulo lo que se logró aportar en cuanto a datos para incrementar la base documental del relato guadalupano. 5 Más bien, el rumbo religioso 4

Luis Lasso de la Vega, Huei tlamahuiçoltica omonexiti in ilhuicac tlatoca cihuapilli Santa Maria totlaçonantzin Guadalupe in nican huei altepenahuac Mexico itocayocan Tepeyacac, México, Imprenta de Juan Ruiz, 1649; en Jesús Galera Lamadrid, Nican mopohua. Breve análisis literario e histórico, México, Jus, 1990. Incluye un facsimilar completo del Huei tlamahuiçoltica, la transcripción del texto náhuatl y las traducciones de Luis Becerra Tanco (1666), Primo Feliciano Velázquez (1926), Angel María Garibay K. y Mario Rojas Sánchez (1978); nueva traducción (con Vocabulario), en Guillermo Ortiz de Montellano, Nican mopouha (1989), México, UIA, Departamento de Ciencias Religiosas, Departamento de Historia, Segunda edición, aumentada, 1990. Debe destacarse la reciente traducción y estudio de Lisa Sousa, Stafford Poole, CM, y James Lockhart, The Story of Guadalupe, Luis Laso de la Vega’s Huei tlamahuiçoltica of 1649, Stanford University Press, UCLA Latin American Center Publications, University of California, Los Angeles, 1998. 5 Luis Becerra Tanco, Origen milagroso del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, extramuros de la ciudad de México. Fundamentos verídicos con que se prueba ser infalible la tradición que ay en esta ciudad acerca de la aparición de la Virgen María Señora nuestra, y de su milagrosa imagen, México, Viuda de Bernardo Calderón, 1666 (en Testimonios históricos guadalupanos, pp. 309334); y, del mismo autor, Felicidad de México, en el principio y milagroso origen que tubo el santuario de la Virgen María Nuestra Señora de Guadalupe, extramuros..., México, Viuda de Bernardo Calderón, 1675 (hay varias reediciones). Y Francisco de Florencia, SJ, La estrella de el Norte de México, aparecida al rayar el día de la luz evangélica en este Nuevo Mundo, en la cumbre de el cerro de


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e ideológico de buena parte de la literatura guadalupana posterior la alejó de las preocupaciones historiográficas. Pero era evidente el problema de la carencia documental. Para intentar fundamentar el relato guadalupano se hicieron las tardías informaciones de 1666 y 1723, tomando el testimonio de españoles informados e indios centenarios.6 Y entre 1736 y 1743, el caballero milanés Lorenzo Boturini Benaduci (1702-1755), seguidor de la Ciencia Nueva (1725, 1730 y 1744) de Giambattista Vico (1668-1744) y enamorado de la Virgen de Guadalupe, notó la falta de documentos antiguos sobre las apariciones y realizó una amplia búsqueda, que dio como resultado su monumental y esencial Museo Histórico Indiano, que le fue confiscado y constituye uno de los cuerpos documentales más importantes para la etnohistoria mexicana, pese a las pérdidas y dispersiones que ha sufrido. Pero nada nuevo de relevancia apareció allí sobre las apariciones.7

Tepeyacac, orilla del mar tezcucano, a un natural recién convertido; pintada tres días después milagrosamente en su tilma o capa de lienzo delante del obispo, y de su familia en su casa obispal, para luz en la fe a los indios, para rumbo cierto a los españoles en la virtud, para serenidad de las tempestuosas inundaciones de la laguna..., México, Viuda de Juan Ribera, 1688; parcialmente reproducido en Testimonios históricos guadalupanos, pp. 359-399. 6 Informaciones sobre la milagrosa aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe. Recibidas en 1666 y 1723, Edición de Hipólito Fortino Vera, Amecameca, Estado de México, Imprenta Católica, 1889; y Ana María Sada Lambretón, HMIG, Las Informaciones juridicas de 1666 y el Beato indio Juan Diego, México, Hijas de María Inmaculada Guadalupe, 1991. 7 Lorenzo Boturini Benaduci, Idea de una Nueva Historia General de la América Septentrional, Madrid, Juan de Zúñiga, 1746; reed. con Estudio preliminar de Miguel León-Portilla, México, Porrúa (Sepan cuantos), 1974; incluye el importante “Discurso de ingreso de Boturini a la Academia Valenciana” (2 de enero de 1750), que explicita la influencia de Giambattista Vico sobre su investigación. Véase, además del Estudio preliminar de León-Portilla, el libro de Alvaro Matute, Lorenzo Boturini y el pensamiento histórico de


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Conforme avanzaba el siglo XVIII las ideas ilustradas y críticas hicieron su trabajo, particularmente en España, donde se hacía burla de la creencia de los mexicanos en las apariciones de la Virgen morena, elogiada aquí en estrambóticos sermones barrocos. A uno de ellos se le pasó la mano. Era el sacerdote dominico regiomontano, fray Servando Teresa de Mier (1763-1827), quien se dejó entusiasmar por las atrabiliarias ideas jeroglíficas del licenciado José Ignacio Borunda (1741?-?) justo antes de pronunciar su esperado sermón en la Colegiata de Guadalupe el 12 de diciembre de 1794. En el sermón, fray Servando confirmó las apariciones de la Virgen a Juan Diego, pero afirmó que la imagen guadalupana no se había estampado en la tilma de Juan Diego, en el Tepeyac o en el palacio del obispo fray Juan de Zumárraga, sino que era la capa del Apóstol Santo Tomás, sobre la cual la Virgen María en vida imprimió su imagen; fue venerada como Tonantzin en el Tepeyac, pero los indios apostataron y Santo Tomás escondió la imagen, que permaneció oculta hasta que la Virgen se le apareció a Juan Diego y se la entregó para que la llevara al obispo Zumárraga. Este exaltado y argumentado sermón modificó la historia guadalupana radicalizando su criollismo al nacionalizar a la Virgen, impresa en México desde los inicios de la era cristiana. Edmundo O'Gorman observó que este sermón hubiese sido bien recibido a fines del siglo XVII pero ya no a fines del siglo XVIII.8 La Iglesia misma se encargó de censurar, perseguir y enjuiciar a fray Servando. Pero la duda se profundizó acerca de la veracidad de las apariciones guadalupanas, si las fuentes existentes daban para extravagancias como las de Borunda y Mier. Vico, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1976. 8 Fray Servando Teresa de Mier, OP, El heterodoxo guadalupano, Edición de Edmundo O'Gorman, tomos I-III de las Obras completas de fray Servando, México, UNAM, Coordinación de Humanidades, 1981, 3 vols.


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En 1817 se publicó la disertación pronunciada en septiembre de 1794 en la Real Academia de Historia de la “Memoria sobre las apariciones y el culto de Nuestra Señora de Guadalupe”9 del documentadísimo Juan Bautista Muñoz (1745-1799), cosmógrafo mayor de Indias, que no pudo ser rebatida por la pseudo-historiografía aparicionista, con su manejo poco serio de la documentación (uso de fuentes de dudosa identificación, casi siempre tardías, fechadas e interpretadas al gusto). Ningún documento nuevo se encontró hasta fines del siglo XIX, cuando salió a la luz la Información de 1556, que mostró el conflicto entre el recién llegado arzobispo de México fray Alonso de Montúfar (1498-1573), dominico, y los frailes franciscanos, opuestos al culto idolátrico rendido a la recién pintada virgen de Guadalupe puesta en el Tepeyac. Aunque circuló en forma manuscrita desde antes, la Información de 1556 fue publicada clandestinamente en 1888, con aditamentos antiaparicionistas de Vicente de P. Andrade, José María de Agreda y Sánchez y, sobre todo, Francisco del Paso y Troncoso (1842-1916). 10 Joaquín García Icazbalceta (1825-1894) citó la Información de 1556 en su Carta sobre el origen de la imagen de Guadalupe (escrita en 1883), y manejando muy abundantes fuentes mostró una vez más el “argumento negativo”: no hay ninguna fuente del siglo XVI que aluda a las apariciones guadalupanas en el Tepeyac a Juan Diego y en la ciudad de México al obispo Zumárraga. Como se sabe, García Icazbal9

Juan Bautista Muñoz, “Memoria sobre las apariciones y el culto de Nuestra Señora de Guadalupe de México” (1794), Memorias de la Real Academia de la Historia, Madrid, V, 1817, pp. 205-224; y en Testimonios históricos guadalupanos, pp. 689-702. 10 Información de 1556, en fray Fidel de Jesús Chauvet, OFM, El culto guadalupano del Tepeyac. Sus orígenes y sus críticos en el siglo XVI. (En Apéndice: La información de 1556 sobre el sermón del p. Bustamante), México, Centro de Estudios Bernardino de Sahagún, A.C., 1978; y en Testimonios históricos guadalupanos, pp. 36-141.


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ceta publicó en 1881 su gran biografía de Don fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México, con un amplio apéndice documental; y los lectores que en primer lugar quisieron leer la parte sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe y de su imagen en 1531, nada encontraron, porque en los cuatro volúmenes nada se dice ni sobre Guadalupe, ni sobre Juan Diego, ni sobre el Tepeyac, ni sobre apariciones (Zumárraga, al contrario, se mostró contrario a los milagros). El arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos (1816-1891) forzó a don Joaquín a escribir la Carta. Lo hizo en latín y de manera anónima en 1883, y muy a su pesar fue divulgada, aunque no su autoría en lo inmediato. La reacción en su contra amargó los últimos años del gran historiador mexicano. 11 Destaca la distinción y excelencia de estos trabajos fundadores de la historiografía crítica guadalupana, los de Muñoz y de García Icazbalceta, porque al mismo tiempo que mostraron de manera irrebatible el “argumento negativo”, con un impecable manejo de las fuentes, presentaron en positivo con inteligencia abundante información sobre el contexto histórico de los acontecimientos de la época, que nos permite calar en las vivencias religiosas e íntimas de los hombres, y tratar de entender cómo pudo nacer, difundirse y arraigar el relato mítico de las apariciones del Tepeyac. Al mismo tiempo que García Icazbalceta escribía su Carta sobre el origen de la imagen de Guadalupe, el escritor liberal Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) publicó en 1884 un largo estudio titulado “La fiesta de Guadalupe”12 11

Joaquín García Icazbalceta, Don Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México (1881), Edición aumentada de Rafael Aguayo Spencer y Antonio Castro Leal, México, Porrúa (Colección de Escritores Mexicanos), 1947, 4 vols.; y Carta acerca del origen de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México (1883), en Testimonios históricos guadalupanos, pp. 1092-1127. 12 Ignacio Manuel Altamirano, “La fiesta de Guadalupe”, en Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México, Primera serie, México, Imprenta y Litografía Española, San Salvador el


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que, compartiendo un discreto antiaparicionismo,13 desvió la cuestión de manera decisiva: lo importante no es si la Virgen se apareció o no en 1531, sino el culto guadalupano, con su ritual y su mitología, “la fiesta de Guadalupe”, como él lo llama, y su innegable presencia en los momentos más relevantes de la historia de México. Altamirano es el primero que escribe como creyente pero con un punto de vista laico sobre el fenómeno guadalupano, considerándolo en toda su extensión, desde la Conquista española hasta el Porfiriato. Esta gran visión de conjunto esboza el intento, retomado por la antropología y por la historiografía contemporáneas, de entender la imbricación del culto guadalupano en la historia de México. En el fárrago de la literatura aparicionista, que acentuó sus intemperancia y fundamentalismo, merece destacarse la obra de Primo Feliciano Velázquez (1860-1946), quien tradujo el Nican mopohua, en su versión hasta la fecha más difundida,14 e inició una tradición de estudio de los textos guadalupanos en náhuatl. En 1945 el padre Angel María Garibay K. (1892-1967) publicó una serie de artículos, casi un librito, Temas guadalupanos, complementada por su Historia Seco No. 11, 1884, 484 pp., cap. x, pp. 205-484. Altamirano publicó el 12 de diciembre de 1880, en la primera página de La República (año I, I:284) la parte introductoria del largo estudio incluido en la compilación de 1884. Puede consultarse en Testimonios históricos guadalupanos, pp. 1127-1210. 13 Altamirano manifiesta una actitud resueltamente antibeata en otros estudios sobre devociones religiosas populares, como “El señor del Sacromonte”, “La Semana Santa en mi pueblo”, “El Corpus” y “La fiesta de los Angeles”, en Paisajes y leyendas; también en Textos costumbristas, edición y prólogo de José Joaquín Blanco, México, SEP, 1986 (tomo V de las Obras completas de Ignacio Manuel Altamirano, coordinadas por Nicole Giron). 14 Primo Feliciano Velázquez, ed. y trad., Huei tlamahuiçoltica, México, Academia Mexicana de Santa María, Carreño e hijos, editores, 1926; y La aparición de Santa María de Guadalupe, 1931; reed. de José de Jesús Jiménez López, México, Jus, 1981.


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de la literatura náhuatl (1954), que muestran que aun siendo sacerdote, guadalupano y aparicionista, es posible una aproximación más o menos seria a las fuentes originales, partic ularmente a los documentos en lengua náhuatl (anales, Cantares mexicanos, Nican mopohua), cuyo estudio impulsó de manera decisiva el padre Garibay. 15 Más adelante, en su artículo sobre “La maternidad espiritual de María en el mensaje guadalupano”, de 1961, el padre Garibay enfatizó con razón el sentido no anecdótico sino espiritual del relato de las apariciones guadalupanas.16 El Nican mopohua ha recibido una importancia cada vez mayor de parte de la Iglesia latinoamericana, que lo tiende a considerar y estudiar como el Evangelio de América, fundamento de la teoría de la “evangelización inculturada”.17 El autor que retomará, cincuenta años después, la aproximación laica al fenómeno religioso guadalupano es Francisco de la Maza (1913-1972), en El guadalupanismo mexicano, de 1953:18 continuó la investigación iniciada por Muñoz y García Icazbalceta sobre los orígenes del culto y del relato mítico, así como el gran fresco histórico y antropológico de Altamirano. De la Maza abrió una perspectiva de investigación nueva en su intento de captar el significado de la obra de 15

Angel María Garibay K., “Temas guadalupanos”, Abside, IX:1, 2, 3 y 4, 1945; e Historia de la literatura náhuatl. Segunda parte. El trauma de la Conquista (1521-1750), México, Porrúa (Biblioteca Porrúa), 1954. 16 Angel María Garibay K., “La maternidad espiritual de María en el mensaje guadalupano”, en La maternidad espiritual de María, México, Jus, 1961; y en Tepeyac, 1977. 17 José Luis Marín, OSM, “El Nican mopohua: Evangelio de México”, María y sus Siervos, Revista de difusión y cultura marianas, 30, abril-junio de 1996, pp. I-ixxiv. 18 Francisco de la Maza, “Los evangelistas de Guadalupe y el nacionalismo mexicano”, Cuadernos Americanos, XLVIII, novie mbre-diciembre de 1949, pp. 164-188; y El guadalupanismo mexicano, México, Porrúa y Obregón (México y lo Mexicano), 1953; varias reeds., México, FCE, 1982; y SEP.


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los Evangelistas guadalupanos del siglo XVII y sus prolíficos continuadores, su ideología, su patriotismo criollo y su sensibilidad barroca, abriendo como campo de estudio la literatura y el arte de la época, la religiosidad popular, los sermones y la iconografía, etc., que el liberal Altamirano no había podido entender. Francisco de la Maza fundó el periodo moderno y crítico de la historiografía guadalupana en México. Las reflexiones de De la Maza se complementaron con las breves pero iluminadoras páginas que Octavio Paz (19141998) dedicó, en el Laberinto de la soledad, de 1950, al significado del culto guadalupano, expresión de la trágica situación que siguió a la conquista de México, en la que los derrotados dioses masculinos fueron sustituidos por la Diosa Madre.19 ¿Quién no recuerda el célebre capítulo “Los hijos de la Malinche”? A partir de las ideas de Francisco de la Maza y Octavio Paz se abrió una reflexión sobre el papel y el significado del guadalupanismo en la historia de México, que hasta la fecha continúa: Jacques Lafaye (cuyo Quetzalcóatl y Guadalupe está prologado por Paz, “Entre orfandad y legit imidad”), David Brading, Edmundo O´Gorman, Enrique Florescano, Richard Nebel. 20 En cuanto a la iconografía guada19

Octavio Paz, El laberinto de la soledad , México, Cuadernos Americanos, 1950; Segunda edición, revisada y aumentada, México, FCE, 1959. Guadalupe aparece en varios otros de los escritos de Paz, lo cual puede rastrearse en México en la obra de Octavio Paz, edición de Octavio Paz y Luis Mario Schneider, México, FCE, 1980, o en sus Obras completas en proceso de edición. Es notable que Cuadernos Americanos publicó tanto el artículo de Francisco de la Maza como el libro de Octavio Paz. Durante los años cincuenta y sesenta Cuadernos Americanos alcanzó a expresar muchos de los mejores logros del pensamiento histórico, social y humanístico de México. 20 Jacques Lafaye, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México (1974), traducción de Ida Vitale, prólogo de Octavio Paz, México, FCE (Sección de Obras de Historia), 1977; David A. Brading, Orbe indiano. De la monarquía católica a la República criolla, 1492-1867 (1991), traducción de Juan


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lupana, merecen mencionarse los trabajos de Elisa Vargas Lugo, Jaime Cuadriello y Marta Terán.21 Sobre los orígenes del culto guadalupano, la contribución más importante, después de las de Muñoz y García Icazbalceta, es la de Edmundo O'Gorman (1906-1995), en Destierro de sombras, de 1986, 22 según el cual éstos no deben buscarse en 1531, cuando a lo mucho los franciscanos fundaron en el Tepeyac una ermita con una imagen de la Virgen María, que tiempo después fue quitada o desapareció. El guadalupanismo mexicano comenzó según O'Gorman durante la coyuntura de 1555-1556, cuando al mismo tiempo habrían sido confeccionados los dos principales documentos guadalupanos: la imagen misma y el Nican mopohua. En cuanto a lo primero, y basado en la lectura de la Información de 1556 entre otras fuentes, O'Gorman piensa que los franciscanos descuidaron deliberadamente el santuario del José Utrilla, México, FCE (Sección de Obras de Historia), 1991; Enrique Florescano, Memoria mexicana, México, Joaquín Mortíz, 1987; Segunda edición corregida y aumentada, México, FCE (Sección de Obras de Historia), 1994; y Richard Nebel, Santa María Tonantzin. Virgen de Guadalupe. Continuidad y transformación religiosa en México (1992), traducción de Carlos Warn-holtz Bustillos e Irma Ochoa de Nebel, México, FCE (Sección de Obras de Historia), 1995. 21 Elisa Vargas Lugo, “Notas sobre iconología guadalupana”, en Manuel Ortiz Vaquero, Ana Zagury y Lucía García-Noriega Nieto, coords., Imágenes guadalupanas. Cuatro siglos, México, Centro Cultural Arte Contemporáneo, 1987, pp. 57-180; Jaime Cuadriello, Maravilla Americana, variantes de la iconografía Guadalupana. Siglos XVII-XIX, Guadalajara, Jalisco, Patrimonio Cultural del Occidente, A.C., 1989; y Visiones de Guadalupe, número especial de Artes de México, 29, 1995; y Marta Terán Espinosa, “La relación del águila mexicana con la virgen de Guadalupe entre los siglos XVII y XIX”, Historias (Revista de la Dirección de Estudios Históricos del INAH), 34, abril-septiembre, 1995, pp. 51-70. 22 Edmundo O'Gorman, Destierro de sombras. Luz en el origen de la imagen y culto de Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1986.


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Tepeyac, probablemente por considerar idolátrico el culto de los indios. Entonces el arzobispo fray Alonso de Montúfar, dominico enemigo de los franciscanos, mandó al pintor indio Marcos Cípac de Aquino pintar la imagen, y la mandó colocar “subrepticiamente” en el Tepeyac. Enseguida habría dado fe de varios milagros realizados por la imagen, lo cual le criticó en su célebre sermón fray Francisco de Bustamante (1485-1562), provincial de los franciscanos. Pero éstos no pudieron evitar la decisiva victoria del arzobispo frente a los indios. El cristocentrismo franciscano fue derrotado por el cristianismo de la Contrarreforma que defendía Montúfar, y que venía bien a los indios, cuyo sistema de deidades cabía bien en el propuesto culto múltiple a Dios Nuestro Señor, la Virgen María y varios santos. Por eso, según O'Gorman, Guadalupe es la “flor novohispana de la Contrarreforma”. Serge Gruzinski23 y James Lockhart24 comprueban este cambio en la religiosidad indígena a partir de la segunda mitad del siglo XVI. Al mismo tiempo, según O'Gorman, también en 15551556, don Antonio Valeriano (1524?-1605), el colaborador azcapotzalca del antiguadalupano fray Bernardino de Sahagún (1499/1500-1590), habría redactado el Nican mopohua, con el objeto de sacralizar la imagen guadalupana concedié ndole un fundamento sobrenatural. Ambos elementos, la imagen y el relato, conjugan en perfecta armonía el mestizaje de elementos indios y elementos españoles. Varios autores enfatizan uno u otro de estos 23

Serge Gruzinski, La colonisation de l'imaginaire. Sociétés indigènes et occidentalisation dans le Mexique espagnol, XVIe-XVIIIe siècle, París, Gallimard (Bibliothèque des Histoires), 1988; traducción de Jorge Ferreiro, México, FCE (Sección de Obras de Historia), 1991; y La guerre des images, Paris, Fayard, 1990; trad. México, FCE (Sección de Obras de Historia). 24 James Lockhart, The Nahuas after the Conquest. A social and cultural history of the Indians of Central Mexico, sixteenth thhrough eighteenth centuries, Stanford, California, Stanford University Press, 1992.


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elementos. Hay que buscar la clave para ambos en los talleres de artes y escritura que promovían los frailes en sus colegios, y ahora se busca entender el lenguaje del Nican mopohua en el contexto lingüístico de la obra escrita catequística de Sahagún. El milagro de 1555-1556, si las cosas se produjeron como Edmundo O'Gorman nos las presenta, es que tanto la imagen como el texto son maravillosos y son absolutamente coherentes el uno con el otro. El mérito de O'Gorman en Destierro de sombras es que superó el mero argumento negativo, confirmado por Xavier Noguez y Stafford Poole,25 al proponer una explicación sistemática de los acontecimientos, que él ubica en 1555 y 1556. La parte aparicionista ha sido incapaz de proponer una contrapropuesta rigurosa. Pero en los últimos años, la lucha a favor de la canonización de Juan Diego ha dado un nuevo impulso a los estudios aparicionistas, debido a que la Santa Sede sólo acepta canonizar a personas que existieron realmente, con pruebas fehacientes. Para probar la existencia histórica de Juan Diego se ha recurrido, además de la falta de rigor acostumbrada en el trato de los documentos, a los más diversos artilugios, tales como la invención de códices, como el llamado “Códice de 1548”, vendido en supermercados, o la aparición de documentos del siglo XVIII de descendientes de Juan Diego, que prueban que no era un sencillo macegual, sino un noble señor, con varias mujeres, extrañamente blanco y barbado. En el afán de canonizar a Juan Diego, quedó por tierra el macegual Juan Diego, representante del pueblo. Los cristianos que dudaron de las apariciones, como Guillermo

25

Xavier Noguez, Documentos guadalupanos. Un estudio sobre las fuentes de información tempranas en torno a las mariofanías en el Tepeyac, México, FCE (Sección de Obras de Historia), El Colegio Mexiquense, 1993; y Stafford Poole, CM, Our Lady of Guadalupe: The origins and sources of a Mexican national symbol, 1531-1797, Tucson, University of Arizona Press, 1995.


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Schulenburg, antiguo abad de Guadalupe, han sido atacados ferozmente.26 La crítica del ex-abad me parece altamente moral. Es efectivamente imposible probar la existencia histórica de Juan Diego, lo mismo que no se pueden documentar las apariciones guadalupanas. Forzar los hechos para canonizar a Juan Diego equivale a un engaño, pecado cuyos efectos negativos alcanzarían a México y a la Iglesia católica. El Nican mopohua es un relato religioso y su contenido es religioso, no factual. En cuanto relato mitológico, al mismo tiempo, el Nican mopohua condensa una serie de momentos realmente vividos por los hombres. En este sentido, conviene abrir el abanico de la investigación, no buscar solamente a Juan Diego y a la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac en 1531, sino otras apariciones, otras curaciones mágicas, otras apariciones de imágenes y fundaciones de templos, para entender lo que pudo pasar en el Tepeyac. Así puede advertirse que a no uno sino a muchos indios se les debió aparecer la Virgen en 1531, puesto que las apariciones de vírgenes y deidades femeninas eran comunes tanto entre españoles como entre indios.27 No hubo uno sino muchos Juan Diegos. Lo mismo puede decirse de Juan Bernardino, pues muchos debieron ser los indios que se encomendaron a sus deidades y a la Virgen y se curaron de la epidemia de sarampión de 1531. Juan Diego no es un in dio, son todos los indios mexicanos, explotados y sufrientes. Pero la Sante Sede sólo quiere un Juan Diego, y uno sí es difícil de documentar. Frente a la polarización resultante entre aparicionistas y antiaparicionistas, me pareció conveniente retomar el camino de Edmundo O'Gorman que busca saber algo de lo que realmente pasó en los orígenes del culto guadalupano, concentrándome no sólo en la fundación hecha por el arzobispo Montúfar en 1555, sino en la fundación de la primitiva ermita hacia 1531 y su pos26

Estos trámites y discusiones pueden seguirse en la revista Proceso. Rodrigo Martínez, “Las apariciones de Cihuacóatl”, Historias (Dirección de Estudios Históricos, INAH), 24, 1990, pp. 55-66. 27


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terior desmantelamiento por los mismos franciscanos hacia 1540. No puedo mencionar aquí todos los caminos de investigación que esta vena de investigación en positivo me abrió, lo hice en un artículo ya publicado.28 Uno de estos caminos fue sobre el Tepeyac mismo, que no había sido estudiado con el entusiasmo que hubiese ameritado el fervor guadalupano de los aparicionistas. Tanto al acercarme a la historia prehispánica del Tepeyac, como a su historia durante la Conquista y en las décadas siguientes, encontré historias apasionantes, que por una extraña obnubilación no habían sido vistas.29 Sin duda no prueban la historicidad de las apariciones de Guadalupe en el Tepeyac a Juan Diego, pero muestran lo empobrecedor que resulta reducir el milagro guadalupano a lo que sucedió a Juan Diego, Juan Bernardino y fray Juan de Zumárraga durante cuatro días de diciembre de 1531.

28

Rodrigo Martínez, “Secuencias de una investigación imaginaria”, Relaciones (El Colegio de Michoacán), Las imágenes y el historiador, 77, invierno de 1999, pp. 149-182. 29 Rodrigo Martínez, “Visión de Tepeyácac [1554]”, Biblioteca de México, 44, marzo-abril de 1998, pp. 34-44; “Un códice de piedra. El Tetzcotzinco y los símbolos del patriotismo tetzcocano”, Arqueología Mexicana, VII:38, julio-agosto de 1999, pp. 52-57; y “Tepeyac en la Conquista de México: problemas historiográficos”, en Carmen Aguilera e Ismael Arturo Montero García, coords., Tepeyac. Estudios históricos, Presentación de Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, México, Universidad del Tepeyac, 2000, pp. 55-118.



La reivindicación de la herencia española en dos obras de José Vasconcelos “Desde que Tolstoy acabó con el mito del genio como caudillo ya no buscan los pueblos ídolos que ensalzar, sino injusticias que corregir”. José Vasconcelos. Carta a la juventud de Colombia

Beatriz Lucía Cano Sánchez. Durante una buena parte del siglo diecinueve, la historia fue utilizada como un campo de batalla por las distintas facciones políticas que se disputaban el poder. Tanto los liberales como los conservadores trataron de imponer su visión sobre el pasado. Lo que resulta interesante de esta pugna es que los dos grupos ubicaron los orígenes de la nación, en dos momentos históricos diferentes. Mientras que los liberales se decían herederos de la tradición indígena, lo contrario sucedía con los conservadores que buscaban que se reconociera el legado español como el punto de partida de la nacionalidad mexicana. La lucha por estas posiciones históricas se resolvió cuando los liberales derrotaron al Imperio de Maximiliano. La victoria les permitió imponer su visión histórica. Pasaron varias décadas para que la discusión sobre los orígenes de la nación volviera a ser objeto de atención por parte de los intelectuales. La victoria les permitió imponer su visión histórica. Pasaron varias décadas para que la discusión sobre los orígenes de la nación volviera a ser objeto de atención por parte de los intelectuales.


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En 1936, José Vasconcelos publicó su Breve Historia de México, libro que recogía la postura conservadora y en el que planteaba que en la raíz hispánica se debería sustentar el principio de la nacionalidad. Vasconcelos no tenía como objetivo inmediato refutar a los liberales, sino que buscaba ensalzar la herencia hispánica como una forma de restarle importancia a la creciente influencia de los anglosajones. Este trabajo tiene como principal objetivo analizar la posición que guardaba Vasconcelos respecto a la historia y a la herencia española. Para ello se van a examinar sus libros Breve Historia de México y Hernán Cortés. Creador de la nacionalidad. Y es que para Vasconcelos la historia mexic ana estaba plagada de mentiras, las cuales retrasaban el desarrollo de la civilización mexicana. Por ello consideraba de suma importancia denunciarlas y, además, proponer una visión histórica diferente que fuera más acorde a la realidad de nuestro país. En este sentido, Vasconcelos creía imprescindible reconocer la herencia española, pues ella podía dar un sustento firme que permitiera resistir la influencia nociva de los grupos imperialistas anglosajones. El hombre Hablar de José Vasconcelos es hablar de un personaje que ocupa un lugar especial en la historia intelectual y política del México de las primeras décadas del siglo XX. El “Ulises Criollo” nació en la ciudad de Oaxaca el 27 de febrero de 1882. Vasconcelos relata en el Ulises Criollo que su familia sufría constantes cambios de residencia debido al empleo de su padre, quien era un agente aduanal. Su familia radicó en el Soconusco, Chiapas; en El Sásabe, Sonora; en Piedras Negras, Coahuila; en Toluca, Estado de México y en la Ciudad de Campeche. La estancia en estos lugares constituyó una valiosa experiencia para Vasconcelos, pues le permitió conocer las distintas mentalidades que imperaban entre los habi-


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tantes del país.1 En 1898 se trasladó a la ciudad de México para seguir sus estudios, primero en la Escuela Nacional Preparatoria y después en la Escuela de Jurisprudencia. Las inquietudes intelectuales de Vasconcelos le permitieron conocer a personajes como Alfonso Reyes y Antonio Caso, con quienes fundó en 1908 el Ateneo de la Juventud. 1909 marcó el inicio de sus actividades políticas, pues en ese año se afilió al maderismo y se convirtió en uno de los miembros fundadores del Centro Antirreeleccionista de México. En este lugar se encargó, junto con Félix Palavicini, de la edición del semanario El Antirreeleccionista . Al estallar el movimiento armado, Vasconcelos partió hacia Estados Unidos, pues tenía la misión de convertirse en representante del movimiento maderista ante el gobierno americano. Logró mediante sus gestiones que las autoridades americanas no cerraran la frontera, con lo cual el comercio internacional quedaba garantizado para los rebeldes. Tras el triunfo de la rebelión maderista, Vasconcelos regresó a la ciudad de México, donde se integró al comité dirigente del Partido Antirreeleccionista. El gobierno provisional de Francisco León de la Barra lo invitó a ocupar el puesto de Subsecretario de Justicia, pero él se negó a aceptar el cargo por motivos políticos y de índole económica. Tras los trágicos sucesos que dieron como resultado la caída del régimen maderistas, Vasconcelos salió de la ciudad de México y buscó refugio con Venustiano Carranza, quien se había levantado en armas contra Victoriano Huerta. Vasconcelos permaneció al lado del Jefe Constitucionalista hasta que se produjo la caída de Huerta. Las pugnas entre los grupos revolucionarios le mostraron que Carranza era un hombre ambicioso, que no se detenía ante nada con tal de lograr el tan ansiado poder 1

José Vasconcelos, Memorias. Ulises Criollo, México, FCE (Letras Mexicanas), 1983, pp. 7 y ss, 145, 292. Por ello Vasconcelos afirmaba que “La civilización era cosa de ruedas; había que moverse; ¡bendito el día en que el hombre y el orgullo echaron a mis padres a vagar por nuestro territorio conmigo a cuestas!”.


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político. Esta desilusión lo llevó a alejarse de él y a aceptar el cargo de ministro de Instrucción Pública en el gobierno convencionista de Eulalio Gutiérrez. Las intensas pugnas entre los grupos revolucionarios tuvieron como colofón la renuncia de Eulalio Gutiérrez. Ante el complicado panorama que se presentaba en el horizonte, Vasconcelos decidió que la mejor opción que le quedaba era permanecer un tiempo fuera del país. Es importante señalar que su rompimiento con el carrancismo fue momentáneo, pues unos meses después aceptó ser el agente confidencial del constitucionalismo ante los gobiernos de Inglaterra, Francia y España. Después de cumplir su misión en Europa, Vasconcelos retornó a la ciudad de México para hacerse cargo de la dirección de la Escuela Nacional Preparatoria. Sin embargo, las fuertes críticas que le dirigió a Carranza lo obligaron a salir de nueva cuenta al exilio. Vasconcelos regresó al país en 1920, gracias a la caída de Carranza y al ascenso del grupo sonorense que era encabezado por Obregón. Durante el gobierno provisional de Adolfo de la Huerta fue nombrado rector de la Universidad Nacional. En 1921, presentó su ley de Federalización de la Educación, que tendría como colofón la creación, en 1922, de la Secretaría de Educación Pública. Vasconcelos creía que era necesario que la escuela se introdujera a todos los niveles, de manera especial en el medio rural, el más afectado por el Analfabetismo. Además, se planteaba la importancia de existiera una buena cantidad de bibliotecas públicas disponibles, también se debería editar a los pensadores clásicos para que éstos llegaran a los estratos populares y, sobre todo, había que implementar un programa educativo integral que permitiera el pleno desarrollo del individuo. Su labor como educador fue seguida de cerca por algunos intelectuales del sur del continente. Y a tal grado llegó la admiración por Vasconcelos que en 1923 fue nombrado Maestro de la Juventud del Continente, distinción otorgada por los estudiantes de Colombia, Perú y Panamá. En 1924 renunció a la Secretaría de Educación Pública y decidió par-


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ticipar en la política, postulándose como candidato al gobie rno del estado de Oaxaca. Sin embargo, la suerte no lo acompañó en su aventura política. De regreso en la ciudad de México se dedicó al periodismo en El Universal y en La Antorcha. En estas dos publicaciones escribiría fuertes críticas en contra del gobierno del general Plutarco Elías Calles, razón por la cual tuvo que salir de nueva cuenta al exilio. En 1929, Vasconcelos retornó al país como candidato del Partido Antirreeleccionista para contender en las elecciones presidenciales de ese año. Al serle desfavorables los resultados, decidió incitar a la población a una rebelión armada. Para ello publicó su Plan de Guaymas, pero para su desgracia no contó con seguidores que lo apoyaran en la aventura armada. Tal como sucedió en sus anteriores exilios, Vasconcelos decidió recorrer el mundo. Sus pretensiones políticas lo llevaron a reunirse en 1936 con los callistas radicados en Estados Unidos, quienes preparaban una conspiración cuyo objetivo era destituir a Lázaro Cárdenas de la presidencia de la república. Este proyecto no fructificó. Vasconcelos permaneció otros dos años más fuera del país, hasta 1938 cuando se le permitió regresar y se estableció en la ciudad de Hermosillo, Sonora. Al desvanecerse las pasiones políticas, Vasconcelos ocupó diferentes puestos. En 1940 fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. En 1942 fue miembro fundador del Colegio de Enseñanza Superior y presidente del Comité Organizador del Congreso Nacional de Educación, al año siguiente participó en la fundación del Colegio Nacional y en 1946 fue nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario ante el gobierno de Colombia.2

2

María Justina Sarabia (ed.), José Vasconcelos, Madrid, Ediciones de Cultura Hispana, Instituto de Cooperación Iberoamericana (Antología del pensamiento político, social y económico de América Latina, 6), 1989, pp. 18-26; José Joaquín Blanco, José Vasconcelos. Textos. Una antología general, México, SEP, UNAM (Clásicos Americanos, 8), 1982, pp. 2-3.


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Uno de los grandes legados de José Vasconcelos se encuentra en su vasta obra. En ella podemos apreciar sus preocupaciones filosóficas, políticas, literarias e históricas. Sobresalen títulos como Pitágoras. Una teoría del ritmo (1917); Estudios Indostánicos (1917), Prometeo vencedor (1917), El monismo Estético (1917), La raza cósmica (1929), Indología (1929), Metafísica (1929), Ética (1931), Pesimismo alegre (1931), La cultura en Hispanoamérica. De Robinson a Odiseo (1933), Bolivarismo y Monroísmo (1934), Ulises Criollo (1935), La Tormenta (1936), El Desastre (1938), Historia del pensamiento filosófico (1938), Breve Historia de México (1938), El proconsulado (1939), Simón Bolivar (1939), Manual de Filosofía (1940), Hernán Cortés, creador de la nacionalidad (1941), Filosofía Estética (1951), Todología (1951), Temas contemporáneos (1955), En el ocaso de una vida (1957) y Don Evaristo Madero. Biografía de un patricio (1958). Sus libros nos revelan la profundidad de un pensamiento que intentaba construir una visión del mundo, asentada en la idea de que la verdadera civilización debería apoyarse en las realizaciones de las grandes épocas culturales. La discusión que Vasconcelos estableció en contra de la visión liberal decimonónica de la historia de México, era en torno al hecho de que se negara de manera tajante el legado español y, en cambio, se le diera prioridad a la cultura indígena, que tenía como epítome a la civilización azteca. Esta posición de Vasconcelos es un asunto recurrente en varios de sus discursos y libros,3 pero que toma forma tanto en la Breve Historia de México como en Hernán Cortés, fundador de la nacionalidad. En estos dos libros, asumía el compromiso de hacer una revisión crítica de la historiografía, lo cual le permitiría rebatir la postura liberal y, asimismo, evidenciar las “mentiras” que sustentaban el mito indígena. En este sentido, Vasconcelos se proponía demostrar que la conquista española 3

Para muestra véase sus discursos Cartas a la juventud de Colombia (1923), Discurso del maestro (1923) y sus libros Bolivarismo y Monroísmo y el Ulises Criollo (1935).


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había representado un verdadero avance en el desarrollo de la civilización americana y no un retroceso como lo afirmaban los liberales decimonónicos. Es más, él pensaba que se debería cambiar la visión, pues si existía una civilización en decadencia esa era la indígena y no la española. Por otro lado, la revisión histórica vasconceliana tenía el firme propósito de afianzar la identidad iberoamericana, que se encontraba lesionada, según Vasconcelos, por las constantes agresiones de los imperialistas “yanquis” que habían impuesto una visión histórica fuera de toda realidad comprensible. Su crítica buscaba constituirse en una liberación de la tutela intelectual proveniente del extranjero. Vasconcelos estaba convencido de que volver la mirada al pasado y descubrir en lo español el principio de la nacionalidad, podía ayudar a afianzar la tan ansiada unidad de los pueblos americanos, que se cobijaría bajo la bandera hispánica. Ello significaría levantar el orgullo racial de los hispanoamericanos, pues un pueblo no podía creer en sí mismo cuando se negaban sus raíces más profundas.4 La lucha vasconceliana por la verdad en la historia. Vasconcelos planteaba que la historia liberal se encontraba plagada de “mentiras”. Esta situación le preocupaba porque contribuía a detener el desarrollo de la civilización en el país. Por ello creía que la primera tarea a la que se debería dedicar cualquier historiador, era eliminar las “mentiras” históricas para que con ello se avanzara sin ningún impedimento a la constitución de una civilización vigorosa. Para Vasconcelos 4

Cf. “Discurso del maestro” y “Carta a la Juventud de Colombia” incluidas en Blanco, op. cit., pp. 131, 144; Vasconcelos, Ulises Criollo, p. 306. Vasconcelos señalaba que una de las grandes tareas a las que se deberían dedicar los pueblos hispanoamericanos era la de “defender un modo de vida que es base de una cultura, [por ello] exaltemos el esfuerzo de rehabilitación de la patria materna”.


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era evidente que la verdad sólo se podía encontrar entre aquellos pueblos que tendían a convertirse en paradigmas de la cultura. En cambio, era inevitable que los pueblos cayeran en la decadencia cuando se solazaban en la mentira. Su empeño por eliminar las “mentiras” de la historia se explica en buena medida porque él concebía a la historia como una magistra vitae. Desde esta perspectiva, Vasconcelos señalaba que toda sociedad debería voltear los ojos a su pasado para sacar conclusiones útiles que le sirvieran para el futuro. Y no se podían obtener buenas conclusiones cuando la mentira imperaba sobre la verdad.5 Si México quería inscribirse en el concierto de naciones civilizadas, no le quedaba otro camino que hacer una evaluación completa de su historia, para eliminar las “mentiras” que se habían elaborado bajo la influencia de un patriotismo mal entendido. En este sentido, la revisión crítica de la historia se tendría que centrar en los textos que se utilizaban para la educación en las escuelas primarias oficiales. Estos sólo servían para “engañar” a la población infantil y juvenil del país al mostrar una visión histórica que estaba alejada de la realidad. Vasconcelos señalaba que la revisión de los textos históricos debería apartarse de cualquier conflicto ideológico, pues no se trataba de reavivar pasiones políticas sino de destruir las “mentiras” presentes en el discurso. Al realizar esta tarea, se lograría que los individuos dejaran fluir la “fuerza interior” que se encontraba dormida en su ser. Vasconcelos creía que esta “fuerza” se podía convertir en la guía que ayudaría a corregir los errores del pasado y a encauzar la cultura nacional hacia la plena civilización. 6 Sin embargo, es importante señalar que Vasconcelos no se concebía como un historiador que iba a realizar descubrimientos de nuevas series documentales o encontraría monu5

Cf. Vasconcelos, Ulises Criollo, pp. 43, 53; Idem. “Discurso del maestro” en Blanco, op. cit. p. 144; Idem. Breve Historia de México, México, Editorial Polis, 1944, pp. 400, 420, 675. 6 Vasconcelos, Breve Historia..., op. cit., pp. 483, 491, 504.


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mentos que le permitieran mostrar una nueva faceta de la historia. Por el contrario, señalaba que su papel habría de ser más “humilde” pues se contentaba con ser un comentarista de los sucesos del pasado. Es decir, aprovecharía las interpretaciones y los datos que otros ya habían obtenido, a fin de dar su propia opinión sobre aquellos. Su posición como comentarista de la historia, le daba la oportunidad de escoger los testimonios que consideraba útiles para demostrar su punto de vista. Y es que Vasconcelos no concebía que el historiador pudiera ser un personaje imparcial ante el desarrollo de los hechos. Más bien creía debería tomar partido para sacar un mayor provecho de las enseñanzas de la historia. Ello signif icaba que el historiador podía y debería asumir una posición frente al pasado y a los personajes que intervinieron en él. Sólo de esta manera se podía garantizar que la historia sirviera como una piedra angular para la rehabilitación del pueblo mexicano en el futuro. 7 La reivindicación de la herencia hispánica Lo primero que destaca de la Breve Historia de México es que en ella se recoge la añeja discusión decimonónica que habían entablado los liberales y los conservadores acerca del origen de la nacionalidad mexicana. La razón por la que Vasconcelos asumió una posición en ese debate era su deseo de reivindicar la herencia española. Es importante tener en cuenta que no buscaba debatir con las ideas liberales sino, por el contrario, polemizar con los “imperialistas yanquis y anglosajones” que habían forjado el “mito de la indianidad”. En este sentido, la discusión pasó del ámbito de lucha entre facciones políticas beligerantes para trasladarse a una esfera de mayor trascendencia, pues ahora se concebía el debate en términos de un enfrentamiento entre dos tipos de civilización: 7

Ibidem, p. 322.


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la hispánica y la anglosajona, que buscaban constituirse en el paradigma de la cultura americana. Vasconcelos creía que la preponderancia de la visión liberal, construida bajo la influencia extranjera, había llevado a los mexicanos a construir una visión del mundo equivocada. Por ello era necesario lograr la “emancipación intelectual” de los mexicanos, lo que llevaría a reconocer en su verdadera magnitud el significado de la herencia hispánica. La emancipación que proponía Vasconcelos debía iniciar con una revaloración de los personajes en los cuales se asentaba la interpretación de la historia liberal. Esta revaloración permitiría poner en su verdadero lugar a cada uno de ellos, tarea imprescindible para construir, de una vez por todas, una “verdadera historia patria”, asentada en la verdad y no en falsos partidismos. Vasconcelos pensaba que cuando esa labor se concluyera, la visión sobre el pasado cambiaría por completo y se le haría justicia a aquellos personajes olvidados por el discurso oficial. Esto contribuiría a crear una generación de “hombres nuevos” que buscarían encontrar las verdades acerca de su pasado, lo que no sólo garantizaría la salvación de la raza iberoamericana, sino que también le daría a México la posibilidad de resurgir de sus cenizas para insertarse entre los países más civilizados del mundo. 8 Para lograr este objetivo, Vasconcelos comenzó por hacer una comparación entre las culturas indígena y española. Esta comparación serviría para que los mexicanos se dieran cuenta del “verdadero” lugar del que provenían sus raíces. En su opinión, la historia de México no podía tener como punto de partida, el mito de la existencia de una nación autóctona que peleó en contra de los españoles para defender su independencia. Consideraba que este mito no tenía ninguna base real que lo sustentara, pues el verdadero origen de la nacionalidad mexicana se encontraba en la conquista de México por los españoles. Antes de que éstos llegaran sólo existían en el 8

Ibidem, p. 24.


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territorio americano grupos aislados, con un bajo nivel cultural que tendía hacia la total decadencia. La llegada de los españoles ayudó a que la situación cambiara, al grado que el impulso dado por la nueva civilización benefició por igual a los indígenas y a los conquistadores. Para que sus lectores se dieran cuenta que sus afirmaciones eran correctas, el autor mostraba que los indígenas eran un pueblo decadente, una civilización cuya “alma se encontraba perdida en la brutalidad”, lo cual se podía considerar como una característica inherente a todos los pueblos retrógrados. Vasconcelos señalaba que los pueblos que habitaban las tierras americanas se encontraban en un nivel de atraso considerable. En buena medida se podía explicar este hecho por las condiciones climáticas y geográficas que imperaban en el país. La existencia de desiertos y de grandes cadenas montañosas, la falta de agua y de ríos caudalosos eran algunos de los factores que explicaban por qué no existía una cultura floreciente.9 En cambio se encontraban una serie de tribus que sólo se dedicaban a la “guerra perpetua”, al “canibalismo” y a la opresión de sus pueblos vecinos. Vasconcelos no le concedía ningún valor a los pueblos que habitaban las tierras mexicanas. Decía que los chichimecas eran unos “salvajes”, los otomíes y los olmecas eran unos pueblos “parias” que vivían de la producción de sus vecinos; los tlaxcaltecas eran grupos “salvajes” y “crueles”, mientras que los tarascos sólo contaban con un nivel de civilización “insignificante”.10 9

Claude Fell, José Vasconcelos. Los años del águila. 1920-1925, Educación, cultura e iberoamericanismo en el México posrevolucionario, México, 1989, Instituto de Investigaciones Históricas UNAM, (Serie Historia Moderna y Contemporánea de México, 21), 1989, p. 553. Vasconcelos señalaba que el clima cálido era el ambiente propicio para el florecimiento de las grandes civilizaciones. La falta de este tipo de clima en México explicaba el porqué en estas tierras no se pudo desarrollar ninguna civilización importante. 10 Ibidem. pp. 202-210; José Vasconcelos, Hernán Cortés. Creador de la nacionalidad, México, Ediciones Xóchitl (Colección vidas


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Los únicos grupos que se podían admirar eran los toltecas y los mayas, los cuales habían logrado algunos progresos en las artes, la agricultura y la astronomía. Sin embargo, sus avances no pudieron ser aprovechados por los otros pueblos debido, sobre todo, a la poca interacción provocada por las distancias culturales y geográficas. Los menguados avances de los toltecas y de los mayas se perdieron en el transcurso del tiempo y la barbarie imperó entre las tribus indígenas. Vasconcelos explicaba que la barbarie era producto de la falta de colaboración entre los pueblos. La única ley que imperaba entre ellos era la de la fuerza bruta y con el paso del tiempo ésta los llevaría a la destrucción, pues era evidente que una civilización que asentaba sus raíces en la violencia carecía de valores morales. La historia había demostrado que un pueblo que carecía de éstos y de una cultura sólida estaba condenada a la desaparición. Vasconcelos destacaba que en ninguna de las civilizaciones precolombinas se podía encontrar una muestra palpable de alta cultura. Ello se podía comprobar de manera fehaciente al examinar el Popol Vuh, texto sagrado de los mayas que en su opinión sólo consistía en una serie de “divagaciones ineptas” carentes de sentido y que debió su salvación a la pericia de los españoles, quienes mejoraron la tradición verbal incoherente e incomprensible de una civilización que carecía de lenguaje escrito. La falta de ingenio de los pueblos prehispánicos y la torpeza de su pensamiento, palpables en sus realizaciones materiales, le hacían pensar que un mito como el de Quetzálcoatl debió ser obra de los conquistadores y no del pueblo tolteca. mexicanas), 1944, p. 63. Es notable que Vasconcelos haya cambiado su manera de pensar acerca de los tlaxcaltecas. Sobre todo, si tenemos en cuenta que sólo mediaron unos años entre cada una de sus opiniones. Así, los tlaxcaltecas pasaron de ser unos “salvajes” para convertirse en el “reino más civilizado de México”, que se regía por un Senado y que no abusaba de los sacrificios humanos como sí lo hacían otros grupos prehispánicos.


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Por otra parte, Vasconcelos dedicó especial atención al pueblo azteca puesto que en él se fincaba el origen de la nacionalidad desde el punto de vista liberal. Este pueblo dominaba a los demás debido a su preponderancia militar. Sin embargo, no se podía pensar que los aztecas habían creado un imperio, pues la falta de vías de comunicación, de una cultura superior dominante y de una uniformidad lingüística impedían la consolidación de este proyecto. Entre ellos imperaba el militarismo, tanto dentro como fuera de su sociedad. Aunque los nobles reinaban, el grupo más importante era el militar, pues éste se encargaba de mantener la autoridad por medio del terror. En el estrato medio de la sociedad se encontraban los artesanos y los comerciantes. En la base de la pirámide se asentaba la población del campo, oprimida por los funcionarios reales que le exigían el pago de tributos muy onerosos, pues en la sociedad azteca no se conocía el concepto de propiedad individual. Por esta razón, la mayoría de los trabajadores rurales tenían que emplearse como esclavos de los más poderosos. Si bien, en algunos clanes se daba la tierra en usufructo a los jefes de familia, éstos eran los menos puesto que la mayoría trabajaba para otros. Vasconcelos señalaba que el carácter militarista de la sociedad azteca hacía que ésta fuera despótica. El lazo que unía al rey con sus súbditos era el del terror. Por ello no debería extrañar que cuando llegaron extranjeros que peleaban contra los opresores, se les viera como libertadores más que como enemigos comunes. Los aztecas mostraban su mayor nivel de degradación en el aspecto religioso. Su concepción del cielo idealizaba el régimen pretoriano que los dominaba. Su dios principal (Huitzilopochtli) era un sanguinario que se alimentaba de la sangre de los corazones humanos. Aunque reconocían un dios superior (Tezcatlipoca), éste no les traía ningún beneficio sino desastres y grandes calamidades. La causa de que la religión azteca fuera tan primitiva era que los aztecas carecían de conceptos filosóficos para referirse a la divin idad. La brutalidad de su religión hacía pensar a Vasconcelos


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que los aztecas eran un “caso abortado” de la humanidad, pues sólo a un grupo que se encontraba en el más bajo nivel cultural se le podía ocurrir la celebración de sacrificios humanos. Vasconcelos señalaba que todos los habitantes de la tierra juzgaban como un acto inhumano el matar por una causa religiosa. Por ello es que creía que la única forma como se podía salvar a esa civilización era extirpar sus males desde la raíz, es decir, se debería sustituir su civilización carente de alma por una que estuviera a la par de los demás grupos humanos. Esa tarea se logró por medio del mestizaje. En conclusión no había bases para sustentar que los españoles habían acabado con un gran pueblo, más bien lo habían ayudado a salir de la barbarie en la que vivían. Las anteriores opiniones le daban pauta a Vasconcelos para concluir que la mayoría de los pueblos que habitaban México eran primitivos y, por lo mismo, podía resultar válido extender la idea para aseverar que América era un continente sin pasado. Con ello buscaba desechar la idea de que los españoles habían destruido las civilizaciones que se asentaban en el continente, pues en realidad éstas no existían antes de la llegada de los españoles. Más bien tendría que admitirse que los indígenas progresaron gracias al contacto con una cultura superior. Cultura que trajo consigo un invento tan importante como la rueda, las bestias de tiro que facilitaron el trabajo indígena, nuevas técnicas de cultivo que acrecentaron la producción y una gran variedad de alimentos que se desconocían en el continente. Tampoco se debería olvidar que los hombres que participaron en la conquista del Nuevo Mundo pertenecían a una de las culturas más antiguas y prestigiadas del Viejo Mundo, tal y como lo era la cultura latina. Ese solo hecho tendría que llenar de orgullo a todos los habitantes de América. Vasconcelos destacaba que la conquista y colonización del nuevo continente fue una empresa que sólo una nación como España estaba en posibilidades de lograr. Esta empresa no tenía paralelo en los anales de la historia, pues para su realización se necesitó de la labor combinada de sabios y de


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colonizadores, de héroes y de santos.11 Los españoles que llegaron a América no sólo eran “guerreros aguerridos”, sino que también se constituyeron en “civilizadores” conscientes del papel que jugaban frente a la historia. Eran unos “hombres virtuosos y valientes” que sabían que no se trataba sólo de descubrir nuevos territorios, sino de extender la civilización cristiana para liberar a las almas atormentadas por una cultura “decadente” y “sanguinaria”. En este sentido, la actuación española en América se debería concebir como un gran “acto de liberación”, en el que la religión jugó un papel de suma trascendencia. El catolicismo les dio a los indígenas la posibilidad de aprender una nueva cultura, basada en la idea de un Dios que predicaba el amor al prójimo y no la matanza sin sentido. Por otro lado, los hombres que exploraron y colonizaron el Nuevo Mundo era un ejemplo de “arrojo” y de “señorío”. Estos individuos no se detenían ante las adversidades. Por el contrario, ellos luchaban hasta la muerte para conseguir sus objetivos. Por esta razón, las proezas de personajes como Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa, Rodrigo de Bastida, Vasco Núñez de Balboa, Juan de Magallanes y de Sebastián Elcano deberían ser ensalzadas porque ellos emprendieron la aventura sin ningún interés material. Todo lo contrario sucedió con Cristóbal Colón, quien se retiró de esta magna empresa, cuando se dio cuenta que no podía adquirir las riquezas que deseaba. La superioridad moral de los españoles los hacía desdeñar la riqueza y los grandes títulos en aras de extender su civilización. Por ello, Vasconcelos se indignaba de que se calificara a los españoles que vinieron a tierras americanas como hombres “torpes”, “ignorantes” y “codiciosos”. La ignorancia y el espíritu de partido hacían olvidar que esos hispanos pertenecían a los más encumbrados grupos aristocráticos, si bien no faltaban entre ellos hidalgos pobres, y contaban con vastos conocimientos de historia, religión y 11

Ibidem, p. 59; Idem, Hernán Cortés, op. cit., p. 15.


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ciencia. Es decir, los hombres que participaron en la conquista del Nuevo Mundo pertenecían a lo “más selecto de la sociedad española”. La conquista realizada por Hernán Cortés abrió una época de prosperidad y de poderío en las tierras de la Nueva España. Esto fue posible debido a que llegaron gobernantes que tenían una gran visión como fueron Antonio y Luis de Mendoza, Revillagigedo y José de Gálvez. Uno de los grandes logros de estos hombres fue que continuaron con las exploraciones territoriales, pues su objetivo era extender hasta donde se pudiera el dominio español en el nuevo continente. A la par llegaron grandes evangelizadores como Vasco de Quiroga, Sebastián de Fuencarral y Juan de Zumárraga. Estos personajes tenían la misión de construir las bases culturales y religiosas en las que se asentaría el país que se convertiría en el núcleo de un gran imperio. Una de las características de la Colonia es que la educación y la cultura llegaron a todos los habitantes del virreinato. Ello se logró gracias a la labor de los misioneros, quienes construían talleres y escuelas en las que se enseñaba la doctrina cristiana, a leer y a escribir. Las misiones no sólo llevaban la letra, sino también la práctica que se concretaba en la enseñanza de oficios y en un mejor aprovechamiento del cultivo de la tierra. Había que recordar que las misiones fueron de gran ayuda en la colonización de las tierras ubicadas en el norte del virreinato. La consolidación de las instituciones y las prácticas humanitarias de los misioneros permitieron que se peleara con eficacia en contra de la esclavitud que ejercían los encomenderos. Era cierto que la encomienda se había convertido en una actividad despreciable, sin embargo era necesaria para fortalecer la organización económica de la Colonia. Y si se comparaba la encomienda con el sistema de tenencia de la tierra que practicaban los aztecas, se podía comprobar que los indígenas habían sido favorecidos por una legislación más


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humana.12 El desarrollo de la minería seria el elemento clave que daría proyección a la Nueva España. Durante los siglos XVII y XVIII, el virreinato se convirtió en una de las colonias más poderosas del mundo, merced a que la plata que se extraía en las tierras novohispanas circulaba por los otros continentes. Sin embargo, el esplendor cultural, político y económico alcanzado se vio detenido por causa de una serie de reyes que carecían de inteligencia, de una visión para el futuro y de don de mando. El ascenso de los Borbones trajo consigo la centralización y la aparición del despotismo. Estos dos elementos detuvieron el impulso español en América y con la decade ncia española se marcó el destino del continente. La revaloración de los héroes Vasconcelos señalaba que la historia liberal había idealizado la figura de Cuauhtémoc, lo cual era reprobable porque este personaje carecía de brillo. El autor destacaba que era válido enaltecer la figura de un personaje, pero se debería hacer bajo los parámetros que la humanidad utilizaba para evaluar a otras figuras. Así se evitaría la consolidación de un culto en torno a un individuo que no tenía los merecimientos. Advertía que, al hacer este tipo de evaluación, los héroes oficiales se derrumbaban con estrépito, pues la fama de éstos era producto del énfasis y de la exageración que la propaganda oficial y la oratoria habían promovido. El deseo de crear paladines había ocasionado que se adorara a hombres que habían fracasado. Esto era lamentable porque significaba que los individuos, objeto del culto patrio, no podían servir como un modelo a seguir para las futuras generaciones. Reverenciar fracasados sólo llevaba a crear un ambiente de pesimismo y de oscuridad. Así, se tornaba un asunto de vital importancia la eliminación de los falsos valores que había creado el pa12

Vasconcelos, Breve historia..., op. cit., pp. 125, 226; Idem., He rnán Cortés, op. cit., pp. 27, 126.


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triotismo mal entendido, pues valía “más no tener ídolos que tener falsos”.13 Según Vasconcelos, una evaluación sensata mostraba que ningún indígena estaba a la altura de los grandes personajes que había producido la humanidad. A Nezahualcoyótl se le había idealizado como un gran poeta. Sin embargo, no quedaba constancia de que él hubiera escrito los poemas que se le atribuían, pues bien pudieron ser obra de algún cronista español. 14 Si bien se podía reconocer en este personaje cie rtos rasgos de una buena educación, lo cierto es que ese no era un motivo para ensalzarlo. En lo que respecta a Moctezuma Ilhuicamina, Vasconcelos creía que era uno de los reyes aztecas que habían contribuido con creces al engrandecimiento del reino, pero la brutalidad y el salvajismo con la que actuaba en contra de sus súbditos, le restaban cualquier posibilidad de ser reconocido como un gran héroe. En el caso de Cuauhtémoc, “el símbolo de la independencia a toda costa”, Vasconcelos sostenía que él no era más que un “joven atolondrado” que ascendió al trono por azares del destino y como fruto de las atrocidades de la guerra “salvaje”. Además era un clásico representante de la dinastía militarista, por lo que no debía extrañar que fuera un individuo “cruel” y “abusivo” que se contentaba con la rapiña. Un hombre que no buscaba ganarse a sus súbditos, sino hacer que éstos temblaran ante su presencia. Tal y como se podía comprobar cuando fue atormentado junto al señor de Tacuba. Este episodio mostraba su 13

Vasconcelos, Breve historia..., op. cit., p. 370. Vasconcelos, Discurso del maestro, op. cit., p. 144. Vasconcelos mostraba una actitud contradictoria en la evaluación de este personaje, pues en el Discurso del maestro señalaba que Nezahualcóyotl había sido un hombre que “construyó casas y plantó bosques, fundó escuelas, renovó el reino y todo supo coronarlo con pensamientos nobles y cantos bellos”. Es probable que el cambio radical de opinión se debiera a su deseo de demostrar lo que argumentaba, es decir, que la raza indígena no tenía representantes notables que pudieran compararse con individuos de culturas “superiores”. 14


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falta de humanidad y una gran arrogancia, pues en vez de condolerse de su amigo lo recriminó por su cobardía. Si Cuauhtémoc hubiera sido un gran hombre se habría dolido del mal ajeno, en cambio se solazaba con el dolor de los demás.15 Frente a la figura de Cuauhtémoc, Vasconcelos oponía la de Hernán Cortés. En él encontraba el verdadero origen de la nacionalidad, pues su arrojo había permitido la conquista de un imperio, pese a no contar con los medios para hacerlo. Señalaba que era necesario reivindicar a Cortés, porque éste había ayudado a crear y a consolidar una “patria mexicana”, la cual se encontraba al amparo de la España civilizadora. No había ninguna duda de que el conquistador español era el más “grande de los conquistadores de todos los tiempos”, pues sus hazañas superaban las de personajes tan importantes como Alejandro Magno y Julio César. Estaba convencido de que la providencia había designado a Cortés para dirigir esta gran empresa, pues era probable que la conquista se hubiera retrasado sin su genial dirección. Este hombre no estaba predestinado para realizar pequeñas acciones; el futuro le guardaba como regalo la conquista de un gran territorio. Que traería consigo la propagación de la fe cristiana y el establecimiento de la cultura española. 15

José Vasconcelos, “En el ofrecimiento que México hace al Brasil de una estatua de Cuauhtémoc” en Blanco, op. cit., pp. 134-136. Al igual que en el caso de Nezahualcóyotl, las ideas de Vasconcelos respecto a Cuauhtémoc sufrieron un notable cambio. Aunque en este caso se puede explicar porque el discurso que Vasconcelos dirigió a las autoridades brasileñas tenía como objetivo ensalzar al héroe. Pese a ello es interesante observar cuál era la visión de Va sconcelos respecto a este personaje en 1923. El autor señalaba que Cuauhtémoc era “nuestro mayor héroe indígena”, el “héroe que se encontraba más cerca del corazón de los mexicanos”. Un hombre “sublime” que prefirió sucumbir antes que doblegarse, pues él era el “símbolo de la rebeldía del corazón”. Él era “una de esas majestades que hacen enmudecer al poeta, callar al filósofo y ante los cuales sólo el narrador procura ensayar un canto que emite el ritmo del maravilloso suceso humano”.


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La victoria de Cortés se podía explicar por dos circunstancias. La primera se refería a la magnanimidad con que trataba a sus adversarios vencidos. Ello le permitió ganar muchos partidarios que lo apoyaron en momentos de crisis, tal como sucedió después de su desastrosa salida de Tenochtitlán. 16 Sus antiguos enemigos se convirtieron en sus más fieles aliados y en un apoyo esencial para lograr la victoria sobre las huestes aztecas. La segunda circunstancia era la audacia con la que se desenvolvía frente al enemigo, 17 innegable en cuatro momentos que resultaron claves para la historia de la Conquista. El primero fue el episodio de Cempoala. En ese lugar, Cortés decidió acabar con las prácticas inhumanas que realizaban los indígenas. La circunstancia militar aconsejaba que la erradicación de esos males, se dejaran para un mejor momento, pero a Cortés no le importaba si tenía elementos favorables o no, sino ser consecuente con su moral y sus creencias. El segundo hecho que glorificaba la memoria de Cortés fue la destrucción de sus navíos. Esta decisión la tomó cuando se dio cuenta que el desaliento reinaba entre sus tropas. Su resolución fue de suma importancia, porque así obligó a sus soldados a pelear hasta la muerte. La carencia de medios para regresar a su país los volvería más valientes e intrépidos. El acto de Cortés resultó genial, pues ninguno de sus soldados pudo retroceder; sabían que sólo la victoria podía salvarlos de un futuro aterrador. El tercer hecho fue la aprehensión de Moctezuma. Vasconcelos calificaba esta acción como uno de los más grandes golpes de audacia de los que tenía referencia la historia. Esta maniobra, realizada en el corazón mismo de la capital azteca, daba cuenta del valor de Cortés como conquistador. Pocos personajes se habrían atrevido a capturar al emperador de un reino, cuando sabían que ello podría signif icar la muerte inmediata. Aunque Cortés estaba consciente de 16

Ibidem, p. 134; Idem, Hernán Cortés, op. cit., p. 48. Vasconcelos, Breve historia..., op. cit., p. 59; Idem, Hernán Cortés, op. cit., pp. 29 y 31. 17


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los peligros que entrañaba esta decisión, también sabía cuáles podían ser las consecuencias favorables. Para su fortuna, tomó la decisión adecuada. El cuarto momento fue la captura de Pánfilo de Narváez, pues las fuerzas que traía este capitán eran superiores a las de Cortés. Si éste logró la victoria, se debió a sus buenos oficios, su don de convencimiento y a una estrategia bien planeada que tomó por sorpresa a sus enemigos. Todos estos hechos mostraban que Cortés era un hombre seguro de sus decisiones. Cuando el triunfo fue suyo, se mostró como un gran ser humano, un constructor que anteponía sus ideales religiosos y patrióticos a los intereses mundanos. Esto explica por qué el capitán español no trató de tomar el poder entre sus manos como lo hubiera hechos cua lquier dictador. Más bien pensaba en establecer instituciones como las que existían en España. Una de las grandes herencias políticas de Cortés fue la creación de un sistema de procuradores, los cuales se reunían en cortes para resolver los asuntos de importancia. También era digno de tomar en cuenta que, por instrucciones del rey, Cortés estableció una Audiencia que se encargaría del gobierno general del nuevo virreinato. Este acto mostraba su grandeza pues permitía que otros gobernaran las tierras que él había conquistado. Su acatamiento a la autoridad civil era una muestra de cómo se debería comportar un hombre leal a la corona. La huella de Cortés también quedo plasmada en sus acciones para traer misioneros que extendieran la religión católica a las almas de los indígenas. Nuevas expediciones, costeadas esta vez por su propio bolsillo, permitieron abrir nuevos caminos para la colonización. El mapa de México creció debido a la obra de un hombre que se podía catalogar como “creador de imperios”, un individuo que merecía más el cargo de emperador que el propio Carlos V. Por todo lo anterior, Vasconcelos concluía que a nadie más que a Cortés se le debería dar el título de creador de la nacionalidad mexicana. Y los que le negaban un lugar entre los héroes oficiales, sólo contribuían a negar una parte esencial de la “mexicani-


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dad”. Y a que los mexicanos siguieran en decadencia. Reconocer los méritos de un héroe y los beneficios que dejó su herencia cultural, podían servir como punto de partida para el resurgimiento nacional. Un resurgimiento que tenía que estar fincado en el reconocimiento de la verdad. Y esa verdad era que la nacionalidad mexicana se asentaba en la herencia española y en la obra de un hombre que había demostrado ser más que un simple capitán, pues se convirtió en el conquistador de uno de los imperios más grandes del mundo. Eso le reservaba un lugar glorioso dentro de la historia de la humanidad. Conclusiones La comparación que Vasconcelos hizo de las culturas azteca y española mostraba que la última había contribuido a enriquecer una cultura que se encontraba en plena decadencia. Si esto se había negado se debía al hecho de que tras la independencia se buscó borrar cualquier recuerdo de los conquistadores. Por ello sólo se escribía acerca de los males que habían producido, pero no se reconocían los beneficios que había traído la civilización hispánica. Esto le molestaba a Vasconcelos, pues la negación de la herencia española significaba la destrucción de la esencia del mexicano. Es importante destacar que este autor no fue el único personaje que trató de revalorar el legado ibérico en América. Otros grandes pensadores como Alfonso Reyes y Carlos Pereyra también se dieron a la tarea de demostrar que la obra de España en América fue más constructiva que destructiva. Ellos, al igual que Vasconcelos, advertían que la negación de lo español había sido consecuencia de la separación violenta que sufrieron estos países tras la independencia.18 Vasconcelos luchó por demostrar la importancia del legado hispánico en la cultura americana. Esto serviría para 18

Fell, op. cit., pp. 645-646.


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atenuar los embates de lo que él llamaba el “imperialismo anglosajón” que buscaba fragmentar la unidad, por lo cual era necesario anteponer las armas de la razón. Sólo de esta forma se lograría crear pueblos fuertes, orgullosos de su pasado y resueltos a reformarlo para trascender. Y ese pasado no se podía fincar en el odio hacia el otro, sino en la búsqueda de la integración. Ello traería como consecuencia la creación de una civilización fuerte que pudiera resistir los embates del “imperialismo”.19 Aunque el propósito de Vasconcelos de rescatar la herencia española es loable, no por eso debemos perder de vista que su estudio tiene un afán de polemizar con una interpretación de la historia. Razón que explica porqué algunas de sus afirmaciones resultan exageradas y, en cierta medida, violentas. Su deseo de convencer lo llevó a esgrimir argumentos que carecían de lógica. En su preocupación por enaltecer el legado español, llegó a negar la herencia indígena. Su proyecto de evidenciar que existía una línea evolutiva cuyo más perfecto representante era la raza mestiza, producto de la fusión biológica y cultural de estos dos grupos, quedaba desvirtuado por la virulencia de sus opiniones. La introducción de la noción de mentira por parte de Vasconcelos tenía como objetivo principal crear una ruptura con el discurso del otro. Es decir, la mentira funcionaba como un sistema de deslegitimación de lo que se lee. Al aplicar la idea de mentira se pone a debate la idea de una representación de la realidad admitida hasta ese momento. La mentira supone una ruptura del contrato de veridicción. Ello sirve como marco para abrir el debate y proponer la propia verdad, la cual se instituirá desde una óptica diferente que privilegia otros espacios. Es decir, se buscará destacar lo que la visión tradicional había ocultado por no favorecer a sus intereses. Al convertir en mentira lo escrito por otros, Vasconcelos asumía 19

México y España. Opiniones de Don José Vasconcelos y Don Miguel Alessio Robles sobre el libelo de un sujeto de Tlalixcoyan pidiendo el saqueo y la expulsión de los españoles, México, Imprenta de Manuel León Sánchez, 1929, pp. 7, 11.


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el papel de descubridor de una verdad desfigurada por cuestiones de interés ideológico. Aunque buscaba establecer una “verdad”, lo cierto es que la construyó de acuerdo a lo que trataba de probar, por lo que resultó mediatizada por las circunstancias bajo las cuales se movía como actor social. Su búsqueda de la verdad se convirtió así en una acción violenta, que desplazaba posiciones que no concordaban con las suyas.


La fotografía: la Dalia Negra del arte y la historia Rebeca Monroy Nasr Suena a cuento y no lo es. Una joven de un pequeño pueblo norteamericano salió con el sueño a flor de piel abandonando su lugar natal para llegar a la Meca de la cinematografía en los años cuarenta. Elizabeth Short o Beth Short deseaba verse en los encabezados de los periódicos, en las marquesinas de los cines, y tuvo peor suerte que las otras jovencitas que acababan de meseras o recamareras en Hollywood. Sí logró pírricamente su sueño pues apareció en las páginas del periódico, sólo que en la nota roja; su cuerpo inerte apareció una mañana fría y nublada de enero después de haber sido amarrada, torturada, mutilada y partida por la mitad, abandonado a su suerte. Sin explicación aparente había sido objeto de un atroz acto que la dejó desfigurada y después de ello sería conocida en el medio como La Dalia Negra.1 La fotografía: la Dalia Negra del arte y la historia es una reflexión sobre los quehaceres de la fotografía, ya que los límites aparentemente desdibujados que se le han adjudicado desde su descubrimiento en 1839 han promovido que se le vea como partícipe en diferentes esferas del arte, la ciencia y la tecnología sin que defina con nitidez su campo de acción. Así desmembrada, subestimada en ciertas áreas, condenada a ser una actriz de segunda, sin rumbo fijo, negado por años su papel principal, con un corpus metodológico que aún no se 1

Vid. Rafael Aviña, El misterio de la Dalia Negra, en El Angel Suplemento Cultural, Reforma, 29 de octubre de 2000, p. 9.


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constituye del todo pues se le ha visto como partícipe de diferentes medios del conocimiento y la cultura, en partes y con gran dificultad se reconocen sus propios medios y definiciones. Paul Delaroche declaró en aquel agosto de 1839, cuando se dio a conocer el gran descubrimiento: “A partir de hoy la pintura ha muerto”.2 Para Charles Baudelaire este medio no era arte toda vez que: “el fotógrafo no puede ser artista, pues según el poeta la fotografía sólo ‘abre una ventana a la realidad’”.3 El sociólogo Pierre Bourdieu la denomina, más de cien años después, un arte intermedio y explica que la negativa muy frecuente de considerar a la fotografía como manifestación artística “se inspira en una definición sumaria de la cámara fotográfica autómata, al mismo tiempo que es una representación con una fuerte coloración ética de la actividad artística”.4 Para otros, era una mera técnica de realización que permitía aprehender el mundo existente, “real y objetivo” en una placa de película. Comenta al respecto Robert Castel: “Por una parte, la fotografía a menudo es concebida como una simple técnica de reproducción mecánica de la realidad. La imagen sería copia y doble, y la película tendría la propiedad de conservar lo que fue, para restituirlo con la frescura que se vivió. La fotografía sería, entonces, simplemente una analagon de la presencia”.5 Los estudiosos del arte y la historia bien sabemos que toda obra de arte refleja la personalidad del autor y la placa fotográfica no es la excepción a la regla. El automatismo, las posibilidades de realización mecánicas y ahora digitales, que son parte intrínseca de su existencia, no significan que detrás 2

Vid. Gisèle Freund, La fotografía como documento social , Barcelona, Gustavo Gili, 1976, p. 74. 3 Para mayor información Vid. Laura González, Pintura y fotografía ¿dos medios diferentes?, Murcia, Mestizo, 205 pp. (en prensa). 4 Pierre Bourdieu, La fotografía, un arte intermedio, México, Nueva Patria, 1979, p. 22. 5 Pierre Bourdieu, “Imágenes y fantasmas”, Ibidem, p. 313.


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de la cámara y del tripié no se reflejen, en las múltiples selecciones creadas desde la temática, el encuadre, los estilos y formas de realización, las posturas ideológicas de quien dispara el obturador. Más el conocer la parte ideológica de su realización no incluye el poder determinar el camino a seguir para su estudio y análisis. Los cambios conceptuales en torno al quehacer fotográfico aún ahora son claramente ambiguos, poco claros y es necesario señalar algunos márgenes que permitan definirla –encuadrarla diría yo– con la sencilla ni tención de poder estudiarla y analizarla desde diferentes ámbitos. La participación de la fotografía en el sistema de las bellas artes, en el mundo científico, publicitario y social bien se puede explicar, entre otras cosas, por esa contradicción entre el valor de la obra, que responde al ideal estético todavía más ampliamente difundido, el valor del acto que la produce y el valor de uso en su momento creativo. Lo cual pareciera ahondar la problemática al hacer una revisión y análisis de las imágenes como objetos de estudio histórico y social. Actualmente los trabajos que realiza la investigadora Patricia Massé sobre las fotografías de Cruces y Campa, reconocie ndo el entorno en el que fueron creadas, pero incursionando en las formas de mirar de la época, de valorar la imagen, penetrando en el mundo del retratado, es decir, considerándolas desde la perspectiva de la historia de las mentalidades, hace que estas maravillosas imágenes tengan un discurso intrínseco mucho más profundo y especializado, que la mera lectura estética y artística de la época.6 Las preguntas que todo investigador puede hacerse al momento de acercarse al mundo de las fotografías pueden girar en torno a: ¿qué metodología utilizo? ¿cómo puedo acercarme a la lectura de las imágenes de tal forma que me permita obtener la mayor información posible? ¿qué relacio6

Vid. Patricia Massé, Cruces y Campa. Una experiencia mexicana del retrato tarjeta de visita, México, CNCA, INAH, Círculo de Arte, 32.


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nes metalingüísticas trabajo para poder utilizar las diferentes fuentes de información tradicionales con las imágenes? Habrá tantas preguntas como investigadores, proyectos a realizar y archivos fotográficos aparezcan. Porque sin duda alguna, cada nueva investigación requiere de su propia especificidad, de sus propios medios y elementos de trabajo, es decir, de un sistema de realización particularizado y que podemos acceder desde diferentes metodologías y formas de funcionamiento, todas ellas válidas, en tanto brinden los resultados permisibles. Los trabajos recientes que utilizan a la fotografía como fuente de información han creado su propio sistema de análisis, recurriendo a los métodos empleados por las artes de la tradición como son: desde el aspecto formal: la iconografía, la iconología, las teorías de la percepción como la gestalt o la semiótica; también está el análisis desde la propuesta plástica, lo técnico, lo temático, la estética poética, lo histórico y estilístico, lo económico, lo ideológico político, lo sociológico, la crítica del arte, lo biográfico e inclusive recientemente se ha trabajado desde la vertiente de lo psic ológico y psicoanalítico. 7 A partir de este cúmulo de elementos y posibilidades de acercamiento a la lectura de la imagen fotográfica, pareciera que permanece su complejidad, pues participa de varios mundos que la hacen diferente, aunque no única, pues también contiene elementos de análisis que la gráfica, el video y el cine pueden compartir –con sus notables diferencias. Es 7

Las vertientes de apreciación estética fueron aportaciones estructuradas en torno a las artes de la tradición por Armando Torres Michúa, Apuntes del Taller de Crítica de Arte, Departamento de Posgrado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, UNAM, 19921994. En este caso se han adaptado para el análisis de los elementos fotográficos, procurando encontrar las siluetas que conduzcan a un mejor ejercicio de la investigación documental, y son descritos por la autora con mayor precisión en Mario Camarena y Lourdes Villafuerte (coords.), Los andamios del historiador: tratamiento y construcción de fuentes, México, INAH, AGN, 2000.


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aquí donde se presenta la posibilidad de dejar de ser la Dalia Negra del arte y la historia, si reconocemos que la fotografía ha modificado definitivamente nuestra forma de ser, de percibir y de vernos.El fotógrafo y teórico español Manolo Laguillo comenta: La fotografía ha permeado todos y cada uno de los ámbitos de la sociedad, marcándolos y transformándolos hasta tal punto que nos cuesta mucho imaginar cómo pudo ser todo antes que la fotografía hiciese su aparición. Bajo el rótulo de fotografía se nombran dos cosas muy distintas: a) las fotografías mismas, es decir las imágenes, el producto y b) la fotografía como procedimiento, medio, manera, modo, ideología y mentalidad.8

En este sentido admitir sus particularidades, la diversidad de sus estructuras, sus amplios horizontes, permitirá comprender mejor su discurso interno. Dejar de entender a la fotografía como un ente aislado de su entorno artístico, social, político, estético, histórico, económico, propagandístico o publicitario, en fin, y de toda la variedad de usos sociales a la que ha sido destinada. No desviar la mirada y apreciar sus posibilidades de completar y construir desde los diferentes ámbitos a los que pertenece y en los que incursiona, trastoca y moviliza la imagen estática. Dejar de escindir sus partes, de inmovilizarla, mutilarla y crear un ente formal, sólido de características únicas que comparte con otras esferas del conocimiento, le permitirá al estudioso acercarse al mundo de las imágenes y obtener mejores respuestas, así como ver los límites de la información que contienen al igual que las fuentes tradicionales. Asumir que la fotografía ha trastocado todos los ámbitos de la sociedad significa también asumir esas imágenes que aparecen en el entorno de nuestras vidas cotidianas, con escenas reconocibles, con el: 8

¿Porqué fotografiar? Escritos de Circunstancias 1982-1994, Murcia, Mestizo (Palabras de Arte, 1), 1995, pp. 187-188.


328 Corte instantáneo en el mundo visible, la fotografía proporciona el medio de disolver la realidad sólida y compacta de la percepción cotidiana en una infinidad de perfiles fugaces como imágenes de sueño, de fijar momentos absolutamente únicos de la situación recíproca de las cosas de captar…los aspectos imperceptibles, en tanto instantáneos, del mundo percibido, de detener los gestos humanos en el absurdo de un presente de estatuas de sal. 9

Pues es innegable que la fotografía nos remite a un telón de la historia, a una parafernalia que envuelve, contornea, define y puede brindar un gran cúmulo de datos, que bien pudieron soslayar otro tipo de fuentes de información. La fotografía servirá como fuente de información en una variedad de rubros por su característica de apropiación y reproducción de un mundo material. Así desde sus posibilidades discursivas como medio de expresión, como testimonio y documento, por haber sido partícipe e instrumento de cambio, por los efectos técnicos que enriquece de manera constante la experiencia y cultura visual de nuestra época, por la integración entre el arte y la fotografía,10 dentro de estas funciones que realiza, el investigador puede y debe establecer los límites informativos que le brindan las imágenes. Es el oficio de historiar lo que permite que erremos menos en las aproximaciones a la reconstrucción del pasado cuando utilizamos fotografías, pues la contrastación entre una fuente de información y otra nos dará esa posibilidad. Esto se observa claramente en el análisis fotográfico que realiza Leonor García Millé en su trabajo sobre los refugiados españoles y sus condiciones a la llegada al país de 1939 a 1942. A través simplemente del clásico retrato de ovalito que les tomaban a su arribo a puerto veracruzano, denota las posibilidades de 9

Pierre Bourdieu, op. cit., pp. 112 y 121. Para mayor información Vid. Rogelio Villareal y Juan Mario Pérez O., Fotografía, arte y publicidad, México, Federación Editorial Mexicana, 1979, p. 27.

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estudio y complementación de la información concerniente.11 El estado en que llegaban, las formas de representación, las maneras de construcción de la imagen improvisada en el barco, con una manta o un portal de los fotógrafos, las actitudes, el cansancio, el desconsuelo, la alegría o desconcierto se permea por los rostros. Sin embargo, al no tener mayor información sobre el suceso, la investigación podría arrojar datos falsos, pues por los trajes y vestidos parecieran de clase más acomodada los primeros en llegar en 1939, mientras que los de 1942 parecieran más sencillos y humildes. Es claro, como lo hacen notar Dolores Plá y García Millé, que los que arribaron después procedían de campos de concentración, sus trajes estaban más deteriorados por las condiciones de vida, y eran sin embargo personajes de una clase social más acomodada que los primeros en salir de la España convulsionada. García Millé pudo contrastar el estado de ánimo, reconocer las formas, usos y costumbres de la época, detectar las falsas informaciones, conocer la diversidad de los fotógrafos de un escaso profesionalismo y un alto grado de improvisación. Los datos que recaba para la historia de la migración española y para la historia de la fotografía del Puerto son sin lugar a dudas muy valiosos, gracias a que pudo mantener la distancia necesaria entre su objeto de estudio y sus hallazgos inesperados, por la información adyacente que ya tenía y porque ejerció su intuición desarrollada por el oficio que no le permitió el olvido ni el autoengaño. Por especialistas que seamos de las imágenes, si no eje rcemos el oficio que da la experiencia, el contacto cotidiano con los materiales gráficos, hemerográficos, fílmicos, bibliográficos, videográficos e incluso fonográficos, al lado de la fuerza del conocimiento de otras disciplinas que intervienen 11 Leonor García Millé, “El retrato burocrático. Las fotografías de españoles en los documentos migratorios mexicanos, 1939-1950” en Clara E. Lida (Comp.), México y España en el primer franquismo, 1939-1950: rupturas formales, relaciones oficiosas, México, El Colegio de México, 2001, pp. 253-274.


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en su formación como la sociología, la economía, la historia de vida y colectiva, la filosofía, la estética, entre tantas otras, podemos incursionar en el mundo de las imágenes con un espacio muy amplio para la especulación. Es necesario además establecer el universo gráfico de estudio para después poder abundar en la intención de ejercer la reconstrucción histórica, pues no en pocas ocasiones se ha visto la imagen utilizada tanto en pies de foto para argumentar las hipótesis, como el uso de una serie mínima de imágenes que aparentemente comprueban los planteamientos que realiza el investigador sin que exista una real y profunda búsqueda comparativa en los archivos fotográficos.12 La importancia que tiene actualmente la investigación con acervos fotográficos radica en esa permeabilidad que ha tenido en torno a la vida oficial, pública y privada y donde ha capturado imágenes inconcebibles e irrepetibles por otras manifestaciones artísticas o literarias. Como la fotografía ha trastocado las formas de vernos y sabernos, convirtiéndose en un producto cultural, también tenemos que contemplarla como un elemento creado por el hombre, que bien puede construir su realidad como lo hacía Nacho López en los años cincuenta. Sociólogo urbano con cámara en mano, procedía a medir fotográficamente las actitudes y las respuestas de los habitantes de la ciudad de México, ya fuera con un maniquí desnudo rondando por las calles, cantinas y camiones, o con la vedette Mití Huitrón deambulando por la céntrica calle de Madero con un vaivén de notables y sugerentes curvas femeninas, donde eran atropelladas las miradas y los piropos con 12

Para muestra el botón del trabajo realizado por Lanny Thompson, quien con una serie fotográfica mínima argumenta el estado de pobreza, discriminación sexual y confirma su tesis del establecimiento de roles en la revolución y posrevolución mexicana a partir de cómo toman el pulque diferenciando género y número. Vid. “La fotografía: la familia proletaria”, en Historias 29 (revista de la Dirección de Estudios Históricos), INAH, octubre 1992-marzo 1993, pp. 107-119.


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la cámara de López. Contextualizar la imagen, conocer el género al que responden, el uso social, ayudará en gran medida a obtener una mayor y más precisa información histórica, social y estética. El reciente trabajo de Antonio Saborit sobre Tina Modotti aporta datos muy contundentes de la fuerza de las imágenes de la fotógrafa italiana y de las diversas influencias estéticas y teóricas que intervinieron en su forma de captar el entorno mexicano. Las asociaciones realizadas por Saborit entre el arte, la literatura, el cine y la fotografía, además de su gran oficio de historiar y narrar, le permiten encontrar datos importantes para el análisis del discurso fotográfico. 13 También es importante considerar si se trata de una imagen creada o de lo que se conoce como fotografía construida, y aún con mayor razón ahora que la fotografía digital está más accesible, con nuevas tecnologías y software que permiten crear, recrear o falsear un documento. Es pues en esa ética de los metadatos, como se conoce en el ámbito cibernético a la información adyacente a las imágenes escaneadas o presentadas en computadora, donde subyace la posibilidad de que el investigador se dé cuenta del grado de alteración de un original guardado en un archivo histórico. 14 En este mismo sentido, es importante destacar la cautela necesaria al analizar imágenes. El reciente trabajo del fotógrafo Pedro Meyer puede destantear al más audaz de los estudiosos de las fotos. 13

Vid. Antonio Saborit, Tina Modotti. Vivir y morir en México, México, CNCA, INAH (Círculo de Arte), 1999, 30 pp., fotografías. 14 Actualmente es posible escanear la imagen y retocarla, dándole mayor contraste, mejorando las zonas obscuras, quitando manchas o imperfecciones. La discusión actual está en esa ética de la captura y conservación digital, que por un lado insiste en conservar el original con todas sus características, aun cuando sea una imagen bastante deteriorada, o el otro extremo es el que propone que se conserven con una mejor calidad, se presenten al investigador en el estado óptimo y con posibilidades de incluir en la ficha la información que presente la imagen o las alteraciones realizadas.


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Si partimos de su pasado documentalista y de amplia trayectoria testimonial podríamos creer que son producto del mundo objetivo, y aunque en algunas es notable la falsificación o recreación de la realidad, en otras el entorno de ilusión que ha creado pareciera factible gracias a la gran calidad creativa y documental de la edición digital. 15 Como estudiosos nos toca ver y palpar el mundo de las imágenes fotográficas desde diferentes ámbitos: el profesional, el creativo, el inventivo, el digital, el del neófito, el del turista, el de nuestra vida cotidiana. Todas estas instantáneas son ahora elementos propios de nuestra cultura visual moderna y contemporánea. Las fotos son indispensables si queremos conocer la vida cotidiana, los ámbitos públicos y privados; su capacidad de aprehensión del macro al micro cosmos es asombrosa y mejora día con día. También la aparición de los diferentes estudios históricos y sociales que han utilizado a la fotografía como recurso documental le han dado unidad a un discurso particular y de ese gran universo de estudio, de los diferentes ámbitos empleados, de las diferentes lecturas y perspectivas de análisis, han surgido estudios muy complejos y completos descubriendo su gramática particular. Es necesario encuadrar a la fotografía como lenguaje y discurso propio; es, como dice Patricia Mendoza, “el verbo” en la frase visual de nuestros tiempos, el que articula, que nos confiere conciencia del ser y del estar, pues el indicio visual y gráfico de la fotografía en mucho delimita nuestras formas y funciones. Así ha pasado de ser una nota gráfica a una imagen virtual, que se convierte y trasmuta en diferentes tiempos, formas y lugares dependiendo de las diferentes necesidades particulares. Por todo lo anterior, el planteamiento es dejar de ver a la fotografía como un arte intermedio, como una simple técnica de reproducción fiel de la realidad, como testimonio reductible, como una flor negra tasajeada, en partes y sin conexión, cuando es parte del corpus social que la contiene. Así que es 15

Vid. Pedro Meyer, Realidad o ficción, Un viaje de la fotografía documental a la digital, México, Casa de las Imágenes, 1995, 133 p.


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imprescindible que la escuchemos, la leamos, la observemos e interpretemos desde el centro de su creación, de su uso social, sus referencias mediatas e inmediatas para poder comprender en mejor medida estas estatuas de sal y con ello desterrar el conjuro, recuperar su movilidad en el entorno social que deseamos estudiar, para ampliar el horizonte formativo e informativo, y poder explicar(nos) y recrear(nos) con una mayor precisión y riqueza desde el mundo de historiar. Es el momento en que se deje de ver a la fotografía como esa Dalia Negra, pretenciosa e incapaz, de dibujar con mayor precisión la riqueza de sus márgenes y contenidos; que se difundan las diversas formas metodológicas de lectura y se reconozca el esfuerzo realizado por un cada vez mayor número de investigadores de la imagen y los creadores de la imagen, pues como dice Robert Littman al respecto de los 99 años de vida del fotógrafo Manuel Alvarez Bravo, y no menos importante sus 75 de realizar imágenes en el país: “Los ojos de don Manuel son los ojos de México, tanto dentro del contexto urbano como en una vista del paisaje rural…Alvarez Bravo ha moldeado mi forma de ver la vida en México, y quizá lo visualizo como sus ojos me han enseñado, así como a muchos otros visitantes y habitantes”.16 La manera de apreciar la realidad también proviene de las formas de la cultura fotográfica y visual de la que somos objeto, y de hecho cuando perdamos la sensación de inseguridad y aparente desconocimiento de la imagen, es decir, en la medida que dejemos de verla como a Elizabeth Short cuya distrofia genital la pudo llevar al más cruel de los crímenes, y la veamos como la técnica artística madura y el medio de expresión y comunicación fundamental de nuestra cultura occidental; cuando comprendamos que hemos crecido con ella y conocemos sus formas de confeccionar, aprehender, idealizar y aportar elementos básicos de la vida moderna y contemporánea. Es el momento de recuperar una gran gama 16

Blanca Ruiz, “Los ojos de Don Manuel Alvarez Bravo”, en El Angel Cultural, Reforma, 4 de febrero de 2001, p. 8.


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de información de luz y plata, que espera su lugar adecuado en el ámbito de una historia de la cultura, prioritariamente urbana pues es donde ha desarrollado más su capacidad documental, etnográfica gracias a la injerencia de otras miradas y muy recientemente a la propia. También es partícipe activa para la comprensión de la historia de la percepción y más aún tiene una importante labor en la documentación de la historia de la mirada desde sus más diversos ámbitos históricos, culturales y sociales. Es inminente que se acepte ya su papel protagónico así: heterogénea, contradictoria, complementaria, única en su manera de conectar y fusionar el mundo de los vivos y de los muertos.


Imágenes de los comanches, siglos XVIII y XIX Cuauhtémoc Velasco Avila Son pocas las fuentes que nos permiten acceder al conocimiento de los indios nómadas del norte de México a finales del siglo XVIII y durante la primera mitad del siglo XIX. Los historiadores hemos utilizado frecuentemente las representaciones pictóricas para ilustrar nuestros libros, especialmente para mostrar el modo cómo los occidentales veían a esos pueblos. Esta ponencia trata de adentrarse un poco en el uso de las imágenes de los indios como fuente histórica, contextualizando el discurso visual y refiriéndolo a los conceptos expresados en la documentación escrita. Se centra esta presentación en la llamada nación comanche vista por los misioneros franciscanos, por un científico francés y por un artista norteamericano, a manera de comparar los discursos visuales en su propio contexto y apreciar la manera en que esas representaciones nos ayudan a comprender un poco la realidad de los pueblos indios de aquella época. 1. La tragedia de San Sabá En lo que constituye el último intento serio de los franciscanos por evangelizar a los nómadas en el noreste novohispano en abril de 1757, se fundó la misión de San Sabá al norte de San Antonio, en Texas, misma que quedó bajo la dirección del padre Alfonso Giraldo de Terreros, con el apoyo pecunia-


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rio de Pedro Romero de Terreros, y con el respaldo militar del presidio de San Luis de las Amarillas.1 Los apaches (lipanes) habían ofrecido asentarse, pero en la práctica desde los primeros días quedó claro que era muy difícil incorporarlos a la vida sedentaria de la misión. En un compendio de historia de Texas escrito en 1772 dice Antonio Bonilla: ...los apaches, después de haber entretenido el tiempo con vanas promesas, se declararon abiertamente diciendo que no querían sujetarse ni ceñirse su voluntad al avecindamiento y radicación de misiones y que les era más agradable su modo de vivir vagamente, manteniéndose en buena corresponden2 cia y amistad con los españoles.

Los lipanes aceptaron algunos bautizos y eventuales contactos, pues estaban interesados en que permanecieran los misioneros y soldados en el área, para utilizar los establecimientos como punto de apoyo en sus controversias con los llamados “indios del norte”, especialmente con los temidos comanches. Desde luego, estos últimos no estaban de acuerdo en la existencia de esos asentamientos. 1

La mayor parte de la información de este apartado se obtuvo de Pedro Angeles Jiménez, “La destrucción de la Misión de San Sabá y martirio de los padres Fray Alonso Giraldo de Terreros y Fray José de Santiesteban: una historia, una pintura” en Memoria, Museo Nacional de Arte, núm. 5, 1994, pp. 4-32. También se consultaron los artículos: Sam A. Ratcliffe, “‘Escenas de Martirio’: Notes on The Destruction of San Sabá” en Southwetern Historical Quarterly, vol. 9, núm. 4, abril l991, pp. 507-534; Pedro Angeles Jiménez, “Entre apaches y comanches: algunos aspectos de la evangelización franciscana y la política imperial en la misión de San Sabá” en Marie Arteti-Hers, José Luis Mirafuentes, Dolores Soto y Miguel Vallebueno (eds.), Nómadas y sedentarios en el norte de México, México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 2000, pp. 419-439. 2 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Ramo Provincias Internas, Breve compendio de los sucesos ocurridos en la Provincia de Texas, desde su conquista o reducción, hasta la fecha. Por el Teniente de Infantería Don Antonio Bonilla, México 1o. de noviembre de 1772, v. 43, e. 11, f. 22v-23.


337 El día 22 de marzo de 1758 se arrojaron los [...] indios norteños a la misión de San Sabá, venían todos a caballo armados de fusiles, sables y chuzos, embijados de varios colores, adornados de pieles, en algazara y gritería; [esto] atemorizó a los religiosos y cerraron la puerta de la misión, pero con el pretexto de paz y amistad la sorprendieron alevosamente perdiendo las vidas a las crueles manos de las infieles el padre presidente fray Giraldo de Terreros, fray José de Santiesteban y tres soldados, liberando los demás por un efecto de la divina misericordia. Los bárbaros saquearon la misión, destrozaron las imágenes, profanaron los vasos sagrados y 3 todo lo abrazaron en horrorosas llamas.

En el año de 1992 llegó al Museo Nacional de Arte un óleo pintado sobre tela (211 por 292 cm.) en que se representa la destrucción de la misión y el martirio de los padres Fray Alonso Giraldo de Terreros y Fray José de Santiesteban (lámina 1). Dicho cuadro es de autor desconocido y se presume que fue pintado en 1763 por encargo de Pedro Romero de Terreros, acaudalado minero de Real del Monte y a la postre Conde de Regla. Romero de Terreros buscaba perpetuar y ensalzar la figura de su primo fallecido a manos de los indios bárbaros, y seguramente también dejar constancia, ante Dios y ante el mundo, de su propio celo en financiar la fundación de la misión, como un modo de participar en la salvación de las almas de muchos infieles. Al parecer el cuadro permaneció mucho tiempo en una de las haciendas de los descendientes del conde de Regla. La importancia de este hecho reside en que otros cuadros similares sobre martirio de misioneros a manos de los indios llamados bárbaros permanecieron en ámbitos religiosos, sea en las propias congregaciones o en parroquias asociadas a ellas. El propósito de los cuadros en ese contexto es evidentemente aleccionador para novicios o feligreses, función que no se cumple del mismo modo en un ambiente privado.

3

Ibidem, f. 23v-24.


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Lámina 1.

Respecto al autor del cuadro algunos historiadores del arte suponen que fue elaborado por José de Páez, destacado alumno del maestro Miguel Cabrera. Se sabe que Paez pintó por aquellos años otros cuadros para el Colegio de Santa Cruz de Querétaro, por lo que parece lógico que Romero de Terreros recurriese a él. De cualquier modo el detalle de la obra sugiere que fray Miguel de Molina, uno de los sobrevivientes de aquella masacre, ayudó a su elaboración y en todo caso es evidente que el pintor tuvo a la mano las descripciones directas del acontecimiento elaboradas por Molina y por el capitán del presidio Diego Ortiz Parrilla.4 Se destacan en primer plano los dos misioneros sacrific ados, poniendo énfasis en sus méritos y sufrimientos. Las figuras de los franciscanos aparecen en su actitud alejadas del acontecimiento y más bien dedicadas a su labor misional y de 4

Una copia de la relación de Fray Miguel de Molina en AGN, ramo “Documentos para la historia de México”, segunda serie, tomo 8, ff. 157-164 v.


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contemplación divina. Sobrepuestas a las figuras aparecen como atributos señales del modo como fueron sacrificados. En dos recuadros al pie de cada una de las figuras principales se hace una biografía de ambos mártires, resaltando su labor misional. En un recuadro central se alude a la fundación de la misión para los indios apaches y se menciona y ensalza la labor de Pedro Romero como promotor de la misma. En la zona central se pintó un mapa imaginario de la misión que de hecho constituye una narración de los acontecimientos de aquel fatídico día. A través de una serie de numerales en la parte baja del cuadro se ubican y describen los acontecimientos, desde la entrada de los indios hasta el escape nocturno de los sobrevivientes. Se destacan como atributos de los indios las armas usadas: fusiles, lanzas, sables y chuzos. Se dice que iban bien montados, pintados de varios colores, con plumas en la cabeza y adornados de pieles. Se observan en grupos, la mayor parte de ellos en acciones definidas, pero algunos simplemente apelotonados; lo que al parecer representa el gran número de indios que atacaron la misión (se dice que eran más de mil). En segundo plano se observa la figura del Capitán Grande de los comanches que dirige las operaciones. Tiene como atributos principales una casaca roja de corte francés, un tocado de cuernos de venado, lleva al cinto una especie de daga metálica y en la mano una lanza con bandera blanca (lámina 2). En las dos ocasiones en que aparece en el cuadro se le representa a caballo y rodeado de seguidores. El propósito principal del relato es mostrar las perversas intenciones de los indios: engañan a los misioneros, les dan muerte de manera sanguinaria, asesinan sin piedad a los otros habitantes de la misión, saquean, destrozan imágenes religiosas, profanan los vasos sagrados e incendian las instalaciones. Sin duda todas esas representaciones muestran la barbarie de los naturales, pero poniendo el acento en su odio por los símbolos cristianos y sus promotores.


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Lámina 2

Es curioso que la reiterada ferocidad de los indios que atacaron San Sabá no se expresa en los rasgos de sus rostros. Por el contrario, en varios puntos se observan con gestos y actitudes angelicales. Este es un elemento significativo e interesante. Si se observan otros cuadros de misioneros sacrific ados por los indios rebeldes a la fe cristiana se pueden apreciar ciertas similitudes: la presencia del religioso dominando el primer plano, con atributos que muestran su dedicación al culto y propagación de la palabra divina, así como las heridas y daños por los que murieron. Casi invariablemente se presenta en segundo plano una pequeña escenificación del modo en que los indios les dieron muerte o del trato que dieron al cadáver. Como los indios aparecen en la mayor parte de esos


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cuadros en un plano alejado, sus actitudes y expresiones corporales no forman parte central del discurso propuesto. La excepción a esa regla son las pinturas de Fray Francisco de Jesús (1696) y Fray Francisco de Silva (1719) (ubicadas ambas en el Museo de Guadalupe, Zacatecas), en que en el mismo primer plano del misionero se observan indios en actitud y con expresiones agresivas. Dice Pedro Angeles Jiménez en el caso del cuadro sobre San Sabá que la “agresividad queda de manifiesto en los hechos” narrados, en las atrocidades por sí mismas y no tanto en los rostros. Afirma que para la época en que fue confeccionado el cuadro ya no se podía negar la racionalidad de los indios, incluso de los llamados gentiles.5 En apoyo a esa afirmación se pueden apreciar los llamados cuadros de castas en los que con frecuencia se les representa en atuendos rústicos, propios de su condición salvaje, pero con rostros cándidos o ingenuos. Así, en comparación con los demás cuadros de religiosos asesinados el cuadro de San Sabá se distingue por este aparente afán de representar a los indios con expresiones de inocencia. Ello sólo puede derivar de la intención deliberada de enfatizar que no eran los propios indios culpables de los hechos, sino que estaban influenciados por otros actores. Para acercarnos a la explicación que los mismos religiosos daban del sacrificio y del fracaso de la misión podemos usar un fragmento de una extensa narración en verso de la que no se conoce la fecha, pero que fue escrita por fray Manuel Arroyo, miembro del Colegio de San Fernando. En esa narración, después de haberse establecido la misión y ya dispuestos los religiosos a recibir “con brazos abiertos” a los indios, se describe al verdadero enemigo de la evangelización:6 Clamando los Santos Padres con sacrificios y ruegos 5

“La destrucción de la Misión de San Sabá...”, p.22 Atanasio G. Saravia Los misioneros muertos en el norte de Nueva España, 2ª edición, México, Ediciones Botas, 1943, pp. 218-247. 6


342 a Dios, que a todos los traiga, a su fe y conocimiento. Mas el Dragón infernal, que siempre está discurriendo y maquinando sus trazas para de el todo perdernos, luego que vio prevenciones, para destruir su imperio convocó todas sus furias embravecido y soberbio. Y con astucia inaudita, las legiones repartiendo, de príncipes y secuaces que habitan en el Averno; por las naciones se extienden, derramando su veneno de la milicia infernal, y tanto que en un año y medio, lograron el ver unidos sus corazones groseros; para emprender inhumanos los mayores sacrilegios. Dispuesta ya su malicia, con tan malignos consejos, Lucifer y sus secuaces, sus tropas van disponiendo conmoviendo el gentilismo, que con marciales estruendos se aprestasen deste sitio todas sus fuerzas uniendo para frustrar de una vez, los cristianos pensamientos. Y armados de punta en blanco y unidos los indios bélicos hacia este puesto caminan en ira y furor desechos .

A ojos de las órdenes religiosas el enemigo a vencer en los amplios territorios ocupados por los naturales nómadas era el demonio como corruptor de almas y el que orillaba a los


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infieles a cometer un sinnúmero de crímenes. Según la lectura que hacían los misioneros la poca disposición para aceptar a los evangelizadores, la rebeldía frente a las autoridades militares y civiles, las costumbres ajenas a la moral cristiana y su inclinación hacia la guerra eran en los indios errantes señales de la gran influencia que ejercía el mismísimo Satanás. La pacificación y conquista de territorios hacia el norte de la Nueva España era entendida en este sentido como una expansión del reino de Dios y un triunfo sobre las fuerzas del mal. Era una batalla que consistía en arrebatar al anticristo cada una de las almas de los infieles. Otra preocupación que se expresó de manera clara en el cuadro a que nos venimos refiriendo es la influencia que en la región de Texas y Nuevo México estaban alcanzando los comerciantes de origen francés. Las armas de fuego utilizadas en el ataque a San Sabá y la casaca roja del jefe indio son símbolos de la presencia de ese comercio ilegal. Las autoridades españolas frecuentemente hacían referencia a la perniciosa influencia de los galos en la región, especialmente al comercio de armas y municiones. El propio coronel Diego Ortiz Parrilla, que comandaba el presidio de San Luis de las Amarillas, atestiguó en una acción militar posterior que los llamados “indios del norte”, como se conocía a la alianza de comanches y wichitas, utilizaban de preferencia armas de fuego, sables y lanzas metálicas, actuaban con “arreglada disciplina militar” e incluso ostentaban una bandera francesa. En representación de esas malas influencias, tanto infernales como terrenales, aparece en la pintura un personaje barbado en actitud de aconsejar al Capitán Grande. Como puede apreciarse en el detalle (lámina 2), excepto ese personaje que habla directamente al jefe indio, los demás indios parecen distraídos y poco interesados en la acción. Con respecto a este cuadro, así como de las otras imágenes que se manejan en el presente ensayo, cabría preguntarse ¿hasta que punto o de qué manera llegó hasta el lienzo la imagen que los propios indios buscaban proyectar en el momento de la acción?


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Es evidente de entrada que los propios indios jugaron durante el ataque con símbolos que sabían eran significativos para los ocupantes de la misión y el presidio. Cada vez es más claro que en la comprensión de la situación de frontera debe tomarse a los pueblos indios no sólo como receptores de elementos culturales o víctimas de occidente, sino como elementos activos en el intercambio cultural, incluso aquel que ocurría en acciones violentas como la de San Sabá. 2. Los dibujos de Lino Sánchez y Tapia como parte de la obra de Luis Berlandier En los años treinta del siglo XIX Lino Sánchez y Tapia pintó una serie de acuarelas de los diferentes pueblos indios con residencia en Texas. En 17 acuarelas el artista representó a los diferentes pueblos mostrando sus características culturales (véanse láminas 3 a 12). Dichas acuarelas forman parte de una gran obra descriptiva sobre los mismos indios escrita por el botánico francés Luis Berlandier, quien las encargó al pintor. Berlandier llegó a Texas como parte de la Comisión de Límites, que fue formada por el gobierno mexicano en 1826 para localizar y marcar la frontera mexicana con los Estados Unidos y para reconocer el territorio texano, sus recursos, flora y fauna. En una época tan convulsiva la Comisión tenía también, desde luego, el encargo de informar acerca de los puntos donde se debía reforzar el control militar y la vigilancia de los numerosos colonos norteamericanos que llegaban por el este. No detallaremos la suerte de la Comisión, baste decir que sus integrantes hicieron varios recorridos por el territorio de Texas y las inmediaciones del Río Grande del Norte entre 1827 y 1828. La Comisión era dirigida por Manuel Mier y Terán, general de reconocido prestigio militar y uno de los pocos que poseía conocimientos técnicos y científicos.7 7

Los datos biográficos de Berlandier y la escasa información sobre Lino Sánchez y Tapia se obtuvieron de John C. Ewers, "A French


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Lámina 3. Scientist among the Indians of Texas before 1830" en Jean Luis Berlandier, The Indians of Texas in 1830, Washington, Smithsonian Institution Press, 1969, pp. 1-25 y 153-154. Cfr. Alicia Gojman Goldberg, “Viajeros a México, Jean Luis Berlandier” en Amaya Garritz (Coord.), Un hombre entre Europa y América: homenaje a don Antonio Ortega y Medina, México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, 1993, pp. 345-346.


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Como parte de esa Comisión al joven Berlandier le tocó llevar un diario en que registraba las incidencias de los viajes del grupo, así como descripciones de las características físicas de cada lugar, de los ejemplares de los reinos animal y vegetal que iban encontrando y hacer anotaciones sobre la población de aquellos lejanos lugares. La Comisión tuvo muchas dificultades para llevar a cabo plenamente sus propósitos, especialmente por falta de recursos, hombres y apoyos, pero reunió valiosos materiales.8 Berlandier se sintió atraído desde el principio por las particularidades de los indios en aquella región. En 1828 hizo una excursión junto con el coronel Francisco Ruiz a las rancherías comanches. Sin duda esa experiencia se fijó hondo en su memoria, como queda de manifiesto en los propios diarios de la Comisión. Entabló profunda amistad con el coronel Ruiz, quien se convirtió en su principal informante en el tema de los indios. En los años treinta Berlandier redactó un grueso manuscrito en que describió los diferentes pueblos, sus costumbres, ceremonias y formas de vida que sin duda constituye una de las fuentes más importantes sobre las etnias de aquella región. Este manuscrito quedó sin publicarse hasta 1967. Entre los integrantes de la Comisión estaba el capitán José María Sánchez y Tapia, militar y dibujante que acompañó a Berlandier en buena parte de sus recorridos. Entre las desventuras que tuvo que enfrentar la Comisión estuvo la de que murieran el general Terán, aparentemente por suicidio, y el propio capitán Sánchez y Tapia. A raíz de esos decesos Berlandier quedó a cargo de los materiales reunidos y permaneció en Matamoros hasta su propia muerte en 1852. Al parecer cuando quedó sin sus compañeros de la Comisión dio rienda suelta a la integración del voluminoso manuscrito sobre los indios. Utilizando algunos apuntes del capitán Sánchez y otros propios, encargó la realización de las acua8

Luis Berlandier y Rafael Chovell, La Comisión de Límites. Diario de viaje, Monterrey, Archivo General del Estado de Nuevo León, 1989.


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relas a Lino Sánchez, quien al parecer era hermano o pariente cercano del malogrado capitán.

Lámina 4

No sabemos casi nada del acuarelista. Es posible que a la muerte del capitán Sánchez en 1834, Berlandier recurriera a su pariente Lino para resolver sus necesidades de dibujo. Sabemos que Lino trabajo con el botánico en el dibujo de animales y plantas e incluso existe una panorámica del presi-


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dio de Goliad firmada por el artista, elaborada a partir de un borrador de Berlandier. John C. Ewers descubrió entre los papeles de Berlandier una nota en la cual indica que Lino Sánchez murió en 1838 y que a partir de entonces él mismo se vio obligado a realizar los dibujos que necesitaba. Pero el enigma de Lino y sus acuarelas es todavía más complicado. En el año 1841 Ignacio Cumplido publicó en su calendario anual un artículo anónimo sobre las “tribus bárbaras del norte”. Acompañó ese material con nueve “finos grabados” sin firma, a todas luces copiados de las acuarelas de Lino Sánchez y Tapia. La pregunta que surge en este caso es: si Lino trabajó directamente con Berlandier en Matamoros y aparentemente murió allá ¿cómo pudieron llegar a la ciudad de México las acuarelas o quién pudo haberlas copiado para los grabados? Habrá que buscar una respuesta a estas preguntas y quizá ello arroje alguna luz sobre la vida del artista. En la descripción que hace Berlandier de cada pueblo destacan como elementos: número de individuos y familias que lo componen, el lugar donde residen, sus ocupaciones, una breve referencia a su origen, sus relaciones con otros grupos, su actitud guerrera o pacífica y eventualmente alusiones a algunas de las principales costumbres. Se aplica de modo consistente el método comparativo: se pone mucha atención a las semejanzas y diferencias, así como en las alianzas y rivalidades. Las alusiones a las ocupaciones principales, a las formas de residencia y educación, están claramente orientadas en cada caso a indicar las posibilidades de civilización. Las imágenes forman parte de este propósito comparativo, ligado a una concepción de orden científico, dada la formación de Berlandier como botánico. Las acuarelas tienen algunos rasgos significativos que nos llevan a relacionarlas obligadamente con los dibujos característicos de los registros botánicos de la época. A la manera como el dibujo naturalista clásico representaba una especie nueva con base en las características de su floración y reproducción y por la apariencia de su tallo y hojas, se


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pinta a los pueblos indios a través de individuos típicos y destacando su presentación. No son propiamente retratos, sino representaciones de cada pueblo, de acuerdo a lo que Berlandier consideró lo más significativo y distintivo. Para resaltar los elementos característicos, los sujetos aparecen aislados del medio sobre en un escenario convencional. En la mayor parte de los casos se presenta una pareja, con lo que se pretende dar a conocer en cada caso la vestimenta y actitudes de ambos sexos. Se utilizó una imagen estereotipada del físico cobrizo indígena, de modo que no se destacó la diferencia somática entre los grupos. La diferencia entre los grupos se maneja a través de elementos culturales. Uno de los elementos manifiestos en casi todos los casos es la ocupación. Los grupos agricultores tienen en sus manos instrumentos de labranza o aparecen sembrando, en tanto que todos los que se dedican principalmente a la caza traen arcos, flechas o armas largas. A los carancahuases se les representa con arcos y algunos peces, lo que indica su afición a la pesca, mientras los tahuayaces cargan carabinas, se tapan con pieles y aparece al fondo un cazador tras un cíbolo (láminas 5 y 11).


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LĂĄmina 5

Los comanches son simbolizados en dos acuarelas, una muestra la vestimenta cuando estĂĄn en paz y otra cuando van a la guerra, queriendo hacer patente el contraste entre la vida tranquila en las rancherĂ­as y la actitud agresiva que tomaban los guerreros al salir a combatir al enemigo.


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Lámina 6

En la primera aparece una pareja de aspecto apacible (lámina 6): el hombre tapado con piel de cíbolo, la carabina en el caballo que lleva de la rienda; la mujer sentada en un tronco, al lado de un niño de párvulos dentro de una cuna rígida característica de los indios de la praderas; al fondo puede verse el campamento. En la segunda aparecen dos varones dis-


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puestos a la guerra con todos sus implementos (pintados de cara y cuerpo, armados con lanzas, arco, flechas y escudo emplumado, lĂĄmina 7): uno de ellos estĂĄ montado en su caballo y porta un penacho, mientras el otro aparece a pie y lleva un bonete de cuernos de cĂ­bolo.

LĂĄmina 7


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Un yamparica y un kikapú también son representados en actitud guerrera, en particular el segundo quien aparece a caballo, con el arma en la mano, la cabeza parcialmente rapada y pintado el rostro con líneas color bermellón (láminas 8 y 9).

Lámina 8


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Lámina 9

Comparativamente las parejas cado y charaquí se muestran conversadoras, tranquilas y sin armas de fuego (láminas 10 y 11). El elemento más destacado de las acuarelas es la vestimenta. Berlandier escribió: “La ropa de los nativos que pertenecen al mismo pueblo siempre lleva cierto sello de identidad familiar de modo que pueda ser reconocida, aunque es tan variada como el gusto de la gente que la usa”.9 9

Luis Berlandier, op. cit., p. 50.


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Lámina 10

Así, las imágenes quieren mostrar ese aspecto distintivo, lo que coincide casi perfectamente con la descripción de Berlandier cuando se refiere a la apariencia y las formas de ve stir. Tanto en la descripción como en las imágenes se encuentran, por ejemplo, las pieles de búfalo decoradas que usan los Comanches, el atuendo de piel de ciervo que usan sus mujeres, los abundantes tatuajes de los tancahuas, los turbantes estilo oriental de los charaquíes y savanos, los pendientes nasales de los cutchates.


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Lámina 11.

Los charaquíes demuestran su acercamiento a la civilización con limpias vestimentas occidentalizadas, al grado, dice Berlandier, que las mujeres “semejan campesinas francesas”. Claramente se observa una intención en las imágenes de mostrar que los indios inmigrados del este estaban más aculturados que los residentes antiguos de Texas. Desde luego que el hecho de que el dibujante partiera de los apuntes de Berlandier y José María Sánchez provocó que ciertos elementos del dibujo fueran imprecisos o tomados de la imaginación. Se estilizaron innecesariamente los tocados,


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ciertas ropas y actitudes, lo cual da a algunas de las acuarelas un aspecto poco verosímil.

Lámina 12

Haciendo una comparación un poco forzada con el óleo de San Sabá resulta obvio un cambio radical de discurso. Si en el retrato de los franciscanos sacrificados la argumentación principal está relacionada con la lucha de las fuerzas divinas contra las del mal, en la serie de Lino Sánchez y Tapia predomina una intención descriptiva y de información. Es nece-


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sario tomar en cuenta el ambiente que rodeaba a Berlandier y a su dibujante. En los hombres de la frontera (militares, autoridades, rancheros o comerciantes) entre los que se desenvolvían el naturalista y su ayudante, predominaba la idea de que los indios nómadas eran bárbaros: entendido esto como crueles, sanguinarios, ladrones, asesinos, etc. El gran discurso de Berlandier en su obra sobre los indios era que tenían un espíritu humano y sensible y se distinguían por su inteligencia y hospitalidad. Sin lugar a dudas Berlandier partía de un propósito científico, a la manera como se entendía en la época, pero al mismo tiempo sus observaciones tenían un sentido crítico. Quizá por ello no llegó a publicarse la obra sobre los indios de Texas en vida de Berlandier. 3. George Catlin: un pintor idealista y sus modelos Catlin fue un artista nacido en Pennsylvania en 1796 y que en su infancia vivió con sus padres en un rancho a orillas del río Susquehana. Influido por una natural inclinación a la vida del campo y tal vez por el hecho de que su madre había sido capturada por los indios años antes, mostró desde niño mucho interés y curiosidad hacia los indios. Catlin estudió leyes y antes de los 23 años comenzó a ejercer su profesión. Al poco tiempo se dio cuenta de que su interés estaba más orientado hacia el arte. Algunos años se dedicó a desarrollar sus capacidades artísticas a través del retrato y llegó exponer en la Academia Americana de las Bellas Artes. Buscando realizar un trabajo verdaderamente original tuvo la oportunidad de pintar un grupo indio del “lejano oeste” mientras estaba en Filadelfia. A partir de entonces definió claramente una convicción: “La historia y costumbres de esa gente... son temas dignos para dedicarle toda una vida, y nada excepto la muerte me evitará visitar sus territorios y llegar a ser su historiador”.10 10

Los datos biográficos sobre George Catlin fueron tomados de la introducción que escribió en 1965 Marjorie Halpin a la obra del


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Entendía Catlin esa labor como la de “rescatar del olvido la imagen y costumbres de las razas de americanos nativos en extinción”. A partir de 1830 Catlin comenzó una serie de extensos viajes en diversas regiones del oeste para lograr su propósito. Fueron seis años de grandes recorridos, intensa labor pictórica y registro de muy detalladas notas de viaje. Hubo otros viajeros y artistas entre los indios en aquella época, pero no hay obra que se le compare en magnitud y es seguro que llegó a lugares a los que ningún otro artista tuvo oportunidad de acceder. La rica experiencia del contacto con los diversos pueblos indios la plasmó en innumerables pinturas y en publicaciones en que expuso las costumbres y formas de vida de cada uno de los pueblos visitados. Sus cartas y notas publicadas por primera vez en Londres en 1844 constituyen sin duda uno de los documentos más importantes para el rescate de la historia de los pueblos indios norteamericanos.11 En 1834, acompañando una expedición de tropa, llegó a la impenetrable tierra de los comanches. La descripción y las imágenes de Catlin son un testimonio único, especialmente en lo que se refiere a las rancherías comanches del norte y sus aliados kiowas. No me extenderé mucho en explicar la experiencia de este autor, puesto que sus propias imágenes son elocuentes al tratar de dar cuenta de las formas de vida de los indios de las praderas. Cabe mencionar una diferencia crucial con respecto a los otros artistas mencionados en este artículo: Catlin tuvo contacto directo con los indios, hizo él mismo los bocetos, estaba consciente del significado e importancia que daban a cada uno de sus símbolos y formas de vida, de modo que sin duda el registro visual y escrito de Catlin trasluce de mejor manera el modo como los indios eran y cómo querían ser vistos.

propio Catlin: Letters and Notes on the Manners, Customs, and Conditions of North American Indians, New York, Dover Publications, Inc., 1973, 2 vol. 11 Idem.


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Lámina 13

Una preocupación constante de Catlin fue dar cuenta del medio geográfico y los recursos naturales de las regiones que visitaba. Sobre las grandes praderas hizo un buen número de cuadros que presentan en su medio natural a búfalos, ciervos y caballos salvajes, a manera de representar los recursos de que se valían los indios de aquellas regiones. No excluyo en esos cuadros su propia experiencia en la caza del búfalo. En la lámina 13 Catlin representa a los comanches cazando un bisonte. Ahí se puede ver el tipo de armamento usado, las cabalgaduras y la organización necesaria. Como es sabido, los pueblos cazadores asentados en las planicies tenían como sostén fundamental de su forma de vida a los búfalos o cíbolos. No solamente se alimentaban de ellos, sino que utilizaban las pieles para cubrirse y para construir sus tiendas. Elemento fundamental para la caza, para las constantes migraciones e incluso para la guerra con los pueblos vecinos era el caballo. Los comanches eran diestros jinetes y Catlin quedó maravillado de las suertes que hacían como entrenamiento para la guerra (como se muestra en la lámina 14).


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Lámina 14

También se interesó Catlin en retratar las formas de vida cotidiana en las aldeas. Las láminas 15, 16 y 17 muestran distintos momentos de la vida de la aldea. Una panorámica en que puede verse a las mujeres ocupadas en el curtido de pieles, los secaderos de carne y la forma en que se disponían las tiendas. La 16 es interesante porque es una de las pocas ocasiones en que se representa a los niños de la aldea, se muestra su vestimenta y su convivencia con los perros. Ta mbién se puede ver una tienda decorada con acciones de guerra. En la lámina 17 se muestra la manera como era transportada periódicamente la aldea o ranchería. Se destaca el uso de perros y caballos en la carga y la forma de los remolques.


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Lรกmina 15

Lรกmina 16


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Lámina 17

Elemento fundamental para la vida nómada era la constante delimitación de los territorios y la lucha por los recursos naturales. Por eso una actividad fundamental para la reproducción de los pueblos era la guerra. En muchos de sus cuadros Catlin pintó a los diversos grupos indios en guerra. Conocedor de la gran rivalidad entre los comanches y los osages exhibió la manera en que esos pueblos luchaban en una escena de persecución (lámina 18). Como parte de las numerosas pinturas que presentan a los jefes indios, cuando estuvo entre los comanches se fascinó con la presencia de un guerrero llamado His-oo-san-ches o Little Spaniard, por su fuerza, gallardía y valentía. Aquí lo mostramos en dos imágenes: en la primera aparece montado en su caballo recibiendo a la tropa de dragones americanos con una bandera blanca en su lanza; en la segunda dice Catlin haberlo retratado “tal como él se paró frente a mí, con su escudo sobre el brazo, con su carcaj colgado y su lanza de catorce pies en su mano derecha” (láminas 19 y 20).


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Lรกmina 18

Lรกmina 19


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Lámina 20

Con la enorme cantidad de dibujos, bocetos y pinturas, y todos los objetos rituales, pieles y demás que reunió durante sus viajes, Catlin formó su Indian Gallery que expuso desde 1837 y hasta 1839 en Nueva York y otras ciudades importantes de los Estados Unidos. La exhibición fue un éxito y como consecuencia de ello viajó a Inglaterra y de ahí al resto de Europa exhibiendo los materiales, dando conferencias y


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publicando sus notas de viaje, donde permaneció muchos años. No se conformó con la obra que ya había reunido sino que a partir de los bocetos de sus viajes y de la memoria, produjo muchas pinturas de caballete nuevas, de modo que incrementaba constantemente su galería. En los años cuarenta agregó a sus presentaciones la presencia de algunos indios iowas y ojibwas que realizaban representaciones de caza, de escalpe de enemigos, danzas y ceremonias, lo que le valió gran aceptación en el público europeo. Sin embargo el interés por este espectáculo decayó con los años, de modo que hacia 1852 se vio obligado a vender su querida Galería India. A partir de entonces, con los borradores y mucha imaginación comenzó a reproducir la mayor parte de los cuadros. Finalmente regresó a los Estados Unidos en 1870. El Smithsonian Institution le ofreció una sala de exhibición particular, y ahí continuó pintando hasta su muerte en 1872. 12 A fin de mostrar un poco el método de trabajo de Catlin se incluye una imagen en que aparece el propio pintor retratando a un jefe madam llamado Math-to-toh-pa (lámina 21). Cabe resaltar el interés que los indios nómadas y seminómadas tenían de mostrar una imagen y su disposición a que ésta se reprodujera en lienzos o bocetos. Como se puede ver en la imagen, la comunidad estaba muy interesada en el resultado. En los apuntes y retratos de Catlin, así como en los de otros autores que tuvieron oportunidad de entrar en contacto con los indios, se nota el deseo de los guerreros y jefes de preservar una imagen y de informar sobre sus hazañas. Desde luego, el pintor se veía beneficiado por esa buena disposición.

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La Galería original de Catlin fue recuperada por el propio Instituto Smithsoniano en 1879, de modo que reside ahí gran parte de su obra.


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Lámina 21

Dada la importancia que los hombres de estos pueblos nómadas daban a la guerra, uno de los aspectos importantes era establecer diferencias con los pueblos vecinos y era necesario mostrarse impactantes y feroces. Es por esta razón que el actor principal de las representaciones de esos grupos nómadas eran los guerreros que normalmente se vestían especia lmente para ser retratados. La visión de Catlin, en comparación con el trabajo de Berlandier y Lino Sánchez y Tapia, es la de un pintor idealista y soñador. Cuenta con el importante aspecto de la experiencia propia prolongada volcada sobre sus lienzos y textos, aunque carece del orden y sistema descriptivo de Berlandier. Los amplios viajes que realizó durante varios años le dieron un conocimiento empírico de los diferentes pueblos indios, gracias a lo cual sus observaciones tienen un carácter agudo. La gran fuerza de voluntad que lo llevó a viajar en tierras de culturas extrañas le dotó de una sensibilidad particular frente


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a lo diverso. Sin embargo, su obra debe ser aquilatada tomando en cuenta las diferentes etapas de producción: toda la fuerza de sus andanzas en el oeste está puesta en su primera galería india y en sus “cartas y notas”. El resto de su obra, y bien se puede decir de su vida, la pasó repintando los mismos cuadros y repitiendo incansablemente sus vivencias entre los indios. Desde luego que para evaluar la obra de Catlin deberíamos también considerar el hecho de que este artista fue uno de los primeros en usar la imagen del indio del oeste y la representación de sus formas tradicionales, como modo de vida personal. Desde mediados del siglo XIX las imágenes, relatos y novelas acerca del lejano oeste tuvieron gran aceptación en el público norteamericano y europeo, de suerte que permitió desde entonces la explotación de un jugoso show business. 4. Conclusiones Para poder utilizar este material como un modo de acercamiento a las formas de vida de los indios en los siglos XVIII y XIX es necesario tomar en cuenta en primer lugar el universo conceptual del que forman parte. Otro elemento que debe ser parte fundamental de nuestro análisis son las condiciones particulares de producción de las obras y el medio social de los autores. En este caso tenemos conceptos cruzados de un integrante del Colegio de San Fernando, de un científico francés y de un artista norteameric ano, cuyas historias particulares son totalmente divergentes. Como todos sabemos el universo conceptual del que cada artista forma parte siempre está imbuido de una serie de claves de interpretación. Las dificultades para llegar a conocerlas y dominarlas han provocado que muchos historiadores renuncien a esas representaciones como fuentes de información. A manera de ejercicio final podemos hacer una comparación en las representaciones del jefe indio a caballo en los tres casos elegidos (láminas 2, 7 y 19). Ciertamente en cada


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una de ellas se distinguen claramente una intención, un modo de representar el mundo, pero también se ven elementos comunes que no pueden ser motivo de la imaginación. En este ejemplo queda claro que es la confrontación de los diferentes paradigmas expresos e implícitos en las obras lo que realmente permite un acercamiento a la información contenida en esas imágenes. Una vez realizado este mínimo análisis comparativo de obras y autores, estamos en mejor situación para poder hacer compatible el discurso de las fuentes escritas con el propuesto en las obras artísticas. En otras palabras podemos ahora intentar utilizar las imágenes como fuente y no como mera ilustración. Créditos de las imágenes Las fotografías del cuadro sobre San Sabá se tomaron del artículo de Pedro Angeles Jiménez en la revista Memoria del Museo Nacional de Arte. Las fotos fueron tomadas por Arturo Piera y Ernesto Peñalosa (láminas 1 y 2). Las acuarelas de Lino Sanchez y Tapia se encuentran en el Thomas Gilcrase Institute of American History and Art Library, Tulsa, Oklahoma, E.U.A. Las imágenes se tomaron del libro de Jean Luis Berlandier The Indians of Texas in 1830, Washington, Smithsonian Institution Press, 1969 (láminas 3-12). Las obras de George Catlin reproducidas aquí se encuentran en la Nacional Gallery or Art, Washington D.C. (láminas 14 y 18) y en el Smithsonian American Art Museum, Washington D.C. (láminas 13, 15, 16, 17, 19 y 20). Las imágenes se tomaron de las respectivas páginas de internet.



Indice

Prólogo Introducción Marcela Dávalos, Gerardo Necoechea, Leticia Reina y Guillermo Turner

7

PRIMERA PARTE En torno a la noción de crisis y la interpretación 1. Sobre la llamada crisis de la Historia Marcela Dávalos

23

2. Algunas reflexiones sobre la historia de la familia Mario Camarena Ocampo Lourdes Villafuerte García

35

3. ¿Nuevo régimen, nueva historia? La historia como discurso político en el México contemporáneo José Carlos Melesio Nolasco

51

4. Crisis, sociedad e historia Leticia Reina

67

5. De certidumbres e incertidumbres: la historia y la estadística Delia Salazar

87

6. Historia de las mentalidades e historia cultural. Reflexiones en torno a dos corrientes historiográficas Jorge René González Marmolejo, María del Consuelo Maquívar, José Abel Ramos Soriano y Lourdes Villafuerte García

111


7. Los ojos de Clío. Un ensayo sobre el carácter y los enfoques de la historia en la actualidad Guillermo Turner R.

133

SEGUNDA PARTE El tiempo y el espacio 8. Cuatro conceptos acerca de la investigación Guillermo Beato

151

9. Los primeros pasos en las historias regionales de Las Californias dentro de la Historia Universal Felipe I. Echenique March

177

10. El abrazo de los tiempos. Territorialidad y autonomías políticas en el Valle de Toluca (1474-2001) Margarita Loera Chávez y Peniche

207

11. La epidemiología, una manera de periodización histórica de México Elsa Malvido

253

12. Espacio, parentesco y clase: problemas para la historia del México moderno, siglos XIX y XX Gerardo Necoechea

259

13. Dos periodos del siglo XX Carlos San Juan Victoria

267

TERCERA PARTE Lectura, Escritura e imágenes 14. Notas de historiografía guadalupana mexicana Rodrigo Martínez Barcs

283


15. La reivindicación de la herencia española en dos obras de José Vasconcelos Beatriz Lucía Cano Sánchez

299

16. La fotografía: la Dalia Negra del arte y la historia Rebeca Monroy Nasr

323

17. Imágenes de los comanches, siglos XVIII y XIX Cuauhtémoc Velasco Avila

335


UNA MIRADA AL FONDO DE LA HISTORIA se terminó de imprimir en diciembre de 2003 en la ciudad de México a cargo de Clínica Editorial, A. P., Mazatlán 77-50, colonia Condesa, 06140 México, D. F. La edición consta de 100 ejemplares más sobrantes para reposición.



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