SOCIOLOGÍA. Cuaderno Nº. 4

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PRESENTACIÓN

Las problemáticas relacionadas con la globalización, los movimientos sociales y el desarrollo (como práctica, objeto de políticas públicas e, incluso, como construcción social e histórica) no han perdido vigencia dentro del debate de las ciencias sociales. En efecto, durante las últimas décadas estos viejos temas vuelven a reaparecer, sólo que ahora son objeto de nuevas y novedosas exploraciones tanto desde el punto de vista teórico como empírico. A tono con estos debates, en el No.4 de la Revista ―Cuadernos Sociológicos‖ de la Escuela de Sociología y Ciencias Políticas de la PUCE se recogen algunos de los debates referidos en líneas anteriores. En algunos casos, los artículos hacen una reflexión de desarrollo y los movimientos sociales desde una perspectiva teórica y, en otros, se incluyen estudios de caso realizados en años recientes. En la primera parte se incluyen cuatro artículos cuyo eje central tiene que ver con las críticas que se han ido formulando con respecto al ―desarrollo‖. En estos análisis se recupera los debates recientes en torno al ―posdesarrollo‖ y las críticas a las prácticas y discursos del desarrollo. En esta sección también se incluye un artículo, elaborado a partir de una tesis de licenciatura, sobre la banca de fomento pública y el crédito a productores agropecuarios. En este último artículo se termina demostrando que durante las últimas décadas y en el marco de las políticas de ajuste estructural, los pequeños productores ecuatorianos quedaron al margen del crédito público y, evidentemente, al margen de la redistribución del los frutos del ―desarrollo‖ y el ―progreso‖. En la segunda parte se han tomado en cuenta dos artículos sobre la problemática de los nuevos movimientos sociales. Más allá de los enfoques clásicos del movimiento obrero dentro de la matriz nacional popular de los años 60 y 70, en estos artículos se indaga acerca de la potencialidad de los nuevos enfoques de los movimientos sociales. En estos análisis subyace la pregunta de si ¿estamos frente a la emergencia de nuevos actores sociales con formas específicas de acción colectiva? En esta misma dirección, también se pregunta sobre la influencia de los factores estructurales en la acción colectiva y, por otra parte, cuál es el peso de la construcción de nuevas identidades que dependen, no tanto de las estructuras económicas, sino de dimensiones de carácter sociocultural. En la tercera parte de la revista se publican dos artículos que abordan determinadas transformaciones sociales en tiempos de globalización. El trabajo del Prof. José M. Tortosa indaga la pérdida de hegemonía de los Estados Unidos de Norte América en el contexto de la actual crisis del capitalismos internacional y el artículo de William Waters se ocupa de la relaciones entre el proceso de globalización, epidemiología y el cambio del perfil de la salud de la población.

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Por último, dentro de la sección ―Reseñas Bibliográficas‖ se presenta el libro de Niklas Luhmann ―La sociedad de la sociedad‖. Al decir de algunos autores la teoría de los sistemas sociales de este autor es considerada como la más compleja, ambiciosa y sofisticada teoría en el campo de la sociología a fines del siglo XX y comienzos del XXI. En esta breve presentación de un nuevo número de la revista es necesario reconocer el apoyo de las autoridades de la Facultad de Ciencias Humanas y la Escuela de Sociología, así como el aporte financiero del Centro de Estudios Latinoamericanos, CELA. Asimismo, es digno de reconocimiento el apoyo brindado por Salomé Cárdenas y el Prof. Francisco Morales a la edición y publicación de la revista ―Cuadernos Sociológicos‖ No. 4.

Por el Comité Editorial del No. 4 de la Revista Cuadernos Sociológicos

Fernando Guerrero C.

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“Relación sociocultural de las mujeres de Pulinguí con el tejido como práctica de adaptación, resistencia y subversión al discurso del desarrollo” 1

María Salomé Cárdenas Muñoz

RESUMEN Este artículo propone un estudio tanto teórico como metodológico desde la perspectiva antropológica crítica al desarrollo. Se trata de un trabajo etnográfico leído desde algunas categorías de la antropología del desarrollo. Las mujeres de la comunidad de Pulinguí mantienen una relación sociocultural con el tejido; conforme ellas van trenzando sus relaciones sociales en su comunidad, van hilando, van tejiendo, van recordando y van creando formas de vida. El tejido en esta comunidad se encuentra por fuera de la lógica occidental de mercado y más que proporcionar reproducción del capital, les ha proporcionado identidad, revalorización y recreación de un espacio femenino. La relación con el tejido que supera la variable económica, nos permite reconocer que existen otros factores que determinan las prácticas de una grupo, lo que desde el pensamiento antropológico inspirado en la filosofía postestructuralista y los críticos culturales son la evidencia empírica de prácticas alternativas al pensamiento enmarcado en el etnocentrismo civilizatorio de la normatividad del régimen falogocéntrico 2. Las tejedoras de Pulinguí, ―lejos de mostrarse sujetos pasivos (…) moldean de un modo activo el proceso de construcción de identidades, relaciones sociales y prácticas económicas‖ 3 como productoras activas de conocimiento. Es evidente que la cultura moderna ha influido en las demás culturas, sin embargo los grupos locales, como la organización de mujeres de Pulinguí, han modificado estos aspectos dominantes dando lugar a lo que se conoce como hibridación cultural4. Palabras clave: postdesarrollo, desfamiliarización, contra – labor, identidades fragmentadas, hibridación cultural. 1. Introducción a. Contexto geográfico, socio – económico y político de Pulinguí 1

Este estudio se presentó como una investigación experimental, si cabe el término en Ciencias Sociales, que propuse para la cátedra de Práctica Investigativa dicatada por el sociólogo Mario Unda en el segundo periódo académico del 2008, con el fin de realizar un ejercicio tanto teórico como metodológico previo a la elaboración de mi tesis de sociologado que trabaja en la misma línea teórica – metodológica. Por otro lado es importante mencionar que la investigación para efectos de esta publicación ha sido modificada a formato de artículo. 2 Braidotti Rosi, Sujetos nómades, ed. Paidós SAICF, Buenos Aires, 2000, pp. 73 3 Escobar Arturo, Antropología y desarrollo, http://www.unesco.org/issj/rics154/escobarspa.html, pp.23 4 Ibíd. pp 23

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La comunidad de Pulinguí se encuentra ubicada en las faldas del nevado Chimborazo (6310 msnm) al sur – occidente de la ciudad de Riobamba. Pulinguí pertenece a la parroquia de San Andrés del cantón Guano; esta parroquia tiene 10 984 habitantes de la cual el 25,4% es de nacionalidad Puruhá. Entre las principales actividades económicas que se practican en Pulinguí constan: las actividades de autoconsumo agrícola (cultivos de habas, alverja, papas, melloco, cebolla) y ganadera (pastoreo de llamas, alpacas y ovejas; crianza de cuyes y conejos); las actividades turística y ecoturística (nevados de Chimborazo y Carihuairazo son el principal atractivo turístico, además de ciertas actividades culturales como fiestas religiosas y el carnaval); y la actividad artesanal (hilado de lana de oveja, tejido en telar, crochet, agujetas). En esta dinámica económica participan principalmente las mujeres y sus hijos (tanto niños como jóvenes). Según testimonios de sus habitantes, la mayoría de los hombres jóvenes y adultos han salido a trabajar a las ciudades de Riobamba, Ambato, Quito, Guayaquil y Cuenca como albañiles. Otra de las actividades es la de los hieleros del Chimborazo o ztarcus5, actividad que con el paso del tiempo y la modernización ha perdido su sentido inicial convirtiéndose en otro de los atractivos turísticos. La comunidad de Pulinguí pertenece a La Federación de Organizaciones Indígenas de las Faldas del Chimborazo 6, (FOCIFCH) integrada por más de 403 familias (alrededor de 1900 habitantes). Se trata de una organización de segundo grado que está afiliada a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). La FOCIFCH abarca ―los territorios de las parroquias de San Andrés y San Juan, pertenecientes a los cantones Guano y Riobamba respectivamente, federando a: cinco comunidades (Pulinguí, Cuatro Esquinas, Sanjapamba, Tambuhasha, Gamquis Cuicuiloma), cinco asociaciones agrícolas de trabajadores (Pulinguí San Pablo, Chorrera Mirador Alto, 24 de Mayo, Pulinguí Anexos, Santa Anita), la Cooperativa "Santa Anita" y ocho organizaciones de mujeres de las cuales cuatro cuentan ya con reconocimiento legal (María de Lourdes, Intipakari, Chavikakamachi y Autónomas Pulinguí)‖ 7. Esta federación se consolidó y tomó fuerza política a raíz de un problema territorial entre las comunidades de la FOCIFCH y el Estado ecuatoriano. En 1987 el Estado Ecuatoriano declaró como Reserva de Producción Faunística Chimborazo a una gran parte de territorios pertenecientes a la Federación, lo 5

―En el lenguaje popular del indígena puruhá, ztarku hace referencia a las personas albinas. Cuando en las comunidades se presentan niños albinos inmediatamente se consideran hijos del Chimborazo‖, cita tomada de Tuaza Castro Luis Alberto (2008), Igor Guayasamín y Gustavo Guayasamín, Baltazar Ushka, El último hielero del Chimborazo, Género documental, duración 22 minutos, Fundación Guayasamín – Banco Central del Ecuador, 1976 – 1980, Revista Iconos 28, pp. 159 -175, Quito – Ecuador, http://www.flacso.org.ec/docs/i28tuaza.pdf 6 Federación reconocida oficialmente por el Ministerio de Bienestar Social, acuerdo 00560, el 23 de diciembre de 1998. 7 http://www.redindigena.net/cci/focifch/presentacion.html

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cual provocó conflictos entre las comunidades y las autoridades de la Reserva. Finalmente se firmó un convenio donde el Estado asumió el compromiso de respetar las propiedades indígenas con la condición de planificar el manejo de sus territorios8

b. Organización de mujeres de Pulinguí Las mujeres de la comunidad de Pulinguí se dedican a múltiples actividades que van desde el cuidado de la familia, atención a sus animales, trabajo en la agricultura, hasta participación en decisiones políticas. Todas estas ocupaciones permiten el mantenimiento de su reproducción material y son la fuente de ingresos de la economía familiar y comunitaria. A decir de Fabiola y María: Yo hago shigra9 y bufanda, más hago en el crochet yo más me dedico a chales a si, (…) en los tiempos libres yo hago eso. Para pasatiempo, tiempo libre; la actividad mía es trabajar así en la agricultura, sembrando para consumo no más, no mucho vender. (Fabiola Miñarcaja Así mismo yo también trabajo en la agricultura, así mismo tejo, así mismo bufanda, sweater y shigra con crochet con agujones. Si así mismo tenemos un poco animalitos, nos dedicamos a sembrar. (María Toasa) Constatamos entonces que existe una actividad que atraviesa a todas las mencionadas y que no necesariamente proporciona réditos para su economía familiar: el tejido. Esto nos lleva a plantear que estas mujeres más allá de tener una relación netamente económica con la práctica del tejido y la artesanía (costo – beneficio), mantienen una relación sociocultural con esta actividad, la misma que se encuentra por encima del ingreso económico que les pueda proporcionar. A partir de lo expuesto nos preguntamos: ¿cómo se configura esta relación sociocultural? ¿Cuál es entonces el aspecto que les motiva a tejer? ¿Por qué las mujeres de esta comunidad dedican mucho de su tiempo a tejer, a pesar de no recibir una ganancia económica por parte de esta actividad? ¿Cómo puede ser entendida la relación sociocultural de las mujeres con el tejido? Es decir, ¿qué factores determinan que las mujeres tejan o dejen de tejer? ¿En qué medida esta relación puede ser leída como una práctica de adaptación, resistencia y subversión al desarrollo? Esta relación sociocultural con el tejido, ¿puede ser analizada en el marco de las nuevas categorías conceptuales trabajadas por antropólogos postestructuralistas críticos al desarrollo? Para resolver la problemática planteada se presentará en primera instancia una descripción etnogáfica de la relación sociocultural de las mujeres de Pulinguí con el

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Burbano – Tzonkowa Adriana, ¿Cómo incorporar género en actividades de ecoturismo de la FOCIFCH?, http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/congresoparamo/como-incorporar.pdf 9 Shigra, bolso en lengua kichwa

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tejido10. Y en segundo lugar, se analizará a la actividad del tejido como una práctica de adaptación, resistencia y subversión al desarrollo, desde la antropología postestructuralista, después de haber explicado la dinámica del aparato del desarrollo promovido por la FOCIFCH, algunas ONG y entidades estatales. Vale remarcar que para efectos de este estudio utilicé la metodología de investigación cualitativa 11 y herramientas teórico metodológicas de análisis del discurso de las Ciencias Sociales.

2. Relación sociocultural de las mujeres de Pulinguí con el tejido Entendemos la relación sociocultural de las mujeres de Pulinguí con el tejido, en dos niveles. El primero implica la relación de cada una de las mujeres con el tejido; el segundo busca mostrar la relación social entre las mujeres entorno al tejido. De estos niveles se derivan subcategorías de análisis en los siguientes ámbitos socioculturales: histórico, cultural, económico, político, ecológico y femenino, todas éstas en permanente retroalimentación. El tejido es una actividad artesanal que en la comunidad de Pulinguí implica un proceso de producción económica. Los productos finales son o bien consumidos por las tejedoras y sus familiares (autoconsumo) o son vendidos a turistas que llegan a la zona. La mayoría de mujeres de la comunidad trabaja mayoritariamente con lana de borrego y eventualmente con lana de alpaca, lana sintética 12 y cabuya (especialmente para el tejido de shigras). La lana de oveja es propia de la comunidad - cada familia tiene su pequeño o mediano rebaño de ovejas; mientras que las madejas de lana de alpaca y de lana sintética son compradas en Guano. El proceso del tejido13 según las tejedoras involucra los siguientes pasos: Trasquilado de lana de oveja. Limpieza y selección de la lana; la mejor lana para tejer es la lana del lomo del animal. Lavado de la lana con deja en la acequia. Hilado de la lana, práctica femenina. Teñido de la lana en diferentes colores con tintura orgánica y tintura artificial en el caso de que la prenda sea de varios colores (sobretodo para artículos artesanales para la venta a turistas nacionales y extranjeros) 10

Es importante anunciar que no es quehacer de esta investigación realizar un estudio acerca de los significados y símbolos del tejido en el mundo andino, únicamente se busca entender la relación sociocultural de las mujeres de Pulinguí con la práctica en cuestión. 11 La observación participante, entrevistas a profundidad y discusiones grupales fueron las herramientas de investigación aplicadas a veinte mujeres tejedoras de la comunidad de Pulinguí y a un anciano tejedor entre agosto y diciembre del 2008. 12 La lana sintética también es denominada por las entrevistadas como orlón. 13 Cuando hablemos de tejido a lo largo de esta investigación, nos referiremos a cualquiera de los pasos que esta práctica contiene o al conglomerado de los mismos.

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Elaboración del tejido: en telar, con crochet, con agujetas. Teñido de la prenda de vestir o el artículo con tintura orgánica y tintura artificial en el caso de que la prenda o el artículo tenga un solo color (sobretodo para las prendas propias de la cultura Puruhá)

a. Relación de cada una de las mujeres con el tejido La mayoría de mujeres, con las que tuvimos la oportunidad de conversar, nos cuenta que sus madres y sus padres les enseñaron a tejer. Ellas aprendieron de sus madres a hilar y a tejer shigras y de sus padres a tejer prendas observándolos en el telar. Primero aprendieron a tejer y después a hilar. Así nos cuenta Escolástica Guzmán recordando su niñez: Después bueno unos 8 o 10 años nos daban unas cabuyas diciendo que hagamos shigra, ahí no podía hacer, porque no sabía, (…). No solo aprendí viendo, me enseñaban poco a poco. Y ya se dio la obligación de que hagan, entonces como en esa época no había de vender las shigras, eran para nosotras; andábamos cargando esas shigras para ir a pastar. Después a los 13 o 14 años daban wanko14 vuelta (…) De ahí daba wanko, pero no hacía bien, un pedazo grueso, un pedazo delgado, así aprendía. Igual el wanko era para nosotros, para el pelo, para bayeta, para el anaco. (Escolástica Guzmán) Las mujeres y hombres de la cultura Puruhá utilizan principalmente tres de sus vestimentas: el poncho rojo (para los varones), el anaco negro y la bayeta blanca (para las mujeres). Todas éstas hasta hace poco eran exclusivamente producidas en cada comunidad, las mujeres hilaban y después encomendaban las madejas de lana a los tejedores (en su mayoría hombres) para que ellos elaboren las prendas femeninas y masculinas. En la mayoría de los casos, cada familia contaba con un tejedor (tío, abuelo, padre, hermano) quien además de trabajar en la agricultura y en la construcción (en la urbe) se encargaba de tejer para la familia. A un señor sabíamos dejar como obra (anaco), ya cuando había un quintal de hilo, sabíamos ir a dejar donde el que teje, este señor daba tejiendo. (Escolástica Guzmán) Los que tejen, tejían a parte vuelta. Los hombres que sabían tejían. Mi finado padre sabía tejer poncho, no es como tejer poncho y bayeta no son lo mismo, poncho y bayeta es a parte. El telar del anaco y de la bayeta es grande, eso es para bayeta, para anaco; vuelta para el poncho es pequeñito, no es grande. El tejido de poncho es torcido, el hilo es torcido, y eso sabíamos hacer para el poncho, hacían blanco y después cuando se teje todo, sabían llevar a tinturear. (Escolástica Guzmán) 14

Aquí wanko se refiere a una porción de lana en bruto preseleccionada y prelavada, lista para ser hilada.

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Esta costumbre, según sus propios testimonios, se ha ido perdiendo con el tiempo, razón por la cual en la comunidad quedan cada vez menos tejedores. Los dos motivos que han provocado la paulatina desaparición de esta práctica han sido dos: la producción de anacos, bayetas y ponchos por pequeñas fábricas de Riobamba, las mismas que trabajan con lana sintética y la introducción de nueva vestimenta como camisetas, jeans, gorras, zapatos. En este sentido, las mujeres afirman que por comodidad, por moda y pensando que ―lo externo es mejor‖ compran estos artículos. Escolástica nos cuenta: Esta bayeta no es de borrego, es de orlón. El orlón es sintético, esto compramos en el mercado (…) hay muy poco bayetas de lana (Escolástica Guzmán) Y un anciano tejedor afirma: Ahora es que viene esta lana sintética. Mejor era la lana de borrego. Se usa esto porque ya no tenemos borrego como más antes. Antes teníamos unos 30 o 40 borregos teníamos y salía bastante lana, la mujer hilaba, y nosotros tejíamos los ponchos, las bayetas, los anacos. Otra forma de tejer había. Todo era para autoconsumo. (Hombre tejedor, 75 años) Sin embargo, a pesar de la entrada del ―orlón‖ a Pulinguí las mujeres reconocen que la lana de borrego es mejor sobretodo porque es más caliente, natural, saludable y ―propia‖. Yo de mi parte lo que más me motiva, yo ahorita estoy puesta esta cosas (poncho sintético) estoy puesta más adentro, así usted se ve que aquí hace mucho frío en cambio este de lana de borrego es mas caliente, una bayetita de estas es más caliente en cambio ahorita estoy 3, 4 cosas puesta y todavía estoy con frío, entonces eso a mi me viene a la mente y digo teniendo borrego cosas propias, más calientes para comprar unas vanidades que vienen delgaditas para poner uno encima otro y no me protege. (Fabiola Miñarcaja) Además, afirman que cuando ellas mismas hilan la prenda tiene mejor terminado. Fabiola con respecto a esto nos cuenta: Hilamos nosotros mismo lo que hacemos para consumo de nosotros no más (…) Mi marido y mis dos hijos están puestos ese poncho yo hice, y porque no voy a hacer produciendo más, porque yo sé hilar también entonces ya hago, propio sale más mejor y bien hecho, como uno mismo va haciendo al gusto de uno ya nos sale más bonito, porque el poncho de mi chiquito es bien finito y como haber comprado pero cuando yo me voy a la plaza yo no consigo. Voy a comprar a veces por facilismo, yo ya no hago el hilo, guardo hasta acumular bastante y volver a tejer, es poco tiempo más largo pero yo me voy al mercado compro regreso y a la tarde estoy comenzado a hacer (Fabiola Miñarcaja) Por otro lado, la práctica del tejido está llena de simbolismos y significados propios del mundo andino, a continuación revelaremos los significados de la ubicación del hilado según el testimonio de Elvira: 15


Por ejemplo a una mujer que está hilando a la izquierda, dicen ya está hilando para el marido y culturalmente saben las mujeres. Por ejemplo está hilando al derecho así largo, dicen esa warmi 15 ya está hilando, anaco ha de ser. Por ejemplo en la lana negra, ya es para anaco, la lana blanca es para bayeta. A la izquierda, parado, con hilo blanco es que está hilando para el marido con el zigze16. Es que siempre el hilado al izquierdo es para los hombres y a la derecha es para las mujeres. Eso es lo culturalmente. (Elvira Miñarcaja) Como ya lo habíamos señalado la práctica del tejido artesanal atraviesa otras actividades. Se trata de una comunidad primordialmente agrícola y ganadera de autoconsumo en la que sus mujeres practican el tejido en los momentos libres: mientras caminan de una chakra17 a otra, mientras esperan que la comida se cocine, cuando asisten a reuniones de la comunidad, de la organización o de las escuelas y colegios de sus hijos o cuando están enfermas en cama. Para Amparo Miñarcaja: La artesanía se hace en el camino; siempre estamos ocupadas; siempre estamos haciendo artesanía. (Amparito Miñarcaja) Al transcurso del camino, a veces cuando, nosotras ya vamos acostumbrados a andar llevando a veces para hacer una fila o para no hacer nada el wanko, al medio de lo que vas caminando vas hilando. Los terrenos no son cerquita como usted verá, se va como una hora así para arriba y a pretexto de eso, como me voy caminando, me voy trabajando hasta llegar ya me hago un asisito, siempre me voy haciendo eso. (Amparito Miñarcaja) Se podría entonces entender al tejido para cada una de las mujeres como una actividad compañera. Siempre las mujeres o están hilando o van tejiendo la shigra, en palabras de Elvira: La concepción de la mujer indígena en el tejido es otra forma, por ejemplo el momento de ir a la minga o ir a la reunión a lado del trabajo van con el wanko, la shigra, con el uso van hilando ahí, van torciendo (…) (Elvira Miñarcaja) A partir de este apartado se puede constatar que la relación de las mujeres con el tejido es primordialmente cultural. Los padres y madres de las comunidades son los poseedores del conocimiento del tejido y ellos enseñaron a sus hijos e hijas a tejer e hilar, respectivamente. Por otro lado, a pesar de la producción de vestimenta Puruhá con hilo sintético y la introducción de vestimenta occidental, las mujeres reconocen la superioridad de la lana natural frente a la lana sintética por ser más caliente, natural, saludable y ―propia‖, afirmando así la importancia de mantener sus propias costumbres. En tercer lugar, observamos que el hilado como práctica misma tiene un contenido 15

Warmi, mujer en lengua kichwa Zigze, planta de la región de la que las mujeres se sirven de su tallo para hilar artesanalmente. 17 Chakra, parcela de tierra en lengua kichwa 16

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simbólico tanto a nivel de los motivos que se plasman en el tejido, como en la forma que las mujeres tejen. Y finalmente, concluimos que el tejido es para las mujeres una actividad compañera de las diferentes actividades productivas y sociales que ellas realizan.

b. Relación social entre las mujeres entorno al tejido La relación social entre las mujeres entorno al tejido es predominantemente económica y afectiva. Relación económica Las mujeres de Pulinguí intercambian conocimiento y técnicas de tejido, insumos e inclusive practican el trueque. Las mujeres nos contaban que hay veces que no tienen dinero, entonces van a la tienda e intercambian con la dueña algún tejido con una libra de alverja o de habas. Todos estos intercambios no están atravesados por el valor de cambio. En términos marxistas hablaríamos en este caso de un intercambio en el esquema valor de uso – valor de uso, sin dinero de por medio 18. Relación afectiva Por otro lado, mientras las mujeres tejen, ellas conversan y socializan sus problemas personales con otras mujeres, en relación a: sus hijos, el ingreso, sus animales, su chakra; entorno a la conversación surgen consejos de unas a otras, dando lugar a un espacio de afecto y solidaridad entre mujeres que podríamos identificarlo como un espacio femenino generado por la práctica del tejido. Cabe remarcar que en uno de los grupos de discusión se evidenció claramente este espacio femenino, pues a pesar de la presencia masculina, los hombres no participaron, ni intervinieron en la conversación que mantuvimos con las mujeres. Lo que pasa es que el tejido en sí, no es en sentido de que yo voy a vender en ganar eso están metidas ellas y yo también; yo también sé tejer, por ejemplo un momento de que yo estoy tejiendo se hace una amiga, ¿qué estás tejiendo?, mientras está mirando ella está tejiendo algo en ese momento es una relación cultural, también familiar y social. A veces están tejiendo pero yo estoy comentando, a veces riendo, en la alegría, estoy contando la tristeza de la familia, pero la amiga me va ayudando en algo (Elvira Miñarcaja) Otro aspecto interesante que podemos mencionar y que constatamos a través de observación participante es que las mujeres hablan de las prácticas antiguas del tejido con cierta nostalgia y añoranza. En la organización, las veinte mujeres tejedoras se reúnen para tejer con la idea de recuperar el tejido antiguo para la elaboración de sus vestimentas y de artículos artesanales. Se trata de un proyecto autogestionado que 18

Este punto será analizado más adelante como un claro ejemplo de adaptación o resistencia al desarrollo.

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surgió desde su propia iniciativa. Algunos tejedores de la comunidad les han dado cursos de capacitación para recordar y reaprender el tejido en el telar, mientras que las mujeres ancianas les han mostrado la técnica y los diseños para tejer shigras con cabuya. La idea de recuperar el tejido antigua se consolida en la instalación de telares en el segudo piso de la casa de la organización de mujeres. A continuación algunos puntos que muestran este comportamiento: Antes vendíamos los ovillos de lo que nosotras hilábamos y comprábamos lana sintética por la idea de que lo sintético es de moda. Ahora pensamos que lo hilado es para nosotros porque es lo mejor. Existe una búsqueda de recuperar el tejido, la idea es regresar de lo sintético a lo natural, al hilado. Quieren aprender en sintético y de ahí reproducir a lo artesanal. Búsqueda de recuperar lo de antes. La lana de borrego es sana, es saludable, es caliente, la lana sintética no calienta. ―Muchas artesanías antiguas están ahí botadas … la idea es recuperarlas‖

Por otro lado, para ellas el tejido es una actividad que las revaloriza y que permite que su autoestima crezca, además es una fuente más de ingresos (aunque no es la principal, ni es el incentivo determinante para que ellas sigan tejiendo). En muchas de sus intervenciones comentaban que a causa de su condición femenina ellas tenían menor importancia que los hombres, debido a que antes ellas no tenían acceso al conocimiento y al saber, pues ellas solamente podían dedicarse a cuidar a los animales, los niños y estar confinadas en la casa. Sin embargo, para ellas el aprendizaje del tejido ha posibilitado el acceso a un saber y a un conocimiento más complejo y legitimado en su comunidad; hoy en día su vocación por recordar y reaprender el tejido olvidado revaloriza y fortalece su identidad femenina. Del tejido me gustaba como las mujeres hemos sido valorizadas, si quiera para apoyar a los hijos teniendo donde vender. Si quiera por lo menos para pasajes. Bueno hemos tejido, pero no hemos tenido en donde vender, y así también seguimos tejiendo porque me ha gustado tejer. (Escolástica Guzmán) En este mismo sentido, no solo que el tejido les ha valorizado como mujeres, sino también el tejido ha sido revalorizado por ellas por las razones que ya fueron mencionadas - en la comparación entre lana natural y lana sintética – y como una actividad nueva que además de reafirmar su identidad, les permite tener un ingreso económico extraordinario. Ahorita, hemos tenido esa oportunidad de artesanías para uno mismo, para poncho y bayeta. Cuando yo hilaba, tintureábamos y hacíamos bufandas. Esa bufanda vendimos en Riobamba a través de exposición. Hemos tenido esa 18


oportunidad. Ahorita estamos valorizando la artesanía, pero antes no había esa oportunidad, solamente para uno hacíamos. (Escolástica Guzmán) En conclusión, podemos confirmar que la relación de las mujeres entorno al tejido se da en dos niveles el económico y el afectivo. El primero se relaciona con expresiones de solidaridad e intercambio comercial propios de una sociedad parcialmente primaria (trueque). Y el segundo muestra a la práctica del tejido como una actividad de relación cultural que genera: un espacio femenino basado en el afecto y la solidaridad; un sentimiento de nostalgia y añoranza del tejido antiguo y una vocación por recuperarlo; y el fortalecimiento de su identidad femenina por el acceso al saber y conocimiento. 3. El tejido como práctica de adaptación, resistencia y subversión al desarrollo a. Desarrollo sustentable en Pulinguí Desarrollo sustentable o sostenible es un término que fue formalizado por el informe de Brundtland en1987, elaborado por la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo. En 1992, la definición de desarrollo sostenible se consolidó en el principio 3 de la declaración de Río aduciendo: El desarrollo sustentable implica la satisfacción de las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades19. La idea del desarrollo llega a la comunidad de Pulinguí a través de algunas organizaciones no gubernamentales como Ecociencia, Cooperación Belga, Visión Mundial – USAID, la embajada Real de los Países Bajos, entidades gubernamentales (ministerios, secretarías de Estado) y principalmente a través de la FOCIFCH. Como ya lo mencionamos en la introducción de este estudio la FOCIFCH realizó un convenio con el Estado ecuatoriano en el que se comprometía con la ―conservación de los territorios pertenecientes a las comunidades de las faldas del Chimborazo‖ 20 con el Plan de Desarrollo Local en 1999. Este plan planteó dos aristas para la inducción del desarrollo sustentable en la zona: ―mitigar el impacto ambiental causado por las prácticas de pastoreo intensivo y extensivo existentes en la zona; y mejorar el bienestar de las personas de la comunidad. Esto se inició con la recuperación y conservación de la capa vegetal, la sustitución de ovejas por camélidos andinos, la diversificación de actividades productivas y el aprovechamiento de otros recursos sustentables‖21. Las estrategias que utilizó la FOCIFCH para cumplir con el convenio de desarrollo sustentable con el Estado fueron: el ecoturismo (implantando proyectos de rutas y guías al nevado Chimborazo con turismo comunitario) y, de forma complementaria, la capacitación y apoyo a las mujeres para la elaboración de artesanías. 19

http://www.un.org/esa/sustdev/documents/agenda21/spanish/riodeclaration.htm Burbano – Tzonkowa Adriana, ¿Cómo incorporar género en actividades de ecoturismo de la FOCIFCH?, http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/congresoparamo/como-incorporar.pdf, pp.3 21 Ibíd. pp.3 20

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Los ejes22 del proyecto que permitieron el vínculo entre el ecoturismo y la participación de las mujeres en la actividad artesanal son: Las personas de las comunidades son dueñas de los territorios con los atractivos naturales y culturales para ser visitados. Hacer ecoturismo implica el manejo racional de los recursos a través de la planificación conjunta y convenida por las personas de la comunidad y de otros sectores interesados en esta actividad. La participación de las comunidades en los proyectos de ecoturismo les permite negociar el manejo de sus recursos al mismo nivel con las distintas entidades, tanto ambientalistas como de la empresa privada. La participación contribuye al empoderamiento de las mujeres y hombres en las actividades de ecoturismo porque define claramente los roles e intereses de cada uno y les permite acceder a nuevas destrezas que los especializa en las diferentas áreas de trabajo y permite un funcionamiento empresarial eficiente. Estos elementos permitirán a continuación proceder a realizar una lectura dialéctica entre el discurso del desarrollo, en este caso abanderado por la FOCIFCH y su dinámica en relación a la práctica artesanal de las mujeres.

b. La falta de empatía cognitiva entre cooperantes y supuestos beneficiarios, con la categoría conflicto: desarrollo En primer lugar es importante anunciar que el discurso de desarrollo de la FOCIFCH será analizado con herramientas de análisis del discurso, mientras que las prácticas artesanales serán leídas desde las categorías teóricas de la antropología postestructuralista. El objetivo del proyecto de desarrollo de la FOCIFCH consiste en vincular la participación de hombres y mujeres de la zona, la problemática de género y el problema de ambiente en las actividades de ecoturismo. La primera pregunta crítica que formulo ante la finalidad del proyecto dice: ¿es posible transformar a partir de un plan de desarrollo la realidad cultural de un grupo social?; el proyecto en cuestión plantea en estricto sentido el cambio de actividad económica, es decir pasar de una economía netamente agraria hacia una economía sostenida en el ecoturismo. ¿Cómo las mujeres han reaccionado frente a este propósito? Esta actitud del proyectismo, como lo denomina Franklin Ramírez se refleja claramente desde su análisis foucaultiano. Ramírez, citando a Carrión, sostiene que la estrategia del discurso del desarrollo es mostrarse como neutro. Esta neutralidad se logra a través de la

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Ibíd. pp 6

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transformación discursiva de ―(…) un problema social, en un problema técnico‖ 23, en donde ―lo social‖ es leído como un objeto a ser intervenido y modificado en sentido normalizador. Según el autor, la alteración de ―lo social‖ se produce por el uso de tecnologías de intervención, promovidas por instituciones de desarrollo, que buscan reprogramar particulares formas de vida de una comunidad. Los cambios culturales responden a largos procesos históricos, políticos y muchas veces coyunturales de enorme alcance, me pregunto entonces y aterrizando a la problemática de nuestra unidad de análisis: ¿es posible que las mujeres dejen su herencia cultural agraria para emprender en la artesanía para turistas? Probablemente la iniciativa pueda ser bien acogida a nivel del discurso, sin embargo a nivel de la práctica en la comunidad de Pulinguí las mujeres no han logrado consolidarla. La primera parte de este estudio nos revela la fuerte relación de las mujeres con los sembríos y el cuidado de los animales, actividades generadoras de ingresos que están permanentemente atravesadas por la práctica del tejido. Sin embargo, cabe recalcar que el arte de hilar y tejer no es visto, de manera primordial, como una fuente de regalías. La fuente de ingresos para estas mujeres, según sus propios testimonios, es el salario de sus compañeros (albañiles, jornaleros) que les sirve para comprar ―lo que la tierra no da‖, pues agricultura y la ganadería pequeña de autosustento les proporcionan parte del alimento diario. Ahora bien la pregunta que surge es: ¿cómo podemos entender a la práctica de la artesanía como una acción de resistencia al desarrollo, si esta propuesta no solo se refleja en la relación sociocultural de las mujeres con la misma, si no que también ha sido aprehendida por el plan de desarrollo de la FOCIFCH? Para aclarar esta interrogante empezaremos por referirnos a algunas opiniones vertidas por Elvira Miñarcaja en una entrevista a profundidad acerca de los proyectos de desarrollo y las intervenciones de las ONG. Para Elvira los proyectos de desarrollo llegan con un matiz urbano, por lo tanto existe un quiebre lingüístico y categórico entre el discurso proyectista y el lenguaje de los habitantes de una comunidad, a lo que yo he reconocido como una falta de empatía cognitiva entre los cooperantes de desarrollo y los supuestos beneficiarios. Esta falta de empatía anunciada la puedo complementar con la definición de desarrollo para Elvira (en contraposición con la definición rigurosa de desarrollo sustentable del Informe de Brundtland con la que trabaja la FOCIFCH, ya enunciada precedentemente.)

Desarrollo personal

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Ramírez Franklin (2002), ―Para repensar el ‗proyectismo‘: poder, conocimiento, sujetización en las intervenciones del desarrollo‖, Versiones y aversiones del desarrollo, ed. Centro de Investigaciones CIUDAD, Quito, pp.106

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Primero el desarrollo personal que nos ha capacitado a veces en mi misma familia mis padres me han capacitado. Por ejemplo en qué momentos sembrar, cosechar, hasta incluso para elaborar la prenda, en qué momentos tengo que trasquilar la lana de borrego, tengo que hacer la lavada de la ropa, porque no hay que lavar no más, en eso, eso es desarrollo. Y acogiendo eso por lo mínimo nos ha orientado ¿cómo coger un azadón? Si a mi no me hubieran enseñado yo ni siquiera hubiera podido hacer las cosas. Aquí vemos claramente como para Elvira la idea de desarrollo personal está directamente vinculada con el conocimiento originario proporcionado por sus padres, en relación a sus actividades de reproducción material: agricultura, ganadería y artesanía. Desarrollo social y político El desarrollo de la comunidad se entiende a los inicios de los años 70 aquí la comunidad era dispersa, no habían dirigentes o cabecillas (…) El desarrollo se puede entender en lo social como en la organización. Desarrollo económico En lo económico diríamos han ido personas capacitando, estudiando digamos profesionalmente y algunos ya van desarrollando en lo económico ya su fuente de trabajo, ya creando su fuente de trabajo propio no esperar de las empresas o a lo mejor viendo qué necesidad tengo yo para fomentar. Desarrollo cultural En eso estamos bien débiles, incluso hemos perdido nuestra identidad, en eso queremos nosotros con la Organización de Mujeres recuperar. En eso es lo que no ha hecho cambiar un poco como dice un señor la “letralización”, o mejor las letras nos han hecho perder hasta el respeto de una persona hacia otra, porque el que sabe leer o el que tiene profesión se cree más; a eso nos ha impulsado la educación. Pero eso nosotros queremos reaprender nuevamente ¿con quién?, con los mayores. Esa es una alternativa En síntesis para Elvira el desarrollo en lo socio – político es la organización, en lo económico es el emprendimiento personal y en lo cultural es recuperar la identidad a través de los mayores, en sus palabras dice: Conforme avanza la ciencia y seguimos creyendo en eso dejamos de creer en los mayores Complementando, cita al taita Leonidas Proaño: Mis mejores maestros son los mayores, son de las comunidades, son de los páramos, son de las montañas, ellos son mis maestros, en vez de ser los profesores o los maestros.

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Elvira además aduce que existe una falta de investigación por parte de los voceros de desarrollo, es decir, de manera previa a la implementación de proyectos no se elabora una línea de base que permita a los técnicos del proyecto conocer el contexto social, cultural, político y económico del grupo a ser intervenido; y un problema de ―cortoplacismo‖ de los proyectos, en donde sus respectivos cronograma y presupuesto no contemplan muchas veces una real inducción y seguimiento a mediano y largo plazo, problema que no es remediado con una capacitación a los beneficiarios. Por otro lado, para Elvira las ONG en particular, crean división en la organización indígena a causa de la propuesta de proyectos especializados en un solo tema. La mirada de los proyectos no es holística, no se mira a la comunidad como un todo, sus problemas son vistos de forma sectorial, lo que además rompe con la lógica comunitaria propia del mundo andino. Evidencia discursiva, a continuación: Lo que pasa es que vienen a destruir, a debilitar mejor, en vez de estar unificando. Por ejemplo, qué nos han hecho. Nosotras éramos 80 mujeres e invitaron a todas las mujeres en una de esas ONG, con los del agua, vinieron y dijeron a todas las veinte mujeres del canal de riego y les dieron un crédito. Nos dividieron. El préstamo que cogieron, algunas disque pagan, algunas no es que pagan. No queda ya casi nada de este proyecto.

c. El tejido: práctica alternativa al desarrollo El primer aspecto que hemos venido anunciando para dar lectura a la artesanía como una práctica de resistencia al desarrollo es el económico. La FOCIFCH ve en la artesanía la posibilidad de que surja una empresa comunitaria (e incluso podría ser personal) para el sustento diario familiar. Mientras que las mujeres mantienen una relación mucho más compleja con la artesanía ya explicada en la primera parte de esta investigación. Paula y Escolástica lo expresan así: Yo sigo tejiendo aunque no venda, claro, sigo tejiendo cuando tengo hilo, ahorita ya no tengo hilo, porque no me voy a comprar todavía. O sea una ya dependiendo de artesanía hay que buscar como ahora hay alguna oportunidad, cuando no pasa nada está no más guardado y seguimos tejiendo. (Escolástica Guzmán) A pesar de no ver un ingreso económico constante en la artesanía las mujeres siguen tejiendo, continúan sembrando y sus prácticas en sí mismas no aportan en el cumplimiento que mantienen la FOCIFCH con el Estado ecuatoriano. Nos preguntamos entonces: ¿cuál es la dinámica entre los proyectos de desarrollo promovidos por el aparato del desarrollo y las prácticas de reproducción material de las mujeres? Para la antropología del desarrollo desde la tesis postestructuralista este sería el ejemplo claro de que ―el mundo actual se compone de variaciones múltiples de la modernidad, resultantes de la infinidad de encuentros entre la modernidad y las tradiciones. De 23


ahora en adelante (y desde antes), nos vemos abocados a la existencia de modernidades ―híbridas‖, ―locales‖, ―mutantes‖, ―alternativas‖, o ―múltiples‖ ‖ 24 Otro punto interesante, que ya mencionamos anteriormente, es que el proyecto de la FOCIFCH con las mujeres de Pulinguí busca implementar la artesanía como único medio del cual ellas puedan obtener réditos económicos para su sustento familiar. No obstante, sospechamos que la matriz cultural de estas mujeres no permitiría que esta dinámica se de, a causa de su profundo apego con la tierra, Paula lo manifiesta de esta manera: Habiendo donde vender si me podría solo trabajar en la artesanía. Bueno con los animalitos les seguiría dando yerbita, de repente cuando tenemos tiempo se le da yerba, también se podría tener unos cuatrito o tresitos, no mucho ya. Eso sería ya viendo bien en la artesanía, ya dejaría a los animales. Ahorita estamos haciendo de todo: agricultura, animales, artesanía, de todo hago. Los animalitos que tengo no solo es para el auto consumo, yo vendo borrego. (Paula Lema) En esta intervención, a pesar de ser contradictoria con lo anunciado, denota el apego de Paula con sus animales (utiliza diminutivos de afecto). Ella de alguna manera puede imaginarse sin sus animales, pero sería muy difícil que lo emprenda, la contradicción de su discurso se evidencia en su intervención. O como lo dice Escolástica más directamente: Cuando está frío de repente o cuando estoy mal de salud, estoy tejiendo hasta 7 de la mañana. De ahí bueno, aseguro a los animales y siempre andamos así jalados, cuando tenemos tiempo, cuando tenemos hilo. A reuniones, a mingas. Yo tengo ganaditos, cuyes, conejos, gallinas, borreguitos y chancho.. Ahorita ya no tengo hilo, pero tengo wanko vuelta, que es la lana de borrego para hilar. Vuelta cuando de repente tengo tiempo y me voy a pastar a los animales, ahí paso hilando. (Escolástica Guzmán) En definitiva, la práctica del tejido no es vista como una empresa; esto se puede conectar con lo que Escobar llama postdesarrollo y Crush lo denomina desfamiliarización. Se trata de un concepto que contiene a las prácticas sociales de ciertas comunidades de América Latina, en este caso la práctica artesanal de las mujeres. Parte de la idea categórica de la corriente postesctructuralista de desafamiliarizar lo familiar. Esto quiere decir que el desarrollo no es cuestionado, pues es visto como algo natural. El desarrollo al ser normalizado, en términos foucaultianos, adquiere por lo tanto un valor positivo intrínseco. Por lo tanto, la desfamiliarización del desarrollo consiste para Escobar en: 24

Escobar Arturo, Las Transformaciones en América Latina: Entre la Modernización y el Posdesarrollo?, Departamento de Antropología Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill, USA Preparado para: Master en Desarrollo y Cooperación Internacional Universitat de Lleida, Catalunya España / FLACSO, Quito – Ecuador, Octubre 16 2008, pp.22

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reafirmar el valor de las experiencias alternativas y los modos de conocimiento distintos y develar los lugares comunes y los mecanismos de producción (…) relacionado con el ejercicio de poder y la creación de modos de vida 25 Estas experiencias alternativas, modos de conocimiento, mecanismos de producción distintos pueden ser visibilizados como la creación de otros modos de vida en el siguiente testimonio, donde existen tres aspectos importantes: la dinámica de reproducción material de estás mujeres es múltiple, la artesanía es aprehendida como momento de ocio y como ya lo mencionamos el tejido es una actividad compañera en el camino de las demás actividades. Esto se contrapone paralelamente con el proyecto de desarrollo propuesto por la FOCIFCH, a saber la especialización en una sola actividad en donde la artesanía se convertiría en un trabajo y en una fuente fija de ingresos económicos. Me dedico al tejido a lo que me voy caminando, a lo que me voy descansando en esas horas, yo siempre a donde quiera que me vaya aunque no haga muchas cosas estoy tejiendo, en el trabajo no todas las veces estoy agachada con el azadón, hay tiempos en los que paso horas siento y me dedico, como descansar me dedico al tejido. (Fabiola Miñarcaja) Otros puntos trabajados por Escobar que expongo a continuación son complementarios a lo expuesto y pueden fortalecer lo analizado:  Proceso por el cual el ―desarrollo‖ cesa de ser el principio central, que organiza la vida económica y social  Se cuestiona la pre-eminencia del concepto de crecimiento económico y éste como meta.  Se reconoce una multiplicidad de definiciones e intereses alrededor de las formas de sustento, las relaciones sociales, y las practicas económicas. La políticas sociales parten del reconocimiento de una pluralidad de practicas económicas, ecológicas, y culturales 26. La representación clara que nos permite leer a la práctica del desarrollo como resistente y subversiva a las intervenciones de desarrollo desde un trabajo local, como lo plantea Escobar, es el visibilizar la forma como las mujeres a pesar de haber recibido talleres y capacitaciones de tejido por parte de la FOCIFCH o de Ecociencia, regresan la mirada al conocimiento en sus mayores, en donde el certificado de Ecociencia, que por cierto nunca llegó, deja de tener importancia. Nosotros cuando estuvimos en el taller en Tapuasho; nos enseñaron de Ecociencia. Ya sabíamos, (tejer) si no que ellos decían que nos van a dar un 25 26

Ibíd. pp. 13 Ibid. pp. 21

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certificado, para vender, pero no nos dio ningún certificado, pero más que certificado queremos el conocimiento, ¿cómo vender?, ¿cómo participar?, ¿cómo debemos cuidar artesanía?‖ ―Los mayores sabían, sabiduría de antes. Los calendarios tenían en mente, las fechas…no en almanaque. Sabían más que ahora, los periodos de las lunas, lo que no saben los jóvenes. El sistema de siembra y cosecha. (Paula Lema) El análisis precedente se vincula con el al concepto de contra – labor27 de Arce y Long. La contra – labor, explica Escobar, es la actitud de un grupo social que en su propia dinámica transforma las intervenciones del desarrollo por reposicionamiento de la intervención misma en su propio universo cultural. Se trata por lo tanto de una recombinación de tradiciones sociales y culturales que terminan por transformar la misma intervención del desarrollo. Por ejemplo, la mayoría de talleres de tejido dictados por los cooperantes de desarrollo se han dado con lana sintética, mientras que ellas prefieren trabajar con lana natural, por sus propiedades y conocen cómo trabajar con tinturas naturales provenientes de plantas como: el iñachag, el eucalipto, el taxo y la remolacha. La permanente contradicción que encontramos en los discursos de las mujeres entrevistadas es el resultado de una cierta confusión entre lo que ellas buscan y practican y el discurso de desarrollo de intervención. Esto nos lleva finalmente a entender la relación de las mujeres con el tejido como la base de la configuración de una ―identidad fragmentada‖ y ―transformación de culturas de solidaridad en culturas de destrucción‖. Conceptos vinculados con la categoría de hibridación cultural. Esta categoría, trabajada por los antropólogos postestructuralistas, es muy útil para entender cuestiones de identidad en ciertas localidades tanto urbanas como rurales de América Latina; contiene las maneras como los grupos sociales afirman su cultura e innovan sus dinámicas socio – económicas. A continuación su definición más precisa: La hibridación cultural expone a la luz pública el encuentro dinámico de prácticas distintas que provienen de muchas matices culturales y temporales, así como hasta qué punto los grupos locales, lejos de mostrarse sujetos pasivos de las condiciones impuestas por las transnacionales28, moldean de un modo activo el proceso de construcción de identidades, relaciones sociales y prácticas económicas29 (García Canclini, 1990; Escobar, 1995)

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El concepto original es ‗counterwork‘ y fue tomado de, Escobar Arturo (2005) El “postdesarrollo” como concepto y práctica social, pp. 21. En Daniel Mato (coord..), Políticas de economía, ambiente y sociedad en tiempos de globalización. Caracas: Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, pp. 25 28 Como podría ser cualquier otra institución vocera de desarrollo (organizaciones no gubernamentales, empresas privadas, multinacionales, entidades del sector público) 29 Escobar Arturo, Antropología y desarrollo, http://www.unesco.org/issj/rics154/escobarspa.html, pp.23

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4. Conclusiones Retomando las palabras de Elvira Miñarcaja, la intervención del desarrollo rompe con la dinámica organizacional de la comunidad de Pulinguí. Sin embargo, las mujeres continúan trabajando en la búsqueda y el fortalecimiento de su organización de mujeres; de esta forma resisten al desarrollo y sus prácticas mismas son subversivas a la propuesta heteronormativa de los proyectos. La organización de mujeres de Pulinguí se ha configurado como una institución hibrida, atravesada por el discurso del desarrollo en contradicción con prácticas propias de la localidad ya explicadas a lo largo de toda esta investigación. Estas reflexiones, son de alguna manera la respuesta a la pregunta que surgió a lo largo de esta estudio: ¿cómo podemos entender a la práctica de la artesanía como una acción de resistencia al desarrollo, si esta propuesta no solo se refleja en la relación sociocultural de las mujeres con la misma, si no que también ha sido aprehendida por el plan de desarrollo de la FOCIFCH? En última instancia y en conexión con la importancia de la organización para estas mujeres, podemos agregar que el ejercicio de visibilizar estas nuevas formas podría terminar, según Escobar, por potenciar cultural y políticamente a grupos sociales organizados. Es decir, las formas de producción económica propias de Pulinguí pueden llegar a fortalecer su organización en términos políticos frente a las posibles intervenciones del desarrollo. Desde la antropología para el desarrollo la reacción correcta sería volcar este estudio a las entidades promotoras de desarrollo en Pulinguí para el replanteamiento de los proyectos. No obstante, la apuesta que sugiero no va por el lado de los cooperadores de desarrollo, si no más bien en la línea del empoderamiento de las organizaciones comunitarias y movimientos sociales, quienes conocen a profundidad sus problemas, sus necesidades - en este caso una fuerte necesidad y sed de identidad, de valorización cultural y reafirmación de identidad indígena - que tan solo pueden ser resueltas por ellas/os mismas/os. Un proyecto de desarrollo, a mi entender, únicamente, entorpecería el proceso político del que sus actores son protagonistas, y no solamente de las mujeres, si no el conglomerado de la comunidad de Pulinguí.

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BIBLIOGRAFÍA Braidotti Rosi, Sujetos nómades, ed. Paidós, Buenos Aires, 2000 Burbano – Tzonkowa Adriana, ¿Cómo incorporar género en actividades de ecoturismo de la FOCIFCH?, http://www.lablaa.org/blaavirtual/geografia/congresoparamo/como-incorporar.pdf Escobar Arturo, El “postdesarrollo” como concepto y práctica social, pp. 21. En Daniel Mato (coord.), Políticas de economía, ambiente, 2005 Escobar Arturo, Antropología y desarrollo, http://www.unesco.org/issj/rics154/escobarspa.html Escobar Arturo, El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar: ¿globalización o postdesarrollo?, Departamento de antropología, Universidad de North Carolina. Escobar Arturo, La invención del Tercer Mundo, ed. Norma S.A, Bogotá, 1996 Escobar Arturo, Las Transformaciones en América Latina: Entre la Modernización y el Posdesarrollo?, Departamento de Antropología Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill, USA Preparado para: Master en Desarrollo y Cooperación Internacional Universitat de Lleida, Catalunya - España / FLACSO, Quito – Ecuador, Octubre 2008 Laclau Ernesto, La razón populista, ed. FCE, México D.F, 2007 Ramírez Frankiln, Desarrollo y capacitación: la efectividad política del desarrollo. El caso de la Unión de Organizaciones campesinas del Norte de Cotopaxi, investigación de tesis, PUCE, Quito, 1995 Ramírez Franklin, ―Para repensar el ‗proyectismo‘: poder, conocimiento, sujetización en las intervenciones del desarrollo‖, Versiones y aversiones del desarrollo, ed. Centro de Investigaciones CIUDAD, Quito, pp.104, 2002 Restrepo Eduardo, Teoría social, antropología y desarrollo: a propósito de narrativas y gráficas de Arturo Escobar. En: Boletín de antropología, Universidad de Antioquía, Vol.20 #37, pp. 307 – 326, 2005 Tuaza Castro Luis Alberto, Igor Guayasamín y Gustavo Guayasamín, Baltazar Ushka, El último hielero del Chimborazo, Género documental, duración 22 minutos, Fundación Guayasamín – Banco Central del Ecuador, 1976 – 1980, Revista Iconos 28, pp. 159 -175, Quito – Ecuador, http://www.flacso.org.ec/docs/i28tuaza.pdf, 2008

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Virno Paolo, Gramática de la multitud, Ed. Traficantes de sueños – Mapas, Madrid, 2003

Referencias de páginas web: http://www.un.org/esa/sustdev/documents/agenda21/spanish/riodeclaration.htm

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LAS APORÍAS DEL POSDESARROLLISMO Crítica de la crítica radical al desarrollo y propuesta de conceptualización

Francisco Morales*

RESUMEN El posdesarrollismo posee el mérito de haber sacado a la luz una serie de limitaciones importantes del discurso (―dominante‖) del desarrollo y de haber estimulado el debate en torno al significado del concepto. Sin embargo, su insistencia en una crítica radical al desarrollo introduce graves contradicciones teóricas, que acarrean dificultades al momento de proponer alternativas prácticas. Este artículo explica cuáles son esas contradicciones por medio del examen de tres tesis posdesarrollistas: 1) el fracaso del desarrollo, 2) el desarrollo como invención e imposición moderna-occidental, 3) el desarrollo como discurso de poder. Finalmente, propone un concepto formal de desarrollo, que resulta compatible con algunos aportes de los posdesarrollistas, pero que, al mismo tiempo, evita las aporías de la crítica radical. Palabras clave: Desarrollo, posdesarrollo, modernidad, occidentalismo

1 Alrededor de la década del 90, las discusiones académicas en torno a la problemática del desarrollo fueron sacudidas por el surgimiento de una corriente de pensamiento a la que se ha convenido en llamar ―posdesarrollista‖. El término resulta muy pertinente: aparte de que ha sido aceptado y difundido por los mismos representantes de la corriente, la principal característica de esta línea de pensamiento es la insistencia en la necesidad de cuestionar y abandonar la idea y las prácticas mismas de desarrollo; no determinado desarrollo, sino cualquier desarrollo. Y la consecuencia práctica es que no debemos buscar alternativas de desarrollo, sino alternativas al desarrollo (Escobar, 1996: 403). A esta propuesta la llamaremos crítica radical. En este trabajo argumentamos que el posdesarrollismo, si bien ha llevado a cabo la meritoria tarea de sacar a la luz una serie de limitaciones importantes del discurso (―dominante‖) del desarrollo y, sobre todo, ha estimulado el debate en torno al significado del término, posee graves limitaciones teóricas que lo llevan a fracasar en aquello que se propone finalmente: aportar para la construcción de alternativas políticas. Nuestra tesis es que la crítica radical al desarrollo y la insistencia en ―imaginar‖ una ―era de posdesarrollo‖ suponen contradicciones que nuestros autores posdesarrollistas *

Profesor de la Escuela de Sociología y Ciencias Políticas, y de la Facultad de Jurisprudencia de la PUCE. fxmorales@puce.edu.ec

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no han sabido reconocer y que explican las dificultades que aparecen en el momento de plantear propuestas prácticas. En las secciones que siguen expondremos nuestras críticas a tres tesis posdesarrollistas fundamentales. Una vez hecho esto, y dado que una verdadera crítica siempre debería presentar una alternativa que supere a la postura objeto de refutación, ofreceremos en la última sección breves elementos para entender el concepto de desarrollo en términos formales. Debemos aclarar que con este trabajo no pretendemos adoptar ninguna postura normativa, excepto la norma de la racionalidad. Es decir, no defendemos la creencia en la idea de desarrollo como una obligación, y mucho menos afirmamos que determinada concepción de desarrollo deba adoptarse necesariamente. Nuestro único reclamo es que si creemos en el desarrollo (y, como veremos, hasta los mismos posdesarrollistas creen en él), nos conviene ser consecuentes con esa creencia y afrontar de manera consciente sus implicaciones teóricas y prácticas, en lugar de atascarnos en batallas retóricas y en innecesarias complicaciones.

2 Este no es el lugar para hacer una exposición exhaustiva de las diversas posturas posdesarrollistas ni de las múltiples críticas de las que han sido objeto1. Limitaremos nuestro examen a tres tesis básicas. Procuraremos, por supuesto, expresarlas con lo mejor de su argumentación original para evitar quemar al hombre de paja y, además, para hacer justicia a los aportes valiosos del posdesarrollismo. Por motivos de brevedad, nuestras referencias provendrán principalmente de los trabajos de Arturo Escobar y de un par de artículos del Diccionario del desarrollo editado por Wolfgang Sachs. Tanto esta obra, como La invención del Tercer Mundo de Escobar, pueden considerarse los dos trabajos más representativos del posdesarrollismo. La primera tesis que examinaremos se refiere al fracaso del desarrollo. Para los posdesarrollistas, el desarrollo es un discurso surgido en un contexto histórico muy específico (el fin de la Segunda Guerra Mundial), que difundió por el mundo esperanzas de progreso material para todos. Sin embargo, tras décadas de prédicas y prácticas, los resultados no solo que han sido decepcionantes, sino que han producido efectos negativos por doquier, todo lo contrario a la felicidad prometida: miseria y subdesarrollo masivos, explotación y opresión sin nombre. La crisis de la deuda, la hambruna (saheliana), la creciente pobreza, desnutrición y violencia son apenas los síntomas más patéticos del fracaso de cincuenta años de desarrollo (Escobar, 1996: 21). Sachs expone en su introducción al Diccionario del desarrollo un juicio similar al de Escobar: La idea de desarrollo se levanta como una ruina en el paisaje intelectual. El engaño y la desilusión, los fracasos y los crímenes han sido compañeros permanentes 31


del desarrollo y cuentan una misma historia: no funcionó (Sachs, 1996: 1). A pesar de este evidente fracaso, nos dice Sachs, el desarrollo sigue siendo el discurso oficial, e incluso el discurso de los movimientos de base. De allí que la urgente misión de los escritos posdesarrollistas consista en desmantelar esta estructura mental (1996: 2). Este diagnóstico comete la falacia de colocar el énfasis en los aspectos negativos, y no discute la existencia de otros procesos que podríamos considerar como positivos. Además, nos presenta una generalización exagerada, que nos hace pensar que toda experiencia de desarrollo ha sido un fracaso. Por supuesto que ninguna experiencia está exenta de limitaciones, pero existen procesos más exitosos que otros; no son equiparables, por ejemplo, la experiencia de África subsahariana y la de Asia del Este 2. Pero concedamos a los posdesarrollistas que, aun cuando hiciéramos un balance de pros y contras, y aun cuando incluyéramos casos relativamente exitosos, el resultado final sería negativo. En efecto, en términos globales, durante estas cinco décadas de desarrollo no se ha logrado una significativa reducción de la pobreza, y la desigualdad entre ―países ricos‖ y ―países pobres‖ ha aumentado (Bustelo, 1999: 36ss.). Y si añadimos la no poco importante cuestión ambiental, debemos reconocer que la credibilidad del discurso del desarrollo ciertamente se enfrenta a serios problemas. El error central de esta tesis es, sin embargo, de orden lógico: de la constatación del fracaso no debería seguirse la necesidad de abandonar la idea de desarrollo, como pretenden nuestros autores. La condena al desarrollo en razón de su fracaso solo tiene sentido a partir de un criterio moral aceptado de antemano. La crítica posdesarrollista afirma que el desarrollo no ha cumplido sus promesas; pero ¿no implica esto que a las promesas mismas las estamos considerando legítimas? Aparece aquí la importancia de realizar una distinción teórica entre los fines del desarrollo y los medios. La condena al fracaso del desarrollo significa que, implícitamente, deseamos que no hubiera fracasado, es decir, compartimos la bondad de los fines que se propuso; de otro modo esta crítica carecería de sentido. Ahora bien, si reconocemos que compartimos (aunque sea parcialmente) los fines planteados por la idea de desarrollo, la crítica debe dirigirse hacia una discusión respecto de los medios, pero de ninguna manera el fracaso real desacredita los fines. Para los posdesarrollistas, el desarrollo no es una simple ideología; más que un concepto, es una institución (Muñoz, 2005: 141). De acuerdo con Escobar, el discurso del desarrollo deviene en prácticas concretas de pensamiento y acción mediante las cuales se llega a crear realmente el Tercer Mundo (1996: 33). Esta afirmación es muy cierta, y no podría ser de otra manera, pues se trata de un proyecto político, y estas instituciones forman parte de los medios para hacer realidad aquel proyecto. Pero la constatación del fracaso del desarrollo debería llevarnos no al rechazo a priori de toda institucionalidad política que tenga que ver con el desarrollo, sino a poner esas instituciones bajo crítica permanente. Si fracasaron, habría que preguntarse por qué, pero de este fracaso no hay nada que podamos deducir respecto del desarrollo en sí. 32


3 Ahora bien, a la objeción anterior los posdesarrollistas responderían que, aun cuando el desarrollo no hubiese fracasado, es decir, aun cuando hubiese sido (o fuese todavía) posible, el verdadero problema está en que el éxito no es deseable. Uno de los principales motivos para no estar de acuerdo, ahora sí, con los fines del desarrollo es que debe ser desenmascarado como la imposición de un modelo moderno-occidental. El desarrollo, de acuerdo con el posdesarrollismo, presenta como destino universal una visión de la historia que es exclusivamente occidental, privando, de este modo, a los pueblos de culturas diferentes de la oportunidad de definir las formas de su vida social (Esteva, 1996: 56). Desde la perspectiva del desarrollo, nos dice Sachs, los tuaregs, los zapotecos o los rajasthanis no son vistos como si vivieran modos diversos y no comparables de la existencia humana, sino como quienes son carentes en términos de lo que ha sido logrado por los países avanzados. En consecuencia, se decretó alcanzarlos como su tarea histórica. Desde el comienzo, la agenda secreta del desarrollo no era otra cosa que la occidentalización del mundo. (Sachs, 1996: 4, 5) El desarrollo, en definitiva, implica una idealización de las sociedades ―avanzadas‖ de Occidente, las que se muestran a sí mismas como modelo para el resto del mundo. De acuerdo con David Slater, el discurso del desarrollo supone una visión acrítica de Occidente y, al mismo tiempo, una valorización de las sociedades no occidentales en términos de su nivel de occidentalización (en Muñoz, 2005: 143). Para los posdesarrollistas, este modelo occidental idealizado no debería considerarse deseable, sobre todo cuando constatamos la crisis ecológica provocada por los países desarrollados, con lo cual queda refutado el presupuesto de que estas sociedades se encuentran en la cima de la escala evolutiva (Sachs, 1996: 2). El modelo tampoco resulta deseable si recordamos aspectos generales de la forma de vida occidentalmoderna que se muestran poco atractivos; como lo expresa Ivan Illich: las naciones ricas impusieron a las naciones pobres una camisa de fuerza de embotellamientos de tránsito, confinamientos hospitalarios y aulas de clase, y llamaron a esto ―desarrollo‖ (en Peet y Hartwick, 1999: 143)3. Este cuestionamiento al modelo occidental se conecta con la crítica a la modernidad; de hecho, el posdesarrollismo podría considerarse una extensión de ésta. La crítica al desarrollo forma parte del ―desencanto‖ con la ―razón instrumental‖ y las pretensiones universalistas de la modernidad (Muñoz, 2005: 135). De allí que, para Escobar, la ―era de posdesarrollo‖ coincida con el momento posmoderno: el imaginarnos ―después del desarrollo‖, nos dice, conlleva la capacidad de imaginar algo más allá de la modernidad y los regímenes de economía, guerra, colonialidad, explotación de la naturaleza y las personas y el fascismo social que la modernidad ha ocasionado en su encarnación imperial global (Escobar, 2005).

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Ahora bien, para los posdesarrollistas, la imposición del modelo de vida occidentalmoderno tiene efectos mucho más subrepticios que los de un simple engaño ideológico. El discurso del desarrollo ha permitido la construcción de la identidad de Occidente como sociedad ―avanzada‖ en oposición al no-Occidente ―atrasado‖ o ―subdesarrollado‖. De hecho, los conceptos duales desarrollo-subdesarrollo no son sino una versión actualizada de la vieja oposición civilización-barbarie (Muñoz, 2005: 142). De acuerdo con Escobar, el discurso del desarrollo se asemeja al orientalismo descrito por Edward Said, en el sentido de que tanto la categoría de ―Oriente‖ como la de ―subdesarrollo‖ o ―Tercer Mundo‖ suponen una construcción de origen occidental que definen a una región desde el punto de vista de la dominación (Escobar, 1996: 24). Al igual que el estereotipo ―Oriente‖, el de ―países subdesarrollados‖ agrupa un conjunto heterogéneo de sociedades que se convierten, por su papel de alter-ego, en el fundamento de la identidad occidental. Con la creación del discurso del desarrollo, dos mil millones de personas […] dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la realidad de otros: un espejo que los desprecia y los envía al final de la cola… (Esteva, 1996: 53). Para responder a esta tesis, debemos primero depurar los términos. En los autores posdesarrollistas solemos encontrarnos con un tratamiento bastante ligero de conceptos tan difíciles como ―modernidad‖ y ―Occidente‖. En primer lugar, no deberíamos utilizarlos como términos intercambiables, como hace, por ejemplo, Escobar cuando propone estudiar al desarrollo como un capítulo de la antropología de la modernidad, que a su vez termina asimilada a una aproximación etnográfica a Occidente (1996: 34). Empecemos analizando los presupuestos de la tesis posdesarrollista a partir de la teoría de la modernidad4 . Sin duda, una crítica a la idealización de los beneficios del mundo moderno es completamente pertinente; no obstante, tal como la presentan los posdesarrollistas, cae en una visión unilateral sobre la modernidad y un rechazo radical autocontradictorio. Recordemos la refutación de Jürgen Habermas a la clásica crítica a la modernidad elaborada por Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración. Esta obra, nos dice Habermas, al presentar a la racionalidad ilustrada exclusivamente al servicio del poder, nos ofrece una sorprendente simplificación de la modernidad, que ignora sus aspectos emancipatorios (Habermas, 1989: 142). No se trata de adherirse aquí a la defensa de la modernidad que realiza Habermas, pero queremos llamar la atención respecto a que, si entendemos el desarrollo, tal como lo hacen los posdesarrollistas, como sinónimo de modernización, deberíamos considerar no solo la conexión modernidad-razón-poder, sino también aquellos aspectos propios de una visión del mundo racionalizada que quizás asumiríamos como deseables (aunque no sean perfectos en la realidad): una ciencia autónoma, instituciones políticas universalistas y democráticas, y una subjetividad autónoma (Habermas, 1989: 143). Si la crítica radical al desarrollo corresponde con un rechazo radical de la modernidad, deberíamos entonces rechazar radicalmente no solo los aspectos que corresponden con 34


la ―racionalidad instrumental‖, sino también aquellos elementos emancipatorios descritos por Habermas. No obstante, semejante rechazo radical de la modernidad no es posible para el posdesarrollismo, pues, al igual que les ocurrió a los autores de la Dialéctica de la Ilustración, su misma crítica se fundamenta en los presupuestos de una visión moderna del mundo: La razón, en tanto que instrumental, se ha asimilado al poder, renunciando con ello a su fuerza crítica —este es el último desenmascaramiento de una crítica ideológica aplicada ahora a sí misma. Mas ésta se ve en la precisión de describir la autodestrucción de la capacidad crítica en términos asaz paradójicos, porque en el instante en que efectúa tal descripción no tiene más remedio que seguir haciendo uso de la crítica que declara muerta. Denuncia la conversión de la ilustración en totalitaria, con los propios medios de la ilustración. Adorno fue bien consciente de la contradicción realizativa (performativer Widerspruch) que esta crítica totalizada comporta. (Habermas, 1989: 149, 150) 5 Así como la crítica a la Ilustración es en sí misma ilustrada, cualquier crítica al desarrollo solo es posible a partir de una defensa implícita de un desarrollo entendido, al menos parcialmente, como modernización. Y del mismo modo que la crítica radical a la Ilustración resulta autocontradictoria, lo es también la asimilación de la crítica al desarrollo a la crítica de la modernidad. El posdesarrollismo defiende, en el fondo, valores modernos universalistas: su reclamo por la imposición de un modelo ―modernooccidental‖ es, a fin de cuentas, una defensa del derecho a la autonomía (en este caso, colectiva), que presupone los valores (muy democráticos, muy modernos) de pluralismo y tolerancia. A partir de aquí, podemos asegurar que la equiparación de la dicotomía desarrollosubdesarrollo con la de civilización-barbarie no puede hacerse sin solución de continuidad. Sin negar los grandes defectos que posee, y sin afirmar que no convendría utilizar algún otro término con menor carga de valoración identitaria, la idea de sociedades ―desarrolladas‖ y ―subdesarrolladas‖ significó un avance en términos de universalidad, y es, por lo tanto, mucho más ―ilustrada‖ que la idea anterior 6. Recordemos las palabras que Gunnar Myrdal escribía al respecto en la década de los 50: Resulta interesante que en la actualidad todos nosotros nos refiramos a esta mayoría de países muy pobres como los ―países subdesarrollados‖. Este término dinámico, que ha alcanzado su actual preponderancia a raíz de la segunda Guerra Mundial, indica por sí mismo el gran cambio que se ha operado en la situación política mundial a que he hecho referencia, ya que la expresión que se acostumbraba utilizar hasta fecha reciente era el término estático de ―países atrasados‖.

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[…] La utilización del concepto ―países subdesarrollados‖ implica un juicio de valor: que constituye una meta aceptada de la política pública el que los países así designados deben desarrollarse económicamente. Es en este sentido que los pueblos de los países más pobres utilizan el término y tratan de que los pueblos de los países más ricos lo usen así. Cuando, a su vez, estos últimos aceptan este término y desechan el antiguo de ―países atrasados‖, están aceptando también la significación del término. (Myrdal, 1968: 18) Sin duda, los posdesarrollistas tienen toda la razón al denunciar que los términos desarrollo-subdesarrollo han sido utilizados como fundamentos para la construcción de identidades asimétricas en el plano geopolítico. Es verdad que el término ―subdesarrollado‖ ha estigmatizado a la mayor parte de la población mundial y que ha servido para idealizar a determinadas sociedades como ―avanzadas‖. Sin embargo, estos fenómenos de construcción de identidad deberían estudiarse con más cuidado y no deberíamos asumir de entrada que son la quintaesencia del discurso del desarrollo. Al respecto, conviene examinar el concepto de ―Occidente‖. El primer error que cometen los posdesarrollistas es identificar la ―razón instrumental‖ con el ―modo de vida‖ o la ―cultura‖ occidental. Nuestros autores ignoran el debate creado por los estudios anti-eurocéntricos en torno a la ―excepcionalidad occidental‖. Desde la perspectiva de estas investigaciones, podemos argumentar que muchos siglos antes de la Revolución Industrial del siglo XIX ya existía un mercado mundial movido por la búsqueda de la ganancia y la acumulación de capital, y que el centro de ese mercado no se encontraba en Europa, sino en Asia (Frank, 1998). Dentro de este sistema económico, el desarrollo científico, tecnológico e industrial más avanzado se encontraba también fuera de Occidente, hasta el punto de que, por ejemplo, las innovaciones europeas del siglo XVI son impensables sin la influencia de China y de los árabes, que para entonces se encontraban mucho más ―desarrollados‖ que los europeos (Hobson, 2006). No se trata, por supuesto, de negar toda singularidad a la historia europea, pero las evidencias históricas que cuestionan el tradicional eurocentrismo de las ciencias sociales ponen bajo sospecha el presupuesto de que la ―razón instrumental‖ debe ser equiparada, sin más, con ―razón occidental‖ (si acaso tal cosa existe). Asimismo, podemos argumentar que la ideología del desarrollo es probablemente una construcción occidental y moderna, pero no lo son, en absoluto, muchos fenómenos históricos que podríamos considerar constitutivos de un proceso de desarrollo. Cuando los posdesarrollistas no realizan esta distinción, resultan mucho más eurocéntricos de lo que les gustaría reconocer. Así pues, la afirmación de que el ―desarrollo‖ puede reducirse a una invención exclusivamente occidental no debería darse por sentada. Y aun si tal reducción fuera correcta, utilizar esta afirmación para refutar la validez del discurso del desarrollo es una falacia genética. La ―deconstrucción‖ del discurso del desarrollo, que destaca su elaboración en términos geopolíticos después de la Segunda Guerra Mundial (un origen 36


en el que los posdesarrollistas no se cansan de insistir), resulta valioso para comprender en qué contexto surgió determinado discurso y determinada política. Pero no se sigue de aquí una refutación a ese discurso específico, y mucho menos a toda idea posible de desarrollo. En el fondo, la denuncia de los posdesarrollistas se dirige a los términos desiguales de la identidad Norte-Sur. La crítica al desarrollo como extensión de la crítica a Occidente es, como ya mencionamos antes, un reclamo de identidad autónoma. Pero, ¿no estamos asumiendo este reclamo de manera acrítica? ¿No deberíamos tratar de entender a la identidad como fenómeno antes de dar por sentada la validez de los discursos políticos de identidad? Las oposiciones binarias como civilización-barbarie, Oriente-Occidente, o desarrollosubdesarrollo son propias de un discurso de identidad, que en este caso se aplican a nivel geopolítico. La identidad es un fenómeno psico-social que construye categorías que contrastan al ―nosotros‖ y al ―ellos‖ en términos no meramente cognitivos, sino valorativos y emocionales (Tajfel, 1984: 264). La definición de Henri Tajfel resulta de gran utilidad7, pues nos permite entender que la identidad no es una clasificación sin más. Podemos pertenecer a determinado grupo social de manera neutral, por ejemplo, la pertenencia al grupo de población con miopía probablemente no tendrá mayor relevancia; pero cuando nos definimos, por ejemplo, como ―latinoamericanos‖, la cosa cambia. La diferencia se encuentra precisamente en el componente valorativo y emocional presente en la segunda definición. Esta explicación nos permite comprender por qué la identidad suele funcionar por medio de estereotipos que definen al ―endogrupo‖ en términos de valoración positiva y al ―exogrupo‖ en términos de valoración negativa. En consecuencia, las categorías de identidad, como ―Occidente‖, no deberían utilizarse de manera apresurada como si fueran conceptos adecuados para las ciencias sociales, pues, si no media una depuración analítica, no pueden constituir criterios objetivos de clasificación. Si utilizamos el término ―Occidente‖, por ejemplo, como un simple concepto de orientación geográfica relativa, será neutral; pero si lo utilizamos para clasificar a determinado grupo social al que llamamos ―occidentales‖ y al que atribuimos determinadas características estereotipadas (hacia las cuales sentimos ciertas inclinaciones emocionales y valorativas), nos arriesgamos a quedar atrapados en sus connotaciones extra-cognitivas. El mérito de Orientalismo de Said está, justamente, en haber denunciado que el ―noOccidente‖ constituye un estereotipo, y que se entiende como una construcción histórica que obedece a determinados intereses de dominación. Pero los posdesarrollistas no comprendieron que Said sí dedujo la consecuencia lógica de su análisis: si ―Oriente‖ es un estereotipo, también lo es su par ―Occidente‖. Hacia el final de la introducción a su libro, Said expresa sus deseos de que se elimine totalmente la dicotomía ―Oriente‖ y ―Occidente‖ (Said, 2002: 54). Y en el epílogo a una segunda edición, se encarga de rechazar todas las interpretaciones que se han hecho de Orientalismo (tanto por 37


simpatizantes como por detractores) como un libro anti-occidental, y recuerda que él siempre ha sido radicalmente escéptico respecto a designaciones categóricas, tales como Oriente y Occidente (2002: 435). Said nos advierte que estas interpretaciones y sentimientos anti-occidentales le siguen el juego a la tesis neoconservadora del ―choque de civilizaciones‖, a la que califica de ridícula, dado que las llamadas ―civilizaciones‖ son todas híbridas y heterogéneas: ¿Cómo hablar hoy de una ―civilización occidental‖, salvo en gran medida, como de una ficción ideológica que implique una especie de superioridad de un puñado de valores e ideas, ninguno de los cuales tiene mucho sentido fuera de la historia de conquista, la inmigración, los viajes y la mezcla de pueblos que ha dado a las naciones occidentales su actual identidad mixta? (2002: 455, 456) Los posdesarrollistas han tomado de Said solamente el análisis de categorías de identidad que se entienden en un contexto de dominación. La denuncia de la connotación de superioridad-inferioridad que se encuentra en las categorías de desarrollo y subdesarrollo es correcta, así como es correcta la crítica a la idealización de un (supuesto) modelo de civilización occidental. No obstante, mientras los posdesarrollistas —acertadamente— están siempre prestos a denunciar la homogeneización que supone la categoría ―subdesarrollo‖, no están muy dispuestos a hacer lo mismo con ―Occidente‖. A diferencia de Said, los posdesarrollistas utilizan el término ―Occidente‖ de manera acrítica, con lo cual nos quedamos atrapados en nuestro propio pathos de identidad. Dan por sentada la validez objetiva de este término y solo cambian el juicio de valor, con lo cual pecan de occidentalismo, una vieja reacción ideológica que asume el estereotipo de ―Occidente‖ pero invierte la carga valorativa para presentarlo como un modo de vida de ―racionalismo decadente‖ (Baruma y Margalit, 2005).

4 Nada de lo que hemos dicho hasta aquí invalida a la más perspicaz de las tesis posdesarrollistas: el desarrollo es un discurso de poder. Los autores posdesarrollistas podrían reprocharnos que hasta aquí no hayamos hecho justicia a la sofisticación metodológica de sus trabajos, y pueden acusarnos de no haber comprendido el sentido especial que atribuyen al término ―discurso‖. Siguiendo el ejemplo de Said, los posdesarrollistas se han inspirado en los trabajos de Michel Foucault para estudiar los discursos académicos y políticos como parte de una ―práctica discursiva‖ o de un ―dispositivo‖ de poder, según la jerga foucaultiana. De este modo, el discurso del desarrollo debe comprenderse en el contexto del dominio de los países desarrollados sobre el hoy llamado ―Tercer Mundo‖.

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Este discurso incluye teorías, estrategias y prácticas que definen a los ―pueblos sujeto‖ a través de la construcción de categorías como ―Tercer Mundo‖, ―subdesarrollados‖, ―pobres‖, etc. Esta ―práctica discursiva‖, llamada desarrollo, asegura el control de los sujetos por ella definidos, dado que determina las reglas del juego: quién puede hablar, desde qué puntos de vista, con qué autoridad y según qué calificaciones… (Escobar, 1996: 88). Del análisis del desarrollo como poder se deriva una condena al hecho de que el discurso del desarrollo haya sido impuesto ―desde arriba‖, anulando la voz de los actores encasillados dentro de su situación pasiva de ―beneficiarios‖: Pero no todos los actores distribuidos a lo ancho de esta superficie tenían acceso a la definición de los objetos y al análisis de sus problemas. Estaban en juego algunos principios claros de autoridad, que tenían que ver con el rol de los expertos, con los criterios de conocimiento y competencia necesarios; con instituciones como Naciones Unidas, que detentaban la autoridad moral, profesional y legal para nominar objetos y definir estrategias, y con los organismos financieros internacionales que ostentaban los símbolos del capital y del poder. Esos principios de autoridad también concernían a los gobiernos de los países pobres con la autoridad política legal sobre la vida de sus súbditos; y, finalmente, la posición de liderazgo de los países ricos que poseían el poder, el conocimiento y la experiencia para decidir lo que debía hacerse. (Escobar, 1996: 89) Finalmente, desde la perspectiva postestructuralista, nos dice Escobar, el asunto no consiste en proveer una representación más precisa de ―lo real‖, pues este realismo epistemológico es parte del problema (parte de una creencia eurocéntrica en una verdad lógica como el único árbitro válido del conocimiento); la tarea consiste más bien en resaltar la naturaleza y los efectos del discurso del desarrollo en general, teniendo en cuenta que la escogencia de una epistemología y de un marco teórico siempre es un proceso político con consecuencias para el mundo real (Escobar, 2005). La perspectiva postestructuralista tiene el mérito de volcar nuestra mirada hacia las prácticas del desarrollo, más allá de las meras elaboraciones teóricas; más aún, nos llama la atención sobre la íntima vinculación entre prácticas y saberes en un complejo institucional de saber/poder. No obstante, no deberíamos apresurarnos a reducir todo conocimiento académico sobre el desarrollo a una ―práctica discursiva‖. Mucho más racional sería afirmar que, si la construcción de conocimiento en ciencias sociales tiende a formar parte de una práctica de poder, conviene una constante autocrítica de este conocimiento, en lugar de una radical ―deconstrucción‖, pues ésta anula no solo la posibilidad de las ciencias sociales, sino que se anula también a sí misma. El método postestructuralista, lo quieran reconocer o no, implica una pretensión de conocimiento objetivo, pues aspira, en la práctica, a superar la parcialidad no reconocida de las ciencias humanas, con el fin de lograr una auténtica objetividad del 39


conocimiento (Habermas, 1988: 330). Negar esta pretensión y adoptar un relativismo militante, como hace Escobar, no es más que otra contradicción realizativa. Surge, así, la aporía básica de la teoría foucaultiana del poder: si el sentido de todo ―discurso‖ se encuentra en las relaciones de poder, este presupuesto debería aplicarse también al ―discurso‖ del examen genealógico, con lo cual se anula la pretensión de objetividad: El sentido de las pretensiones de validez estriba, pues, en los efectos de poder que tienen. Mas, por otra parte, este supuesto fundamental de la teoría del poder es autorreferencial; si es cierto, no puede menos de destruir también la base de validez de las investigaciones que inspira; pero si la pretensión de verdad que el propio Foucault vincula a su genealogía del saber, fuera efectivamente ilusoria y se agotara en los efectos que su obra es capaz de provocar en el círculo de quienes le siguen, entonces toda la empresa de desenmascaramiento crítico de las ciencias humanas habría perdido su aguijón e interés. (Habermas, 1989: 334) Una posible solución a esta aporía sería apelar al ―contra-discurso‖, a las formas de saber ―sojuzgadas‖. Justamente, esta es la estrategia de Escobar, cuando busca su ―era de posdesarrollo‖ en las formas de resistencia de los grupos de base a las intervenciones dominantes (Escobar, 1996: 417). Sin embargo, continuando con la crítica de Habermas a la teoría foucaultiana del poder, dado que los presupuestos de esta teoría obligan a entender a todo saber en el horizonte del poder, la apelación a las formas de saber ―sojuzgadas‖ no logra superar la contradicción original. Pues éstas son parte del juego de poder, de modo que no cuentan ni más ni menos que las de los discursos que ostentan el poder —tampoco ellas son otra cosa que los efectos de poder que provocan (Habermas; 1989: 336). Si esto es así, tendríamos que preguntarnos entonces, ¿por qué nuestro ―discurso‖ debería apoyar a un bando y no al otro? Dentro de la teoría foucaultiana del poder no hay manera de dar una respuesta a esta cuestión moral (Habermas, 1989: 339). Esta teoría se fundamenta en la concepción nietzscheana de la voluntad de poder (Foucault, 1997), que, bien entendida, implica una anulación de toda posibilidad de justificación moral para la política. Pero los posdesarrollistas, al mismo tiempo que adoptan una teoría radical del poder (en la que, en realidad, no existe nada que escape al ―no-lugar‖ del poder [Foucault, 1997: 37]), son incapaces de renunciar a su compromiso políticomoral8. Por lo tanto, como veremos, tampoco son capaces de renunciar al desarrollo, a pesar de todas sus declaraciones en sentido contrario. En realidad, la denuncia del desarrollo como discurso de poder apunta a recuperar la autonomía política de los actores definidos como ―beneficiarios‖ del desarrollo. Este compromiso, así como el interés general por rescatar lo diverso y lo heterogéneo (Muñoz, 2005: 139), pueden considerarse perfectamente válidos. Sin embargo, las críticas que podemos hacer al desarrollo impuesto ―desde arriba‖ tienen que ver con la cuestión de la legitimidad de los contenidos del desarrollo, no refuta a todo desarrollo 40


posible. El reclamo consiste en una exhortación a que los ―beneficiados‖ no sea n considerados pasivos, sino como actores. ¿Actores de qué? Pues, de su propio desarrollo (¿de qué más?).9 La falta de conciencia respecto de estas contradicciones, junto con la obsesión por abandonar cualquier idea de desarrollo, coloca a los posdesarrollistas en situaciones incómodas al momento de plantear alternativas prácticas. La mayoría de ellos se destaca más por la crítica que por las propuestas, y cuando llega el momento de hablar de ellas, suele reinar la vaguedad y la generalidad. Por supuesto, sería injusto achacar la falta de precisión a las propuestas de los posdesarrollistas, pues, desde su punto de vista, no es posible plantear, a partir del discurso académico, grandes alternativas que puedan aplicarse a todos los lugares y todas las situaciones (Escobar, 1996: 416). Lo que solemos encontrarnos, principalmente, es con un ―llamado‖ a prestar atención a prácticas alternativas en lugares concretos (Escobar, 1996: 417), o a nuevos ámbitos de comunidad, abiertos creativamente por hombres y mujeres ordinarios (Esteva, 1996: 73). Suele incluirse también la re-valoración de las culturas vernáculas, la necesidad de depender menos de los conocimientos de expertos y más de los intentos de la gente común de construir mundos más humanos, así como cultural y ecológicamente sostenibles (Escobar, 2005). Como dijimos, esta propuesta se relaciona con la cuestión de los contenidos y los orígenes de las ideas y prácticas de desarrollo; ¿por qué, entonces, empecinarse en calificarla como alternativa de ―posdesarrollo‖? No existe mayor diferencia —excepto de tipo retórico— entre las propuestas de los posdesarrollistas y las del llamado ―desarrollo desde abajo‖; y, sin embargo, Esteva insiste en rechazar a estas últimas de plano: Cuando Nyerere propuso que el desarrollo fuera movilización política de un pueblo para alcanzar sus propios objetivos, consciente como estaba de la locura de seguir las metas que otros habían establecido; cuando Rodolfo Stavenhagen propone actualmente el etnodesarrollo o el desarrollo con autoconfianza, consciente de que debe ‗mirarse hacia adentro‘ y ‗buscar en la propia cultura‘, en vez de seguir adoptando puntos de vista prestados y ajenos; cuando Jimoh Omo-Fadaka plantea el desarrollo de abajo hacia arriba, consciente de que ninguna de las estrategias basadas en el diseño de arriba hacia abajo ha logrado alcanzar sus objetivos explícitos […]; cuando ellos y muchos otros califican el desarrollo y emplean la palabra con advertencias y restricciones, como si se estuvieran refiriendo a un campo minado, no parecen estar al tanto de la contraproductividad de sus empeños. El campo minado explotó ya. (Esteva, 1996: 53, 54) Compárense las propuestas de los autores citados por Esteva y el siguiente texto de Escobar:

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Para las organizaciones etnoculturales, el desarrollo debe guiarse por principios derivados de los derechos y aspiraciones de las comunidades locales y debe apoyar la afirmación de sus culturas y la protección de los ambientes naturales. Estos principios incluyen nociones de compensación, equidad, autonomía, auto-determinación, afirmación de la identidad y sustentabilidad… (Escobar, 1998: 72)10. Ambas son indistinguibles. (Nótese, de paso, que Escobar no puede evitar seguir utilizando en su descripción el término ―desarrollo‖.) En el ejemplo del proceso de comunidades negras del Pacífico Sur colombiano, al que Escobar considera un caso ejemplar de ―posdesarrollo‖, podemos encontrar la siguiente combinación: Por una parte, resaltan en este movimiento los valores de autonomía identitaria y política: 1) derecho a ser negros; 2) derecho al territorio; 3) autonomía política, social y económica; 4) derecho a construir una perspectiva autónoma del futuro, particularmente una visión autónoma del desarrollo basado en la cultura negra (Escobar, 1998: 65, 66)11 (nótese, de nuevo, la necesidad de acudir a nuestro incómodo vocablo). Por otra parte, este movimiento —como no podía ser de otra manera— también aspira a la satisfacción de ciertas necesidades más cercanas a las definiciones ―dominantes‖ de desarrollo, aunque vistas ahora ―desde abajo‖ y en combinación con el proyecto político local: Los activistas del PCN de ninguna manera rechazan objetivos tales como la salud, la educación, las comunicaciones, productividad económica en general, y una participación justa en los recursos públicos. Estos objetivos, no obstante, son vistos desde la perspectiva de la necesidad de defender los territorios tradicionales y tener el control sobre ellos, el derecho de las comunidades a determinar sus procesos de planificación, y el objetivo general de la diferencia cultural y social. (Escobar, 1998: 73)12 En términos sencillos, y retórica aparte, la propuesta de Escobar no es más que un desarrollo local definido y puesto en marcha ―desde abajo‖, que no asume al desarrollo en términos exclusivamente económicos (aunque también es económico) y que exige el respeto a la cultura y al medio ambiente. Y sus fundamentos axiológicos son la valoración de la autonomía colectiva en términos identitarios y políticos (derecho a la agencia), y de la solidaridad intergeneracional (sustentabilidad) 13 , pero también de la satisfacción de necesidades materiales para todos sus miembros (justicia social). Esta propuesta puede sin problemas presentarse como un concepto —―alternativo‖, si se quiere— de desarrollo; en consecuencia, sus virtudes y defectos deberían discutirse dentro de la problemática del desarrollo, y no deberíamos tratar de inferir su validez a partir de una supuesta situación de ―ruptura‖ posdesarrollista.

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5 Como mencionamos al inicio, uno de los méritos del posdesarrollismo ha sido poner sobre la mesa una cuestión fundamental: ¿qué es el desarrollo? En efecto, el entusiasmo original por el desarrollo estuvo, la mayoría de veces, acompañado de una falta de claridad respecto del significado del concepto. Tal descuido no es de extrañar, pues la idea de desarrollo, como han señalado con insistencia los posdesarrollistas, tiene un origen político, y rara vez los términos de los discursos políticos son elaborados de manera consciente y definidos con exactitud. Si el descuido es normal (aunque no por eso justificable) en el discurso político, es inaceptable en las teorías del desarrollo. En honor a la rigurosidad, la primera tarea de estas teorías debía ser la definición de su concepto central; sin embargo, las teorías del desarrollo que surgieron desde la década del 50 no dieron a este trabajo de conceptualización su debida importancia. La tarea que se plantearon fue explicar el desarrollo y el subdesarrollo, y así proveer fundamentos para las intervenciones técnicopolíticas; no era su tema central entrar en detalles sobre los contenidos e implicaciones del concepto. La pregunta sobre el significado del término solo ha pasado a primer plano en las últimas décadas, y esto, como hemos dicho, debemos agradecerlo en parte a las críticas radicales al desarrollo. Desafortunadamente, los críticos tampoco se han caracterizado por realizar un verdadero esfuerzo para definir el término objeto de sus ataques. Sachs califica al desarrollo como ―concepto amebiano‖: Sus contornos son tan borrosos que no denotan nada, mientras se defiende por todos lados porque connota la mejor de las intenciones (1996: 5). Y tiene toda la razón (si bien esta particularidad la poseen muchos términos de origen político, no solo el desarrollo). Pero los críticos deberían empezar por enmendar este error, antes de lanzarse a un cuestionamiento radical. Si los límites del desarrollo son tan borrosos, ¿cómo sabemos qué es lo que se está criticando? Por esta razón, la crítica posdesarrollista resulta a menudo tan ―amebiana‖ como el concepto que pretende rebatir. Esta falencia conceptual explica por qué a los posdesarrollistas les ha costado tanto ofrecer una alternativa al desarrollo. Cuando Sachs afirma que la intención de los autores del Diccionario es quitar del camino este autodestructivo discurso del desarrollo (1996: 6), no cae en la cuenta de que se queda sin camino. La crítica radical no nos ofrece realmente nada a cambio. El mismo término ―posdesarrollo‖, al colocar el énfasis en lo ―pos‖, evidencia un deseo de superación que en realidad no tiene nada nuevo que ofrecer y, por lo tanto, corre el riesgo de resultar inmovilizante. En este sentido, el remedio posdesarrollista ha sido peor que la enfermedad desarrollista. Escobar nos aclara esta cuestión cuando explica que, desde la perspectiva de la crítica del ―discurso‖ del desarrollo, no interesan tanto los elementos que componen el discurso como las relaciones que establecen las prácticas discursivas. Escobar reconoce que el discurso del desarrollo ha experimentado cambios importantes en su contenido, pero 43


todos ellos han sido construidos a partir de las mismas instancias de autoridad (Escobar, 1996: 91). Se trata de la crítica al desarrollo ―desde arriba‖, que ya examinamos. La postura de Escobar, si bien no carece de interés, sale al paso de la pregunta propiamente conceptual sobre el desarrollo. Si no interesan los contenidos del discurso, sino de dónde y cómo se emiten, renunciamos a una discusión racional sobre el concepto de desarrollo, y nos estancamos en falacias genéticas y argumentos ad hóminem. Además, Escobar no deja de dirigir buena parte de su crítica a ciertos contenidos del discurso del desarrollo. Por más que se trate de un análisis de las relaciones institucionales del desarrollo, la crítica de Escobar se dirige también a determinado concepto de desarrollo. En la práctica, Escobar entiende a la idea de desarrollo como sinónimo de ―modernización = occidentalización‖ (¡sic!), cuyos principales medios son la industrialización y la urbanización (Escobar, 1996: 19, 20). Finalmente, para Escobar, el significado del concepto de desarrollo se reduce a progreso material, por lo cual muchas veces sus críticas adoptan la forma de un rechazo al economicismo. Definiciones de este tipo no nos ayudan mucho, pues, aparte de su debilidad conceptual, apuntan a determinados contenidos del desarrollo, y en estos casos siempre será imposible realizar una crítica a toda idea de desarrollo (como quieren los posdesarrollistas), pues siempre existirá la manera de plantear otros contenidos, diferentes de aquellos que cuestionamos. La cuestión de fondo sigue siendo, pues, ¿qué es el desarrollo? Si realmente queremos examinar al desarrollo mismo, o sea, a cualquier desarrollo, necesitamos un concepto formal. Por supuesto, este será un análisis limitado; para realizar propuestas teóricas y prácticas no es posible quedarse con un concepto formal; no obstante, esta propuesta de análisis es un punto de partida importante para evitar las confusiones y las contradicciones en que nos hemos visto enfrascados. Una posible primera aproximación al concepto formal podemos encontrarla en el artículo de Cornelius Castoriadis, ―Reflexiones sobre el «desarrollo» y la «racionalidad»‖: ¿Qué es el desarrollo? Un organismo se desarrolla cuando progresa hacia su madurez biológica. Desarrollamos una idea cuando explicitamos todo lo posible lo que creemos que esa idea «contiene» implícitamente. En una palabra: el desarrollo es el proceso de la realización de lo virtual, del paso de la dynamis a la energeia, de la potentia al actus. […] En este sentido, el desarrollo implica la definición de una «madurez», y luego el de una norma natural: el desarrollo no es más que otro nombre de la fisis aristotélica, pues, en efecto, la naturaleza contiene sus propias normas como fines hacia los cuales los seres se desarrollan y que alcanzan efectivamente. «La naturaleza es fin (telos)», dice Aristóteles. El desarrollo se define por el hecho de esperar este fin como norma natural del ser considerado. (1979: 191) 44


La definición que ofrece Esteva es muy similar: En el lenguaje ordinario, el desarrollo describe un proceso a través del cual se liberan las potencialidades de un objeto u organismo, hasta que alcanza su forma natural, completa, hecha y derecha. De aquí se deriva el uso metafórico del término para explicar el crecimiento natural de plantas y animales. (1996: 54) Y, más adelante, este mismo autor afirma: La palabra [desarrollo] implica siempre un cambio favorable, un paso de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior, de lo peor a lo mejor. La palabra indica que uno lo está haciendo bien, porque avanza en el sentido de una ley necesaria, ineluctable y universal hacia una meta deseable. (1996: 57) En efecto, el término desarrollo, sin importar su contenido y su contexto, siempre implica ―realización de potencialidades‖, así como ―un cambio favorable hacia una meta deseable‖. Pero, para los dos autores citados, no es posible hablar de desarrollo sin una connotación teleológica, sin un sentido de movimiento necesario, natural, hacia un fin previamente determinado. Y, por supuesto, el desarrollo entendido de esta manera se vuelve muy cuestionable cuando lo aplicamos al contexto que aquí nos interesa: el movimiento histórico; pues no existe ningún fundamento para establecer fines predeterminados para las historias de las múltiples colectividades humanas. Sin embargo, es posible adoptar un concepto formal de desarrollo sin connotaciones teleológicas. El requisito está en diferenciar este sentido ―naturalista‖ de un sentido ―moral‖ (valorativo). Si los fines deseables a los que apunta el desarrollo se refieren al primer ámbito, nos topamos inevitablemente con una muy cuestionable ―metafísica de la historia‖, en la que pretendemos ser capaces de predecir hacia dónde se dirigen de manera forzosa las colectividades humanas (de modo que, si no lo hacen, su comportamiento será ―desviado‖). Pero si los fines se definen dentro del segundo ámbito, el concepto se vuelve perfectamente aceptable para aplicarlo dentro de un contexto social e histórico. El desarrollo, pues, para que sea un concepto racionalizado y no metafísico, no debe entenderse en términos ontológicos, sino valorativos. Desde este punto de vista, concebimos que un fin es deseable, pero no forzoso; es decir, la realización del fin no es un hecho necesario, sino exclusivamente un deber ser; no un devenir natural, sino un imperativo. Así pues, el desarrollo puede definirse como un proceso de realización de potencialidades orientadas a determinado ideal moral. Cuál es el contenido de este ideal es algo que puede variar, así como variarán también los posibles medios para acercarse al fin. En este sentido, pueden considerarse al desarrollo y al progreso como sinónimos. Cuando el progreso se entiende desde los presupuestos de una metafísica de la historia, 45


consiste en la creencia de que, para las sociedades humanas, el presente y el futuro serán (necesariamente) mejores que el pasado. Pero si se lo entiende como un ideal moral, lo que se dice es que el presente y el futuro deben ser mejores que el pasado. No nos engañemos: si creemos que la historia puede y debe mejorar, entonces creemos en el desarrollo, independientemente del contenido que demos al término ―mejorar‖ e independientemente de si utilicemos o no la palabra ―desarrollo‖. Así pues, si hemos decidido discutir propuestas políticas, la verdadera alternativa al desarrollo no es ningún posdesarrollo indeterminado, sino el pesimismo respecto de la historia, en otras palabras: la creencia en que el cambio social no puede llevar a mejoras, y que, por lo tanto, o debemos regresar a algún pasado que fue mejor o debemos dejar las cosas como están. El concepto formal de desarrollo que proponemos tiene dos consecuencias importantes. La primera es que este término no debería ser identificado con ningún contenido específico de manera obligatoria, lo cual implica que podemos mantener ante el desarrollo una postura abierta y de crítica permanente. Además, es perfectamente factible que distintas sociedades definan su desarrollo en sus propios términos, ya sea en lo que respecta a los medios o en lo que respecta a fines; pero, de igual modo es perfectamente aceptable que una sociedad utilice las experiencias de otra para decidir qué se debe hacer y qué no se debe hacer.14 La segunda consecuencia es que, puesto que los fines del desarrollo son siempre un ideal, nunca existirán situaciones perfectas en la realidad15. Todo proceso de desarrollo será imperfecto, siempre existirán pros y contras de cualquier política que implementemos, y con nuevas soluciones vendrán nuevos problemas. Nuestro concepto rechaza de entrada cualquier posibilidad de utopismo ingenuo. En sentido estricto, no deberíamos hablar de países ―desarrollados‖, pues semejante término nos hace pensar que tales países ya llegaron a todas las metas deseables, lo cual es imposible. Nuestro concepto concuerda, entonces, con las críticas de los posdesarrollistas a la idealización de estas sociedades. Y la imposibilidad de idealizarlas también bloquea la utilización del concepto de desarrollo como fuente de identidad, pues toda sociedad tendrá sus virtudes y sus defectos relativos, y todas ellas tendrán que buscar su progreso indefinidamente. En consecuencia, no debe hablarse de países ―desarrollados‖ y ―subdesarrollados‖; en realidad, todos están siempre ―en desarrollo‖.

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Notas 1

Para una visión general de la perspectiva posdesarrollista ver Muñoz (2005). Muñoz, sin embargo, se concentra en una exposición (a favor) de esta corriente y no discute sus limitaciones. Un panorama general que incluye un resumen de las principales críticas puede encontrarse en el capítulo 5 de Peet y Hartwick (1999). Escobar (2000 y 2005) también ha presentado una síntesis del posdesarrollismo y ha respondido a las críticas. 2

Gustavo Esteva se libra al paso del contraejemplo de la experiencia asiática diciendo que se trata de fuegos de artificio (Esteva, 1996: 64). Un mejor balance de los éxitos y fracasos del desarrollo, con las debidas diferenciaciones regionales, puede encontrarse en Bustelo (1999: cap. 2). 3

La traducción es nuestra.

4

Entendemos a la modernidad en términos de diferenciación social. Esta es una concepción clásica de la teoría sociológica, con orígenes en Spencer, Durkheim y, sobre todo, en Weber, pero más explícitamente elaborada por el funcionalismo y la teoría de sistemas. Esta perspectiva también ha sido adoptada por Habermas (1989: cap. 1). La ―modernización‖, entendida en términos abstractos, no debería utilizarse como sinónimo de ―occidentalización‖. 5

Para el concepto de contradicción realizativa, en el que se fundamenta la crítica de Habermas, y la nuestra, ver Apel (1991). 6

El mismo Escobar reconoce, al menos en parte, la diferencia: Debería señalarse, sin embargo, que el término ―subdesarrollado‖, ligado desde cierta óptica a la igualdad y a los prospectos de liberación a través del desarrollo, puede tomarse en parte como respuesta a las concepciones abiertamente más racistas del ―primitivo‖ y el ―salvaje‖. En muchos contextos, sin embargo, el nuevo término no pudo corregir las connotaciones negativas implícitas en los calificativos anteriores (Escobar, 1996: 26, n. 3).

7

Entenderemos por identidad social aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento de pertenencia a un grupo (o grupos) social junto con el significado valorativo y emocional asociado a dicha pertenencia (Tajfel, 1984: 292). 8

En América latina existe una insistencia parecida respecto de que las propuestas del posmodernismo, para ser fructíferas en el continente, deberán evidenciar su compromiso con la justicia y la construcción de órdenes sociales alternativos (Escobar, 1996: 44). Por cierto, es curioso que el ―compromiso con la justicia‖ de los posdesarrollistas incluya una defensa de las identidades en contra de la ―imposición occidental‖. Decimos ―curioso‖, puesto que, desde la perspectiva nietzscheana-foucaultina del poder, las identidades no pueden ser sino ―máscaras‖, detrás de las cuales no hay nada ―esencial‖ (Foucault, 1997: 63 ss.). 9

Si de recuperar la ―agencia‖ se trata, en lugar de las críticas postestructuralistas, más consecuente sería una redefinición del desarrollo en términos de agencia. Este es justamente el aporte del concepto de ―desarrollo como libertad‖ elaborado por Amartya Sen (2000). 10

La traducción es nuestra.

11

Ibíd.

12

Ibíd.

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13

O, en lugar de la sustentabilidad, podría valorarse la conservación de la naturaleza como un fin en sí mismo. Esta postura sería mucho más novedosa, pero no hay razón para considerarla inevitablemente incompatible con cualquier concepto de desarrollo. 14

Ahora, qué entendemos por ―sociedad‖ (¿un Estado?, ¿una comunidad local?, ¿la sociedad mundial?) y cómo ésta puede definir un desarrollo válido para todos sus miembros ya es otro asunto. ―Sociedad‖ es otro de los tantos términos que solemos utilizar de manera peligrosamente acrítica. Este es un tema de inmensa importancia, pero rebasa los alcances de este artículo. 15

Para Kant, en quien nos estamos inspirando en buena parte, un comportamiento que siempre vaya acorde al ideal moral es imposible para los seres finitos, de allí que para nosotros la moral no sea una necesidad sino un imperativo. Sin embargo, el ideal nos sirve como prototipo, como una situación a la que nunca vamos a llegar, pero hacia la cual intentamos aproximarnos constantemente. Esto permite que el progreso moral (en nuestro caso, el desarrollo de una sociedad) sea una actividad sin término (Kant, 1961: 39).

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BIBLIOGRAFÍA Apel, K. (2001). Teoría de la verdad y ética del discurso. Barcelona: Paidós Baruma, I. y Margalit, A. (2005). Occidentalismo: breve historia del sentimiento antioccidental. Barcelona: Península Bustelo, P. (1999). Teorías contemporáneas del desarrollo económico. Madrid: Síntesis Castoriadis, C. (1979). Reflexiones sobre el ―desarrollo‖ y la ―racionalidad‖. En VVAA, El mito del desarrollo. Barcelona: Kairós. Escobar, A. (1996). La invención del Tercer Mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo. Bogotá: Norma Escobar, A. (1998). Whose Knowledge, Whose Nature? Biodiversity, Conservation, and the Political Ecology of Social Movements. En Journal of Political Ecology 5 (1). Tucson: University of Arizona. Disponible en: http://www.unc.edu/~aescobar/html/texts.htm Escobar, A. (2000). Beyond the Search for a Paradigm? Post-Development and Beyond. En Development 43 (4). Roma: Society for International Development. Disponible en: http://www.unc.edu/~aescobar/html/texts.htm Escobar, A. (2005). El ―postdesarrollo‖ como concepto y práctica social. En D. Mato (coord.), Políticas de economía, ambiente y sociedad en tiempos de globalización. Caracas: Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela. Disponible en: http://www.unc.edu/~aescobar/html/texts.htm Esteva, G. (1996). Desarrollo. En W. Sachs (ed.), Diccionario del desarrollo: una guía del conocimiento como poder. Lima: PRATEC Foucault, M. (1997). Nietzsche, la genealogía, la historia. Valencia: Pre-Textos Frank, A. G. (1998). ReOrient: Global Economy in the Asian Age. University of California Press Habermas, J. (1989). El discurso filosófico de la modernidad. Buenos Aires: Taurus Hobson, J. (2006). Los orígenes orientales de la civilización de Occidente. Barcelona: Crítica Kant, I. (1961). Crítica de la razón práctica. Buenos Aires: Losada Muñoz, P. (2005). Una lectura deconstructiva de la categoría de desarrollo. En Cuadernos Sociológicos 3. Quito: PUCE, Escuela de Sociología y Ciencias Políticas Myrdal, G. (1968). Teoría económica y regiones subdesarrolladas. México: Fondo de Cultura Económica 49


Peet, R. y Hartwick, E. (1999). Theories of Development. New York: The Guilford Press Sachs, W. (1996) Introducción. En Diccionario del desarrollo: una guía del conocimiento como poder. Lima: PRATEC Said, E. W. (2002). Orientalismo. Barcelona: Random House Mondadori Sen, Amartya. (2000). Desarrollo y libertad. Bogotá: Planeta Tajfel, H. (1984). Grupos humanos y categorías sociales. Barcelona: Herder

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El desarrollo, sus prácticas y discursos: a propósito del “Fausto desarrollista” y el “espíritu del progreso”30

Fernando Guerrero C 31.

RESUMEN

A propósito del Programa de desarrollo Local Sustentable (iniciativa de desarrollo rural ejecutada en el Ecuador entre 2001 y 2007) el artículo analiza algunas prácticas del desarrollo como la delimitación de las zonas de intervención, la fase de jerarquización de los problemas y selección de los ―beneficiarios‖. En tales procesos surgen, no sólo intereses específicos, sino también discursos sobre el desarrollo que finalmente se imponen como resultado de la interacción de los diferentes actores sociales. Tomando como referencia las ideas de ―progreso‖, ―cultura‖ y ―desarrollo‖ se analiza los conflictos que se han presentado en años recientes en el ámbito de la Antropología del Desarrollo y la Antropología para el Desarrollo. En este punto se retoman las críticas del Arturo Escobar al concepto de desarrollo y se señala el aparente callejón sin salida de este debate. Palabras clave: desarrollo, discursos del desarrollo, prácticas sociales y proyectos de desarrollo local. Introducción El concepto de ―desarrollo‖ (sus sentidos y capacidad para inducir transformaciones) sigue despertando polémica tanto en el medio académico como en los ámbitos de las políticas sociales y las metodologías de intervención, independientemente de que éstas sean gestadas y ejecutadas por entidades gubernamentales, no gubernamentales e, incluso, internacionales. Para ciertos sectores, sobre todo los relacionados con las esferas gubernamentales dedicados a la ejecución de obras y proyectos de lucha contra la pobreza, el término ―desarrollo‖ tiene connotaciones ambiguas, que en gran medida son equiparables al concepto de ―progreso‖ y ―modernización‖. Por supuesto, no faltan quienes equiparan desarrollo con ―avance civilizatorio‖ en una versión ―populista‖ de los cambios sociales. Para otros analistas, especialmente ciertas corrientes antropológicas y sociológicas que reivindican la etnometodología, el ―desarrollo‖ es el resultado de una construcción 30

Ponencia presentada en el IV Encuentro de la Sección de Estudios Ecuatorianos de LASA, Quito, Flacso, del 17 al 19 de julio de 2008. 31 Docente de la Escuela de Sociología y Ciencias Políticas de la PUCE

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social e histórica, y por lo tanto, es un concepto dinámico, polisémico y además polémico (P. Colmegna y M. Cecilia Matarazzo, 2001). La apelación constante a los discursos del desarrollo también ha puesto al descubierto un debate que hasta hace poco se mantenía oculto por la urgencia y los imperativos de ayuda y solidaridad social con los sectores más vulnerables de nuestras sociedades. Dicha polémica tiene dimensiones no sólo conceptuales, sino también éticas en la medida en que se comienza a preguntar ¿desarrollo: para quienes? o ¿para qué? A estas preguntas se añaden otras, como por ejemplo ¿desde dónde se piensa el desarrollo? y las condiciones y posibilidades reales de transformar relaciones de poder preexistentes. Tan contundente ha sido la crítica al concepto de ―desarrollo‖ que durante las últimas décadas, sobre todo a partir de los 90, los antropólogos se han alineado en torno a dos tendencias: la antropología para el desarrollo y la antropología del desarrollo 32. La primera comprometida políticamente con los sectores más vulnerables de la sociedad y decidida a introducir cambios en los procesos de intervención desde los proyectos y las prácticas mismas del desarrollo y la segunda orientada a ―deconstruir‖ el discurso del desarrollo, desde una perspectiva post-estructuralista (A. Escobar) 33. El objetivo del presente trabajo es resaltar los aspectos principales del debate en relación al desarrollo, poniendo énfasis en América Latina y las políticas relativas al desarrollo rural (en el caso de Ecuador). Por otra parte, interesa señalar algunos vacíos del enfoque crítico al desarrollo que si bien ha realizado análisis y aportes valiosos acerca de la ―historia‖ y el uso (ideológico) del concepto en A. Latina, sin embargo no plantea salidas o alternativas a las propuestas clásicas del desarrollo.

El contexto del debate sobre el desarrollo Existe consenso entre los analistas en situar los antecedentes del debate sobre el desarrollo en los años posteriores a la segunda guerra mundial, precisamente, en el período 1945 y 1970. En efecto, en este lapso se registró un notable crecimiento económico y había optimismo en torno a las perspectivas futuras (I. Wallerstein, 1996). Se esperaba, por otra parte, que las brechas entre los países industrializados y los países de menor desarrollo o ―subdesarrollados‖ -conforme el término acuñado por esos añosse fueran acortando al tiempo que se propaguen en estos últimos los cambios tecnológicos y los valores propios de la modernidad. Hacia mediados de los años setenta y después de haber ensayado varios modelos de desarrollo, entre ellos el de sustitución de importaciones, muy pronto los gobiernos y las élites de intelectuales latinoamericanos cayeron en cuenta de que el ansiado desarrollo 32

Una división similar creo que se ha producido en el ámbito de la sociología en donde el concepto de desarrollo se constituyó en el objeto de reflexión por excelencia no sólo de la teoría cepalina, sino también de la teoría de la dependencia y sus derivaciones. 33 www.unesco.org/issj/rics154/escobarspa.html.

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pasó de una mera expectativa a convertirse en una ilusión. Aquella idea de que ―el desarrollo económico trae aparejado el desarrollo social y la redistribución‖ hizo crisis, así como el postulado de que con el crecimiento económico y la expansión de las clases medias, la democracia estaba garantizada. Hacia los años setenta, mientras en los Estados Unidos y en gran parte de los países de la actual Unión Económica Europea se vivían los resultados de la concepción denominada ―fordista‖ 34, América Latina y el resto de los países del llamado Tercer Mundo ingresaban en un espiral de endeudamiento externo gracias a la afluencia de petrodólares en el mercado internacional. Esta coyuntura se vio favorecida por las demandas crecientes de los pueblos latinoamericanos en materia de salud, educación e infraestructura y el crecimiento exagerado de los aparatos estatales en gran parte dirigidos a enfrentar y administrar estos requerimientos. En marcado contraste con lo que se registraba en los países desarrollados, América Latina comenzaba a vivir los desencantos del desarrollo y de las promesas no cumplidas por parte del modelo y las concepciones fordistas. Sólo las élites locales vinculadas al capital trasnacional se vieron favorecidas por el consumo suntuario, el acceso a la salud y la educación. De acuerdo con D. Harvey (1998) si bien el modelo fordista se mantuvo y se prolongó más allá de los años setentas, a raíz de 1973 comenzó a dar signos de transformación y desde este momento se puede hablar de una transición acelerada en el régimen de acumulación. Pero esta es otra historia.

Las similitudes entre el ―Fausto desarrollista‖ y ―el espíritu del progreso‖ latinoamericano En este punto conviene señalar las similitudes entre la excelente interpretación que B. Marshal (1998) hace del ―Fausto‖ de Goethe y el espíritu del progreso encarnado en los discursos y acciones de nuestros gobernantes e, incluso, de los terratenientes en proceso de modernización. Sin necesidad de remontarse a los períodos de consolidación de nuestras repúblicas (s. XVIII) y las ideas de cambio y transformación expresadas por diversos personajes, muy a menudo afrancesados o europeizados, es posible encontrar discursos sobre el espíritu del progreso en diversos contextos históricos. En el caso ecuatoriano, uno de estos momentos tuvo que ver con la modernización del agro. En efecto, en los años cincuenta, incluso mucho antes de que se promulgaran las primeras leyes de reforma agraria, en el agro serrano del Ecuador ya surgió una élite de terratenientes que impulsó una propuesta de cambio agrario a partir de la modernización de sus propiedades. Lo anterior significó la entrega anticipada de tierras a los campesinos indígenas que vivían al interior de las haciendas en condiciones de siervos 34

Los aspectos que se engloban dentro de esta concepción son la producción en masa y como aspectos asociados a ésta el consumo masivo, un nuevo sistema de reproducción de la fuerza de trabajo, una nueva política de control y dirección del trabajo, una nueva estética y una nueva psicología. De acuerdo con David Harvey (1998) el fordismo implicó ―en una palabra: un nuevo tipo de sociedad racionalizada, modernista, populista y democrática‖ (pág. 148).

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o esclavos y la transición de cultivos centrados únicamente en cereales y tubérculos hacia la ganadería de leche35. Este último aspecto tenía, de paso, estrecha relación con la expansión del mercado interno en materia de lácteos y elaborados de carne. De manera similar al período que vive el ―Fausto Desarrollista‖ por aquellos años, los terratenientes serranos vivieron una etapa de cambios rápidos, plagados de proyectos, importación de maquinaria, introducción de nuevas especies de ganado y expansión de sus intereses económicos hacia las finanzas y la industria a diferencia de las etapas anteriores en que estaban únicamente fincados en la producción agropecuaria. Otro de los momentos en donde se revela el ―espíritu del progreso‖ en el caso ecuatoriano tiene que ver con la ―conquista de la región amazónica‖, esas tierras rodeadas de barreras naturales inexpugnables y que sólo las avanzadas de los caucheros habían sido capaces de explorar acicateadas por la ambición del caucho o la balata. Para muchos de nuestros gobernantes, las tierras amazónicas pasaron de zonas míticas a convertirse en zonas productoras de oro negro (petróleo) gracias a la tecnología (comandada por empresas trasnacionales) y la entereza o valor de los colonizadores. Al amparo de esta visión que enfatiza el dominio y la conquista de la naturaleza bajo la acción transformadora del hombre, millones de hectáreas fueron deforestadas, cientos de miles contaminadas por los derrames del petróleo y otros tantos de miles de hectáreas convertidas en eriales gracias a la introducción de la ganadería y cultivos no amigables con los ecosistemas amazónicos. En la actualidad estamos viviendo de manera dramática los últimos momentos de la destructividad de los ecosistemas amazónicos a tal punto que se está planteando dejar los yacimientos petrolíferos en el subsuelo a cambio del apoyo internacional en orden a mantener los ecosistemas (este es el caso de la zona denominada Yasuní). De ahí que la crítica planteada por I. Wallerstein (1996) al capitalismo (crítica al impulso prometeico) también es válida para la actual situación de la amazonía: Hoy se admite que la destructividad del capitalismo histórico ha sido enorme y aumenta rápidamente. Pero también esta crítica ha tenido sus limitaciones, en términos de la recuperabilidad de las quejas. La alienación y la anomia han sido transformadas en una mercancía: la terapia. La ecología está siendo transformada en las mercancías de la limpieza y el reciclaje. En lugar de arrancar las raíces de las causas de la destrucción estamos tratando de remediar el tejido desgarrado (pág. 176).

La cultura como obstáculo para el ―desarrollo‖

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Miguel Murmis denominó a este proceso la ―vía prusiana del desarrollo del capitalismo en el agro serrano‖.

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En el contexto del debate que venimos reseñando, sobre todo en el período 1945-1970, el concepto de cultura aparece estrechamente ligado al de ―desarrollo‖. Para algunos autores, sobre todo los que adhieren a la antropología ―culturalista‖ 36, la dimensión cultural es abordada en el proceso de transición de la pequeña comunidad a la sociedad urbana o moderna. En este sentido, la pequeña comunidad, donde prevalecían las relaciones cara a cara, la sacralización y los valores comunitarios tradicionales se va transformando (gracias al surgimiento de nuevas instituciones) en grupos con relaciones sociales impersonales, con costumbres desacralizadas y valores universalistas. De los estudios de la corriente culturalista de la antropología, los técnicos del desarrollo y los encargados de la formulación de políticas de desarrollo rural dedujeron que una de las claves del desarrollo de las comunidades tradicionales (especialmente las compuestas por campesinos indígenas y mestizos) se reducía al apoyo técnico para emprender procesos de cambio y modernización. A esta parte de la historia del ―desarrollo‖ se refiere precisamente I. Wallerstein (1996) cuando afirma que la ―cultura‖ fue considerada por teóricos e ideólogos liberales como un obstáculo para el desarrollo. En sus palabras ―la cultura representaba lo ´tradicional` concepto que se contraponía al de ´moderno`. Se decía que los pueblos de las zonas periféricas continuaban creyendo en muchos de los llamados valores tradicionales, lo que supuestamente les impedía dedicarse a las prácticas que les permitirían desarrollarse más rápido‖ (1996; 165). En el caso ecuatoriano, a lo largo de los años cincuenta y gran parte de los sesentas las políticas dirigidas al desarrollo del agro y, en general, de las sociedades rurales, tenían un fuerte componente de asistencia técnica. Así, la denominada ―política de desarrollo de la comunidad‖ promovida y financiada por la Agencia Desarrollo de los Estados Unidos, al tiempo que buscaba fortalecer las organizaciones comunitarias, también se orientaba a mejorar las condiciones de vida de la población a través de la provisión de servicios, el mejoramiento del ingreso y de la capacitación. Tanto en la concepción de transferencia de tecnología de la Agencia estadounidense como en las concepciones de los terratenientes (tradicionales y modernos) de ese período subyacía la idea de que la cultura, en este caso las formas de vida campesina y comunal y los saberes locales, se erigían en una especie de obstáculo para el desarrollo. Años más tarde, durante el proceso de contrarreforma agraria de los 90, los empresarios agrícolas esgrimieron la tesis de que las tierras comunales entregadas a los campesinos (durante los sesentas y setentas) y que se mantenían supuestamente ―incultivadas‖, deberían integrarse de manera ―eficiente‖ a la producción agropecuaria. Este argumento estuvo en la base de las demandas de una nueva ley agraria con el propósito ulterior de liberalizar el mercado de tierras y, evidentemente, incorporar las tierras comunales a la

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Ver por ejemplo el trabajo de R. Redfield, ―Yucatán una sociedad en transición‖ y el interesante debate mantenido por este último con Oscar Lewis con respecto a los cambios sociales en la comunidad mexicana de Tepoztlán.

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producción agropecuaria37. Nuevamente, reapareció la idea de que las formas de vida comunitarias (en este caso la persistencia de tierras comunales) como un obstáculo para la liberalización y el desarrollo de la economía del país. Sin embargo, en los años setentas una vez que la economía política y los indicadores económicos mostraban los límites del discurso del desarrollo, se planteó la necesidad de volver a la cultura como fortaleza. En palabras de I. Wallerstein: La ´cultura´ que en el período 1945-1970 se discutía como un ´obstáculo´ que debía ser eliminado lo antes posible reapareció en forma de baluarte de la resistencia a la degeneración, la desintegración y el empeoramiento de la propia situación política y económica, que era consecuencia de la creciente mercantilización de todo. La cultura había dejado de ser el villano para convertirse en el héroe (1996; 166). La relación entre cultura y desarrollo, también ha sido analizada por Arturo Escobar (ver Antropología y Desarrollo), sólo que en este último caso el análisis se enmarca en las complicadas y difíciles relaciones entre los antropólogos y el mundo del desarrollo. En efecto, tanto I. Wallerstein como A. Escobar coinciden en el contexto y las causas de la integración de la dimensión cultural al desarrollo, pero sus conclusiones son diferentes. Así A. Escobar sostiene que la antropología ha contribuido en gran medida a corregir las visiones tecnocéntricas y ecocéntricas del desarrollo. En esto coincide con Michael Cernea, un experto en temas de desarrollo del Banco Mundial. Pero A. Escobar también señala el papel que ha jugado la antropología en la revalorización de la dimensión cultural. Según este último autor: La ´cultura´ que hasta aquel momento (antes de los setentas) había constituido una categoría residual desde el momento en que las sociedades ´tradicionales´ se las consideraba inmersas en el proceso de ´modernización´, se convirtió en inherente problemática, requiriendo un nuevo tipo de profesional capaz de relacionar la cultura con el desarrollo. Esto marcó el despegue de la antropología desarrollista (pág. 4). De acuerdo con la visión anterior, desde los años setentas y de manera creciente se consideró dentro de la perspectiva del desarrollo los factores sociales y culturales. Lo anterior no sólo en las concepciones generales de los modelos de desarrollo, sino en los programas y proyectos concretos. De ahí que, no solo el Banco Mundial, sino las ONG´s y los organismos de cooperación internacional, cada vez que quieren impulsar programas de desarrollo, integran en sus equipos antropólogos que no sólo incluyen la dimensión cultural en los proyectos de desarrollo, sino que recogen información de primera mano con la finalidad de corregir las intervenciones que surgen desde una perspectiva verticalista de ―arriba‖ hacia ―abajo‖ sin considerar a la ―gente‖. Pero, según Escobar, este es el punto de partida de otro debate, precisamente el de la 37

Un proceso similar se vivió en México al liberalizar el mercado de tierras y al ―abrir‖, mediante decreto, las tierras ejidales a los proyectos de empresarios agrícolas.

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diferencia entre los enfoques de la antropología para el desarrollo y la antropología del desarrollo.

La crítica al desarrollo por parte de la corriente post-estructuralista Los estudios sobre el ―desarrollo‖ desde la perspectiva del pos-estructuralismo se nutren de los cuestionamientos realizados, desde los años 70, a la antropología académica (y, más precisamente al quehacer de los antropólogos ligados a los programas y proyectos de desarrollo) y al uso a-crítico del término ―desarrollo‖. En lo que compete al quehacer de la antropología para el desarrollo, existe consenso en que se han realizado valiosos esfuerzos no sólo en la línea de incluir teórica y empíricamente la dimensión cultural en los programas y proyectos de desarrollo, sino también en el ámbito de la investigación en donde constantemente se realizan detalladas etnografías sobre contextos culturales y organizativos, es decir, el entorno en donde tienen lugar las acciones del desarrollo. A estos logros de los antropólogos para el desarrollo se suman los méritos de haber servido como intermediarios entre las comunidades y los formuladotes de políticas y programas; también el hecho de haber dado ―voz‖ a los actores principales de las iniciativas del desarrollo y, por último, haber contribuido a la consolidación de una subdisciplina, la antropología para el desarrollo, y formado, consecuentemente, a varias generaciones de profesionales que colaboran con ONG´s, programas de cooperación internacional e, incluso, entidades gubernamentales. Sin embargo, todo este esfuerzo de la antropología para el desarrollo si bien no ha sido inútil, por lo menos ha sido insuficiente, en la medida en que los profesionales de esta rama (aquí habría que incluir a los economistas y sociólogos que también trabajan para el desarrollo) no se han tomado la molestia de cuestionar las bases mismas del concepto de desarrollo. En otros términos, se ha trabajado mucho en los adjetivos del desarrollo (desarrollo sostenible, desarrollo ecológico, etnodesarrollo, etc.) pero el concepto mismo ha permanecido invariable y, lo que es más llamativo, sin que los investigadores rastreen el origen del término y ni siquiera lo sometan a un escrutinio histórico. Durante los últimos años, desde el ámbito académico, ha surgido un nueva corriente, la antropología del desarrollo, que, en mi opinión, no es contradictoria con la anterior sino más bien complementaria. Aunque sus marcos interpretativos parten del lenguaje y la significación del discurso, el objeto de investigación y el interés por la suerte de sectores sociales subordinados (la mirada al ―otro‖) no ha variado significativamente. Arturo Escobar caracteriza de la siguiente manera el alcance del post-estructuralismo: ―Según (esta corriente) el lenguaje y el discurso no se consideran como un reflejo de la realidad social, sino como constituyentes de la misma, defendiendo que es a través del lenguaje y del discurso que la realidad social inevitablemente se construye‖ (pág. 8). De manera parecida al enfoque de A. Schutz y T. Luckmann (2001) que concibe al 57


mundo de la vida cotidiana y a las tipificaciones de los actores como los fundamentos de la construcción de la realidad social, A. Escobar subraya el papel del lenguaje y el significado en la construcción de la realidad social. A partir de estos supuestos A. Escobar (en la obra citada y también en ―La invención del tercer mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo‖) se propone no sólo discutir y cuestionar el estatus ontológico del término ―desarrollo‖, sino también poner en evidencia el contexto histórico en el que se construye el concepto de desarrollo como ―principio central organizador de la vida social‖. De acuerdo con lo anterior el concepto de desarrollo no ha sido construido de manera azarosa, sino en un campo de relaciones de poder, aspecto que, a la larga, ha determinado, entre otras cosas, que Asia, Africa y América Latina puedan definirse como subdesarrollados. La intención del presente trabajo no es exponer de manera exhaustiva la propuesta de A. Escobar y los post-estructuralistas con respecto al ―desarrollo‖, sin embargo, para efecto de nuestro análisis ulterior conviene resumir las principales propuestas de este enfoque en las siguientes proposiciones: -

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Se parte, entre otras, de la pregunta sobre los mecanismos a partir de los cuales fue construido el Tercer Mundo y se cuestiona los supuestos considerados como válidos en tal proceso de construcción Se trata de situar el análisis del ―desarrollo‖ no sólo en el contexto de las post guerra (de 1945 en adelante) sino en un marco más amplio que toma en cuenta el proceso de desarrollo del capitalismo y la modernización. Se plantea el trazado de un ―mapa‖ del régimen discursivo del desarrollo que implica una visión de las instituciones y el aparato de conocimiento en torno al problema de desarrollo. Lo anterior no está desconectado de un ejercicio de análisis de las formas de poder.

Por último, al ―desfamiliarizar‖ la concepción comúnmente aceptada del desarrollo, se sugieren experiencias de desarrollo alternativas y modos de conocimiento distintos; es decir se termina sugiriendo la idea del ―postdesarrollo‖ entendido como un conjunto de actos de ―resistencia cultural ante los discursos y prácticas impositivas dictadas por el desarrollo y la economía‖ (A. Escobar, Antropología y desarrollo, pág. 12, www.unesco.org/issj/rics154/escobarspa.html). Ahora bien, el enfoque es potente y seductor, sobre todo para los intelectuales y activistas que están detrás de los movimientos sociales (indígenas, ecologistas y, entre otros, las reivindicaciones de las mujeres). Todos estos han encontrado en el análisis del discurso del desarrollo un poderoso instrumento para fundamentar sus luchas en contra de la globalización y el espíritu del desarrollo (paradójicamente destructivo) que representan los interese de las empresas trasnacionales. Sin embargo desde las filas de los antropólogos para el desarrollo han surgido algunas críticas a las visiones estructuralistas. Quizá las más importantes tienen que ver, en primer término, con la falta de compromiso de los académicos e intelectuales que, 58


interesados en defender sus títulos académicos y pontificar desde la cátedra acerca del desarrollo, han perdido de vista las posibilidades reales que tiene, en esta caso la antropología, para transformar la sociedad. En segundo término, otra de las críticas que se ha formulado a los antropólogos del desarrollo ―estriba en cómo dar un sentido práctico a sus críticas teóricas‖. En otras palabras, si bien la antropología del desarrollo esta contribuyendo a las luchas de diferentes grupos sociales, hace falta una especie de programa ―elaborado en profundidad con vistas al desarrollo alternativo‖. Por su lado, la antropología del desarrollo ha criticado a los antropólogos involucrados en la maquinaria institucional de ―desarrollo‖ la falta de una ―teoría de de intervención que vaya más allá de las intervenciones retóricas sobre la necesidad de trabajar a favor de los más pobres‖ (A. Escobar, pág.13) 38. El mismo Arturo Escobar, retomando los debates recientes en el campo del desarrollo, plantea salidas alternativas que tomen en cuenta los desarrollo propios de la antropología; es decir acercamientos etnográficos a las poblaciones y contextos institucionales y organizativos específicos que den cuenta del funcionamiento del aparato del desarrollo, pero sin que esto signifique una renuncia a un compromiso y una práctica política. Sin embargo, me parece que esta respuesta es todavía insatisfactoria, tal como se plantea a continuación.

Desarrollo, procesos de intervención y el rol de los actores Si bien resultan valiosos los enfoques postestructuralistas sobre todo en lo que tiene que ver con la desmitificación y deconstrucción del concepto de ―desarrollo‖ y de la maquinaria institucional que le sirve de sustento, sus conclusiones no han sido complementadas con investigaciones empíricas concretas que den cuenta de otras dimensiones de la problemática: por ejemplo, los procesos a través de los cuales los actores e instituciones locales crean y recrean constantemente nuevos discursos y prácticas del desarrollo como resultado de la influencia de los proyectos estatales, ONG´s, y de las prácticas y propuestas de los propios actores locales. A manera de hipótesis, estas últimas serían, al mismo tiempo, el resultado de una cadena de intervenciones previas y también de los saberes y las prácticas locales. En este punto hay que aclarar que no estamos criticando a las teorías que sirven de sustento al análisis y deconstrucción del concepto ―desarrollo‖ por parte de las corrientes postestructualistas, sino más bien a los resultados modestos que estos enfoque han tenido con respecto a las metodologías y sugerencias prácticas en torno a los procesos de intervención y, de paso, a las ―salidas‖ que se ofrecen a los sectores 38

Cabe resaltar que el debate entre las dos corrientes no ha cesado. Tampoco el tema del desarrollo ha sido resuelto satisfactoriamente en el ámbito de la sociología en donde hay quienes, después de haber sometido el concepto a riguroso análisis, han creído que el ―desarrollo‖ es un concepto que se encuentra en capilla, desplazando el foco de su interés hacia el proceso de globalización y sus impactos en la sociedades periféricas.

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subordinados o en situación de pobreza (llámense campesinos, minorías étnicas, grupos de mujeres, jóvenes en situación de vulnerabilidad social, etc.). De acuerdo con lo anterior, coincido con las posiciones que señalan que no se puede considerar al ―desarrollo‖ como si se tratara simplemente de un ―instrumento de control‖ o una‖ imposición del capitalismo sobre los pueblos más desfavorecidos‖ (P. Colmegna y M. Cecilia Matarazzo, 2001)39. Desde este punto de vista, tampoco se debe esperar que el control del capitalismo recaiga sobre los pueblos como si se tratara de un bloque monolítico. En referencia a las iniciativas de desarrollo impulsadas tanto por entidades públicas como privadas, considero que los actores sociales territoriales tienen una capacidad de reacción frente a las iniciativas estatales y que frecuentemente se crean espacios de interacción (―interfaz‖, según N. Long, 1999) en donde confluyen distintas visiones de vida que, por un lado terminan modificando las orientaciones de los proyectos de desarrollo y, por otra parte, abren el paso a nuevos discursos de desarrollo. Para ilustrar lo señalado anteriormente en lo que sigue me referiré a la ejecución de un proyecto de desarrollo local sustentable denominado PROLOCAL en donde intervino el gobierno ecuatoriano, con el apoyo financiero del Banco Mundial y la Unión Económica Europea 40. El proyecto estaba orientado a resolver, entre 2002 y 2006, la situación de pobreza de población campesina y pobladores de cantones rurales en seis microregiones del país. Los componentes del proyecto incluían aspectos que van desde el apoyo a la gestión del desarrollo local, apoyo a emprendimientos productivos y el fortalecimiento de instituciones financieras locales. En términos conceptuales se concibe ―interfaz‖ como ―puntos de intersección de mundos de vida o áreas sociales generalmente conflictivas‖. Dichos puntos de encuentro e intersección suelen incluir posturas sociales, evaluativas y también de carácter cognitivo (Norman Long, 1999). Parto del supuesto de que dichos interfases se evidencian generalmente en las fases de implementación, ejecución y evaluación de los proyectos. En el caso concreto de nuestra investigación, los puntos de encuentro se reducen no solamente a las relaciones entre los beneficiarios del programa, sino que también involucra a otros actores e instituciones entre las que se cuentan los centros educativos de las microregiones, las ONG´s socias del Programa y una red de consultores y técnicos que ocasionalmente participaron en la ejecución y evaluación del programa.

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Consideración introducida por las autoras a partir de un análisis de J. Ferguson, ―The anti-politics machine‖. 40 Cabe señalar que el objeto de investigación de la tesis del autor de esta monografía constituye el proceso de desarrollo local en dos microregiones que formaron parte del PROLOCAL. El objetivo de la tesis es analizar el proceso de intervención del Estado en el agro a través de una nueva política de desarrollo rural (el desarrollo local territorial) y la participación de las instituciones y organizaciones del ámbito local y regional en la construcción del discurso del desarrollo.

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Ahora bien, si se aceptara, sin juicio de inventario, la tesis de que el PROLOCAL y su visión del desarrollo territorial rural han sido implementados en las zonas de estudio con el objetivo de reproducir las visiones predominantes del desarrollo (siguiendo la conclusión de los postestructuralistas), no habría nada que investigar y todos abandonaríamos la zona de estudio con la impresión de que el proceso ha sido más o menos perverso (o exitoso) y que no ha logrado reducir los índices de pobreza tal como se proponía originalmente. Desde este punto de vista, las conclusiones serían evidentes en el sentido que las acciones y las metodologías adoptadas por el Banco Mundial y sus contrapartes fueron adecuadas en el contexto de la lucha contra la pobreza, habida cuenta que se inyectaron recursos externos y se movilizó y/o consolidó el capital social de la zonas como mecanismo que apuntalen las acciones del desarrollo. A diferencia de esta posición, asumo como tesis principal (siguiendo la óptica de los actores sociales y la construcción social de la realidad) que los actores sociales tienen capacidad de respuesta y que los discursos construidos a lo largo del programa son el resultado del interfaz o interfaces entre el mundo de vida cotidiano de los productores y organizaciones sociales de la zona de estudio y los discursos del desarrollo de los técnicos y extensionistas del PROLOCAL. A continuación, a manera de ejemplo, se describen ―interfaces‖ en tres puntos problemáticos: la selección de las zonas de intervención (en este caso las microregiones), la forma en que los técnicos jerarquizaron los problemas de las microregiones (previo a las acciones de intervención) y, por último, la selección de los beneficiarios41.

La delimitación de las zonas de intervención Los programas de desarrollo rural, como en este caso el PROLOCAL, han utilizado diversos criterios para delimitar sus zonas de intervención. Uno de estos tiene que ver con la existencia de territorios productivamente homogéneos; otro de ellos prioriza la existencia de cuencas hidrográficas y, por último, se suele otorgar importancia zonas o territorios donde han funcionado previamente programas de desarrollo rural. A estos criterios se suelen añadir otros como, por ejemplo, los índices de pobreza e indigencia; la existencia de capital social y la capacidad de las instituciones sociales (gobiernos locales, agencias de desarrollo, vínculos con ONG´s, etc.) para promover propuestas de desarrollo. En el caso del PROLOCAL se identificaron seis territorios a los que se les denominó ―microregiones‖. Por lo menos tres de estas microregiones están articuladas por una 41

Dado que se trata de una investigación en curso, las etnografías sobre los entorno institucionales permitirán, ulteriormente, ir refinando las observaciones. En este caso tienen un carácter preliminar.

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cuenca hidrográfica; otras dos se caracterizan por poseer estructuras agrarias y económicas relativamente homogéneas y las restantes aparentemente cuentan con organizaciones sociales fuertes (asociaciones, cooperativas, entre otras) y con experiencia en la ejecución de programas de desarrollo rural. Sin embargo el criterio central que cruza la identificación de las zonas de intervención giró en torno a los niveles de pobreza e indigencia que, durante los últimos años, han exhibido los territorios seleccionados. La identificación y selección final de los territorios tomando en cuenta los indicadores de pobreza e indigencia finalmente se hizo desde el escritorio. Además de los mapas de pobreza, los técnicos del programa privilegiaron las experiencias previas de desarrollo rural. De ahí que en más de la mitad de las microregiones seleccionadas se ejecutaron programas de desarrollo rural en los años 90. Una primera crítica a la metodología de la selección giró en torno a los indicadores de pobreza. En efecto, las evaluaciones realizadas al término del programa demostraron la existencia de cantones y parroquias con niveles de pobreza e indigencia más altos que los registrados en los territorios seleccionados. A las propuestas de desarrollo económico endógeno (supuestos que están implícitos en el PROLOCAL) también se le critica el hecho de asumir como válidos los principios que funcionaron en las experiencias de países europeos. En esta generalización evidentemente no se toma en cuenta la configuración específica de los territorios y la posibilidad real que tienen éstos para el impulso de propuestas de desarrollo endógeno. En este sentido resulta evidente que ciertos territorios son el resultado de construcciones sociales e históricas con identidades propias y que crean condiciones para el desarrollo de iniciativas productivas. Otros territorios, como sucede a menudo con las zonas de colonización en tierras baldías o muy poco explotadas, carecen de identidad y sus actividades económicas se inscriben en territorios dominados por empresas multinacionales, reproduciendo asimetrías sociales y económicas difíciles de superar 42.

Jerarquización de problemas En la fase de diagnóstico e, incluso, en el levantamiento de la línea base de los proyectos de desarrollo local, se privilegian metodologías participativas. El caso de PROLOCAL no fue la excepción. Se pusieron en práctica metodologías participativas no sólo por parte de los equipos encargados del levantamiento de la línea base, sino también en la fases de identificación y priorización de los problemas y las propuestas de desarrollo local. 42

Este puede ser el caso de poblaciones de colonos en zonas en donde coexisten empresas madereras, petroleras y de explotación de palma africana en donde resulta difícil la construcción de acuerdos entre grupos originarios de diversas provincias con orientaciones sociales, culturales, productivas diferentes e, incluso, contrapuestas.

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A lo largo de este proceso la selección y priorización realizados por las organizaciones sociales no coincidieron con las realizadas por los técnicos y profesionales vinculados a la ejecución del programa. Un ejemplo puede contribuir a explicar lo que se está sosteniendo. A lo largo de todos los talleres participativos una constante de los representantes de las organizaciones agrarias y de los pobladores urbanos de las cabeceras cantorales fue el reclamo de la ausencia del Estado en el agro. En efecto, desde los años 90 el Estado, al amparo de las políticas neoliberales, retiró los subsidios agrícolas, eliminó prácticamente el crédito de fomento agropecuario, clausuró la investigación agraria y, por último, redujo substancialmente los programas de transferencia de tecnología. Por otro lado, en la mayor parte de los talleres 43, una de las demandas de las organizaciones giró en torno a las mejoras en el acceso de la educación, el riego y la salud. Algunos diagnósticos disponibles también plateaban la necesidad de mejorar los niveles educativos de los pobladores de las áreas rurales (especialmente en dos microregiones) como una condición para los proyectos de formación de recursos humanos. En otros términos, cómo se podía fortalecer nuevos emprendimientos si la población no sabe leer ni escribir. En el contexto de la negociación de los proyectos entre los funcionarios del programa y las organizaciones locales, hubo una organización de segundo grado (que agrupa a organizaciones de base) que planteó dentro de sus demandas un proyecto de alfabetización y otro sobre comunicación y desarrollo local. Este último incluía el financiamiento de una radio y la formación de comunicadores comunitarios. El Banco Mundial y la entidad ejecutora, pese a todas las argumentaciones de la organización solicitante, se negó a los pedidos por considerar que éstos no encajaban en los componentes del Programa. Hacia la finalización del programa accedieron a los pedidos de la organización y a la larga estos proyectos se convirtieron en las iniciativas más exitosas del programa. Lo anterior por dos razones: a) los programas de reducción del analfabetismo tuvieron un impacto positivo en la reducción de los niveles de pobreza y mejoraron la autoestima de la población posibilitando, al mismo tiempo, la incorporación a programas de capacitación y, b) contribuyeron, aunque de manera incipiente, a romper la estructura de poder local concentrada en el comercio y el control de la comunicación. A través de la radio perteneciente a las organizaciones de productores se rompió el monopolio de la comunicación y se difundieron los contenidos y las orientaciones del programa de desarrollo. Lo anterior sirve para ilustrar la forma en que organizan y jerarquizan los problemas por parte de las organizaciones y la no coincidencia con las metodologías y las formas de organizar y priorizar los problemas por parte de los técnicos y funcionarios de la entidad encargada de ejecutar el programa de desarrollo.

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Observaciones participante realizadas por Fernando Guerrero C. en los talleres de línea base y en los talleres de evaluación del programa en 2003 y en 2006.

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La selección de los beneficiarios Con seguridad uno de los puntos críticos de los programas de desarrollo rural (y en la actualidad también de los programas de desarrollo local) ha constituido la identificación de la población beneficiaria. Si bien los planteamientos de los programas suelen ser muy claros en la identificación de la población meta, en la identificación de los beneficiarios directos e indirectos, a la hora de evaluar dichos programas generalmente nos topamos con realidades distintas a las planteadas en los documentos. En efecto, son precisamente los agricultores más viables los que terminan siendo beneficiados por los programas. ¿Cómo se produce este fenómeno? ¿Cuáles son los criterios que finalmente priman para la selección de los beneficiarios? Queda mucho por investigar al respecto. Sin embargo, a manera de hipótesis, me atrevo a sostener que la necesidad de mostrar avances y/o logros por parte de los técnicos del programa y la posibilidad que tienen los productores más capitalizados de acoplarse rápidamente al requerimiento ―eficientista‖ de los técnicos juega un rol importante en los criterios de selección. En otros términos, resulta más fácil trabajar con los productores más viables que con los marginales. Con especto a estos últimos se requieren procedimientos y metodología más creativas y que, generalmente, significa salirse de los esquemas usualmente puestos en práctica. Un ejemplo concreto de los que se vienen sosteniendo es el caso de los proyectos cuyo diseño y objetivos exige que los beneficiarios potenciales aporten con recursos (no sólo jornadas de trabajo, sino también sumas de dinero por familia). Los pequeños proyectos de riego e, incluso, los proyectos relacionados con la cría de ganado menor parten generalmente de esta práctica. En el programa PROLOCAL, varias comunidades quedaron fuera de los proyectos justamente porque las familias no disponían de los recursos exigidos por la contraparte. En algunos casos, la comunidad u organización de base, para no quedarse fuera de los proyectos, terminaban colocando los fondos faltantes, y en el resto de casos, las comunidades y las familias que no disponían de los recursos exigidos por el programa quedaron finalmente excluidas de las iniciativas.

A modo de conclusión De la rápida visión de los puntos críticos de la ejecución de los proyectos de desarrollo local en el Sur de Manabí se concluye que, generalmente, los programas e iniciativas estatales enfatizan una visión sistémica del aparato estatal, en donde se supone algún grado de organización entre instituciones estatales, gobiernos locales y organizaciones sociales. Desde esta perspectiva, las instituciones y los proyectos que éstas impulsan, pareciera que operan bajo el impuso de una mano invisible, lejos de intereses, valores y percepciones. En otros términos, las políticas de desarrollo que parten de esta visión sistémica se olvidan de los actores sociales (P. Colmegna y M. Cecilia Matarazzo, 2001). En el caso de nuestro análisis, al parecer, el Programa de Desarrollo Local dejó de lado el campo de poder en el que se insertan las organizaciones campesinas (ver el caso de la 64


UPOCAM), así como la diversidad de estrategias de las organizaciones y las unidades domésticas campesinas para convertirse en beneficiarias de los proyectos. En esta misma dirección se dejó de lado los intereses y pugnas políticas dentro y entre los gobiernos locales. De paso, este constituye un aspecto que, de manera previa a la ejecución del programa, pudo haberse examinado a través de procedimientos etnográficos. De ahí que resulta interesante, desde la perspectiva de la investigación aplicada, hacer un análisis sobre cómo los individuos, grupos e, incluso, movimientos sociales crean sus propias alternativas frente a los discursos y las prácticas del desarrollo y de qué manera, finalmente, modifican los programas de desarrollo.

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POBREZA EN LA BANCA DE DESARROLLO PÚBLICA (Crédito agrícola del BNF quinquenio 2000-2005)

Mónica Ruiz J.

RESUMEN

Con la reforma del Estado la banca de desarrollo pública pasó de un modelo de crédito subsidiado a uno con visión de mercados financieros. Para adecuarse a este cambio el BNF inició una reestructuración en el año 1991 con la cual modificó, entre otras cosas, su política crediticia lo que tuvo como efecto la pérdida progresiva de participación del crédito agrícola en la estructura del crédito total por sectores, y a nivel social la exclusión del financiamiento de los productores agrícolas más pobres. A esta afirmación se llegó luego de aplicar a la cartera de crédito de productores agrícolas, el método de medición de la pobreza por ingreso (línea de pobreza absoluta) y observar su evolución entre el 2000-2005. Método que pese a la desventaja de ser unidimensional y aportar solo una visión parcial de la pobreza (―insuficiencia de recursos‖), permitió obtener datos de los efectos reales de la aplicación de políticas de ajuste estructural en el crédito agrícola público. Los resultados obtenidos demostraron que los agricultores de ingresos superiores a la canasta básica tuvieron mayor presencia en los tres gobiernos del quinquenio, de forma opuesta a los de menores ingresos que presentaron una tendencia sostenidamente decreciente. Palabras clave: Políticas públicas de crédito, pobreza, desarrollo 1. Desarrollo, pobreza y banca de desarrollo pública El concepto de desarrollo en el devenir histórico ha sido el principio orientador de papeles tanto de los objetos de intervención construidos, como de los sujetos interventores. (Muñoz, 1998:139). En el caso del crédito agrícola de la banca pública los cambios en el modelo de desarrollo y el papel del Estado modificaron esta orientación. El paradigma de la banca de desarrollo de los años sesenta y setenta recomendaba que debía apoyarse al sector agrícola por medio del crédito dirigido, tasas de interés preferenciales y la participación activa y directa de bancos estatales de desarrollo; el sujeto intervenido era visto como el beneficiario, a quien el interventor, el Estado, prestaba el servicio crediticio para protegerlo (subsidios) de un mercado imperfecto adverso a él; esta intervención incorporaba una planificación evaluada en función macroeconómica con fines de reducir la pobreza extrema y no extrema y se justificaba por una concepción de la pobreza desde la carencia: los pobres no poseían los medios para conseguir los insumos para sembrar, no tenían ahorro, por lo cual, desde una visión 67


asistencialista del desarrollo, el Estado debía facilitarles crédito a un costo inferior al mercado, ya que tampoco los pobres (especialmente rurales) estaban en condiciones de pagar el real costo del dinero. El interés en combatir la pobreza era su aspecto disfuncional para el desarrollo económico del país. Con el cambio hacia el paradigma que emerge a fines del decenio de los ochenta y cobra vigor en los noventa se enfatizó el rol de la banca privada, los mercados libres y la ausencia de medidas de fomento al crédito de sectores o rubros especiales; se miró a los objetos de intervención como clientes (depositantes y/o prestatarios), con lo cual se impulsó la autogestión de la banca de desarrollo pública (BDP) a consecuencia del retiro de la ayuda estatal; el nuevo rol del Estado se fijó en establecer regulaciones financieras para permitir el libre juego de tasas de interés, servicios etc. Bajo este esquema, lo ideal era que la BDP canalizase recursos a través de la banca de segundo piso, dejando su papel original de banca de primer piso. Se enfatizó en el manejo técnico eficiente de los BDP porque de ello dependía su supervivencia, en base a lo cual se introdujeron reformas en la mayoría de los BDP de la región o se los cerró. (Trivelli, 2007:38, Laigneux, 2003:31)44. El nuevo paradigma conceptuaba a la pobreza como la negación de las oportunidades y opciones básicas para el desarrollo humano, por lo que se debía promover la iniciativa privada de los beneficiarios, como agentes activos y personas capaces de proponerse fines y buscar los medios más adecuados para lograr salir de su situación postergada. Como en el pensamiento de libre mercado los sobrevivientes son los más fuertes, se argumentaba que si el sector agrícola era efectivamente un sector rentable iba a surgir por sí solo desde el sector privado. La responsabilidad de salir de la pobreza no recayó más en el Estado (salvo la pobreza extrema que se focalizó), sino en los agentes privados, el usuario/cliente era el responsable de su futuro. Para reducir la pobreza —ubicada mayoritariamente en el sector rural— se debió fomentar los servicios financieros o la formación de un ―mercado de capitales rurales‖ articulado alrededor de tres nociones claves: mercado financiero sostenible, intermediación financiera eficaz (finanzas rurales y no sólo agropecuarias, servicios financieros y no sólo crédito), e instituciones financieras innovadoras, viables y autónomas (ALIDE, 1999:4-7, ALIDE, 2000:5-8). Otras nociones del desarrollo humano también se incluyeron, como la participación ciudadana a través el acercamiento de estas entidades financieras locales a las comunidades rurales y brindar mayor libertad y capacidad de elección al pequeño productor entre las opciones de crédito y ahorro para conseguir un efecto directo sobre el bienestar de los individuos, de ahí la efervescencia de las microfinanzas.

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Algunos ejemplos de bancos públicos en el mundo que se han sometido a un proceso de reforma y se han convertido en entidades competitivas sin perder su relación con los clientes agropecuarios y/o pobres son: Banco agrario de Mongolia (ahora XAAH), el Banco Rakyat de Indonesia (BRI), el Banco para la Agricultura y las Cooperativas Agrícolas en Tailandia (BAAC), el Centro para la Agricultura y Desarrollo Rural (CARD) de Filipinas, el Centenary Rural Development Bank (CRDB) de Uganda, el Banque Natianale Agricole (BNA) de Tunisia, y el Banco Kezhavarzy de Irán.., y la transformación de BANDESA de Guatemala en BANRURAL S.A. Otros países latinoamericanos en cambio optaron por eliminar su banca de desarrollo como Perú, Bolivia y Nicaragua (la década de 1990).

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Este segundo paradigma que recogió los principios clásicos liberales, se aplicó en Latinoamérica de forma sistemática como un modelo de desarrollo, al que se le denominó el neoliberalismo que se impuso a fines de la década del 80, en un contexto de grave crisis económica que impedía reasumir un crecimiento autosostenido. En el país, su implementación se inició en 1981 con el objetivo de estabilizar las cifras macroeconómicas desequilibradas por efecto de la crisis de la deuda, manteniéndose en forma discontinua y poco profunda en la siguiente década, hasta el año 1992 en que se iniciaron reformas de más amplio alcance. A partir del segundo quinquenio de los años 90, se profundizó el ajuste de política agraria a favor del libre mercado, parte del cual fue la liberalización de los mercados financieros que colocó al BNF, principal asignador de recursos del pequeño productor agrícola, bajo las mismas condiciones operativas que la banca privada.

2. Trasformación institucional del BNF y su impacto en los pobres Los paradigmas de desarrollo han condicionado las funciones que debió cumplir el BNF en las diferentes etapas históricas. Conforme a las reformas que va tomando el concepto de desarrollo, podrían establecerse tres momentos donde el BNF cumplió roles específicos de acuerdo a lo que en cada etapa se concibió como desarrollo: 1) Un aporte al crecimiento económico décadas previas a los 70, donde se buscaba crear condiciones para la acumulación bajo los requerimientos de un entorno capitalista internacional. El BNF fue un instrumento efectivo para incluir al campesinado en una lógica de mercado a través de la entrega de crédito subsidiado y una política más permisible en la concesión y en la calificación del cliente, garantías y condiciones de entrega de préstamos. El Estado en esta etapa, por su carácter nacional desarrollista, garantizó los recursos al Banco, bajo una programación de desarrollo integral que respondía más a una política social que a una económica, ya que el BNF operaba independientemente de las tendencias que presentaba el mercado financiero. 2) De finales de la década de los 70 hasta el primer quinquenio de los 80 aproximadamente, correspondió a la etapa de ―desarrollo con rostro humano‖, el papel del BNF fue el apoyo al desarrollo rural, donde se suscribieron los convenios DRI que tenían el propósito de financiar no sólo cultivos agrícolas sino realizar inversiones sociales adicionales como mejoramiento de vivienda y servicios sanitarios de la zona, etc. 3) Finalmente, a partir de la segunda mitad de los años 80 se dio un repliegue significativo de la actividad del BNF, coincidiendo con el segundo paradigma de liberalización del mercado financiero rural que lo obligó a asumir un proceso de modernización que se inició en el año 1991.

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La autogestión implicó una aguda crisis institucional en la segunda mitad de los años 9045, que lo obligó a refuncionalizar su papel a los fines del nuevo modelo de desarrollo o sujetarse a una paulatina extinción porque su antiguo rol no cabía en el nuevo esquema de desarrollo neoliberal. Estas reformas tuvieron que ver con proceso de reestructuración institucional en los aspectos: legal, crediticio, financiero y administrativo. En el aspecto legal se reformuló la ley del BNF en sus lineamientos más importantes (cambio de objetivo del banco, devolución parcial de las deudas del Estado, reestructuración del directorio, entre otros). En el aspecto crediticio se equipararon las tasas del BNF con las de la banca privada; se endureció la supervisión bancaria enfocada a aspectos financiero-cuantitativos relacionados con solvencia y prudencia financiera (especialmente después de la crisis bancaria); se contrató un seguro agropecuario privado trasladando su costo al cliente; se introdujo la gerencia pública en el manejo financiero del banco, evaluando a las sucursales dependientes como un oficinas privadas (se cerraron aquellas que no cubrían los costos); y se disminuyeron las líneas de crédito. A nivel administrativo se siguieron las recomendaciones de privatización del modelo de desarrollo, como la venta de activos improductivos (causando efectos en la producción y comercialización agrícola) 46, reducción de personal sin planificación que ocasionó la ausencia de supervisión del crédito ahondando el uso de agroquímicos de los agricultores con su secuelas para la salud y el medio ambiente; tercerización de algunas actividades como servicios y recuperación de cartera. A nivel financiero: introducción de un seguimiento exhaustivo del riesgo; se endureció la calificación al cliente en base a la ―Central de Riesgos‖ 47 (SUPERINTENDENCIA DE BANCOS 2009:web); implantación de nuevos servicios bancarios; reingenierías en la estructura orgánica funcional adaptadas a la mercadotecnia, etc. La aplicación de estas reformas tuvo efectos a dos niveles: en los reajustes que el BNF realizó en la distribución de los recursos crediticios por sectores de producción; y en los ―clientes‖ del banco que por su condición de pobreza han ido disminuyendo su presencia como beneficiarios del crédito. 45

Situación agudizada por factores externos como: El conflicto bélico 1995 con el consecuente retiro masivo de depósitos, restó recursos y frenó la concesión crediticia y recuperación de cartera; la crisis energética que desde 1995 afectó los niveles de productividad, disminuyendo los ingresos de los productores de bienes y servicios, situación que se reflejó en la falta de pago de las obligaciones adquiridas con el BNF; el aparecimiento del Fenómeno El Niño, a finales de 1997, con sus severos efectos en comunicaciones, infraestructura vial, desbordamiento de ríos, inundaciones en ciudades, pérdidas en los sectores agropecuarios y turismo, la imposibilidad de realizar labores de pesca, incidieron directamente en la baja colocación de créditos y en la poca recuperación de cartera. 46 Con la venta de 3 almaceneras depósito de granos, el Estado disminuyó la posibilidad de ejercer control de precios para favorecer a productores y consumidores, trasladando las ganancias a la gran empresa; con la venta de empresas de insumos agrícolas como FERTISA cuyas acciones pertenecieron 64,92% al BNF, 20.88% CFN, 5,94% MAG, 8,26% sector privado se dejó a los agricultores en la dotación de semillas y fertilizantes en dependencia exclusiva de la empresa privada. 47 La Central de Riesgos es un sistema de información privado previsto en el artículo 95 de la Ley General de Instituciones del Sistema Financiero, que entró en vigencia a partir de mayo de 1994 y que permite a los bancos calificar adecuadamente las solicitudes de crédito que reciben de sus clientes. Disponible en http://www.superban.gov.ec/downloads/cultura_financiera/info_0022.pdf

70


2.1 Participación del crédito agrícola en la concesión total del BNF La política agraria de los 80 y 90 tuvo implicaciones profundas en el agro, como la reconversión de tierras agrícolas en ganaderas y el incremento de la superficie destinada a la producción de bienes agroindustriales paralelo a la disminución de la destinada a alimentos de consumo interno (Arcos, C. y Guerra, G. 1990:125)48. La política de crédito agrícola del BNF influyó en estas transformaciones, pero también fue un reflejo de los cambios suscitados. El drástico descenso del financiamiento agrícola es comprensible en la última década donde reinó una economía especulativa impulsada por un sistema legal que fomentaba la renta financiera y bursátil hacia donde los agentes económicos trasladaron el eje de su gestión. De acuerdo a los registros estadísticos del BNF (BNF, 1995, 2001, 2002, 2003, 2004, 2005, 2006) en 1990 los préstamos que se entregaron para agricultura en el BNF, fueron un 33% del total de crédito, porcentaje que disminuyó a 20% al final de la década y terminó en 7% en el 2005, mientras las otras actividades no agrícolas (ganadería, comercio, pequeña industria y consumo) empezaron captando 67% de créditos en 1990 y terminaron con 93% en el 2005. En cuanto a los montos entregados, mientras en 1990 el sector agrícola captó el 37% del total de recursos prestados, en 1999 apenas recibió el 19% y al 2005 18% mientras los otros sectores recibieron en su conjunto el 81% y 82% en 1999 y 2005 respectivamente, lo que significó que la atención al agro fue considerablemente inferior. El crédito agrícola en el 2000 subió a 36% por un incremento de fondos a través de la Ley 49 (R.O. 227, 1998:6)49, pero volvió a bajar al 18% en el 2005 evidenciándose que la asignación de recursos crediticios para la agricultura, no se trató de un fenómeno coyuntural, sino de una pérdida importancia sostenida de las últimas décadas. La disminución de la presencia de los agricultores versus los beneficiarios del crédito de otros sectores productivos, se mantuvo en los tres gobiernos del quinquenio 2000200550. De forma paralela a la disposición de recursos, la cantidad de hectáreas se que financió, disminuyó ostensiblemente. Como se observa en el gráfico siguiente, durante la crisis los niveles de participación del crédito del BNF en la superficie sembrada del país había descendido a 0,2%, mientras en la década del 80 se financió el 13.4% (un 48

Entre 1970 y 1981 las tierras destinadas a pastos pasaron del 56,9% a 71,6%. Entre 1981 y 1988 la superficie destinada a cultivos agroindustriales creció en 196%, frente a un crecimiento 10% de la década 70-80. Entre 1970 y 1981 la superficie agrícola destinada a alimentos básicos para el mercado interno cayó de 19,8% a12,6% y a 10,3% en 1988. 49 La Ley 49 ordenaba que a partir de 1999, en el Presupuesto del Estado de cada año, se hiciera constar una asignación a favor del Banco Nacional de Fomento equivalente al 10% de los ingresos adicionales que dicho Presupuesto recibiera por incremento de las exportaciones de petróleo que se produjera por la ampliación del Oleoducto Transecuatoriano (SOTE). 50 En el gobierno de Noboa el 33% del total de operaciones de crédito fueron para agricultores, este porcentaje bajó en el gobierno de Gutiérrez al 24,1% y a 20% en el de Palacio. En el año 2000, 4.482 agricultores recibieron crédito, y aunque el aumento respecto a lo concedido para agricultores en 1999 (año ausente de entrega de crédito fresco) fue de 396%, este porcentaje fue inferior al incremento de 1.759% a los ganaderos, los demás rubros que financió el BNF tuvieron menores crecimientos en este año: 288% pequeña industria, 196% artesanía, 167% comercio.

71


promedio de 250.000 hectáreas frente a alrededor de 2 millones destinadas a cultivos agrícolas en el país) y en la década del 90, hasta antes de las crisis, se financió en promedio el 5.6% (110.000 has.) (BNF 2000-2005: 9). Aunque en los últimos tres gobiernos se logró una leve recuperación, sólo se llegó a financiar entre 30.800 a 83.300 hectáreas en los últimos cinco años, de 1 a 2.1% de la superficie nacional. Es decir que sólo se volvió a casi a los niveles que se tenían antes de la crisis, sin que pueda advertirse una recuperación importante en la concesión de crédito sino sólo hasta entrado el gobierno de Correa.

Superficie financiada con crédito del BNF (ha.)

Tomado de BNF

El crédito agrícola del BNF ha mantenido preferencias de financiamiento para cultivos agroindustriales y de la canasta básica en el quinquenio analizado, sin embargo la tendencia creciente del financiamiento de cultivos de exportación ha sido sostenida, tanto en número de operaciones crediticias: 9,4%, 10,5%, y 13,14% como en montos 7,6,%, 10,1% y 15%, fenómeno que no se replica en los cultivos agroindustriales y de la canasta básica.

72


% CRÉDITO PARA AGRICULTURA POR GBNO. Y DESTINO Exportación*

Agroindustria**

Canasta Básica***

No.

Valor No.

Valor

No.

Valor

Noboa

9,4

7,6 61,5

61,2

29,3

31,1

Gutiérrez

10,5

10,1 48,8

48,7

40,6

41,0

Palacio

13.1

15.0 48,6

46,1

38,2

38,7

* cacao, café y banano ** arroz, maíz, trigo, algodón, palma, soya y caña *** fréjol, arveja, papa, tomate, cebolla y otros cultivos Fuente: BNF

Elaboración propia

3 La pobreza en el crédito en los gobiernos del quinquenio 3.1 Nota metodológica La utilización del método indirecto de medición de la pobreza por ingreso, requirió hacer una estimación de los ingresos totales de los agricultores, siendo necesario establecer qué porcentaje de ingresos provenían de por su actividad agrícola y cuál de una fuente no agrícola. Los ingresos agrícolas se pudieron estimar a partir variables disponibles en el BNF (montos de crédito solicitados, costos de producción, ingresos, ciclo productivo en el año y venta de los productos), y para estimar el porcentaje de ingresos provenientes de fuentes no agrícolas, se utilizó el indicador de Valor Bruto de la Producción (VBP) construidos por la CEPAL (CEPAL, (2004: 7) 51 en base a información microcensal y otras fuentes que establecía la participación del ingreso agrícola en cada cultivo para tres tipos de productores: de subsistencia, para el mercado y de exportación, de acuerdo a su localización geográfica. De manera que la diferencia entre el ciento por ciento de ingresos y el porcentaje de ingresos provenientes del VBP correspondería al ingreso que el agricultor percibiría por ingresos no agrícolas en las diferentes regiones: Costa, Sierra y Amazonía. Sobre la base de los cultivos que tenían la información completa por ingresos agrícolas y 51

El estudio construyó la variable Valor Bruto de Producción (VBP) ―utilizando para ello información censal y de encuestas de precios del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) para calcular índices de precios. Este ejercicio fue cotejado con otro análogo realizado con otros fines. Esta variable VBP fue estimada por el Econ. Mauricio León (SIISE - Ecuador) para un estudio para el Banco Mundial. La metodología seguida para realizar esta estimación, es bastante completa y contempla un método para ajustar los precios según distancias‖.

73


no agrícolas, se seleccionaron 17 cultivos que recibieron crédito en el BNF (arroz, banano, cacao, café, caña, maíz duro, maíz suave, mora, palma, papa, piña, plátano verde, soya, tomate hortícola, tomate de árbol, trigo y zanahoria), estableciendo una cobertura del 86% del universo de la cartera de crédito agrícola entregado en el quinquenio, que en términos absolutos correspondieron a cerca de 22.627 agricultores que se beneficiaron del crédito entre los años 2000 a 2005. Esto correspondió a un total de 9.563 otorgados en el gobierno de Gustavo Noboa, 8.145 en el de Lucio Gutiérrez y 4.919 en el de Alfredo Palacio. La línea de pobreza se estableció para cada región de acuerdo a la canasta básica vigente en el mes en que se obtuvieron los datos de ingreso, con lo cual se obtuvieron resultados de agricultores con ingresos sobre y debajo de la línea de pobreza. A mayor brecha existente entre los ingresos y la línea de pobreza, mayor posibilidad de ser pobre, por el contrario si los ingresos estuviesen por encima de la canasta básica familiar se trataría de un productor no pobre. Las dos categorías se subdividieron a su vez en cuatro: dos por sobre la canasta y dos por debajo: Sobre la Canasta Básica: Mediano no pobre (con ingresos de cero a 50% sobre la línea), No pobre (con ingresos de 50% en adelante sobre la línea) y, debajo de la Canasta Básica: Mediano pobre (ingresos de cero a 50% debajo de la línea), y Pobre (con ingresos inferiores a 50% debajo de la línea).

3.2 Gobierno de Gustavo Noboa a) Estructura de la concesión de créditos por pobreza Del total de 18.807 créditos agrícolas entregados entre los años 2000 a 2002, correspondientes a este gobierno, se procesaron con el método descrito 9.563 préstamos de los cuales el 29% correspondieron a agricultores que tuvieron ingresos por debajo de la canasta mínima (lo que aquí se ha llamado pobres y medianos pobres) captando este segmento el 18% del monto total entregado, mientras que el segmento que estuvo por sobre la canasta básica (segmento que se ha denominado no pobres y medianos no pobres) captó 82% de recursos distribuidos entre 71% de productores agrícolas. b) Distribución entre las 4 categorías de pobreza De los 9.563 productores, 5.783 (60,5%) fueron no pobres, 1.017 (11%) medianos no pobres, 1.478 (15%) medianos pobres y 1.280 (13,4%) pobres. Del monto total de crédito de 23´741 mil de dólares, que en el gobierno se entregó a los agricultores en los 17 cultivos procesados, 17´392 mil (73,2%) favoreció a los no pobres o sea los de mayores ingresos, a los medianos no pobres se les entregó 2.165 mil dólares (9,1%), un valor bastante menor al anterior monto. En cambio los pobres cuyos ingresos fueron más alejados de la canasta básica, recibieron 1`510 mil dólares (6,4%) de crédito total, y 2`165 mil dólares (11.3%) recibieron los medianos pobres, cuyos ingresos estuvieron más cerca de cubrir la canasta básica, sin llegar a cubrirla. Consecuentemente, tanto 74


número de agricultores como montos de crédito estuvieron concentrados en la categoría de no pobres, con bastante diferencia respecto del resto de categorías. El coeficiente de gini de 0,14 que mide el grado de concentración reflejó una aparente equidad en la distribución en la cartera de crédito, sin embargo sucedió exactamente lo contrario pues la categoría de mayoritaria agricultores de mejores ingresos (no pobres), recibieron los mayores montos de crédito y el segmento de pobres fue el de menor participación tanto en número de productores como en montos recibidos.

3.3 Gobierno de Lucio Gutiérrez a) Estructura de la concesión de créditos por pobreza En este gobierno (2003 a abril del 2005) de las 22.549 operaciones que el BNF otorgó a agricultores, se procesaron 8.145 créditos por el método referido. Los resultados por nivel de pobreza fueron: 78% de agricultores no pobres y medianos no pobres, y llegaron a captar el 89% de recursos entregados, mientras un 22% agricultores resultaron pobres y medianos pobres rebajando 8 puntos porcentuales su participación respecto al gobierno anterior y recibieron el 11% del monto total de 67 millones dólares. b) Distribución entre las 4 categorías de pobreza Una situación de similar concentración que en el gobierno de Noboa se evidenció en el número de agricultores que fueron atendidos desde las categorías individuales, pues los no pobres subieron su presencia de 61% a 66%, los medianos no pobres de igual manera aumentaron de 11% a 12%, frente a los agricultores pobres que bajaron su participación del 13% al 8%, de forma similar a lo sucedido con los medianos pobres que pasaron de 15% a 13%. A nivel de captación de recursos también la situación para los pobres empeoró respecto al gobierno anterior ya que su participación desmejoró de 6,4% en aquel gobierno a 3,4% en el de Gutiérrez, los medianos pobres cuya captación anterior fue del 11% bajó al 8%, En contraste, la categoría no pobres subió su captación de 73% a 81%, respecto al gobierno anterior. Los medianos no pobres también tuvieron una ligera disminución de la participación de 9,1 a 8,5. El coeficiente de gini 0,15 se mantuvo similares niveles que en el gobierno anterior reflejando iguales niveles de concentración.

3.4 Gobierno de Alfredo Palacio a) Estructura de la concesión de créditos por pobreza De un total de 8.032 créditos concedidos a agricultores (abril 2005 a abril 2006), se 75


procesaron 4.919 quienes estuvieron por sobre la línea de pobreza no pobres y medianos no pobres fueron el 72% (3.542 agricultores) y quienes estuvieron por debajo pobres y medianos pobres fueron 28% (1.377 agricultores). Los productores que tuvieron ingresos superiores a la canasta básica captaron el 87% de los recursos y los que estuvieron por debajo de la línea de pobreza captaron el 13%. b) Distribución entre las 4 categorías de pobreza Aunque en este gobierno hubo una pérdida tanto en la participación en número de agricultores y en montos captados de la categoría de no pobres respecto al resto de categorías, la concentración en este nivel se mantuvo pues de los 4.919 agricultores que recibieron crédito, el 58% fueron no pobres, captando 13 millones de los 17 millones concedidos (76%), mientras el resto de productores recibió la diferencia, esta pérdida de participación favoreció a las categorías de medianos tanto medianos pobres como medianos no pobres que aumentaron su participación (en número y montos), no así la categoría de pobres que continuó con un sostenido deterioro en su participación (7% en productores y 2% en monto captado). El índice de gini de 0,18, revelaría una pequeña pérdida de la concentración de los no pobres que disminuyeron su participación en 58% en número de operaciones crediticias aunque todavía este segmento siguió acaparando un 76% del monto, de otro lado se observó una mejor posición de los dos segmentos de medianos: pobres y no pobres que subieron en número de beneficiarios de 13% a 21% en el primer caso y de 12% a 14% en el segundo, y en los montos captados lograron subir en 3 puntos en ambos casos.

3.5. Resumen comparativo de los 3 gobiernos La distribución de los productores y los montos de crédito recibidos muestra que se favoreció a los productores que poseían ingresos superiores a la canasta básica, éstos representaron tres veces más del número de agricultores que estaban por debajo de la canasta, inclusive en el gobierno de Gutiérrez, la relación se modificó aún más a favor de los más pudientes. Lo propio ocurrió con los montos de crédito, que se concentraron en una relación redondeada de 80%-20% a inicios del 2000 (Noboa) en favor de los agricultores de mayores ingresos y terminó empeorándose en los gobiernos de Gutiérrez y Palacio, respecto de aquel gobierno.

76


Porcentaje de productores y monto: sobre y debajo de la línea de pobreza 89

82

87

78

71

72 Sobre la canasta

Noboa %

Debajo de la canasta

28 13

Gutierrez %

Productor

Monto

11

Monto

21

Productor

18

Monto

29

Productor

100 90 80 70 60 50 40 30 20 10 0

Palacio %

Fuente: BNF

Elaboración propia

Como se observa en los gráficos siguientes la categoría de pobres tuvo un descenso continuo en participación en operaciones de crédito y montos, a nivel coyuntural podría atribuirse a un deterioro de la capacidad adquisitiva tras la dolarización, la elevación de los costos de producción de los cultivos, y la continuación de una política de nuevos ajustes de los tres gobiernos que dieron como resultado el deterioro de la situación de la gente de menores recursos; pero a nivel estructural en cambio, la exclusión de los pobres como sujetos de crédito no es sino el resultado un largo proceso de liberalización que excluyó a las unidades productivas menos competitivas 52, especialmente de la Sierra, no sólo del acceso financiero —a través de a una política selectiva de concesión basada en exigencias legales vigentes que protegieron el riesgo— sino también de los demás recursos como agua, tecnología, canales de comercialización etc. redefinidas con una política agraria a favor del mercado.

52

Por ejemplo el trigo que tuvo un beneficio por hectárea de 164 dólares en el 2000, bajó a 26 dólares en el 2005, el maíz suave de 269 dólares creció a 369 dólares, opuesto al arroz que pasó de 206 dólares a 353 dólares.

77


PORCENTAJE DE PRODUCTORES POR NIVEL DE POBREZA 80

61

66

60

Noboa

40 20

58

13 8

7

15 13

Gutiérrez

21

14 1112

Palacio

0 Pobres Medianos Medianos No pobres no pobres pobres

Fuente: BNF

Elaboración propia

PORCENTAJE DE MONTOS CONCEDIDOS POR NIVEL DE POBREZA 100 80 60 40 20 0

73

81 76

Noboa Gutiérrez 6 3 2

Pobres

11 8 11

Palacio

9 9 11

Medianos Medianos pobres no pobres

Fuente: BNF

No pobres

Elaboración propia

3.6 Pobreza por cultivo en los 3 gobiernos Los pobres En el quinquenio que se analiza, de los 17 cultivos financiados en los tres gobiernos, entre 5 y 7 fueron sembrados por los productores con ingresos menores a los de la canasta básica 53, estos fueron: arroz, maíz duro, café, maíz suave, soya, cacao y trigo, este hecho se justifica por un costo de producción menor al resto de cultivos —entre

53

Gbno. Noboa: La canasta estuvo entre 232 y 332 en la Costa, y entre 235 y 339 en la Sierra. Gbno. Lucio, la canasta básica en el 2003 para la Costa fue de 363 y 377, y para la Sierra 378 y 399 dólares en el 2004. Gbno. Palacio: 2005 la canasta era de 426 dólares en la Costa, mientras en la Sierra fue de 424 dólares.

78


400 y 600 dólares la hectárea— con excepción del maíz suave cuya siembra incluye además razones culturales. La presencia de los arroceros fue mayoritaria en la categoría de pobres en el gobierno de Noboa 54, 91% de agricultores captaron el 96% de recursos, y junto al maíz duro, (otro cultivo con destino agroindustrial), concentraron al 97% agricultores de esta categoría, mientras sólo el 1.5% de agricultores pobres sembraron con crédito del BNF productos de consumo doméstico como maíz suave y trigo cuya captación de recursos también fue exigua (0.3%). Sin embargo en los subsiguientes gobiernos los agricultores pobres descendieron su participación a niveles por debajo de la mitad de lo alcanzado en cada gobierno, hecho atribuible coyunturalmente a varios factores como los conflictos por el precio que desmotivaron su siembra por la alta estacionalidad de la siembra, la subida al doble de los costos de producción, las preferencias o cambio del cultivo a sembrar, mayores limitaciones de acceso al crédito, o inclusive al hecho de que pudieran desistir de continuar en la actividad agrícola, pero que también refleja un marcado deterioro de la participación de los pequeños en el crédito. A más del arroz, otros agricultores de ingresos menores que han recibido crédito del BNF fueron maíz duro en la Costa y maíz suave en la Sierra, pero su participación fue de apenas un 4% y 5.3% respectivamente dentro del monto total de crédito del correspondiente al cultivo en todo el período, lo cual torna su participación, marginal. Los agricultores pobres sembraron en extensiones de 1,5 hectáreas en promedio, lo cual demuestra que se trató de campesinos cuya producción había venido disminuyéndose progresivamente desde la aplicación del modelo de ISI que favoreció el consumo los bienes agrícolas de uso industrial (entre ellos la producción de arroz para la agroindustria) y contrajo la participación de los campesinos minifundistas andinos, proveedores alimentos básicos para el mercado interno. (Arcos, C. y Guerra, G. 1990:136)

Los medianos pobres En el gobierno de Noboa las tendencias de los medianos pobres fueron similares a los pobres, sobresalieron los agricultores arroceros (74%), que junto a los maiceros de la Costa, concentraron el 94% y 98% del total de operaciones y montos de la categoría en análisis. Mientras los de consumo doméstico participaron marginalmente con la diferencia: 4.2% de agricultores y 1.7% en montos recibidos, aquí se encontraron también, al igual que en la categoría anterior, los cereales de la serranía como trigo y maíz suave. El único cultivo de exportación que participó con crédito en esta categoría fue el café pero sus beneficiarios tuvieron extensiones promedio de 2,6 hectáreas presumiendo se trató de productores poco tecnificados con fines de subsistencia. 54

El alto porcentaje concedido en el gobierno de Noboa para los arroceros también se dio por una presión gremial a raíz de una sobreproducción en el año 2001, lo cual añade a la distribución del crédito un factor político.

79


Aunque en el gobierno de Gutiérrez los productores arroceros continuaron siendo los más importantes en peso porcentual entre los medianos pobres, una tercera parte de arroceros disminuyeron respecto a los que recibieron crédito en el gobierno de Noboa, aunque en el gobierno de Palacios lograron recuperarse No corrieron con igual suerte los productores de maíz, tanto duro como suave, que más bien disminuyeron su presencia en un 38% en maíz duro y 15% en maíz suave. En conjunto la tendencia de este segmento fue a disminuir su participación, aunque no tan vertiginosamente como en la categoría de pobres.

Los no pobres Los no pobres tuvieron una mejor situación de acceso al crédito, que se manifestó en una creciente participación en los dos primeros gobiernos, aunque perdió presencia en el último. La superficie financiada tuvo como promedio 19 hectáreas en contraste con el promedio de 1 a 3 hectáreas en las categorías anteriores. En el período de gobierno de Gustavo Noboa el 33% de agricultores no pobres se dedicaron a producir para el consumo interno: maíz suave, mora, papa, piña, plátano verde, tomate hortícola, tomate de árbol y zanahoria, los cuales captaron el 27,5% de recursos. Los agricultores que sembraron cultivos con destino a la industria como caña, maíz duro, palma y soya fueron el 51%. El 16% de agricultores produjeron para exportar cultivos como café, cacao y banano. No hubo inversiones en trigo, pero sí de maíz duro, café, arroz, y maíz suave, cultivos sembrados también por los pobres, lo que deja ver la existencia de fuertes diferencias productivas entre agricultores pobres y no pobres y un distinto nivel de dependencia de ingresos no agrícolas. El desinterés de los agricultores de mayores ingresos por cultivos tradicionales de la canasta básica puede atribuible a la búsqueda de mejores réditos y la seguridad de la comercialización por el aumento de la demanda de bienes agroindustriales en el mercado nacional. Uno de los cultivos que despuntan entre los que tienen como destino el mercado interno, fue el de la papa, accedieron a estos créditos alrededor del 20% del total de productores no pobres, este tubérculo sido uno de los cultivos de más alto riesgo por sus continuas fluctuaciones de precio que ha desestabilizado la oferta motivando el ingreso de nuevos productores o presionando también su salida, este riesgo sólo lo pueden asumir los agricultores que no dependen exclusivamente del ingreso agrícola 55. 55

La siembra de este cultivo por su costo de producción, 1.700 dólares /ha. no fue accesible para productores de bajos ingresos. En la última década el cultivo había mostrado un crecimiento sostenido y las expectativas eran buenas (aunque el promedio nacional de productividad ha sido bajo, 8.1 TM/ha. en relación al resto de países latinoamericanos), por lo que el riesgo de su financiamiento no era muy alto, además que existía la expectativa de que su consumo promedio per cápita anual al ser de 32 kilos (0.7 quintales al año por persona) asegurara la demanda. Revista Ekos (2001:31).¿Qué pasa con la papa?, número 90.

80


Hubo cultivos que solamente fueron producidos por agricultores no pobres como mora, palma, piña y zanahoria, cultivos y que tuvieron costos de producción promedios más altos56 y cuya media de superficie de terreno fue de 40 hectáreas. En el gobierno de Palacio los no pobres bajaron su nivel de participación tanto en productores como en valor captado, en beneficio de los agricultores medianos no pobres que ganaron 2 puntos porcentuales y captaron más recursos crediticios, denotando una recuperación en su actividad, a pesar de no lograr diversificar sus cultivos pues solo sembraron 6 de los 17 cultivos seleccionados: arroz, cacao, caña, maíz duro, maíz suave y plátano verde.

Los medianos no pobres En el gobierno de Noboa los productores medianos no pobres produjeron arroz, cacao, café, caña, maíz duro, maíz suave, soya y trigo. Sus condiciones estuvieron bastante alejadas de las características de sus inmediatos superiores en cuanto a captaciones pues representaron sólo una quinta parte de los productores no pobres y captaron montos considerablemente menores que aquellos, sólo una octava fracción. Aunque con Gutiérrez se diversifica un poco más la producción, integrándose 4 cultivos más: plátano verde, banano, papa, y palma y con Palacio: cebada, mora, piña, tomate de árbol y zanahoria, es común a los tres gobiernos la presencia creciente de arroceros, 50.5%, 61,5% y 84,8% en la categoría, lo que hace presumir que arroceros y otros productores de bienes de consumo agroindustrial podrían haber copado el vacío dejado por la pequeña producción, en su creciente repliegue en el quinquenio. El 93% de agricultores medianos no pobres produjeron bienes de consumo agroindustrial local y concentraron el 97% de los montos entregados para esta categoría, mientras que pocos agricultores sembraron para exportar: solo un 4% en los dos primeros gobiernos y un 16% en el último (aunque captaron montos crecientes de crédito: 1,3%, 2%, y 12,5% en el orden de los gobiernos). Las extensiones de los terrenos de los medianos no pobres fueron más bien pequeñas (máximo 10 hectáreas) por lo que podrían enfrentar limitaciones en cuando competitividad bajo sistemas de producción tradicionales.

3.7 Pobreza por región La Costa fue la región que mayor número de agricultores beneficiarios del crédito concentró. En el gobierno de Noboa el 83% del total nacional, 72% en el de Gutiérrez y 89% en el de Palacio. Los agricultores serranos participaron con el 17%, 27% y 10% respectivamente, los amazónicos no tuvieron mayor presencia por la vocación no agrícola del suelo. 56

650 dólares palma (mantenimiento), 1.900 mora, 6.000 tomate de árbol, 855 zanahoria por hectárea (año 2005)

81


En las tres regiones la tendencia fue que los agricultores y montos estuvieran concentrados en los productores de mayores ingresos, aún en la Amazonía región en la que los agricultores fueron muy pocos. El porcentaje de agricultores pobres se vio favorecido en el gobierno de Noboa gracias a la presencia de los productores arroceros cuya participación fue abultada, situación que se revirtió en los gobiernos subsiguientes.

CATEGORIAS: POBRES Y NO POBRES POR REGION

Agricultores por región NOBOA Pobres

COSTA:

SIERRA: SIERRA:

No Pobres

15%

54%

1%

91%

11%

60%

2%

82%

GUTIÉ GUTIÉRREZ COSTA:

SIERRA:

PALACIO COSTA:

SIERRA:

Fuente: BNF

Elaboración propia

82

6%

56%

9%

79%


CONCLUSIONES Con el nuevo rol de la BDP cuyo objetivo fue emprender acciones más eficaces para garantizar la inclusión de los pobres brindándoles oportunidades de promoción de la iniciativa privada acorde a los principios del desarrollo en las últimas dos décadas, el BNF se sometió a reestructuraciones que incluyeron reformas de eficiencia técnica, gerencia pública y modernización. Sin embargo, la evidencia empírica del análisis de la cartera del BNF por pobreza, ha demostrado que la política de crédito aplicada ha tendido efectos adversos para los segmentos más desposeídos cuya tendencia de participación ha ido progresivamente disminuyendo. Los resultados muestran que en el quinquenio hubo una mayor participación de los productores con ingresos superiores a la canasta básica —no pobres y medianos no pobres—, los cuales representaron el triple del número de agricultores que estuvieron por debajo de la canasta —pobres y medianos pobres—, lo propio ocurrió con los montos de crédito. El análisis por cuatro categorías de pobreza de acuerdo al ingreso, dos por encima de la línea de pobreza y dos por debajo mostró adicionalmente otros hechos: Una gran concentración de los no pobres que participaron con 61%, 66% y 58% en orden de gobierno, mientras que las tres categorías restantes juntas, lo hicieron sólo con la diferencia. A su vez, agricultores no pobres concentraron los montos de crédito en 73%, 81% y 76%, razón por la cual los índices de Gini mostraron una aparente equidad en la distribución: 0,14%, 0,15% y 0,18, ya que quienes fueron más en número concentraron los mayores recursos. Las tres categorías (pobres y medianos pobres y medianos no pobres) por el promedio de sus extensiones mostraron que se trataron de unidades productivas más bien ligadas a la subsistencia, no rebasaron las 4 hectáreas, con pocas posibilidades de hacer de su actividad competitiva. En cambio, los no pobres, al tener promedios mayores de 19 hectáreas, fueron agricultores ligados ventajosamente al comercio, hecho que justificaría su mantenimiento como clientes y concentración del crédito bajo parámetros de concesión endurecidas similares a las de la banca privada. Dos de las cuatro categorías analizadas por pobreza muestran claras tendencias en la captación del crédito: La una decreciente, la de los pobres que tuvieron un marcado descenso en participación tanto en operaciones de crédito (13%, 8% y 7% en Noboa, Gutiérrez y Palacio) como en montos (6%, 3% y 2% en su orden). Este deterioro de las oportunidades crediticias de los pobres reafirma el modelo de acumulación excluyente, donde el crédito ha sido un mecanismo más de la política agraria que ha desincentivado la producción para el consumo doméstico en favor de los bienes agroindustrializables. El desmedro de la producción interna ha favorecido la importación de comestibles de la canasta básica con amenaza de la seguridad y soberanía alimentaria para toda la población.

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Las opciones de siembra fueron más restringidas para los pobres: el 91% de agricultores pobres sembraron arroz, el 6% maíz duro y la diferencia restante sembró maíz suave y trigo, lo que reflejó la poca presencia de la participación de los campesinos minifundistas andinos. Cuando el arroz fue perdiendo participación en el crédito, este segmento de agricultores sufrió una considerable baja. El cultivo de arroz ha tenido un fuerte dominio de pequeños productores en el país de ahí su presencia abultada en las dos categorías de menores ingresos e inclusive en la de medianos no pobres. La tendencia creciente fue la de los agricultores de ingresos medios altos: los medianos no pobres, en número de operaciones (11%, 12% 14% en los tres gobiernos en su orden) y captación de crédito (9%, 9% y 11% en igual orden). Una característica de estos agricultores es que 9 de cada 10 producen para agroindustria local, es decir brindan mayor seguridad en el crédito. En cuanto a las otras dos categorías aunque sus tendencias no están bien definidas, por sus características puede verse que su actividad no favoreció al aumento de la oferta de alimentos para consumo interno, ya sea porque los medianos pobres tuvieron similar suerte que los pobres aunque su descenso en la participación del crédito fue menos precipitado, o ya sea porque la preferencia de los no pobres fue la siembra de cultivos para la agroindustria y la exportación con menor presencia de aquellos dedicados a sembríos para el mercado interno que disminuyeron del 33%, al 30% y 17% en orden de gobierno. Paralelamente, el apoyo productivo por sí sólo no logrará revertir un beneficio inmediato ni siquiera para el productor mucho menos para la sociedad si no existen políticas públicas favorables al bienestar de toda la sociedad basadas en una planificación nacional, múltiples efectos de esta ausencia se han visto cuando se aplicaron las políticas neoliberales confiando en que mercado libre lo regulara todo. Un avance al respecto ha sido la formulación del Plan Nacional de Desarrollo y la aprobación de dos instrumentos legales: la Nueva Constitución que incluyó logros significativos en el reconocimiento de derechos de los excluidos en cuanto a soberanía alimentaria, agua para uso agrícola, crédito, comercialización, conservación de suelos, semillas etc. y la posibilidad de reestructurar el Estado en favor de la economía solidaria; y la Ley de Soberanía Alimentaria que incluyó aspectos importantes que recuperan demandas campesinas relacionadas con la tierra, comercialización y crédito. El apoyo del actual gobierno con crédito al sector productivo a través del BNF ha marcado una ruptura con los anteriores gobiernos, en términos cuantitativos ha llegado hasta triplicar el monto entregado en otros años y en términos cualitativos ha introducido productos con visión social dirigidos a segmentos poblacionales específicos menos favorecidos y ha servido incluso como canal de comercialización y almacenamiento (urea, harina, soya) ante la ausencia de empresas estatales con este fin. Sin embargo, la inclinación por crédito comercial y ganadero no ha cambiado su tendencia creciente, y la política de apoyo financiero para sistemas de producción agrícola con dependencia agroquímica más bien se ha fortalecido, mostrando la 84


necesidad de una reorientación a favor de una visión más integral del campo que involucre aspectos desigualdad social, diversidad cultural, ecología, discriminación de género y de soberanía alimentaria.

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BIBLIOGRAFÍA ALIDE Asociación Latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo. (1991). Del ajuste al desarrollo económico latinoamericano en los años noventa: El papel del sistema Financiero y los bancos de Fomento. Lima. ALIDE Asociación Latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo. (2000) Repesando el rol de los bancos de desarrollo, Boletín ALIDE. enero-abril. Arcos, Carlos y Guerra, Gustavo. (1990). Producción de alimentos y economía campesina en los ochenta. En Montúfar, César (Ed.). La crisis y el desarrollismo social en el Ecuador 1980-1990, Ed. Conejo. Quito BNF Banco Nacional de Fomento (1995). Boletín Estadístico 1984-1994. Quito. BNF Banco Nacional de Fomento (2001). Informe de Labores 2000. Anexos estadísticos. Quito BNF Banco Nacional de Fomento (2002). Informe de Labores 2001. Anexos estadísticos. Quito BNF Banco Nacional de Fomento (2003). Informe de Labores 2002. Anexos estadísticos. Quito BNF Banco Nacional de Fomento (2004). Informe de Labores 2003. Anexos estadísticos. Quito BNF Banco Nacional de Fomento (2005). Informe de Labores 2004. Anexos estadísticos. Quito BNF Banco Nacional de Fomento (2006). Informe de Labores 2005. Anexos estadísticos. Quito BNF Banco Nacional de Fomento (2000-2005). Crédito total concedido por destino de la inversión, Informes Gerenciales. Quito. CEPAL Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2004). Los Impactos diferenciados del Tratado de Libre Comercio Ecuador – Estados Unidos de Norte América sobre la agricultura del Ecuador. Parte primera, noviembre. Quito. Laigneaux, Alain. (2003). El rol de la cooperación internacional en el desarrollo de los sistemas financieros rurales económicamente y socialmente viables. Seminario Experiencias y desafíos en microfinanzas y desarrollo rural. mimeo. Quito Muñoz, Pavel. (1998) Una lectura deconstructiva de la categoría desarrollo, Desarrollo y Políticas Públicas. Cuadernos Sociológicos. PUCE. Registro Oficial 227 (1998, enero) Ley 049. Art. 13. Quito. 86


SUPERINTENDENCIA DE BANCOS (2009). Disponible http://www.superban.gov.ec/downloads/cultura_financiera/info_0022.pdf

en

Trivelli, Carolina. Banca de desarrollo para el agro: experiencias en curso para AmĂŠrica Latina. Instituto de Estudios peruanos, Lima

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LA INCLUSIÓN DEL MOVIMIENTO OBRERO Y DE LOS “NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES” AL MARCO CONCEPTUAL DE LA CONTIENDA POLÍTICA

Juan E. Andrade*

RESUMEN

Durante la segunda mitad del siglo XX se tendió a pensar que las luchas de los ―nuevos movimientos sociales‖ (NMS) habrían inaugurado, en perjuicio de las del movimiento obrero, un tipo radicalmente distinto de acción colectiva. Sin embargo, los últimos análisis revelan que, si bien el movimiento obrero ha dejado de ser la única fuerza social relevante en el espacio político, el surgimiento de los NMS habría respondido a procesos similares a los que propiciaron el desarrollo del primero. En este sentido, deberíamos ser más cautos antes de aventurar conclusiones sobre el tema, pues en realidad entre los NMS y el movimiento obrero se han encontrado más de una similitud importante el momento de evaluarlos como protagonistas de la acción colectiva. El presente trabajo se enfoca en desentrañar las similitudes del movimiento obrero y de los NMS, sin desconocer las diferencias que puedan existir entre ambos, a la luz del concepto de contienda política, propuesto por los autores McAdam, Tarrow y Tilly. Para cumplir con nuestro objetivo hemos divido el trabajo en tres secciones. En la primera sección, hacemos una breve revisión de la manera cómo se ha tendido a diferenciar el movimiento obrero con los NMS, durante las últimas décadas. En la segunda sección, damos cuenta de la relación entre cultura y política, para encontrar líneas de semejanza entre los dos movimientos. Por últimos, en la tercera sección establecemos similitudes estructurales entre el movimiento obrero y los NMS a partir del concepto de contienda política. Palabras clave: Nuevos movimientos sociales, contienda política, movimiento obrero 1. Los Nuevos Movimientos sociales, en reemplazo de la clase obrera Durante las últimas décadas del siglo XX, los estudios sobre movimientos sociales, excepto en Estados Unidos1, privilegiaron en gran medida una perspectiva culturalista. A la cabeza de este giro teórico estuvieron autores europeos como: Brand, Inglehart, Melucci y Touraine (McAdam, McCarthy y Zald; 1999: 26-27). Estos últimos se percataron del poder causal [que] las normas, valores, creencias y símbolos han tenido *

Licenciado en Sociología por la PUCE. Ha cursado estudios de postgrado en Comunicación en FLACSO sede Ecuador.

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en la acción política; y decidieron centrar su atención a reflexionar sobre estos problemas ((McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 23). En América Latina ha tenido especial relevancia la producción teórica de Alain Touraine. A lo largo de su obra Crítica de la Modernidad, el autor francés destaca la tarea de los NMS2 al momento de reivindicar los ideales modernos de racionalización y subjetivación (Touraine, 1993: 309). De su perspectiva es rescatable el haber introducido una dimensión subjetiva a la acción política 3 : un movimiento social es el esfuerzo de un actor colectivo por apoderarse de los valores, de las orientaciones culturales de una sociedad que se opone a la acción de un adversario al que le unen relaciones de poder (Touraine, 1993: 306). Sin embargo, la conclusión de su diagnóstico, al proponer que ―la noción de movimiento social debe sustituir a la de clase social‖ (Touraine, 1993: 312), es discutible, por decir lo menos. Pensamos que habría sido más adecuado ver a ambos movimientos como complementarios, antes que mutuamente reemplazables. En este sentido, el autor francés se equivoca al sugerir que las condiciones socio-económicas habrían dejado de ser relevantes para los llamados ―nuevos movimientos sociales‖. Es tan desacertado afirmar que las reivindicaciones políticas responden únicamente a factores económicos, como decir que los segundos no juegan ningún papel en las primeras. Touraine, por tanto, adolece de un sesgo, aunque no tanto subjetivista, ciertamente culturalista, al afirmar que a los movimientos sociales contemporáneos están orientados hacia las reivindicación de una serie de valores e ideales y no tanto por factores físicomateriales como, por ejemplo, una mejor distribución de la riqueza en la sociedad. Por otro lado, asimismo es falso pensar, como sugiere el diagnóstico del autor francés, que los movimientos afincados en una clase respondan exclusivamente a factores económicos. Precisamente, uno de los sociólogos que más ha buscado problematizar sobre esta apreciación errónea ha sido Pierre Bourdieu. Por este motivo, se vuelve necesario reflexionar la relación entre cultura y política, a la luz de los análisis de este último, para revelar no sólo que los factores socio-económicos actualmente todavía preocupan a los NMS; pero también para descubrir que los elementos simbólicos, aunque posiblemente bastante invisibilizados durante mucho tiempo, han sido importantes para la configuración del movimiento obrero. 2. Cultura y Política Uno de los aportes de la impronta de los NMS ciertamente ha sido introducir elementos simbólicos a la comprensión de la acción colectiva. Por este motivo, antes de abordar de manera más profunda el concepto de contienda política; estimamos apropiado reflexionar sobre la compleja relación entre cultura y política, desde el libro Sociología y Cultura de Pierre Bourdieu.

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En el artículo ―La huelga y la acción política‖ del libro en cuestión, Bourdieu reflexiona sobre política y cultura una vez que el movimiento obrero ha sentido el remesón traído por los NMS a la escena política contemporánea. En este nuevo contexto, el autor francés considera que el movimiento obrero debe ser analizado a partir de tres cuestiones fundamentales: 1) La relación que éste entabla con el Estado. 2) La legitimidad sobre los objetivos y medios de los que se vale el movimiento. 3) Las relaciones de fuerza que éste con los otros actores del espacio político, sobre todo con los antagonistas. Respecto al primer punto, no estaríamos diciendo nada nuevo si afirmamos que el Estado es un actor fundamental en la escena política contemporánea. De hecho, durante gran parte del siglo XX se tuvo esta percepción; al punto que casi muchos, por no decir casi todos, los esfuerzos de la clase obrera durante este período se dirigieron a la ―toma del poder del Estado‖. En esta relación, sin embargo, Bourdieu insiste que además de los conflictos de índole económico que podrían desencadenarse de la relación Estadomovimiento obrero, se deben tomar en cuenta otros con un alcance simbólico en instancias del Estado que hasta ahora no han sido muy tomadas en cuenta. En su opinión, habría que incluir las instancias que nunca han sido nombradas, como la escuela, que contribuye a inculcar, entre otras cosas, una visión meritocrática de la distribución de las posiciones jerárquicas, por medio del ajuste de los títulos académicos a los puestos (Bourdieu, 1990: 269). En torno al segundo punto, Bourdieu considera que cada vez resulta más apremiante preguntarse sobre la ―legitimidad‖ de la que se vale las fuerzas sociales, en particular el movimiento obrero, para conseguir los objetivos planteados y con qué medios. En este aspecto, el autor francés plantea que sería preciso preguntarse hasta qué punto la lucha política no está limitada por los sectores dominantes, al punto que la aceptación de estos límites debilita las reivindicaciones de los dominados. Señala como ejemplo el economicismo, el cual, según él ―consiste en decir que la reivindicación legítima de los dominados es el salario, y nada más‖ (Bourdieu, 1990: 270). En este sentido, indica que gracias a esta estrategia no es poco común el caso de patrones que ceden en el aumento de salario, pero se niegan a tratar a los obreros como interlocutores válidos y se comunica con ellos con carteles en lugares públicos (Bourdieu, 1990: 270). Lo importante a resaltar en torno al segundo elemento de la cuestión es que Bourdieu intuye que las reivindicaciones proletarias además de responder a una necesidad material, han estado permeadas por un deseo de respetabilidad que les ha llevado a los obreros a optar por lo que él llama la ―lucha conveniente‖. Por su puesto, lo que se ha considerado respetable, conveniente, o en una palabra legítimo, ha variado, en su opinión, de acuerdo al conjunto de normas de la época y de las sociedades (Bourdieu, 1990: 272). 91


Como señalamos anteriormente el tercer elemento que llama la atención del autor francés es la participación de los obreros en la relación de fuerzas dentro del espacio político. Pues, al ser una de las propiedades del proletariado el ser vendedores de fuerza de trabajo, en este caso su característica distintiva es poseer fuerza física, no simbólica, por medio de la cual pueden suspender el trabajo, total o parcialmente, del sector productivo de la economía (Bourdieu, 1990: 272). En este sentido, la incidencia que el movimiento pueda tener en el campo de fuerzas del espacio político responde a su condición de clase más que a ninguna otra. Al respecto Bourdieu nos dice: Lo característico de las estrategias de los trabajadores es que sólo son eficaces si son colectivas, por ende, conscientes y metódicas, es decir, mediatizadas por una organización encargada de definir los objetivos y de organizar la lucha (Bourdieu, 1990: 273). Por tanto, a la luz del análisis de Bourdieu de la clase obrera, es principalmente en el campo de fuerzas del espacio político donde el movimiento obrero se diferencia de los NMS. Según el autor francés, la movilización de los primeros [tal como la de los segundos] también ―está ligada a la existencia de un aparato simbólico de producción de instrumentos de percepción y expresión del mundo social‖ (Bourdieu, 1990: 275). En su opinión, sería en su forma de presión al sistema político, que es sobre todo física y hasta cierto punto más real, que el movimiento obrero se diferencia de los NMS. 3. Dinámica de la Contienda Política En el artículo ―La Huelga y la acción política‖, Bourdieu ya destacaba de Tilly el haber insistido en la necesidad de examinar como un conjunto el sistema de los agentes que están en lucha: patrones, obreros [movimientos], Estado. Precisamente, este último junto con sus colegas norteamericanos Doug McAdam y Sidney Tarrow profundiza en este marco para desarrollar el concepto de contienda política. Para nuestro tema de interés, lo más valioso de este concepto es que busca para las distintas formas de lucha política colectiva (movimiento obrero y ―nuevos movimientos sociales‖) mecanismos y procesos similares (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 5). Antes de analizar las peculiaridades de los movimientos en cuestión conviene revisar las implicaciones teóricas y los componentes principales del concepto de contienda política. 3.1. La Contienda política como categoría analítica Cuando el rey despidió al popular ministro de finanzas Jacques Necker el 11 de julio, las calles de París se vieron inundadas de marchas y concentraciones masivas. Esa noche, la gente saqueaba las barreras de peaje del perímetro de la ciudad y bailaba después alrededor de las ruinas. Durante los días inmediatos, las asambleas electorales, sus comités provisionales y sus milicias formadas apresuradamente, comenzaban a gobernar gran parte de París. Mientras tanto, bandas de parisinos irrumpían en las prisiones y demás edificios públicos y 92


liberaban a los presos, se adueñaban de las armas y se llevaban la comida que se almacenaba dentro (McAdam, Tarrow, Tilly 2005: 3-4). De esta manera, con una breve descripción de los sucesos de la Revolución Francesa, empieza el libro Dinámica de la contienda política de los autores norteamericanos Sidney Tarrow, Doug McAdam y Charles Tilly. En el mismo, ellos parten de la hipótesis que fenómenos políticos en apariencia totalmente disímiles, tales como movimientos sociales (NMS y movimiento obrero), revoluciones, oleadas de huelga, nacionalismo, democratización; responderían a acontecimientos similares entre sí (mecanismos y procesos causales). Proponen el concepto de contienda política para enfatizar las similitudes que se puedan encontrar en los diversos estudios sobre la acción política. En estos términos, los autores definen a la contienda política como la interacción episódica, pública y colectiva entre los reivindicadores y sus objetos cuando a) al menos un gobierno es uno de los reivindicadores, de los objetos de las reivindicaciones o es parte en las reivindicaciones y b) las reivindicaciones, caso de ser satisfechas, afectarían a los intereses de al menos uno de los reivindicadores (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 5). En pocas palabras, lo que está en juego en el concepto propuesto es la lucha política colectiva. De la cual se distinguen dos tipos: a) Contienda política contenida: ―es la lucha política colectiva en la que todas las partes son actores previamente establecidos que emplean medios bien establecidos de reivindicación‖ (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 8). b) Contienda política transgresiva: ―es la lucha política colectiva en la que algunos de los participantes en el conflicto son actores políticos recientemente autoidentificados y/o al menos algunas de las partes emplean acciones colectivas innovadoras‖ (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 8). No está de más especificar que en la medida que a los autores les interesa principalmente el cambio y la novedad política, éstos se ocupan sobre todo del segundo tipo de contienda política (transgresiva). Una vez que hemos hecho un breve recuento de los alcances conceptuales del concepto de contienda política pasemos a esclarecer sus tres componentes principales: mecanismos y procesos causales, y episodios contenciosos. 3.2. Mecanismos, procesos y episodios A lo largo del texto McAdam, Tarrow y Tilly señalan que a ellos les interesa estudiar acontecimientos políticos de largo aliento y encontrar similitudes entre estos últimos. Con esto no quieren decir que estos acontecimientos sean idénticos, sólo que pueden presentar algunos rasgos o elementos parcialmente comunes entre sí. Para llevar 93


adelante este cometido optan por un enfoque histórico que considere a los hechos políticos más como redes de interacción entre enclaves sociales que como los resultados de las decisiones tomadas por un conjunto de individuos. Precisamente, los autores llaman mecanismos causales a los acontecimientos similares que se distinguen en la contienda política. Específicamente definen a este concepto como ―una clase delimitada de acontecimientos que alteran las relaciones entre conjuntos específicos de elementos de maneras idénticas o bastante similares en toda una variedad de situaciones‖ (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 26). Entre los mecanismos causales distinguen tres tipos: Ambientales: Influencias externamente generadas sobre las condiciones que afectan la vida social. Cognitivos: Operan mediante alteraciones de la percepción individual y colectiva. Interpersonales: Alteran las conexiones entre personas, grupos y redes de estos últimos (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 26). A su vez, las cadenas, secuencias, y combinaciones de los mecanismos en cuestión construyen procesos causales (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 29). Para clarificar el concepto de proceso causal, los autores estudiaron la formación de identidades políticas en la Francia revolucionaria del siglo XVIII. En este caso las identidades se formaron a partir de pares de oposiciones como revolucionario-contrarrevolucionario o monárquico-republicano. Lo interesante es que los actores actuaron como si estas identidades fueran coherentes y sólidas aunque en la realidad hayan estado lejos de serlo (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 60). En este sentido, los autores estiman que la disputa por la identidad son procesos importantes para explicar la lucha política colectiva. Por último, la suma de procesos causales construye, para los autores, los episodios contenciosos. Esta última categoría, a diferencia de las anteriores, es más descriptiva que explicativa. Según los autores, los episodios contenciosos no deben ser vistos como períodos regulares y recurrentes. Al contrario, en su opinión, son lugares iterativos de interacción en los que se solapan diferentes oleadas de movilización y desmovilización, se forman y evolucionan las identidades y se inventan, se afilan y se rechazan nuevas formas de interacción cuando los actores interactúan entre sí y con sus oponentes y terceras partes (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 26). En pocas palabras, los episodios contenciosos tienen como objetivo principal espacial y temporalmente el caso de estudio. Este objetivo, sin embargo, cumple una función básicamente metodológica, es decir, no pretende tratar a la historia a partir de grandes períodos o encontrar una ley que guíe el desenvolvimiento de esta última. Como ejemplo, los autores citan el movimiento estudiantil y sindical en Italia a finales de los años 60.

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3.3. Mecanismos y procesos causales de los NMS y del movimiento obrero Una vez que hemos analizado los alcances teóricos del concepto de contienda política, nos parece pertinente señalar la aplicación de éstos para el estudio de movimientos sociales, ya se trate de NMS o del movimiento obrero. Si seguimos este marco conceptual, antes que nada es preciso delimitar espacial y temporalmente el objeto de nuestra investigación para construir así episodios contenciosos. Para nuestro interés, los casos trabajados por McAdam, Tarrow y Tilly han sido el movimiento por los derechos civiles en Estado Unidos en los años 50 (NMS), y el movimiento estudiantil-sindicalista en la Italia de la década del 60 4. En ambos casos, los autores han considerado que el contexto nacional ha afectado de manera significativa el rumbo que ha tomado las organizaciones (formales e informales) de las dos movilizaciones. En lo concerniente al proceso causal, McAdam, Tarrow y Tilly consideran que el más significativo fue el de la polarización de las identidades de los actores involucrados en la lucha política (McAdam, Tarrow y Tilly 2005: 76). Con esto quieren decir que los colectivos involucrados en la contienda política tendieron a polarizarse más conforme se desarrollaron los respectivos episodios contenciosos. El proceso de polarización giro en torno a dos identidades opuestas en cada episodio contencioso, las mismas que mientras duró la contienda fueron asumidas como sólidas y completamente reales. En el caso del movimiento por los derechos civiles las identidades fueron definidas por elementos étnico-raciales (blanco-negro) y en el caso del movimiento sindicalista italiano por ideologías políticas (socialista-fascista). En cuanto a los tres mecanismos causales señalados (ambientales, cognitivos e interpersonales) hemos construido la siguiente tabla, a partir del análisis comparativo de casos efectuado por McAdam, Tarrow y Tilly: Movimiento por los Derechos Civiles (EEUU) Mecanismos Ambientales

Movimiento estudiantil-sindicalista (Italia) Italia conservaba (históricamente) vestigios tanto Urbanización creciente y dependencia de la estructura de obrerismo militante como de fascismo económica (producción y consumo) de Alabama a los (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 74). trabajadores afroamericanos (McAdam, Tarrow y Dependencia de la estructura económica a los Tilly; 2005: 50) sindicatos italianos.

Mecanismos cognitivos

Percepción de una reticencia a reformar los cargos Percepción de una reticencia a reformar el federales, a los cuales estaban excluidos los (elitista) sistema educativo italiano (McAdam, afroamericanos de Alabama (McAdam, Tarrow y Tarrow y Tilly; 2005: 68) Tilly; 2005: 50)

Mecanismos Interpersonales

Adaptación, extensión y modificación creativa Adaptación, extensión y modificación creativa de las del marco de autonomía (universitaria), rutinas familiares de las Iglesias cristianas a las procedente del movimiento estudiantil, por parte demandas del movimiento por los derechos civiles de los trabajadores industriales italianos (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 54) (McAdam, Tarrow y Tilly; 2005: 75)

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Si miramos con detenimiento la tabla, encontramos algunos resultados interesantes. En primer lugar, el hecho de haber estudiado episodios contenciosos distintos, no nos ha impedido encontrar procesos similares en ellos. Nadie podría dudar que la escena política durante la segunda posguerra del siglo XX era distinta en Estados Unidos e Italia. Sin embargo, en ambos casos se han desarrollado procesos similares de polarización; incluso a pesar de que los respectivos actores involucrados no compartían una misma base. En segundo lugar, tanto el movimiento por los derechos civiles como el movimiento estudiantil-sindicalista italiano obedecieron a mecanismos tanto simbólicos como físicomateriales. En cuanto a los primeros, cabe señalar que ambos casos se vieron precedidos por intentos de reforma de dos instituciones formales que los actores políticos veían importantes: las instituciones federales en el caso del movimiento por los derechos civiles, y el sistema educativo en el caso del movimiento estudiantil-sindicalista italiano. Además, y quizá más importante aún, en los dos movimientos sociales hubo una percepción de resistencia hacia reformas justas de las instituciones en cuestión. Por otro lado, con respecto a los segundos factores (físico-materiales), conviene señalar que ambas movilizaciones fueron posibles gracias a la fuerza de presión que podían ejercer al suspender parcial o totalmente el aparato productivo de la economía. En tercer lugar, tanto el movimiento por los derechos civiles como el movimiento estudiantil-sindicalista ampliaron su base social y culminaron el episodio con un grado mayor de formalización a partir de la apropiación de organizaciones previamente existentes. Los primeros se valieron de las rutinas familiares de las iglesias cristianas de Alabama y los segundos del marco de autonomía de los estudiantes universitarios italianos. Con estas similitudes no queremos decir que no subsistan diferencias significativas entre estos, como en otros movimientos. No obstante, este marco conceptual es una apuesta por encontrar similitudes estructurales, tanto simbólicas como materiales, entre distintas manifestaciones de la acción colectiva. Lo contrario, tal como ha ocurrido con los estudios sobre movimientos sociales de las últimas décadas, es caer en la mera especulación de lo cultural5, lo cual guarda poca correspondencia con la realidad de los procesos políticos actuales.

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Notas 1

En Estados Unidos las investigaciones sobre movimientos sociales giraron en torno a la ―Teoría de la Movilización de Recursos‖. Esta perspectiva concentró sus esfuerzos en estudiar la organización formal de los movimientos sociales, antes que su estructura de base (McAdam, McCarthy y Zald; 1999: 24). 2

Entendemos que Touraine se refiere por ―nuevos movimientos sociales‖ a las organizaciones de jóvenes, de género, de indígenas, de ambientalistas, etc. 3

La problemática estructura-agencia es relativamente antigua en Ciencias Sociales. El primero en abordarla de una manera sistemática quizá fue Max Weber a fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX. 4

Al respecto, cabe aclarar que si bien McAdam, Tarrow y Tilly no tratan un movimiento puramente obrero, pues contaba con la participación activa de los estudiantes italianos, es un ejemplo válido para nuestro tema, por la importancia que jugaron los sindicatos en el mismo. 5

A mi modo de ver, en las identidades culturales se ha solido encontrar acciones transgresivas donde no las había. En nombre de la famosa resistencia cultural se llegó a extremos ridículos como querer cambiar el mundo frente a la comodidad del televisor.

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BIBLIOGRAFÍA Bourdieu, Pierre (1990). ―La huelga y la acción política‖ en Bourdieu, Pierre. Sociología y Cultura, México D.F., Grijalbo, pp. 265-276. McAdam, Doug; McCarthy, John D. y Zald, Mayer N. (1999). ―Oportunidades, estructuras de movilización y procesos enmarcadores: hacia una perspectiva sintética y comparada de los movimientos sociales‖ en McAdam, Doug; McCarthy, John D. y Zald, Mayer N. (eds.). Movimientos sociales: perspectivas comparadas, Madrid, Editorial Istmo, pp. 21-46. McAdam, Dough; Tarrow, Sidney y Tilly, Charles (coords.) (2005). Dinámica de la contienda política, Barcelona, Editorial Hacer. Touraine, Alain (1993). Crítica de la Modernidad, Madrid, Ediciones Temas De Hoy.

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CAMPESINOS EN MOVIMIENTO REPASANDO LAS LUCHAS CAMPESINAS DE DOS SIGLOS EN COLOMBIA Lic. Felipe Rincón M.1

RESUMEN

En Colombia, como en el resto de los países andinos, las dinámicas de expansión del capital agrario, la concentración improductiva de la tierra y las políticas sectoriales han conducido al campesinado a un profundo proceso de marginalidad económica y exclusión social que incide en su papel como sujeto económico y productivo para el sector y la sociedad en general. Producto de esto, el siglo XX se caracterizó por las continuas acciones de movilización y protesta campesina en demanda de lo que han sido sus exigencias históricas: tierra, atención del Estado y participación política. No obstante su larga trayectoria de lucha y resistencia social, ésta no ha alcanzado logros sustanciales en sus principales reivindicaciones. El artículo pretende hacer un recorrido por la historia de la organización y movilización campesina de los dos últimos siglos en Colombia, haciendo hincapié en los motivos que la originaron y las demandas que en sus diferentes periodos se presentaron. Para finalizar, hacemos especial énfasis en las consecuencias que han traído en la movilización campesina las políticas de ajuste estructural en la economía, la intensificación del conflicto armado interno y la criminalización de la protesta social de las últimas décadas. Palabras clave: movimientos sociales, acción colectiva, campesinado 1. Introducción El medio rural colombiano, en gran parte de su historia, ha mantenido y reproducido un estado de atraso con relación al resto de la sociedad. Esta relación se produce como consecuencia de los fenómenos que han determinado y moldeado la estructura agraria del país, en la cual siguen predominando los grandes latifundios improductivos (Kalmanovitz, 1974). Como consecuencia se han privilegiado los sistemas de producción capitalistas, de ganadería extensiva y prácticas de especulación con la tierra en detrimento de los sistemas productivos de baja escala y de economía campesina (Wolf, 1974), que históricamente, han realizado un mejor aprovechamiento de los recursos, contribuyendo al desarrollo integral del sector (Vargas, 1990). El medio agrario colombiano2, en los últimos años, ha venido sufriendo un continuo proceso de concentración de la propiedad rural y fragmentación de la pequeña (minifundización). Para el año 2005 el 0,45% de los propietarios controlaba cerca del 99


57,3% de la superficie predial, mientras que el 24,2% del área pertenecía al 97% de los propietarios en predios menores de 3 ha. La gran propiedad rural se consolidó con un promedio de 1,074 ha, en su mayoría tierras improductivas o destinadas a la ganadería intensiva y actividades especulativas en relación al mercado de tierras. El índice de Gini de propiedad agraria rural calculado para este mismo año era de 0,85, por encima del promedio regional de América Latina, que se calcula en 0,81 (Machado, 1998; Coronado, S, 2007). En Colombia dominan tres formas productivas: la empresa agropecuaria capitalista, el latifundio ganadero improductivo y la producción familiar o de economía campesina. Entre algunas de sus características, la empresa agropecuaria capitalista depende para su reproducción de la obtención sistemática de utilidades, se desarrolla en explotaciones tipo plantaciones, hatos ganaderos y fincas agrícolas, y su producción tiene por objetivo la exportación y la oferta de materia prima a la industria. El latifundio ganadero improductivo tiene por objeto la renta inmobiliaria especulativa, además de la legalización de capitales, que le permita mantener un dominio territorial y secundariamente la ganancia de actividades pecuarias, casi exclusivamente carne. La explotación familiar o campesina, para su reproducción, depende de la generación de ingresos a la familia o grupo social, las formas de producción son comunitarias, familiares de autosubsistencia o familiares altamente integradas al mercado, y eventualmente, familiar capitalista; produce alimentos de consumo básico, café, y en algunas zonas, madera y pesca artesanal (Forero, J, 2003). Históricamente, el campesinado colombiano ha estado sujeto a relaciones de control por parte de grandes terratenientes, latifundistas y gamonales locales y regionales. Esta situación los ha mantenido en una condición de marginalidad y exclusión estructural, como también ha limitado el alcance de su participación política. Por tal motivo, la organización y movilización social ha actuado virtualmente como el principal mecanismo de participación política a través del cual expresa sus reclamos y accede a sus demandas: tierra, atención del Estado y participación política. Los múltiples análisis de las últimas décadas en torno al campesinado latinoamericano, han generado nuevas teorías que los definen como sujetos históricos en relación con los cambios en los procesos de acumulación de capital y en las relaciones sociales y políticas, como productos históricos específicos con múltiples génesis y trayectorias variables (Prada, 2004: 123). Esto permitió comprender la cuestión campesina de una manera diferenciada a partir de los diversos rasgos étnicos, culturales, económicos, productivos y sociales que desarrollan y reproducen. Según Mondragón el campesino colombiano se caracteriza por una unidad doméstica-familiar, que produce como objetivo central para lograr su subsistencia y su reproducción como unidad doméstica […] La economía campesina aunque tiene unas relaciones con el mercado, y hoy en día la casi totalidad de los campesinos la tienen […] bien sea para vender alguna parte de sus productos o para comprar alguna parte de su consumo, […] la 100


estrategia de producción es básicamente la reproducción de la unidad doméstica, más que la obtención de una acumulación de capital (Tobasura, I 2006: 65-66). Así, los campesinos de Colombia tienen relaciones monetarias y vínculos laborales más amplios y se mueven en extensos circuitos productivos, políticos, sociales y culturales. Sin embargo, existe un rasgo que conserva su identidad: la relación con la tierra (Prada, 2004:123-124). Particularmente en Colombia, la movilización y protesta social campesina ha pasado por variados momentos de expansión y contracción. No obstante, y pese a su larga y diversa trayectoria en las formas de lucha, ésta no ha logrado posicionar al campesinado como actor político relevante en el conjunto de la sociedad. Por tal motivo consideramos pertinente abarcar la trayectoria de la organización y movilización campesina en el país, de tal modo que nos permita comprender su actualidad y ofrezca perspectivas sobre su dinámica de movilización y resistencia. El siguiente artículo tiene como propósito repasar la trayectoria de organización y lucha campesina de los dos últimos siglos en el país, con el objeto de identificar las causas que conllevan a la movilización, las dinámicas de la conflictividad y la actualidad de ésta. En una primera parte, nos adentramos en el debate teórico de los movimientos sociales, desarrollando las principales corrientes que dan cuenta de este fenómeno, permitiéndonos reconocer y diferenciar rasgos de la protesta campesina latinoamericana en el amplio espectro teórico que en torno a este debate existe. Seguidamente hacemos un recuento de la dinámica de protesta campesina —auge, periodo de mayor intensidad y posterior declive—, donde identificamos los actores participantes, motivos y repertorios de acción. Por último, y a modo de cierre, ofrecemos algunas reflexiones de la actualidad y retos futuros de la lucha campesina en el país. 2. A propósito de los Movimientos Sociales El estudio de los movimientos sociales se remonta a la Europa de finales del siglo XIX, momento en el cual el modelo industrial de producción se afianzaba en el continente, lo que conllevó a la sobreexplotación de los obreros y al cada vez mayor deterioro de sus modos de vida. Periodo en el que el movimiento obrero se hacía más amenazante para el mantenimiento de la clase burguesa. El comportamiento colectivo inicialmente fue abordado de una forma más directa por la línea del pensamiento europeo conservador; destacando las observaciones de Le Bon y Tarde, quienes proponen una visión irracional de la multitud. En ellos la capacidad individual y la racionalidad de los individuos son sojuzgadas por la sugestión colectiva; las características de la ―psicología de la multitud‖ son la credulidad, la exasperación de las emociones y la tendencia a la imitación. Las multitudes son, pues, manipuladas por minorías de agitadores y se manifiestan de forma irracional y violenta bajo la influencia de la sugestión (Melucci, 2002: 27). 101


En esta misma línea de pensamiento, Freud, en su aporte al debate del comportamiento colectivo, le otorga una connotación negativa, ya que considera que la existencia del grupo está sujeta a que el individuo se identifica con el líder. Más adelante, Ortega y Gasset, en un momento en que se afirmaba el aparato totalitario en Europa, le da una apreciación reduccionista al comportamiento colectivo, al considerarlo incapaz de asumir una responsabilidad colectiva, puesto que consideraba que estaba sujeta a la manipulación del jefe. Una definición desde la perspectiva funcionalista, entiende los movimientos sociales como conductas colectivas espontáneas de carácter contestatario, protagonizadas por agentes marginales al sistema institucional moderno, donde la decisión de sus integrantes a participar se daba por la frustración producida por condiciones como la privación económica, política o cultural. Por tanto, caracteriza estos movimientos por su irracionalidad, su disfuncionalidad y no- institucionalidad con respecto al sistema social y político, mostrado en la agresividad y frustración frente a las instituciones modernas (Tobasura, I; 2006: 32). Superando las nociones conservadoras del comportamiento colectivo, es común señalar los avances logrados por la escuela de Chicago y la teoría de interaccionismo simbólico de Rober Park, para quien el comportamiento colectivo no era una realidad patológica, sino un componente fundamental del normal funcionamiento de la sociedad (Archila, M; 2003:38); además de un factor decisivo para el cambio. Así mismo, Melucci (2002) define el comportamiento colectivo como una situación ―no estructurada‖, es decir, que no está plenamente controlada por las reglas que rigen el orden social; siendo un factor de transformación, que está en un continúo estado de crear nuevas normas, y, por tanto, de generar cambios sociales. Una nueva definición que se puede encontrar desde el comportamiento colectivo es que éste y los movimientos sociales como una de sus formas, serían así expresión del impacto producido por fenómenos como la urbanización, la pérdida de formas de cultura tradicional, la innovación tecnológica, los medios de comunicación de masas o la emigración. Estos cambios en la estructura social provocarían la aparición de intentos no institucionalizados de reconstrucción del sistema de creencias compartidas y de la propia estructura social (Rubio, 2003: 4). A mediados del siglo XX, teóricos estadounidenses no marxistas se propusieron analizar el comportamiento colectivo estudiando fenómenos espontáneos no institucionales con un enfoque psicológico, desde linchamientos hasta acciones de protesta. Emerge el enfoque de Acción Colectiva, que parte del supuesto que los actores son egoístas y se motivan por intereses individuales. Así mismo, desmiente la irracionalidad de los actores al participar de una acción, por cuanto considera que ésta se realiza bajo un cálculo de su coste de oportunidades. Posteriormente se derivan de éste, el enfoque de Movilización de Recursos y de Oportunidades Políticas. Paralelamente la escuela 102


europea, partiendo de orígenes y significados diferentes, desarrolla la teoría de los Nuevos Movimientos Sociales. Como derivación del enfoque de la Acción Colectiva, surge en los Estados Unidos en la década del 60 la Teoría de Movilización de Recursos, en un periodo de gran efervescencia social concentrada en las protesta de defensores del medio ambiente, estudiantiles en contra de la guerra, sindicales, a favor del feminismo y en contra de la discriminación racial. Este enfoque centra su atención en la cooptación de adherentes y de recursos, y de la forma de transformar a los no adherentes en adherentes. Por lo tanto, deja de lado al actor, ubicándolo como sujeto sin clase, ahistórico, racial y étnicamente homogéneo, dejando a un lado el análisis de los motivos que lo conducen a la movilización. El enfoque se destaca por ser uno de los primeros esfuerzos por analizar los métodos de un movimiento, que pueden influir en su desarrollo y logro de resultados. Más adelante, en la década del 80, emerge el enfoque de Estructuras de Oportunidades Políticas por el interés de dar cuenta del cuándo surgen los movimientos sociales. Este enfoque plantea que los movimientos sociales surgen y se aprovechan de oportunidades políticas como lo pueden ser la apertura institucional, la disminución de la represión o alianzas con otros sectores. Esta perspectiva deja a un lado el análisis de las causas contextuales que llevan al surgimiento de un movimiento o a una mayor movilización. También en la década de los 80, pero ahora en Europa, surge la teoría de los Nuevos Movimientos Sociales, que es posterior a la caída del socialismo y el auge del conservadurismo que amenazaba con desmantelar los sindicatos y logros sociales. Los NMS se consideran sin clase y postura política definida, se centran en la demanda de derechos postmateriales y hacen parte de éstos una amplia gama de actores sociales de diferentes clases, género, ideología política y filiación religiosa, así como de origen étnico o racial. Entre los NMS se agrupan a los movimientos profeministas, en defensa del ambiente, grupos de consumidores, contra la guerra, y de minorías étnicas. A la par de la diversidad de sujetos sociales que los componen y de las demandas que expresan, los NMS también se caracterizan por las formas de movilización que desarrollan, más próximas a las manifestaciones culturales y simbólicas. Al respecto, Puricelli (2007:28-29), comenta: Los estudios de la Movilización de Recursos ponen él énfasis más en la investigación atomizada de la organización que en el impacto holista del movimiento; la teoría de los Nuevos Movimientos Sociales aminora el papel político de los movimientos sociales dado que hace hincapié en la movilización sin ideología y los más recientes énfasis investigativos de la Acción Colectiva sobre Oportunidades Políticas y Perspectivas Comparadas ignoran el conflicto contextual. Las bases de las teorías predominantes de las escuelas norteamericana y europea, generalmente con referencias empíricas a sociedades posindustriales, no encuentran muchas similitudes para el contexto Latinoamericano. 103


En la actualidad los movimientos sociales latinoamericanos transitan por un camino que los separa de los tradicionales movimientos sindicales como también de los actuales movimientos de los países centrales. Este proceso se da posterior a las consecuencias negativas que para toda la región —y principalmente, para su población más vulnerable de ciudades y del medio rural—, trajo consigo la puesta en marcha de las reformas estructurales de corte neoliberal de la década del 90; desmantelando los beneficios sociales y laborales logrados décadas atrás, estancando en la pobreza a sectores ya sumergidos en ésta, y conduciendo a importantes segmentos de la clase media a esta situación. Por lo tanto, coincidimos con Elizabeth Jelin al afirmar que: En contraste con lo que pasa en los países centrales, una de las características propias de América Latina es que no hay movimientos sociales puros o claramente definidos, dadas la multidimensionalidad, no solamente de las relaciones sociales sino también de los propios sentidos de la acción colectiva. [No obstante], es en esta impureza, que reside la verdadera novedad de los NMSs en América Latina y su extensión a los NMSs de los países centrales es una de las condiciones de la revitalización de la energía emancipatoria de estos movimientos en general (Boabentura, 2001: 181). 3. De aparceros, arrendatarios y colonos: origen de las luchas campesinas en Colombia La estructura agraria a finales del siglo XIX y principios del XX en Colombia se caracterizaba por el predominio de las formas pre-capitalistas de producción y de contratación de la fuerza de trabajo. La principal estructura productiva consistía en la hacienda tradicional y el latifundio en donde dominaban formas de trabajo y de explotación casi feudales: los arrendatarios de las grandes haciendas de Cundinamarca, Boyacá, Tolima, Huila y Cauca pagaban rentas por sus lotes de subsistencia en forma de producto o dinero, y trabajaban en las labores de la hacienda por un salario inferior al promedio nacional (Suhner, 2002: 22). En otras regiones era común la práctica de la aparcería, consistente en el trabajo en conjunto del terrateniente y el campesino, con un reparto de utilidades favorable al terrateniente. El colonato actuaba para los terratenientes como un medio eficaz mediante el cual los campesinos realizaban mejoras a sus tierras y al cabo de un par de años, eran despojados de éstas sin ninguna retribución a cambio. Para la década de 1920 eran pocas las experiencias de movilizaciones que los campesinos habían podido generar en torno a la demanda de tierras y mejores condiciones de arrendamiento, esto primordialmente por la dificultad al momento de unificar las demandas, y también debido a la intransigencia expresada por los terratenientes en la época.

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Con la crisis económica de 1929, que se tradujo primordialmente en pérdidas de empleos urbanos y aumento en el precio de los alimentos, se origina que los pobladores urbanos que habían emigrado a las ciudades en el periodo del auge económico se vieran obligados a retornar al campo, trayendo consigo las experiencias de los movimientos obreros y la demanda de tierra para trabajar. LeGrand (1988: 151) menciona que a comienzos de los años treinta, campesinos no indígenas recurrieron por primera vez a la táctica de invasiones, tomaron forma las primeras ligas campesinas y los campesinos empezaron a identificarse con los partidos políticos de izquierda. Con las invasiones de tierras se inicia la represión oficial, como la masacre de los trabajadores de la zona bananera de Santa Marta y la represión de los Bolcheviques del Líbano en 1929 (que no eran más que trabajadores cafeteros inconformes con sus condiciones laborales). A pesar de la arremetida de los patrones con la complicidad del gobierno, hacia 1930 se radicaliza las posiciones de los campesinos, agrupados en Sindicatos Agrarios, Ligas Campesinas, Ligas de Colonos, Federaciones de Mejoras y el Partido Campesino. Su lucha, más organizada y con objetivos claros, se extiende a otras regiones del país, superando el orden focal y las reivindicaciones salariales. La alianza con organizaciones obreras e indígenas como la Confederación Obrera Nacional (CON) y la Conferencia de Trabajadores de Colombia (CTC), les ayuda a actuar y coordinar acciones contra la propiedad de grandes extensiones de tierra. Emplearon medios de acción de masa como las huelgas, y las toma de haciendas para recuperar tierras, muchas de ellas en fincas cafeteras (Tobasura, 2006; Zamosc, 1987; LeGrand, 1988; Rivera C, 1987) El proceso de tomas de tierras realizadas por los arrendatarios y colonos en las haciendas donde tenían sus parcelas, fue contenido por el gobierno a través de la compra y posterior parcelación de los predios en disputa, la cual fue asignada entre los campesinos movilizados. Si bien, estas parcelaciones representaron logros para la movilización, su bajo alcance no permitió disminuir las tensiones entre obreros rurales y patronos, de tal modo que no se constituyó en un mecanismo eficaz para dar solución al problema agrario y para contener la ola de agitación política que se vivía en vastas zonas del país. Las parcelaciones de tierras no llegaron a contener la totalidad de la demanda social, ya que durante 8 años de lucha (1929-1937), en sólo 18 sitios de la república se mantuvo la movilización de cerca de 20.000 campesinos, los cuales hicieron constante su lucha alegando cinco cosas fundamentales: pago de las mejoras, no expulsión de los arrendatarios sin indemnización previa, mayor participación de las cosechas, supresión de ciertas formas de renta, como la de servicios y especies y mejores condiciones laborales (Tovar, 1975:44). La protesta social campesina en Colombia de las primeras décadas del siglo XX fue protagonizada en su mayoría por campesinos parceleros o arrendatarios y trabajadores rurales o jornaleros, quienes concentraron sus demandas en alcanzar beneficios en las condiciones de trabajo y de arrendamiento, es decir, su acción se centraba en mejorar su 105


posición en la estructura productiva dominante, sin proponerse, por el momento, profundas reformas en la estructura social. Es sólo a mediados del siglo con la conformación y fortalecimiento de la principal organización campesina del país — ANUC— que las demandas en torno a la tierra vendrían a ocupar un papel predominante en la movilización agraria. 4. La ANUC: auge y radicalización. A mediados del siglo XX, el contexto político del país se encontraba sujeto a los pactos que habrían llegado los partidos tradicionales para el cese de los periodos de violencia. El Frente Nacional3 atravesaba un periodo de inestabilidad a causa de la cada vez mayor influencia electoral que venía ganando el Movimiento Liberal Revolucionario MLR. A esto se sumaba el éxito de la Revolución Cubana y su posterior radicalización, que sembró la esperanza del pueblo para lograr sus reivindicaciones a través de la insurrección armada, lo que hacia más amenazante el poder que pudieran lograr las guerrillas locales. Como respuesta, el ministerio de relaciones internacionales de Estados Unidos, a través de la OEA, planteó para Latinoamérica la necesidad de desarrollar programas de Reforma Agraria que ayudaran a contener las crecientes tensiones por la tierra, a través de la democratización en su tenencia. En este contexto llegó a la presidencia en 1966, Carlos Lleras Restrepo, quien tenía como propósito promover la reforma agraria como mecanismo que permitiera superar formas de producción y tenencia de la tierra que no contribuían al desarrollo económico y social del país. No obstante, se vio enfrentado a una fuerte resistencia política, a lo cual respondió con la creación mediante decreto de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC, una organización con proyección nacional, que canalizaría los intereses de los campesinos y lograría en los años siguientes movilizaciones masivas en todo el país. En poco tiempo, la ANUC contaba con 600.000 campesinos vinculados a 190 organizaciones locales. En sus primeros años, sus reivindicaciones se orientaron a exigir salarios más justos, jornada de 8 horas, derechos de organización, movilización y huelga, abolición del trabajo de destajo, remuneración de los días festivos, pago de cesantías y otras prestaciones sociales, condiciones dignas de alimentación y alojamiento, servicios médicos y sociales, estabilidad y abolición de los despidos injustificados (Tovar, 1875; Tobasura 2006; Zamosc, 1987; Rivera, 1987). Desde un principio, la ANUC contó con una gran aceptación por parte de la población rural, que masivamente se vinculó a ésta a través de sus comités locales. En un inicio, la organización se estructuró a través de la elección de representantes locales, los cuales conformarían delegaciones regionales, que a su vez tendrían la responsabilidad de elegir la dirigencia nacional. No obstante, en algunos casos, quienes conducirían la organización a nivel local y regional serían los gamonales políticos y terratenientes, desplazando a los campesinos en el liderazgo y en la toma de decisiones en la

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organización, ya que se tornaba en un espacio para ejercer el dominio burocrático y el control territorial en las regiones (Bagley, B y Botero, F, 1978). En cuanto a sus demandas, hasta el año de 1970 fueron mínimos los logros alcanzados, principalmente aquellos relacionados con el acceso y distribución de la tierra. Según Kalmanovitz (1974), la adquisición por expropiaciones (procesos iniciales) alcanzó sólo 72.724 hectáreas en 1962 y 1970; y la adquisición por compra, 165.930 hectáreas en el mismo periodo, de las cuales la mayor parte no habían sido tituladas hasta 1960. Es decir, no se alcanzó a afectar ni el 1% de la superficie agropecuaria del país. La radicalización de la ANUC coincide con los mínimos logros alcanzados durante el gobierno de Lleras Restrepo y la oposición que representaba para la organización y sus objetivos el sucesor gobierno conservador de Pastrana Borrero (1970–1974). En la plataforma ideológica de 1971, esto claramente se advertía: La Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia, es una organización autónoma, de campesinos asalariados, pobres y medios, que luchan por una reforma agraria integral y democrática; por la reivindicación del trabajo agrícola, por la elevación de su nivel de vida económica, social, cultural y el desarrollo pleno de sus capacidades y que entiende que para superar el atraso económico del país y lograr el bienestar general del pueblo colombiano, es necesario romper las actuales estructuras de dominación internas y externas que han beneficiado a una reducida clase explotadora, mediante la lucha organizada y permanente del campesinado colombiano con la clase obrera y demás sectores populares comprometidos con el cambio estructural y la liberación total de nuestra patria de toda forma de dominación y coloniaje (Bagley, B y Botero, F 1978:198). Ante la radicalización de la organización y la amenaza que representaba para el establecimiento, el gobierno retira el apoyo económico y logístico a ésta y promueve el surgimiento de una línea gobiernista (Línea Armenia). La fracción radical de la organización (Línea Sincelejo) mantiene su postura a favor de la reforma agraria promoviendo múltiples acciones de toma masivas de tierras en la década del 70. A finales de 1971 y comienzos de 1972, la ANUC realizó más de 2.000 invasiones de tierras en varias zonas del país. Entre el 7 y 15 de junio de 1972, la ANUC patrocinó un paro cívico en Florencia, Caquetá. Este movimiento fue una protesta contra los abusos y el mal manejo de los programas gubernamentales de crédito por parte de las entidades estatales en la región. El gobierno rompió a través de la represión del movimiento y la encarcelación de varios líderes regionales y nacionales de la ANUC presentes en Florencia. Posteriormente se realizaron múltiples paros cívicos en los departamentos de Caldas, Sucre y Córdoba, acompañados por la represión oficial y repetidas encarcelaciones de los cuadros dirigentes de la organización (Bagley, B y Botero, F, 1978; Suhner, 2002). 107


Para mediados de la década del 70, la organización campesina se vería fuertemente afectada por la implementación de medidas de orden público, la intensificación de la represión y la contrarreforma que desarrollaría el gobierno a favor de los empresarios agrícolas. La ANUC Línea Sincelejo, terminó fraccionándose 4 , impidiendo la consolidación de una organización única y de carácter nacional que aglutinara y trazara las directrices políticas y operativas del movimiento campesino en el país. Algunos autores explican la crisis interna en que entró la ANUC a partir de 1974 como producto de la acción de los intelectuales que influyeron en su aparente atomización política. Otros, en cambio, atribuyen el fracaso a la gran heterogeneidad del movimiento, pues la organización aglutinó jornaleros sin tierra, campesinos ricos, minifundistas, colonos e indígenas (Tourain, 1978; Tobasura, I, 2005; Archila, M, 2003). Al finalizar la década del 70, la lucha campesina se caracterizaba por una acentuada pérdida en su capacidad de movilización y las organizaciones fueron tornándose cada vez más locales y regionales, perdiendo protagonismos en el escenario nacional. Con el auge de la organización y radicalización de la protesta campesina en el país, se sobrevino su posterior declive, lo que impidió tener una dinámica sostenida de lucha encaminada al logro de sus demandas históricas. Así mismo, la represión generada por las fuerzas militares y los grupos paraestatales jugó un papel fundamental en la desmovilización campesina y en la configuración de nuevas formas de lucha y resistencia que se intensificarían años más adelante. 5. Las luchas campesinas en la década del 80: un leve despertar La década del 80, para la movilización campesina en el país, representó un periodo de menor intensidad en comparación a las dinámicas desarrolladas en el periodo anterior. Tal fenómeno se explica por la desarticulación que al interior del movimiento campesino se venía suscitando, como también el efecto que tuvieron sobre las luchas campesinas las sistemáticas acciones de represión ejercidas por actores estatales y paraestatales. Las movilizaciones rurales más intensas de la década de los ochenta ocurrieron en tres tipos de configuraciones regionales: 1) En regiones de colonización campesina con procesos de concentración de la tendencia de la tierra (Magdalena Medio, Bajo Cauca, Ariari-Guayabero-Guaviare, Catatumbo y Alto Sinú). 2) En enclaves agroindustriales o mineros, con alta inmigración y conflictos por la distribución de beneficios, como Urabá, Barrancabermeja y Arauca. 3) En regiones dominadas por el latifundio improductivo, como Sucre, Córdoba, sur de Bolívar, Magdalena, Cesar, centro oriente del Cauca, sur del Tolima y centro-sur del Huila. Las regiones más densamente pobladas con minifundistas y campesinos medios que ocupan la parte central de las cordilleras, no han presenciado sino 108


esporádicas movilizaciones rurales y han estado en general menos afectadas por la violencia. Las movilizaciones de los años 80 reflejan la heterogeneidad del campesinado y sus distintos problemas y necesidades (Suhner, S, 2002:38). El periodo de gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) se caracterizó por los esfuerzos encaminados a la creación de condiciones que permitieran generar un proceso de diálogo con las organizaciones insurgentes. La negociación se centró primordialmente en la reinserción y desmovilización de los combatientes, sin avanzar en las demandas que estos sostenían: distribución de tierras, participación política, reformas económicas, entre otras. Paulatinamente, algunos grupos desmovilizados empezaron a insertarse y conformar estructuras políticas que incidirían en las dinámicas de organización y movilización campesina en el país. El periodo se caracteriza así, por la significativa influencia que tuvo la izquierda revolucionaria en los movimientos cívicos y campesinos. Los diálogos de Betancur llevaron a una orientación incorporativa de la insurgencia, lo que se expresaba, entre otras cosas, en la fundación de movimientos políticos. La movilización de decenas de miles de campesinos colocó a las regiones guerrilleras en el centro de las luchas agrarias. Entre 1985 y 1987 hubo 139 movilizaciones campesinas importantes, de las cuales 71 fueron impulsadas por los frentes políticos que actuaban en las zonas de influencia guerrillera (69% por la UP, 22% por A Luchar y 9% por el FP) y más del 90% tuvo lugar en zonas marginales y de colonización (Suhner, S, 2002: 40). Los motivos de la protesta campesina en la década del 80, se concentró principalmente en la demanda por servicios e infraestructura 5, reclamos frente a la política agraria, la falta de tierra, la violación de los derechos humanos y la extensión del conflicto armado. Combinaron sus acciones con motivos menos numerosos en torno a lo ambiental, la gestión administrativa local, e incumplimiento de acuerdos, la política sobre cultivos ilícitos y de algunas instituciones, y un conjunto de motivos varios […] En la década se realizaron 1.116 acciones directas. El número de combinaciones de motivos más alto se dio en 1987 con 274 acciones, año de la reunificación de la ANUC Línea Sincelejo, cuando se potenciaron las distintas formas de protesta y el trabajo de preparación permitió poner sobre el papel el mayor número de demandas por satisfacer (Salgado y Prada, 2000: 161). El periodo se caracteriza por una marcada reducción en el número de movilizaciones que la protesta campesina realiza, así como por un cambio en el tipo de demandas que se expresan. De los reclamos tradicionales como ha sido el acceso a la tierra, atención del Estado, participación política y acceso a mercados, entre otras, empiezan a ocupar un papel predominante las relacionadas con los servicios e infraestructura, la violación de los derechos humanos y la extensión del conflicto armado.

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6. Actualidad de la protesta social campesina en Colombia: de la lucha por la tierra a la defensa de la vida. Con la puesta en marcha de las políticas de ajuste estructural de la década del 90, caracterizadas por la liberalización de la economía, la desregularización de los mercados, y el desmantelamiento de instituciones y programas responsables de la promoción de la producción campesina y de mediana escala, entre otros; el medio rural del país sufrió consecuencias negativas representadas en el aumento de la pobreza, disminución en los niveles de calidad de vida y la desaparición de unidades productivas, entre otras. Paralelamente a la implementación del modelo de apertura económica, el periodo se caracterizó por una intensificación del conflicto armado interno, que por más de seis décadas se viene desarrollando en el país. Con la puesta en marcha de programas militaristas como el Plan Colombia, y en sus actuales versiones, el Plan Patriota y el Estatuto de Seguridad Democrática; sistemáticamente se han venido limitando los derechos individuales, coartando la libertad de expresión y criminalizando la organización social. Estas acciones se traducen en el aumento del desplazamiento forzoso de la población, que en la actualidad se calcula en 3 millones las familias y de 500 mil refugiados, principalmente en Ecuador, Venezuela y Panamá, que han perdido entre 3 y 4 millones de hectáreas, las cuales están siendo controladas por paramilitares, narcotraficantes o destinadas al desarrollo de agronegocios, principalmente en palma africana. Así, las políticas de ajuste económico de las últimas décadas y la intensificación del conflicto social y político interno en Colombia, ha hecho que el desplazamiento forzoso de campesinos, indígenas y afrodescendientes en el país se desarrolle por dos vías: la económica y la militar. Esto, sin duda, ha afectado la dinámica del movimiento campesino, generando una significativa reducción en comparación a periodos anteriores. De este modo, en un lapso de quince años (1990–2005), sólo se registraron 950 acciones directas en todo el país. Los principales motivos enunciados en la protesta fue el rechazo a las políticas agrarias6 y las relacionadas con la demanda de servicios e infraestructura, superando incluso aquellas relacionadas con la distribución y titulación de tierras; también ocupa un importante lugar las referentes al conflicto armado y por la defensa de los derechos humanos (Tobasura, I y Rincón, F 2007). La dinámica actual de la movilización social agraria en Colombia, al igual que lo menciona Giarraca (2004) para el caso argentino, en general ha sido de ―defensa‖ y ―preservación‖ frente al avance de las políticas ―expropiatorias‖ del neoliberalismo, y en muy pocas ocasiones estas acciones colectivas estuvieron relacionadas con la expansión de nuevos derechos o con la conquista de nuevos espacios políticos o ciudadanos.

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La lucha campesina de las últimas décadas en Colombia se ha encaminado principalmente hacia la defensa de derechos adquiridos que se ven amenazados por el avance del capital en su actual fase de acumulación agraria y por la protección de los derechos humanos en medio del conflicto. Por lo tanto, los trabajos realizados por Salgado y Prada (2000), Suhner (2002), Betancur (2006), Tobasura (2006), entre otros, sustentan que, a causa de los conflictos socio-políticos y económicos a los cuales se enfrentan las sociedades campesinas en el país, éstas han debido transformar su protesta de la lucha por la tierra a la defensa de la vida. 7. Consideraciones finales Colombia se caracteriza por haber mantenido y reproducido, a lo largo de su historia, profundas relaciones de desigualdad e inequidad social, las cuales han perdurado gracias a la marginación política, social y económica a las que han venido siendo sometidos importantes segmentos de la población, tanto urbanos como rurales. En el campo, esta relación se expresa mediante la progresiva dinámica de concentración sobre la propiedad de la tierra, el empobrecimiento de los productores de economía campesina y las mínimas posibilidades de participación política, entre otros. Por tal motivo, la organización y movilización se ha constituido, virtualmente, en los únicos mecanismos de los que puede hacer uso el campesinado del país para enunciar sus necesidades y exigir por mayores derechos ante los gobiernos centrales. Durante la mayor parte del siglo XX, hemos sido testigos de diversos periodos de protestas sociales y confrontaciones políticas, en las cuales las demandas campesinas en relación con la distribución de la tierra, la atención del Estado y una mayor participación en todas las esferas de la sociedad, han estado presentes como reivindicaciones históricas, y que en la actualidad, siguen sin ser resueltas. No obstante, los cambios sociales, económicos y políticos de los últimos años, han generado algunas transformaciones en la base social y política de la organización campesina, que se manifiesta en la diversidad de las demandas, las formas de movilización y el tipo de actor que participa de la protesta. En este sentido, Zibechi (2003: 185-187) sostiene que, producto de las transformaciones recientes en los ámbitos sociales, económicos y políticos desatados en la región, los movimientos sociales latinoamericanos han debido mudar sus formas de movilización, las demandas, el tipo de actores y la forma de organización, a la par que se constituye una nueva forma de protesta popular; que los lleva a compartir una serie de características comunes: 1) la territorialización del movimiento; 2) mayor autonomía, tanto del Estado como de los partidos políticos; 3) propenden por la revalorización de la cultura y la afirmación de la identidad de sus pueblos y sectores sociales; 4) la capacidad para formar sus propios intelectuales; 5) el creciente liderazgo de la mujer; 6) la preocupación por la organización del trabajo y la relación con la naturaleza; y, por último, 7) la puesta en práctica de formas autoafirmativas, a través de las cuales los nuevos actores se hacen visibles y reafirman sus rasgos y señas de identidad. 111


Podríamos decir que el actual movimiento campesino colombiano comparte con sus homólogos de la región esta serie de características comunes; no obstante, al igual que sucede con los movimientos de otras latitudes, algunos rasgos se expresan con mayor intensidad que otros. Concretamente, el movimiento campesino en el país se distingue por el papel protagónico que ha venido teniendo la discusión de género y el creciente liderazgo de la mujer. En los movimientos campesinos este rasgo se expresa más definido, en razón de la inestabilidad de las parejas y la ausencia del hombre, en muchos casos por motivos del conflicto7. Esto ha conducido a que la mujer reafirme su posición, asumiendo responsabilidades en la organización social como en la reproducción de su unidad domestica; instaurando de este modo, una relación de igualdad, que rompe con los esquemas tradicionales de dominación. El movimiento campesino colombiano se ve constituido por una amplia gama de actores sociales y económicos, lo que ha conducido a que se diversifique el repertorio de demandas y de acciones en la protesta. Esto ha permitido que a las reivindicaciones históricas, como la reforma agraria, atención del Estado, participación política, entre otras, se sumen nuevas demandas, que no obstante se centran en la defensa de derechos y no en la ampliación de los mismos, como es el caso de los trabajadores rurales o jornaleros y la población desplazada, entre otros. Por lo tanto, demandas en torno a la defensa de la vida, las relacionadas con el medio ambiente y los reclamos por servicios básicos, empiezan a ocupar un importante lugar en el repertorio de motivos enunciados de las últimas décadas. Por otra parte, la utilización y priorización de nuevos y variados repertorios de acción en la movilización social, si bien responden a las estrategias desarrolladas por las mismas organizaciones ante el avance de la represión y la criminalización de la protesta social, también es reflejo de las transformaciones que al interior del movimiento campesino se vienen gestando. Para finalizar, el presente de la organización campesina en cuanto al logro de sus demandas y la ampliación de derechos al que pudieren aspirar no es del todo claro. En un contexto de profunda polarización política y de continua intensificación del conflicto armado, como sucede en el caso colombiano, son pocos los elementos que nos permitan vislumbrar reales opciones para los segmentos de la sociedad que históricamente han sido marginados. No obstante, si algo debemos rescatar de la historia de la lucha campesina por sus derechos y la defensa de la vida, es su capacidad de resistencia y de mantener vigentes sus reclamos, que finalmente les permita seguir alimentando la esperanza, porque para ellos otro mundo es [y debe ser] posible.

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Notas 1

Becario Doctoral CONICET. Centro de Estudios Avanzados- Unidad Ejecutora CONICET/ Universidad Nacional de Córdoba. E-mail: feliperinconm@gmail.com 2

En la actualidad, la superficie del territorio colombiano se estima en 114.174.800 hectáreas. Se calcula que el sector agropecuario ocupa un área de 51.076.144 hectáreas, resultado de la exclusión de las áreas no agropecuarias: urbanas, semiurbanas, parques naturales, bosques, áreas erosionadas y cuerpos de agua. El área agrícola del país ocupa 3.570.024 hectáreas que representa el 7% del total destinada a la producción agropecuaria. Los cultivos transitorios y barbecho ocupan 1.356.104 hectáreas, equivalentes al 38% del área agrícola, concentrándose en la producción de maíz, fríjol, hortalizas, entre otros —que son explotados bajo sistemas primordialmente de economía campesina—, garantizando el abastecimiento del 63% de los alimentos básicos que se consumen en el país. Los cultivos permanentes ocupan un área de 2.054.025 hectáreas, equivalentes al 57,5% del área agrícola; en contraste, la producción pecuaria ocupa un área de 38.866.386 de hectáreas, correspondientes al 76,1% del área total (ENA, 2007). 3

El Frente Nacional surge como un pacto que permitiera reducir el violento enfrentamiento partidista entre Liberales y Conservadores que caracterizaba el sistema político del país. El acuerdo entre los dos partidos tradicionales los obligaba a compartir paritariamente todos los puestos electorales y burocráticos del sistema. El pacto también requería de rotación de la presidencia de la república entre los dos partidos cada cuatro años durante los 16 años programados para el FN. De esta manera se garantizaría la reinstauración de un gobierno democrático en el país. 4

La Línea Sincelejo de la ANUC llegó a fraccionarse en 6 grupos: Comité de Unidad Campesina, Sector Consecuente y Clasista, Unidad Campesina Democrática, Sector Independiente, 21 de febrero A y 21 de febrero B. 5

La demanda servicios e infraestructura comprende los reclamos relacionados con servicios públicos, programas de salud, programas de educación, vías e infraestructura física y vivienda. 6

La categoría políticas agrarias hace referencia a la demanda o rechazo hacia diferentes motivos: medidas de política, contra la apertura, contra el ALCA y el TLC, política cafetera, comercialización, programas de desarrollo, crédito, condonación de deudas, asistencia técnica, insumos agrícolas, riego, subsidios y seguro de cosechas, e impuestos. 7

La vinculación del hombre en el conflicto se da por ser combatiente directo, indiferente del grupo armado; o también, por ser víctima en las incursiones armadas, masacres y desaparición.

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en:<http://www.javeriana.edu.co/facultades/fear/d_des_rur/documents/campesinadoysis temaalimentarioencolombia.pdf>. [Consulta febrero de 2009].

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CAMBIOS EN EL PODER MUNDIAL José María Tortosa*

RESUMEN: El artículo enumera tres asuntos referidos al poder mundial en los que se están produciendo cambios importantes de cuyas consecuencias no es fácil ser conscientes. En primer lugar, se está asistiendo a un cambio en la composición de la élite mundial que podría tener efectos hasta en las reglas del juego dominantes. En segundo lugar, se están produciendo cambios en las relaciones entre países centrales y países periféricos de una forma contradictoria ya que, aunque la distancia entre los extremos se hace mayor, es también mayor la posibilidad de independencia o incluso de cambio en las relaciones de poder por aparición de nuevos instrumentos de presión o de defensa. Finalmente, hay una mutación en los Estados Unidos que podría llevar a un ca mbio en la potencia que ocupa el puesto hegemónico en el sistema mundial. Estos cambios tienen como trasfondo una serie de crisis que podrían precipitar, como precipita una solución que se hace más densa, aunque es la cuestión de la hegemonía la que más claramente se podría plantear a corto plazo como causas precipitante. Palabras clave: sistema internacional, hegemonía, relaciones entre periferia y países centrales Un sistema muy alejado del equilibrio, como el actual sistema mundial, precisa de muy pequeños aportes de energía para producir cambios aparentemente sin proporción con el insumo. Precisamente por ello es importante analizar las políticas, más o menos alternativas, que se están planteando y no sólo en América Latina, políticas que, por su parte, van a recibir el impacto del sistema en el que están insertas. Sin olvidar la primera aseveración (impacto en el sistema mundial de lo que sucede en un determinado país como el Ecuador), el presente artículo está planteado pensando más en la segunda: en qué medida pueden afectar los cambios del sistema mundial a las políticas aplicadas en los diversos países. El tema, de todos modos y por cuestiones de espacio, se va a circunscribir todavía más para dedicarlo, básicamente, a los cambios producidos en el poder a escala mundial, cambios que hay que tener en cuenta al programar o llevar a cabo dichas políticas. Existen, por lo menos, tres formas de observar el poder mundial. En primer lugar, en términos de estratos sociales, se trata de identificar las élites a escala mundial. En segundo lugar, el poder mundial puede verse como el de los países del Norte (centrales, enriquecidos) frente a los países del Sur (periféricos, empobrecidos). Finalmente, hay una forma de observar el poder mundial que no puede obviarse, a saber, el de la hegemonía (o imperio) por parte de los Estados Unidos de América. Desde cualquiera de estas perspectivas son constatables cambios importantes, algunos incipientes, otros *

Instituto Universitario de Desarrollo Social y Paz Universidad de Alicante, España

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ya consolidados, otros simplemente probables, que pueden alterar de forma sustancial el funcionamiento del sistema mundial y, por tanto, de sus componentes y, a su vez, pueden ser alterados por los cambios en estos últimos. 1.- Los cambios en la élite mundial Se les ha denominado de diversas formas: ―los que mandan en el mundo‖ (Engler, 2008), ―gobierno del mundo‖ (Estefanía, 2007), ―corpocracia‖ (Monks, 2007), ―cosmocracia‖ (Ortega Carcelén, 2006) e incluso se ha hablado de ―lucha de clases a escala global‖ (Faux, 2006). Pero el caso es que se sabe relativamente poco de cómo funciona esta élite a escala mundial a pesar de que algunos de sus posibles puntos de encuentro como la Comisión Trilateral, el Club de Bilderberg o el Foro Económico Mundial son suficientemente conocidos (Tortosa, 2006a). Para lo que aquí interesa puede bastar constatar dos puntos que parecen suficientemente significativos: quiénes son los más ricos del mundo y qué está sucediendo en el terreno de las mayores empresas mundiales. Obviamente, eso no responde totalmente a la pregunta sobre ―quiénes mandan en el mundo‖ por encima de los países, pero, por lo menos, da una cierta idea de cómo está cambiando una parte de la élite mundial, por lo menos en el sentido de élite económica. Las estimaciones que realiza anualmente la revista Forbes1 sobre quiénes tienen fortunas superiores a los mil millones de dólares (billionaires) pueden ser discutidas desde muchos ángulos y hasta rechazadas2 . Se toman aquí como indicador, no como prueba, de un cambio que se está produciendo y que es seguro se puede constatar usando otros indicadores. Lo interesante no es tanto que el número de hiper-ricos siga ascendiendo de forma constante (la revista calculaba que había 230 personas con tales características en 1998, 322 en 2000 y, en 2008, ha calculado que hay 1.125). Lo interesante es la composición de los mismos y, en concreto, la composición de los situados en los 25 primeros puestos. Si nos remontamos al año 2000, encontraremos que, de esos 25, resulta que 13 eran estadounidenses (más de la mitad, entonces). El resto estaba ocupado por personas relacionadas con el sector petrolero en Oriente Medio (Arabia Saudita, Abu Dhabi, Kuwait, Brunei y Unión de Emiratos Árabes), más dos alemanes, dos franceses y un italiano. Si ahora se pasa a la lista que la revista ha confeccionado en 2008 el mundo parece muy diferente: sólo hay cuatro estadounidenses en estos 25 primeros puestos, el segundo en la lista es un mexicano, hay cuatro indios, siete rusos, dos de Hong Kong, dos franceses, dos alemanes, un sueco (aunque vive en Suiza), un español y de la vieja élite petrolera sólo queda un representante, de Arabia Saudita. El retroceso estadounidense es perceptible, aunque todavía mantienen el 42 por ciento del total de la lista frente al 44 por ciento en 2007. Pero ahora, en cuanto a número de hiper-ricos, sus 472 son seguidos, aunque a distancia, por Rusia (87) y Alemania (59). Además, la entrada de personas de la China (Hong Kong -33- y resto de la China -46-) y de la India (50 residentes en la misma) se une a las ya perceptibles presencias del Brasil (16) y de

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algunos países latinoamericanos más (México, Chile, Venezuela, Colombia y Argentina). La revista Forbes también publica anualmente la lista de las 2.000 mayores empresas del mundo. Las llama ―Global 2000‖ y sus cálculos se basan en la agregación de diversos indicadores económicos. Los Estados Unidos todavía predominan en esta lista: 548 empresas en 2008, es decir, un 27 por ciento del total, pero 61 empresas menos que el año anterior y 153 menos que en 2004 en que había alcanzado el 35 por ciento del total. Se presentan en la tabla 1 los primeros países en cuanto a número de empresas ―Global 2000‖ y sus respectivos beneficios en miles de millones de dólares. Tabla 1. Número y porcentaje sobre el total de empresas incluidas, para cada país, en la lista ―Global 2000‖ (Beneficios en miles de millones de dólares)

País

Empresas

Porcentaje

Beneficios

Estados Unidos

548

27,4

680,3

Japón

259

12,9

158,3

Reino Unido

123

6,1

229,5

China

70

3,5

73,3

Francia

67

3,3

127,3

Alemania

59

2,9

116,6

India

48

2,4

30,4

Italia

37

1,8

51,4

Brasil

34

1,7

43,4

España

29

1,4

60,4

Rusia

29

1,4

73,1

Fuente: http://www.forbes.com/business/2008/04/02/worlds-largest-companies-biz-2000global08cx_sd_0402global_land.html?partner=whiteglove_google

Mucho más sugerente, de cara al futuro, es comprobar, según los cálculos de la revista, las empresas de qué países han mejorado más en cuanto a beneficios en los últimos cinco años. Son, por orden de más a menos, Brasil, la India, Rusia, la China y Canadá. En cambio, los que han tenido menores beneficios en cinco años han sido, de menor a mayor, los Estados Unidos, el Japón, Reino Unido, Italia y Francia. Aunque, eso sí, las empresas que mayores beneficios han tenido en 2007 siguen siendo en su mayoría

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petroleras y sólo en segundo lugar bancarias. Estas petroleras son estadounidenses, holandesas, rusas, inglesas, francesas y chinas. En 2002, la CIA publicó un ejercicio de prospectiva 3 uno de cuyos escenarios para el año 2020 rezaba literalmente: Mundo de Davos [nombre adjudicado por los autores a este escenario] proporciona una ilustración de cómo un fuerte crecimiento económico, liderado por la China y la India, podría remodelar en los próximos 15 años el proceso de globalización dándole un rostro menos occidental y transformando igualmente el campo de juego político. No era el único escenario posible (Tortosa, 2008: cap. 7), pero lo recién indicado parece mostrar que esta posibilidad se ha hecho más probable. Lo de ―un rostro menos occidental‖ tiene algunas consecuencias importantes si se piensa en las diferencias de cosmovisión que separan a unos y otros. Cierto que comparten los criterios básicos del sistema en el que se encuentran todos, a saber, y en concreto, el de la acumulación incesante de capital. Pero también parece cierto que el sistema ha sido ―occidental‖ quinientos años y los ―orientales‖ pueden desear (y desean) devolverlo a su centro, al ―imperio del centro‖, en el Oriente, que tuvo antes de la incorporación del continente americano al funcionamiento general del sistema. Esta es la fortaleza mayor, dentro de sus limitaciones originadas en su apasionamiento, del excelente libro de Andre Gunder Frank (1998) ―re-orientando‖ las ciencias sociales, es decir, dándoles una nueva orientación al tiempo que se volvía a introducir a Oriente en un papel en la historia que el eurocentrismo intentó reducir. De hecho, prosigue Frank, la debilidad original de las interpretaciones del sistema mundial eurocéntricas reside precisamente en la incapacidad de haberse dado cuenta del papel que jugó Oriente en general y la China en particular antes de la incorporación de América 4. Por otro lado, un rápido repaso a los temas y discusiones que se han publicado en la página web del Foro Económico Mundial5 indica hasta qué punto está modificándose la ideología que domina dichos encuentros, con una modesta entrada de las palabras ―colaboración‖ (edición de 2008), ―ecuación del poder‖ (2007), ―responsabilidad‖ (2003 y 2005) y, en los temas tratados, una creciente preocupación (minoritaria, pero creciente) por los temas de la desigualdad, pobreza, diversidad cultural, reformismo y tantos otros que en su fundación (1971) estaban ciertamente ausentes. Que en el ―brainstorming‖ de enero de 2008 apareciese el asunto del ―aumento de las desigualdades de renta‖ entre los votados como parte de las preocupaciones de los participantes es un síntoma más de que algo está cambiando. Cierto que no era el asunto más votado, pero lo sintomático es que apareciese. Los cambios en esta élite mundial, sea cual sea el método que se utilice para establecerlos, son de composición y de ideología, elementos ambos que pueden verse acelerados por lo que la revista Foreign Policy tituló en portada ―la pandemia financiera que viene‖ (28 de febrero de 2008). Todo parece indicar que la crisis financiera iniciada en agosto de 2007 puede traer consigo una mayor alteración de los componentes de la 121


élite y una aceleración de los elementos ―reformistas‖ y, en cualquier caso, menos neoliberales con respecto a los observados en los años anteriores: los que hasta hace poco predicaban el ―menos Estado, más mercado‖ son ahora los que están pidiendo una mayor intervención (coordinada, claro está) de los Estados para corregir lo que el supuesto mercado ha producido. 2.- Los cambios en las relaciones Norte-Sur Es probable que la élite a la que se acaba de hacer referencia sea relativamente cosmopolita y sus querencias de tipo nacionalista no sean muy fuertes o incluso sean nulas. A lo más, utilizarán a los gobiernos para mejor lograr la satisfacción de sus intereses y resultará funcional para los mismos la exaltación de la ideología nacionalista que no comparten necesariamente, lo cual no es ninguna novedad (son los proletarios los que sí tienen patria). Sin embargo, y a pesar de que el primer epígrafe podría reducir la importancia de los análisis que toman como unidad de observación los estados, es preciso introducirlos por lo menos en términos de las relaciones entre países centrales (Norte) y países periféricos (Sur) por más que sus respectivas élites sean multinacionales y estén internacionalizadas y transnacionalizadas, es decir, ―no tienen patria‖. La evolución de la desigualdad entre personas o familias a escala mundial no está clara y, aunque reconociendo que es muy elevada 6, sigue discutiéndose si en estos últimos años ha aumentado o disminuido (Milanovic, 2006; Varios autores, 2007a). Pero no es menos cierto que la distancia entre la renta de los países enriquecidos y la de los empobrecidos ha aumentado de forma sensible en esos mismos años creándose un mayor foso entre las rentas de unos países y otros sin que la llamada ―cooperación al desarrollo‖ haya hecho mucho por alterar dicha situación y, en más de un caso, lo que ha hecho haya sido empeorarla (Easterly, 2006; Taibo, 2006; Chang, 2007). El aumento de esta distancia que, de por sí, ya puede tener consecuencias catastróficas para el funcionamiento del sistema mundial, ha ido unido a cambios en las relaciones entre un extremo y otro de la estructura que incluyen desde las cancelaciones de la deuda por parte de diversos países, generando con ello dificultades inesperadas en organismos como el Fondo Monetario Internacional, a los efectos no esperados de la ―deslocalización‖ industrial por parte de los países centrales y su consiguiente ―industrialización‖ de los periféricos que incluye las inversiones en I+D de las empresas transnacionales en la China, la India y Singapur (UNCTAD, 2005). Simultáneamente, las diferentes crisis identitarias de tipo religioso, político, ―étnico‖ o, en general, cultural (Sen, 2007) han comportado mayores distancias entre los países centrales y los periféricos y nuevas e inesperadas alianzas entre los movimientos subestatales de los países centrales y los de los países periféricos, como puede ser el caso de los nacionalismos sub-estatales (separatistas) del Norte y los indigenismos e insurreccionismos del Sur, pero también, en algunos casos, el apoyo de gobiernos de países centrales a los movimientos separatistas de países periféricos precisamente para 122


debilitar a los gobiernos de países periféricos que, hasta hace relativamente poco, habían aceptado con mayor facilidad las directrices emanadas desde el centro. Tal vez el punto en el que mejor pueden observarse los cambios producidos en las relaciones Norte-Sur sea el petróleo. Por un lado, está la cuestión del ―pico del petróleo‖ (―peak oil‖)7, momento a partir del cual el consumo anual de petróleo será superior a las nuevas reservas que cada año puedan encontrarse y que, según varios cálculos, estaría próximo a escala mundial. En segundo lugar, está la decisión de diversos gobiernos de garantizarse el acceso al petróleo como arma de poder a escala mundial (Hiro, 2007; Klare, 2008). Todo ello en un contexto en el que la composición ha cambiado: si en 1945, las ―siete hermanas‖ eran empresas privadas y de países del Norte (las estadounidenses Exxon, Gulf, Texaco, Mobil y Socal y las británicas BP y Shell, después reducidas a cuatro por fusiones) controlando el 10 por ciento de la producción y el 3 de las reservas mundiales, las ―siete hermanas‖ de 2007 son estatales y están fuera de la OCDE (la saudita Aramco, la rusa Gazprom, la china CNPC, la iraní NIOC, la venezolana PDVSA, la brasileña Petrobras y la malaysia Petronas) controlando un tercio de la producción y de las reservas, a lo que hay que añadir el mayor descubrimiento de petróleo llevado a cabo desde 1976 y que ha sido en el Brasil 8. Para hacerse una idea, hasta ese momento el 77 por ciento de las reservas mundiales de petróleo estaban en manos de empresas estatales, sin accionariado privado, y había 13 empresas petroleras estatales que controlan más reservas que la ExxonMobil, la mayor multinacional petrolera del mundo y primera en la lista ―Global 2000‖ de Forbes en 2008 por sus beneficios en 2007. El petróleo se ha convertido, pues, en un arma en manos de los gobiernos del Sur. Problemática, pero real. Y mucho más si se lo ve acompañado de los "sovereign wealth funds" (SWF9 ), cuentas de inversión controladas por gobiernos (Abu Dhabi Investment Authority, Kuwait Investmente Authority y así sucesivametne) con las que invierten en el exterior para asegurarse fuentes de ingresos que no dependen del petróleo. Es, pues, su forma de prepararse para una ―economía postpetrolera‖, sus fondos se calculan en billones de dólares y sus compras comienzan a ser notorias en particular de fuentes finacieras anglosajonas como Citigroup, Carlyle Group o Merril Lynch. Pero, de momento, la economía mundial y, en particular, la de los Estados Unidos es una economía petrolera cuyo Departamento de Defensa consume más barriles de petróleo al día que toda Suecia (Klare, 2008). Al mismo tiempo, la presencia de la China en los escenarios internacionales (comercio sobre todo, pero también ―cooperación al desarrollo‖) ha introducido cambios sustanciales en las alianzas y competencias entre superpotencias. La presencia de la China, por ejemplo en África, está reduciendo la de los Estados Unidos10 . Al mismo tiempo, su idea de la ―cooperación‖, bien al margen de los principios de la Comisión de Ayuda al Desarrollo (CAD, club de donantes), está alterando las prácticas también en dicho campo. Una encuesta llevada a cabo por Gallup en 139 países entre 2005 y 2008 daba estos resultados continentales11 a la pregunta sobre si el entrevistado aprobaba cómo estaba actuando el liderazgo chino y el estadounidense. 123


Tabla 2.- Aprobación del liderazgo chino y estadounidenses por continentes o regiones Continente/región

Porcentaje que aprueba el Porcentaje que aprueba el liderazgo chino liderazgo estadounidense

Europa

21

22

Américas

24

32 (sólo América Latina)

Asia Medio Oriente Norte de África

38

33

y 40

17

África Subsahariana

57

62

Fuente: http://www.gallup.com/poll/105967/US-Leadership-Approval-Lowest-Europe-Mideast.aspx

Las diferencias entre las percepciones de uno y otro gobierno son dignas de mención en el caso de Medio Oriente y Norte de África y Asia en la dirección de la China y en el África Subsahariana en la dirección de los Estados Unidos. Aunque la distancia de renta entre países, en su conjunto, esté aumentando a escala mundial, la capacidad de negociación de muchos países del Sur frente a los del Norte se ha incrementado como han crecido las posibilidades y las actuaciones en términos poco frecuentes hace relativamente poco tiempo, con una mayor intervención de los gobiernos, más frecuentes nacionalizaciones y menores aceptaciones de los dictados de las instituciones del Norte no hace mucho obedecidas sin mayores problemas, como era el caso del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio. Lo cual no quiere decir que no haya intentos de reducir o incluso suprimir algunas de estas rebeldías tanto las que se producen frente a los países centrales como las que se dan frente a las respectivas élites locales (Pilger, 2008). Como toda perspectiva estructural, el enfoque centro-periferia, consustancial al funcionamiento del sistema mundial contemporáneo, no excluye la movilidad de los países dentro del mismo, de forma parecida a cómo la estructura de clases puede mantenerse inalterada mientras hay individuos que se ―desclasan‖. Para el caso del los países, son conocidos los ejemplos de países semiperiféricos que pasan a ser centrales (España12) o periféricos (Argentina), o países periféricos que pasan a ser semiperiféricos (Corea del Sur) o incluso, desde algunas posiciones, centrales (el Japón). Lo que parece inalterable mientras se mantenga el actual sistema mundial es la estructura centroperiferia (Norte-Sur si se prefiere), pero no la posición concreta que un determinado país ocupe en dicha estructura, que puede cambiar en ambas direcciones, aunque sea más fácil hundir a un país que hacerlo remontar. Si la explicación parte del sistema mundial, lo primero que habrá que establecer es la posición y, en su caso, el cambio de posición del país en el sistema. 124


3.- Cambios de/en el hegemón La historia del sistema mundial es la historia de sus sucesivas hegemonías (Wallerstein, 1984) o, si se prefiere, de los sucesivos liderazgos a escala mundial (Modelski, 1987). Nadie duda de que los Estados Unidos han sido la potencia hegemónica durante el siglo XX, con un punto álgido en torno a 1945 en que el sistema económico mundial funcionaba de acuerdo a sus intereses (Bretton Woods, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) y lo mismo se puede decir en lo político (Naciones Unidas, Tratado de Río) y en lo militar (OTAN, ANZUS) a pesar de la Guerra Fría o incluso gracias a ella, asunto que no es ahora momento de discutir. Pero sí es preciso levantar acta de los cambios que se están produciendo dentro de los Estados Unidos y los paralelos cambios en su posición a escala mundial, asunto que se percibe desde perspectivas ideológicas muy diversas e incluso divergentes (Tortosa, 2006b; Brzezinski, 2007; Vasapollo, Petras y Casadio, 2007; Varios autores, 2007b). La distinción entre hegemonía e imperio (Toro Hardy, 2007) se puede utilizar para afrontar una de las críticas empíricas que se suelen hacer a tales hipótesis, a saber, la increíble capacidad militar de los Estados Unidos. Otros, en cambio (Petras, 2008), prefieren ver el mercado y lo militar como dos medios de construir el imperio, sin entrar en el uso de la palabra hegemonía. El hecho innegable es que el gobierno de los Estados Unidos es responsable del 48 por ciento del gasto militar mundial a principios de 2008 según el Center for Arms Control and Non-Proliferation. Europa, en su conjunto, no llega ni a la mitad y la China no llega, a pesar de su aumento en el gasto militar, a la sexta parte del correspondiente a los Estados Unidos. Por otro lado, el despliegue militar de los Estados Unidos es el que se corresponde a dicho gasto, es decir, un despliegue mundial con más de 700 bases cubriendo todos los continentes aunque con la inercia de una Guerra Fría no del todo terminada. Pero precisamente esta sobre-expansión militar, a la que habría que añadir la de la militarización del espacio, es un signo de debilidad si hay que atender a la experiencia histórica de las caídas del imperio español y el imperio británico (Kennedy, 1988). Decir del imperio español que ―en sus dominios nunca se ponía el Sol‖ fue tal vez el punto de partida de una decadencia que incluiría un episodio militar como el de la Armada Invencible, algo parecido estructuralmente al ―cakewalk‖ que se supuso iba a ser la ocupación de Iraq13. Los efectos económicos y sociales de tal despliegue imperial son, precisamente, el de minar las bases para la hegemonía, esa capacidad de satisfacer los intereses de las propias élites sin recurrir excesivamente al uso de la fuerza. El hecho es que los déficits (públicos, de la balanza de bienes y servicios, de la balanza comercial) se acumulan y también desde el gobierno central a las familias pasando por los gobiernos locales y las empresas14 . Un recurso para paliar el desfase entre ingresos y gastos ha sido el endeudamiento, pero es obvio que no puede ser indefinido y que, como ya indicaba Joseph Stiglitz en 2006 15, se convierte en uno de los mayores ingredientes de la inestabilidad económica mundial. El gráfico que se reproduce a continuación debe ser 125


tomado con mucha cautela ya que tiene un carácter más expresivo que demostrativo pero es indicativo del desfase producido en las macromagnitudes estadounidenses.

La manipulación del los tipos de interés por parte de la Reserva Federal (incluye la auto-compra a través de paraísos fiscales) y la impresión excesiva de moneda, no inflacionarios mientras dure la demanda de dólares para las reservas de divisas, el comercio en general y el del petróleo en particular y la dolarización de algunos países, son recursos que no pueden durar indefinidamente. La advertencia de una caída abrupta del dólar, ralentizando fuertemente el crecimiento de las principales economías ya la hizo el FMI en octubre de 2007 16 y es, sin duda, una espada de Damocles sobre países dolarizados como el Ecuador pero también, para la Unión Europea, una mezcla de ventajas (un dólar barato significa un petróleo menos caro) e inconvenientes (un dólar débil significa mejores perspectivas para la exportación estadounidense), lo cual hace que, periódicamente, esperen que el dólar se fortalezca 17 esperando que no sea así. Una situación muy inestable. El otro recurso ha sido el de aumentar la desigualdad interna del país, financiando con los recortes de gastos sociales y de prevención la mejora de las rentas más elevadas y el despliegue militar. De hecho, el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de rentas, no ha hecho sino aumentar desde finales de los años 60, con algunos incrementos particularmente acelerados durante la época de Reagan. También ha crecido la disparidad en las esperanzas de vida atribuible a condiciones socio-económicas (Ezzati, Friedman, Kulkarni y Murray, 2008) y éste puede ser un mejor indicador de la creciente desigualdad que el obtenido por los análisis de rentas e impuestos. El círculo se hace vicioso cuando se recurre de manera orwelliana a la guerra (―guerra es paz‖ y se trata de ―guerra contra las drogas‖, ―guerra contra el terrorismo‖ como antes se trató de ―guerra contra el comunismo‖), proyectando hacia el exterior las 126


frustraciones internas y agitando el señuelo de un enemigo externo como estrategia de unificación interna en torno al líder que ha sabido gestionar la crisis18. El despliegue militar (bases incluidas) tiene un aspecto que es particularmente relevante en el actual contexto y al que se refería Noam Chomsky en una reciente entrevista. Chomsky era muy explícito al respecto cuando afirmaba que hay una característica de los asuntos mundiales que no se tiene suficientemente en cuenta: los asuntos internacionales se gestionan de una manera parecida a la mafia. El padrino no acepta la desobediencia, ni siquiera de un pequeño tendero que no paga su cuota para la ‗protección‘. Tienes que ser obediente; de otro modo se podría difundir la idea de que no hay que hacer caso a las órdenes y eso podría llegar a lugares importantes (Shank, 2007). No es un mal principio de interpretación y de predicción, pero tal vez ese mundo esté acabando y precisamente la caída de los Estados Unidos acelere el fin de ese mundo. Algunos autores llegan a concluir: La inmensidad del desastre en curso, la extrema radicalidad de las rupturas que puede llegar a engendrar, muy superiores a las que causó la crisis iniciada hacia 1914 (que dio nacimiento a un largo ciclo de tentativas de superación del capitalismo y también al fascismo, intento de recomposición bárbara del sistema burgués) genera reacciones espontáneas negadoras de la realidad en las élites dominantes, los espacios sociales conservadores y más allá de ellos, pero la realidad de la crisis se va imponiendo. Todo el edificio de ideas, de certezas de diferente signo, construido a lo largo de más de dos siglos de capitalismo industrial está empezando a agrietarse (Beisntein, 2008) 4.- Otro mundo es probable Los cambios en el sistema mundial no se reducen a los cambios en las distintas formas de detentar el poder dentro del mismo, desde la clase social a la hegemonía pasando por la estructura de poder centro-periferia. Con independencia de la tantas veces anunciada crisis terminal del sistema, y de la que sigue habiendo argumentos para dudar 19, el hecho es que en la presente coyuntura se acumulan y retroalimentan diferentes crisis. 1.- Está, en primer lugar, la crisis financiera global. Cierto que no afecta de la misma forma a todo el mundo, pero es igualmente cierto que las presiones para el intervencionismo gubernamental arrecian a escala mundial, con previsibles nacionalizaciones ―buenas‖ (las de bancos mal gestionados) y nacionalizaciones ―malas‖ (las de los recursos naturales -petróleo y minerales-). Son ―buenas‖ (desde el punto de vista de los medios de comunicación dominantes) porque favorecen a los que han producido la debacle y son ―malas‖ porque les quitan a ―los de arriba‖ una fuente de enriquecimiento nada despreciable (cuando se ve qué porcentaje quedaba para el país en el caso ecuatoriano o boliviano de las extracciones extranjeras se entienden algunas cosas). De todas maneras, parece que el Global Risks 2008 que se presentó en Davos en 127


febrero de 2008 tenía motivos sobrados para preguntase si se iba a entender esta crisis y si se iba a saber mitigar20. 2.- La fuente de acumulación de beneficio que fue el sector financiero ya no lo es tanto. En los últimos años, era preferible especular que producir si lo que se quería era una abundante acumulación de capital. Ahora, con el punto anterior, esto ya no funciona y todavía no se ve de dónde vendrá el grueso del beneficio futuro si es que hay alguno. La llamada ―sociedad del conocimiento‖ tiene todos los visos de repetir el esquema de la ―Nueva Economía‖ o incluso de la ―burbuja.com‖. 3.- Desequilibrios globales producidos por los desequilibrios estadounidenses. Sus déficits (federal, comercial) y sus deudas (públicas, familiares, empresariales) son insostenibles y, con ello, la moneda de referencia mundial, el dólar, puede entrar en barrena en cualquier momento sin que esté clara la alternativa 21. El euro o el yen no tienen la fuerza (política, no sólo económica) necesaria para sustituir al dólar. Tenemos, pues, una situación de ―ya no‖ pero, al mismo tiempo, de ―todavía no‖. El dólar ya no cuenta pero todavía no hay una alternativa viable. 4.- La crisis alimentaria global 22. Es una forma de decir que el hambre se está disparando en el mundo. La ha producido una mezcla de aumento de demanda por parte de los ricos para propósitos no alimentarios (energéticos) y una reducción de la producción en las zonas hambrientas por cuestiones ambientales de las que se hablará de inmediato. Para los cínicos, eso puede ser un problema a olvidar ya que sólo afectaría a los hambrientos o a los que mueren de hambre. Pero igual que se habló del ―boomerang de la deuda‖ (George, 1993) que, lanzada por los países enriquecidos contra los empobrecidos empobreciéndolos más, se volvía contra los que la habían lanzado en términos de inestabilidad financiera y crisis de sobreproducción, se puede hablar ahora del ―boomerang del hambre‖: inestabilidad política y militar, nuevas enfermedades o el aumento de oleadas migratorias son razones para que los países enriquecidos tuviesen que practicar alguna forma de ―egoísmo ilustrado‖, es decir, saber que resolver este problema es en interés propio. No parece que lo vayan a hacer. Una vez más, mezcla de ―teoría del gorrón‖ y ―dilema del prisionero‖ y la lógica de un sistema que busca el beneficio por encima de cualquier otra consideración 23. 5.- Crisis energética. Tiene que ver con el hambre (los biocombustibles) pero, básicamente, significa que ya hemos llegado o estamos a punto de llegar al ―pico del petróleo‖, ese momento en el que el aumento del consumo se hace a costa de la reducción de reservas. El descubrimiento de nuevos yacimientos, como el del Brasil, no altera sensiblemente el problema general aunque sí el valor de las acciones de las correspondientes petroleras privadas (las estatales van por otro lado) y es que no hay modo de responder a las crecientes demandas de los nuevos países industrializados (la China, la India, es decir, más de una cuarta parte de la población mundial) y, por más que se esté trabajando en alternativas eólicas, fotovoltaicas o incluso nucleares, todavía no hay modo de encontrar algo que sustituya a la energía tal y como la conocemos y que 128


van de los coches a los plásticos. De ahí las complicadas contradicciones entre el reconocimiento de los ―derechos de la Naturaleza‖, como se ha venido reivindicando, y las presiones para la extracción de este ―oro negro‖ que fluye por las venas del sistema dándole la ―vida‖. Al sistema, no a la Naturaleza. El optimismo tecnológico pudo contrarrestar el pesimismo inicial de ―los límites del crecimiento‖, pero no siempre la tecnología tiene que ser divina, es decir, omnipotente. 6.- Crisis ambiental. Se puede evitar hablar de cambio climático (siempre difícil de vaticinar) o de calentamiento global (constatable aunque no se sepa durante cuánto tiempo). Lo que es inevitable es reconocer que, por lo menos coyunturalmente, el Planeta está sometido a tensiones medioambientales severas que afectan al hambre, como ya dicho, pero también a otros puntos de esta lista digna de Casandra: Falta de agua en ciudades por agotamiento de nieves perpetuas, deshielo en el Ártico y de glaciares, sequías en la agricultura, lluvias torrenciales, inundaciones, huracanes, ciclones, tsunamis, temperaturas inusualmente altas, especies en riesgo de extinción en los polos y en los trópicos, cambios en la duración de El Niño (ENSO) y La Niña… Si, a corto plazo, no se ven ―clases peligrosas‖ para las élites mundiales y los desafíos del Sur son gestionables sin excluir la intervención militar, y mientras se ―condensan‖ las crisis recién indicadas, parecería que el mayor cambio sería en torno al cambio de hegemonía en el sistema que, a su vez, podría introducir cambios de mayor magnitud en un sistema tan alejado del equilibrio como el que se acaba de describir. La conciencia de un posible declive y eventual desaparición como potencia hegemónica ha estado detrás de iniciativas como el Project for a New American Century en el que, explícitamente, los después llamados ―neoconservadores‖ (Heilbrunn, 2008) han ido proponiendo, por lo menos desde 1997, diversas medidas para evitar tal decadencia y hacer el siglo XXI un siglo tan ―americano‖, es decir, estadounidense, como lo fue el siglo XX. Es una posibilidad a no descartar, aunque los sucesivos fracasos en su política exterior no parecen augurar un brillante futuro a este grupo ideológico. Pero eso no excluye que el interés de las élites estadounidenses sea el obvio de mantener su estatus de potencia hegemónica y que, por tanto, harán todo lo que esté a su alcance para lograrlo. Lo cual no quiere decir que lo consigan necesariamente y más si hay políticas explícitas por parte de gobiernos de otros países para impedir que tal cosa suceda. De hecho, la acumulación de pequeñas derrotas, pero numerosas, hacen pensar en el tormento chino de ―los mil cortes‖: pequeñas heridas, ninguna de las cuales, separadamente, consigue acabar con la persona pero que, juntas, consiguen su propósito. Wallerstein (2005) aplica la metáfora a las sucesivas pequeñas derrotas de los Estados Unidos en América Latina a cuya lista habría que añadir las producidas después de 2005. Pero eso no significa que tenga que seguir así por necesidad, aunque no sería la primera vez que una potencia hegemónica tiene sus propios auges y caídas, por lo menos según algunos cómputos. Fue el caso de la Gran Bretaña.

129


Tabla 3.- Auge y caída de las grandes potencias Ciclo

Guerra global

Cénit

Decadencia

1495-1580

1494-1516

Portugal, 1516-1540

1540-1580

1580-1688

1580-1609

Netherlands, 1609-1640

1640-1688

1688-1792

1688-1713

Britain, 1714-1740

1740-1792

1792-1914

1792-1815

Britain, 1815-1850

1850-1914

1914-

1914-1945

United States, 1945-1973

1973-

Fuente: Modelski, 1987: 40, 42, 44, 102, 131, 47

Otra posibilidad es la de una potencia que sustituya a los Estados Unidos como los Estados Unidos sustituyeron a la Gran Bretaña 24 . Candidatos hubo algunos importantes: primero la URSS y después el Japón. No parece que ni Rusia ni el Japón puedan en la actualidad constituirse en verdaderas alternativas. Cierto que Rusia utiliza su potencia gasística y sus habilidades diplomáticas para recuperar posiciones en el sistema mundial, pero no parece que tenga las condiciones necesarias (militares, económicas, políticas y culturales) para lograrlo. El Japón, mientras intentó su propio modelo y antes de caer aplastado por su propia burbuja inmobiliaria, pudo haberlo sido. Pero la actual imitación del modelo estadounidense no le permite mejorar sus posiciones. La Unión Europea tampoco parece apta para tal puesto vistas sus debilidades internas y la casi imposibilidad de generar una política económica y exterior común. La China sería una posibilidad (Fishman, 2005) que, ciertamente, algunos sectores del Partido Comunista Chino acarician. Podría tener capacidad económica, tal vez militar, pero no parece que pueda conseguir algo parecido al entusiasmo que generaban los Estados Unidos a finales del siglo XIX en personas tan poco sospechosas como Carlos Marx y, a principios del XX, en personajes como Lenin25. En todo caso, no era muy halagüeña la situación interna que describía Hu Jintao en su discurso de apertura del XVII Congreso del Partido Comunista Chino: Existen todavía problemas que afectan a la vida cotidiana del pueblo en campos como el empleo, seguridad social, distribución de la renta, educación, salud pública, vivienda, seguridad en el trabajo, administración de justicia y orden público; y algunas personas de renta baja llevan una vida realmente difícil (China Dayly, 15 de octubre de 2007) Tal vez, entonces, el mundo más probable en veinticinco años sea el de un mundo regionalizado (NAFTA, APEC, Unión Europea, SAARC, CEI, Mercosur etcétera) o, al máximo, un mundo ―heptapolar‖ (Jalife-Rahme, 2007) bajo los siete polos de: Estados Unidos, el Japón, el centro de la Unión Europea (por determinar), la China, la India, Rusia y Brasil. Una reestructuración de jerarquías y una dinámica de cuyos efectos es

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imposible ni siquiera especular, pero, ciertamente, un mundo bien diferente del actual (no necesariamente mejor) para el que las viejas opciones y fidelidades no van a servir.

131


Notas 1

http://www.forbes.com/

2

El caso más discutido fue la atribución de las fortunas de los dirigentes políticos más ricos. Fue en el ejemplar de Forbes de mayo de 2006. Fidel Castro ocupaba el séptimo puesto con una fortuna de 900 millones de dólares. Castro desafió a la revista a que si lo demostraban, renunciaba al día siguiente. La revista no pudo demostrarlo y tuvo que reconocer que los instrumentos para ―medir‖ dicha fortuna eran no sólo discutibles sino inapropiados (por ejemplo, en la fortuna personal de Castro habían incluido el valor de propiedades del Estado cubano). 3

Mapping the Global Future 2020, http://www.foia.cia.gov/2020/2020.pdf

4

Algunos intentos de practicar la ―descolonización del saber‖ no consideran suficientemente este detalle o, producidos en los Estados Unidos, se quedan atrapados en el pasado colonial europeo sin ver el presente neocolonial (o incluso neoimperial) estadounidense. Hay casos interesantes (Varios autores, 2006). 5

www.weforum.org

6

Tan elevada que si el mundo fuese un solo país, probablemente no fuese viable dada la extrema desigualdad entre sus componentes. La existencia de los estados nacionales, desde este punto de vista, sirve para mantener el sistema pues se convierte en un instrumento de gestión de la desigualdad. 7

http://www.peakoil.net/

8

Todo ello sin obviar la cuestión a medio o largo plazo de preparar los países, tanto exportadores como importadores, para una ―economía postpetrolera‖ (Acosta, 2007). 9

http://topics.nytimes.com/top/reference/timestopics/subjects/s/sovereign_wealth_funds/index.html

10

La preocupación estadounidense por el creciente papel de la China en América Latina no es nuevo (Johnson, 2005; Roet y Paz, 2008). Es sintomático a pesar de las diferencias con España (Arahuetes y García, 2007). 11

Al haber sido realizadas las encuestas en momentos muy diferentes en los estados de opinión, la agregación de las respuestas es muy problemática y debe ser tomada con mucha cautela. Una vez más, es preferible una indicación problemática a no tener ningún tipo de información, pero eso no añade calidad a la información, en este caso dudosa. 12

España es un caso interesante por haber tenido auge (hasta el Imperio de Felipe II), caída (la Decadencia, con la fecha simbólica de 1848) y un nuevo auge (neocolonialismo actual). 13

Véase Ken Adelman, Cakewalk in Iraq, The Washington Post, 13 de febrero de 2002. Es obvio que no fue un paseo por el campo ni tuvo sentido el ―mission accomplished‖ de mayo de 2003 junto al anuncio del fin de las operaciones importantes realizado ese mismo mes y año por el presidente George W. Bush (http://www.whitehouse.gov/news/releases/2003/05/20030501-15.html) 14

No es un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. Es curioso, de todas formas, que el CIA Factbook, una muy buena referencia para muchos temas, permita calificar a los países, en cuanto a lo que supone su deuda pública sobre su Producto Interno Bruto, en tres grupos: porcentaje bajo (Luxemburgo, Chile, Rusia, Kuwait, Hong Kong), porcentaje alto (Japón, Líbano, Seychelles, Italia, Israel) y países sin información (¡los Estados Unidos!). Véase https://www.cia.gov/library/publications/the-world-

132


factbook/rankorder/2186rank.html. Sin embargo, sí reconoce los países con mayor deuda externa en el mundo y que son los centrales. Por orden de mayor a menor deuda: Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Holanda, España, Irlanda, Japón, Suiza, Bélgica, Canadá, Australia etcétera. El primer latinoamericano en cuanto a monto total de su deuda externa, Brasil, ocupa el puesto 26, y México el 29, casi todos con datos de 2007 en https://www.cia.gov/library/publications/the-worldfactbook/rankorder/2079rank.html 15

En Le Monde, 7 de agosto de 2006.

16

Véase Wall Street Journal, 22 de octubre de 2007.

17

Krishna Guha y Ralph Atkins, Europe and US unite on stronger dollar, Financial Times, 8 de mayo de 2008. 18

Esta estratagema de encontrar un enemigo exterior para unificar el interior o hacerle olvidar dónde están los verdaderos problemas internos es relativamente frecuente y explica algunas aventuras militares como la de las Malvinas/Falklands por parte de la Junta argentina, algunos de los episodios de guerra entre el Perú y el Ecuador y, probablemente, el asunto de marzo de 2008 entre Colombia y el Ecuador (entre Putumayo y Sucumbíos) y el amago de intervención por parte de Venezuela. 19

Excepto, obviamente, en el caso en que se diera un auténtico cambio climático irreversible y acelerado, en cuyo caso no sería el sistema el que entraría en crisis terminal sino la especie humana tal y como se conoce en la actualidad. 20

http://www.weforum.org/pdf/globalrisk/report2008.pdf

21

Lo sintomático de la propuesta iraní y venezolana para que la OPEP aceptara hacer sus transacciones en monedas diferentes al dólar estadounidense no es que fracasara sino que se llegara a hacer. 22

http://www.fao.org/docrep/010/ai465s/ai465s00.htm

23

Mientras el Banco Mundial preveía cien millones de personas padeciendo hambre severa y la FAO afirmaba que había 37 países con una urgente necesidad de alimentos, se reconocían los incrementos espectaculares en los beneficios de las empresas con intereses en la alimentación como Monsanto, Cargills o Mosaic Company (Geoffrey Lean, Multinationals make billions in profit out of growing global food crisis. Speculators blamed for driving up price of basic foods as 100 million face severe hunger, The Independent (Reino Unido), 4 de mayo de 2008). 24

Obsérvese que Modelski, como otros, adjudican a Portugal el papel de líder en el siglo XVI y no a España. Otros (Nye, 1990) juzgan que dicho papel fue jugado por España. 25

Interesante, al respecto, la encuesta de Gallup publicada en febrero de 2008 preguntando a diversos países asiáticos si y, en su caso, cuándo creían que la China podría sustituir a los Estados Unidos como líder mundial: pocos eran los que apostaban por la China. Véase en http://www.gallup.com/poll/104176/Asian-Populations-Predict-Chinas-Rise-Over-US.aspx

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GLOBALIZACIÓN, RESTRUCTURACIÓN SOCIOECONÓMICA Y TRANSICIÓN EPIDEMIOLÓGICA

William F. Waters Ph.D*

RESUMEN Las nuevas tendencias en salud pública global tienen un fondo social, económico y político que puede ser observado en diversos aspectos de la globalización, incluyendo transformaciones históricas en los patrones de producción y consumo en todo el mundo y complejos patrones de transición epidemiológica. La globalización es más que la internacionalización del comercio y manufactura; representa además un nuevo paradigma de desarrollo que crea nuevos enlaces entre las corporaciones, organizaciones internacionales, gobiernos, comunidades y familias del mundo. La reestructuración social y económica es reflejada en el perfil emergente de salud en los países subdesarrollados, incluyendo aquellos de América Latina. Palabras clave: globalización, transición epidemiológica, salud, enfermedad

INTRODUCCIÓN En las últimas tres décadas, las dimensiones globales de la salud pública han recibido la mayor atención de los gobiernos y la comunidad científica, particularmente con respecto al surgimiento y resurgimiento de las enfermedades infecciosas. En general, se entiende que los microbios no respetan fronteras internacionales, y que en vista de la proliferación de intercambios internacionales (incluyendo viajes), hay buenas razones para mantener una vigilancia frente posibles pandemias globales como la influenza aviaria. Además, hay cada vez mayor reconocimiento de la necesidad de cooperación internacional (Hawson, Fineberg y Bloom 1998; Koop, Pearson y Schwarz 2002; Walt 1998). Esta nueva apreciación de las manifestaciones de la salud global es muy necesaria y ha hecho falta durante mucho tiempo. Sin embargo, todavía falta tener un entendimiento claro de las relaciones estructurales entre la salud global (vista más allá de sus manifestaciones más dramáticas) y sus fundamentos sociales, económicos, políticos y culturales en sociedades cada vez más interconectadas. Un análisis mas comprensivo depende del reconocimiento de que la salud pública es parte de la esencia de cada sociedad, y aun más, que ahora más que nunca, la tela social de todas las naciones y sociedades es parte de un solo tejido, en el cual la salud global es un factor esencial.

*

Instituto de Investigación en Salud y Nutrición. Universidad San Francisco de Quito

137


En décadas recientes, se ha presenciado una verdadera revolución con impactos muy profundos en las condiciones de vida a nivel mundial, regional, nacional y en la comunidad y el hogar. Esta revolución —la globalización— tiene muchas interpretaciones, pero desde cualquier perspectiva, se observa la redefinición de relaciones y enlaces económicos, financieros, políticos, sociales y culturales (Waters 2006). Un componente clave en esta gran revolución global del siglo XX consiste en una compleja transformación histórica en los patrones de producción y consumo en todo el mundo, que se puede observar, por ejemplo, en las cadenas agroalimentarias que vinculan un amplio espectro de actores desde los productores de pequeña escala, los trabajadores de plantaciones de productos exóticos y los habitantes de los tugurios urbanos del Tercer Mundo, hasta los consumidores en los países industrializados, todos vinculados a través de la comunicación digital por las empresas financieras transnacionales. Posiblemente porque la salud parece ser un tema técnico ligado a la práctica medica a nivel clínico, el estudio de las interrelaciones entre la globalización y la salud global ha sufrido un aislamiento disciplinario de los análisis socioeconómicos. Sin embargo, a la par con la globalización, se observa un proceso paralelo de transición epidemiológica, que se evidencia en diferentes cambios en los patrones de morbididad y mortalidad en todo el mundo que son atribuibles a un grupo de problemas de salud de antaño y otro grupo emergente de problemas de salud (Omran 1996). Estos dos aspectos de la globalización (transformaciones en las estructuras de producción y consumo y la transición epidemiológica) han alterado de alguna manera u otra (con muy pocas excepciones) la organización social, económica, política y cultural de todas las sociedades del mundo. Este documento analiza estas interrelaciones y los procesos que afectan a prácticamente cada comunidad, hogar y habitante del planeta. En particular, se analiza la globalización desde la perspectiva de la reestructuración de las clases sociales entre y adentro de los países y sociedades del mundo en el sentido de que los hogares y las comunidades asumen nuevos roles en procesos interconectados de producción y consumo. Los patrones emergentes de producción y consumo (tanto en los países industrializados como en los subdesarrollados) alcanzan aun los rincones más remotos del planeta. Impulsados en parte por el creciente desarrollo sofisticado y penetrante de las comunicaciones (Castells 1996) y tecnologías informáticas (Bomsel y Le Blanc 2004) los procesos socioeconómicos globales han incorporado hasta las comunidades indígenas aparentemente aisladas de la cuenca amazónica. Con esta base conceptual, se analiza la relevancia del modelo de la transición epidemiológica al fenómeno de la globalización para entender las variaciones profundamente importantes en el perfil de salud en las diferentes clases sociales en los países industrializados y subdesarrollados. Esta base conceptual se asiente en la observación general de que la salud pública esta íntimamente ligada al desarrollo social, político, económico y cultural (Koop, Pearson y Schwarz 2002; Leon y Walt 2001). 138


LA GLOBALIZACIÓN RECONSIDERADA La globalización puede ser analizada desde varias perspectivas. Una línea de investigación se enfoca en la evolución histórica de la las relaciones financieras y comerciales a nivel regional, internacional y mundial. Este enfoque tiene dos interpretaciones principales. Por un lado, se afirma que la globalización económica no es un fenómeno novedoso, sino más bien una extensión o intensificación de los canales de intercambio existentes en muchas partes del mundo desde hace por lo menos seis siglos (Frank 1969; Schaeffer 1997). Por otro lado, se ha interpretado la globalización económica como un paradigma completamente nuevo que se diferencia de etapas históricas anteriores por la existencia de nuevos actores e interrelaciones económicas y sociales. Esta interpretación enfatiza en particular el surgimiento de la corporación transnacional, que a diferencia de la corporación multinacional de periodos anteriores es verdaderamente global en el sentido de que no tiene una base local natural o nacional. Es decir, la corporación transnacional no confronta limitaciones relacionadas a barreras económicas, legislativas o regulatorias; lo cual permite que las funciones productivas, financieras, comerciales y de distribución se desenvuelvan con una apertura y flexibilidad nunca antes vista porque cualquiera de estas funciones puede ser realizada en cualquier parte del mundo en forma más o menos intercambiable. Un resultado es que según esta interpretación, se ha disminuido la capacidad del Estado nación como actor director o como intermediario vía sus funciones legislativas o regulatorias (Friedman 2000). En este sentido, la globalización económica también tiene elementos políticos relacionados a la penetración y dominación. En este contexto, se afirma que la globalización es al menos en parte el producto del resurgimiento de las organizaciones internacionales y multilaterales que han ido aumentando su capacidad de determinar o imponer los términos de comercio y finanzas globales. Desde esta perspectiva, son particularmente relevantes el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio. También son importantes el papel de los acuerdos y tratados regionales como la Comunidad Europea; el Tratado de Libre Comercio de Norte América entre Canadá, Estados Unidos y México; el MERCOSUR y nuevas expresiones de unión entre los países de América Latina. Tradicionalmente, las organizaciones regionales eran mecanismos para facilitar las comunicaciones y las negociaciones entre sus Estados miembros y también para proveer asistencia en el desarrollo financiero y técnico. Ahora juegan un papel mucho más proactivo en la determinación de las reglas básicas de intercambio. Otra área de estudio de la globalización tiene que ver con la expansión de contenidos y comportamientos culturales. Entre los enfoques se encuentra una preocupación por la homogenización de la cultura en términos de idioma, vestimenta, música, alimentos y el consumo en general (Barber 1995; Friedman 2000; Nederveen Pieterse 2001; Ocampo y Martin 2003). En este contexto, se cuestiona por ejemplo, la capacidad que tienen las culturas del mundo de mantener su identidad (PNUD 2004). 139


Desde cualquier perspectiva, la globalización implica más que la redefinición de relaciones entre y adentro de los Estados naciones, corporaciones transnacionales y los organismos multilaterales; más bien, los datos agregados a nivel nacional o regional tienden a ofuscar tendencias sociales y económicas al interior de cada país. Por ejemplo, los patrones de morbididad y mortalidad varían a nivel de comunidad entre hogares en diferentes países y entre diferentes clases sociales. Mas allá, los impactos económicos, sociales y culturales de la globalización no son uniformes. Por ejemplo, la inserción de procesos globales en América Latina (aun en los territorios aparentemente más remotos) ha resultado en la redefinición del papel de los productores y consumidores y por ende, en la reestructuración de las clases sociales. Por lo tanto, se ha afirmado que la globalización ha tenido efectos negativos para la mayoría de la población del planeta (Stiglitz 2002), en lo que se refiere a la profundización de la pobreza (Loker 1999), la desigualdad (Bradshaw y Wallace 1996) y la erosión de patrones culturales (Nederveen Pieterse 2001), lo cual ha despertado resistencia en varias partes del mundo en varias formas (Smith y Johnston 2002), particularmente por algunos de los grupos más vulnerables a dichos efectos, tales como los campesinos (Edelman 1999) y mujeres (Aguilar y Lacasamana 2004). Del mismo modo, se debate el efecto de la globalización en la salud pública (Yach 1998), en donde se ha afirmado que los efectos son principalmente negativos (Milanovic 2003). LA TRANSFORMACIÓN FORDISTA y POST FORDISTA EN LOS PAÍSES INDUSTRIALIZADOS El siglo XX fue testigo de transformaciones dramáticas en el desarrollo de la manufactura, particularmente en los países industrializados. La cara oculta de la nueva revolución industrial fue la reestructuración de interrelaciones entre la producción y el consumo y por lo tanto, entre diferentes clases sociales en todo el mundo. Al principio del siglo, la producción masiva estaba todavía en un estado de infancia relativa en los países ahora llamados industrializados, y el sector rural y agrícola todavía predominaba. La mayoría de la población de estos países todavía vivía en pueblos pequeños y los alimentos, incluyendo las frutas y hortalizas de temporada, fueron producidos y consumidos localmente. Incluso la mayoría de los bienes manufacturados fueron producidos en fábricas locales o regionales, que empleaban una fuerza de trabajo local y tenían una base de consumidores también local o regional. La calidad, disponibilidad y precio de los productos alimenticios estaban sujetos a enormes fluctuaciones y variaciones en calidad y precio en base parcialmente de la temporada (Bonanno et al. 1994; McMichael 1994). Al principio de la década de 1920, una nueva fase de producción surgió en los países industrializados, basada en bienes manufacturados y procesados que tenían la característica de ser relativamente estandarizados. Mientras que los productos alimenticios no procesados y manufacturas producidas al nivel casi artesanal tipificaban la etapa previa, el producto prototipo de esta nueva fase de desarrollo fue el Ford Modelo T. 140


Otra característica fundamental de esta nueva fase fordista fue que se basó en un régimen de salarios más elevados. Muchos saben que el Ford Modelo T fue el primer automóvil producido en forma masiva utilizando componentes estandarizados, pero es quizás menos reconocido que Henry Ford amplió la base de consumo de su producto no solo a través de la oferta de un producto estándar de calidad uniforme, sino también convirtiendo sus trabajadores en potenciales consumidores con un salario inédito de cinco dólares por día. La producción fordista de bienes estandarizados se extendió a todos los sectores industriales. Por ejemplo, se transformó la producción de alimentos a través de nuevos procesos industriales —enlatados al principio y mas tarde, alimentos congelados— que a diferencia de la época pre-fordista, podían ser producidos en diferentes lugares, enviados a largas distancias, embodegados por periodos de tiempos extendidos y consumidos durante todo el año (Medeiros 2000). Durante las siguientes décadas y hasta la primera mitad del siglo, el régimen de producción fordista se extendió y en gran medida suplantó la producción y consumo pre-fordista. Esta transformación se basó en parte en la expansión de la base de consumidores que fue producto de la generalización de economía de altos ingresos. Fue especialmente notable la transformación después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los salarios reales se incrementaron marcadamente, la clase media creció, y se inició lo que Rostow (1961) llamó la era de consumo masivo. Al mismo tiempo, mientras se generalizó el sistema fordista, se inauguró en las clases sociales altas y media-altas de los países industrializados una nueva fase de producción y consumo pos-fordista. En base al crecimiento en las remuneraciones y amplias oportunidades de empleo técnico y gerencial, un segmento elite de la población se benefició de oportunidades crecientes de patrones distintos de consumo basado en la disponibilidad de opciones y nichos especializados. El nuevo régimen también tenía su prototipo en la industria de autos. A diferencia del Ford Modelo T, siempre del mismo aspecto hasta en el color negro, la producción y consumo de autos de la General Motors, liderado por su gerente, William Sloan, se basó en la oferta de diversos modelos, precios, opciones (por ejemplo en colores) y modificaciones anuales de modelos, lo cual que permitió que el consumidor se ubicara en un nicho particular de mayor o menor prestigio. El modelo sloanist se extendió a la producción y consumo de una enorme variedad de bienes. Por ejemplo, en vez de adquirir los alimentos estandarizados mas típicos del consumo masivo, los miembros de las clases altas y medio-altas tenían acceso a bienes especializados (y usualmente de más alto costo) incluyendo, por ejemplo, frutas y vegetales frescos y exóticos disponibles durante todo el año a través de canales emergentes de producción, transporte, comunicación, financiamiento y venta para el nuevo supermercado global (McMichael 1994; Thrupp, Bergeron y Waters 1995) y otros bienes prestigiosos de nicho, que varían desde enormes autos para uso domestico, vino, cigarros, comida étnica y productos frescos no comestibles como las flores. Esta 141


segmentación del mercado también incluía la producción y consumo de productos de alto costo con características aparentemente pre-fordistas, incluyendo los alimentos orgánicos y/o importados de todo el mundo. Asimismo, el consumo post-fordista incluía las vacaciones a lugares cada vez mas exóticos (Medeiros 2000). Durante el periodo pos-guerra, las clases medias y bajas de los países industrializados, incluyendo los trabajadores pobres, los desempleados y los subempleados, siguieron insertados en el régimen de consumo dominado por los bienes fordistas de bajo costo, incluyendo en la cadena agroalimentaria, los enlatados, alimentos congelados y la comida chatarra. La presencia simultánea de los dos modelos de producción y consumo (fordista en las clases medias y bajas y pos-fordista en los estratos altos) marcó las ultimas dos décadas del siglo XX y el principio del siglo XXI, aun cuando la década recesiva de los 1980 truncó el boom pos-guerra. Durante las décadas de los 1980 y 1990, los sueldos reales de grandes segmentos de trabajadores se estancaron o disminuyeron y muchos se encontraron en el desempleo o dependían de trabajos a tiempo parcial o temporal, laborando en gran medida por salarios mínimos con pocos o ningunos beneficios y con poca seguridad laboral. Además, las crisis económicas recurrentes de los trabajadores pobres en los países industrializados en las últimas dos décadas han golpeado en particular a los hogares encabezados por mujeres solteras (Sassen 1998). Una consecuencia de las crisis económicas globales del fin del siglo fue una profundización de la desigualdad. Por ejemplo, el quintil más pobre de la población de los Estados Unidos ganó solo 3,9% del total de los ingresos en 1998, mientras que el quintil superior percibió casi el 50%. Situaciones similares se presentaron en los países europeos. Más recientemente, la crisis económica global de 2008 demuestra que aun después de una década de recuperación parcial, una aparente afluencia y consumismo sin límites esconde discontinuidades en los procesos globalizantes (Medeiros 2000). Se observa, por ejemplo, que el principio de la flexibilidad en las operaciones de las corporaciones transnacionales sigue siendo vigente, lo que permite que el desempleo y subempleo sean parte de las estrategias corporativas. Los resultados incluyen las reducciones y traslados sistemáticos de personal, fusiones de compañías competidoras y la transnacionalización de operaciones productivas y financieras, para acceder a las zonas que ofrecen las condiciones más ventajosas en términos de sueldos bajos, legislación y regulación laboral flexibles, moras de impuestos, repatriación ilimitada de ganancias, y la provisión de infraestructura de bajo costo. LA TRASFORMACIÓN SUBDESARROLLADOS

FORDISTA

Y

POS-FORDISTA

EN

PAÍSES

Los países subdesarrollados, incluyendo los de América Latina, también han experimentado transformaciones en los patrones de producción y consumo, también vinculadas a cambios sociales dramáticos durante el siglo XX, particularmente en lo que 142


se refiere a la evolución de la fuerza laboral. En 1980, el 34% de la población de América Latina trabajaba en la agricultura, 25% en la industria y 41% en servicios. Menos de veinte años más tarde, en 1997, las cifras respectivas eran 19% por ciento, 23% y 58% (Berry y Méndez 1999). Esta transformación se debe en gran parte a la urbanización y la migración rural-urbana que ha sido de tal magnitud que más de los tres cuartos de la población de la región es ahora urbana. Este proceso ha conducido al crecimiento vertiginoso de asentamientos urbanos marginales (favelas, pueblos jóvenes, suburbios o tugurios) no solamente en las mega-ciudades como Río de Janeiro, Sao Paulo, Buenos Aires y la Ciudad de México, sino también en otras ciudades grandes como Lima, Bogotá, Caracas, Santiago de Chile, Guayaquil y Quito y las ciudades intermediarias, que en muchos casos crecen a un ritmo más acelerado que las grandes urbes. Debido a que no se ha podido absorber sino una fracción de la fuerza laboral en la economía urbana formal, el desempleo abierto se ha mantenido o ha crecido, mientras que el subempleo en la mayor parte de la región cuenta con más de la mitad de la población económicamente activa (Portes y Schauffler 1993; Rakowski 1994). Al mismo tiempo, los salarios reales se han estancado o decrecido (Berry y Mendez 1999; Tardanico 1997). Por lo tanto, los hogares se encuentran obligados a generar sus propios ingresos a través de estrategias complejas que a menudo combinan ingresos de varias procedencias, frecuentemente a través de microempresas que operan en el sector informal (Waters 1997; Rodriguez, Macinko y Waters 2001). El crecimiento urbano ha sido impulsado no solamente por los flujos migratorios permanentes, sino también por traslados temporales o cíclicos de pequeños agricultores como parte de estrategias de pluriactividad y sobrevivencia que combinan los escasos ingresos prevenientes de la agricultura campesina con ingresos temporales o esporádicos derivados del sector urbano informal en (por ejemplo) la construcción o las ventas ambulantes (Waters 1997). Por lo tanto, la población de América Latina cuenta con una población urbana con altas proporciones de subempleados, con empleos marginales o sin empleo que viven prácticamente lado a lado con segmentos afluentes que disfrutan de un estilo de vida similar a sus pares en los países industrializados. Al mismo tiempo, una población rural muy diversa sigue viviendo en condiciones muy variadas, pero frecuentemente de pobreza y mala salud. En este nuevo contexto, la mayoría de los pobres rurales y urbanos de América Latina representan una fuente de fuerza de trabajo barata y flexible. Al mismo tiempo, por su capacidad adquisitivita limitada, no constituyen una importante base de consumo. No obstante, desde tres perspectivas, este segmento juega un papel decisivo en la evolución de nuevos patrones globalizados de producción y consumo. Primero, una minoría de la fuerza laboral trabaja en la producción de bienes de consumo típicos de los regimenes pre-fordista (productos agroalimentarios para mercados locales y regionales) y fordista (bienes industrializados o procesados principalmente para el consumo interno). Los productos alimenticios no procesados, especialmente los granos y tubérculos, representan la persistencia de la producción y consumo pre-fordista en las clases bajas 143


y medias locales y regionales, mientras la producción y consumo fordista se manifiesta en la industria local. Un ejemplo notable es la expansión en la producción, comercialización y consumo de comida chatarra. Un segundo papel de las clases bajas y medias en la producción y consumo transnacional es a través del la manufactura, procesamiento o montaje de bienes de consumo fordista orientados a los países industrializados. En algunos casos, estos bienes (por ejemplo, los electrodomésticos), pueden también encontrarse en los mismos países subdesarrollados, pero principalmente para las clases media alta y alta. Tercero, los trabajadores de los países subdesarrollados participan en el régimen pos-fordista en los países industrializados a través de la producción de mercancías de nicho orientadas a la exportación. Ejemplos relevantes incluyen las frutas y verduras tropicales fuera de temporada y las flores (Thrupp, Bergeron y Waters 1995). LA TRANSICIÓN EPIDEMIOLÓGICA RECONSIDERADA Las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales relacionadas a la globalización tienen otro componente menos reconocido por las ciencias sociales, debido principalmente a la persistencia de barreras disciplinarias de análisis. Una transformación histórica que también se despliega en formas muy variadas en diferentes países y en grupos sociales del mundo es la transición epidemiológica, definida como: . . . los cambios evolucionarios en diferentes contextos sociales desde una situación de alta mortalidad, alta fertilidad, expectativa corta de vida, estructura demográfica de edad joven y el predominio de enfermedades transmisibles (especialmente en los más jóvenes), hacia una situación de baja mortalidad, baja fertilidad, mayor expectativa de vida, envejecimiento y el predominio de enfermedades degenerativas y de origen humano, especialmente en los grupos de edad media y vieja (Omran 1996:5) La transición epidemiológica incorpora la transición demográfica (el cambio de tasas altas de mortalidad y fertilidad a tasas bajas de mortalidad y fertilidad) y además los patrones emergentes en las causas de morbididad y mortalidad. De acuerdo al modelo básico de transición epidemiológica, los países actualmente industrializados experimentaron a finales del siglo XIX y el comienzo del siglo XX un declive en la prevalencia de las enfermedades ―tradicionales‖. En gran medida debido a descubrimientos científicos relacionados con la salud pública (por ejemplo, los antibióticos), mejoras en la sanidad pública (particularmente el aprovisionamiento de agua pura y la eliminación de excrementos) y en la extensión de servicios de salud, cuatro grupos de problemas ―tradicionales‖ de salud se han replegado en los países industrializados: las enfermedades transmisibles (respiratorias agudas, diarreicas, prevenibles por vacunación y originadas en vectores, como la malaria y dengue);

144


las condiciones y complicaciones relacionadas a las salud reproductiva, embarazo y parto; diferentes formas de desnutrición y las enfermedades relacionadas a patógenos encontrados en el agua de uso público y sistemas deficientes de desagüe.

Estos problemas tradicionales fueron exacerbados por sistemas de salud carentes de los recursos técnicos, financieros y administrativos. Al mismo tiempo, han surgido en los mismos países nuevos problemas ―modernos‖ de salud expresados como mayores prevalencias de: enfermedades cardiovasculares y neoplasmas malignos, enfermedades mentales en parte relacionadas con el estrés, el mal de Alzheimer y otras enfermedades relacionadas con el envejecimiento, el sobrepeso y la obesidad y sus consecuencias incluyendo diabetes e hipertensión, y accidentes ocupacionales y de tránsito. Estos problemas a su vez son exacerbados por servicios de salud que son inadecuados debido a coberturas incompletas, el sesgo urbano, profesionales mal capacitados, procesos demasiado centralizados y un énfasis en los cuidados curativos y no preventivos (Omran 1971; 1996; 1998). Históricamente, según este modelo (Omran 1996), la transición epidemiológica procede en cinco etapas o edades: de pestilencia y hambruna; de pandemias en declive; de enfermedades degenerativas y de índole social; de mortalidad cardiovascular en declive, envejecimiento, modificaciones en estilos de vida y enfermedades emergentes y re-emergentes, y de longevidad paradójica, morbididad emergente enigmática y la capacidad tecnológica de sobrevivencia de los incapacitados.

El modelo de transición epidemiológica no es uniforme o monolítico; más bien, según las condiciones sociales, económicas y políticas especificas, el proceso puede seguir cualquiera de varias trayectorias. En primer lugar, existen diferencias históricas ya que la transición experimentada por los países industrializados en el pasado no es igual al proceso actual en los países subdesarrollados. Segundo, los países subdesarrollados siguen diferentes patrones en la actualidad en lo que se refiere a la velocidad y dirección del proceso. Por ejemplo, Omran (1996) identifica cinco variantes de la transición epidemiológica en América Latina. 145


Tercero (y más importante), la transición epidemiológica es menos la paulatina sustitución de un grupo de enfermedades por otro, que la presencia simultánea de ambos grupos de enfermedades —las tradicionales y las modernas. Durante las últimas décadas, en el Ecuador y los demás países de la región, por ejemplo, se han observado mayores prevalencias de las enfermedades crónicas y degenerativas, asociadas con aumentos en la expectativa de vida y el envejecimiento de la población. Por ejemplo, las principales causas de muerte en el Ecuador son las enfermedades cardiovasculares. Pero al mismo tiempo, persisten altas prevalencias de las enfermedades infecciosas y transmisibles (Foote, Hill, y Martin 1993; Omran 1996). Es decir, sería más preciso hablar de una superposición epidemiológica. En el Ecuador y otros países de la región, el patrón de salud y enfermedad nos coloca simultáneamente en las primeras tres etapas históricas, mientras los países industrializados experimentan condiciones de salud propias a las últimas tres etapas. Pero aun cuando el modelo básico de transición epidemiológica toma en cuenta diferentes variantes, la superposición de condiciones tradicionales y modernas no permite un entendimiento claro de las razones por las cuales las primeras no son simplemente reemplazadas (más temprano o más tarde) por las segundas. La explicación es que existe una doble superposición de los perfiles tradicionales y modernos de salud, en donde es necesario tomar en cuenta (i) las estructuras y procesos sociales, económicos, políticos y culturales al interior de cada país y (ii) las diferencias entre países. En este sentido, como ya se señaló, los dos grupos de condiciones de salud no afectan a todos los miembros de una sociedad por igual; más bien, los patrones de salud y enfermedad son muy diferentes si comparamos los miembros de diferentes clases sociales al interior de cada país. Segundo, los perfiles de salud de los países subdesarrollados, incluyendo los de América Latina, aproximan cada vez más a los perfiles de los países industrializados si comparamos los miembros de las mismas clases sociales respectivas: pobres con pobres y elites con elites. Es en este contexto que se puede concluir que la transición epidemiológica es en realidad una parte de (y refleja) los múltiples componentes de la globalización. La doble superposición puede ser observada, por ejemplo, en la creciente prevalencia de sobrepeso y obesidad en los países industrializados y subdesarrollados. Lo que tiene en común es que en ambos grupos de países, esta condición y los problemas colaterales (tales como diabetes e hipertensión) son más prevalentes entre los nuevos estratos de pobres urbanos y mucho menos en las elites. En ambos casos, los miembros de estratos más ricos pueden seguir un ritmo de vida relativamente saludable, siendo bien protegidos del riesgo ocupacional y del entorno y con una expectativa de vida suficientemente larga como para experimentar las enfermedades ―modernas‖ asociadas con la longevidad, las mismas que pueden controlar a través de un acceso favorable a cuidados de salud. Además, tienen acceso a dietas saludables y balanceadas de corte fordista y pos-fordista e información sobre la salud y nutrición. Por lo tanto, el estado de

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salud de las elites latinoamericanas se aproxima cada vez más a sus contrapartes de los países industrializados (Waters 2006). En contraste, los pobres urbanos (tanto en los países industrializados como en subdesarrollados) han adoptado nuevos patrones de consumo todavía pre-fordista en parte, pero cada vez más fordista, en forma de alimentos procesados poco saludables por su alto contenido de grasas y carbohidratos. El consumo de comida de chatarra es notable en este contexto. Adicionalmente, debido a estilos de vida más sedentario existe un desbalance cada vez más evidente entre consumo y ejercicio. Por consecuencia, muchos de los segmentos más pobres de la población de los países industrializados (particularmente las minorías raciales y étnicas) y subdesarrollados exhiben altos índices de sobrepeso y obesidad y las enfermedades asociadas. En el caso ecuatoriano, los datos de la encuesta ENDEMAIN de 2004 demuestran que una de cada dos mujeres ecuatorianas sufre de sobrepeso u obesidad. Sin embargo, una diferencia significativa con respecto a los países industrializados es que en América Latina, los pobres urbanos y rurales también sufren de altos índices de otras formas de mala nutrición, incluyendo deficiencias de micronutrientes como el hierro, aun en los niños pequeños (Freire, Waters y Boy 2008). Además, estas poblaciones vulnerables siguen en alto riesgo de sufrir enfermedades infecciosas y otros problemas ―tradicionales‖ de salud (Banco Mundial 2007; World Health Organization 2002) en un contexto de sistemas de salud que no han sido capaces de responder a este doble desafío. Para resumir, los países de América Latina se encuentran en procesos complejos de transición en sus perfiles de salud y nutrición. Enfrentados con recursos extremadamente limitados, estos países están en condiciones poco alentadoras con respeto a la persistencia de altas prevalencias de enfermedades prevenibles, mientras enfrentan el desafío adicional de una variedad de nuevos problemas de salud. Este fenómeno no es un asunto meramente médico aislado que corresponda únicamente a un ―sector salud,‖ sino que responde directamente a la evolución de nuevos alineamientos de clase social con diversas relaciones con los procesos de producción y consumo y, en síntesis, con la globalización. DISCUSIÓN: GLOBALIZACIÓN, RESTRUCTURACIÓN Y SALUD Los datos agregados sugieren que en general, las condiciones de salud en América Latina han mejorado (PNUD 2007). Por ejemplo, en una sola generación, la expectativa de vida en el Ecuador ha aumentado en casi el 50% desde un poco más de 50 años a 74 años. Sin embargo, los promedios nacionales y regionales oscurecen importantes brechas entre distintos grupos sociales dentro y entre países. Además, las brechas existentes se han acentuado aun más por el deterioro de los servicios públicos de salud y sanidad. En América Latina y otras partes del mundo subdesarrollado, los pobres rurales y urbanos siguen sufriendo de las mismas enfermedades transmisibles y condiciones relacionadas a la salud reproductiva, que en su mayoría son prevenibles. Estas condiciones afectan particularmente a la población y los grupos más vulnerables, incluyendo los indígenas y afro descendientes (Hall y Patrinos 2006). 147


Al mismo tiempo, los países de la región han experimentando la evolución de nuevas estructuras de producción y consumo, que a su vez les vinculan con los mercados mundiales en nuevas formas de intercambio y consumo global. Por ejemplo, se observa el empleo en sectores de exportación, especialmente en la producción y procesamiento de los bienes agroalimentarios, no-tradicionales, tales como las frutas tropicales, hortalizas y flores cortadas, así como también los productos manufacturados (especialmente el montaje de electrodomésticos, ropa, y otros productos de las maquilas y sweat shops de la región). Gracias a estos procesos, los consumidores de los países industrializados (tanto los trabajadores pobres y la clase media como las elites) acceden a una enorme variedad de bienes globales producidos en condiciones laborales en el Ecuador y sus vecinos, caracterizados por salarios bajos, beneficios limitados o inexistentes, formas precarias de contratación, y una creciente feminización de la fuerza laboral. Por otro lado, desde la perspectiva de América Latina, la inserción en la globalización es una espada de dos filos, ya que junto con las oportunidades limitadas en condiciones establecidas por las corporaciones transnacionales y sus aliados nacionales, vienen nuevos riesgos económicos, sociales y ambientales. Al mismo tiempo, los patrones de consumo típico de la pequeña población afluente de América Latina han empezado a aproximarse a aquellos de sus contrapartes del Norte. Los elementos de consumo de elite en los países subdesarrollados a costos relativamente elevados incluyen los productos fordistas incluyendo los alimentos procesados, enlatados y congelados. Estos productos representan una forma única de consumo prestigioso porque reflejan los mismos comportamientos que el consumo pos-fordista en los países industrializados. Es quizás irónico, entonces, que los países de América Latina se encuentran intercambiando frutas y hortalizas frescas por alimentos enlatados y congelados. Para las élites de América Latina, el estado de salud se aproxima a sus contrapartes de los países industrializados. Este fenómeno no es una coincidencia, porque los que ocupan este estrato tienen acceso al mismo nivel de atención de salud (muchas veces pagada por seguros privados) en clínicas o hospitales privados igual a los en los países industrializados. Al comienzo de un nuevo milenio, las relaciones de producción, intercambio y consumo de familias y comunidades del mundo son cada vez más interconectadas. En este sentido, las familias y comunidades del Ecuador y el resto de América Latina, que consumen bienes pre-fordistas y fordistas, participan en una red compleja de producción y distribución para las familias al otro lado del planeta. Dadas estas nuevas y constantes re-estructuraciones, no sorprende que la transición epidemiológica se exprese en forma diferente no solo a nivel del Estado nación, sino también entre clases sociales al interior de cada sociedad.

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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

Niklas Luhmann, La sociedad de la sociedad Traducción de Javier Torres Nafarrete Herder / Universidad Iberoamericana, México, 2007 Francisco Morales*

Ha sido publicada en 2007 la traducción al castellano del opus magnum de Niklas Luhmann, La sociedad de la sociedad. Si consideramos que la publicación original en alemán se hizo diez años antes, parecería que esta traducción nos llega con mucho retraso. Pero hay que tomar en cuenta la magnitud de la empresa. La sociedad de la sociedad es una obra de 1164 páginas (en su edición original), que refleja el resultado de treinta años de trabajo y cientos de publicaciones anteriores. A esto hay que añadir la dificultad propia de la teoría luhmanniana, cuya comprensión requiere de considerable inversión de tiempo y esfuerzo. Desde este punto de vista, esta traducción es un inmenso mérito. Debemos resaltar, además, que aparece antes que las traducciones a otros idiomas importantes, incluyendo el inglés. La versión castellana de La sociedad de la sociedad constituye una valiosa herramienta para aquellos hispanohablantes que deseen introducirse seriamente en la teoría de los sistemas sociales. Cuenta con excelentes estudios previos elaborados por tres destacados discípulos de Luhmann: los mexicanos Javier Torres Nafarrete y Jorge Galindo Monteagudo, y el chileno Darío Rodríguez Mansilla, quienes se cuentan, sin duda, entre los mejores conocedores de esta teoría a nivel mundial. Por otra parte, dejando de lado su extensión, ésta es quizás una de las obras más accesibles de Luhmann, pues, si bien no carece de dificultad, está libre del oscuro estilo laberíntico utilizado en otros escritos. La sociedad de la sociedad ofrece la exposición más sistemática y completa de los principales conceptos y tesis de la teoría de los sistemas sociales, y es, probablemente, el mejor lugar para empezar a leer a Luhmann. Los sociólogos no podemos evitar sentir el dedo en la llaga al avanzar a través de las páginas de La sociedad de la sociedad. Desde el primer capítulo nos encontramos con un diagnóstico del fracaso de la teoría sociológica para elaborar una teoría de la sociedad. Contamos con teorías sobre los hechos sociales, o sobre la acción social, o sobre ámbitos específicos de la sociedad, pero no una verdadera teoría de la sociedad.

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Profesor de la Escuela de Sociología y Ciencias Políticas, y de la Facultad de Jurisprudencia de la PUCE. fxmorales@puce.edu.ec

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Mal hacen, pues, los teóricos contemporáneos en pretender comprender la complejidad de la sociedad moderna a partir de la exégesis de los textos clásicos. No pueden encontrarse respuestas satisfactorias a los problemas sociológicos actuales si no contamos antes con una teoría de alcance realmente general. Por otra parte, la sociedad moderna ha adquirido un nivel de complejidad insospechado por los clásicos, de tal modo que sus teorías nos resultan hoy enormemente limitadas. El hecho de que hasta ahora no se haya podido elaborar una teoría de la sociedad obedece, de acuerdo con Luhmann, a la presencia de cuatro presupuestos que han actuado como obstáculos epistemológicos: (1) La sociedad está constituida por seres humanos concretos y sus relaciones. (2) La sociedad se establece, o por lo menos se integra, a través del consenso de los seres humanos, de la concordancia de sus opiniones y de la complementariedad de sus objetivos. (3) Las sociedades son unidades regionales, territorialmente delimitadas. (4) Las sociedades pueden observarse desde el exterior como grupos de seres humanos o como territorios. (p. 11, 12) Los tres primeros obstáculos epistemológicos impiden la determinación conceptual de la sociedad. El ―prejuicio humanista‖ condena a la definición de la sociedad a criterios antropológicos imprecisos (la pregunta ―¿qué es el ser humano?‖ conlleva cuestiones biológicas y psicológicas, además de sociológicas). Por su parte, el presupuesto de la pluralidad territorial es claramente inadecuado para dar cuenta de la actual sociedad mundial; no podemos ofrecer soluciones geográficas para problemas sociológicos, menos para el caso de una sociedad que rebasa los criterios regionales y relativiza la relevancia de los territorios. En contraste con estos presupuestos, Luhmann ofrece un concepto de sociedad ―antihumanista‖ y ―antirregionalista‖. Este concepto excluye tanto a los seres humanos (entendidos como individualidades psíquicas y biológicas) como a los territorios geográficos; lo cual no significa que no existan seres humanos ni territorios, y tampoco significa que sean irrelevantes para la sociología. Lo que hace Luhmann es otorgarles su justo lugar en la teoría: no dentro de la sociedad, sino en su entorno. El ―antihumanismo‖ de Luhmann implica también una renuncia a las connotaciones moralistas del viejo pensamiento europeo. El objetivo de Luhmann es elaborar una teoría de la sociedad que sea capaz de realizar observaciones; el fin no es dictar ningún programa de acción. En La sociedad de la sociedad encontraremos un amplio y sofisticado diagnóstico sobre la sociedad moderna, incluyendo todas sus facetas oscuras, pero será en vano cualquier intento de hallar en esta obra planteamientos normativos. En oposición a la respetable, aunque fallida, tradición de la ―sociología crítica‖ (que va de Marx a Habermas), Luhmann renuncia a la pretensión de mostrar caminos para la ―humanización‖ de la sociedad. No se trata de que tal fin no sea deseable, pero, en todo

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caso, cualquier dirección que se pretenda dar al cambio social requiere primero de un correcto diagnóstico de la sociedad, algo que la tradición crítica no es capaz de ofrecer. En lo que respecta al cuarto obstáculo epistemológico, el presupuesto del observador externo se apoya en una teoría del conocimiento obsoleta, que parte de la distinción sujeto/objeto. Para Luhmann, una teoría de la sociedad de alcance realmente general solo es posible cuando ella misma es capaz de incluirse en sus observaciones. La sociología está obligada a descubrirse a sí misma en su propio objeto, pues es ilícito suponer que no forma parte de la sociedad. De allí la insistencia en que la teoría de la sociedad deba ser autorreferencial, una posibilidad epistemológica que Luhmann encuentra no en la tradición de la teoría sociológica, sino en los recientes desarrollos ―constructivistas‖ de la teoría de sistemas. Quisiéramos comentar ahora, solo a modo de una breve provocación, la teoría de Luhmann sobre la sociedad moderna y algunas consecuencias cruciales para los debates contemporáneos de las ciencias sociales. En las últimas décadas se han difundido diversas ―críticas a la modernidad‖, y el pensamiento social latinoamericano ha sido especialmente receptivo y fecundo para estas críticas. No obstante, a la luz de la teoría de Luhmann, muchas de estas posturas parecen apresuradas e incluso ingenuas. Mal podemos elaborar ―críticas a la modernidad‖ si no poseemos primero una adecuada teoría sobre la sociedad moderna; y esta es, nos guste o no, una tarea científica, que requiere de la debida rigurosidad teórica y de sustentos historiográficos. En el contexto de esta problemática, es central el capítulo 4 de La sociedad de la sociedad, que trata sobre la diferenciación. Aquí, Luhmann describe en detalle sus cuatro ―formas de diferenciación‖: 1) segmentaria, 2) centro-periferia, 3) estratificación, 4) funcional. Esta última se caracteriza por el surgimiento de sistemas parciales autopoiéticos: el sistema de la economía, la política, el derecho, la ciencia, el arte, la educación, la religión, el amor, etc., tal como los conocemos en la modernidad. Cada sistema posee su propio ―código‖ y ―programa‖, y ninguno se rige a partir de otro (no existe ninguna jerarquía funcional), aunque sí establecen importantes relaciones entre sí (no necesariamente fijas y nunca exentas de conflicto). La existencia de estos sistemas funcionales es justamente lo que caracteriza a la sociedad moderna, que puede ser llamada, pues, sociedad funcionalmente diferenciada. Si bien en esta sociedad siguen existiendo las otras formas de diferenciación, éstas se comprenden únicamente a partir de su relación con los sistemas funcionales. Así, por ejemplo, las descripciones de relaciones de clase en la sociedad moderna pueden ser correctas, pero las características propiamente modernas de este fenómeno solo se explican a partir de los sistemas funcionales. Caracterizar a la modernidad tomando como fundamento a la estratificación, o, por poner otro ejemplo, a las relaciones centroperiferia, supone simplificaciones excesivas que no logran captar el nivel de complejidad de esta sociedad. 156


Algo similar ocurre con las teorías que pretenden dar cuenta de la sociedad moderna a partir de una sola de sus facetas; por ejemplo, la economía (teorías sobre la ―sociedad capitalista‖) o la política (teorías sobre el poder o la dominación). Este tipo de teorías, y los diagnósticos que se fundamentan en ellas, sobrecargan la capacidad explicativa de uno de los sistemas funcionales y les es imposible, en consecuencia, observar las relaciones complejas que se establecen entre los sistemas parciales de la sociedad. Están, pues, muy lejos de constituir teorías generales de la sociedad. Se podría argumentar que las teorías basadas en la crítica al capitalismo o en la crítica a la dominación permiten observar problemas de la modernidad que de otro modo permanecerían invisibles. Pero la teoría de Luhmann rebasa con creces esta capacidad de observación de problemas, justamente gracias a la insistencia en una teoría general, así como a la renuncia a pretensiones normativas. No solo que la teoría de Luhmann permite observar los problemas subrayados por otras teorías, sino que observa lo que éstas no observan, incluyendo sus propios esquemas de observación. Por último, de la propuesta de Luhmann podemos inferir que teorías igualmente fallida s son aquellas que pretenden definir ―modernidades‖ en términos regionales. Una característica importante de la diferenciación funcional es que, en contraste con las otras formas de diferenciación, no depende de aspectos demográficos ni territoriales. En consecuencia, todos los sistemas funcionales tienden a la globalización; para ellos no existen los límites espaciales. De allí que, para la sociedad moderna más que para cualquier otra, carezca de sentido pretender fundamentar los análisis sociológicos en particularidades regionales. Luhmann no quiere decir con esto que no existan diferencias regionales en el sistema mundial de la sociedad. Sin embargo, las diferencias entre territorios deberían ser explicadas como diferencias dentro de esta sociedad, y no como diferencias entre sociedades. Esta observación debería ser tomada muy en serio por el pensamiento social latinoamericano, siempre tan preocupado por el problema de la ―identidad‖. Por supuesto, este es un espacio muy limitado para exponer adecuadamente las ideas de Luhmann y sus múltiples y polémicas consecuencias. Pero esperamos que estas breves insinuaciones estimulen el debate serio en torno a una de las más importantes teorías sociales con las que contamos en la actualidad. La única teoría de la sociedad verdaderamente general que se ha elaborado hasta ahora, y su sistematización final presentada en La sociedad de la sociedad, no deberían pasar desapercibidas.

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