Recuento de los años

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costa

los

últimos

vestigios

totonacas

de

esta

área.

Este asentamiento se posa sobre las elevaciones de la Sierra Madre rumbo a la cota veracruzana, se encuentra aproximadamente a 700 metros sobre el nivel del mar. Sus ruinas constan de una plaza rectangular, alrededor de la cual hay cinco montículos o pirámides con distinto números de basamentos y vestigios de templos en sus cimas. Aunque no todos los montículos se han excavado, se aprecia con claridad una unidad de estilo primordialmente dada por los nichos que horadan los basamentos piramidales. En la construcción de los edificios se utilizaron materiales que abundan en la región; se trata de rocas que se obtienen con mucha facilidad de las canteras y que permiten obtener bloques que requieren de trabajo para tallarse. En el juego de pelota hay bloques de más de tres metros de largo, para los laterales y para las cornisas de las estructuras. Todas las estructuras estuvieron revestidas de una gruesa capa de estuco burdamente terminada, sin embargo quedan evidencias de que en los tableros hay restos de pintura así como elementos en forma de greca realizados sobre la argamasa en los taludes. En la parte posterior del templo llamada de “La Greca”, pero a un nivel superior al de la plaza, se encuentra el Juego de Pelota, uno de los más grandes que se conocen en Mesoámerica, pues la cancha mide cerca de 90 metros de largo. La existencia de éste se explica por el hecho de que, para todos los antiguos pueblos mesoamericanos, este juego era uno de sus principales ritos, ya que al golpear la pelota los participantes intentaban reproducir el viaje de los astros por el cielo. Esta tipificado dentro de los juegos con planta en forma “I”, aunque sus cabeceras no tienen la forma tradicional, ya que por el norte la constituye el propio edificio de “La Greca” y por el sur un elemento aún no bien definido. Existen escalinatas tanto en el norte como en el sur de cada lateral, seguramente para acceso de los espectáculos al tradicional deporte del Tlachtli que se jugaba con una pelota de hule macizo que podía ser golpeada con los brazos, piernas y caderas, pero no con las manos ni los pies; la habilidad de los contendientes se demostraba en no dejar morir el bote de la pelota y poder mandarla al área contraria. Estas ruinas recuerdan mucho a la ciudad prehispánica de El Tajín, en Veracruz, la cual se encuentra a tan sólo 60 kilómetros de ésta. Se parece al Tajín en los nichos de los basamentos y las grecas que decoran el talud de la pirámide mayor de Yohualichan. Ambos sitios pertenecieron a la cultura totonaca, y es de suponerse que sus relaciones fueron estrechas, a través de rutas prehispánicas de las que quedan algunos rastros. Las palmas y yugos de piedra, la cerámica y la arquitectura son testimonios de que formaba parte primordial del antiguo Totonicapán, cuyas cabeceras principales fueron ciudades como el Tajín, Cempoala y Misantla. Yohualichan es de gran interés ya que en este lugar se comprueba la antiquísima presencia de grupos de la costa en la región de la sierra nororiental de Puebla.


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