Si el grito pudiera leerse, diría algo así - Marcela Ribadeneira

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Tres damas de la imagen • Natalia Ryvas

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Diario de una pandemia en Solanda, el barrio fino

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Tres damas de la imagen

Si el grito pudiera leerse, diría algo así Marcela Ribadeneira, 2021

Doble Rostro, 2021 Quito, Ecuador Fb: @Doble Rostro Ig: @doble.rostro Mail: doblerostroeditores@gmail.com

Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación (IFCI) Fb: @Creatividad.Ec Tw: @Creatividad_Ec Ig: @creatividad_ec

Edición Sandra Araya y Diana Torres Diseño y diagramación Natalia Monard

Este catálogo se hizo con el apoyo del Ministerio de Cultura y Patrimonio (MCP) y el Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación (IFCI), gracias a los fondos concursables Cultura Emerge.




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Si el grito pudiera leerse, diría algo así

En muchas de mis piezas trabajo con imágenes vintage. Con ilustraciones o fotografías de mujeres que reflejan el ideal de la feminidad que imponían –y que aún nos venden como verdadero– la publicidad, la cultura popular, la televisión y la moda en los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Me gusta partir de esas imágenes. Me gusta desarticular y pervertir su iconografía, su perfección impostada: transformar esa «belleza» y esa «compostura» en algo que cuestione y rompa esos estereotipos. Se trata, para mí, de recortarlas, descontextualizarlas, embarrarlas y rasgarlas, creando escenas que desarmen las ideologías de las imágenes originales y que detonen nuevas lecturas. Se trata de decir algo desde mi yo consciente. Pero principalmente se trata de lanzar en cada pieza las cosas que mi inconsciente recoge y que solo adquieren nombre y forma cuando las veo plasmadas en el resultado final.

Solo ahí entiendo cuánto me afectan y me reflejan.

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Eva vomitando a sus hijos

Eva vomitando a sus hijos empezó como un guiño, desde el otro lado del espejo de los sexos, a la pintura de Goya. De la mujer se demanda brotes, partos, hijos, procreación. Se espera que expulse vida, no que la triture y regurgite. Vomitar –en oposición a devorar– marca para mí ruptura y rechazo frente a esas expectativas. A medida que la construía, la pieza mutó en algo visceral e íntimo: en el retrato de un grito que empezó a infiltrar cada vez más mis collages.

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Si el grito pudiera leerse, diría algo así

Si el grito pudiera leerse diría algo así:

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A veces, muchas veces, quiero que mis mandíbulas sean como las de una serpiente –desencajadas–, y que el ligamento flexible que las une se dilate hasta convertir mi boca en el portal que me purgue de sedimentos, de los retazos inútiles que le arranco a la realidad para crear mis delirios, del cañoneo incesante de tuits y posteos a los que por inercia me expongo, de los fogonazos de pantallas e interfaces. Quisiera que esa catarata incontenible me abandone. Quisiera vaciarme de todo y de todos y comprobar si existe eso que llamamos soledad.

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Split

La pieza es más un décollage que un collage. Tomo la imagen original, recorto a la modelo y empiezo a desmembrarla. No hay un patrón de corte planeado. Dejo que tomen el control las pulsiones que me provocan esas representaciones que parecen brillar. Dilato ojos y bocas, parto frentes y mejillas, tuerzo narices, separo las cabezas de los cuellos y volteo extremidades. Esos pedazos reconstruyen una efigie con la que, a pesar de sus suturas evidentes y desproporciones, finalmente me identifico. En Split intento reflejar la colisión de los estándares de belleza impuestos por la sociedad: la atrocidad que esa impostura representa sobre los cuerpos, sobre mi cuerpo. Asisto finalmente a mi inseguridad, el dolor de toda una vida de verme distorsionada por el cristal del trastorno dismórfico. Split pretendía ser el retrato de mis rupturas, de lo grotesca que puedo llegar a sentirme. Pero, cuando miro la pieza terminada, lo que veo es la belleza que emerge cuando la marea baja y el cristal se desempaña.

Split es parte de una serie en la que uso fotografías contemporáneas de revistas y portales de moda, fotografías siempre impecables y pulidas de mujeres «perfectas».

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Colapso del sistema

Cuerpo agarrotado, entumecido, electrizado. Mujer bella que, a veces, se rompe, mujer horrible que nunca está completa; cuerpo con sistemas que colapsan, con órganos que pulsan fuera de ritmo. Cuerpo lleno de púas y pelaje que no son púas ni pelaje sino dolor. Una mente que extiende las manos tratando de escapar de su cuerpo.

Como muchos de mis collages, Colapso del sistema es una especie de yo subrogado, una emulación de cómo me siento y de cómo me veo en determinado momento. Es mi reflejo en un espejo que no existe.

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Pesca

Bajo una mirada, bajo un cuerpo, me sentí sirena —qué ridícula. Apenas la humedad se evaporó de mi piel, con mis huesos expuestos y eviscerada, ya no fui sirena sino un pedazo de carne cruda que alguien ya no quiso en su plato.

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Aleteo

Insectos. Alas rasgando el aire, creando vendavales diminutos. Patas escuálidas y translúcidas rozando la piel, hilos capaces de detonar una bomba eléctrica en mi médula espinal; una descarga que puede ser tortura, pero que intento sea caricia. El zumbido –trueno prolongado e inestable– viola la porción de espacio que debiera considerar como mía. Aunque intento que los insectos no me molesten, sé que en el mundo nada es mío, ni siquiera el espacio que ocupo o las células que me componen. Los insectos son el mundo que me penetra con la furia de un aluvión. Intento espantarlos agitando mis manos, pero me paralizo. Imagino sus extremidades punzando mis córneas. Enloquezco. Soy un manojo de ojos bien abiertos, indefenso, a punto de ser inoculado por un enjambre furioso.

Yo soy los ojos. Yo soy el enjambre.

Aleteo nace de las ganas de retratar y eliminar, por un momento, el escozor constante que me permea. Es una abstracción de mi ansiedad social, de la fragilidad de mis avatares. De mi vulnerabilidad. De mi miedo.

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La señora de las plantas Nos entumecen la inequidad y la desigualdad –rampantes, aberrantes– que produce el capitalismo. Hay un mundo donde existe una conversación sobre derechos humanos y se ganan batallas en ese campo. Hay otro mundo donde esos derechos se niegan, se violan y que se reservan para los poderosos. Hay un mundo de privilegios y otro de precariedad. Al yuxtaponer imágenes de realidades radicalmente distintas quería provocar una pausa en el espectador y desacelerar, al menos por un momento, el flujo de información y de imágenes al que estamos expuestos. Con esas desigualdades exacerbadas y puestas aún más en evidencia por la pandemia, con la indignación ardiendo en mi garganta –sintiéndome con un pie en el mundo privilegiado y con el otro en un terreno donde estoy a merced de mis vulnerabilidades físicas– quise abrir un espacio para ver esa colisión de mundos.

Sé que soy la mujer sentada en el sofá rojo. Pero cada día de pandemia

que transcurre en Ecuador –teniendo una enfermedad autoinmune; entre corrupción, ineptitud política, hospitales colapsados, miles de muertos, cadáveres extraviados y vacunas y medicinas solo para quienes tienen dinero– me asomo a un umbral desde donde atisbo lo que captan los ojos de la mujer del arrozal.

La pieza está inspirada en la serie House Beautiful: Bringing the War Home, de la artista estadounidense Martha Rosler.

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Asirme

Antes, mi cerebro hilaba ideas. La elocuencia ardía en mis palabras. Con ellas tejía redes que atrapaban mentes y cuerpos hermosos haciéndolos gravitar a mi alrededor. Mis palabras eran mi poder. Un día mi cerebro se sublimó. La época previa a ese día ahora parece una película que vi hace mucho tiempo y de la que solo evoco retazos opacos. La lucidez es una nube de gas, el remanente de una supernova que en su desarticulación dibuja su esplendoroso pasado.

Asirme es un collage minimalista (que es un estilo hacia el que me inclino en muchas de mis piezas). Nace de la idea, de la sensación, de no encontrar una manera de anclarme al mundo, de sentirme dispersa y disuelta.

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Retrato de familia

Con un brazo, un soldado estadounidense carga a su pequeño hijo. Con el otro abraza a su esposa, quien lo mira con devoción. Donde debiera estar la cabeza del niño coloqué la Fat Man con la que Estados Unidos arrasó Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. La punta de la bomba apunta directamente a la mujer y oscurece la mitad del rostro de su soldado/padre. Esos afiches hablan de la ilusión que se vendía como realidad, como meta, y que nunca fue: prosperidad y trabajo, familias perfectas, hombres y mujeres de bien; patriotas. También hablan de imperialismo y supremacía blanca. La entelequia del sueño americano, a la que en gran medida los latinoamericanos también aspirábamos, colapsó con el tiempo. Aunque queda aún mucho por hacer, las mujeres hemos podido desmarcarnos de los roles que la propaganda y el patriarcado de esa época imponían. Solo debajo de la esposa, madre y ama de casa estaba la mujer. En Retrato de familia oscurezco el ideal de la familia perfecta y patriótica y la coloco frente a su inminente obliteración.

Los afiches vintage son una de las fuentes de donde extraigo material para mis collages. Me gusta intervenir-revertir-pervertir su mensaje propagandístico, ya sea político, social o cultural. En Retrato de familia, la intervención es mínima: combino la familia del afiche original con la de una bomba nuclear.

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Metales pesados

Una fotografía vintage fue el punto de partida de esta pieza, en la que desmiembro parcialmente a la figura de la mujer protagonista. Extraigo un brazo y el cuello y los reemplazo con prótesis cibernéticas. Mis collages casi siempre hablan de cuerpos. Este habla de uno que encuentra completitud en la aceptación de sus carencias y en la alianza con partes artificiales, en la comunión entre materia orgánica e inorgánica.

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La culpa es de ella

Un montaje. Blanco y negro. Dos imágenes. La fotografía de una modelo que se hunde bajo el agua y una porción de la foto más icónica de los linchamientos que miles de negros sufrieron a manos de muchedumbres de blancos en Estados Unidos) tomada por Lawrence Beitler en 1930). La imagen de Beitler muestra dos cuerpos golpeados, torturados, mutilados y colgados de un árbol. A sus pies, un gentío mira la escena como si fuera una feria o un desfile de carnaval. El ambiente es festivo, dos mujeres jóvenes con vestidos floreados miran a la cámara con picardía, detrás de ellas un joven con corbata sonríe. También hay hombres y mujeres mayores. Con el brazo y el dedo índice extendidos, un hombre de bigote estilo cepillo señala los cuerpos: se los está mostrando a la cámara. En mi collage no se ven los cuerpos, recorté de la foto únicamente a la muchedumbre.

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Si el grito pudiera leerse, diría algo así

Tuve dudas acerca de usar o no esta foto. No quería apropiarme de una imagen así de dolorosa y con tanto peso dentro de la lucha por la segregación racial y los derechos civiles de los afroestadounidenses. Una lucha que no es mía, pero que a la vez lo es, porque es una pelea por los derechos humanos. Mi intención era encontrar una imagen que pudiera reflejar la banalidad del mal, como la describió Hannah Arendt en sus textos sobre el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, y esa muchedumbre la condensaba perfectamente.

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Si el grito pudiera leerse, diría algo así

Todo el tiempo veo en medios y redes sociales la revictimización de las mujeres asesinadas, violadas y torturadas en Ecuador, Latinoamérica y el mundo, que es finalmente de lo que habla este collage. Un par de años después de que lo hice, el colectivo feminista chileno Las Tesis sacó su canción-performance Un violador en tu camino. “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”, dice el coro.

Pero siempre, para gran parte de la sociedad, la culpa es de ella.

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«Antes, mi cerebro hilaba ideas. La elocuencia ardía en mis palabras. Con ellas tejía redes que atrapaban mentes y cuerpos hermosos haciéndolos gravitar a mi alrededor. Mis palabras eran mi poder. Un día mi cerebro se sublimó. La época previa a ese día ahora parece una película que vi hace mucho tiempo y de la que solo evoco retazos opacos. La lucidez es una nube de gas, el remanente de una supernova que en su desarticulación dibuja su esplendoroso pasado».

El diálogo entre texto e imagen nacidos desde el encierro, físico y metafórico, es la espina dorsal de Tres damas de la imagen. Este catálogo se hizo con el apoyo del Ministerio de Cultura y Patrimonio y el Instituto de Fomento a la Creatividad quienes pensaron este proyecto desde la digitalidad suprimiendo un eslabón dentro de la producción editorial: la línea de impresión. Si antes existía alguna duda sobre la viralidad digital, el mundo pandémico en el que vivimos ha obligado que los libros se conviertan en pixeles entre las manos por fines prácticos. Las damas creadoras de estas imágenes –Marcela Ribadeneira, Natalia Rivas, Natalia Monard– y quienes hacemos Doble Rostro –Sandra Araya y Diana Torres– esperamos que este catálogo cobre vida más allá de lo pragmático en un tiempo en que necesitamos tocarnos a pesar de nuestros temores.


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