Revista Semayor #17

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Columnista Invitado

Juan Jaime Escobar Valencia, Sch. P.

LA VOCACIÓN: UNA BÚSQUEDA QUE CUESTA «Tres mariposas volaban por el bosque durante una fría noche de invierno. De pronto, a lo lejos, vieron algo que les llamó la atención, y se fueron acercando para ver mejor qué era aquello que las intrigaba. Una se acercó un poco y dijo: —Es luz. Otra se acercó más y dijo: —Es calor. Al fin la tercera mariposa se acercó tanto que el calor la abrasaba y le consumía las alas. Antes de morir gritó: —¡No! ¡Es fuego, es fuego!.» (Narración hindú)

La vocación no es un concepto, no es una formulación filosófica, no es el fruto de una deducción. La vocación es un sentido profundo de la vida. La vocación es algo que se descubre al vivir, al acercarse tanto a la vida que incluso se le pueden quemar a uno las alas.

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1. LA INSEGURIDAD DE VIVIR Vivimos en un ambiente seguro, en un ambiente capitalista que compra seguridades, que fabrica seguridades, que hace lo que sea para asegurar seguridades. Un ambiente que busca seguridades de la razón. La vida —dice el ambiente—, es algo que hay que pensar detenidamente. Y es verdad, pero para el ambiente pensar detenidamente es calcular los riesgos, es no abandonarse a proyectos improductivos, es no comprometerse con formas de vida que sean ineficaces, es no arriesgarse, es no darse el derecho a equivocarse. El ambiente busca lo lógico, lo estable, lo deducido, la verdad universal e invariable. El ambiente, al mirar la existencia, no piensa en el sentido, no piensa en el amor, no piensa en el otro, no piensa en lo mejor de uno mismo, no piensa en lo que pide Jesús. El ambiente piensa en el proyecto de vida más estable, en lo que sea más asegurado, en lo más confiable económica y socialmente; no importa que eso termine por ahogar a la persona. Vivimos en un ambiente que busca la seguridad de la indiferencia. Nuestro ambiente social no sólo es lógico y calculador, también se evita el problema de amar. El que ama se

compromete y el que se compromete vive en la inseguridad de no saber por qué caminos lo llevará su adhesión al otro. Por eso el ambiente no ama (al menos no con corazón puro), no soporta el amor y por eso crea relaciones seguras. Seguro es el usar a los demás como cosas, porque nunca hay verdadero compromiso con ellos. Seguro es no meterse con nadie, no compartir la intimidad auténtica con nadie. Seguro, es ser indiferente, es no entregarle el corazón a nadie, es dejar que todo —las personas, las actividades, los trabajos—, sean sólo realidades intrascendentes y no "esa" persona, "ese" trabajo, "esa" actividad que para uno son únicas y profundamente significativas. Seguro es hacer del amor un mero sentimiento sin contenido, que cuando se acaba, no duele haberlo perdido. Nuestro ambiente busca la seguridad del bienestar. Desde el principio, el ambiente ha sembrado en todos el deseo de tenerlo todo resuelto. Por eso creemos que el problema del sentido de la vida es cuestión de darle una solución definitiva a las necesidades inmediatas. El ambiente vive sólo para el confort, para tenerlo todo resuelto. Pareciera ser que para el ambiente no importa un sacrificio por los demás, no importa dar la vida por una

causa, no importa una lucha, no importa lo hermoso que es pasar por la incomodidad de servir a los otros. Importa asegurar el bienestar, importa asegurar las cosas y que no nos falte nada. Lo demás, el amor, la justicia, el servicio no dan comodidades, luego, no son importantes. De hecho, hemos construido sociedades que no son más felices (hay más depresión y más angustia y más desdicha), pero son mucho más confortables. Desde Jesús lo que se nos propone es la inseguridad. La inseguridad de la razón: no poder saberlo todo, no poder entenderlo todo, porque lo que importa es comprender con el corazón, con la vida y "el corazón —como decía Pascal— tiene razones que la razón no entiende”. Muchas veces desearíamos saberlo todo de antemano. ¿Cómo deducir el tipo de vida que conviene, del cual nunca nos arrepentiremos, que nos dé pleno sentido?. Desde Jesús esto no se puede saber. Es al vivir como poco a poco se va descubriendo la vida. Desde Jesús no hay más remedio que saltar al vacío y asumir el riesgo de vivir. La inseguridad del amor, lo que supone no ser indiferentes, arriesgarse a dar cariño, a confiar en otros, a entregar la propia vida a

los demás; arriesgarse a confiar los más profundos secretos, sin calcular, sin medir, sin ahorrar, sin miedo a sacrificarse por un ideal, por un sueño o por un amor. La inseguridad de las cosas que es no querer tenerlo todo resuelto, no andar buscando MI comida, MI bebida, MI vestido, sino el Reino de Dios y su justicia, porque lo demás vendrá por añadidura. Es descubrir que las seguridades materiales sólo pueden aportar comodidad, pero no dan la verdadera felicidad. La vocación no es un camino de seguridades. Por eso en el ambiente en el cual vivimos no hay vocación, porque la vocación es un salto al infinito, un paso dado en la incertidumbre de la fe. Cuando nos apegamos a los valores del ambiente dejamos de tener vocación y, a la larga, dejamos también de tener pleno sentido. El ambiente piensa en carreras, en ascensos sociales, en actividades para estar ocupados, en estabilidad económica; pero no descubre vocación, no descubre sentido. La vocación se construye sobre la inseguridad del ir viviendo. Sólo al vivir vamos descubriendo la vocación y vivir es inseguro porque uno puede equivocarse, porque las cosas pueden salir mal, porque se puede errar al andar. 2. VIVIR, CONOCER, AMAR Lo esencial no se descubre por la razón y no se encuentra en las inseguridades. "Lo esencial es invisible a los ojos " —decía el Principito— y en cuanto tal es algo inseguro. Lo esencial se siente, es algo que se sabe que está ahí, pero que no se puede explicar. Lo esencial es algo que se vive. No se sabe qué es la amistad hasta que no se ha amado a un amigo. No se sabe qué es el amor de pareja, hasta que no se ha amado intensamente a una persona. No se sabe qué es el compromiso, hasta que no se vive. No se sabe qué es el amor de Jesús, hasta que uno no se ha sentido inundado por su presencia. Es en la vida donde se conoce. Para la tradición filosófica occidental el conocimiento es un problema intelectual con momentos concretos: Experimentación, intelección, juicio y decisión. Para la tradición hebrea el conocimiento, en cambio, es un problema de vivencia, de descubrimiento en la vida. Conocer a Dios, según los profetas, era vivir a la manera de Dios. Por eso Jesús insiste en que conocer no es decir "Señor, Señor, sino hacer la voluntad del Padre". La lógica y la razón nos suelen dar el deber-

ser de las cosas; pero la verdad es que muchas veces ese deber-ser no concuerda con la realidad. Desde el deber-ser nos hacemos hermosos proyectos irrealizables, o imágenes falsas de nosotros mismos. En cambio la vida nos descubre nuestro ser más profundo, nuestra más auténtica realidad. En la vida descubrimos quiénes somos, cuál es nuestro sentido existencial, qué es lo nuestro. En el vivir se descubre el sentido, al descubrir se conoce y al conocer se ama. Sólo en la vida se conoce. Sólo en la vida aprendemos a amar. Amar es descubrir una cosa, una actividad, un proyecto, una persona como valor radical. Sólo descubrimos lo que ponemos en práctica y sólo al descubrir podemos realmente amar. Por eso la vocación se va descubriendo al hacerla, al vivirla, al llevarla a cabo, al ponerla en práctica cada día. Al vivir se va descubriendo que aquella persona, que esa actividad, que ese trabajo, que ese compromiso son valiosos para mí. Ésto es lo que desconcierta de la vocación, que no es algo hecho, que no la podemos atrapar como si fuera un objeto, que no se puede conocer teóricamente, que sólo en la vida, en el amor, y en la brega de cada día, se le conoce y se le descubre. La vocación supone lanzarse a vivir, sin tener muchas cosas claras, sin tener grandes seguridades, sin la certeza de tener éxito. 3. LA LENTITUD DEL CONOCER Nunca sabremos de una vez para siempre el sentido y la razón de nuestro existir. El mismo Jesús pasó treinta años de su vida intentando descubrir si lo que el Señor le pedía era que fuera un artesano más o un profeta. Y cuando salió a predicar quizá no sabía que su vocación era ser Mesías, y cuando lo descubrió no necesariamente pensó que su camino terminaría en una cruz. Jesús fue descubriendo, conociendo y amando el sentido de su vida al arriesgarse a vivir. Lo que sí sabía con certeza era que Dios era su Padre y que debía seguir fielmente los designios de su corazón, pues allí era donde le hablaba la voz amante y amada de ese Padre. Eso es vivir con vocación. No es quedarse sentado esperando respuestas seguras. Es salir a caminar, es darse el derecho, incluso, de equivocarse, para ir descubriendo, conociendo y amando al vivir aquello que conforma el sentido de todo lo que somos. El hacer cotidiano, el bregar de cada día es el lugar preciso en el que se pueden situar nuestros pequeños compromisos, y la entrega aún imperfecta y oscura a la que nos arriesgamos. Si huimos de ese hacer pequeño y oscuro de cada día, habrá en nosotros buenos deseos, hermosos proyectos, claridades teóricas, pero nunca

habrá conocimiento real de lo que somos y para qué somos, y sin conocimiento no puede haber amor y sin amor, no se puede entregar la vida;... y la vocación es justamente eso, entregar la vida. En este camino lento de descubrimiento hay tres niveles de conocimiento : • PRESENTIMIENTOS: Al vivir, al ir haciendo, al ir amando, al ir escuchando la voz de otros, al ir teniendo pequeños compromisos se pueden descubrir, en primera instancia, presentimientos. Los presentimientos señalan un posible camino y sentido para la vida. Todavía quedan dudas, pero se intuye por qué caminos debe ir la vida. • CERTEZAS: Si se es fiel a lo que se va descubriendo y se va poniendo en práctica aquello que se descubre que se debe vivir, se pueden llegar a descubrir certezas. Las certezas son firmes, no hay duda en ellas: "yo soy para esto, esto es lo mío, en tal cosa se realiza lo mejor de mí". En momentos difíciles se puede dudar de ellas, pero pasada la crisis se vuelven a encontrar. • EVIDENCIAS: Al fin, después de mucho camino, las certezas se pueden convertir en evidencias. Las evidencias son tan firmes que ni siquiera en los momentos más difíciles se puede dudar de ellas: Yo soy para esto... y no hay dudas.” El camino de descubrimiento de la vocación es a su vez camino de ir descubriendo los presentimientos, convirtiéndolos en certezas y haciendo de éstas, evidencias; pero esto no es el fruto de un trabajo intelectual, es el fruto de un trabajo en la vida. Sólo al lento paso de la vida se descubre lo que uno es y para lo que uno es. Es necesario conocer nuestra vocación, conocernos a nosotros mismos, conocer lo que le puede conferir sentido a nuestra vida. Pero sólo se conoce lo que se ama cuando se vive la verdad. Cuando no se ama, la vida no pasa de ser otra vida más entre un montón de vidas y el sentido de la existencia no pasa de ser un sentido más entre muchos sentidos de existir. Es el descubrir el fondo real de la vida, es el conocer, es el amar lo que hace especial nuestra vocación, lo que le da sentido a nuestras vidas, lo que hace especiales a las personas, las actividades, los trabajos que conforman nuestra vida. «—Claro —expuso el zorro—. Tú no eres para mí más que un jovencito parecido a otros cien

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