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Tres damas de la imagen • Natalia Ryvas
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Diario de una pandemia en Solanda, el barrio fino
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Tres damas de la imagen
El horror es un susurro ansioso Natalia Monard, 2021
Doble Rostro, 2021 Quito, Ecuador Fb: @Doble Rostro Ig: @doble.rostro Mail: doblerostroeditores@gmail.com
Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación (IFCI) Fb: @Creatividad.Ec Tw: @Creatividad_Ec Ig: @creatividad_ec
Edición Sandra Araya y Diana Torres Diseño y diagramación Natalia Monard
Este catálogo se hizo con el apoyo del Ministerio de Cultura y Patrimonio (MCP) y el Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación (IFCI), gracias a los fondos concursables Cultura Emerge.
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El horror es un susurro ansioso
El horror nos rodea. Omnipresente como cualquier dios, está en la sombra; está en la luz. En lo que no se ve, en lo que no se dice.
Sí, el silencio es negro. Como este es la suma de todos los colores, el primero añade, poco a poco, secretos, gritos, confesiones, simples palabras a un nudo que se enreda en media garganta y se convierte en un carraspeo que empeora con los años. Este, a su vez, deviene en arcada, en náusea que jamás se concreta. Si pudiéramos vomitar esos silencios, seguro en medio de la bilis encontraríamos toda la escala de grises; quizás, con suerte, toda la gama cromática que los conforma.
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El horror nos rodea.
Reside en lo inesperado. En la profundidad que subyace bajo la superficie segura por la que transitamos; en la que siempre está a punto de oprimirnos contra ella sin que lo sepamos, mientras contemplamos ignorantes el último destello de estrellas muertas o aquel codiciado pedazo de queso. Está en el círculo completo que forman los puntos cardinales.
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El horror es un susurro ansioso
De lo incomprensible también hace su morada. Casi nadie entiende lo que pasa y, entonces, empieza a habitarnos. Lo respiramos. Inhalamos sus vapores invisibles como él. Tóxicos, nos dejan úlceras en el estómago por la que nos atraviesan llegando a venas y arterias. Alcanzan toda la longitud de nuestros nervios. Y exhalamos un aliento tan pesado como el miedo.
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Se convierte en el susurro ansioso que recorre los recovecos de nuestra mente. Nos oscurece y congela la sangre. Se manifiesta en compulsiones y convulsiones incontrolables y prolongadas. Tira de las cuerdas que nos mueven y nos obliga a construir monstruos, a destruirlos y a reanimarlos de vuelta.
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El horror, el nuestro y el de los demás, está lleno de demonios y todos, juntos, nos vigilan.
Siempre.
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La noche, la sombra, las esquinas mal iluminadas y silenciosas, el fondo del pozo, el borde del acantilado, la profundidad del bosque, la confusión entre las ramas, la ciudad durmiente, los sonidos nocturnos, el riesgo en el aire, el grito que se oye, pero no se ubica, son los espacios únicos o preferidos del horror.
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Pero no exclusivos.
Lo abominable no le teme a la luz.
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Esta solo le confirma al niño asustado lo que alcanzó a ver antes de que se escondiese debajo de la cama; a la amiga preocupada, la severidad de los hematomas de su compañera; a la exploradora curiosa, lo feas e intrusivas que pueden llegar a ser las luciérnagas; al padre temático, la mosca embalsamada tintineando en la tela de araña.
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A veces me pregunto si es ese el primer trauma infantil verdadero: que nos hayan arrancado de la comodidad que sentíamos en la oscuridad y despojado del entendimiento natural que teníamos con ella.
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El horror que nos rodeó entonces fue blanco, tanto que nos encegueció.
Quizás por eso, lo aceptemos o no, el horror que nos envuelve, aún nos llama desde afuera. Pero, sobre todo, desde dentro, como una larva en proceso de transformación.
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El horror está en las dudas. En la insoportable incomodidad que provocan las preguntas sin respuesta. En la tentación de no ignorar el cartel de «no entrar» en él.
Se expande a través de las profundidades del negro y del blanco.
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Y, por eso, lo sepamos o no, ya lo exploramos todos los días.
El horror somos nosotros.
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«Sí, el silencio es negro. Como este es la suma de todos los colores, el primero añade, poco a poco, secretos, gritos, confesiones, simples palabras a un nudo que se enreda en media garganta y se convierte en un carraspeo que empeora con los años.».
El diálogo entre texto e imagen nacidos desde el encierro, físico y metafórico, es la espina dorsal de Tres damas de la imagen. Este catálogo se hizo con el apoyo del Ministerio de Cultura y Patrimonio y el Instituto de Fomento a la Creatividad quienes pensaron este proyecto desde la digitalidad suprimiendo un eslabón dentro de la producción editorial: la línea de impresión. Si antes existía alguna duda sobre la viralidad digital, el mundo pandémico en el que vivimos ha obligado que los libros se conviertan en pixeles entre las manos por fines prácticos. Las damas creadoras de estas imágenes –Marcela Ribadeneira, Natalia Rivas, Natalia Monard– y quienes hacemos Doble Rostro –Sandra Araya y Diana Torres– esperamos que este catálogo cobre vida más allá de lo pragmático en un tiempo en que necesitamos tocarnos a pesar de nuestros temores.