Relatos del Camino

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Relatos del camino

Monseñor Luis José Rueda Aparicio Arzobispo de Bogotá

La vuelta a nuestras experiencias de sinodalidad la hemos querido hacer recurriendo a los testigos del camino y sus relatos. Ellos nos han narrado lo que ha significado para nuestra Iglesia particular el hacer camino juntos, las dificultades que hemos tenido que enfrentar, los avances alcanzados y los nuevos pasos que el Espíritu nos invita a dar. Gracias a todos ellos, particularmente a Monseñor Teófilo Tovar que, a pocos días de habernos compartido su testimonio audiovisual y escrito, fue llamado a la casa de Dios Padre a participar y gozar de su gloria. Gratitud eterna para Monseñor Teófilo, verdadero Pastor y Maestro. Que, a la manera de los discípulos de Emaús, todos los que hemos sido encontrados por Jesús podamos relatar lo que nos ha sucedido por el camino.

La Iglesia, como Pueblo de Dios en camino y, particularmente nuestra Arquidiócesis de Bogotá, viene ganando en conciencia acerca de su condición sinodal. Durante los últimos años, nos hemos esforzado por reconocer, a la luz del Evangelio, del Concilio Vaticano II, del Magisterio Pontificio y de los obispos de América Latina y el Caribe, nuestro ser Pueblo de Dios que peregrina en la Ciudad Región, discerniendo, a la vez, los llamados del Espíritu y asumiendo una praxis evangelizadora renovada. Ahora, que el santo Padre Francisco acentúa la importancia de reflejar el estilo sinodal de ser Iglesia, vemos necesario volver sobre nuestras experiencias de sinodalidad para valorarlas, aprender de ellas, agradecer los avances y reconocer lo que nos hace falta.

Monseñor Germán Medina Acosta Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Bogotá

1) El Evangelio no da “forma” a la Iglesia.

En el escenario de la invitación del papa Francisco a vivir un proceso sinodal en la Iglesia entera, aparece nuestra historia agradecida al rememorar el Sínodo arquidiocesano de finales del siglo pasado. Lo viví como presbítero de la arquidiócesis en diferentes escenarios: como párroco rural, como párroco en el occidente de la ciudad, como capellán universitario, como párroco en Ciudad Bolívar, como coordinador de una “pastoral especializada”…

Y estuve muy atento al desarrollo y evolución del camino. Desde el comienzo se pensó más en caminar juntos que en reunir una asamblea. Es profético el anuncio escrito y promulgado por el arzobispo Mario Revollo Bravo. Quiso que saliéramos de la rutina hacia la conversión para la renovación de la Iglesia, y “con la participación de todos, responder a los desafíos que la estructura y la cultura de la metrópoli plantean a la comunión y a la misión de la Iglesia”. La metodología, que implicó una amplia consulta, se basó en escuchar, para luego discernir yFueronresponder.miles de acciones realizadas y miles de personas involucradas para la escucha atenta de la realidad que se vivía en ese momento concreto. Escucha que quiso reconocer los reclamos y peticiones que surgían desde los bautizados. Se constató que entre ciudad e Iglesia existía una separación que nos llevaba a caminos paralelos no convergentes (intuición del anuncio). Igualmente, que dentro de la Iglesia arquidiocesana había una marcada diferencia entre laicos, religiosos y sacerdotes; que la Iglesia se percibía como una institución ajena a los intereses de los ciudadanos y con muchas contradicciones en su existencia; que había facilismo, inmediatismo y dispersión. Se sintetizó la escucha en tres grandes afirmaciones:

2) La Iglesia-Pueblo de Dios aparece 3)diluida.Elcristianismo no aparece encarnado en el mundo.

Tuve una real y comprometida presencia en los procesos de discernimiento, en la permanente revisión de los innumerables materiales que se fueron publicando, en algunas actividades académicas de profundización y en la difusión de lo que iba ocurriendo. Es verdad que, por momentos, hubo cansancio entre algunos sacerdote, debido a un proceso quizás incomprendido, y que reclamaban su terminación. Nos cuesta mucho salirnos de la respuesta inmediata, de la fórmula “mágica”, la acción concreta. Pero estoy convencido de que para muchos de nosotros y para la arquidiócesis, fue un momento de gracia. Vino más adelante la elaboración de un Plan Pastoral que intentó (a pasos acelerados) llevar a la práctica lo vivido y trabajado en el proceso sinodal, y más tarde, el camino de los últimos años con el Plan de Evangelización. Personalmente considero que lo planeado y realizado en este siglo ha sido un fruto silencioso del camino iniciado en el Sínodo.

7Relatos del camino espiritualidad, la comunidad y el testimonio; y las peticiones se refirieron a la formación, al estilo y a la presencia. No estamos en la actualidad muy lejos de ese diagnóstico.

Como elemento que quiero destacar está el inmenso valor de las intuiciones del arzobispo Revollo Bravo. Diez años después de iniciado el camino, y al contemplar el enorme trabajo realizado de páginas de reflexiones, estudios, profundizaciones, análisis, etc.. Nos sentamos con Germán Isaza y Mariluz Restrepo a releer pausadamente el anuncio y nos dimos cuenta de la inspiración que movió al arzobispo. Ese documento es un elemento clave para reconocer lo que se quería, y constatar que había valido la pena vivir esos años.

El punto de llegada coincide totalmente con el inicio. Es frecuente que en algunos momentos el desconocimiento de la historia nos lleve a repetir muchas cosas. Aparece, también, lo que se denomina el complejo adánico, en quienes piensan que todo está por iniciarse y que el Espíritu apenas ahora se hace presente. Creo que saber mirarnos en la perspectiva de la historia nos permitirá seguir caminando. La metodología del escuchar-discernir-responder es, de alguna manera, la que el papa Francisco nos está invitando a seguir.

Personalmente, doy gracias a Dios por esas décadas vividas en el ministerio, pues han permitido enriquecerme espiritual, intelectual y pastoralmente; y nos han posibilitado vivir lo que hemos vivido. Como nota curiosa, pensaba que en el sendero recorrido durante esos años, nosotros no tuvimos ni correo electrónico, ni whatsapp, ni redes sociales.

A los seis años de mi ordenación sacerdotal fui llamado por el señor arzobispo para ser miembro del equipo de la secretaría del Sínodo, específicamente para hacerme cargo de las comunicaciones.Sin embargo en la práctica, fui animador del proceso sinodal. Me fueron asignadas otras responsabilidades en la medida en que se fue recorriendo el camino. Recuerdo de manera especial haber participado en el diseño del proceso sinodal y de cada uno de los caminos metodológicos aplicados para la escucha, en la redacción y recolección de información de las etapas y metodologías específicas, y en la formulación de las declaraciones sinodales.Partedel aporte de la experiencia del Sínodo a la vida de la arquidiócesis fue su metodología, gracias a la cual se convocaron todos los estamentos de la vida arquidiocesana (laicos, sacerdotes y religiosos) a través de múltiples encuentros. Unos por estamentos separados, y otros, en conjunto, como pueblo de Dios. El mismo Sínodo fue una pedagogía que nos permitió escucharnos, valorar el aporte del otro, saber disentir y construir consensos. Los múltiples encuentros sinodales no fueron solo metodológicos, sino también

Creo que los procesos en todos los ámbitos eclesiales de los últimos cincuenta años (a nivel de la Iglesia universal y particular) han tenido como principal propósito el de avanzar en la aplicación plena del Concilio Vaticano II. Así, en el último Sínodo arquidiocesano de Bogotá, el cardenal Mario Revollo Bravo, como profundo conocedor de los dinamismos sociales de la ciudad, captaba la paulatina separación entre Iglesia y urbe; la no encarnación de la Iglesia y su acción y mensaje evangelizador en las estructuras de la cultura urbana. Esta realidad movió el corazón del pastor. En breve, el Cardenal Revollo convocó el sexto Sínodo para escuchar, discernir y responder a los retos e interrogantes que planteaba esta separación y a los silenciosos reclamos que la sociedad urbana le hacía a la Iglesia.

Los grandes cambios que se hicieron visibles a partir de los años sesenta en la cultura urbana, en la vida familiar, en la educación y en las formas religiosas, fueron vistos por sectores de la comunidad eclesial con sospecha, con desagrado, y algunas veces con rechazo. Se hacía evidente una actitud de resistencia al cambio. La actividad espiritual, conceptual y comunitaria del Sínodo nos permitió una nueva mirada consciente, de cercanía, de simpatía y encuentro al interior de la comunidad eclesial y hacia la ciudad. El camino sinodal generó una mentalidad de humilde compasión de la Iglesia sus heridas y rupturas. Los procesos sinodales contribuyeron a impulsar una actitud eclesial de apertura al cambio; en últimas, lo que hizo el Sínodo fue expandir la nueva conciencia del Concilio Vaticano II en la vida de la arquidiócesis de Bogotá. Del proceso sinodal está vigente su método de escuchar, discernir y responder. Este proceso es la versión de la arquidiócesis de Bogotá del ver, juzgar y actuar, que gana entre nosotros unos nombres que nacen del lenguaje bíblico y que lo explicitan como metodología de la revelación. En los procesos eclesiales posteriores al Sínodo hemos actuado conforme a este dinamismo metodológico. Es preciso reconocer que se mantienen vigentes las problemáticas eclesiales y urbanas expresadas en la escucha sinodal.

Parecería que el Evangelio no da forma a la Iglesia Espiritualidad Fe Formación La Iglesia pueblo de Dios aparece diluida Comunidad Caridad Estilo

9Relatos del camino fue posible evidenciar desencuentros y algunas posiciones enfrentadas que tuvieron su origen treinta años atrás en medio de las reflexiones posconciliares.

Problemáticas Eclesiales Reclamos Articulaciones Peticiones

El cristianismo no aparece encarnado en el mundo urbano Testimonio EsperanzaP resencia

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Entre muchas necesidades prioritarias queda pendiente articular los diversos caminos eclesiales ya recorridos, que se hicieron en otros tiempos, pero siguen respondiendo a la realidad presente.

El Sínodo universal convocado por el papa Francisco es un verdadero don del Espíritu. Esta es una oportunidad de oro para proponerle a los obispos y a las diócesis de la Provincia Eclesiástica, la urgente necesidad de construir espacios sinodales permanentes a fin de acompañar la marcha de las Iglesias diocesanas y armonizar su actividad evangelizadora. En resumidas cuentas, la ciudadregión es prácticamente Bogotá y Cundinamarca. Urge que los presbiterios y las comunidades eclesiales puedan sincronizar la dinámica de la vida cristiana. A la arquidiócesis de Bogotá le atañe la misión de actuar como promotora de sinodalidad interdiocesana con las diócesis de la provincia, máxime cuando nuestras poblaciones se mueven incesantemente por el territorio de la ciudad-región.

Vida Dignidad Humana Derechos y deberes humanos

Para lograr una Iglesia sinodal en comunión, participación y misión no bastan los valiosos procesos formativos hasta ahora realizados. La realidad actual nos llama a repensar la formación cristiana desde lo actitudinal. En verdad, muchos caminos de formación tienen claridad conceptual y metodológica, pero siguen fracasando debido a la carencia en la formación humana a nivel emocional y relacional, lo cual impide que los discípulos manifiesten con sus actitudes y obras la presencia del “Buen Samaritano”.

Tolerancia Comunidad Humana Bien común Progreso Acción responsable Solidaridad

Problemáticas Urbanas Reclamos Articulaciones Peticiones Violencia urbana (libertad como poder Coabsoluto)nflictos sociales (divorcio entre proceso individual y bien común) Pobreza extrema (progreso sin equidad)

Respecto al Plan Global, como señaló el señor arzobispo Pedro Rubiano Sáenz en el documento de promulgación de dicho Sínodo, el trabajo y la rica experiencia del proceso sinodal “se constituyeron en base firme para elaborar el Plan Global de Pastoral de la Arquidiócesis, que dará origen a los Planes Pastorales de cada una de las zonas pastorales”.

En segundo lugar, el proceso de reflexión realizado en cada zona pastoral episcopal con la participación de sacerdotes, personas de la vida consagrada y laicos, que no solo proporcionó un diagnóstico de cada parte de la Iglesia arquidiocesana, sino también contribuyó a señalar sombras y a dar paso tanto a un discernimiento a la luz del Evangelio, como propuestas de renovación. Para esto se siguió la metodología de escuchar, discernir y responder. Lo trabajado en las zona pastorales (como se llamaban en ese momento las vicarías) se sintetizó en el documento “Declaraciones sinodales”, como camino para responder a lo encontrado y discernido en los diferentes sectores de la arquidiócesis. El proceso fue coordinado y dirigido por el delegado de cada zona pastoral y luego redactado por el equipo que venía acompañando el proceso sinodal.

Como bautizados, decía el señor arzobispo, todos seremos responsables de la acción evangelizadora que debemos realizar a partir de las líneas pastorales y de las proposiciones del

Para entender el sentido y el propósito del Plan Global de Evangelización es necesario tener en cuenta los hechos fundamentales que lo antecedieron.

En primer lugar, el sexto Sínodo de la arquidiócesis de Bogotá (anunciado el 17 de noviembre de 1989 por el cardenal Mario Revollo Bravo, convocado y presidido por monseñor Pedro Rubiano Sáenz, nuevo Arzobispo de Bogotá, y clausurado el 17 de mayo de 1998), cuyo lema fue: “Por una Iglesia evangelizada y evangelizadora”, con el cual se buscaba responder a los desafíos que la cultura urbana le planteaba a la Iglesia arquidiocesana. Fue una convocatoria abierta a la comunidad diocesana, para que todos los miembros expresaran sus apreciaciones, inquietudes y deseos respecto a la vida eclesial y a su labor pastoral.

Relatos del camino a la comunidad arquidiocesana en la aplicación del Sínodo y cuento con la participación responsable de todos(…) El Sínodo nos da un nuevo impulso para que, sin excepción, seamos testigos de Jesucristo y de su Evangelio en nuestra sociedad, en la ciudad, en el campo y en los diferentes ambientes”. En el documento de promulgación del Sínodo, se enfatizó en la necesidad de pasar a la acción. Las líneas y las proposiciones transformadas en sinodales nos abren el camino de participación y de comunión en la pastoral arquidiocesana. La aplicación del Plan Global como ya está dicho, es responsabilidad de cada zona pastoral bajo la dirección y animación de su Vicario Episcopal, quien con su equipo elaborará el Plan Local. En la primera etapa del proceso sinodal me correspondió organizar, impulsar y dirigir la consulta sinodal, siguiendo el método ya indicado de escuchar, discernir y responder, con la participación de miembros religiosos y laicos de mi jurisdicción. Luego recogí el trabajo realizado y efectué la síntesis correspondiente.

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Como Vicario de la zona pastoral de San Pedro, hice este trabajo con la colaboración de un equipo de delegados de los arciprestazgos. En 1998, el señor Arzobispo me nombró Vicario Episcopal de pastoral y me pidió que impulsara la elaboración del Plan Global de Pastoral. Para esa tarea mundo mejor”, trabajo que se realizó con el Consejo Episcopal y los delegados de las zonas pastorales. Simultáneamente se realizaron talleres de formación para personas interesadas en este camino pastoral. Profundizando en temas como: la sociedad y sus cambios actuales, la realidad urbana, los imaginarios y sus implicaciones en la labor pastoral. El aporte de esta experiencia a la vida de la Arquidiócesis fue, en primer lugar, la participación del presbiterio, de personas de la vida consagrada y de laicos de diferentes arciprestazgos y vicarías, como pueblo de Dios llamado a ser testimonio de amor y fraternidad, que escucha, discierne y responde para impulsar la evangelización en una sociedad cambiante, teniendo en cuenta lo que nos pide el Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual. Haber comprendido el sentido y la importancia de un Plan Global, ya que la planeación, si la hay, se ha quedado en la organización de actividades y cada uno la hace en forma aislada. También nos ha ofrecido una mirada sinodal clara y concreta de la ciudad y de la Arquidiócesis de Bogotá, y, por lo tanto, caminos y procesos que deben desarrollarse como aparece en las páginas 21 y 22 de dicho Plan Global. Una estructura sólida, coherente y “Global del Plan”, con la espiritualidad

Resoluciones

El Espíritu Santo también nos invita a mantener viva la esperanza de que todas estas situaciones sean oportunidades para un auténtico reencuentro con la vida cristiana tal como Cristo nos la propuso, de tal manera que la Iglesia sea un fermento de transformación en el mundo, luz que ilumine el camino.

13Relatos del camino presente en todo nuestro quehacer cristiano y pastoral, me parece que contribuyó a abrir la mente a una espiritualidad que le da sentido a nuestro ministerio y acción pastoral, y que responde a la realidad de una sociedad deshumanizada, cambiante y globalizada que cada día enfrenta retos y desafíos. Creo que son vigentes tanto la estructura del Plan (véase la página 47 del Plan Global de Pastoral), como que su fundamento y ejecución sea el amor misericordioso, a la luz de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37). Esta espiritualidad de la misericordia debe estar presente en todas las actividades pastorales. Respecto a si han quedado asuntos pendientes, pienso que aunque el señor Arzobispo insistió en que los Planes de Pastoral de cada vicaría debían responder a lo presentado en el Plan Global, para que así hubiera unidad en la diversidad de la Arquidiócesis, esto no se asimiló ni se cumplió suficientemente en todas las Vicarías Episcopales.

Este discernimiento, hecho bajo la luz del Evangelio y de las enseñanzas de la Iglesia, nos puede dar pistas que nos orienten y animen a construir una sociedad justa, verdaderamente humana y fraterna, solidaria, con un estilo de vida más austero, sencillo, y basado en el bien común.

El Espíritu Santo, evidentemente, nos invita a continuar el discernimiento cuidadoso de la Iglesia y de la sociedad en la nueva época que estamos viviendo, debido a la globalización en todos los campos, no solamente el económico, sino también en el cultural, psicológico, relacional, y a la gran influencia de la tecnología en las comunicaciones y estilos de vida. en el hoy, sino en el devenir, y en la que se acrecienta el relativismo y se imposibilitan las decisiones definitivas.

Hacer memoria del Sínodo Arquidiocesano y del Plan Global es una tarea necesaria en nuestra Iglesia, tan rica en historia, pero tan corta de mirada. Aún hoy, luego de este caminar juntos -más lo que vivimos después-, nos cuesta salir de lo inmediato, de la mirada corta, del “siempre se ha hecho así”, de proyectar con metas a corto plazo. Un primer elemento para resaltar es que Sínodo y Plan Global no son dos momentos separados. No se puede entender el uno sin el otro. Hay que verlos como un solo acontecimiento, así se diga que en la aplicación del Sínodo en el Plan haya habido rupturas y que el Plan no refleje lo discernido en el Sínodo. De hecho, los equipos de trabajo de uno y otro intentaron acoger y respetar la unidad del proceso. Como toda realidad humana, se cometieron errores y hubo olvidos. También se puso énfasis en algunos asuntos en detrimento de elementos que se desplazaron a un segundo plano. Esto también se explica porque los equipos no fueron los mismos a lo largo del proceso. Así mismo, el cambio de arzobispo en ese momento hizo que la mirada se concentrara en una realidad o situación más que en otra. Un aspecto de fondo ayuda a entender esta búsqueda de continuidad en los procesos del Sínodo y del Plan Global: la pregunta que el arzobispo Revollo hizo a toda la Iglesia con ocasión de la presentación del Sínodo: ¿Camina la Iglesia de manera paralela o convergente a la vida de la ciudad? En uno y otro caso, y con dinámicas y acentos distintos, se buscó dar respuesta a esa pregunta. Pues con ella -según se conversaba en ese momento en distintos encuentrosera la primera vez que se asumía con toda seriedad el llamado a una pastoral urbana desarrollada para el Continente Latinoamericano en las Conferencias de Medellín y de Puebla. Si bien en ese momento Bogotá ya mostraba signos de ser una gran urbe

15Relatos del camino la Iglesia en la ciudad comenzaba a verse distante de los cambios urbanos, pues su presencia y acción se pensaba con categorías de cristiandad y de ruralidad. Por esto, aunque la pregunta del Arzobispo requería de mayor reflexión y discernimiento, muchos sentían y respondían diciendo que la Iglesia sí marchaba o caminaba de modo paralelo a la vida y cultura de la ciudad. El problema es que aún hoy día, ya no acompañados por esa pregunta, sino por otros cuestionamientos y realidades, la respuesta es la misma: seguimos evangelizando con categorías de la cristiandad. Este hecho no le quita valor a lo realizado y trabajado en la Arquidiócesis, ni tampoco al Plan Global ni al Plan E. Lo que muestra más bien es que nos ha costado cambiar de mentalidad y asumir con todo el rigor espiritual, teológico y pastoral, que ya no estamos en la cristiandad, sino en un periodo de transición sociocultural, como lo señala el paradigma de evangelización del Plan E.

El asunto es que, con el paso del tiempo, no solo al aplicar el Plan Global y en su posterior evaluación, sino también en el camino recorrido con el Plan E, hemos olvidado y abandonado la pregunta de fondo en medio de las formas, los afanes del tiempo, la inmediatez de la mirada y la mentalidad de conservación tan arraigada en nosotros. Es cierto que las primeras fases del Plan E, su guía, apuntan a cambiar esta mentalidad evangelizadora. Pero, así y todo, la rapidez de los cambios nos desborda, no alcanzamos a detenernos en algo, cuando surge algo nuevo. Pero lo más preocupante, que fue señalado tanto por el Sínodo y el Plan Global, como por el Plan E, es que seguimos en un modelo de Iglesia autorreferenciada. Es decir, una Iglesia preocupada más por sí misma, por sus instituciones, por el poder que viene de la cristiandad, que de ser sacramento del Reino.

El Sínodo y el Plan Global, cada uno a su manera, fueron un llamado a dejar de ser un Iglesia con este estilo y con esta impronta. Signo fuerte de ello es la acogida de la parábola del Buen Samaritano como modelo de Iglesia en la ciudad. Iglesia que, a diferencia de los ocupados en sus cosas y en el templo, y que pasan de largo frente al herido del camino, se detiene, lo cuida, lo monta sobre una cabalgadura y lo lleva a una posada.

A la memoria vienen todas aquellas reflexiones, diálogos y escritos que se tuvieron en el equipo de trabajo del Plan Global, para identificar y concretar, como opción, este modelo de ser Iglesia en la ciudad. Fue un momento rico en espiritualidad y en elaboración teológica y pastoral. Cuando el Plan Global fue presentado a la Arquidiócesis, sentimos todos que una Iglesia configurada y

Al comienzo se trabajó mucho en la adopción de este modelo, en lo que en ese momento se llamó “espiritualidad del Plan Global”. Y quizás desde ahí comenzó la confusión y el debilitamiento de esta figura. La “espiritualidad del Plan” se redujo a una serie de actividades de oración y de lectura bíblica, en la que se acudía al texto. Esto llevó a que con el transcurso del tiempo la parábola del Buen Samaritano no pasó de ser un texto bíblico más entre otros, y fue perdiendo fuerza de convocatoria y de llamado a la conversión. De ella fue quedando el llamado a lo social, como una tarea urgente en la ciudad de Bogotá, dada la situación de pobreza y exclusión de muchos.

Otro elemento fuerte del Sínodo, del Plan Global y del Plan E, es lo que este último llamo “problema focal”. Definido hoy día en los términos de una débil adhesión a Cristo y a su proyecto del Reino como condición característica de la Iglesia y del cristiano en la ciudad.

Todo ello explica que en la evaluación del Plan Global sucedieron dos hechos significativos: primero, un ejercicio de revisión de cumplimiento de objetivos, pero no una revisión sobre qué tanto y de qué modo la Iglesia arquidiocesana se había configurado como una Iglesia samaritana; segundo, una muy rápida propuesta de otros textos, ya no como inspiración eclesiológica, sino como textos de iluminación teológica para leer la realidad. Y a quienes insistieron en la parábola del buen samaritano, se les dijo que esa parábola ya había sido usada y que se necesitaba otra. Y así, con el paso del tiempo, se dejó de hablar de Iglesia samaritana. Y luego, con la creación de las tres diócesis urbanas, este ideario de Iglesia en la ciudad ha sido continuado y asumido por una sola de ellas, con grandes dificultades para su asunción yRecuperarcomprensión.la vitalidad y el llamado a una verdadera conversión personal, pastoral y de estructuras del modelo de Iglesia samaritana es una deuda que se tiene con el Sínodo y el Plan Global. Quizás no somos tan conscientes de lo que fuimos cuando dejamos atrás, oscureciéndolo u ocultándolo, este modelo de Iglesia; o reduciendo esta parábola al asistencialismo en la pastoral social. Si, como se dice hoy, Sínodo, Plan Global y Plan E están en continuidad; la tarea urgente sería retomar el modelo de Iglesia samaritana en la ciudad para ser lo que el paradigma de evangelización nos señala. No solo responde a la eclesiología del Vaticano II, sino que además hace actual el llamado a una Iglesia en salida y sinodal.

16 Relatos del camino conformada según la inspiración de este modelo, haría de ella una Iglesia de comunión, de diálogo y de servicio: eclesiología del Concilio Vaticano II.

17Relatos del camino

Con todo y lo positivo del camino, es importante mantener viva y actual la pregunta del Sínodo. De hecho, una pregunta parecida acompañó las reflexiones al inicio del Plan E: “La Iglesia que Dios quiere y la ciudad necesita”. Y aunque se intentó revalorizar el modelo de Iglesia samaritana (misericordiosa), la reflexión siguió otras dinámicas que llevaron después a la identificación del paradigma evangelizador del Plan E. Este paradigma nos abre a nuevas posibilidades de configuración de una Iglesia del diálogo, del encuentro y del servicio, categorías muy cercanas al magisterio del Papa Francisco. El reto en el camino que sigue es darle a la Iglesia ese rostro de misericordia, de samaritana, que señala el Papa en su encíclica Fratelli Tutti, aunado a la categoría de sinodalidad, pero evitando reducir esta categoría a la creación de nuevas estructuras, o al de ejercicios sinodales.

En su momento, el Sínodo concluyó diciéndonos: “pareciera que el evangelio no diera forma a la Iglesia en la ciudad”. Este problema de no estar configurados en Cristo o arraigados en su persona, no es solo un problema nuestro, sino de toda la Iglesia. De hecho, se habla constantemente de la gran multitud de bautizados no convertidos o solo como simples datos sociológicos.

En los últimos años nos ha movido más dar respuesta a este problema que configurarnos como Iglesia samaritana en la ciudad. Si bien teológicamente son dos asuntos profundamente relacionados, hemos dejado de lado el segundo, o hemos buscado otros modelos de Iglesia distinto al samaritano, y hemos priorizado dar respuesta al problema focal. En esta perspectiva de memoria, el Sínodo dio a la Iglesia de la Arquidiócesis de Bogotá un nuevo impulso misionero acorde con la estructura de un Plan Pastoral, algo que se pedía entre nosotros, y así dar respuesta planificada a la complejidad de la ciudad. Permitió también dar una organización y vida a nuevas estructuras eclesiales y fortalecer las ya existentes. El Plan Global implicó, entre sus aspectos positivos, acompañar la diversidad de situaciones en la ciudad, dejando libre a cada vicaría de darle un rostro específico a cada uno de sus contextos sin perder la unidad del objetivo general, lo que con el paso del tiempo permitió también la creación y consolidación de las diócesis urbanas.

En los años posteriores me vinculé a la Zona Pastoral de la Sagrada Eucaristía, en la que coordiné la etapa sinodal del discernimiento mediante la comisión teológica que constituimos para tal fin. Participábamos en la gran comisión arquidiocesana que convocaba el aporte de las zonas pastorales hacia la configuración del Plan Global de Pastoral. Fue la oportunidad para ir alimentando la apropiación que la Zona Pastoral de La Sagrada Eucaristía hizo de la espiritualidad del “Buen Samaritano”.

Dichos aportes zonales se configuraron en varias asambleas pastorales, en las que se fue interpretando y narrando el énfasis teológico pastoral de conformar una Iglesia samaritana en medio de la ciudad, con lo que significaba asumir ese rumbo y crear y cuidar toda una identidad, prolongadora en el tiempo, de la Compasión-Misericordia emanada del corazón de la parábola insigne. A partir de entonces, hasta el tiempo presente, me dediqué a trabajar en esta opción teológico-pastoral. Este horizonte espiritual, pastoral, ético y social de la diócesis de Engativá nos ha comprometido en la configuración de esta Iglesia particular a lo largo de sus dieciocho años de existencia.

No ha sido una experiencia sustentada individual y unilateralmente, sino que hemos conseguido, en el tiempo, hacer una reflexión colectiva, trabajada en un proceso pastoral con identidad propia. He asumido en todo este proceso la exigencia de una aportación personal, tanto en la Arquidiócesis de Bogotá, como en la diócesis de Engativá. También hemos podido realizarla en la academia teológica, desde la investigación en pastoral urbana, a través de proyectos realizados tanto en Bogotá como en Latinoamérica.

• El trabajo pedagógico popular realizado por la Dimensión Educativa, que buscaba concretar los horizontes de

El aporte de esta experiencia a la vida de la Arquidiócesis se dio en varios momentos, desde la etapa inicial del mismo Sínodo, y en el encuentro dialógico y de compromiso social que tuvimos en el suroriente de Bogotá en la parroquia de Santo Toribio de Mogrovejo. Allí convergieron tres experiencias eclesiales que se pusieron al servicio de la comunidad marginada de la zona:

19Relatos del camino urbana de la Biblia”, han tenido efectos misioneros, éticos, sociales, culturales y políticos, en las comunidades que hemos animado y han incidido en los contextos urbanos.

• La vida consagrada inserta en medios populares, que por la época se encontraba en una lectura evaluativa de ese estilo de vida, heredero de iniciativas interesadas en la renovación de los carismas fundacionales.

La parroquia lideró estos procesos a través de un proyecto anclado en la intuición sinodal de acercar la Iglesia a la ciudad, pero la fuerza que conquistó todo este entusiasmo misionero fue la convicción de establecer una acción pastoral basada en el encuentro entre la Palabra y la Ciudad. Fue nuestra lectura de la expresión que se dejó traslucir en los primeros encuentros dialogales del Sínodo: el Evangelio no da forma a la ciudad. En segundo lugar, una vez vividos varios años de esta mirada de sentido, nos comprometimos a desarrollar

• El entusiasmo de un cura párroco joven que anhelaba meterse a fondo en las problemáticas humanas y sociales de su gente. El punto de encuentro entre estos intereses fue la Pastoral Bíblica. En efecto, allí convergimos todos y nos dedicamos a poner la Biblia en manos del pueblo. Fue un trabajo de diseñar estrategias pedagógicas acordes con la realidad vivida por la gente, en respuesta a su necesidad de justicia social y así, generar los efectos sociales adecuados para dar forma a la solidaridad efectiva y a la formación de un pensamiento capaz de incidir en la creación de otros estilos de vida, que hicieran posible la dignificación humana y el desarrollo social.

teológicamente el Principio CompasiónMisericordia, en vínculo con la academia teológica y la Delegación de Educación de la Arquidiócesis, a fin de diseñar caminos de profundización mediante una propuesta de concreción de esta identidad espiritual y eclesial en los ámbitos de la Educación Religiosa Escolar. Este trabajo nos deparó hondas satisfacciones, pues contribuyó a visualizar nuevos escenarios para la Pastoral Educativa, que nos permitieran pensar en la humanización de la educación con una perspectiva

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Relatos del camino la educación popular liberadora en las barriadas de las periferias.

Simultáneamentemisericordiosa.conestos avances en los terrenos bíblico y educativo, íbamos profundizando -no sólo como telón de fondo, sino como contexto a ser pensado- en la complejidad urbana de la ciudad. Se iba gestando, entonces, la identificación de una espiritualidad urbana para nuestro tiempo. Estos aspectos se fueron concretando en unas iniciativas de formación permanente para laicos, que nos permitieron asumir estas miradas como componentes determinantes de la complejidad del fenómeno urbano. Dimos a la identificación de estas y otras aristas constitutivas de un planteamiento teológico urbano un horizonte cada vez más claro para la Misericordia en la Ciudad. Varios años después agregamos otra perspectiva a esta complejidad urbana -para entonces bastante definida en un

21Relatos del camino marco de comprensión-, que no tardó en vincular el análisis interdisciplinar. Se trataba de abordar el problema del desplazamiento forzado en zonas suburbanas de Bogotá. Nos concentramos en una zona de Ciudad Bolívar. Fue una investigación hecha con la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana en convenio con la Universidad Alemana deElOsnabrück.patrocinio económico corrió por cuenta de la Iglesia alemana. Fuimos vinculados a esta iniciativa, que buscaba identificar los grandes desafíos sociales, políticos, económicos, culturales y religiosos de las grandes ciudades latinoamericanas a la acción pastoral. Participamos en el proyecto con otros cuatro países latinoamericanos, cada uno con un enfoque particular, acorde con sus intereses en la construcción de la reflexión y la acción teológicapastoral urbana. En nuestro caso, la investigación aportó a la construcción continuada tanto de la praxis pastoral como de la reflexión teológica, encaminadas a seguir profundizando en la misericordia en la ciudad. En tercer lugar, todos estos desarrollos han derivado en un laboratorio pastoral, en un escenario real de pensamiento y de realización en la diócesis de Engativá. La vigencia de un pensar teológico surgido de una ruta histórica, con sus respectivos entrelazamientos con la realidad. No lo veo aisladamente desde la diócesis de Engativá, sino como parte de la ciudad toda. Aunque tristemente hay que reconocer que no hemos trabajado con arrojo por la interacción y construcción de una pastoral de conjunto para la gran ciudad. Esto quedó demostrado cuando cada zona pastoral tuvo que crear su propio plan específico, inspirado y anclado en el Plan Global. Se perdió el horizonte común. No lo sostuvimos. Hay que preguntarse: ¿por qué no fuimos capaces?, ¿qué sucedió para que cada uno tomara un rumbo diferente y se desviara del propósito inicial y Engativácomún?.continuó construyendo y atravesando la misma ruta, la ha mantenido y sigue creciendo. Está vigente, es la memoria sinodal en fidelidad. Este es un valor eclesial que con el tiempo debe ponerse cada vez mejor al servicio de la ciudad, de la sociedad civil, en interacción con otros actores civiles, para generar un impacto ético y social del Evangelio, lo que en Engativá llamamos “la Misericordia Social”. Sería interesante pensar este enfoque con visión total de ciudad, no de una zona específica urbana. Es aquí donde tendríamos que examinar y evaluar -aún no es tarde para ello- el impacto que la división eclesiástica de la gran Arquidiócesis causó en la urbe bogotana. Pastoralmente es una deuda que no hemos saldado, y los retos que eso planteó en su momento, y que con el tiempo se ha venido transformando, continúan vigentes.

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Relatos del camino ¿Qué nuevos pasos el Espíritu nos invita a dar en el hoy de nuestra Arquidiócesis?

Después de todos estos años, cuando Engativá tiene como horizonte pastoral la construcción de la Ciudad de la Misericordia, siento que el paso a seguir es aunar todos los esfuerzos posibles, estratégicamente pensados y organizados, para establecer la Misericordia Social en la ciudad, es decir, la encarnación histórica de este proyecto, como eco permanente de la parábola del Buen Samaritano en la ciudad. Eso requiere que asumamos la conversión pastoral a fondo, concentrando nuestras fuerzas en lo fundamental, evitando los rodeos que persisten en las opciones radicales que deben asumirse y en los cambios necesarios que convienen para este momento histórico que vivimos. He comenzado a dar respuesta a esta pregunta anclado en Engativá, para enfatizar un trabajo que, como Iglesia, nos queda por hacer a todos en la gran urbe bogotana: encontrarnos. ¿Cómo? Tendiendo puentes, articulando relaciones múltiples, creando comprensiones de ciudad que recojan los fragmentos de humanidad que conforman la enorme condición humana de la ciudad, a fin de configurar un proyecto diverso y común de la Iglesia en la gran ciudad. La Arquidiócesis y las demás Diócesis que hacen su labor misionera en Bogotá, pueden responder a la enorme crisis humana, espiritual y ética que padecemos como sociedad. Tendríamos que pensar en grandes opciones que nos integren a todos, en estrategias que encarnen esas opciones. Sin ir muy lejos, las tenemos en el mismo Evangelio de Jesús de Nazaret. Es volver al criterio fundamental, genuina, de la llegada del Reino de la Vida entre nosotros. Saber traducir a nuestro hoy esa verdad profunda, y desde ella, emprender un trabajo mancomunado que devuelva a nuestra sociedad lo más original de su condición humana y cultural, lo que no hemos podido ser en siglos de permanente violencia, y así recrear el horizonte de pueblo y de nación. Serían, entre otros aspectos, las rutas esclarecedoras de la Misericordia Social, del Amor Político que expone Francisco en Fratelli Tutti “Considero que aún estamos lejos de transitar esas rutas ya que nos falta más comunión eclesial y fortalecer los sentimientos de honda fraternidad.”

También fue parte del propósito hacer un proceso participativo, que involucrara al mayor número posible de personas de la familia arquidiocesana: ministros ordenados, laicos y consagrados, y la hiciera corresponsable en la planeación y en la ejecución del Plan. Esto nos llevó a pensar en un amplio proceso de consulta a todas las comunidades parroquiales y territoriales, como llamamos a los demás espacios de la vida eclesial arquidiocesana. Esta experiencia nos llevó a vivir un proceso largo y a veces desgastante en el que se disminuyeron las motivaciones iniciales con las que comenzaron las consultas. De igual manera, el propósito incluía el deseo de hacer un camino propio en el discernimiento y construcción del plan, retomando todo lo valioso de las metodologías de planeación pastoral existentes, pero sin identificarnos y

El propósito inicial del Plan Global se expresó oficialmente en estos términos: «Acogiendo el impulso renovador del Espíritu Santo y bajo su guía, el señor Arzobispo, pastor de esta Iglesia particular, nos convoca a discernir y a construir juntos, desde la realidad urbana que vivimos, y a la luz de la Palabra de Dios, un nuevo Plan de Evangelización para nuestra Iglesia arquidiocesana de Bogotá, llamada a vivir como una comunidad de discípulos misioneros, en permanente actitud de conversión, en medio de la ciudad-región de Bogotá y su cultura.» (Documento 1: Convocación, p. 7). Un propósito que surge frente al reconocimiento del mandato evangelizador que Jesús nos ha hecho, de cara al reconocimiento de los cambios socioculturales profundos que está viviendo nuestra sociedad colombiana y bogotana, y su respectiva influencia en los municipios circundantes, y ante la necesidad de formular un nuevo Plan de Evangelización que siga implementando las grandes intuiciones y propuestas que hizo nuestro sexto sínodo arquidiocesano (1996) en la vida y misión de la Arquidiócesis de Bogotá, luego del Plan Global 1998-2008.

Relatos del camino desde el enfoque de la complejidad, que nos llevó a realizar muchas consultas y discernimientos metodológicos, que poco a poco fueron dando un rostro propio a nuestro proceso. También tomamos los aportes de la planeación prospectiva estratégica y de la planeación por escenarios, y los fuimos aplicando en un primer ejercicio de lectura de la realidad, mucho más cualitativo y perceptivo y menos cuantitativo, a lo largo de novecientos talleres, con cerca de veinte mil fieles, que finalmente nos aportaron un conjunto de 32 variables de la acción evangelizadora sobre las cuales debíamos poner nuestra atención, reflexionar y discernir, y que dieron origen a la identificación de nuestro problema focal, al ideal que nos une y compromete, y a los elementos que conforman el nuevo paradigma misionero y arquidiocesano de evangelización. El mismo propósito nos llevó, luego de la identificación de los grandes discernimientos del Ppan, a un ejercicio que combinó, con originalidad, tanto el tradicional método latinoamericano de ver, juzgar, actuar, como la reflexión prospectiva, y nos permitió la identificación de las seis grandes líneas de acción y los posibles proyectos arquidiocesanos que debían ser puestos en marcha. Recién llegado como nuevo Arzobispo, el hoy cardenal Rubén Salazar me nombró su Vicario Episcopal de Pastoral o de Evangelización. Me pidió que ya que la temporalidad del Plan Global había terminado. Para ello, fue necesario conformar la Comisión Arquidiocesana de Evangelización (CAE) con la participación de presbíteros representantes de las Vicarías Territoriales, laicos y miembros de la vidaComencéconsagrada.esteservicio con la ayuda de personas maravillosas, con quienes estaré eternamente agradecido: Alejandro Rodríguez, Alexandra Guerrero, Diego Roldán y el padre Hernán Báez, quienes empezaron a llamarse “Comité Técnico”; así como Juan Carlos Ramos en la parte comunicativa. Luego llegó mi secretaria: Jenny Contreras. Posteriormente, la CA se fue consolidando. Luego de un par de años, se conformó el equipo permanente de la Vicaría de Evangelización, con el que se hizo un trabajo verdaderamente sinodal, dialogante, participativo, interdisciplinar, de construcción conjunta entre laicos y ministros ordenados, a través del cual se fueron tomando las decisiones que fueron dando curso a la construcción y puesta en marcha del Plan E. También con ellos estaré agradecido siempre: Diana Guzmán, Zulma Castañeda, el diácono Luis Fernando Chisco, Olga Monroy, Alejandra Martínez, y quienes llegaronAnimandoposteriormente.ycoordinando estos dos equipos de trabajo fuimos creando la ruta de consulta, discernimiento y

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Posteriormente vino la fase más estratégica, en la que se trabajó con un grupo aproximado de 550 personas, con quienes se hizo el discernimiento de los caminos y líneas de acción, así como los proyectos que se pusieron en práctica en la segunda etapa del itinerario: el Nuevo Rumbo. Un proceso que impulsamos, simultáneamente con la puesta en marcha de la primera etapa del itinerario: El Gran Giro. Fue un proceso con muchos frentes de trabajo que debí acompañar, muchos niveles de reflexión y acción, y diversos contextos con los cuales debí encontrarme. Fue exigente, pero de una riqueza enorme, por la cantidad de personas que conocí, por los aportes que pude hacer desde mi experiencia y formación. Aprendimos la complejidad que encierra la tarea evangelizadora en un contexto urbano como Bogotá, y la necesidad de abordar los discernimientos y planes aceptando dicha complejidad y preparándonos para movernos en medio de Aprendimosella. cuán importante es el enfoque comunicativo en todos los procesos de la planeación pastoral. Preguntas como: ¿Qué comunicar? ¿Cómo comunicar esto para que incida y convenza a los destinatarios? ¿Qué medios utilizar para ello? siguen siendo fundamentales e ineludibles. Aprendimos que el proceso siempre debe ser participativo, de diálogo y escucha, aunque el camino se haga más largo. También hay necesidad de poner unos límites, puesto que en una ciudad tan grande como Bogotá, el proceso no terminaríaAprendimosnunca.que sí podemos crear un proceso propio de planeación pastoral, enriquecido con los elementos existentes y necesarios, pero que responda a nuestra propia realidad. La inculturación también es posible y necesaria en la planeación pastoral. Aprendimos que es decisivo mantener la visión de conjunto de los procesos,

25Relatos del camino mil personas aproximadamente en las parroquias, comunidades religiosas, movimientos, grupos de acción social y pastorales especializadas. Se escuchó, recogió y organizó la información que dio paso al discernimiento, hasta redactar los documentos que dieron cuerpo y contenido al Plan de Evangelización. Fueron horas y horas de diálogos, de debates, de creatividad, para construir instrumentos de trabajo, subsidios, guías para los encuentros y los acompañantes en todos los contextos de la vida Igualmentearquidiocesana.mecorrespondió presentar los resultados al Arzobispo, al presbiterio, y a los distintos grupos eclesiales.

Aprendimos la importancia de construir los horizontes, los debates, los discernimientos, las decisiones, con la participación de las mujeres y con un enfoque interdisciplinar.

Pero sobre todo, aprendimos, tal como la fe nos lo enseña, que el proceso lo conduce Dios con su providencia, pues Él mismo fue confirmando con muchos signos, que íbamos por buen camino, que nuestros esfuerzos y decisiones eran conformes a su voluntad. Es el Espíritu el verdadero protagonista de la Evangelización, que sigue guiando la Iglesia de Bogotá y nos anima en medio de los desafíos y obstáculos que debemos afrontar en el camino. Estoy agradecido con el Señor que me llamó, a través del cardenal Rubén Salazar, a colaborar, durante un tiempo de nuestro peregrinar como Iglesia arquidiocesana, en este servicio de la animación, planeación y coordinación de la acción evangelizadora en la Arquidiócesis. Sé que la tarea sigue, y todos estamos llamados a contribuir con nuestro servicio en los nuevos desafíos que la ciudad región nos plantea.

26 Relatos del camino cosas, pues los procesos de cambio no son fáciles y generan resistencias.

TambiénArquidiócesis.seestablecieron las líneas de acción, hacia el final de la primera etapa, y finalmente, los programas fundamentales, al inicio de la segunda etapa. Justo en el momento en que asumí la función de Vicario de Evangelización, se dio el paso de la primera a la segunda etapa, de tal manera que acompañé principalmente el planteamiento y el desarrollo de los programas fundamentales, neurálgicos e indispensables para impulsar la transformación misionera de la Arquidiócesis y avanzar en el desarrollo de las líneas de acción establecidas. No obstante, la elaboración del Plan tuvo siempre como referente el Sínodo arquidiocesano, lo que nos permitió vivir en una tónica sinodal el proceso de construcción del Plan y poner a dialogar los resultados del proceso de discernimiento -necesarios para su formulación- con el documento del Sínodo arquidiocesano.

Finalmentedeterminantes.-aunque no en cuanto a orden de importancia-, la elaboración y la implementación del Sínodo nos fue constituyendo poco a poco en una Iglesia más sinodal, en la que nos sentimos unidos por la fraternidad y la misión, y en la que de modo creciente numerosos animadores de la evangelización se sintieron participes

Relatos del camino de horizonte dinamizador de toda la acción evangelizadora.

Se definió que el Plan de Evangelización tendría una primera implementación durante nueve años y en tres etapas: el Gran Giro, el Nuevo Rumbo, y el Nuevo Ritmo. La primera etapa consistía en la apropiación de una nueva mística y mentalidad evangelizadoras, como fruto de un proceso de conversión personal y eclesial. La segunda -consecuencia de la primera- consistía en una transformación de las prácticas evangelizadoras de la Arquidiócesis, y la tercera, en una etapa de afianzamiento del proceso evangelizador y de sinergia entre los diferentes organismos y sujetos de la

Asimismo, el proceso nos permitió identificar y apropiarnos de una prospectiva que inspirara e impulsara nuestro trabajo evangelizador, e iniciar, también, la renovación de las prácticas evangelizadoras de la Arquidiócesis, comenzando por los temas y acciones más

El proceso de elaboración del Plan nos permitió, además, hablar un lenguaje común, comprensible para la mayoría de los animadores de la evangelización en la Arquidiócesis. En función de ese lenguaje común, se estructuró el programa básico de la ESAE (Escuela Arquidiocesana de Animadores de Evangelización). Simplemente a nivel del lenguaje, el hecho de pasar de la terminología de la pastoral a la de la evangelización fue una opción rica en implicaciones y frutos.

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El inicio de la tercera etapa de la implementación del Plan de Evangelización, es decir, el Nuevo Ritmo, coincidió con una multitud de factores que hicieron necesario, hasta cierto punto, su reformulación. Por una parte, parecía haber en algunos animadores, especialmente presbíteros, la idea de una cierta saturación de programas con sus respectivas actividades; por otra, llegó un nuevo Arzobispo, Monseñor Luis José Rueda Aparicio. También sobrevino el inicio de la pandemia con todas las limitaciones que, particularmente al inicio, nos impuso. Todos estos hechos pusieron de manifiesto la necesidad de que la perspectiva de esta etapa fuera fundamentalmente espiritual. Poco a poco, fuimos tomando conciencia de que el Nuevo Ritmo no podía consistir simplemente en una sincronía entre los diferentes organismos de la Arquidiócesis o en un acompasamiento a nivel de la actividad evangelizadora, sino que este debía ser, ante todo, el resultado de una apropiación más profunda de los dinamismos o rasgos espirituales subyacentes al Plan E. Recién llegado, el nuevo Arzobispo expresó esto de manera contundente: “El ritmo lo pone Dios”. La consolidación del trabajo evangelizador en diálogo con la ciudad y la articulación deseadas, deben ser fruto de un trabajo de carácter espiritual. Fuera de esto, en medio de la tercera etapa se hizo sentir con claridad y vigor la invitación del santo Padre Francisco a reflexionar sobre la identidad sinodal de la Iglesia y a vivirla. Como ha quedado consignado en el lema de este sínodo, la sinodalidad se orienta a la comunión, a la participación y la misión. Esto, en cierto sentido, revalidó el carácter de comunión de la etapa del Nuevo Ritmo, y nos permitió contemplar cómo este Nuevo Ritmo no es otra cosa que el andar juntos por el camino, que es el Señor Jesucristo mismo y su proyecto del Reino, en actitud de continuo discernimiento, para que sea la voluntad de Dios la que nos guíe y nos aúne en el cumplimiento de la misión.

29Relatos del camino del proceso evangelizador de la Arquidiócesis, tanto respecto al discernimiento como a la acción.

Durante los dos años que duró mi participación en este equipo, diseñamos las actividades que se identificaron como necesarias y suficientes para ejecutar los proyectos del Gran Giro, primera etapa del primer itinerario de nueve años. Creímos que para dar el necesario “giro” a la barca de la Iglesia, que al parecer había perdido un poco su rumbo, era necesario que todos los miembros de la Arquidiócesis de Bogotá nos diéramos a la tarea de conocer, comprender y acoger el nuevo Plan Arquidiocesano, ya que, sin una verdadera vinculación afectiva a él, sería imposible asumirlo como propio, y sobre todo como indispensable para pasar del estado actual (problema focal) al estado soñado: el ideal que nos une y nosComenzamoscompromete.a convocar y conformar los equipos de trabajo para cada una de las líneas de acción que se hicieron claramente visibles y que serían el inicio del largo camino hacia el futuro soñado. Sería necesario renovar nuestra condición de discípulos, nuestra vida de comunión, nuestros espacios de formación y, sobre todo, nuestra conciencia de que Dios habita en la ciudad y en todo lo que existe; no lo llevamos nosotros, porque Él ya está allí. Mi trabajo consistió en convocar sacerdotes, laicos, religiosos y otros miembros de la Arquidiócesis

31Relatos del camino explicaba. Su propósito: renovar la iglesia bogotana; llevarla de un estado de falta de adhesión a Jesucristo y a su proyecto del Reino, a un estado de celebración de una intensa adhesión a Él y a su proyecto de amor, justicia y misericordia para todos. Una adhesión que se entendía solo posible, si renovábamos nuestra manera de creer, de anunciar y de vivir la fe en todas susDebodimensiones.decirque me enamoré de esa propuesta. Me sentí plenamente identificada con ella y me comprometí a trabajar intensamente para que esto fueraComoposible.secretaria del centro del anuncio, inicialmente hice parte del que entonces se llamó Equipo permanente de la Vicaría, que estaba conformado por el Vicario de Evangelización, tres secretarias laicas y un secretario diácono permanente. Nos reunimos diariamente (durante varios meses) y luego semanalmente, para realizar la planificación de la primera etapa del primer itinerario de nueve años que se había definido en el momento anterior, luego de “la amplia consulta realizada sobre los anhelos de futuro, así como sobre los hechos significativos del presente, tanto de la vida de la Iglesia como de la vida de nuestra sociedad”, que enriqueció el proceso de discernimiento y de construcción

Creo que las etapas siguientes al Gran Giro (las cuales viví desde mi trabajo en una vicaría): el Nuevo Rumbo y el Nuevo Ritmo, dejaron proyectos concretos; si nos mantenemos constantes en su ejecución y conscientes de su gran impacto en la renovación de la fe, y además les damos el tiempo necesario para que florezcan y den fruto, podremos ver, en el futuro mediano, asomarse la meta de “pasar de una pastoral de conservación a una

32 Relatos del camino tendientes a lograr los propósitos que el plan se estaba planteando para esta etapa. Era necesario presentar y clarificar al máximo la propuesta para que fuera conocida, comprendida y acogida por quienes se encargarían de pensar cómo lograr que los demás miembros de la Iglesia de Bogotá y los municipios de oriente la conocieran, comprendieran y acogieran. Se trataba de animarlos a soñar y a caminar juntos. Grandes cambios se dieron a partir de este esfuerzo de más de 3000 personas (si contamos a todos los que participaron en las consultas). Al menos unas 90 personas de fe, entre sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, hicieron parte en aquel entonces, y durante cinco años, de la gran comunidad que oraba, discernía, planeaba y evaluaba los pasos que se iban confirmando y dando de manera muy articulada y organizada. Aprendimos a encontrarnos, a mirar juntos hacia un horizonte común, a soñar que es posible secundar la acción delReconocimosEspíritu. la necesidad de trabajar juntos, hombro a hombro, sacerdotes, religiosos y laicos. Redescubrimos la misión de la Iglesia, la única y verdadera razón de ser que la mantiene y la sostiene: Evangelizar. Redescubrimos el sentido de la misión y reconocimos que estábamos dando por hecho la fe. volver al encuentro con la persona de Jesús, que le da sentido a todo lo demás en nuestro Recordamosquehacer.que evangelizar es la misión de todo discípulo y no exclusivamente de sacerdotes y religiosos; y que es un proceso y no un asunto ocasional, fruto de un evento puntual o de un trámite administrativo. Sigo convencida de que es preciso retomar el anuncio y la formación en la fe de manera experiencial y renovada. Esta necesidad es clara y permanecerá vigente por un buen tiempo, a menos que, por alguna razón, que Dios no permita, volviéramos a “perder el rumbo”. Un esfuerzo constante por renovar las acciones evangelizadoras de acuerdo con los tiempos, lugares y personas es un compromiso vigente y urgente. Creo que ya no podemos seguir pensando que Bogotá entera es católica y creyente.

Tengo la impresión de que estamos perdiendo un poco de vista el ideal, y, por lo tanto, en ocasiones volvemos a las viejas prácticas, con lo cual se corre el riesgo de que lo alcanzado se pierda.

Creo que aún estamos dando el “giro” y por tanto afinando el “rumbo”. Sigue pendiente que la “tripulación” de este gran “barco” que es la Iglesia se convenza de que, si no termina de girar el “timón”, va a colisionar sin remedio contra el poder del gran “iceberg” que es la sociedad posmoderna, en la que estamos llamados a seguir siendo “sal y luz” con nuevas maneras y dinamismos. Es indispensable terminar de darle el “gran giro” a nuestras formas de evangelizar en el mundo de hoy. De alguna manera, lo que el Espíritu nos ha inspirado para este tiempo de nuestra Iglesia, aún tiene vigencia y sigue siendo nuestra hoja de ruta. No siento necesarios nuevos pasos, sino, más bien, pasos firmes para avanzar en lo que ya está sentido y discernido. Decía el teólogo Karl Rahner: “en el siglo XXI los cristianos serán místicos o no serán”. Creo que necesitamos dar los pasos necesarios para que cada cristiano de nuestra iglesia arquidiocesana sea un verdadero místico del siglo XXI.

33Relatos del camino

Diseño y diagramación: Vicaría de Evangelización Angélica María Sanchez L. Corrección de estilo: Rita Adela Santamaría

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