Mas allá del Arco Iris

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66 y en fin todo aquello que podía venir del campo o del puerto, era un mundo de gente, y en medio de todas ellas, las vivanderas también a todo pulmón ofreciendo sus comidas, unas gritaban “Chanfainita” otros mas allá “Caucau”, “lomito saltado”, “lomito al jugo” y una serie de potajes, pasando por empanadas y salteñas, de trecho en trecho hambrientos comensales sentados sobre cajones de fruta vacíos, daban un ligero expediente a esos típicos platos. Haciéndonos espacio y luchando cuerpo a cuerpo, logramos ingresar al mercado, me quedé estupefacto que no podía caminar, al ver dos hileras de unos ochenta metros de largo llenas de puestos de ventas de frutas, la mayoría me eran totalmente desconocidas, otras las había visto pero nunca comido, vivía en un sueño, cuando una canasta de ricas y rojas manzanas me llamó la atención, yo solo conocía, las verdes y ácidas, que le sustraía del árbol detrás de la casa de don Hernán, cuando él salía a trabajar, sin darles tiempo a madurar, pero estas eran diferentes, eran un manjar, se me humedecía la boca de solo verlas, intenté pedirle a mi madre que me comprara una, pero, mi deseo quedó trunco, convertido en frustración, cuando ella secamente me contestó. - No hay plata. Y asunto cerrado. Y luego continuó. - Víctor vamos por allá, hay que comprar pan para llevar. Yo seguía de asombro en asombro, la fila de panaderos tenía como veinte puestos, con sus canastas llenas de diferentes variedades de pan, como compitiendo por deleitar el paladar, que rico que lucían, una vez mas sufrí otra frustración, cuando a inquisitoria de un pan de los que había comprado, recibí nuevamente la seca respuesta. - Son para el almuerzo. Antes de retirarnos, la vendedora, una señora bastante joven, me llamó y me obsequió un pan de tres puntas, fue mi mejor regalo, años después, cuando me


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