Imposible moverse entre las cientas de cosas, de cientos de años. Imposible respirar entre todo ese polvo. ¡Ah, si al menos apareciese una araña venenosa! Lo que apareció no fue una araña, sino una pelota de fútbol número 5, casi nuevita. Iba a pedirle a su tío que se la regalara, cuando... –Tomá –dijo su tío–, te lo regalo. ¡Qué! ¿Le regalaba la pelota? –Pero tomá. ¿Pero qué era eso? ¿Un espejo? –¿Lo querés? ¿Para qué quería él un espejo? –No, yo quisiera... –Pues entonces, no. Estaba loco, su tío, más loco que una cabra. ¡Querer regalarle, no una pelota, o siquiera unos botines, o al menos una camiseta de Ríver, sino...! ¡Un espejito!