–¿Qué puerta? –Es lo que le dije a Rosa. Y también a Damián. –¿Qué? –¡No abran nunca esa puerta! La mujer se levantó. –Veo que no me creés. –¡Sí que le creo! La mujer meneó la cabeza. –¡No! –Se detuvo otra vez– ¿Sabés rezar? ¿A qué venía esa pregunta? –Sí –contestó de mala gana. –¿Sí? –Sí. –¡Bueno, a ver! -¿Qué? –¡Rezá!